13

Altagracia se entera de la paja que Pedro ha hecho a su amiga en mitad de la disco, pero en vez de montarle la bronca decide que esa noche Ana la vea follando con el enano para así demostrarle que no solo es su novia sino la única hembra que necesita y por ello la invita a que los acompañe a casa. 

Ya en el coche, Altagracia me dijo que quería probar a qué sabía el coño de Ana y sin darme opción a responder, tomó mis manos y comenzó a lamer mis dedos. Acojonado pero excitado a la vez, le pregunté cómo se había dado cuenta.

        ―¿De qué le has hecho una paja?― contestó: ―Era consciente de que esa guarra te iba a provocar y conociendo lo perverso que te muestras conmigo, supe que no ibas a perder la oportunidad. Por eso estuve cachondeando a su novio para darte cancha.

Todavía sin saber a ciencia cierta cuál iba a ser su reacción, me quedé observando cómo buscaba en todos y cada uno de mis dedos el rastro de su flujo antes de preguntar si le gustaba.

―No, mi amor. Pero ahora que conozco a qué sabe esa puta, te mataré si vuelvo a hallar su aroma en cualquier parte de tu cuerpo― respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

―Entonces, si no la aguantas, ¿para qué la has invitado?

        ―Es tu amiga y sé que la quieres― contestó secamente para acto seguido quedarse callada.

No deseando tentar mi destino, preferí también el silencio no fuera a cabrearse conmigo y me quedara compuesto y sin novia. Llegué a casa unos diez minutos antes que Ana y Manuel y lo achaqué a que a buen seguro esa pareja había discutido en el coche. Eso me permitió enseñar la casa a la mulata antes de que ellos aparecieran por la puerta.

Al enseñarle la habitación de invitados y ver la gran cama que mis viejos habían instalado para cuando vinieran los abuelos, saltando en ella, me comentó si podíamos pasar la noche ahí:

―Eso depende de lo bien que te portes conmigo― riendo al contemplar su alegría respondí.

A cuatro patas sobre el colchón, me replicó que no me preocupara porque pensaba ser malísima.

―¿Cómo de mala?― riendo pregunté.

―Esta noche voy a enseñar a esa zorra cómo se debe comportar si quiere que algún día te la folles.

La fijación que tenía en que terminaría tirándome a mi amiga me descolocó.

―En serio, ¿parece que quieres que me la cepille?

Con una triste pero elocuente sonrisa, la muchacha me espetó:

―Es algo que debes hacer. Mientras no te acuestes con ese par de putas, nunca sabré que me prefieres a mí.

Confundido por sus palabras, quise romper una lanza a favor de nuestra relación diciendo que con ella tenía más que suficiente.

―Yo lo sé, pero tú todavía no― sentenció mientras me rogaba que esa noche dejáramos la puerta abierta.

―¿Y eso?

Despelotada de risa, susurró:

―Estoy deseando ver la cara de esa engreída al contemplar cómo me follas.

―No creo que eso pase, piensa que estará ocupada con Manuel.

A carcajada limpia me anticipó lo que iba a ocurrir, diciendo:

―Tu amiguete se va a coger tal pedo que a pesar de los esfuerzos de su novia se le va a quedar dormido… y con un peso muerto a su lado, no va a librarse de espiarnos al escuchar los gritos que pegaré mientras me empalas.

Alucinado por lo maquiavélico de sus planes no dije nada mientras Altagracia siguiendo su hoja de ruta se iba a la cocina a preparar unos mojitos.

«Tanto Manuel como yo solo somos unos invitados en esta pelea», estaba pensando justo cuando tocaron la puerta.

Al abrir, me encontré a mi amigo con el ánimo por los suelos por la más que segura bronca que su novia le había echado mientras venían. Sin hacer comentario alguno, les pedí que entraran. Ana en cambio venía con un cabreo de narices y dejando su bolso sobre la primera silla que encontró, me preguntó por Altagracia.

―Estaba preparando las bebidas― uniéndose a nosotros, contestó la aludida mientras repartía las copas.

No me pasó inadvertido que el primero en recibir la suya fue Manuel, el cual ajeno a lo que se le avecinaba elogió ese mejunje tras probarlo. Con la duda de si se lo había cargado especialmente, di un sorbo al mío.

«Está más suave que el de ayer», me dije.

Me resultó raro que hasta Ana alabara el mojito y mientras se bebía el suyo, la mulata me preguntó si no había música. Convencido de facilitar sus planes y de que deseaba lucirse, puse la bachata que la había visto bailar en su casa.

―Cariño, ¡qué bien me conoces!― exclamó moviendo sus caderas.

La sensualidad con la que se puso a menear el pandero me dejó obnubilado e hipnotizado por la belleza de la mulata, seguí sus pasos por el salón. Manuel tampoco pudo abstraerse a esos contoneos y con la mirada fija en las duras nalgas de Altagracia, se bebió la copa. Ana también se vio afectada y sin percatarse de la excitación que esa morena provocaba en su novio, rumió su enfado sin dejar de observarla.

La chavala disfrutó al verse el centro de nuestras miradas, pero no por ello olvidó sus planes y comportándose como anfitriona, rellenó las copas de los tres. Al caer en que llevaba dos jarras y que con una de ella solo servía a mi amigo, comprobé mis sospechas de qué el mojito de Manuel llevaba más ron que el resto.

―¿Te apetece dejar acompañarme?― preguntó tomando de la mano a mi amiga: ―Con tu belleza y la mía, dejáremos embobados a este par de idiotas.

Aunque se podía cortar con un cuchillo el ambiente y era evidente que la enemistad entre ellas, Ana no quiso perder la oportunidad de exhibirse ante mí y por ello, aceptó el reto y salió con ella a bailar.

Desde el sillón, Manuel y yo permanecimos en silencio y mientras mi colega miraba entusiasmado, comprendí que del duelo de esas dos divas solo una saldría triunfante mientras la perdedora irremediablemente se vería humillada. Por ello no me extrañó que, aprovechando el cambio de canción, se retaran mirándose a los ojos midiendo sus fuerzas e intentando que la otra se sintiera intimidada.

Adjudicándose la primacía al conocerme desde hace años, Ana decidió que ella debía de iniciar las hostilidades y por eso con tono suave para que no la oyéramos dijo a su rival:

―Mira zorrita, aunque te lo hayas follado, Pedro es mío.

Con una sonrisa burlona, la mulata la interrumpió diciendo:

―Mi enanito prefiere la piel morena y parece que tu novio también.

Indignada al darse cuenta de que no solo estaba en peligro mi devoción por ella sino también la de Manuel, contestó:

―¿Crees que una zorra como tú me los puedes quitar? ¡Ese par beben de mi mano!

Altagracia soltó una carcajada al ver que lo había oído y retando directamente a su rival, con voz baja, contestó:

―Puedes conocerlo desde antes, pero yo le he dado lo que ni tú ni la rubia fuisteis capaces de ofrecerle.

Constaté que era verdad y que Ana sentía que la estaba robando, pero fue la mención de su amiga el detonante de su ira y sin medir las consecuencias,  la espetó:

―¡Soy mucho más mujer que tú!

Denotando su cabreo, se llevó las manos hasta sus pechos, mientras le decía que la haría morder el polvo cuando tanto su novio como yo la prefiriéramos a ella.

Muerta de risa, su oponente respondió mientras empezaba a moverse al ritmo del merengue que sonaba en el equipo de música:

―Eso lo veremos.

Junto a mí, Manuel,  que no se enteraba de nada, me pidió otra copa y sintiendo hasta pena de él, se la rellené usando la jarra que específicamente Altagracia había preparado para él.

―Macho, ¿quién nos diría que al final se llevarían bien?― con la voz ya cogida por el alcohol murmuró en mi oído al creer que al estar bailando juntas la tirantez entre ellas entre había desaparecido.

«Este tío es tonto», pensé mientras sobre la improvisada pista nuestras novias meneaban sus panderos con la única intención de calentarnos.

 Atento a sus reacciones, observé que Ana se iba encabronando al saber que el tipo de música favorecía a su rival y por eso, simulando una sonrisa, me pidió que pusiera algo europeo.

Dando un brindis al sol, obedecí poniendo una de sus melodías preferidas. Al escuchar a través de los altavoces, el Je t´aime de Jane Birkin sonrió.

«Esta puta no sabe quién soy yo», pensó al ver en esa elección una muestra de mi afecto y cogiendo una mano de la mulata, se la colocó en su trasero mientras comenzaba a bailar.

Altagracia no se quejó al ver la burda maniobra de su rival y subiendo la apuesta llevó la otra a sus nalgas, mientras se congratulaba del error que había cometido porque en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo sus curvas y la diferencia de altura compensaría el no conocer la canción mientras pegándose se reía de lo caídas que tenía las tetas.

Que menospreciara sus atributos,  indignó a Ana y queriendo darle una lección a esa advenediza, aprovechó para pegarle un pellizco en el culo.

―Serás zorra― indignada, la mulata le recriminó el daño que la había hecho y aprovechando que Manuel no podía verlo, agarró uno de sus pezones entre los dedos y apretó.

Ajeno a la violencia del duelo, Manuel seguía en la inopia y apurando su copa, me pidió otra mientras comentaba, señalando el bulto que crecía bajo su pantalón, lo bruto que le estaba poniendo esa escena.

Que esa don nadie le hubiese devuelto la agresión sacó de sus casillas a Ana y queriendo humillarla en plan calentorra le desabrochó los botones de la camisa.

―Para ser una zorra, no estás mal de delantera― reconoció al comprobar las ubres que escondía bajo el picardías.

La mulata ni siquiera hizo el intento de ocultarlos y disimulando su cabreo, bajó los tirantes de su agresora dejándola en ropa interior.

Mientras yo temía las consecuencias de ese enfrentamiento, Manuel estaba encantado al ver a esas dos casi desnudas y creyendo que era parte de un juego, aplaudió mientras brindaba conmigo por nuestras novias.

Su borrachera le impidió percatarse de la mirada asesina que le dirigió su novia ni escuchar que, acercando su cara a Altagracia, Ana le decía al oído que no sabía lo que su enano veía en ella.

 Muerta de risa, al notar la impotencia de su competidora, agarró con sus manos el trasero de mi amiga y pegándole un buen magreo, le respondió:

―En cambio a ti ni te mira, debe de ser porque tienes el culo blandengue.

Aunque ese insulto hizo mella en la morena, lo que realmente le sacó de las casillas fue oír a su novio pidiendo que le rellenara el vaso. Tomando la iniciativa, restregó su coño contra el de la mulata mientras la llamaba sucia lesbiana. Juro que aluciné al advertir en mi pareja que ese arrebato la había excitado y que pegaba un gemido al sentir un estremecimiento en su entrepierna.

«Esto no me lo esperaba», pensé dando un sorbo a mi mojito.

 Rechazando las sensaciones que amenazaban con derrotarla, quiso vengarse metiendo las manos bajo las bragas de Ana, pero para su desgracia al intentar tirarle de los pelos, se encontró con que llevaba el chumino totalmente depilado.

Tras recuperarse de la sorpresa de que la mulata estuviese hurgando en su sexo, Ana le espetó con intención de humillarla si le gustaba que sus parejas no tuviesen pelo en el sexo.

―Mucho, por eso mi hombre se lo rasuró― replicó sin perder la compostura y decidida a castigarla como se merecía, aprovechó que tenía la mano entre sus muslos para buscar con una de sus yemas su clítoris.

        Mi amiga abrió los ojos de par en par al notar esa agresión y acojonada por lo que podríamos pensar al contemplar el trato del que estaba siendo objeto, nos miró. Pero al comprobar que su novio con la mirada perdida meneando su copa sin atender a lo que sucedía a escasos metros de él y que el único que no perdía detalle de ello era yo, decidió demostrarme con hechos que mi pareja perdía aceite y separando las rodillas, comentó:

―Si tanto te atrae mi coño, ¡te lo presto!

Confieso que me quedé paralizado y temiendo la reacción de mi amigo al ver que su novia daba vía libre a su oponente para que la tocara, giré mi cara hacia él.

«¡No me lo puedo creer!», exclamé en silencio, «¡Se ha quedado dormido!».

Tal era la concentración de esas dos que ninguna se percató que yo era el único testigo de su enfrentamiento y mientras su novio se echaba una siesta sobre el sofá, Ana comprendió que debía igualar la contienda. Usando las manos liberó las tetas de Altagracia para acto seguido morderle un pezón. El gemido de placer que brotó de mi negra pareja la destanteó y más excitada de lo que le hubiese gustado estar, cambió de pecho y repitió el castigo mientras se derretía al sentir los dedos de la mulata pajeándola.

He de señalar que el más excitado era yo, pero a pesar de las ganas que tenía de sacármela y de comenzarme a masturbar, no lo hice y como mero espectador, observé que el sudor había hecho su aparición en ambas contendientes.

Mi querida amiga nunca se esperó que cogiéndola de la barbilla la beAna y por ello tardó en reaccionar al sentir la lengua de la negrita jugando con la suya. Altagracia al notar que no rehuía ese beso, supo que iba a vencer y que no tardaría en correrse, por ello siguió torturando su botón mientras le preguntaba al oído si quería ver cómo Pedro se la follaba.

―Por favor― sollozó presa de la lujuria al escuchar esa propuesta y sin poder retener las ganas de correrse, se vio sacudida por el orgasmo.

Habiendo vencido esa escaramuza y dejándola tirada sobre la alfombra del salón, Altagracia me miró y extendiendo la mano, me informó que era hora de que su amo la empalara.

No tuve que ser muy listo para entender lo que quería y por ello, sacando la polla, la espeté:

―¡Cómemela antes!

―Su esclava está deseando servir a su señor― contestó mientras se agachaba entre mis piernas.

Ana no se había repuesto de su pecaminoso placer cuando ante sus ojos vio como la vencedora acercaba la cara a su premio y a pesar de sentirse humillada, no pudo más que gemir excitada al contemplar que Altagracia separando sus labios se introducía mi trabuco en la garganta.

―Lo tiene enorme― sollozó al saber que mi pene al menos esa noche era propiedad exclusiva de la morena y contraviniendo el comportamiento monjil que me había mostrado durante años, se comenzó a masturbar con el espectáculo.

Dando por hecho que mi pareja deseaba que le mostrara a mi amiga mi lado dominante, comenté mientras la tomaba de la melena y la llevaba hasta la cama:

―Demuestra a la que se cree muy mujer cómo es una verdadera hembra.

―Sí, mi dueño y señor― con una sonrisa, contestó poniéndose a cuatro patas sobre el colchón.

Como una zombi, Ana nos siguió al cuarto y sin intervenir en lo que estaba sucediendo sobre las sábanas, se sentó en una esquina de nuestro particular ring de boxeo.

―Tenemos compañía― riendo informé a la morena.

―Déjala que mire y que aprenda― musitó Altagracia mientras desabrochaba los corchetes de su picardías.

La belleza de ese negro y rasurado coño despertó la envidia de mi amiga y tartamudeando deseó por primera vez que me follara a la negra mientras se metía un dedo bajo sus bragas buscando algo que sustituyera a mi verga. Al contemplar la desesperación con la que se masturbaba, no me lo pensé y sabiendo que su necesidad por mí crecería exponencialmente al ver cómo poseía a mi mulata, tomé mi erección y tras jugar brevemente en su coño, se lo embutí hasta el fondo.

Para mi sorpresa fueron dos los gritos que llegaron a mis oídos, el de Altagracia al verse empalada y el de Ana al observar cómo lo hacía.

―Fóllate a tu amada― rugió la mulata mientras miraba a su oponente.

Ni que decir tiene que me puso como una moto el complacerla mientras a un escaso metro y sobre la misma cama, una de mis íntimas amigas lloraba excitada viendo al que creía su pagafantas empalando a su rival.

―Muévete, putita mía― con un sonoro azote ordené a mi montura.

Altagracia rugió presa de deseo al sentir que la nalgada y olvidando el descrédito que le supondría que Ana se fuera de la lengua, me imploró que la castigara porque se había excitado al tocar a mi amiga.

El jadeo que escuché de los labios de la aludida me informó que a ella tampoco le había resultado indiferente y lleno de lujuria, marqué mi ritmo con una serie de sonoros manotazos sobre los cachetes de la negrita.

―Zorra, mira como mi amo me hace suya y sueña con el día en que sea tu culo el que reciba estos azotes― gritándole a la cara, soltó a una de las dos crías que durante más de dos cursos habían dominados mis sueños.

Ese exabrupto desmoronó las últimas defensas que le quedaban en pie y obedeciendo, Ana acercó su rostro para contemplar mejor como entraba y salía mi pene del chocho de Altagracia. Juro que me impresionó ver el deseo que destilaba su mirada y sin saber a ciencia cierta si ansiaba ser penetrada por mí o pegar un lametazo a esos pliegues, di un salto en nuestra relación al pedirle que se pellizcara los pechos.

―No quiero― respondió, pero sin poderse oponer a mi orden usó las dos manos para torturarse los pezones.

Al observar que aún vestida Ana estaba entregada, solté una carcajada y ejerciendo de dueño de esa monada, le exigí que repitiese la operación con los pechos de la mulata.

―No quiero― como una autómata repitió antes de apoderarse de las tetas de la que había sido su rival, pero en vez de retorcérselos como había hecho con ella, Ana prefirió disfrutar de ellos mamándoselos.

Altagracia al sentir ese imprevisto y estimulante ataque colapsó sobre el colchón y rugiendo como leona en celo, me hizo saber que deseaba sentir mi semilla en su fértil útero.

―Embaraza a tu puta― me rogó Ana sacando de su boca el pezón de la morena.

Nada me previno de la reacción de Altagracia al oírla y es que, pegando un chillido, atrajo mi amiga y la besó. La pasión que ambas demostraron al comerse los morros fue la gota que derramó el vaso y mientras compartían babas entre ellas, exploté sembrando con mi simiente a la mulata.

Agotado por el esfuerzo, me tumbé colocando la almohada de forma que no me perdiera nada y viendo que seguían enfrascadas en el besó, desde mi privilegiada posición ordené a Ana que limpiara de semen el coño de la mulata.

Por un momento mi compañera de clase dudó, pero al ver el manjar que ponía a su disposición olvidó el recipiente y lanzándose entre los muslos de mi pareja, comenzó a retirar con largos lametazos sobre sus pliegues el blanco producto de mi lujuria.

―Está delicioso― suspiró al saborear el semen que impregnaba los labios de la mulata y cerrando los ojos, buscó saciar su hambre mientras Altagracia se retorcía de placer sobre las sábanas.

«Joder, ¡qué escondido se lo tenía», asombrado señalé en mi mente al contemplar la intensidad con la que recolectaba mi esencia.

El esmero que demostró al limpiar cualquier resto de mi corrida provocó que nuevamente mi querida negrita se corriera pegando gritos mientras me pedía que volviese a tomarla.

Riendo al ver su urgencia, comenté señalando a la muchacha que acababa de comerle el coño:

―¿Qué hacemos con esta?

Ana creyó que había llegado su turno y luciendo una dulce sonrisa, se arrodilló en la cama. Y poniendo su coño y su culo a mi disposición, me preguntó si se desnudaba.

―¡Que se vaya con el pelele de su novio! Bastante considerada he sido de permitir que aprenda. Ahora quiero a mi hombre, solo para mí― Altagracia contestó mientras abriendo de par en par sus piernas me daba entrada.

Viendo que no intercedía por ella y mientras volvía a penetrar a la que era mi pareja, la que hasta entonces se creía mi musa se bajó de la cama y cabizbaja fue a ver si Manuel estaba en condiciones de calmar, aunque fuera solo en parte, la humillación que sentía al verse rechazada por nosotros.

―No creo que ese borracho se despierte― tuvo que escuchar que mi negrita le chillara desde la cama….

14

Al despertar, Manuel y Ana ya se habían ido y eso me alegró porque no estaba en condiciones de enfrentarme con ella y menos con ese amigo de toda la vida al que había traicionado con su novia. Y cuando digo traicionado, no me he equivocado de verbo. Aunque no me la había tirado, era suficiente el haberla llevado a rogarme que lo hiciera para sentirme un judas.

        «Soy un capullo», sentencié mientras observaba a Altagracia desnuda a mi lado.

        La morenaza al ver la expresión de mi cara comprendió los negros nubarrones que poblaban mi mente y atrayéndome hacia ella, comentó que no era mi culpa sino la de Ana y que no debía sentirme mal.

        ―Lo sé, pero no puedo evitarlo― contesté mientras me dejaba mimar por ella.

        ―Piensa que fue ella la que te pidió que te la follaras y que tú fuiste el que se negó a hacerlo.

        No quise contradecirla, pero la realidad era que, si mi mulata no la hubiese echado de la cama, a buen seguro hubiese caído en la tentación que para mí suponía esa chavala.

        ―¿Qué quieres de desayunar?― cambiando de tema, preguntó mientras se levantaba.

La hermosura de su cuerpo desnudo me hizo exclamar:

―¡Conejo a la cubana!

El rostro de Altagracia se iluminó al escucharme y volviendo sobre sus pasos, contestó:

―¿El cerdo de mi novio no ha tenido suficiente?

―Nunca― repliqué muerto de risa cuando en plan goloso esa belleza puso su sexo en mi boca,  dando inicio a una nueva escaramuza en la que ella buscó dejarme seco mientras al contrario yo buscaba que se anegara y así durante todo el día hasta que, sobre las ocho de la tarde, supimos que debíamos separarnos.

Y fue una suerte porque acabábamos de hacer la cama y ya se disponía a marchar cuando de pronto escuchamos que se abría la puerta.

―Pedro, ¿estás ahí?― preguntó mi vieja al ver las luces encendidas.

Tan asustada como yo, Altagracia me preguntó si se escondía, pero sabiendo que tarde o temprano mis padres tendrían que conocer a la que era mi pareja, le respondí que no y tomándola de la mano, la llevé a conocerlos.

        Mostrando una timidez impropia de su carácter y con las mejillas coloradas, me siguió por el pasillo temiendo la reacción de sus “suegros” al ver que su retoño aparecía con una mujer que le sacaba más de medio metro de altura.

        ―Papá, mamá. Os presento a Altagracia.

        Mis padres se quedaron mudos por la sorpresa. La primera en reaccionar fue mi madre, que todavía en la inopia, le preguntó si era mi compañera de clase.

        ―No, mamá. Altagracia es mi novia― interviniendo respondí.

        Casi se le cae la mandíbula al oírme y al borde de una ataque de nervios, la invitó a cenar.

        ―Se lo agradezco, pero no puedo. Debo volver a casa― tartamudeando respondió la morena.

Mi padre viendo la escena decidió echarme un capote y mientras le daba un beso en la mejilla a modo de despedida, le hizo saber que era bienvenida, para acto seguido y girándose hacia mí, preguntarme si no iba a llevar a esa monada a casa.

―Por supuesto― respondí y tomándola nuevamente de la mano, salí escopetado.

Ya en el coche, me percaté que dos gruesas lágrimas corrían por las mejillas de Altagracia y al preguntar el motivo por el que lloraba, la morena me respondió:

―Jamás nadie me había presentado como novia a sus padres.

De nuevo, comprendí el desprecio que sus anteriores parejas sentían por su color y acercando mi cara a la suya, preferí obviar el tema y respondí:

―¡Cómo no voy a fanfarronear del pedazo de hembra que me he agenciado! Sería idiota por mi parte, si no estoy orgulloso de ti.

―Lo dices para hacerme sentir bien― sollozó.

Tratando de hacerla reír y así evitar que siguiera martirizándose, comenté:

―No, lo hago para que mañana cuando me veas sigas queriendo follar conmigo.

―Eres un gilipollas, pero… te adoro― enjuagándose los lagrimones me replicó.

Rectificándola nuevamente, le solté:

―Soy un suertudo que todavía no comprende que has visto en este enano.

Sonriendo y justo antes de besarme, contestó:

―No veo a un enano, sino a un cerdo pervertido que solo piensa en abusar de su bellísima novia…

Durante cinco minutos, nos dejamos llevar por la pasión hasta que poniendo la cordura que a mí me faltaba, Altagracia me pidió que la llevara a casa de sus padres.

Al dejarla en el portal, me tomó de la mano y con una ternura que me dejó totalmente apabullado, me dio las gracias por haberle hecho pasar el mejor fin de semana de su vida.

―El primero de muchos― tartamudeé al caer en lo mucho que me gustaba esa morena mientras la veía marchar.

De vuelta a mi hogar, nervioso comprendí que me preguntarían por Altagracia, pero jamás preví que al llegar iba a sufrir un interrogatorio tipo Gestapo y es que nada más entrar en la cocina, mi madre supo que alguien que no era ella había trasteado en ella, tras lo cual revisó a conciencia el piso y descubrió que también habíamos usado la habitación de invitados.

Sabiendo que, si le comentaba algo al viejo, éste le obligaría a callárselo, esperó a que ajeno a lo que se me venía encima entrara por la puerta y sin mayor prolegómeno, me pidió que le dijera cuanto tiempo llevábamos saliendo y que desde cuando me acostaba con ella. Mi padre que estaba leyendo en el sofá trató de mediar diciendo que me dejara en paz.

Si las miradas matasen, hubiese caído fulminado ante la mirada furibunda que le lanzó su esposa y por ello, acobardado, no dijo nada cuando mi madre insistió en que la contestara.

Comprendiendo que se hubiese escandalizado si le decía que la primera vez que había hablado con Altagracia había sido ese viernes, preferí mentir:

―La conozco desde primero y aunque llevábamos tonteando desde entonces, no fue hasta el mes pasado que empezamos a salir.

Que la conociera desde hacía tiempo, la tranquilizó y dirigiendo su mala leche hacia mi viejo le preguntó si él lo sabía. Como en otras ocasiones y aun sabiendo que era mentira que llevábamos saliendo más de treinta días, papá contestó:

―Tu hijo me lo contó hace dos semanas y si no te dije nada fue porque sabía que te iba a sentar a cuerno quemado que tu bebé ya sea un hombre.

Le hubiese abrazado en ese momento al saber que le había contestado eso para concentrar el enfado en él. Y así fue, porque con un cabreo de dos pares de narices su esposa le comenzó a echar una bronca de campeonato.

Mi padre esperó a que se desahogara para decirle:

―Cariño, ¿querías que te dijera que nuestro chaval salía con un bellezón de un metro ochenta que levanta piropos a su paso?  ¿O que su novia es tan guapa que cualquier hetero que se precie desearía para él?

El desmesurado elogio de su marido por la nuera que le acababan de presentar la cogió desprevenida y desmoralizada, contestó que eso era exactamente lo que la preocupaba.

―No quiero que sufras― me dijo casi llorando.

Me quedé sin palabras al ver su preocupación y por ello, nuevamente mi viejo me dio una lección diciendo:

―Pedro sabe más que nadie lo dura que es la vida y en este momento, lo único que debemos hacer es alegrarnos por él y pedirle que sea un caballero con esa preciosa criatura que ha sido capaz de vencer los prejuicios y ver más allá de su estatura.

Mi madre dio por terminada la conversación diciendo:

―No es para tanto, mi hijo es más guapo.

Riendo a carcajada limpia, mi padre me tomó del brazo y susurrando en mi oído, me soltó:

―No le hagas caso… tu madre no sabe de mujeres ¡Altagracia es un bombón!

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