Uno, dos, tres, cuatro y media de la noche… tuve que contar los palillos del reloj del fondo para saber qué hora era, definitivamente el alcohol hacía estragos en mi cabeza. Miré hacia el montón de gente que bailaba en la pista, estaba esperando en la barra a Sebastián, a su novia, a su hermana y Andrés, nuestro compañero en la universidad.

Aparecieron entre el tumulto, apenas los reconocí entre mis ojos entrecerrados, el humo pesado que hacía transpirar las paredes y las cervezas que hacían de las suyas en mi cuerpo. Sebastián venía tomándole de la mano a su novia y con la otra a su hermana. Dicha novia tenía nombre… pero no me importaba, una gordita que, conociendo a Sebastián, caería en un mar de olvido al par de días. Él las ligaba de todo tipo, bonitas, feas, flacas, de izquierda… pero la hermana de éste… ella tenía nombre, claro, las diosas tenían nombre; Marisol.
Qué dulce me pareció ella. Pecaba al sexto siempre que la veía, de edad impublicable e inocente belleza. Se acercó con una sonrisa de diosa virginal, con un encanto arrebatador y con aquel rubio pelaje que caía hasta su cinturita. Vestía una falda de jean y un top rojo fuego que se enterró en mis ojos hasta el día de hoy, poseía unas largas piernas que morían en aquellas botas de cuero negro que le llegaban hasta casi las rodillas. La novia de Sebastián hizo un gesto raro; se inclinó y llevó su mano a la boca. La gorda no era de las que sabía tomar – y vaya que aquella noche se excedió – y quería devolver. Su novio la atajó para preguntarle si necesitaba ir al baño, a lo que ella respondió con una contundente afirmación con su cabeza.

Sebastián miró a su hermana y le ordenó que se quedara con nosotros dos mientras él acompañaría a su chica. La muchachita sonrió al saber que estaría conmigo y Andrés.

Era cierto que Mariola llevaba una larga amistad con ambos desde hacía meses. Había comenzado a salir a farrear con nosotros y en compañía de sus compañeritas de colegio. Con el correr de los tiempos fue hartándose de ellas – no la culpo, eran todas unas mojigatas que se negaban a bailar con hombres – y desde entonces sólo salía con nosotros; Yo, Andrés y su hermano Sebastián, más alguna que otra muchacha que estaba de novia circunstancialmente con cualquiera. Hubo alguna que otra chispa entre ella y cualquiera de nosotros dos durante los bailes, pero la constante presencia de su hermano entre nosotros no nos permitía llegar a más. Pero esa noche cambiaría todo… y de qué manera.
Se sentó en una butaca para quedar entre nosotros dos y conversar distendidamente de lo horrible que eran las otras chicas del pub, señalándolas sin vergüenza alguna y menospreciando sus ropas. Al rato empezó a mostrar síntomas de haber bebido, su cara roja y constantes risas levantaban sospechas. El primero en preguntar qué le sucedía fue Andrés;
– Mari… ¿estuviste bebiendo?
– ¿Yo? Sólo un par de latas… me las pasó Celina, la novia de mi hermano.
– ¿Sólo un par? – interrumpí.
– Bueno…
– Anda, di cuánto tomaste…
– Bueno… me pasé, ¿ya? Al menos no soy tan estúpida como Celina, que ya quiso vomitar. – dicho esto ella misma empezó a toser y se tambaleó como para caer al suelo. Menos mal pude sostenerla por su cinturita.

– Y bien, parece que no sólo Celina se pasó de roscas.

Antes de agregar algo más, ella tomó de mi brazo y rogó que no le contara a su hermano, si él se enteraba, probablemente ella no volvería a salir por un buen tiempo durante aquellas vacaciones. Al instante hizo ademán de vomitar como la gorda hacía ratos lo hizo.
Volví mi vista hacia la pista de baile y observé que Sebastián se acercaba solo. Les advertí a ambos que actuaran tan normalmente como pudieran, Andrés y yo la tomamos disimuladamente por la cintura y lo esperamos esbozando sonrisas forzadas. Al instante vino con una cara de perros;
– Amigos, debo llevar a la gorda… digo, llevar a mi nena a su casa.
– ¿Vomitó? – pregunté aguantándome una sonrisa.
– Eso creo, entró sola al baño y volvió hecha un desastre… ahora está afuera, esperándome en el coche.
– Qué estúpidas son las chicas que traes– interrumpió su hermana con una voz que casi delataba su estado etílico – Ni siquiera saben cómo pasar una noche sin emborracharse. Ni mencionar esa faldita de putita que se puso… dan ganas de vomitar. – dicho esto, yo y Andrés apenas contuvimos unas risas por lo irónico.
– Calla mocosa… – cortó su hermano.
– Bueno hombre, creímos que íbamos a aguantar la fiesta hasta el amanecer, ¡son los últimos días de vacaciones!
– Ya, ya, sólo llevaré a Celina a su casa. Volveré, ¿eh? Y tú – dijo mirando con ojos serios a su hermana que apenas disimulaba su ebriedad – trata de cuidarte y no hacer boludeces, ¿quieres?
– ¡No voy a hacer nada de nada, exagerado! – refunfuñó.
– ¡Y te quedas con estos dos toda la noche! Bueno, les avisaré por celular cuando estoy de vuelta. ¿Estamos?
– Estamos… y vete apurando que tu noviecita estará vomitando en tu coche. – dijo Andrés sonriendo. Y terminó perdiéndose entre la gente.
– A ver, Mari, mejor te llevamos al baño.
– No, no, no, chicos, estoy bien… de veras… – y volvió a tropezarse débilmente, pero la sujetamos a tiempo.
– Ah, vaya, vaya – inquirió burlonamente Andrés – ¡parece que Mariolita se ha emborrachado! Pues qué emoción, como que ya estás creciendo, ¿no?
– Bueno… lo admito, ¿está bien? Me pasé… creo que voy a vomitar…
– Sí que es bonito. – mascullé mientras ambos la llevábamos al baño de mujeres.
Pero ni bien llegamos hacia aquel rincón, nos fijamos en la terrible fila de mujeres que allí había para entrar al baño. Miré con desesperación a Andrés, éste sólo sonreía porque en la fila había una muchacha cuerona, así que observé a Mariola y ésta sonreía porque… bueno, no sé por qué, supongo que su borrachera.
– Manga de… dejen de reírse, ¡miren la fila!
– Ya, tranquilo, fíjate que en el baño de hombres no hay casi nadie.
– ¡Ah, no! ¡Ni loca me llevan ahí!
– Mari, tú no estás para tomar decisiones… ¡mírate!, si no te soltamos caerás hecha un saco de mierda.
– Ya está decidido, vas al baño de hombres, Mari.– rió Andrés.
– ¡Miren, miren, ya me pasó! – dijo ella apartándose de nosotros – Ya no hace falta ir al baño, no tengo náuseas ni mareos… – está de más decir que al instante se la notó incapaz de sostenerse por sí sola, por lo que fuimos para atajarla entre los dos.
– Déjate de excusas… estas que te desmayas.
– No entraré al baño… ¡al baño de hombres! – rogaba entre hipos.
– Entonces vomitarás aquí ante todos, las mujeres te mirarán y te recordarán durante toda la vida como “la chica que no sabe beber”… pasarás pelada, vergüenza total… ¿eso quieres?
– Pues sí, ¿eso quieres Mari?
Ella refunfuñó algo inentendible, nos miramos un momento y terminamos llevándola de los brazos hasta el lugar. Abrimos la puerta, intimidamos al único que estaba allí, diciéndole en broma que íbamos a tirarnos a la nena y necesitábamos privacidad. El muchacho como que se asustó y salió al instante.
El lugar estaba sucio como era de esperar, tenía cuatro cubículos en un extremo y varios lavaderos. Rápidamente llevamos a Mariola hacia éstos, Andrés le había recogido el cabello al tiempo en que ella se inclinaba para intentar devolver.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco minutos pasaron y ella jamás devolvió las bebidas que acusó, sólo se sintió mal. Me recosté por la pared y eché una mirada a la nena inclinada. Andrés soltó su pelo y se acercó a mí;
– Mírala… la mocosa me pone bruto…
– Si Sebastián la ve así, nos mata.
– No, hombre, no me refiero a que está borracha… mira bien, mira cómo su faldita se recoge mientras se inclina… ¿ves esa piel blanca de su trasero? Joder… lo dicho, me la como ahora mismo.
– ¿Que qué?, ¡es la hermana de Sebastián!
– Pues me la suda, está para darse un campeonato. Borracha y caliente. Mejor imposible.
– Qué va, ¿sólo ligarás así?
Y comenzó el desmadre;
– Mira y aprende, joputa. – dijo con aire de chulería, dirigiéndose hacia ella. Giró su vista hacia mí para ordenarme – Y vigila que no entre nadie…
Andrés se acercó a ella y se inclinó para preguntarle si se encontraba mejor, posando ambas manos en su cintura. Ella afirmó pero con los ojos cerrados y levemente se repuso, giró y lo miró cierta extrañeza.
Sin rodeos Andrés le mordió el cuello y metió una mano entre sus piernas que desapareció tras la falda. Mari lanzó un quejido de sorpresa pero pareció disfrutar del manoseo que se echaba con el compañero de su hermano mayor. Él la dio media vuelta y subió la faldita por su cintura para revelarle (y revelarme) sus nalgas blancas como la leche que engullían un pedacito de tela negra que era su tanga.
El desgraciado metió un dedo en el tanga y lo apartó, se arrodilló ante el monumental trasero y empezó a comerle el ano a sorpresivos lengüetazos.
– ¿Pero qué haces? ¡Deja ya! – protestó ella apenas, sosteniéndose boquiabierta por el lavadero. Luego me miró a mí con una carita de vicio; ¡Dile que pare! ¡Dile!..
Antes de poder contestarle pude ver cómo su rostro al rojo vivo empezaba a arrugarse, se mordió los labios y empezó a orbitar los ojos mientras Andrés le seguía metiendo lengua en el culo. El celo que me dio fue de lujos, era capaz de separarla y matarlo a hostias, yo deseaba a la chiquilla tanto como él y no entendía por qué el se quedaba con el trofeo. Se apartó por un momento del lameteo y me llamó;
– ¿Puedes ponerle seguro a la puerta del baño?
Volví de mis celosos pensamientos para contestarle.
– No lo sé… no, no, no se puede.
– Entonces no nos queda otra.
– ¿Qué piensas hacer?
– Me la llevo al reservado de enfrente.
– Pedazo de… ¡Es la hermana de Sebastián!
Tomó de la manito de la muchacha sin hacerme caso, Mari estaba sonriente, como si nada estuviera sucediendo… irónicamente ella mantenía su encanto de diosa y la inocencia en sus ojos. Salieron del baño pero la muchacha frenó su marcha para mirarme;
– Chris – dijo mi nombre – ven.
– Ah, no, no – contestó Andrés – que él espere su turno, princesa.
– Calla, los quiero a ambos.
– ¡No pienso entrar en una habitación del reservado con otro tío! – dije espantado.
– ¡Los quiero a ambos! – gritó con fuerza. – O suspendemos esto. – Al oír esto, Andrés puso un rostro de cordero degollado. Él estaba caliente por ella tanto como yo, pero no hasta el punto de compartirla.
– ¿Suspender esto? – preguntó.
– Así es – dijo ella apartándose altiva de sus brazos. Miré en sus ojos celestes y vi inocencia… vestía como zorra pero vi un auténtico encanto adolescente tras sus ojos.
– ¡Qué va, entonces vienes con nosotros! – me ordenó Andrés con desesperación.
¿Qué decir? La chiquilla esa me ponía a mil y más aún profetizando una tentadora imagen de su joven cuerpo siendo penetrada por dos hombres y llorando del dolor. Fui con ellos hasta afuera del pub y frente al local estaba el mencionado Reservado, una especie de motel donde las parejas que no tenían privacidad en su vida normal iban a disfrutar. Y mientras cruzábamos la calle, Andrés se volvió a mí;
– Tío, a ella la tocas como quieras… ¡pero ni se te ocurra tocarme a mí!
– ¿Qué te crees, cabrón?
– Como me roces te arrepentirás, pedazo de gay.
– ¡Callen los dos! – volvió a interrumpir Mari. Tomó a cada uno por su mano y nos guió altiva hasta el lugar. En silencio sepulcral le dejamos el depósito al viejo encargado y éste nos dio las llaves. Fuimos atravesando los pasillos hasta llegar a la habitación 47, que era la nuestra según el numeral que se inscribía en dicha llave. Aún no me cabía en la cabeza cómo Mari llegó a tal punto con nosotros, tal vez las cervezas tenían algo que ver, observé sus ojos y aún tenía ese encanto que tanto me encantaba.
Fue Andrés quien intentó abrir la cerradura como un poseso mientras yo decidí recuperar terreno, tomé a Mari y le planté un beso morboso, acorralándola contra la pared del pasillo.
– Eh, ya he abierto la puerta, ¡dejad el morreo y entrad, par de..!
– Joder, estás desesperado. – le contesté con una media sonrisa, antes de volver a introducirle mi lengua a la jovencita.
Entramos y llevé a Mari hasta la cama donde continuamos conociendo nuestras lenguas. Mi compañero se acostó a su lado, le retiró la faldita y arrancó de un tirón el tanga. Vi cómo hundió su rostro en su entrepierna para continuar comiéndole el ano, no pude observar más porque la niña tomó mi rostro con sus manos para seguir el morreo.
Mari gemía al sentir a Andrés en su culo, encrespaba su cuerpo y de vez en cuando mordía mis labios con cierta fuerza pero no dejaba el beso nunca. Chupaba mi lengua como si fuera una santa paleta de helado… si su hermano supiera.
Estuvimos un breve rato así, un morreo de dale que dale hasta que decidí quitarle el top para chupar con fuerza sus pezoncitos y seguir bajando a besos hasta su entrepierna donde le presenté mi boca a su delicado coñito. Estuvimos casi una veintena de minutos devorando sus dos agujeros y escuchando cómo la niñata lanzaba groserías que jamás pensamos que alguien como ella diría, enroscaba sus dedos por mi pelo y restregaba más su pelvis contra mi boca para exprimir sus jugos salados.
Andrés cesó su lamida y con un gesto – me golpeó en la cabeza – me indicó que deje de comerla. Se colocó un condón y fue a sentarse en la silla que estaba frente a la cama para llamarla. Me retiré un par de vellitos que se enroscaron en mis labios mientras Mari se dirigió a mi socio;
– ¿Quieres que me siente sobre ti? – preguntó ella con extrañeza en el borde de la cama.
– Aún no conoces el morbo del sexo anal, princesa – dijo él – te he estado ensalivando el ano para eso.
– ¿Estás loco? Ven, Chris. – dijo trayéndome para echar otro morreo de campeonato en la cama. De esos que suenan, resuenan y hacen eco en la memoria.
– No te preocupes Mari – volvió a hablar – sé lo que hago… ¡Eh, escuchadme los dos! – protestó desde la silla.
– ¿Que qué? – susurró ella, apartándose de mi beso.
– Dije que no te preocupes, que te he ensalivado el ano y no te dolerá nada. Bueno, casi nada.
-¡Ah, no, tan borracha no estoy! – dijo tomando un puñado de mi pelo para guiarme hasta su boca y volver a chupar mi lengua.
– Prometo que te encantará la experiencia… tienes un culito de diosas, Mari…
– ¿Que no escuchas?- me volvió a apartar para hablarle a Andrés – ¡Por detrás no!
– Ah, ¿la nena no quiere? Deja de hacerte la remolona y siéntate. Te juro que te encantará, como que me llamo Andrés.
– ¿Estás seguro que sabes lo que haces? – preguntó ella entre nuevos hipos. Me miró con una sonrisa viciosa que se enmarcaba en su enrojecido rostro; “¿Me disculpas?” me preguntó, levantándose, dejándome en la cama y dirigiéndose hacia mi compañero. Giró y se inclinó lentamente hacia él, mostrándole impúdicamente su trasero.
Andrés la tomó de su cintura y la atrajo hacia sí, vi cómo reposó el glande en el ano y lentamente fue introduciéndosela. Veía desde la cama, cómo ella empezaba a sudar y entrecerrar sus ojos… en cosa de minutos nuestra joven puta parecía estar al borde del llanto.
Al instante sonó mi celular. Lo saqué del jean que estaba tirado en el suelo y vi el número… era el hermano de Mari;
“Chicos, ¿están ahí?”
– Esto… ¿qué pasa, hombre? – contesté.
“¿Y la música de fondo? No escucho nada… ¿dónde están?”
– Estamos afuera del pub… tomando aire fresco.
“Bueno… creo que voy a quedarme un poco más con Celina… ¿podrían llevar a Mari a mi casa en taxi?, ¡juro que les devolveré el dinero! Ella tiene la llave en su cartera y no se preocupen por mis padres porque no están.”
– No hay problema, amigo. – dije viendo cómo su hermanita se aguantaba un grito del tremendo dolor frente a mí.
“Trátenla bien, eh. Y no le den nada de beber, par de aprovechados” – rió – “Pero de veras, muchas gracias, eh, les debo.”
– Para eso están los amigos, hombre.– reí antes de cortar la comunicación.
Mari empezó a derramar unas lágrimas del intenso dolor y se mordió un puño;
– ¡La estás rompiendo! – dije asustando.
– Esto es normal. – jadeó él- ya se irá acostumbrando el esfínter de la mocosa esta… ¿ves?
Empezó a gruñir entre dientes que ella tenía un trasero de lo más apretado y que aquello era demencialmente encantador. Y admití estar gozoso con la escena que sucedía a centímetros de mí, la hermanita de mi compañero en cuclillas mientras uno de mis mejores amigos se la metía lentamente.
Me acerqué hacia ella para tomarle por su rostro y lograr penetrar su boquita, viendo cómo sus labios se abrían paso al glande. Mari estaba como llorando a moco tendido por la penetración mientras yo le daba a su boca como si fuera un agujero más, sus senos describían leves arcos, tambaleándose y quemándome los ojos, la sentía hasta su garganta, veía mi glande relucir bajo sus pómulos y la muchacha lanzaba sonidos de arcadas. No lamía nada pero aún así lancé una cantidad de semen hicieron largos hilos que colgaban de sus labios mientras el rostro de la muchacha era como de poseída.
Andrés se levantó y suspendió la penetración, dijo que había metido sólo una porción para acostumbrar el esfínter. Mari ya estaba roja como un tomate, su rubio pelo totalmente desarreglado y el maquillaje algo corroído en su rostro. La llevamos hasta la cama donde mi compañero le ordenó que se posicionara de cuatro patas. Ella arqueó su espalda al hacerlo y la vista de su joven silueta me dio unas ganas de ponerme detrás de ella y darle duro hasta hacerla cantar una sinfonía de gritos obscenos.
Andrés se arrodilló en la cama frente a su trasero, le ordenó ponerlo en pompa – sus pechos pegados a la cama y su traserito fenomenalmente levantado – y fue introduciéndole un dedo en el ano. Yo sólo me limitaba a observar cómo Mariola gemía casi de manera inaudible.
Mi compañero metió un segundo dedo y siguió el vaivén un buen rato. Allí Mari estaba un poco más incómoda pues arañaba con fuerza la cama. Con la otra mano, Andrés fue introduciendo otros dos dedos y me miró con una sonrisa;
– Menuda guarra la hermanita… mira, cuatro dedos… hazme el favor y restriégale tu mano por su coñito, ¿quieres?
– Esperaré turno. – sonreí forzadamente.
– Venga… cabrón, te lo ruego, que le romperé el culo ahora y necesito que la distraigas.
– ¿¡Qué dices!? – protestó Mari. Andrés me rogó con los ojos y no tuve remedio.
Me arrodillé en la cama al lado de Andrés, inclinándome para darle una pasada brutal de dos dedos por el contorno de sus abultados labios vaginales, fui doblándolos dentro de su agujero y la muchacha empezaba a vociferar como una demente y soltar flujos como para darme un baño.
Andrés empezó a hacer fuerza en su ano; los dedos de su mano izquierda y los de la derecha empezaban a separarse por su lado para abrir más el pequeño agujerito trasero. Nada que decir, Mari a pegarse un grito que lo habrán escuchado hasta en Mozambique mientras sus jugos seguían rezumando como ríos de entre mis dedos.
– Lo dicho… me la como ahora. – dijo Andrés mostrándome el agujero visiblemente ensanchado. Reposó el glande allí y la penetró fácilmente. Y yo no quedé atrás, me acosté debajo de ella para poder darle por su vagina roja, sensible y abultada de tanto manoseo.
Así estuvimos dándole sin contemplaciones por un buen tiempo, sin importarnos las serenatas de sonidos que se daba la nena cuando sucumbía ante nuestras arremetidas animales. Al rato Mari berreó entre sollozos sintiendo un pene en su culito y otro en su vagina, al sentir los dos órganos rozarse dentro de su ser mientras sus uñas se clavaban en mi espalda y su boca mordía dolorosamente mi cuello.
Yo terminé por venirme, pude ver cómo Andrés encogió su rostro, se estaba largando en ella. Mari terminó casi desmayada sobre mi pecho.
Andrés retiró su miembro y casi muerto fue a sentarse en la silla. La hermanita de mi compañero seguía sobre mí, me susurraba entre sus llantos cuánto le dolía atrás. La tuve que apartar para levantarme y hacerme de mis ropas. Giré mi vista hacia la cama…
Ahí estaba mi ángel, mi diosa, desnuda, llorado con su pelo rubio desarreglado y el rimel corriéndose con sus llantos. Entonces lo supe, cuando vi un pequeño rastro de sangre corriendo entre sus piernas sentí una estaca clavarse en lo más profundo de mi ser. Andrés ya no sonreía como antes, tan sólo nos observaba atónito.
“¿Qué hice?” murmuró.
“Animales” susurró mi conciencia mientras veía que mi diosa Mari había perdido su encanto, su inocencia y sus ojos se habían convertido en un par de cataratas. Sólo los animales piensan con el sexo… y nosotros nos aprovechamos de su borrachera como malditos. Peor carga en mi mente, imposible. Me acerqué para acariciarle y su manito se enroscó a la mía mientras me susurraba que le dolía todo.
Lo que sucedería después sería una incógnita, los siguientes segundos, minutos y horas de mi vida… una auténtica incógnita. Corría un mar de sangre entre sus piernas, llanto y sudor en su rostro tan dulce.
Uno, dos, tres, cuatro… dieciséis… mi diosa perdió toda su inocencia con dos animales… posé mis manos bajo su mentón y levanté su triste cara, miré sus ojos y ya no vi el encanto que le caracterizaba… sólo vi el horrible destello de los mil y un infiernos que nos depararían el resto de nuestras vida. Intenté limpiar sus lágrimas y consolarla con palabras. Diciéndole, mintiéndole que todo saldría bien. Cada vez que ella intentaba acomodarse en la cama acusaba un horrible dolor en su posterior. Por su parte, Andrés parecía estar esperando que todo hubiera sido una simple pesadilla de la que tarde o temprano despertaríamos, como si fuera una cruenta ilusión… una horrible quimera.
Mari lloraba, Andrés caía a pedazos, se escurría mi vida de entre mis dedos… Uno, dos, tres… mil… mil infiernos me condenaron…
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