Running

Las primeras oleadas de buen tiempo comenzaban a hacer presencia en mi ciudad, señal de que debía comenzar a poner en marcha mi particular operación bikini. Al contrario que en otros años opté por ir a correr al parque en vez de apuntarme a un gimnasio. Estaba cansada de los moscones habituales de esos centros, y preferí practicar running al aire libre.

Por suerte en mi ciudad existe un parque bastante bien equipado para estos menesteres, al que acude gran cantidad de gente dispuesta a practicar y entrenar sus deportes favoritos al aire libre. Además, al estar relativamente cerca de una universidad, es habitual ver entrenar a mucha gente y numerosos equipos de muy diversas modalidades.

Sin duda el escenario ideal para mis pretensiones, puesto que además de ponerme en forma, me gustaba ver hombres correr en sus pantaloncitos cortos y ropa deportiva. Si hay algo que me pone es un tío enfundado en sus mallas marcando un buen paquete. A veces no puedo evitar fijarme en cómo se desplazan sus miembros de un lado a otro dentro de sus mallas. Es algo hipnótico para mi. Para colmo, esta clase de hombres suelen cuidar sus cuerpos, y cada uno en su estilo tienen su puntito que me pone.

Supongo que a ellos les pasará lo mismo, por eso me compré alguna que otra malla bien ceñida a mi cuerpo, pantaloncitos cortos, junto con camisetas ajustadas en la parte superior que resaltasen mis pechos. Ya os imagináis como os digo.

Recuerdo cuando me probé las prendas deportivas frente al espejo que me hicieron sentir divina. Incluso llegaban a marcarse algo mis labios vaginales a través de las apretadísimas mallas. Sabía que más de uno se fijaría en esa parte de mi cuerpo a la menor oportunidad, y sólo la idea de andar provocando al personal de esa manera hacía que comenzase a mojar mis bragas.

Para los que no me conozcan decir que me llamo Sara, tengo treinta y un años, y estoy felizmente casada desde hace varios años con mi marido. Tenemos un niño en común al que adoro por encima de todas las cosas en este mundo, sin duda es lo mejor que me ha dado mi querido esposo, con el que últimamente nuestras relaciones sexuales son más bien escasas. Él se mata a trabajar para que lleguemos a final de mes, viaja mucho, y cuando regresa a casa dice estar muy cansado. Yo en cambio me considero una mujer muy “curiosa” sexualmente  hablando, y a veces no encuentro en mi marido lo que deseo.

Si quieres, puedes saber más sobre mí si consultas mi blog, allí hay colgada alguna foto mía, espero que te guste:

saragozaxxx.blogspot.com.es

A lo que íbamos…

Recuerdo la primera tarde que acudí al citado parque. Como estaba algo lejos de mi casa decidí desplazarme en coche, de esta forma podía dejar en el interior del auto todo aquello que no me fuese imprescindible para hacer ejercicio, y tan solo debía guardar la llave del coche en el bolsillito del interior de mis mallas. Como digo no tenía que llevar objetos innecesarios salvo el móvil que amarraba a mi antebrazo y los cascos para escuchar música mientras corría.

Me lo tomé como una primera toma de contacto, no quise forzar la máquina y me propuse disfrutar de las sensaciones y del esfuerzo. Incluso me bajé una aplicación para el móvil que te decía los kilómetros recorridos, la velocidad media, las pulsaciones, las calorías gastadas…, vamos que estaba como una niña con juguete nuevo.

Reconozco que me costaba respirar y encontrar el ritmo al principio, pues estaba algo desentrenada de un largo invierno sedentaria en casa. Aún así las primeras sensaciones fueron muy agradables. Podía notar las miraditas de cuantos hombres me cruzaba en mi camino, e incluso podía sentir algunos que otros ojos como si los tuviese clavados en mi culo. Me hizo gracia, y debo reconocer que todo ayudaba a continuar y esforzarme un poco más.

Tras la primera ronda al parque, unos veinte minutos corriendo a una media de diez kilómetros por hora según el móvil, pude ver que había un par de zonas habilitadas con aparatos como si de un gimnasio se tratase. Había espalderas, bancos para hacer abdominales, bicicletas estáticas, bancos de pesas, máquinas de remo,…etc., y sobre todo elípticas.

Siempre me han gustado mucho las elípticas, pues además de modelar mis piernas realzan mis glúteos. Así que decidí probar con esta máquina, una sesión de otros veinte minutos y luego vuelta a realizar otra tanda de running antes de retirarme a casa. Para primer día no estaba nada mal, total una horita de entreno.

Al día siguiente me dolía todo, pero no estaba dispuesta a renunciar. Esos días hacía buen tiempo para la fecha del año en la que nos encontrábamos y quería aprovecharlos al máximo. Además, al igual que el día anterior no quería perder la oportunidad de recrearme la vista contemplando a una treintena de machos atléticos sudados y marcando paquetorros en sus mallas. ¡¡Hay que ver cómo me ponen!!.

Los primeros días parecía un partido de tenis, que si mira ese que paquete marca, que si mira el otro que piernas mas peludas en sus pantaloncitos cortos, que si mira ese el ritmo que lleva, debe follar como los conejos,… y cientos de pensamientos semejantes que abordaban mi mente con mi marido lejos de casa mientras corría por el parque.

De nuevo regresé a casa con la satisfacción de saber que conservar y lucir tipo bien merece un esfuerzo para el cuerpo y un regocijo para la vista.

Con el paso de las tardes me dí cuenta que la mejor hora sin duda para satisfacer mis expectativas era al final de la tarde, justo antes del anochecer. Era cuando más machos aparecían sudando en la misma calzada que yo, moviendo sus paquetes de un lado a otro al ritmo de sus piernas. Supongo que por qué era la hora en que terminaban de salir de sus trabajos, de las oficinas, o de las clases en la universidad en el caso de los más jóvenes.

Recuerdo una tarde en la que sin darme cuenta pasé corriendo al lado de un grupo de muchachos que al parecer entrenaban a rugby.

.-“Que no me entere yo que ese culito pasa hambre” gritó uno de ellos mientras se giraba al verme cuando pasé al lado suyo.

“Si tú supieras” pensé yo nada más oírlo.

Me pareció algo vulgar y a la vez muy halagador, la situación más parecía propia de un obrero de la construcción que de un universitario. Me hizo pasar algo de vergüenza porque el resto del grupo se detuvo a contemplarme, pero aún con todo debo reconocer que le sentó muy bien a mi autoestima el piropo recibido.

Como estas se sucedieron alguna que otra anécdota más, que contribuían a que cada tarde saliese más contenta a correr. De hecho esperaba durante todo el día que llegase el momento de ir a hacer running con impaciencia. Creo que incluso llegué a obsesionarme con la idea.

Por otra parte cada día mejoraba mis tiempos y mi estado de forma. Pocos hombres podían seguirme el ritmo. En numerosas ocasiones pude adivinar como más de un gallito que otro trataba de seguirme a unos metros de distancia para disfrutar de la visión de mi culo, y a los que me encantaba dejar atrás para mayor de mi satisfacción.

Me decía a mi misma que aguantarían lo mismo follando que corriendo, y sentía cierto orgullo al descartarlos como amantes por su poco aguante.

El caso es que una tarde, mientras realizaba mi sesión diaria en la elíptica, no pude evitar fijarme en un hombre más o menos de mi edad, que comenzó a realizar ejercicios en las espalderas situadas prácticamente enfrente de la máquina en la que yo estaba.

Marcaba un paquete impresionante, sobretodo cada vez que doblaba las piernas haciendo sus ejercicios. Me quedé embobada como una tonta contemplando el bulto de su entrepierna. Además el tipo tenía un puntazo que estaba para hacerle un favor. Vestía como me ponen los tipos que salen a hacer deporte, con mallas y camiseta ceñida que le marcaban abdominales. Tampoco tenía pintas de ser el típico chulito de gimnasio, pero estaba claro que le gustaba cuidar de su cuerpo.

Estaba absorta en mis pensamientos cuando nuestras miradas se cruzaron un par de veces. Al principio no le dí mucha importancia, supuse que era normal que se fijase en mí. Pero con el paso del tiempo advertí que sus miradas eran tan insistentes como las mías. Yo no soy de las que reculan y continúe mirándolo descaradamente mientras él practicaba sus ejercicios y yo los míos.

La alarma del móvil sonó avisándome de que había concluido mi tiempo de preparación en la elíptica y que debía ponerme a correr otra vez según mi entrenamiento diario.

Me sonreí cuando advertí que aquel hombre al que no le faltaba atractivo dejaba sus ejercicios y se incorporaba a correr detrás de mí manteniendo cierta distancia.

Estaba claro que quería verme el culo. En esos momentos pensé:

.-“Tendrás que sudar para disfrutar de la visión de mi culo” y tratando de retarlo reconozco que aceleré cuanto pude el ritmo.

La gran mayoría de tipos se habrían quedado atrás hacia tiempo con el ritmo que me impuse, y sin embargo podía comprobar en cada curva, que mi eventual perseguidor se mantenía a la misma distancia detrás de mí. A los diecinueve minutos, el móvil comenzó a avisarme de que entraba en el último minuto de entreno, justo cuando iniciaba la mayor recta del circuito, así que decidí esprintar todo cuanto mis piernas daban de sí. Para mi sorpresa nada más acelerar el ritmo mi perseguidor comenzó a hacerlo también, incluso me pasó como una exhalación cuando yo me paré tratando de respirar totalmente exhausta por el esfuerzo.

Pude ver como se perdía en la distancia. Y tuve que reconocer que además de un buen paquete, el tipo tenía mucho más aguante que yo.

“Ese sí que debe follar bien” pensé al verlo alejarse en la distancia.

Al día siguiente sucedió prácticamente lo mismo que el día anterior, cuando llegó la hora de mi sesión en la elíptica, reconocí al mismo tipo de ayer que ya estaba realizando sus ejercicios, esta vez sobre el banco de abdominales. No supe que pensar, lo cierto es que no lo miré mucho. Tenía cierta vergüenza por haberlo mirado tan descaradamente el día anterior. No pensé que pudiéramos coincidir otras veces, tal vez me pasé. Al abandonar la tanda y comenzar a correr, de nuevo me siguió detrás a unos metros. Estaba desconcertada. ¿Qué se proponía?, pensaba mientras corría.

Esta vez decidí reducir el ritmo, lo lógico sería que me pasase, pero no fue así, el tipo continuaba detrás de mí todo el rato prácticamente a la misma distancia. Decidí correr a mi ritmo y no darle más importancia, pero lo cierto es que logró ponerme algo nerviosa, pues siempre me seguía manteniendo la distancia.

La escena se sucedió igual durante unos pocos días más. Al llegar a la zona de gimnasia él ya estaba allí como esperándome. No dejaba de mirarme. Llegué a la conclusión de que le gustaba y me esperaba intencionadamente. De alguna forma se convirtió en un pequeño admirador. Me costó un par de días atreverme a mirarle de nuevo a los ojos, pues he de decir que por primera vez en mucho tiempo me sentía intimidada por sus miradas. No suelo ser mujer que se amedentre en este tipo de situaciones, pero debo reconocer que aquel hombre me atrapaba con sus ojos. Por suerte la cosa no pasaba de miradas el uno al otro, y he de decir que enseguida fui yo también la que quise disfrutar de la visión del cuerpo de aquel tipo y de su llamativo paquete. Además con el paso de los días incluso me gustó exhibirme un poco para él. Se convirtió en una especie de juego para mí.

Así se sucedieron los días, todo transcurrió igual durante un par de semanas hasta que un día pude comprobar cómo se incorporaba a correr detrás de mí durante la primera sesión de running. Supongo que ya se habría percatado que no uso ropa interior bajo mis mallas. Ese día para mi asombro, tuve que contemplar como transcurridos los primeros veinte minutos del tiempo de correr, y llegado el momento de dirigirme hacia la zona de gimnasia, el tipo me adelantó en los últimos metros al sprint para llegar antes que yo a la elíptica. Se me quedó cara de boba contemplando incrédula como practicaba los ejercicios que me tocaba realizar a mí en su lugar sobre la máquina.

.-“Perdona, ¿vas a estar mucho tiempo?” le pregunté algo enfada por su actitud infantil cuando llegué a la máquina.

.-“Será un placer cedérselo, señorita” apuntilló con un particular acento sudamericano mientras descendía de la máquina para ofrecérmelo entre gestos de galantería.

Era la primera vez que intercambiábamos dos palabras y para nada me esperaba ese acento en su voz. Me quede francamente sorprendida. El tipo se puso a realizar sus ejercicios de abdominales mientras me devoraba de nuevo con la vista. Esta vez me fijaba en él tratando de adivinar su procedencia. No parecía ni cubano, ni argentino, ni mexicano por el acento. ¿Qué más acentos podía conocer?. No sabría muy bien precisar. Me fijé en su aspecto, su apariencia me despistaba, ¿de dónde podía ser con ese acento?.

El caso es que se me pasó el rato tratando de adivinar su misteriosa procedencia mientras nos observábamos mutuamente. Lo que no me sorprendió es que cuando transcurrieron los veinte minutos de mi entrenamiento en la máquina, se incorporase a la carrera unos metros detrás de mí como todos estos días atrás.

Yo me lo tomaba como un juego, aceleraba o aminoraba el ritmo a mi antojo, y él siempre permanecía detrás como un guardaespaldas. Sin quererlo ese día nuestra relación había dado un pequeño salto, pues a partir de entonces llegado el momento de la gimnasia siempre intercalábamos alguna que otra palabra.

.-“Buenas tardes” me decía al verme.

.-“Buenas tardes” le respondía sin mucha más conversación.

.-“Hoy hace buen día” otras veces me hablaba del tiempo.

.-“Si, más calor que ayer” le contestaba con pocas palabras.

Desde luego se mostró un tipo totalmente educado y correcto para conmigo en todas las ocasiones.

Así transcurrieron algunos días más sin mucho más que señalar. Aunque reconozco que cada vez pensaba más en él, incluso antes de salir de casa escogía mi ropa de deporte tratando de llamar su atención. Me miraba más en el espejo, y mimaba cada pequeño detalle tratando de captar las miradas de mi guardaespaldas particular. Nunca pensé en serle infiel a mi esposo, simplemente me gustaba coquetear y sentirme deseada. Una pequeña travesura y nada más. Hasta que un día…

Lo recuerdo perfectamente, amenazaba lluvia y viento cuando salí hacia el parque, la humedad ambiental hacía más difícil el piso y la visibilidad. Las inclemencias del tiempo no lograron aún con todo que desistiera de mi particular operación bikini y del esperado encuentro con mi admirador.

Al dar la primera vuelta al parque ya pude advertir que era menos gente que otros días los que practicaban sus deportes. Comenzaban a caer unas tímidas gotas de lluvia que hacían que la práctica del deporte al aire libre no fuese tan agradable.

Al llegar la hora en la zona de gimnasia no hubo sorpresas, y como todos los días seguía aguardándome  mi particular guardaespaldas como yo lo llamaba. El caso es que al ser una zona de tierra y no asfaltada, debí llenarme la suela de las deportivas de barro. Cuando comencé a correr las sensaciones eran molestas y desagradables, por lo que ese día quise terminar cuanto antes. Así que recortaba cada esquina y el recorrido de mi vuelta. Al llegar a una zona de césped no fue menos y también quise acortar un poco el recorrido.

.-“Con esa rubia me iba a correr yo todos los días” escuché que gritaba el simpático tipo de otras ocasiones del equipo de rugby, con acento de recochineo en sus palabras, cuando pasé a su lado recortando recorrido.

Ese día no estaba de humor, y para mi desgracia me volteé con la intención de lanzarle una mirada intimidatoria al gracioso de turno, con tan mala suerte que entre el barro, el césped húmedo por la lluvia, y el mal giro, el destino quiso que resbalase y cayese al suelo provocando encima las risas estúpidas del resto del equipo que contemplaban la escena.

.-“La rubia ha caído rendida a tus encantos” escuché decir a otro gracioso.

Todo sucedió en un momento. Yo estaba airada y enfadada conmigo misma por haberme caído de forma tan torpe, pero sobretodo cabreada por haber hecho caso del estúpido comentario. Debía haberlo ignorado. Ahora estaba medio magullada en el suelo, pero sobretodo dolorida en mi orgullo por las risas que escuchaba.

.-“¿Estás bien?, ¿puedo ayudarte?” escuché el particular tono de voz de mi guardaespaldas que se ofreció a ayudarme a ponerme en pie. Sin duda había contemplado toda la escena al correr detrás mío.

.-“Gracias” dije mientras le daba la mano para incorporarme con su ayuda.

Al ponerme en pie pude darme cuenta que llevaba un raspón en la rodilla, mis mallas se habían roto en esa zona y además sangraba ligeramente. Para colmo al intentar andar  me dolía el pie una  barbaridad. Trataba de caminar pero me punzaba bastante en el tobillo cuando lo intentaba.

Mi guardaespaldas advirtió mi dolor al tratar de andar y me dijo:

.-“Calma, vayamos despacito hasta ese banco” dijo señalando un asiento de madera que había a unos metros al otro lado de la calzada. Me hizo indicaciones para que pasase mi brazo por encima de su hombro al mismo tiempo que él me cogía de la cintura y me ayudaba a caminar.

Yo en esos momentos solo podía pensar en el dolor que sufría cada vez que apoyaba mi pie. Con cierta dificultad logramos alcanzar el banco en el que pude sentarme a serenarme y calmar mis nervios.

.-“Gracias” le dije de nuevo al que apodaba de guardaespaldas mientras me sentaba en el banco.

.-“No hay de qué mujer” respondió de nuevo con su particular acento mientras se situaba con una rodilla postrada en el suelo delante de mis pies, y hacía el propósito de quitarme la deportiva del pie dolorido.

.-“¿Qué haces?” le pregunté al ver sus intenciones.

.-“Tranquila, soy fisioterapeuta” dijo tratando de transmitirme cierta confianza “déjame que le eche un vistazo, me temo que se te está inflamando el tobillo”. Yo contemplé sin ser capaz de reaccionar como me quitaba la deportiva y procedía a extraer también mi calcetín.

.-“Tienes unos píes muy bonitos” dijo nada más vérmelos.

Me desconcertó su comentario acerca de mis píes, pues estaban sudados e incluso algo malolientes. Ni tan siquiera me había pintado las uñas. Tras sus palabras mi guardaespaldas comenzó a mover a un lado y al otro el tobillo observando mis gestos de dolor al hacerlo.

.-“¿Te duele cuando hago esto?” me preguntó al tratar de mover de una forma concreta mi articulación.

.-“Si, bastante” dije realizando evidentes muecas de dolor que se reflejaban en mi rostro.

.-“En cambio dime que no te duele si hago esto otro” preguntó al tiempo que cambiaba el tipo de movimiento.

.-“No, así no tanto” dije algo más relajada.

.-“Me temo te has hecho una luxación en el maléolo, la cosa parece algo seria. Deberías ponerte hielo cuanto antes” pronosticó mirándome a los ojos desde su posición.

Yo no supe qué hacer ni que decir en esos momentos.

.-“Un esguince de tobillo” dijo tratando de aclarar los tecnicismos. Yo continuaba cariacontecida. El tipo en cambio me devolvía la mirada arrodillado a mis pies.

.-“Ohps” dijo incorporándose justo delante de mí “no me he presentado todavía, mi nombre es Rafael, pero puedes llamarme Rafa si lo prefieres”.

Juro que al quedar en pie justo delante mía mientras yo permanecía sentada en el banco, y a pesar de la situación, no pude fijarme en otra cosa que ese inmenso paquete bajo sus mallas a la altura prácticamente de mis ojos y a apenas unos centímetros de mi boca. Quedé como embobada a pesar del dolor.

Creo que él se dio cuenta de a donde se dirigía mi mirada.

.-“Si quieres puedo acercarte hasta dónde quieras” se ofreció caballerosamente interrumpiendo mi embelesamiento.

.-“Gracias, te lo agradezco, me duele muchísimo” dije tratando de ponerme en pie “tengo el coche aquí cerca” le dije señalando la dirección.

.-“Aún no me has dicho tu nombre” me preguntó una vez estuve incorporada.

.-“Perdona. Soy una desconsiderada. Mi nombre es Sara” dije acercándome a él para intercambiar los rigurosos besos de presentación.

.-“Encantado Sara” dijo al tiempo que me daba los dos besos para acto seguido agacharse a recoger mi zapatilla y mi calcetín. Se apresuró a meter éste dentro de la deportiva casi al mismo tiempo que me la entregaba en la mano.

Acepté que se hubiese agachado a recoger la zapatilla pues todavía estaba descalza de un pie en medio del parque.

Una vez le retiré mi deportiva, Rafael me levantó inesperadamente pasando un brazo por detrás de mis hombros y el otro por detrás de mis rodillas, alzándome en volandas entre sus brazos sin que pareciese que mi peso le supusiese el menor esfuerzo. Desde luego el Rafa estaba fuerte en comparación con mi marido que apenas podía levantarme.

.-“¿Dónde te llevo?” me preguntó una vez me acomodó entre sus brazos.

.-“Oh, es hacía allí” dije algo acomplejada aún por su maniobra, señalando el parking dónde había aparcado. Me agarré rodeando su cuello con mis brazos temerosa de caer.

.-“No quisiera causarte ninguna molestia” le dije después de que diese los primeros pasos conmigo en brazos.

.-“No es ninguna molestia, es todo un placer” me dijo sonriente con su misterioso acento.

Durante el trayecto en volandas pude comprobar la fuerza de sus biceps, la rigidez de sus abdominales, pero sobretodo pude apreciar el olor de su cuerpo. A pesar de estar evidentemente sudado desprendía un olor corporal que me resultó agradable. Creo que todas mis feromonas de hembra en celo estallaron nada más olerlo como macho. Además, era lo más romántico que habían hecho por mí en mucho tiempo. Por unos momentos recordé las escenas de la película “El guardaespaldas” en que la Whitney Houston era rescatada por el Kevin Costner de forma similar.

Estaba claro que el tipo no era tan guapo como el Costner, pero me daba igual en esos momentos. El caso es que se había portado como un caballero, había sido atento conmigo, amable y educado. Había pasado de ser mi guardaespaldas a ser una especie de superhéroe, de salvador particular.

Como el coche estaba algo lejos, y con el transcurso del tiempo, el cansancio en Rafael hizo que sus brazos decayesen un poco, y para mi sorpresa la parte más baja de mi culo comenzaba a rozarse con sus partes en cada paso. Yo estaba colorada de vergüenza por el particular roce entre nuestros cuerpos. Su miembro rozaba con mi culo sin que él pareciese percatarse de nuestro contacto. Quise pensar que se hallaba concentrado en el esfuerzo que le suponía llevarme en brazos.

.-“Ya está, hemos llegado” dije algo nerviosa en cuanto llegamos al parking, “mi coche es ese de ahí” pronuncié apuntando a mi pequeño utilitario.

.-“¡Qué casualidad!” exclamó Rafael, “está aparcado justo enfrente del mío” dijo señalando con la vista un lujoso mercedes estacionado frente al mío. Y tras pronunciar sus palabras me dejó junto a la puerta del copiloto de mi coche.

Sus ojos se clavaron en mi cuerpo cuando comprobó el lugar del que sacaba las llaves para abrir la puerta. Seguramente trató de adivinar el color de mi ropa interior, pero no la encontró a pesar de su atenta mirada, y creo que tuvo en ese momento una primera sospecha de que no llevaba ninguna prenda más en mi cuerpo salvo  mis mallas. Eso sí, enseguida se apresuró a ayudarme para que pudiera sentarme sobre el asiento del copiloto.

Antes de que pudiera hacer o decir nada alienada por el dolor, pude contemplar como Rafael se dirigía hacia el maletero de su coche y rebuscaba algo en su interior.

Regresó con un botiquín de esos de emergencia y de nuevo se arrodilló a mis pies con la intención de sanar mi tobillo. Al abrir su botiquín pude comprobar que llevaba un montón de utensilios con propaganda de laboratorios y cosas así. Entre otras cosas llevaba lo que al parecer y según me explicó era una bolsa de frío instantáneo de un solo uso.

Yo flipaba con el invento, pues al presionar en el centro de la bolsa se activaba el frío, que lograba alcanzar hasta diez grados bajo cero de temperatura según sus explicaciones cuando le pregunté. Sentí alivio cuando Rafael la ajustó a mi tobillo. Luego procedió a vendármela, empleó para cortar las gasas unas tijeras de esas tipo quirúrgicas, y me transmitió la confianza suficiente al pensar que se trataba efectivamente de un fisioterapeuta bastante profesional y muy bueno por cierto.

.-“Será, mejor que te cure esa herida también cuanto antes” dijo observando mi raspón en la rodilla mientras permanecía agachado a mis píes, “podría infectarse” dijo al tiempo que extraía un bote de iodo de su botiquín con la clara intención de desinfectar la herida.

Mis mallas estaban rasgadas a la altura de la rodilla e incluso comenzaban a pegarse con mi sangre y alguna piedrecita. Rafael me hizo señas para que me subiese las mallas por encima de la articulación a medio muslo despejando la zona, supongo que tratando de no mancharme, pero estas no cedían más y me era imposible recogerme las mallas como pretendía.

Tras varios intentos, ni corta ni perezosa opté por coger las tijeras quirúrgicas con las que Rafael cortase antes las vendas, y realicé una pequeña incisión en la parte inferior de mis mallas con la intención de que estas se abriesen un poco, y cediesen por encima de la rodilla. Pero para sorpresa de ambos, mis mallas se abrieron de par en par como la carrera de una media, desnudando el muslo de mi pierna por completo hasta que alcanzó la única costura en el elástico superior en la cintura, evidenciando que no llevaba ropa interior y dejando a la vista gran parte mi ingle en ese lado.

Los ojos de Rafael se abrieron como platos sorprendidos por la inesperada carrera de mis mallas que además de demostrar que no llevaba prenda interior, dejó adivinar que llevaba bien depilada la zona más íntima de mi cuerpo. Por suerte reaccioné a tiempo tapándome yo misma con las manos en zona tan comprometida mientras se me escapaba una risa tonta.

Rafael por su parte tomo el iodo y unas gasas, y procedió a lavar y desinfectar la rodilla afectada como si nada hubiera visto, aunque sus manos reflejaban el nerviosismo que de repente invadió su cuerpo.

.-“Ya está” dijo tras vendarme ligeramente también la rodilla, y acto seguido se incorporó enfrente mío.

De nuevo su abultado paquete quedó a escasos centímetros de mis ojos. Era inevitable por mi parte no mirarlo. Rafael, volvió a darse cuenta de mi inexcusable miradita a sus partes, todavía nervioso se retiró de nuevo hasta su coche y regresó con lo que parecía un pantalón de chándal de esos de algodón, tipo unisex.

.-“Ten, será mejor que te pongas esto por encima” dijo ofreciéndome la prenda.

.-“Gracias” dije sin haberme percatado antes de ponerme en pie de que a poco se me ve todo de nuevo, pues mis mallas habían quedado desechas. Rafael se volteó gentilmente al adivinar que en algún momento de recolocarme el pantalón de su chándal se me abrirían las mallas de par en par. Y de hecho así fue, al ponerme el pantalón tuve que soltar la tela de las mallas y estas se abrieron del todo desnudando mi zona pélvica, menos mal que Rafael estaba vuelto de espaldas y creo que no vio nada.

.-“No creo que puedas conducir así hasta tu casa” me dijo mirándome por el retrovisor lateral del coche mientras yo me ponía su chándal. Esta vez, no tuve tan claro que no me hubiese visto, de nuevo me puse colorada como un tomate.

.-“Ya me las apañaré como pueda” le dije tratando de evitar que se molestase en ofrecerme más ayuda.

.-“Deberías dejar que te lleve a casa” insistió por su parte.

.-“No hace falta de verdad, muchas gracias” traté de hacerle desistir.

.-“Insisto, no es ninguna molestia” y mientras decía estas palabras cruzaba por delante del morro de mi coche en dirección al asiento de mando.

.-“No tienes porque molestarte” le dije una vez más resignada a lo evidente mientras me acomodaba en el asiento de copiloto de mi propio coche.

A decir verdad no me hacía mucha gracia que se tomase tantas molestias, ni que supiese donde vivo y muchos otros detalles que seguramente deduciría durante el trayecto.

.-“Usted dirá” dijo el tal Rafael en plan taxista una vez se sentó al volante, puso el coche en marcha, y me miró expectante. No me quedó más remedio que indicarle mi dirección.

Así supo que vivía en un adosado en una zona residencial de la ciudad relativamente pudiente, a que se dedicaba mi marido y a qué me había dedicado yo antes de quedar en paro. Supo que mi marido viajaba mucho por su profesión y averiguó de esta manera que no habría nadie en casa cuando llegásemos. Supongo que también dedujo que pasaba largas horas sola en casa, aburrida, sin más entretenimiento que disfrutar y cuidar de mi cuerpo.

Por su parte me dijo su procedencia y de dónde venía su acento. Tal y como pensaba venía del otro lado del charco, sus abuelos eran españoles que emigraron para allá. Eso lo explicaba todo. Lo cierto es que parecía muy buena persona y la conversación durante el trayecto transcurrió de lo más amigable.

También me comentó que se vino para España a realizar sus estudios como fisioterapeuta, aquí se enamoró de una chica durante su época universitaria, y que luego lo dejó partiéndole el corazón. Aunque según me dijo sirvió para darse cuenta de que en realidad estaba enamorado de España en general y de las españolas en particular.

Antes de acabar la carrera encontró trabajo en prácticas en una prestigiosa clínica, y desde entonces no había dejado de trabajar.

Todo cuanto decía de las españolas eran alabanzas, que si somos muy buenas cocineras, que si somos muy guapas, que si muy ardientes y apasionadas en la cama… y como de tonto no tenía un pelo, aprovechaba la más mínima ocasión para piropearme y tratar de adivinar cómo era yo en realidad. Aunque creo sinceramente que le daba más o menos igual el cómo fuese, me miraba como si lo único que le importase fuese mi cuerpo, y todo lo demás fuera una excusa para cortejarme y llevarme a la cama, cosa que por otra parte digamos que  me agradaba e incluso lograba ponerme un poco.

.-“Las españolas suelen tener una mirada muy profunda y cautivadora” comentó en una de las ocasiones.

.-“Supongo que habrá de todo” le respondí yo haciéndole ver que no todas éramos iguales.

.-“Mírate tú misma, por ejemplo, tienes unos ojos muy bonitos” aprovechó la conversación para hacerme sentir halagada mientras conducía mi auto.

.-“Gracias” le dije “tú también los tienes muy bonitos” traté de devolverle el cumplido.

Al fin llegamos a casa, no me quedó otra que indicarle dónde estaba el mando a distancia que abría la puerta del garaje para que metiese el auto dentro de la cochera. Fue inevitable que me acompañase hasta el salón, aprovechó para agarrarse a mi cintura con la excusa de ayudarme a caminar. No paró hasta dejarme con el píe en alto, en reposo, en el mismísimo sillón de mi casa.

.-“Gracias estoy muy bien así” le dije una vez estuve acomodada en el sillón.

.-“¿Dónde tienes algún calmante?” me preguntó por los medicamentos que pudiese tener por casa.

.-“Oh, en el cajón del armario del baño” le dije indicándole la puerta del aseo en la misma planta baja de mi casa.

Luego se excusó retirándose al servicio señalado. Debo reconocer que estaba algo nerviosa por meter a un extraño en casa de manera tan inesperada. Una oye muchas cosas en las noticias y siempre mantienes la alerta y cierta tensión en estos casos. Sobretodo cuando escuché que zarceaba con el grifo del baño y se demoraba en salir.

.-“¿Ocurre algo?, ¿estás bien?” pregunté a gritos desde el sillón en el salón algo tensa por la situación.

Fue entonces cuando pude escuchar que se abría la puerta del baño y Rafael se presentaba en medio del salón con su camiseta empapada y con el torso desnudo.

.-“Creo que la he hecho buena” dijo con cara de apenado “la camiseta estaba manchada de sangre y he tratado de aclararla un poco, pero me temo que ha sido peor el remedio que la enfermedad” concluyó enseñándome su camiseta totalmente mojada entre sus manos.

Yo apenas pude reaccionar, estaba totalmente embobada contemplando su torso desnudo que marcaba unas tabletas de chocolate por abdominales como nunca había visto antes a un hombre. Al menos nunca tan cerca, y así en vivo, al alcance de la mano. En esos momentos era como un dios griego en mi salón. Creo que incluso hice el ademán de intentar acariciárselos. Se los hubiese tocado con mucho gusto, pero aguanté la tentación.

.-“Siento haberte manchado” dije excusándome nerviosa por la visión de su cuerpo, “veré si te puedo dejar alguna otra camiseta de mi esposo. No puedes salir así a la calle, pillarás un pasmo”, y dicho esto me dirigí renqueante en dirección al cuarto de la lavadora a ver si le podía prestar alguna camiseta de mi marido.

.-“Creo que ésta te podrá estar bien” dije acercándole la camiseta elegida cuando regresé al salón.

.-“Está bien gracias” dijo nada más ponérsela a pesar de que le estaba algo pequeña y le marcaba un poco las formas de su cuerpo. “Por cierto, tenías algún que otro antiinflamtorio en el cajón, me pareció ver diclofenaco, sería conveniente que te tomases uno” dijo mientras yo lo miraba embobada como movía sus sensuales labios al hablar mientras se vestía, yo bajaba mi vista a la vez que él su camiseta hasta su concluir la acción simultánea en su tremendo paquete.

Tras la maniobra y su recomendación se produjo un tenso silencio entre ambos durante unos segundos. Yo lo contemplaba anodadada de que un cuerpo pudiese tener tantos músculos, y él en cambio no dejaba de devorarme con la vista.

.-“Bueno pues nada” dije nerviosa y algo sonrojada.

.-“Bueno pues nada” repitió él como un tortolito.

.-“Será mejor que te vayas” dije evidentemente nerviosa por la situación “aún tienes un rato hasta que llegues hasta tu coche y se te hará tarde” traté de disimular mi estado.

.-“Si eso es, será mejor que me vaya” dijo dirigiéndose hacia la puerta de salida.

.-“Espero que pronto volvamos a correr juntos” dijo por última vez al despedirse bajo el umbral de la entrada.

.-“Ya también espero volver pronto a corrernos juntos” me traicionó la lengua trabándose evidenciando mis pensamientos “perdón, quería decir que también espero que volvamos pronto a correr juntos” corregí mi error articulando a duras penas a la vez que me ponía roja como un tomate.

Nada más cerrarle me apoyé de espaldas contra la puerta. “¿Qué me estaba pasando?” pensé, “¿qué son todas esas mariposas revoloteando en mi estomago?”.

No daba crédito a lo que me estaba sucediendo, me acababa de comportar como una adolescente en pleno estallido de hormonas. Aquello era una tontería carente de todo sentido. Yo era una mujer casada, aquel tipo  no dejaba de ser un autentico desconocido del que apenas sabía nada, y debía alejar de mi mente a toda costa todos los pensamientos impuros que se amontonaban en mi cabeza, impidiendo que pensase con cierta lucidez y coherencia.

Los días se sucedieron como una auténtica condena durante el tiempo que el doctor me recomendó reposo. Permanecía encerrada en casa sin poder salir ni siquiera a la calle, sobretodo los primeros días. Hasta la compra tuve que hacer por internet y pedir que me la trajesen a casa. Vamos, un completo aburrimiento.

Aproveché para leer unos cuantos libros que había empezado y que no había terminado. Me aburría de ver la tele, escuchar la radio, y navegar por internet.

Al menos tenía más tiempo para cuidar de mi cuerpo, ya sabéis, bañitos de espuma relajantes, con música e incienso, velitas, sales de baño y aceites esenciales en el agua y en el ambiente. Tuve tiempo de hacerme la manicura y la pedicura, de exfoliar mi piel, de combatir a base de cremas sus defectos, de hidratar mi cuerpo, hacerme la cejas, mimar el pelo, los dientes, dar volumen a los labios,… en fin, todas esas cosas que nos gusta cuidar a las mujeres.

Debo confesaros que entre tanto aburrimiento, solita en casa, con mi marido de viaje, y el hecho de prestar más atención a mi cuerpo que de costumbre, hizo que durante esos días me tocase en más de una ocasión. Al principio ocurría sin querer, sin buscarlo, por aburrimiento, comenzaba mimando mi cuerpo y la cosa terminaba como si nada, pero con unos ricos y ansiolíticos orgasmos. Con el paso del tiempo y el hastío de estar tanto tiempo sin salir de casa hizo que acariciarme surgiese casi como una necesidad diaria para evadirme.

No podía evitar pensar en mis sesiones de running, en la visión de los paquetes de los tíos moviéndose de un lado a otro dentro de sus mallas, en las piernas peludas y fuertes que veía, pero sobretodo terminaba pensando en Rafael y su poderoso cuerpo. Era inevitable que en algún momento que otro se colase en mis fantasías más secretas.

Imaginaba que me poseía en pie entre sus brazos. Era algo con lo que siempre había fantaseado, que un hombre fuerte y musculoso me hiciera, poseerme suspendida en el aire. Supongo que debido a que es algo imposible de que suceda con mi marido dada su complexión física. Ahora en cambio, era muy fácil ponerle cara a mi poseedor en tan sufrida postura.

También fantaseaba con la posibilidad de hacerlo en algún que otro banco del parque. Era curioso, las primeras veces que lo imaginaba el banco estaba oculto a la vista del resto de transeúntes, pero con el paso de los días esta fantasía fue evolucionando y al final me gustaba imaginar que me poseía expuesta en un banco a la vista de cuantos paseaban por el parque, y que incluso algún que otro anciano y deportista se masturbaba delante de mí tal y como había visto en días anteriores en cientos de videos circulantes por internet de esos de playas nudistas y parques.

Otra de las fantasías que más o menos me gustaba repetir era imaginar que Rafael me ataba a alguno de los árboles y me poseía de esa manera. Algo tipo bondage y cosas así, y con lo que tanto me gusta fantasear desde siempre. Solo que esta vez, supongo que cansada y aburrida de ver páginas de internet convencionales, buscaba algo nuevo con lo que estimular mi mente. No sé vosotras chicas pero a mí siempre me ha ido un poco el rollo bondage, exhibicionista y porque no decirlo también el tema voyeur, al menos en fantasías. Así que inevitablemente durante estos días navegaba por páginas con estos y otros temas fetiche.

Pero como digo, gracias a estos pequeños ratos se pasaron los días en las ausencias de mi esposo. Habrían transcurrido unos cuantos días desde el fatídico accidente cuando recuerdo perfectamente aquella mañana. Salía de darme mi ducha diaria y me embadurné el cuerpo de las correspondientes cremas hidratantes, reafirmantes, anti estrías, revitalizantes, y demás. Yo misma me sorprendí de encontrarme tan dispuesta  esa mañana, sobre todo tras lo ocurrido la noche anterior en la que comencé a navegar de madrugada por internet y terminé masturbándome otra vez como una loca. Esa mañana sabía que sería algo especial nada más darme crema por los pechos,  estos estaban muy sensibles debido a la traca de la noche anterior. Me fijé en que mi pubis llevaba un tiempo algo descuidado y decidí rasurármelo por completo.

“Así está mucho mejor” pensé tras examinarme frente al espejo totalmente afeitada sentada sobre la tapa del bidé. Cuando llegó la hora de hacerme la pedicura creí entender los estímulos de mi cuerpo…

Tenía las piernas flexionadas sobre la misma tapa para alcanzar a verme los píes. Lo cierto es que mis pies nunca me habían parecido especialmente sexys, es más, creo que como a todas las mujeres es la parte que menos nos gusta de nuestro cuerpo.

Sin embargo la noche anterior comencé navegando por internet curioseando páginas que tratasen acerca de la dolencia en mi tobillo. Cosas del estilo como recuperarse antes de una lesión de este tipo y temas parecidos. Buscaba ejercicios para favorecer el movimiento del tobillo, y consejos al respecto. Pero ya sabéis como son estas cosas que una página te lleva a otra, y esta a otra, hasta que alcanzada la madrugada terminé visionando páginas acerca del fetiche que tienen algunos hombres sobre los píes de las mujeres.

Era algo que nunca había logrado entender, pero esa noche cientos y cientos de imágenes de hombres adorando los pies de hermosas y no tan hermosas señoritas, martillearon mi mente logrando penetrar en mi subconsciente.

Sonreí al recordar como comencé acariciándome la noche anterior, como tantas otras veces sin querer al principio, sentada en el sillón del despacho de mi marido, frente al ordenador. Sucedió más o menos como siempre, al principio me toco los pechos por encima de la tela de mi pijamita mientras veo las imágenes que ponen a trabajar mi imaginación. Con el paso del tiempo y los estímulos, mis manos buscan el contacto directo de mis pechos. Si la cosa va por buen camino termino deslizando mi mano por debajo de los pantaloncitos del pijama, por el interior de mis braguitas, hasta masajear mi clítoris y hacerme algún dedo. La mayoría de las veces me corro algo aprisa de esta manera sentada frente al ordenador. En cambio otras, si la imaginación ya está disparada siento la necesidad de tumbarme sobre la cama a culminar lo empezado.

Anoche mi imaginación no solo estaba disparada, sino que estaba desbordada. Tuve la imperiosa necesidad de tumbarme en la cama a estimular con inusual frenesí  mis zonas más erógenas.

Recordé el momento en el que Rafael me desnudó el pie de mi deportiva tras la caída, el instante en el que arrodillado a mis pies en el banco del parque se deshacía de mi calcetín, venerando mis pies, tal y como acababa de ver en cientos de imágenes en la pantalla del ordenador. A esas alturas dos de mis dedos entraban y salían de mi coñito a toda velocidad mientras con la otra mano torturaba mis pezones, temblando y chillando de placer al ritmo de mi imaginación.

La noche anterior tuve uno de los mejores orgasmos de mi vida imaginando que acariciaba el paquete de Rafael con mi píe desnudo por encima de sus mallas de deporte mientras él me inspeccionaba la zona dolorida. Podía sentir con toda precisión en mi mente, cómo mis dedos del pie palpaban su polla a través de la tela. La visión de su hermoso paquete enfundado en sus mallas se repetía una y otra vez en mi cabeza. Pero cuando de verdad me corrí fue cuando imaginé que a través de la tela de sus mallas apreciaba un miembro tan grande como mis píes. Yo calzo un treinta y nueve, lo que serían más de veintitantos centímetros de polla.¡¡Madre mía!!. Me corrí tan solo de pensar que la situación podía darse de verdad, ni tan siquiera había necesitado imaginar que me penetraba para correrme, y todo gracias a la recién sensibilidad explorada en mis pies.

En tiempo real y fuera de imaginaciones, esa mañana estaba sentada totalmente desnuda recién salida de la ducha sobre la tapa del bidé, y con el recuerdo de la noche anterior recorriendo mi mente, así que fue inevitable que mi cuerpo reaccionase al mimar cada dedo de mis pies. Además de mis manos, el mismo frio de la tapa estimulaba las sensaciones que percibía mi cuerpo en esos momentos. Como estaba con las piernas flexionadas, me recliné un poco más hacia delante para buscar nuevos estímulos y rozar mis pechos contra mis propias piernas. Me gustó jugar con la punta de mis pezones y mis rodillas, rozándose de esta manera dos partes de mi anatomía que nunca antes habían estado en contacto de manera tan juguetona, y todo ello a la vez que me acariciaba la planta de uno de mis pies extendiendo la crema hidratante.

Había leído que algunas mujeres son capaces de conseguir el clímax estimulando adecuadamente la planta de sus píes. Creo que lo llamaban el síndrome del píe orgásmico. Estudios científicos aseguran que algunas mujeres pueden alcanzar el orgasmo a través de sus píes. Consultando libros de reflexología oriental corroboraban que las teorías occidentales podían ser correctas, y yo, que soy muy dada a experimentar cosas nuevas quise probar. Además, leí un artículo en una revista que decía que siete de cada diez hombres eran atraídos por los pies femeninos. Mi marido sin duda era de los tres que faltaban en el estudio.

Advertí que a la vez que mantenía mis piernas flexionadas podía estimular mi clítoris con el talón de mis pies. Todo ello provocaba sensaciones nuevas en mi cuerpo. Era raro para mí estimular el clítoris con mi talón, era como un dedo gordo, torpe y áspero de la mano de un hombre, lo que lograba excitarme aún más. A la vez mis pechos se rozaban contra mis rodillas, y aún tenía libres mis manos para acariciarme por el resto de mi cuerpo. Inevitablemente una fue a parar a mis pechos y la otra a mi entrepierna.

Podía verme desnuda frente al espejo del baño sentada sobré la tapa del bidé, con una pierna flexionada tratando de estimular mi clítoris con el talón del píe, a la vez que refrotaba un pecho contra la rodilla y pellizcaba el otro con una de mis manos. Los dedos de la mano restante comenzaban a entrar y salir de mi interior. Podía verme con una cara de zorra frente al espejo en esa posición que lograba excitarme hasta límites desconocidos, al contemplarme a mi misma en posición tan indecorosa frente al espejo. Pensé en el imbécil de mi esposo, en qué pensaría si me viese de esa manera, no sería capaz de entenderlo, sería una pérdida de tiempo tratar de explicárselo. Nunca comprendería que estaba tan, tan, tan necesitada. Porque en el fondo era eso lo que veía reflejado en el espejo, una mujer desesperada hasta el punto de excitarse al más mínimo roce.

Enseguida los dedos que hurgaban en mi interior se aceleraron paralelamente a la proximidad de mi orgasmo. Mi mente y mi cuerpo ya estaban desbordados, de nuevo me imaginaba acariciando con mi pie la polla de Rafael a través de sus mallas. Incluso tuve que morderme en la rodilla para no chillar y alertar a los vecinos debido al placer que experimenté en los primeros espasmos de mi orgasmo cuando…

¡Ding, dong! Llamaron a la puerta.

“Maldita sea no puede ser” pensé.

¡Ding, dong, ding dong, ding dong! insistían en llamar al timbre de la puerta.

“No, ahora no, por favor, justo ahora no” el sonido del timbre logró interrumpir mis pensamientos y las sacudidas de mi cuerpo.

¡Ding, dong, ding, dong!. Continuaban llamando al timbre enérgicamente.

Ya no podía concentrarme, y tuve que parar lo que estaba haciendo, aplazando muy a mi pesar mi orgasmo para otra ocasión.

Por la hora supuse que sería mi madre. ¿Quién si no podía ser tan inoportuna a media mañana?. Además solo ella solía llamar de esa manera tan insistente a la puerta. Así que me anudé el albornoz a la cintura, y bajé a abrirle la puerta tal y como estaba, con el pelo aún húmedo, bueno… el pelo y algo más.

Para mi sorpresa nada más abrir la puerta de casa me encontré un tipo de traje y corbata. Yo me esperaba muy segura a mi madre, y no me lo podía sospechar.

.-“Hola” dijo el personaje, “tenía una visita  aquí cerca y pensé que podría pasar a entregarte esto” dijo ofreciéndome una camiseta entre sus manos. Su particular acento al hablar me puso en alerta.

Era la camiseta de mi esposo y que le presté a Rafael el día del accidente. Entonces lo reconocí por su tono de voz, se trataba del mismísimo Rafael. No lo había reconocido hasta entonces con el traje y la corbata puestos, estaba tan distinto a como lo recordaba. No me lo esperaba y me costó reaccionar.

.-“Perdona si te he molestado” dijo esperando a que reaccionase y temiendo que me hubiese pillado en un mal momento al verme con el albornoz puesto.

.-“¿Guardaste mi camiseta?” preguntó con su característica entonación sudamericana, como tratando de recuperar su prenda.

.-“Oh no, no molestas, para nada, simplemente acabo de salir de la ducha, pasa, pasa, pasa un segundo, enseguida te la bajo” le dije titubeando sin salir de mi asombro, y abriéndole la puerta de casa para que pasase al interior.

.-“Puedes esperarme aquí bajo, la tengo arriba” le dije mientras le hacía indicaciones para que pasase hasta el salón de casa en la planta baja y me diese tiempo de subir por su prenda.

Al subir las escaleras me percaté que sin querer me había puesto de nuevo colorada como un tomate. No era para menos, el tipo que hace unos segundos  me estaba proporcionando uno de los mejores orgasmos de mi vida tan solo con la imaginación, estaba ahora de cuerpo presente en el salón de mi casa.

Cuando regresé del piso de arriba, Rafael me esperaba sentado tímidamente en el tresillo del salón.

.-“Ten, me tomé la molestia de lavarla y plancharla” dije al tiempo que le entregaba su camiseta.

.-“Oh, muchas gracias, no tenías porque haberte molestado” replicó él.

.-“No ha sido ninguna molestia, todo lo contrario” dije mostrándole agradecimiento.

.-“Veo que andas mucho mejor de cómo te dejé” pronunció acto seguido tras observar como había subido y bajado las escaleras.

.-“Mucho mejor” le sonreí al recordar el fatídico día “por cierto…, no te he ofrecido nada ¿quieres tomar algo?, no sé… ¿un café, una cerveza, un refresco…?” le pregunté por educación, aunque realmente lo que trataba era de retenerlo un poco en mi casa. Creo que inconscientemente quería estar un rato más con él, su presencia me era agradable, y la educación al ofrecerle algo un simple pretexto para gozar de su presencia.

.-“Pues mira, sí, un refresco me sentaría bien, si no es inconveniente” replicó aflojando levemente el nudo de su corbata “está haciendo mucho calor hoy” trató de justificarse, aunque los dos sabíamos que se trataba de una excusa por parte de ambos para estar un ratito juntos.

Yo marché a la cocina por un par de refrescos, a mi regreso me senté junto a él en el tresillo dejando las bebidas sobre los posavasos de la mesita central. Rafael le dio un largo trago a su coca cola, se notaba que tenía la garganta reseca, luego me dijo:

.-“Se me hacía raro no verte haciendo ejercicio por el parque” pronunció sin mirarme a los ojos, evitando la mirada.

.-“A mí también, no creas, tengo unas ganas locas por volver a correr, aunque no te lo creas he engordado” dije imitando a mi invitado y dando otro trago a mi refresco.

.-“Mujeeer, tú estás muy bien. No necesitas adelgazar, se te vé muy hermosa. Ya quisieran otras.” Se le notó entusiasmado hablando de mi cuerpo, y dicho esto trató de cambiar de conversación. ”Pero dime… ¿Qué te ha dicho tu médico?” me preguntó interesado en desviar el tema.

.-“Mañana tengo hora en su consulta, me dijo que pasase a los quince días y cumplen mañana. Lo cierto es que me vinieron muy bien tus recomendaciones, sin duda han ayudado a recuperarme.  Espero que me dé el alta médica” traté de explicarme emocionada ante la idea de volver a correr a su lado.

.-“¿Me dejas que le dé un vistazo a ese tobillo?”  preguntó al tiempo que se levantaba del sillón para quitarse la chaqueta y recogerse los puños de la camisa casi a la vez que se aflojaba del todo el nudo de su corbata.

Con tanta decisión por su parte me fue imposible contrariarlo.

.-“¿Por qué no?” murmuré, y antes de que pudiera negarme Rafael estaba a mis pies observando detenidamente el tobillo, igual que cuando me atendió en el coche en el parking.

.-“Dime si tienes alguna molestia al hacer este movimiento” me preguntó a la vez que estiraba mi pie.

.-“No, ya no” le dije orgullosa de mi recuperación.

.-“¿Y ahora?” preguntó de nuevo a la vez que forzaba la posición a un lado y al otro.

.-“La verdad es que ya no me duele” dije observando a Rafael que acariciaba mis pies con suma delicadeza arrodillado ante mí. Me llamó la atención el mimo y el cuidado que ponía cada vez que sus manos entraban en contacto con mi piel.

.-“Esto tiene muy buena pinta, pronto volveremos a correr juntos por el parque”. Pronunció con su particular acento a la vez que acercaba su maletín para extraer lo que parecía una pomada de su interior.

Yo lo miraba embobada, la situación se estaba desarrollando muy parecida a como tantas veces había imaginado en mis momentos más íntimos. Cambiaba un poco el escenario y los ropajes, pero el acto era prácticamente el mismo.

Aproveché esos momentos de desconcierto para observarlo detenidamente. No podía explicarme lo que ese hombre provocaba en mí, pero lo cierto es que me gustaba tenerlo allí, con su cuerpazo y su acento postrado ante mis pies. No pude evitar fijarme en su paquete tras el pantalón de tela. Lástima que ahora no llevase las mallas, le sentaban tan, tan, tan, pero que tan bien.

Su mimo, su cuidado, su atención al tocarme, provocaban que de alguna manera me hiciera sentir especial. Y aunque yo era una mujer casada y decente, era inevitable que su presencia me fuese algo más que agradable, despertando en mí sentimientos que creía adormecidos. Quise retener esos momentos en mi memoria sabiendo que luego me traerían tan buenos recuerdos como los que ya había disfrutado. Al menos esa era mi única intención.

Rafael por su parte puso un poco del gel terapéutico en sus manos y comenzó a darme la pomada en el pie accidentado, el pie izquierdo. Era como una de esas cremas relajantes con efecto refrescante. Agradecí con una sonrisa que estuviera dispuesto a darme un pequeño masaje, aunque al mismo tiempo una sensación como de vergüenza se apoderaba de mi. Aparte de estar aún tan solo con el albornoz puesto, como la gran mayoría de las mujeres considero que los pies no es una zona espacialmente sexy de mi cuerpo, y a la hora de la verdad estaba un poco abochornada. Menos mal que había tenido tiempo de dedicarles cuidados y estaban presentables.

Además me sentía algo intimidada ante el hacer de Rafael. No era habitual en mí dejarme llevar por las circunstancias, siempre me ha gustado dominar la situación, y en cambio, aún en mi propia casa Rafael estaba llevando con resolución la iniciativa. Él por su parte, como leyendo mis pensamientos dijo:

.-“Tienes unos píes muy bonitos” y una vez terminó de expandir la crema en el pie izquierdo pasó a extender más crema sobre el otro pie.

.-“Gracias” dije algo cohibida por sus caricias y la situación.

Reconozco que era la primera vez en mi vida que un desconocido me acariciaba lo pies de esa manera. Además Rafael no mostraba ningún tipo de pudor a la hora de extenderme la crema, como si disfrutase de lo que estaba haciendo. Muy parecido a como había imaginado tan solo hace unos momentos antes de la interrupción.

.-“Posiblemente los píes más bonitos del mundo” dijo esta vez mirándome fijamente a los ojos desde su posición como queriendo decir algo más. Yo no me podía creer lo que escuchaba, incluso pensé que sería fruto de mi imaginación y que aquello no podía estar sucediéndome. Unas mariposas comenzaban a revolotear de nuevo en mi estómago. ¿Pero qué me estaba pasando?.

.-“Eso se lo dirás a todas” quise coquetear con él mientras cerraba meticulosamente los laterales de mi albornoz sobre mis piernas tratando de llamar su atención  y él permanecía arrodillado a mis pies.

.-“No en serio, tienes unos píes muy bonitos, y mira que veo unos cuantos al cabo del mes” hizo un breve silencio para tragar saliva y luego continuar diciendo “además ahora con esta crema te olerán muy bien” dijo al tiempo que acercaba ambos píes a su nariz inhalando su aroma, como quien no quiere la cosa, con mucha naturalidad y simpatía, pero sin duda en un gesto osado por su parte, que interpreté como toda una declaración de intenciones.

Hace tan solo unos días que acababa de leer “El Alquimista” de Paulo Coelho, y lo que decía su autor, eso de que todo el universo conspira para que suceda aquello que deseas. No podía creerlo pero estaba sucediendo. ¿Tanto lo había deseado?.

.-“No sé cómo te pueden gustar los píes” le pregunté jugueteando y tratando de adivinar sus intenciones mientras observaba cómo procedía a masajear mi píe lastimado.

Sin habérselo pedido me estaba dando un quiromasaje relajante en toda regla.

.-“Dicen mucho de una mujer” pronunció al tiempo que comenzaba a acariciar mi pie desde el tobillo hasta la punta de los dedos.

.-“Ah siií, ¿y qué dicen los míos?” pregunté dejándome llevar por la curiosidad y sus caricias.

.-“Por ejemplo, veo que no tienes durezas, eso quiere decir que usas el zapato adecuado. Seguramente porque te gusta cambiar de zapatos con frecuencia” me dijo mientras continuaba masajeando el primer pie arrodillado ante mí.

.-“Es verdad”, dije yo “si pudiera tendría una habitación llena de zapatos” le confesé una de mis debilidades entre alguna risa por parte de ambos.

.-“Es normal” dijo ahora él, “todas las mujeres suelen sufrir de los píes y por eso os gustan tanto los zapatos” dijo concentrado en su tarea.

.-“Nunca lo había visto de esa manera” le respondí dejándome llevar en cada movimiento de sus manos.

.-“Por eso es difícil encontrar una mujer a la que le guste que le adoren los píes” dijo levantando la vista para mirarme una vez más fijamente a los ojos.

Sabía que me quería transmitir algo con su mirada y no podía creérmelo. “Tranquila Sara, seguro que son imaginaciones tuyas, estás tan alterada que te gustaría que sucediese de verdad, pero no son más que imaginaciones tuyas” pensaba mientras me dejaba llevar por las sensaciones del masaje. “Además, eres una mujer casada que se debe a su marido, y una cosa son las fantasías y otra muy distinta la realidad. Así que olvídate de hacer o de decir ninguna tontería. Deja que termine y se vaya cuanto antes” trataba de razonar en mi cabeza. “Una vez fuera de casa te imaginas lo que quieras, y continúas con tu vida” pensaba, y llegué a la conclusión que lo mejor sería cerrar los ojos y  recostarme un poco sobre el sillón tratando de relajarme.

Pero su última mirada continuaba martilleando mi mente impidiendo que me relajase del todo. Una lucha entre mis pensamientos y mis sensaciones  comenzaba a librarse en mi interior. Yo hacía todo lo posible por abandonarme a sus caricias y tratar de relajarme.

Aún con los ojos cerrados como estaba, no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. Estaba casi segura de que pretendía decirme algo más, y que por el contrario le daba como vergüenza. Como dudando de dar un primer paso del que luego arrepentirse. Trataba de adivinar lo que me quería decir al mismo tiempo que sus manos lograban que cada pasada me relajase un poco más. De nuevo concluí que  lo mejor sería dejar de pensar, relajarme y aprovechar el masaje que me regalaba aquel pedazo de profesional que tenía arrodillado ante mí.

Rafael friccionaba ahora con energía en el lateral de mi pie. Lo cierto es que poco a poco, caricia a caricia, estaba rebajando mi tensión. Luego realizó movimientos circulares con su puño en la planta. Yo continuaba con los ojos cerrados abandonada a las ricas sensaciones que me producía. Rafael continuaba masajeándome el pie a la vez que yo me relajaba cada vez más y más con sus maniobras.

Hacía un rato que el silencio se había adueñado de la situación. El hacía y yo me dejaba hacer. Ya no pensaba en nada, mi mente hacía un rato que estaba en blanco, abandonada por completo a las sensaciones que transmitía mi cuerpo.

Desperté de mi estado de ensoñación cuando Rafael cambió del pie lastimado al pie derecho, comenzando a acariciar con sus manos mi otra extremidad. Aunque ese píe estaba perfectamente, advertí que repetía los mismos movimientos que hizo anteriormente y de nuevo me relajé dejándole hacer. Era la primera vez en mi vida que me masajeaban los píes a conciencia y desde luego era muy placentero.

.-“Sabes…” me dijo ahora a media voz. ”Existen diversos tipos de técnicas”. Pero aunque él trataba de hablar, era yo quien forzaba un silencio entre los dos, tan solo de vez en cuando afirmaba con la cabeza por simple educación.

.-“Mm, mm” asentía, dándole a entender que me gustaba lo que hacía.

.-“Existe el llamado masaje maya, el masaje tántrico, también están el masaje japonés, el masaje brasileño,…” sus palabras quedaron en suspense al hacerse totalmente evidente que apenas lo escuchaba en mi estado.

Y es que era inevitable no abandonarse ya del todo a sus caricias. Al principio me acariciaba el pie desde el tobillo hasta la punta de los dedos, luego se centró en el talón durante un buen rato. A continuación le dedicó tiempo a cada uno de los dedos de mi píe. Presionaba en su base para luego estirarlos. De nuevo hizo presión con su puño sobre el arco para acto seguido buscar con sus dedos en los puntos clave de mi planta.

.-“Uhhhm” que rico gemí esta vez con los ojos cerrados sin poderlo evitar mientras Rafael continuaba con sus caricias. Era evidente que estaba ya entregada, rendida a su masaje.

Fue el turno de pasar de la planta del pie al tobillo. Realizó pequeños movimientos circulares alrededor de la articulación. A esas alturas yo estaba en la gloria. Realizó unos cuantos movimientos más que apenas recuerdo debido al estado de relajación en el que me encontraba. Mi mente hacía tiempo que estaba en blanco.

De esta forma se entretuvo un rato más antes de pasar a masajearme el gemelo comenzando desde detrás de mi rodilla. Fue en el momento de notar sus manos acariciando mis piernas, cuando abrí los ojos un instante alertada por su tacto en esa zona de mi cuerpo.

Creí morirme de vergüenza al regresar de mi estado de ensoñación y cruzar por unas décimas de segundo nuestras miradas.

Sin querer había estado abriendo y cerrando mis piernas inconscientemente al son de las caricias de Rafael, y aunque era un leve movimiento fruto de la relajación en la que había caído, había sido lo suficiente como para dejar que las puntas de mi albornoz resbalasen por mis piernas y dejar que éste estuviera confusamente entreabierto. Sorprendí a Rafael desde su posición a mis píes mirando descaradamente en dirección a mi pubis.

Abrí mis ojos apenas un instante y los cerré de nuevo muerta de vergüenza, sin saber cómo reaccionar, ni qué hacer, ni qué decir.

“¿Me estará viendo algo?” pensé mientras me refugiaba de sus furtivas miradas cerrando los ojos con fuerza tratando de disimular mi estupor.

“Sara, deberías cerrar las piernas” pensaba abochornada.

“Ya pero si lo haces ahora te dejarás en evidencia” trataba de pensar en encontrar una solución honrosa a la situación.

“Tranquila mujer, no hagas nada que te delate, además, llevas el albornoz abrochado, seguro que son imaginaciones tuyas, seguro que no ha visto nada” trataba de consolarme mientras mi mente se debatía sobre el correcto proceder en ese tipo de situaciones.

“Ya, pero… ¿y si me está viendo todo desde su posición?, ¿qué pensará de mi?. Pensará que soy una descarada”, mi cabeza no dejaba de dar y dar vueltas a lo que me había parecido ver y no me resignaba a aceptar.

“Piensa Sara, piensa” me repetía mentalmente “piensa una excusa para parar toda esta locura”.

De nuevo me sorprendió el contacto de las manos de Rafael en mis piernas interrumpiendo mis pensamientos.

Sin poder hacer nada para impedirlo las manos de Rafael sobrepasaron mi rodilla para comenzar a extenderme crema sobre el muslo de mi pierna. Había estado tan concentrada en mis temores, que apenas había prestado atención a las caricias de Rafael. Ya había concluido con mi gemelo, y ahora pretendía continuar masajeando mi muslo. Para colmo podía notar como comenzaba a humedecerse mi entrepierna. Yo misma podía reconocer el olor procedente de mi zona más íntima y personal. Sin querer, me estaba poniendo cachonda con sus caricias, mis temores y su presencia.

Inevitablemente mi cuerpo se tensó al contacto de sus manos en mi piel en esa zona de la pierna, tan solo reaccioné cerrando los ojos con más fuerza, aprisionando los cojines del sillón entre mis puños, y muy contraria a mi voluntad dejándole hacer. Rezando porque terminase de una vez y se marchase de casa.

Rafael al ver mi reacción aprovechó para subir un poco más con sus manos embadurnadas en crema por toda la parte alta de mis muslos. Yo me refugiaba  tras mis ojos cerrados con fuerza, hasta el extremo de quedar reflejada una mueca de resignación en mi rostro. Los cojines del sofá estaban ya deformados de la fuerza con la que los estrujaba.

Él aprovechó a esparcir la crema de sus manos deslizándolas incluso por debajo de la tela de mi albornoz. Cada vez que repetía la maniobra lo hacía un poco más arriba, despacio, sin prisa, observando mis reacciones ante su osadía. Cada vez más atrevido dada mi pasividad. Yo consentía en silencio cada centímetro que avanzaba. Estaba segura de que podía notar mi tensión, mis dudas y mis súplicas. Lo sabía y así me lo hizo saber.

.-“Tranquila, relájate, si estas incómoda por la posición puedes apoyar tu pie en mi” dijo al tiempo que cogía mi pie derecho sutilmente en su mano, y lo dejaba descansar en sus pantalones sobre su mismísima entrepierna, como quien no quiere la cosa, como siempre, con naturalidad. Dejándome muy claro que le agradaba el contacto supuestamente involuntario entre mi pie y sus partes aún por encima de la tela de su pantalón.

¡Dios mío aquello no podía ser cierto!. Podía apreciar la dureza de su miembro con mi pie a través del pantalón. ¡Era tal y como había imaginado!. La sentía tan solo en estado morcillona y ya podía notarla desde mi talón hasta la punta de mis dedos.

“No, no, no, no, no, no, no esto no puede estar sucediendo” me repetía en mi cabeza una y otra vez como un mantra.

Creo que dí un respingo y todo sobre el sofá al notar el inesperado contacto de mi pie y su entrepierna. Es que era tal y como había fantaseado tantas veces con anterioridad, y aún con todo continúe inmóvil con los ojos cerrados y estrujando absurdamente entre mis manos los cojines del sillón. Estaba desesperada tratando de relajarme inútilmente.

“Dios mío por favor que termine todo esto”. Rezaba mentalmente porque todo aquello llegase a su fin.

Rafael aprovechó mi desconcierto para deslizar sus manos hasta la parte más alta y tierna de mis muslos, dónde la piel es más suave, rozando incluso de una sutil pasada con el torso de sus manos mis labios vaginales.

Los labios de mi boca se entreabrieron al unísono de la caricia, dejando escapar un tímido suspiro, a la vez que mi pelvis comenzaba a describir pequeños circulitos acompasando la maniobra de Rafael. Estaba claro que en esos momentos era incapaz de parar la situación.

“No por favor, que se pare, que se pare, que se pare…” repetía mi cabeza paralizando mi cuerpo.

Estoy segura de que Rafael me observaba y disfrutaba del momento, y así aprovechó para deslizar sus manos de nuevo por toda mi pierna, hasta rozar otra vez en una nueva pasada con el torso de sus manos mis labios vaginales. Ya no quedaba ninguna duda,  me había acariciado en mi parte más íntima y yo permanecía inmóvil, impasible ante los hechos, incapaz de negarme a nada, aferrada al sillón como única salvación, estrujando inconscientemente los cojines de alrededor como si eso fuera a detener las claras intenciones de Rafael. Para colmo mi humedad y mi olor me delataban.

Antes de que pudiera suspirar de nuevo si quiera, Rafael aprovechó para deslizar sus manos de nuevo por toda mi pierna hasta rozar esta vez con la yema de sus dedos por mis labios vaginales. La búsqueda del contacto por su parte fue totalmente intencionada.  No me quedó otra para disimular que morderme los labios conteniendo los gemidos de placer inevitables.

La maniobra se repitió un par de veces más. Rafael pudo comprobar mi estado de dejadez antes sus incursiones, creo que incluso pudo apreciar la humedad  y el calor que desprendía mi parte más íntima. Estaba siendo todo ya muy descarado.

De repente se detuvo en sus caricias sorprendiéndome de nuevo.

Juro que sucedió todo muy deprisa para mí.

Continuaba postrado a mis pies, y en esa posición aprisionó con una de sus manos mi pie que descansaba en su entrepierna contra su miembro, mientras con la otra mano levantaba mi otro pie hasta su boca.

Pude comprobar sin ninguna duda ya la dureza de su miembro aplastado contra mi pie izquierdo, mientras abría los ojos para contemplar incrédula como Rafael introducía el dedo gordo de mi pie derecho en su boca y comenzaba a chuparlo con auténtico fervor.

Quise chillar, pararlo, detener tan extraña situación, todo era raro y complejo a la vez, y en cambio… no hice nada, estaba completamente alucinada.

Para colmo en su maniobra, tiró de mi cuerpo de tal forma que quedé sentada en el borde del sillón, al subir mi pierna hasta su boca mi albornoz se abrió de par en par descubriendo ante su vista mi pubis rasurado, quedando mi zona más íntima totalmente expuesta ante él en esa posición.

Sus ojos se abrieron como platos al advertir mi desnudez, aunque para mayor aún de mi sorpresa los cerró enseguida tratando de concentrarse en el aroma que desprendía  mi pie y en chupar con auténtica devoción cada uno de mis dedos.

Yo lo miraba estupefacta, no sabría cómo describir la situación. ¿Qué clase de pervertido era?. Por una parte me sentía deseada hasta límites insospechados antes para mi, por otra no sabía que pensar de todo lo que estaba sucediendo.

Creo que era esto último lo que paralizaba mi cuerpo, una situación tan inesperada como deseada.

Una cosa estaba clara, aquel personaje estaba más interesado en lamerme el pie que en devorar otras partes expuestas de mi cuerpo, y eso que comenzaba a acariciarme levemente tratando de fijar su mirada en otra zona muy distinta de mi anatomía. Debo confesar que me sorprendía cada uno de sus movimientos más que el anterior, logrando que permaneciese inmóvil, observando y dejándome hacer. No podía creer que aquel hombre estuviese más interesado en chupar mis pies, que mis pechos, mi culo, la boca, o mi conejito. Ciertamente era desconcertante y de eso se aprovechaba.

Al fin parece que se dio por satisfecho y comenzó a besarme por el empeine y alrededor del tobillo sin dejar de mirarme a los ojos, se recreó subiendo por mi pierna con tímidos besitos, me besó por el interior del muslo hasta llegar a mi coñito. Se entretuvo en besarme alternando de una pierna a otra, pasando por el pubis. Se deleitaba besando mi rasurada zona y respirando mi aroma más profundo de mujer. Todo ello sin prisa, con calma, sin perderse mi rostro de vista, disfrutando de mi pasividad y gozando con mi desesperación que iba en aumento.

Yo estaba ansiosa porque sucediese lo inevitable ya a esas alturas. Mi pubis se movía en tímidas circunferencias al ritmo de su provocación. Mis pechos subían y bajaban al ritmo de mi respiración entrecortada. Un calor sofocante inundaba mi cuerpo. Mi corazón latía acelerado. Ambos sabíamos que habíamos superado el punto de no retorno, y ya no había vuelta atrás. Suplicaba mentalmente porque terminase con esa tortura a la vez que mi cuerpo respondía cada vez más a sus estímulos.

Rafael parecía adivinar mi lucha interna tras mis ojos cerrados a cal y canto, y al fin pude notar su lengua recorriendo de abajo arriba mi parte más íntima, separando mis labios vaginales, a la vez que su saliva se mezclaba con mis fluidos que esperaban impacientes por manar al exterior. Mí perfume más íntimo se apoderó de la estancia. Pasó su lengua muy despacio, observando mi reacción, degustando mi sabor y mi aroma. Mi cuerpo tembló de excitación.

Aunque en esos momentos me hubiera gustado sentirme la única mujer en el mundo a la que hubiese poseído ese portento de hombre, por su habilidad y por sus maneras, no tuve ninguna duda de que lo había hecho un montón de veces con anterioridad.

.-“Uuuhmmm” no pude evitar gemir al notar su lengua explorando en mi interior a la vez que pensaba que Rafael era un autentico sinvergüenza. Era incuestionable que eso se lo hacía a muchas de sus clientes. Me agitaba inquieta por lo que pudiera hacerme. Temía perder el control. Estaba claro que aquel extranjero del otro lado del atlántico sabía proporcionar placer a una mujer.

“Menudo cabrón”, pensé “¡Qué bien lo hace!, seguro que esto se lo ha hecho a otras muchas” deduje de su maestría. Pero en esos momentos me importaba un carajo, es más, por alguna extraña razón lograba que acrecentase mi excitación. Supongo que era parte de su encanto. Estaba inmersa en una nube de placer y me daba todo igual, llegados a ese punto tan solo quería acabar con el malogrado orgasmo de hacía un rato en el baño había sido interrumpido.

“Este cabrón se ha sabido aprovechar” pensé antes de cerrar los ojos y acomodarme en el sillón dispuesta a disfrutar lo mío. A esas alturas tenía claro que él quería complacerse con mi cuerpo y yo exprimir el suyo. Quise que mis piernas descansasen cada una sobre los hombros de Rafael. Estaba decidida a gozar lo máximo posible de aquella aventura. Seguramente nunca tendría otra oportunidad igual. Así que lo agarré del pelo y retuve su cabeza entre mis piernas. Lo necesitaba, necesitaba correrme fuese como fuese.

.-“Eso es, uuuhmm me gusta, me gusta mucho lo que me haces cabrón, cómemelo” susurré mientras le revolvía el pelo entregada a disfrutar del cunnilingus que me estaba haciendo.

Rafael por su parte se esmeraba en su proceder. Al principio recorría de abajo arriba mis labios vaginales, lamiendo mis fluidos que emanaban a borbotones. Luego localizó mi clítoris con la punta de su lengua y procedió a estimularlo de abajo arriba, de un lado a otro y con movimientos circulares. Su lengua tililaba alrededor de mi clítoris sin parar. Aquel tipo estaba logrando emputecerme como nunca antes hubiera imaginado que me dejaría llevar.

No os lo vais a creer pero lo que más morbo me daba en esos momentos era notar el contacto de sus orejas y su barba prisionero entre mis muslos. Bueno eso, y el hecho de que mi marido nunca me había devorado antes de esa manera.

Ya no aguataba más, estaba a punto de correrme y así se lo hice saber a Rafael.

.-“Para Rafael, me corrroooh” grité a la vez que aprisionaba aún más su cabeza con fuerza entre mis piernas y me aferraba con mis manos al pelo de su cabeza. Nada más informarle de mi estado Rafael me dio un par de mordisquitos en mi clítoris que me enloquecieron hasta límites insospechados para mí.

.-“Para, para, para por favor, quiero que me folles” dije totalmente fuera de mi, deseosa por correrme siendo penetrada. Pero Rafael no hizo mucho caso y continúo afanado degustando mi esencia de mujer más profunda.

.-“Para por favor, quiero que me folles, oyes. Quiero que me la metas” imploré esta vez tratando de impedir que continuase agitando mi cuerpo a un lado y a otro.

Rafael se detuvo, me miró a los ojos desde su posición, y sin dejar de tener en todo momento contacto visual entre los dos se incorporó y se puso poco a poco en pie. Se sonreía y se relamía en todo momento sin dejar de observarme de manera lasciva.

Yo lo miraba muerta de vergüenza, en mi interior sabía que lo que acababa de pedirle no estaba nada bien, era una mujer casada. No debía haberle pedido tal cosa, es más, debería pedirle que se marchase, pero en esos momentos necesitaba correrme, mi cuerpo tenía urgencia, estaba desesperada y él lo sabía.

Rafael me leía siempre el pensamiento, y se incorporó para ponerse en pie justo delante mío. Se sonrío al comprobar el pánico que reflejaba mi rostro mientras se desabrochaba el pantalón  a escasos centímetros de mi cara. Se tomó su tiempo. Se regocijaba con la expresión angustiada de mi rostro. Yo en cambio me mordía los labios temerosa por lo que estaba a punto de suceder. Se quitó deprisa la camisa antes de dejar caer sus pantalones  y colocarlos a mi lado en el sillón. Creo que con esta maniobra buscaba intencionadamente la proximidad de su entrepierna a mi cara.

¡Dios mío! Mostraba un bulto insultante escondido tras sus calzoncillos de Kelvin Clain. Creo que llegué incluso a babear con la boca abierta. Y era eso precisamente lo que él quería: que mantuviese la boca abierta.

.-“Quieres verla, ¿verdad?” pronunció disfrutando al comprobar mi impaciencia.

Asentí con la cabeza al tiempo que yo misma tiraba hacia abajo de sus calzoncillos desnudando ante mis ojos su descomunal miembro, el cual rebotó como un resorte ante mi vista.

Juro que nunca había visto nada igual. En esos instantes me pareció la más hermosa del mundo, me pareció gruesa, larga, dura, bien descapullada. Podían verse sus venas entre el poco pelo a su alrededor. Seguramente se depilaba o recortaba los pelillos. Su piel era algo más clara en esa zona que en el resto del cuerpo, lo cual centraba mi atención. Me llamó la curiosidad el color morado-rojizo de su capullo.

No pude resistirme, deseaba tenerla en mis manos, sopesar su tamaño entre mis dedos, necesitaba acariciarla e inevitablemente así lo hice. Rafael miraba orgulloso como relucía el anillo de compromiso en mi mano alrededor de su verga. Sabía perfectamente de mi lucha interna entre el deseo y la razón, y se sentía ganador.

Nada más asirla pude comprobar cómo daba un pequeño respingo y aumentaba aún más si cabe en su tamaño. Me costaba rodearla entre mi dedo pulgar e índice, Sin duda mucho más grande que la de mi marido. Una bocanada de su olor penetró por mi nariz, y de repente supe que quería tenerla dentro de mí. Sentí un deseo irrefrenable por gozarla en mi interior.

Rafael en cambio tenía otras intenciones, y antes de que volviese a suplicarle que me follase, me sorprendió sujetando mi cabeza entre sus manos y haciendo fuerza por restregar mi cara por su polla. Estaba claro lo que pretendía y lo que quería.

Hubiese preferido que me penetrase de una maldita vez, y sin embargo accedí a introducirme aquella monstruosidad en la boca. Debo decir que nunca había sido muy partidaria de practicar sexo oral con mi marido, era algo que no me complacía especialmente con mi esposo. En cambio en esta ocasión estaba decidida a darme a mi misma una oportunidad para tratar de disfrutar de la felación e intentar satisfacer a mi amante, así que no opuse resistencia, abrí mis labios para recibirla.

Después de saborearla como un cucurucho le dí un beso mientras lo miraba desde mi posición a los ojos. Luego la lamí de abajo arriba unas cuantas veces sin perder en ningún momento el contacto visual entre los dos.  Deduje de su expresión que le gustaba que lo mirase mientras se la chupaba y así lo hice en todo momento. Tras un rato en esa postura decidí introducírmela de nuevo en la boca para jugar con la punta de mi lengua en su glande.

.-“Joder Sara que bien la chupas” exclamó Rafael al comprobar los movimientos de mi lengua en su miembro. Saqué en claro por su comentario que tenía motivos para compararme con otras amantes. Posiblemente serían más de las que me gustaría saber.

Quise demostrarle que era la mejor y me esmeré todo lo posible. Se la devoraba ensimismada en mi posición. Todavía estaba sentada sobre el borde del sillón y Rafael en pie enfrente mío. Perseguí llevar la iniciativa, así que agarré su miembro con una de mis manos y comencé a meneársela a la vez que mi boca chupaba tratando de acompasar el ritmo. Rodeé con la otra mano su cuerpo hasta agarrarme a la musculosa nalga su culo. Era la primera vez en mi vida que tocaba el culo desnudo de un hombre que no era mi marido, y hasta el trasero de este tío me parecía duro y poderoso a mi tacto.

Me aferré a su nalga notando como lo apretaba con cada espasmo que experimentaba su polla en mi garganta. Quedaba claro que estaba a punto de correrse en mi boca, y eso era algo que no deseaba. Así que me detuve para mirarlo a los ojos desde mi asiento.

Menuda carita de zorra que debí poner al interrumpir la maniobra. Esta vez era Rafael quien mostraba desesperación en su rostro y me gustó saber que era yo quien tenía la sartén por el mango, nunca mejor dicho.

.-“Pero ¿qué haces zorra?. No pares. ¡Continúa!” espetó Rafael al tiempo que hacía fuerza con sus manos por sujetar mi cabeza y restregar mi rostro contra su polla tratando de que continuase chupándosela.

Resonó en mi mente el hecho de que me llamase zorra, fue como la voz de alarma en ese momento de lo que sucedería más tarde, pero ni tan siquiera mi instinto de mujer podía detener en esos momentos las prioridades más urgentes de mi cuerpo.

.-“Fóllame” supliqué contemplando su rostro desde mi posición al borde del asiento con su polla de por medio.

Rafael dejó de sujetarme la cabeza.

.-“Fóllame, por favor” imploré de nuevo al tiempo que abría mi albornoz de par en par exhibiéndome enteramente desnuda ante él, y reclinándome sobre el sillón.

.-“¿A qué estas esperando?, campeón” dije abriendo mis piernas todo cuanto pude, y acariciándome los pechos ante él “quiero que me la metas” dije al tiempo que trataba de chuparme yo misma uno de mis pezones con la lengua intentando provocarlo.

Rafael se sacudió la polla ante mí un par de veces antes de arrodillarse en el suelo.

.-“Joder Sara, menudo cuerpazo tienes” pronunció al tiempo que apuntaba la punta de su polla contra mis labios vaginales.

.-“Eso es, métemela”, dije al tiempo que yo misma cogía su polla con mi mano y la acoplaba entre mis pliegues más íntimos ayudándole en la labor.

No se lo pensó dos veces, Rafael empujó antes de que le dijese nada. Me la clavó de un solo empentón, sin miramientos, sin esperas ni contemplaciones.  Incluso me lastimó un poco.

.-“Aaaayyy” tuve que chillar de dolor al sentir como me penetraba de manera tan brusca. Aún no había ni lubricado ni dilatado lo suficiente.

Por un momento creí desgarrarme por dentro al notar cómo semejante polla se abría camino a la fuerza dentro de mí, podía apreciar toda su dureza friccionando acaloradamente mi interior, barrenando y separando literalmente mis paredes vaginales.

A Rafael pareció agradarle lo ceñida que podía notar su polla en mi interior, empujó de nuevo en un segundo golpe de riñón, y esta vez pude concebir como alcanzaba las paredes más profundas de mi interior.

.-“Aaaaayy” grité de nuevo al sentirme profundamente penetrada.

Supongo que Rafael confundió mi alarido de dolor con placer, y por eso se agarró con ambas manos a mi cintura comenzando a moverse a un ritmo frenético en busca de su propio placer. A mí en cambio me estaba costando dilatar y disfrutar.

Pretendí detener su ritmo imperante, lo rodeé con mis piernas en su cintura tratando de evitar ese ímpetu tan violento contra  mi cuerpo. Incluso lo arañé en la espalda, cosa que aún lo excitó más. Por unos momentos era todo como un forcejeo en silencio, yo trataba de acompasar los ritmos y él de imponer el suyo.

No dejábamos de mirarnos a la cara el uno al otro. Él gozaba con mi resistencia, mis ganas, mi desesperación y mi cara de súplica que le gritaba en silencio que no, que así no, que no lo estaba disfrutando. Le imploraba con los ojos porque me esperase. Se me notaba concentrada en tratar de extraer el máximo placer alcanzable con cada embestida suya. Placer que por otra parte me costaba arrancar y el muy cabrón lo sabía.

No lograba entender su actitud y eso me desesperaba aún más. Era como si se tratase de una absurda competición entre los dos por alcanzar primero el orgasmo. Rafael se sabía con ventaja, y yo le suplicaba con la mirada que por favor me esperase, que necesitaba algo más de tiempo. Resignada por alcanzarle, comencé a acariciarme mientras él me penetraba. Rafael me observaba orgulloso.

No podía creer que aquel cabrón buscase correrse en mí y punto. Tenía que haber algo más. Hasta ahora siempre se había comportado como un caballero y uno como un auténtico hijo de puta, y pese a todo, Rafael no dejaba de mirarme a la cara en todo momento disfrutando tanto de mi cuerpo como de mi desesperación.

Yo trataba de acariciarme exasperada por su actitud ambicionando alcanzar mi orgasmo antes que él. Mi clítoris estaba encharcado de fluidos y mis dedos resbalaban al tratar de mimarlo como merecía. Para colmo, el furor de sus asaltos golpeando mi cuerpo impedían el estímulo de mis dedos en los momentos más precisos. Era prácticamente imposible masturbarme con ritmo.

Hubo un momento en el que acepté con resignación que todo aquello no había salido como esperaba, me sentí derrotada, mal conmigo misma, e incluso llegué a retirarle la mirada a mi amante girando la cabeza.

Rafael me agarró de la barbilla con su mano y me giró el cuello para establecer de nuevo el contacto visual entre ambos.

.-“Mírame Sara, quiero que me mires” dijo al tiempo que me sujetaba por el cuello y embestía con más intensidad, más fuerza y más violencia. Entonces lo entendí todo perfectamente.

En ese instante podía leer en sus ojos claramente sus pensamientos: “Menuda puta más buena que me estoy tirando”. Porque eso es lo que era en esos momentos para él: una puta, un cuerpo en el que correrse y nada más. Para nada le importaban en esos momentos mis sentimientos, ni todo lo que estaba arriesgando en mi vida, ni mis necesidades como mujer. Cosas elementales para mí como el sentirme amada y querida, y cosas por el estilo. Tan solo era otra puta con la que acostarse. Una más en su lista. ¡Qué tonta había sido!. Me había engañado como a una adolescente. Mis ojos se enrojecieron a la vez que mis pensamientos.

Pude apreciar su mirada clavada en mis pechos que rebotaban al ritmo con el que él me cogía. Yo en cambio no podía dejar de pensar: “vamos cabrón, córrete cuanto antes y acaba con esto”. Así lo expresaba el brillo lacrimoso de mis ojos.

No me lo podía creer, mi sueño se estaba convirtiendo en una pesadilla. Tuve que aguantar unos veinte o treinta embistes más humillada de esa manera ante su atenta mirada. Y pese a todo, no podía evitar acariciarme yo misma tratando en vano de consolarme.

Hasta que pude comprobar los espasmos de su polla en mis entrañas. Inevitablemente abrí unos ojos como platos.

.-“No, dentro no” dije alarmada ante la posibilidad de que se corriese en mi interior. “Lo que me faltaba” pensé.

Pero mi amante hizo caso omiso a mis palabras y continuó culeando en busca de su propio placer.

.-“No, no, no, no, no, no, no, no, noooh” traté de hacerle entender que la situación no me estaba gustando.

Empecé a retorcerme con el cuerpo y las caderas tratando de que se saliese de mi interior, pero era un tipo bastante fuerte que me retuvo bien sujeta. Incluso lo golpeé un par de veces con mis puños en su pecho, pero era todo en vano.

Me detuve al notar las sacudidas de su pene en mi interior y como un líquido caliente y espeso me inundaba por dentro al mismo tiempo que mi amante bufaba como un mulo sobre mis pechos.

Tras un par de golpes de riñón más Rafael dejó de moverse. No me lo podía creer. No solo el hijo de puta no me había dado placer y esperado, sino que además se había corrido dentro.

Él en cambio me miró a la cara satisfecho por doble motivo. Por una parte había alcanzado su orgasmo con mi cuerpo, y por otra parecía regocijarse con mi enfado por lo que acababa de hacer.

.-“¿Ya?” le pregunté cabreada.

.-“Ya” respondió él satisfecho al tiempo que ambos podíamos apreciar como su polla perdía dureza en mi interior.

Yo lo miré expectante esperando por ver lo que se hacía. Esperaba que me sorprendiese de alguna manera. Todavía tenía la falsa esperanza por que volviese a ponérsele dura.

.-“Joder Sara, que suerte tiene tu marido” dijo al tiempo que salía de mi.

Yo lo miré indignada. Era un auténtico imbécil.

.-“¿Qué haces?” pregunté incrédula sin acertar a entender que todo hubiese terminado de esa manera y con la ilusión aún en mi alma de que hiciese algo por ayudar a que me corriese.

.-“Tengo una visita y no quiero llegar tarde” dijo al tiempo que recogía su pantalón de mi lado en el sillón y comenzaba a vestirse.

.-“¿Y yo qué, cabrón?, ¿piensas dejarme así?” le supliqué a la vez que comenzaba a acariciarme evidenciando mi desesperación y necesidad por correrme como fuese.

.-“Tal vez en otra ocasión preciosa, pero ahora tengo prisa” respondió a la vez que se ponía la camisa observando cómo me tocaba delante de él.

.-“No me lo puedo creer. ¿Te vas a marchar?” le pregunté a la vez que me masturbaba desesperada tratando de hacerle entender que tan sólo necesitaba una pequeña caricia por su parte.

.-“Tengo prisa, ya me he entretenido bastante” pronunció al tiempo que comenzaba a abotonarse la camisa y contemplaba con satisfacción como me masturbaba en su presencia totalmente exasperada.

.-“Eres un autentico hijo de puta” le increpé al escuchar su cínico comentario.

.-“Lo siento” dijo, “espero que pienses en mi cuando termines con lo que estás haciendo” pronunció regocijándose por la situación tan humillante a la que me estaba sometiendo.

.-“Eres un cabrón que no sabes follar como es debido” le espeté  en vano tratando de herirlo en su orgullo masculino, y con la intención de que regresase. Pero él continuaba impasible abotonándose la camisa.

.-“Maricón, no eres más que un maricón de mierda” Trataba de ridiculizarlo a la vez que lo insultaba, pero la que realmente estaba siendo vejada y humillada por la situación era yo y ambos los sabíamos.

.-“Caray Sara, no decías eso hace un rato” dijo con una sonrisa de oreja a oreja en su cara contemplándome.

.-“Quédate, tócame al menos, haz algo por favor” supliqué abandonada con los ojos cerrados y dispuesta a proporcionarme yo misma el placer que tanto necesitaba.

.-“Tal vez otro día” dijo mientras terminaba de abotonar su camisa.

Esta vez cerré los ojos concentrada en masturbarme y correrme de una maldita vez. Me importaba un bledo lo que ese imbécil pudiera hacer o ver, necesitaba correrme y en eso estaba. Introduje un dedo en mi interior, pero apenas podía notarlo. Necesité introducir un par de dedos en mi dilatada vagina para apreciar la fricción.

.-“Estas preciosa” dijo observando con asombro como extraía mis dedos y ambos podíamos contemplar atónitos el viscoso líquido blanquecino resbalando por mis dedos.

.-“Otro día probaré tu culito” pronunció ahora al tiempo que se daba la media vuelta y se despedía.

.-“Ni lo sueñes” espeté indignada por su actitud al tiempo que volvía a introducirme los dedos para agitarlos desesperadamente.

.-“Me quedaría a ver cómo te masturbas, pero tengo prisa” dijo ya de espaldas en dirección a la salida. Me costó escuchar sus palabras ahogadas tras el chapoteo de mis dedos entrando y saliendo.

.-“Ven aquí y folláme cabrón” grité por última vez al escuchar cómo abría la puerta de mi casa.

.-“Otro día preciosa, otro día” pronunció medio burlándose al tiempo que cerraba la puerta tras de sí.

Me sentía humillada, utilizada, engañada, y mal conmigo misma. Y en cambio no podía dejar de masturbarme pensando en lo que acababa de pasar. Para mi propia sorpresa, mi cuerpo comenzó a convulsionarse de placer. No sabría como describir la situación, pero mi gozo era mayor cuanto más pensaba en lo humillante que había sido todo para mí. Era como si me sintiese más mujer cuanto más habían abusado aquel macho de mi cuerpo para satisfacerse. Ineludiblemente mi cuerpo explotó en un maravilloso orgasmo. Incluso tuve que gritar de placer y morderme la boca para apaciguar mis alaridos que seguramente se oirían desde el exterior de la casa. Creo que nunca había experimentado nada igual. Un breve instante, que puso todo  mi cuerpo a temblar de placer.

Así terminó todo. Cuando mi cuerpo se recuperó mi alma no pudo evitar llorar. No sabría concretar si de gozo o de tristeza, pues estaba confundida por lo que me acababa de suceder.

Al día siguiente cuando acudí al médico tuve que pedirle la pastilla del día después por si acaso, y me alegré enormemente cuando me comunicó el alta para poder hacer running de nuevo. Estaba impaciente por volver a correr por el parque.

Besos,

Sara.

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