Mujer de estirpe antigua, orgullosa de tus genes mezclados, sangre europea y americana que jamás se había lanzado al vacío de una relación sin futuro. Ejecutiva exitosa, madre amante, dulce compañera que durante años fuiste.
Sin saber porqué esa noche, dejaste todos tus prejuicios al lado de tu ropa. Llegabas a la fiesta con la única idea de escaparte en cuanto transcurriera un tiempo prudencial y por eso pensaste cuando nos presentaron que te podía servir, que ese gachupín alto y moreno, sería una buena distracción mientras pasaba la medía hora obligada por la educación que mamaste de tus mayores.
Coqueteaste conmigo, sin saber el peligro que entrañaba. Aceptaste el bailar, desconociendo que al abrazarme, mi aroma iba a despertar a la hembra que había en tu interior. No rechazaste la idea de salir al jardín, creyendo que no hacías nada malo.
Pero detrás de la fuente, todo cambió. Mi mano te atrajo, y fuiste incapaz de rechazar mis besos, mis caricias. Nunca te hubieses imaginado que tocarme se convirtiera en obsesión y menos que obviando toda prudencia te despojaras de tu camisa, regalándome tus pechos.
Esa noche te desvirgué, rompí tus ataduras, atándote a mi vera.
-Te llevo a casa-.
Rechazar mi orden, te hubiese salvado, pero las hormonas ya recorrían tus músculos, y como si fuera una inyección de quimioterapia, mis palabras te hicieron retorcerte del sufrimiento de lo que significaba, pero ansiosa recogiste tu bolso.
Ya en mi coche, te pedí ver tus piernas, y excitada fuiste subiendo la falda, sin importarte los peatones que desde la acera te miraban. Tus ojos estaban fijos en mi entrepierna, tratando de saber el efecto que tu piel sobre mi sexo. No habiendo descubierto si me excitaba verte, te pareció natural el quitarte el tanga, para profundizar tu experimento irracional.
Irracional, esa es la palabra. No se entiende sino que bajando mi bragueta, te apoderaras de mi sexo en la puerta de tu casa, o que apoyándote en el ascensor esperaras dispuesta mi incursión. Tu gemidos hubiesen podido alertar a tus vecinos, la ropa arrugada al hombre que te esperaba en el sofá.
-Llámame-, te dije dándote mi tarjeta.
Por enésima ocasión, tu vida hubiese seguido su pasado discurrir, si la hubieses roto nada mas llegar a tu hogar, pero en vez de eso, la guardaste como un tesoro. Durante días cavilaste si llamarme, la duda te corroía. De un lado pesaba todo lo que significaban los tuyos, del otro la brutal atracción y el desgarrador placer que encarnaba mi persona.
Todo te impelía a tirar a la basura el papel con mi número, varias veces lo lanzaste y recogiste de la papelera, hasta que en una sinrazón de la que hoy te arrepientes, tomaste tu móvil y marcaste.
-En mi casa en una hora-, fueron mis palabras al contestarte.
Renuente te vestiste, cada paso hacía el taxi fue una tortura, pero tu cueva mandaba, chorreante avizoraba el ser usada. Tocaste mi timbre, ya empapada. Por eso fuiste incapaz de salir corriendo cuando te ordené que te desnudaras.
“No es posible, no soy yo”, pensabas mientras tu cuerpo se aflojaba con mis caricias.
“Esta mal”, te fustigabas cuando sin hacer nada por evitarlo, sentiste mi pene en tu interior.
“No quiero”, te repetías al convulsionar todo tu ser y glotonamente exigías mas placer restregando mi miembro por tus labios.
Esa tarde la lujuria te abrumó, perdiste la cuenta de la veces que me rogaste que te amara, las horas pasaban y tu calentura lejos de disminuir, se incrementaba. Fuiste hembra en celo, zorra de tu dueño, puta gratuita que me regaló su cuerpo sin pedirme dinero, y tristemente consciente de que tu flujo había regado la simiente de tu perdición.
-Vete, es tarde. Te espero el próximo jueves a la misma hora-.
Con un “aquí estaré”, firmaste tu sentencia. Habías probado el pecado, habías adorado al diablo, y jamás podrías salvarte de esas llamas que te consumían al oírme susurrarte al oído, que el siguiente día vinieras sin bragas.
Este gachupín alto y moreno, que soy yo, se ha convertido en tu adicción. Y sentada en el taxi de vuelta, lloraste al percibir que solo pensar en que en siete días ibas a tenerme entre tus piernas, había licuado tu ser.