11

Con el culo de Cayetana y las tetas de Ana rondando en su cabeza, Pedro va a ver a la mulata. Esta le recibe llenándolo de mimos mientras le pide que la deje realizar uno de sus sueños. El enano acepta sin saber que lo que quería era masturbarse frente a él.

Tardé casi media hora en ir de Orense a su barrio y esos treinta minutos me sirvieron para meditar sobre el comportamiento de Ana y Cayetana durante esos últimos días. Haciendo memoria, asumí que ese cambio debió de empezar antes de la paliza que me dieron en el bar, ya que esa tarde y en diferentes momentos tanto la rubia como la morena habían abusado de mi ingenuidad metiéndome mano.

 A partir de ese momento, todo parecía acelerarse. Primero habían pedido a Altagracia que se acostara conmigo. Al constatar ambas que la chavala lo había conseguido, se podía decir que les había molestado que no hubiera perdido la virginidad con ellas y nuevamente había aprovechado la primera oportunidad que tuvieron para provocarme.

Tras buscar otra explicación no me quedó más remedio que dar por sentado que esas dos me consideraban de su propiedad, una mascota a la que querían tener atada. Por ello cuando llegué a la casa de la mulata estaba con un cabreo del diez.

Con ganas de encerrarme en mi mismo, subí al pisito donde me esperaba esa muchacha, la cual debía de haber visto cómo aparcaba porque ni siquiera me hizo falta tocar la puerta, ya que me estaba esperando en el pasillo.

―Mi amor, ¡cómo te he echado de menos!― gritó corriendo hacia mí y como era su costumbre, me alzó entre sus brazos y me besó.

Su felicidad borró de golpe los negros pensamientos que poblaban mi mente y mientras respondía con pasión a sus besos, el optimismo volvió a mi vida. Por eso quizás no me importó que llevándome en volandas me metiera a su apartamento, ni que en plan bestia comenzara a quitarme la ropa.

―Tenemos que recuperar el tiempo perdido― llena de alegría comentó mientras con sus manos desabrochaba mi camisa.

Me encantó comprobar la urgencia con la que me desnudaba ya que el hecho de que una mujer me deseara sexualmente era algo nuevo para mí.

―Tengo un regalo ― comenté muerto de risa al ver que presa de la calentura Altagracia dejaba caer el vestido que llevaba puesto.

La mulata se quedó quieta al oírme y aprovechando ese momento de tregua, le di el paquete. Al tenerlo en sus manos, me miró preguntando:

―¿Es para mí?

―No― repliqué en plan de guasa: ―Es para la portera del edificio.

Su sonrisa inicial de pronto se transformó en una mueca y ante mis ojos, la jovial y positiva muchacha empezó a llorar desconsolada. Mientras lo compraba había elucubrado sobre cómo reaccionaría, pero jamás se me pasó por la cabeza que lo hiciera así. Quizás por ello, tardé unos segundos en consolarla.

―¿Qué te ocurre?― pregunté al ver el modo en que se desgañitaba tirada en la cama.

No me contestó y si algo hizo mi pregunta fue incrementar sus sollozos. Sin saber que hacer, medio desnudo me tumbé a su lado y pegando mi diminuto cuerpo a ella, la acaricié en silencio. Durante al menos un par de minutos, su llanto continuó. Solo paró cuando preocupado la obligué a mirarme y sin decir nada, cerré su boca con mis besos.

Ese cariñoso acto apaciguó sus lamentos y por fin pudo contestar y contarme que le pasaba:

―Lo siento, no lo me esperaba. No estoy habituada a recibir algo sin tener que pagar por ello.

Confieso que me impresionó que una belleza como ella estuviera tan falta de cariño y sin forzarla a abrir el paquete, bromeé diciéndole que estaba equivocada ya que la iba a obligar a resarcirme con besos.

Amenazando con echarse a llorar nuevamente, sollozó reafirmando de esa forma el maltrato que había recibido de sus parejas:

―Solo he tenido regalos de mis padres, ninguno de mis antiguos novios me regaló nada.

Quitando hierro al asunto, comenté sonriendo:

―Y si no lo abres, te juro que será el último.

 Secándose las lágrimas que escurrían por sus mejillas, se sentó en la cama y mientras mis dedos jugueteaban en su cuello, con una lentitud exasperante fue despegando los celos para no romper el papel.

―¡Maldito enano culero!― exclamó al sacar el regalo y descubrir lo que escondía.

Nuevamente esa cría me sorprendió porque lo último que me esperaba era que me insultase y abriendo de par en par mis ojos, le pregunté la razón de su cabreo.

―¡Lo has hecho a propósito!― me gritó.

―¿El qué?― respondí acojonado al no comprender que era lo que había hecho mal.

Cambiando el tono de voz y esbozando una sonrisa, susurró en mi oído:

―Eres un cabrón… que quiere que esta dulce damisela se enamore.

Todavía no me había repuesto de la impresión cuando con una dulzura de la que jamás había sido objeto, acercó sus labios a los míos.

―Lo peor es que lo has conseguido, maldito pequeñajo. Has conseguido que esta negra esté colada por ti― y antes de que pudiera hacer algo, salió corriendo hacia el baño dejándome solo y confundido en su cuarto.

«¡Qué Dios entienda a las mujeres!», sentencié cuando escuché que me decía que había preparado un mojito para mí y que lo tenía en la nevera.

Altagracia demostró nuevamente su maestría como barman al probar el brebaje:

―Está cojonudo― le grité ya en su habitación al ver que no había salido del baño.

Cinco minutos después y cuando ya me había terminado la copa, seguía sin salir. Intrigado por su ausencia, toqué a la puerta y al no contestar, decidí entrar. Al pasar, me encontré con la mulata estaba en la ducha con su entrepierna llena de espuma y afeitándose .

―¿Qué haces?― pregunté desternillado al ver que las dificultades que tenía al rasurarse el coño.

―El hijo de puta de mi novio me ha regalado un body tan enano como él sin pensar que si me lo pongo parecería tener el chumino de una gorila.

Dada la mata de pelos que lucía comprendí que apenas tenía experiencia depilándose ahí abajo y muerto de risa, le ofrecí mi ayuda recordándola que yo me afeitaba la cara todos los días.

―¿Harías eso por mí?― alucinada respondió a mi ofrecimiento.

Quitándome la ropa que todavía llevaba puesta, me metí con ella y descojonado comprobé que, dada la diferencia de estatura, no me tenía que agachar para talar ese denso bosque.

 ―Dame la maquinilla― comenté mientras me hacía una idea de por donde comenzar.

―¿Por qué eres tan bueno conmigo?― preguntó al pasarme la cuchilla.

Llevando mi mano hasta su coño, enjaboné mis dedos antes de comenzar y riendo, respondí que lo hacía por el morbo que me daría luego comerme un coño calvo.

La muy puta comentó al escuchar mis razones que nunca lo había pensado en ello y que, al terminar, quería que yo también me afeitara porque jamás había follado con nadie sin un pelo ahí abajo.

Aceptando su sugerencia, comencé a rasurar los bordes de su espesura mientras en plan capullo, con dos de mis dedos buscaba su clítoris.

―Eres un jodido enano pervertido que abusas de una muchacha indefensa― pegando un gemido, me soltó.

―Lo sé― dije y al mismo tiempo que con una mano talaba el monte aquel, con la otra torturaba su ya erecto botón.

―Me vengaré. Pienso dejarte seco antes de irnos de farra― amenazó al sentir que sus rodillas flaqueaban.

Esa “sutil” amenaza cambió mis planes y sintiéndome Picasso decidí no asolar totalmente con sus vellos, sino darles forma. Por ello cambiando de lado la maquinilla, retomé la poda del otro lado.

―Eres un enfermo. Si sigues masturbándome,  no te dejaré terminar― chilló descompuesta cuando recreándome metí una de mis yemas en el interior de su chocho.

―No te quejes― respondí riendo mientras perfilaba la forma que había decidido crear en su entrepierna: ―Te encanta que sea así y no un pazguato.

Altagracia supo que era verdad y cerrando los ojos intentó tranquilizarse, pero desgraciadamente sus intentos quedaron en nada cuando incorporé otro dedo. La mulata comprendió que de nada servía pedir que no siguiera pajeándola y cediendo a la lujuria, se puso a disfrutar mientras se pellizcaba los pechos.

Al terminar con mi obra maestra enjuagué su vulva y satisfecho con el resultado, regalé a mi modelo un largo lametazo aliviando con mis babas el escozor que sentía. Tal como había previsto, la mulata colapsó cuando mi lengua se introdujo en su chumino y liberó en mi cara la tensión que llevaba acumulando por mis certeras caricias.

Al saborear el sabroso flujo que manaba de su cueva, me volví loco y mientras me ponía a sorber ese manjar, forcé su ojete con una de mis yemas.

―Te adoro― rugió al correrse mientras buscaba con sus manos mi pene.

Riéndome de ella, la obligué a sentarse y me puse a enjabonarme mientras le pedía su opinión acerca de cómo había decorado su chocho.

―¡Serás cabrón!― exclamó muerta de risa al ver mi obra: ―¡Has dibujado la J de Pedro!

Tomando nuevamente, la maquinilla comencé a afeitarme las partes, mientras le decía:

―Te equivocas … es de ¡japuta!

Mi ocurrencia la divirtió y con un intenso brillo en sus ojos, me pidió que al recortar mis vellos creara una C en ellos.

―¿Una C de Altagracia? ¿No prefieres que me haga una S de Ana o una L de Cayetana?

―No, mi amor. Quiero una C de capullo, cerdo y cabronazo― murmuró desternillada al saber que era broma, pero temiendo que la hiciera realidad siguió con detalle cómo la cuchilla iba esbozando la letra.

Al comprobar que al final era su inicial la que dejaba justo encima de mi pene, me volvió a sorprender cuando emocionada y con lágrimas en los ojos me pidió permiso para sacarle una foto.

―Nadie ha hecho algo así por mí y lo quiero de salvapantallas― me explicó al preguntar por ese deseo.

Muerto de risa, repliqué:

―Siempre y cuando yo pueda llevar una foto tuya en mi teléfono.

Poniendo su cerebro a funcionar, decidió que prefería otra cosa y sin importarle que estuviéramos mojados, ni que me molestara esa costumbre, me tomó en sus brazos. Tras lo cual, corriendo hasta su cama, me tiró en ella y se puso a reactivar mi polla con los labios.

―¿Qué narices se te ha ocurrido?― pregunté al comprobar que tomaba su teléfono.

Con una sonrisa de oreja, se empaló y sacando una instantánea del momento, me la mostró diciendo:

―Mira, J y C de Jodiendo con mi Cabrón.

Recordando como decían follar y puta en su tierra de origen, contesté

―Nuevamente estás errada. Es C y J de Cogida por Jinetera.

 Riendo a carcajadas, siguió cabalgando mientras me decía:

―Ambas me gustan y estoy deseando que se las enseñes al par de putas que dicen ser tus amigas para que sepan que eres mi capullo y yo, tu japuta…

Me impresionó que pensara que era tan cabrón de hacerle esa putada y mientras disfrutaba viendo rebotar sus pechos, le dije que nunca haría tal cosa porque la respetaba demasiado.

En vez de alegrarse al oírme, se echó a llorar preguntando si acaso me avergonzaba de ella.

―¿Cómo me voy a avergonzar de ti?― pregunté completamente confundido: ―Si eres una diosa y yo, un enano.

Pasándome el teléfono, contestó:

―Si eso es verdad, mándasela a la dos.

―¿Estás segura?― insistí.

―Lo estoy― mirándome fijamente a los ojos, replicó: ―Esas zorras siguen sin creerse que soy tu novia.

Viendo que no cedía,  decidí que ya que no se nos veía las caras podía mandarla. Y poniendo la pantalla de forma que pudiese ver que lo hacía, busqué los nombres de mis amigas en el WhatsApp y se las reenvié.

―Gracias― lloró al verlo y con una sonrisa de oreja a oreja, me rogó que nunca la dejara.

―Nunca lo haré mientras sigas follando como los ángeles― contesté mientras la azuzaba a moverse con un azote sobre sus nalgas…

12

Tras un polvo espectacular, Altagracia quiso aprovechar que sus padres no llegaban hasta las nueve para echar otro. Al explicármelo, pregunté si eso significaba que no podía quedarme ahí esa noche. Desolada, confirmó que era así.

Era tanta la tristeza que mostraba que decidí tantear el terreno no fuera a toparme de bruces con unos padres chapados a la antigua, por lo que antes de nada le dejé caer si sus viejos le darían permiso de dormir fuera.

―Claro― respondió: ―Tengo veintiún años.

―Pues entonces vístete porque nos vamos a saquear el bolsillo de Ana y de Cayetana.

―¿No entiendo?

―Cariño, los míos se han ido al pueblo y tengo la casa para mí solo.

Al saber que me tendría hasta el día siguiente, no protestó y levantándose de la cama, me preguntó si podía ponerse el picardías que le había regalado.

―No solo quiero que lo hagas, sino que te lo ordeno― contesté emulando a un general al mandar a un subalterno.

―Esta fiel negrita estará encantada de acceder a los deseos de mi amo y señor― siguiendo mi guasa contestó mientras cogía el conjunto y desaparecía rumbo al baño.

―¿Dónde vas?― me quejé al negarme el gustazo de verla vestir.

Girándose en la puerta, pícaramente respondió:

―Quiero que sea una sorpresa y que cuando mi macho vea cómo me sienta su regalo, se arrepienta de preferir estar con sus colegas a follar conmigo.

Menos de un minuto después, ¡se cumplió su pronóstico! Embutida en ese coqueto conjunto, Altagracia estaba arrebatadora y queriendo echar marcha atrás le pedí que se tumbara a mi lado.

―Ni de coña. Eres capaz de romperlo antes de que pueda estrenarlo― contestó.

Viendo la ligereza de la tela en que estaba tejido, supe que había muchas posibilidades de que así fuera y maldiciendo entre dientes el no haberla regalado las bragas de esparto que decía Cayetana, me vestí mientras la mulata se pintaba los ojos frente al espejo.

Tras maquillarse, Altagracia se calzó dos andamios por zapatos y recochineándose de mí, me preguntó si me gustaba con tacones.

―Me viene cojonudo porque así puedo comerte en coño sin bajar la cabeza― repliqué y bastante más picado por ese comentario de lo que debería, le dije si pensaba salir en paños menores a la calle.

―No, tonto. El vestido es lo último que se pone una dama para no correr el riesgo de mancharlo con colorete.

Percatándome de lo mucho que tenía aún que aprender sobre las mujeres, esperé que terminara de engalanarse para salir rumbo al coche. Ya en la calle, me jodió darme cuenta de que al sumar a su metro ochenta los diez centímetros de los zapatos parecíamos una madre llevando a su hijo de la mano.

Al contárselo, se rio:

―Te dejo llamarme “mamacita”.

Dándola por imposible, le abrí la puerta del Ibiza y mientras Altagracia se subía en el coche, me volví a percatar de nuestra diferencia de tamaño. Para ella era algo fácil, para mí encaramarme al asiento era una hazaña digna de un montañista. Si para los normales el escalón que tienen que superar para subirse al coche se consigue elevando un poco más el pie, en mi caso requiere de un considerable esfuerzo y por ello sigo una rutina sin la que me resultaría imposible conseguirlo. Cogiendo el volante, levantó la pierna derecha y tras fijar el pie firmemente sobre el suelo del vehículo, doy un salto para posar mi culo en el asiento. Ya con el trasero bien aposentado, giró mi cuerpo y subo el otro pie.

―Me encanta mi enanito― susurró la mulata al ver esa maniobra asimilada tras largos años combatiendo con mis limitaciones.

―Y a mí, la bruja mala del cuento― respondí sofocado mientras encendía el motor y salía rumbo al bar donde habíamos quedado a tomar la primera copa.

Llevábamos andado poco más de cien metros cuando Altagracia comentó que le hubiese gustado ver la cara de Ana y de Cayetana al recibir la foto.

―Deben tener un cabreo del diez― musitó sonriendo.

―¿Por qué lo dices?― respondí.

―No deben estar muy felices de que yo te haya estrenado― posando su mano en mi pierna, comentó: ―Desde que te conocen has sido el hombro sobre el que se han apoyado y a buen seguro ahora temen que ya no sea así porque me han dejado entrar en tu vida.

―No tiene nada que ver que estemos juntos, ellas siguen siendo mis amigas.

―Yo lo sé, pero ellas no. Estoy segura de que al vernos llegar van a buscar el momento adecuado para pedir que me dejes.

Me abstuve de comentar que compartía sus sospechas. Tal como había previsto mi mulata, esas dos ya habían planeado cómo decírmelo y nada más llegar Cayetana la tomó del brazo con la excusa de pedir las copas mientras Ana se sentaba a mi lado.

―Tenemos que hablar― dijo Ana mientras se sentaba a mi lado: ―Siento ser yo quien te lo diga, pero Altagracia no es de fiar. Nos ha mandado una foto vuestra follando.

―No fue ella, fui yo― contesté.

Completamente descolocada por mi respuesta, se me quedó observando y sin nada más que decir, se levantó cabreada.

―Luego no digas que no te hemos avisado― finalmente replicó.

Siguiéndola con la mirada, vi que se acercaba a la rubia y le contaba el resultado de sus pesquisas.

―¡No me lo puedo creer!― exclamó Cayetana sin caer en que al elevar la voz Altagracia podía escucharla.

Y así fue, la mulata que no era tonta comprendió lo que había ocurrido, pero en vez de montar un espectáculo prefirió volver donde yo estaba.

―¿Me haces un sitio?― preguntó.

Demostrando que estaba de su lado, contesté muerto de risa si no prefería que me sentara en sus piernas porque al fin y al cabo era mi mamacita:

        ―No cariño. Si te tengo encima, no podré aguantar las ganas de meterte mano… y gracias a tus viejos, esta noche tendré tiempo suficiente para hacerlo cuando nos quedemos solos.

        Tanteando su reacción, entornando los ojos, susurré en su oído:

        ―¿No te dará vergüenza que la gente sepa que sales con un enano?

        Sabiendo que mi intención era molestarla, me tomó en sus brazos y colocándome sobre sus rodillas, me besó. Borja no debía saber lo que había pasado entre nosotros porque se nos quedó mirando alucinado. Mi adorada mulata se percató de la turbación del novio de Cayetana e incrementándola, señaló el baño y preguntó que si me apetecía empotrarla allí.

―Cariño― dando por sentado que su propósito era provocar a la rubia vía su novio, respondí: ―Deja primero que me termine la copa.

Al oírme rechazar semejante propuesta, casi se le cae la copa, pero en vez de ir a hablar con Cayetana, se acercó a Manuel para cuchichearle algo al oído. Mi colega de la infancia se quedó mudo y tras reponerse de que hubiese rechazado esa oferta, me hizo una seña llamándome loco.

Altagracia le pilló haciendo el gesto y soltando una carcajada, le pidió que se acercara.

―A ver si lo convences de que me dé otro revolcón― exhibiendo su delantera ante él, comentó.

Ese alarde de atributos no le pasó inadvertida a su novia, la cual al contemplar que Manuel no perdía ojo del canalillo de mi pareja, en plan celosa vino a ver qué ocurría.

―Deja de mirarle las tetas, parece que quieres comérselas― dijo completamente mosqueada.

Mi compañero de juergas no estaba al tanto de su enfado y creyendo que iba de cachondeo, contestó que eso era algo que todo hombre que se precie desearía:

―Tráeme una copa― de mala leche ésta respondió mientras le echaba una mirada asesina.

        Manuel prefirió evitar la bronca y plegando alas, se dirigió a la barra dejándonos solos. Ana esperó a que no pudiese oírnos para preguntarme si sabía que esa zorra se había acostado conmigo por dinero.

        ―Lo sabe, pero todavía no ha tenido tiempo de agradecéroslo― respondió la mulata mientras me comía los morros.

        El color rojo de su rostro nos confirmó su indignación y fue entonces cuando Altagracia aprovechó para decirle lo imbécil que había sido tanto ella como Cayetana al proponerle tal cosa, porque habían perdido la oportunidad de estar con el mejor amante de toda la universidad.

        ―¿Solo de la universidad?― dejé caer mientras acariciaba uno de sus portentosos pechos.

        ―De toda España― respondió con un gemido.

        ―¿De todo España?― insistí pellizcando el pezón que había hecho aparición bajo su blusa.

        ―Deja de ponerme bruta o atente a las consecuencias― protestó llevando su mano a mi entrepierna: ―Si sigues pellizcando mis pechitos, te la mamo aquí mismo.

        Esa indiscreta conversación en lugar de escandalizar a la morena, la calentó y con los pitones en punta, fue a reunirse con Manuel.

        ―¿Has visto cómo esa tocapelotas se ha puesto? Estoy convencida que ahora mismo desearía tener tu trabuco entre las manos… ― y sorprendiéndome por enésima vez desde que la conocía, me pidió que la invitara a casa con su novio.

        ―¿Estás insinuando que montemos una orgía con ellos?―

        ―Para nada. Quiero que venga con su pelele, para que ambos se mueran de envidia por los gritos que pienso pegar cuando me empales.

Despelotado por su ocurrencia, le dije que era una mala idea no fuera a meterse en nuestra cama.

―¿No tienes bastante conmigo?― espetó mientras me apretaba los huevos entre sus manos.

Temiendo por mi integridad, afirmé que solo un idiota compartiría a su diosa con otro o con otra. Satisfecha por mi respuesta, susurró en mi oreja en plan putón:

―Me alegra saberlo, pero si llegado el caso quieres follarte a esa o a la imbécil de su amiga, dímelo. ¡Para probar tu verga, deberán comérmelo a mí antes!

No supe interpretar si iba en serio o únicamente eran sus celos los que hablaban y por ello dando por terminada la conversación, acabé mi consumición mientras observaba que Ana y Cayetana estaban echando un broncón a sus parejas. Asumiendo que era por causa nuestra, pregunté a Altagracia si nos íbamos.

―Antes voy a sacarles dos copas a cada una― contestó y demostrando que no iba en broma, fue donde ellas y les recordó que habían quedado en pagar lo que se bebiera.

De muy malos modos, Cayetana sacó la billetera y le puso veinte euros sobre la barra.

―Solo espero que te emborraches y así no te queden fuerzas para seguir tomando el pelo a Pedro.

Sin perder la compostura, la mulata recogió el dinero y llamó al camarero mientras le contestaba:

―Será el de la cabeza porque cómo sabes en los huevos ya no le quedan.

El bufido de la rubia fue suficientemente elocuente para demostrar su cabreo y cogiendo de la mano a su novio, salió resoplando del local. Con una rival menos en el horizonte, Altagracia decidió atacar donde más duele a la que quedaba y sin importar que estuviera presente, tras recibir su copa, sacó a Manuel a bailar diciendo:

―Como Pedro no baila, te toca acompañarme a mover el esqueleto.

Por extraño que parezca, Ana le dio permiso y mientras se iban a bailar, se acercó a hablar conmigo.

―Podías habernos contado que andabas tan urgido― dijo nada más sentarse a mi lado.

―¿De qué hablas?― pregunté.

Moviéndose de forma que desde la pista no pudiesen ver lo que hacía, posó la mano sobre mi muslo:

―De saber que deseabas estrenarte, Cayetana y yo nos hubiésemos ofrecido a solucionarlo.

Casi me atraganto cuando noté que sus yemas iban subiendo por mis pantalones y deseando saber hasta dónde llegaba su desesperación por no perder al pagafantas que siempre había sido, la imité poniendo mi mano sobre su pierna mientras le pedía que se explicara.

Sin hacer ningún intento de retirármela,  profundizó su ataque llegando hasta mi pene y no contenta con asirlo entre sus dedos, contestó llena de confianza mientras me empezaba a pajear:

―Eres nuestro mejor amigo y ahora sé que te merecías algo mejor que esa puta.

―¿Me estás diciendo que os hubieseis acostado conmigo?― respondí llevando mi mano hasta sus bragas.

Ana reafirmó ante mí sus celos dejando que mis dedos juguetearan con su sexo sin protestar y solo cuando una de mis yemas acariciaba suavemente su clítoris, susurró:

―Manda a la mierda a esa zorra y pasa la noche conmigo.

Solo un par de días antes hubiese aceptado su oferta sin pensármelo dos veces, aunque eso supusiera poner a mi amigo una cornamenta que para ellos quisieran los vitorinos. Con mis necesidades sexuales cubiertas, decidí dar un escarmiento a Ana, por lo que sin contestar afirmativamente incrementé mi acoso metiendo un dedo debajo de la tela de su tanga.

―Ten cuidado, Manuel podría vernos― sollozó con un intenso brillo en sus ojos al notar que “el enano” estaba pajeándola.

Levantando la mirada, observé que su novio estaba absorto admirando el culo de mi mulata mientras ésta se reía. Sabiendo que, de alguna forma, Altagracia lo estaba entreteniendo por mí, seguí masturbándola más rápido.

―Prométeme que me llevarás a tu casa― reclamó separando sus rodillas.

Asumiendo que era un chantaje,  me quedé pensando y mientras torturaba con insistencia el botón de su entrepierna, se lo prometí. Al escuchar que cedía, Ana se dejó llevar y ante mi sorpresa, se corrió llenando de flujo toda mi mano.

―No te arrepentirás― gimió al ver que, impregnando mis dedos, me los llevaba a la boca y los lamía: ―Estoy deseando que sea tu lengua la que recorra mi coño.

Mi pene se puso como una piedra al escucharla y por un momento dudé si cumplir mi promesa, pero afortunadamente no tuve ocasión porque justo en ese momento llegó Manuel diciendo que Altagracia le había propuesto que siguiéramos la juerga en mi casa:

―Ana, ¿te parece bien?― ingenuamente preguntó destrozando con ello los planes de la zorra de su novia.

Entre la espada y la pared, no pudo negarse y cogiendo su copa, la apuró mientras pedía la cuenta.

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