Soy tu adicción.
Poco podía imaginarte el día que me conocisSin títulote, que pasados unos meses no pudieras vivir sin mí.
Buscando en el diccionario la palabra, su definición es un claro reflejo de lo que sientes.
“Dependencia del organismo de alguna sustancia o droga a la que se ha habituado”
De nada te sirvió negarte a comer conmigo, la primera vez. Temblorosa rechazaste mi invitación al sentir que al apoyar mi mano en tu hombro, algo nuevo rugía en tu entrepierna.
Te estuve vigilando, acechando desde el puesto de mando que me confiere ser tu jefe. Mi despacho era para ti lo prohibido, mis miradas atravesando tu escote, lascivia compartida, mi ropa de repuesto esperando la oportunidad de ser usada dentro de mi armario, tu desfogue.
Trataste de huir, cuando una tarde en la que suponías que no estaba, te pillé masturbándote mientras la olías. No dije nada, solo cerrando la puerta, te obligué a desnudarte. Como ganado en una subasta, te fui reconociendo. Pechos pequeños, vientre plano, sexo depilado. Mi mano recorría tus secretos sin importarle la lágrimas que surcaban tus mejillas.
-Eres una putita, muy guapa-, me oíste decir.
Quisiste revelarte, cuando te pedí que te dieras la vuelta, y que apoyaras tus manos en la pared. Pero mi voz autoritaria y mi dedo recorriendo tu vulva te lo impidieron. Sabiéndote usada, pero secretamente entusiasmada por serlo, notaste como tus duras nalgas eran abiertas. Diste un salto al sentir mi lengua explorando tu entrada trasera, y sin moverte, aguardaste que mi sexo, rompiera el hasta esa fatídica tarde virgen agujero.
Te dolió cuando mi capullo forzó tu ojete, pero sin emitir queja permaneciste en la misma postura, mientras centímetro a centímetro mi cruda extensión te llenaba.
Desde entonces eres adicta a mi leche en tu intestino. Eres incapaz de no mojar tus bragas, o como dices tú con tu lengua mexicana, tus pantaletas, cada vez que recuerdas como esperé que te relajaras, para iniciar el camino que te llevaría al orgasmo. Nunca podrás evitar el volver a escenificar lo ocurrido. Día tras día, al ser la hora de cerrar la oficina te descubro en mi despacho, una veces con mi camisa, otras con mi chaqueta, esperando que anude a tu cuello mi corbata y que te paseé por la alfombra hasta llevarte al mismo rincón, donde hace tres años te desvirgué.
Nunca podrás dejarme, lo sabes. Soy la droga que da sentido a tu mísera vida, soy la coca y el éxtasis que te dan fuerza para levantarte cada día. No hay metadona, no existe tratamiento de desintoxicación, solo una breve esperanza, y es que con mi simiente algún año, tu vientre florezca y tu hijo te dé el motivo de huir de mí

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *