UN VIAJE EN TREN:

Mi nombre es… bueno, qué mas da. Total, aunque lo dijera, no iba a aparecer ni una sola vez más en el relato…
Bastará con que os diga que soy un tipo normal, españolito de a pié y que escribo esta historia porque todavía no me creo lo que me ha pasado. Normalmente yo soy de los que leen estos relatos, sin acabar de creerme que estas cosas pasen, para hacerme unas pajillas, como dice nuestro paisano Torrente. Pero hoy me he erigido en protagonista, así que no me aguanto las ganas de contárselo a alguien… y como mis amigos no me iban a creer…
Acabé la carrera universitaria en Septiembre pasado. Mis notas… normalitas. Desde entonces ando a la caza de curro, ya saben, como tantos otros, sin encontrar una mierda, a no ser que esté dispuesto a trabajar de 7 a 7 por mil tristes euros al mes y en algo que no tiene absolutamente nada que ver con lo que he estudiado.
Así me he pasado los últimos meses, echando curriculums por cientos, acudiendo a decenas de humillantes entrevistas de trabajo, en los que los huevos se te ponen de corbata, mientras ves al lado tuyo a un montón de gente de tu edad que, al menos por el aspecto, parecen estar infinitamente más cualificados que tú para el trabajo. Y así me iba.
Pero por fin, y con la ingente cantidad de experiencia acumulada en los últimos meses, la semana pasada afronté con el aplomo necesario la enésima entrevista. Le caí en gracia al entrevistador, gracias a mi extraordinaria preparación, simpatía y nivel cultural.
En realidad lo que pasó fue que descubrí que el tío era del mismo equipo de fútbol que yo y, disimuladamente, saqué el tema a colación, lamentándome por los nefastos arbitrajes sufridos durante toda la temporada… y eso bastó.
Días después recibí la llamada para concertar una segunda entrevista, lo que era la primera que me pasaba, así que, loco de contento, accedí a todo lo que me dijeron.
El problema es que esta reunión no se celebraba en mi ciudad, sino en Barcelona, a unos buenos mil y pico de kilómetros de casita, y es que claro, en mi curriculum figuraba mi completa movilidad geográfica para poder optar al puesto.
Bueno, qué se le iba a hacer. Todo fuera por lograr un buen trabajo. El siguiente problema era el transporte hasta la ciudad condal. El avión quedaba descartado para mí, pues el billete era un poco caro para mis posibilidades. El coche… ni pensarlo, menudo palizón. Así que me decidí por el sistema de siempre: el tren.
Digo de siempre porque mi padre es empleado de RENFE, con lo que puedo viajar con descuento, así que solía hacer mis viajes en ferrocarril. El trayecto era de unas 8 horas, con paradas claro. Pensé en alquilar una litera, pero se salía un poco de presupuesto y consultando los horarios vi que había un tren que salía a las siete de la mañana, con lo que llegaba a Barcelona a las 3 de la tarde más o menos, hora perfecta pues la entrevista estaba fijada a las 18:00.
Con todo decidido, reservé billete en ese tren, en un departamento privado a precio de billete normal gracias a los contactos de mi padre. Y ese fue el inicio de mi aventurilla.
El día fijado salí de casa despidiéndome de mi madre. Mi padre me llevó en coche a la estación, aprovechando que entraba a trabajar. Se despidió de mí con un abrazo y me deseó suerte… y de hecho, fue precisamente suerte lo que tuve, ya verán.
Me acomodé en mi departamento en el vagón, ya saben, un habitáculo cuadrado, con una puerta deslizante que lo aislaba del pasillo, con dos asientos para tres personas, uno enfrente del otro y una gran ventana que permitía admirar el paisaje.
Yo viajaba ligero de equipaje, tan sólo un pequeño neceser y el maletín con mi portátil. Las primeras horas de trayecto fueron tranquilas, dando una cabezada, cosa que no me costó mucho, pues estoy acostumbrado a viajar en tren.
Tras dos horas de viaje y deseoso de estirar un poco las piernas, bajé al andén de una estación en la que hicimos una parada. Aproveché para comprar un par de periódicos, Marca incluido, para entretenerme en el trayecto.
Regresé a mi departamento y me senté, dispuesto a leer un rato. El tren retomó la marcha y yo me sumergí en la lectura de las crónicas de los partidos del día anterior, muy interesado en saber cómo coño se las habían apañado los de ese equipo para perder contra el colista en casa.
Entonces llamaron ligeramente a la puerta y tras unos segundos, ésta se abrió asomando el revisor del tren.
        Disculpe señor – me dijo.
        Dígame – respondí dejando momentáneamente el periódico a un lado.
Verá… hemos tenido un problemilla con uno de los departamentos y hay un par de viajeros sin acomodo en el vagón.
¿Y? – dije barruntándome lo que venía a continuación.
Como usted viaja solo, me preguntaba si sería tan amable de compartir su departamento con estos viajeros…

 

Esta historia ya me la conocía. Mi padre me lo había explicado. El problemilla en el departamento era que habían vendido más billetes de los que cabían en el tren (o se habían vendido menos de los esperados con lo que se había retirado un vagón completo del convoy), con lo que ahora había que recolocar a los viajeros como se pudiera. Y el marrón era para los pobres revisores que tenían que dar la cara frente a los viajeros, pidiendo favores y aguantando las malas caras del personal, porque se supone que si uno reserva un departamento privado es porque quiere viajar así, en privado ¿o no?
Qué se le iba a hacer, por solidaridad con un compañero de fatigas de mi padre no iba a negarme. De todas formas, no me hacía gracia tener a unos desconocidos como compañeros de viaje, pues soy algo tímido y me cuesta conectar con el personal, pero qué podía hacer si no.

 

No se preocupe – asentí resignado – No es ninguna molestia.
Muchas gracias – dijo el revisor relajándose al no ser objeto de protestas ni reniegos – Por aquí señoritas, si son tan amables.

 

 

Mientras decía esto, el revisor se apartaba para que entraran mis acompañantes. Al pronunciar la palabra “señoritas”, el hombre consiguió captar completamente mi atención. Y entonces la vi.

En el departamento penetró el más increíble ejemplar de mujer que había visto en mi vida. Rubia, 1,70, pecho generoso, curvas redondeadas, labios carnosos… de esas mujeres que uno piensa que tan sólo existen en los anuncios de la tele, porque nunca se ven por la calle…
Y encima iba vestida en plan secretaria porno (bueno, lo de porno lo añado yo). Traje sastre beige, con falda a medio muslo, medias color carne, zapatos de tacón, blusa blanca debajo de la chaquetilla del traje, entreabierta, mostrando por el escote un cuello de piel blanca, seductor, adornado por una fina cadena de oro.
Para completar su despampanante aspecto de ejecutiva de peli porno (uno de mis fetiches por si no lo han notado), llevaba el pelo recogido en un funcional moño, atravesado por dos palillos chinos para sujetarlo. Completaba su atuendo unas gafas de montura negra, que le daban aspecto de intelectual sexy… la leche se lo juro.
Me quedé boquiabierto mirándola, sin acertar a decir esta boca es mía. Ella me echó una mirada rápida, observando con desagrado la expresión de tontolaba que yo tenía mientras la contemplaba embobado y, decidiendo que yo no merecía mucho más la pena, penetró en el departamento mientras me saludaba con cortés indiferencia.

 

Buenos días – me dijo – gracias por permitirnos compartir su asiento.
No… no… no hay de qué – balbuceé.

 

Escuché entonces una risita divertida que me hizo apartar la vista unos instantes de aquella diosa. Por la puerta entraba en ese instante una joven de unos 17 o 18 años, bastante guapa también, aunque no me fijé mucho en ella, pues enseguida volví a clavar los ojos en la escultural mujer que tomaba asiento enfrente de mí. Lo único que observé de la otra moza era que vestía uniforme de algún colegio privado.
La mayor se situó en el asiento frente al mío, a mi derecha, pegada a la ventana (yo iba sentado de espaldas al sentido de marcha del tren) y la menor a mi izquierda, junto a la puerta del departamento.
La maciza, sin duda más que acostumbrada a que los tipos como yo babearan a su alrededor, decidió que la mejor forma de librarse de mí era ignorarme olímpicamente, así que fingió no darse cuenta de que yo era incapaz de apartar la mirada de ella.
Yo, tan lentito como siempre en cuestión de mujeres, no me di cuenta de que ella pasaba de mí, así que hice unos torpes intentos por entablar conversación.

 

Es una lata viajar con estos de RENFE ¿eh? Aunque tengo entendido que con IBERIA es todavía peor.
Sí – respondió ella.
Y, ¿adónde se dirigen? – insistí.
A Barcelona.
¡Qué casualidad! ¡yo también voy allí! – exclamé entusiasmado – Esta misma tarde tengo una entrevista de trabajo en una importante compañía…
Perdone – me interrumpió – ¿Me prestaría usted el periódico? El deportivo no, el otro.

 

Menudo corte.
Nuevamente oí la risita divertida de la otra chica que acababa de ver cómo la mayor me paraba los pies en seco. Eso es justamente lo que hacía falta, que más mujeres aprendieran cómo mandarme a tomar por culo…
Comprendiendo al fin que allí no había nada que hacer, le alcancé el diario a mi acompañante, un poco dolido por su cortante contestación. Defraudado, abrí de nuevo el Marca para seguir con la lectura de las crónicas deportivas, mientras mentalmente repasaba ingeniosas y ofensivas respuestas que haberle dado a aquel putón desorejado (así comencé a referirme a ella en mi cerebro) cuando ella me cortó el rollo de manera tan eficaz.
Enfurruñado, traté de retomar el hilo de la lectura con el periódico bien abierto delante de mí, tapando mi ruborizado rostro (sí, me puse colorado cuando la tipa me pegó el corte, qué pasa), con la risita de la otra aún zumbándome en los oídos.
Así estuve un rato, haciendo como que leía, pero echándole en realidad disimuladas miradas a la rubia por encima del periódico, pensando en todas las maneras y posturas en que me gustaría follármela allí mismo, haciendo que me pidiera más, obligándola a que me la chupara, dándole por el culo, haciendo que se lo tragara todo… joder, mejor pensar en otra cosa.
Estaba tan embebido en mis pensamientos que ni me había dado cuenta de que las dos mujeres habían empezado a charlar. Bueno, eso no es del todo correcto, más bien la mayor estaba echándole la bronca a la pequeña… muy educadamente, eso sí.

 

… no puedo creer que lo hayas vuelto a hacer.
Déjame en paz – respuesta muy adolescente.
Sí, tú siempre con lo mismo. ¿Y ahora que vas a decirle a mamá? ¿Sabes el disgusto que se va a llevar?

 

¿Mamá? Comprendí entonces que eran hermanas.

 

¿Y a mí qué me cuentas? ¡Para empezar yo no quería que me mandaran a ese colegio de mierda!
¡Niña! ¡Ese lenguaje!
¡Anda, no seas pija! ¡Y no me toques más los cojones!

 

Aunque no se lo crean, ninguna de las dos alzaba el tono en absoluto mientras discutían, al parecer totalmente acostumbradas a discutir la una con la otra sin darse voces. Muy razonable y equilibrado todo, ya saben.
Seguí espiando la conversión un rato, enterándome de la causa de la disputa. Por lo que pude dilucidar, la más joven debía ser una perlilla de cuidado, así que sus papás la habían mandado interna a un colegio. La chica debía haber hecho alguna que otra barrabasada (la impresión que me dio fue que no era la primera vez que la pillaban en falta), así que la habían expulsado una semana del colegio.

 

… y encima tengo que venir al quinto pino a buscarte, porque a la niñita la han expulsado otra vez…
Al quinto coño hermanita… nadie dice ya al quinto pino, pija de mierda.

 

 
Madre. A que se liaban a ostias.

 

Muy bonito. Mira qué lenguaje. Vaya manera de hablarle a tu hermana.
¿Te gusta?
Me encanta. Tengo que dejar el trabajo de lado para venir a buscarla, toda la maldita noche sin dormir, y cuando lleguemos a casa, en vez de echarme un rato, tendré que ir a la oficina a recuperar dos días de trabajo perdidos y todo porque a la niñata de las narices se le ocurrió escaparse a dar una vueltecita por el pueblo…
¿Y qué quieres que haga? ¿Sabes lo aburridísimo que es estar en un colegio sólo con chicas?
Pues te aguantas nena, que tú te lo has buscado. A ver si te crees que a papá y mamá les hizo gracia tener que meterte interna.
¿Ah no? Pues nadie lo diría a juzgar por la de veces que han venido a verme.
¿Pero no eras tú la que no querías que viniésemos? A ver si te decides niña.
Mira, déjame en paz, que si te crees que tengo ganas de pasarme una semana con vosotros…
Pues acostúmbrate, porque la próxima semana te vas a quedar encerrada en casita, aprovecha para ver hoy la calle…
Eso ya lo veremos…

 

Yo escuchaba más callado que un muerto.

 

Ya lo verás, ya – continuó la mayor.
Mira, estúpida, si en el colegio no han sido capaces de retenerme…
Pero en casa no hay nada más que una niña estúpida a la que vigilar.
Ya me contarás después – dijo la joven desafiante – te apuesto que antes de mañana me he ido por ahí con mis amigos.
¿Y qué vas a hacer? ¿Vestirte como una fulana e irte a un after? ¡Pero tú te has visto!

 

Aquello de la fulana me interesó bastante, así que bajé levemente el periódico para echarle otro vistazo a la jovencita. Bien mirada no estaba nada mal, rubia, de pelo rizado, parecida a su hermana, aunque de rasgos más angulosos, con menos redondeces y vestida con un (ahora lo notaba) sexy uniforme de colegio privado, ya saben con esos de faldita tableada, camisa blanca, chaleco y corbata (en serio, corbata), aunque ella la llevaba floja, con la camisa mal abrochada.
Mientras la observaba tratando de adivinar a qué se refería su hermana con lo del aspecto de fulana, la chica notó que yo la espiaba, esbozando una enigmática sonrisa que hizo que me avergonzara nuevamente, por haber sido sorprendido mirándola. Azorado, volví a subir el periódico, tapándome el rostro, rezando para que la chica no me pusiera en evidencia.
Pero ella no dijo nada, sino que siguió discutiendo con su hermana mayor, diciéndose de todo, pero sin levantar la voz en ningún momento. Muy educaditas ellas.
Ya menos interesado en la conversación (pues básicamente se limitaba a acusaciones de falta de responsabilidad por parte de una y a variaciones de “déjame en paz” por parte de la otra), logré concentrarme un poco en la lectura del periódico hasta que, poco a poco, la discusión se fue apagando.
Escuché entonces un ruidito electrónico, que me hizo echar otro vistazo. Vi que la mayor estaba, ahora sí, leyendo distraídamente el periódico que yo le había prestado, mientras que su hermanita se dedicaba a teclear nerviosamente en su teléfono móvil, creo que con algún juego a juzgar por los efectos de sonido.
Yo seguí a lo mío, sin atreverme a hablar ni con una ni con otra, puesto que desde luego la mayor no quería que la molestase y temía que la menor (que era bastante descarada) me dijese algo acerca de la miradita anterior, así que continué ignorándolas.
Pero, entiéndanme, la mayor estaba demasiado buena, así que, de vez en cuando, le echaba disimulados vistazos, pensando y soñando con lo mucho que me gustaría que me la chupase una hembra así.
Regañándome a mí mismo, traté de centrarme en la lectura, consiguiéndolo parcialmente durante un rato, hasta que, de pronto, noté que algo se deslizaba hasta el suelo, cayendo a mis pies.
Bajé el Marca y miré, dándome cuenta de que mi hermosa compañera de viaje había sucumbido al cansancio de dos días en tren y se había quedado dormida, con lo que el diario que yo le había prestado se le había caído. Su hermanita la ignoraba por completo, inmersa en una apasionante partida en el móvil.
Yo me agaché educadamente, sin mala intención, lo juro, para recoger el periódico, pero entonces caí en la cuenta de que estaba frente a frente con el esplendoroso muslamen de la jamona. Y no pude resistirme a echar una ojeada.
Madre mía cómo estaba. Al quedarse dormida, su trasero había resbalado un poco en el asiento, de forma que la minifalda se le había subido unos centímetros, dejando al aire una generosa porción de sus magníficas cachas. Aguzando la vista, creí entrever incluso su ropa interior en el misterioso triángulo de oscuridad que la falda formaba entre sus muslos. Para cagarse.
Asustado por si la hermanita había notado mis maniobras, me incorporé torpemente en mi asiento, dejando el periódico que ella había dejado caer a mi lado. Me sentía nervioso por el excepcional panorama que acababa de vislumbrar, y decidí tratar de disfrutar del mismo lo máximo posible.
Fingí sumergirme de nuevo en la lectura del Marca, pero lo que hice fue reclinarme, de forma que mi espalda quedara apoyada no en el respaldo, sino en la pared en la que estaba la ventana, subiendo mis piernas y dejándolas reposar en el asiento, como si me estuviera tumbando en el mismo. De esta forma, me bastaba con poner el periódico frente a mí para que la hermanita no pudiese ver a dónde miraba yo, mientras que me bastaba con girar un poco el cuello para poder seguir espiando a mi bella durmiente.
Estaba tremenda.
 
 

Más seguro ahora de que la jovencita no podía ver cómo devoraba a su hermana con los ojos, procedí a recorrer hasta el último centímetro de su escultural anatomía con la mirada. Joder, qué pedazo de tetas tenía, era super excitante verlas subir y bajar rítmicamente al ritmo de su respiración.

Sus labios, carnosos y plenos, estaban entreabiertos y yo me preguntaba muy seriamente qué se sentiría al tenerlos rodeando mi polla. Su piel, blanca, sin mácula, deseable. Sería increíble quitarle los palillos que sujetaban su cabellera y dejarla caer sobre sus hombros en lujuriosos bucles… que buena estaba la jodía.
Entonces ella se movió levemente en sueños, sobresaltándome un poco, lo que me hizo dar un respingo. Afortunadamente, la jamona no despertó, pero el movimiento había hecho que la falda se le subiera un poco más. Madre mía.
Estirando un poco el cuello vi que, bajo su minifalda subida a medio muslo, asomaba el borde de sus medias, lo que me puso a mil. Claro, lógico, un pedazo de pivón como aquel no iba a usar panties. Seguro que llevaba un liguero bien sexy, y nada de braguitas, un pedazo de tanga bien incrustado en la raja del culo, para que algún afortunado mortal disfrutara de aquella diosa.
Entonces, claro, pasó lo inevitable en un gañán como yo. Apurado por intentar ver cuanto más mejor, había estirado el cuello al máximo hacia la rubia, agachándome un poco para tratar de atisbar entre sus piernas. Fue justo entonces cuando perdí el equilibrio y casi me caigo del asiento.
Manoteé alocadamente, tratando de agarrarme donde fuera. En un revuelo de manos, pies y hojas de periódico, conseguí mantenerme sobre el asiento, mientras el corazón me latía a mil por hora. Había estado a punto de caerme encima de la rubia.
Respiré profundamente, tratando de serenarme, pero entonces escuché de nuevo la risa de la hermanita, que se lo estaba pasando bomba a mi costa. Alcé la vista y vi cómo me miraba con una sonrisilla pícara. Me di cuenta entonces de que hacía rato que no se escuchaban los ruiditos del móvil, con lo que comprendí que la chica llevaba minutos observando mis maniobras de pervertido.
¡Mierda! ¿Cómo había podido olvidarme de que estaba allí? ¿Y si le daba por despertar a su hermana? ¡Me iba a poner como un trapo! ¿Y si llamaban al revisor? ¡Me echarían del tren! ¡LA COSA PODÍA LLEGAR INCLUSO A OÍDOS DE MI PADRE!
Completamente acojonado, opté por la decisión más lógica. Me escondí acobardado detrás del periódico, tratando de evitar como fuera la mirada divertida de la chica y rogándole a Dios que no formara ningún escándalo.
Pasaron un par de minutos de insoportable tensión, pero gracias al cielo, no pasó nada. Un poco más sereno, me aventuré a asomarme con disimulo por encima del diario, encontrándome de nuevo con la mirada pícara de la chica, lo que me obligó a esconderme de nuevo.
Entonces escuché dos golpes sordos en el suelo. Intrigado, miré por debajo del periódico y vi allí tirados los zapatos de la chica. Comprendí que ella, para ponerse más cómoda, se había descalzado y había subido los pies a su asiento.
El hecho de que ella se relajara tan tranquilamente me serenó mucho. No parecía que fuera a montarme ninguna escenita.
Más sosegado, hice propósito de enmienda. Me había librado de pasar la vergüenza de mi vida de milagro, así que era mejor no tentar a la suerte. Me incorporé y quedé correctamente sentado, despidiéndome con tristeza de la privilegiada posición que me permitía espiar a la maciza.
Decidido a leer el periódico, me arrellané en el asiento, cruzando las piernas y procurando acomodarme lo mejor posible. Estiré las hojas del diario y retomé la lectura de la crónica deportiva.
Entonces resonó en el departamento el inconfundible sonido de un papel de plástico al ser arrugado e, instantes después, una bolita hecha con el envoltorio de un caramelo voló por encima del periódico que yo sujetaba y aterrizó en mi regazo.
Extrañado, miré por encima de los papeles y lo que vi me dejó completamente paralizado.
La chavalita había sacado un chupachups Dios sabe de donde y se dedicaba lamerlo de forma arto erótica mientras me miraba sonriente. Yo, alucinado, me quedé mirándola, sin saber cómo reaccionar.
La nena lamía sensualmente el afortunado caramelo, recorriendo la bolita con la lengua. Muy lentamente, lo introducía entre sus labios, metiéndolo y sacándolo con enloquecedora cadencia. Cuando vio que había captado por completo mi atención, lo introdujo más hondo, empujando con el caramelo la cara interna de su mejilla, que se abombaba hacia fuera de la forma más erótica que pueda imaginarse.
Volvió a sacarlo, deslizándolo muy despacio por su lengua, para volver a introducirlo de nuevo, haciéndolo girar entre sus labios. Y todo esto sin dejar de esgrimir su pícara sonrisilla.
Yo seguía mirándola alucinado, con la boca tan seca que no habría podido articular palabra aunque hubiera sabido qué coño decir.
Justo entonces, aquella zorrilla llevó sus manos hasta sus muslos, y agarrándose la falda, se la subió unos centímetros, dejando al aire sus juveniles y deseables muslos. Yo, aunque esté mal el decirlo, me la comía con los ojos, sin parpadear siquiera, deseoso de no perderme ni un instante de espectáculo.
Ella deslizó entonces uno de sus pies voluptuosamente sobre el asiento, dejando deslizar la planta sobre el mismo, hasta que su pierna quedó encogida. Con esto logró que la falda se le subiera hasta la cintura, con lo que mis ojos viajaron inmediatamente hacia el sur, para ver de qué color llevaba las braguitas aquella cada vez más encantadora señorita.
 

¡Sorpresa! La moza no usaba de eso. Con los ojos como platos pude constatar que aquella golfilla iba alegremente sin bragas debajo del uniforme. Su chochito bien afeitadito se me mostró en todo su esplendor, mientras su dueña se despatarraba en el asiento, riéndose del imbécil que la miraba babeante.

Ni que decir tiene que a esas alturas yo llevaba una empalmada de campeonato. Cuando fui consciente de ello (y pasó un rato no crean, así de atento estaba a la función), crucé las piernas con fuerza, como si hacerlo fuera a evitar que la chica se diese cuenta de lo que ocurría en mi pantalón, lo que consiguió arrancarle otra risita a la chica.
Entonces decidió subir el nivel del espectáculo, así que, mientras me miraba fijamente a los ojos, la golfilla llevó su mano izquierda hasta su entrepierna, abriéndose bien el coño con los dedos. Tras hacerlo, cogió el chupachups con la otra mano y después de frotárselo un poco por la vulva, se lo metió bien metido en el chocho.

 

Cof, cof, cof – tosía yo medio ahogado pues me había olvidado de respirar.

 

La putilla se masturbó unos instantes con el feliz caramelito, para después volver a metérselo en la boca con el gesto más lujurioso que había visto en mi vida (y el menda ha visto mucho porno, que conste).
Justo entonces, la hermana mayor se agitó un poco en sueños, lo que simplemente me provocó un infarto. Juro que mi corazón se detuvo unos segundos, pero como vi que no se despertaba, volvió a latir.
Aquello me devolvió a la realidad. Pero, ¿qué coño estaba yo haciendo? ¡Si aquella chica era menor de edad! (bueno, eso creo). ¿Y si alguien nos pillaba en medio del numerito? ¿Y si se despertaba la hermana?
Azorado (o agilipollado como pensarán algunos lectores), volví a esconderme detrás del periódico, como si fuese la muralla de Jericó, capaz de mantener alejada de mí a aquella zorra lujuriosa.
Pero ella no iba a rendirse tan fácilmente y pronto noté como uno de sus piececitos se apoyaba en mi tobillo y comenzaba a acariciarme la pantorrilla por la pernera del pantalón.
Cuando aquel pié comenzó a ascender por mi pierna dirigiéndose a cierta zona de conflicto, pegué un respingo que casi me hizo llegar al techo. Acojonado, no sabía cómo afrontar aquella situación, así que hice lo de siempre: huir.
Mirando al frente, evitando mirar a la chica que seguía despatarrada en el asiento, traté de alcanzar la puerta para abrirla y escapar, pero ella, hábilmente, colocó uno de sus pies sobre la manija, y al ser una puerta deslizante, me impidió abrirla.
Yo la miré suplicante, para rogarle que no me complicara la vida más y me dejara largarme, pero hacerlo fue un error. Para poder empujar sobre la puerta, la chica se había abierto de piernas todavía más y al estar yo de pié junto a ella, tenía un infinitamente mejor panorama de aquel coño juvenil. Ella, sabedora de adonde apuntaba mi mirada, se lo abrió lo más que pudo con los dedos, mientras se masturbaba lentamente con el índice derecho.
Yo había dejado de luchar por abrir la puerta y la miraba hipnotizado, circunstancia que ella aprovechó para quitar el pié y apoyarlo directamente en mi entrepierna, donde palpó mi dureza por encima del pantalón.
Seguí allí, como un pasmarote, durante un par de minutos, mientras la nena frotaba y frotaba mi nabo con su pié, sin dejar de meterse el dedito por el chochito ni un segundo. Obviamente, yo ya no tenía ni fuerzas ni ganas de luchar, así que cuando ella apoyó el pié en mi pecho y me empujó suavemente hacia atrás, yo no me resistí lo más mínimo, volviendo a quedar sentado.

 

Que sea lo que Dios quiera – balbuceé.

 

Ella sonrió seductoramente ante mi comentario y se levantó, cerrando la cortinilla de la puerta, para que nadie pudiese vernos desde el pasillo. Con movimientos felinos, se arrodilló en el suelo, y se deslizó hasta quedar entre mis muslos. Su hábil manita frotó mi erección por encima del pantalón, dándome placenteros estrujones por encima de la ropa.
Yo contemplaba la escena alucinado, dejándola hacer lo que quisiera, mientras echaba asustadas miradas a su hermana, en busca de alguna señal de que se iba a despertar.

 

Riiiiiis – resonó mi cremallera al ser bajada.

 

Aquel sonido hizo que la hermana mayor dejara de importarme, así que clavé la mirada en la menor, que hábilmente estaba extrayendo mi pene de su encierro. Pensé que iba a chupármelo, pero ella deseaba jugar un poco más, por lo que empezó a acariciarme la punta del capullo con el chupachups, recorriendo todo el glande, mezclando el caramelo con mis jugos preseminales.
Cuando estuvo lo suficientemente azucarada para su gusto, la nenita empezó por fin a lamérmela. Fue como si infinitas estrellitas de colores atacaran mis ojos, pues hasta perdí la visión.
Siendo sincero, no tenía mucha experiencia previa para comparar (sólo me la habían chupado una vez con anterioridad), pero creo no equivocarme al decir que aquella niña llevaba a cuestas la experiencia de mil mamadas realizadas. ¡CÓMO LA CHUPABA!
La lamía, la ensalivaba bien y después se metía un buen trozo en la boca, mientras la recorría con la lengua. Yo, un poco embrutecido, trataba de echar el culo para delante, para metérsela hasta el fondo de la garganta, como había visto en las pelis porno, pero se ve que a ella eso no le gustaba, pues se retiraba impidiéndome clavársela, mientras agitaba a los lados un dedito, en gesto inequívoco de “de eso nada”.
Como no quería hacer nada que estropeara el momento, la dejé a su aire, dueña de la situación y, desde luego, fue un acierto. La muy golfilla aprovechó que tenía la punta de mi polla en la boca para meterse también el chupachups, chupándolos a la vez a ambos, en una enloquecedora danza oral que estaba haciendo que mis rodillas temblasen (de haber estado de pié, me habría derrumbado sin remedio).
Entonces ella decidió que era suficiente, y abandonó su presa, dejando que se deslizara lentamente entre sus labios. Yo iba a protestar, pero ella me puso un dedo en la boca, impidiéndome decir nada.
Mirándome fijamente a los ojos se puso en pié de nuevo, y abriéndose de piernas, se colocó a horcajadas sobre mis muslos. La verdad es que yo no tuve que hacer nada en la operación, pues ella solita se apañaba muy bien. Agarró mi picha con soltura y la colocó entre sus labios vaginales, moviéndola un poco hasta que quedó bien apuntada en la entrada de su gruta. Muy lentamente, fue deslizándose hacia abajo, mientras mi enardecido pene se enterraba en sus entrañas.

Se la clavó hasta el fondo, quedando sentada en mi regazo. Ella ahogó un gemido enterrando el rostro en mi cuello y sentí como sus dientes se clavaban en mi piel, aunque no me importó en absoluto. Permanecimos unos segundos parados, sintiéndonos mutuamente, hasta que, muy despacio, ella inició un cadencioso baile de caderas sobre mi polla.

Era increíble. Cómo lo hacía. Notaba que ella gemía y gemía, con la cara enterrada en mi cuello. Yo ahogaba mis propios resoplidos de placer como buenamente podía, apretando los labios al máximo, pero aún así muchos se me escapaban. De reojo, controlaba a la hermana, pero la tía seguía como un tronco, aunque a esas alturas me importaba una mierda.

Con ganas, agarré las nalgas de la chavalita, estrujándolas con fuerza, lo que hizo que un gritito de sorpresa se le escapara. De perdidos al río, me daba igual, si la hermana se despertaba iba a tener que llamar al ejército para evitar que yo terminara de follarme a aquella leona.
Ella seguía bailando sobre mis caderas, acelerando el ritmo cada vez más, cabalgando mi polla cada vez más fuerte. Su orgasmo llegó bruscamente, intenso, provocando que ella apretara su cara contra mí, aullando de placer. Yo seguía amasando su tierno culito, sintiéndola cada vez más, notando cómo la humedad de su entrepierna empapaba la mía.
Traté de apartar su cara para besarla, pero ella no se dejó. Supongo que para qué iba a besarme si no éramos novios ni nada. Allí se trataba tan sólo de follar.
Noté que se precipitaba mi propio orgasmo y, con un último rayo de conciencia, logré avisar a mi compañera.

 

Ya… ya… me corro – susurré.

 

Ella me descabalgó como un rayo, mientras mi polla protestaba por tener que abandonar tan cálida gruta. Haciéndose a un lado, agarró mi erección con fuerza, pajeándome con rapidez. No tuvo que dar ni tres sacudidas, cuando mi cipote comenzó a vomitar la carga de mis testículos.

 

Ummmmm – gemía yo tratando de ahogar los gritos de placer que pugnaban por escapar de mi garganta.

 

La nena sabía lo que hacía, pues con habilidad apuntó mi polla hacia el suelo, con lo que los espesos pegotes que disparé fueron a estrellarse en el piso. Aún así, alguno escapó, aterrizando en el asiento de enfrente, cerca de su hermana que seguía durmiendo cual bendita.

 

Joder, tío. Ibas cargadito – dijo ella dirigiéndome la primera de las dos frases que me dedicó aquella tarde – ¿Llevas kleenex?
 

 

Yo me limité a encogerme de hombros mientras le alargaba un paquete de pañuelos de papel. ¿Qué iba a decir?
 
La chica, experta en esas lides, recogió las manchas de semen del suelo y del asiento y haciendo una bola con el papel, se lo guardó en el bolsillo. Sin decir palabra, recogió sus zapatos del suelo y abriendo la puerta, salió al pasillo, dejándome allí boquiabierto, con una aplastante sensación de irrealidad.
 
Justo entonces, la hermana mayor se movió en el asiento, estirando los brazos voluptuosamente mientras se desperezaba. Yo la miré, todavía alucinado por la experiencia que acababa de vivir, cuando una vocecita me avisó en mi mente de que algo andaba mal.
 
Como un rayo, me di la vuelta, tratando de meter torpemente mi polla (que estaba morcillona) en el pantalón. Cuando logré subir la cremallera, me derrumbé en mi asiento, rojo como un tomate.
 

 

¿Está usted bien? – me dijo la maciza rubia, mientras me miraba con la misma expresión divertida que yo tan bien conocía en su hermana. Debía ser cosa de familia.
S… sí – balbuceé.
 

 

Momento muy tenso, créanme, aunque la mujer, o no se había dado cuenta de nada, o no le importaba en absoluto.
 

 

¿Mi hermana…? – preguntó.
Ha salido hace poco.
 

 

Estaba asustado a más no poder, así que volví a esconderme tras el diario. Poco después regresó la hermanita, fresca como una rosa, y se sentó al lado de su hermana sin decir nada.

 

 

¿Dónde estabas? – dijo la mayor.
En el servicio. ¿O es que tengo que pedir permiso hasta para ir a mear?
Ay, hija, perdona – dijo maciza woman, un tanto dolida.
Sí, disculpa tú también. No quería contestarte mal.
Vaya, pareces más relajada que antes.
Sí, es que he tenido mucho tiempo para meditar mientras dormías y he comprendido que tenéis parte de razón.
 

 

Sí, sí. Meditar. Mientras escuchaba estas palabras yo me escondía cada vez más tras mi periódico, mientras pensaba si no habría sido todo un sueño.
 
El resto del trayecto fue tranquilo. Mis acompañantes se fueron al vagón restaurante a comer algo, mientras yo, el pobretón, me comía el bocata de chorizo que me había preparado mi madre.
 
Más tarde y como me estaba poniendo cachondo simplemente de compartir departamento con las dos chicas mientras mi mente repasaba los acontecimientos de la mañana, tuve que ir al baño a cascarme una buena paja.
 
Por fin, a las tres de la tarde, el tren llegó a destino. Muy atropelladamente, me despedí de las mujeres, deseoso de largarme de allí pronto, pero mientras salía, la voz de la jovencita me detuvo:
 

 

Espere. Se le ha caído el móvil.
 

 

Extrañado, me di la vuelta y vi que, efectivamente, la niña llevaba mi móvil en la mano. Balbuceando las gracias lo cogí y lo guardé en el bolsillo.
 

 

Y también se deja esto – dijo la mayor.
 

 

La miré y vi que me alargaba mi periódico.
 

 

No importa. Quédeselo – dije.
No, no, insisto. Cójalo. Es suyo.
 

 

Me acerqué y lo cogí y entonces noté cómo su dedo índice acariciaba lentamente mi mano, describiendo sensuales curvas sobre ella.
 
Anonadado, me aparté dejándola salir del departamento, viendo cómo me dedicaba un seductor guiño mientras salía, con la tan bien conocida expresión pícara en el rostro. La hermanita pequeña, que no iba a ser menos, salió en segundo lugar, dejando deslizar distraídamente su mano sobre mi paquete.
 
Aturdido, me dejé caer de nuevo en el asiento, arrojando el periódico a un lado, que cayó entreabierto. Entonces vi unas letras en rojo entre las hojas. Rápidamente, abrí el periódico y me encontré un número de móvil escrito con pintalabios y la marca inconfundible de unos carnosos labios.
 
Una súbita idea penetró en mi mente y con rapidez, saqué el móvil en el bolsillo, mirando como loco la pantalla.
 
“Llama cdo vengas a Bclona” ponía. Y un número de móvil. Si os creéis que voy a escribir cual es, vais listos.
 
 
FIN
 
TALIBOS
 
Si deseas enviarme tus opiniones, envíame un e-mail a:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *