No siempre ser un pardillo es un problema. Cuando tenía veinte años, una vecina de mi madre me tomó como su chapuzas personal y para colmo no me pagaba. Doña Merche una simpática cincuentona  vivía en frente nuestro y abusando de la amistad que le unía con mis viejos, cada vez que le fallaba algo en su casa, me llamaba para que se lo arreglase. Daba igual que la chapuza fuera un grifo que le goteaba, una luz que no le encendía o que por causa de una tormenta, la televisión no estuviera sintonizada, siempre que le venía en gana esa vieja me llamaba y yo no podía negarme.
A mi madre le daban igual mis quejas.
-Debes ser un buen vecino- me dijo una vez que volvía encabronado por perder una hora en casa de la vecina sin que siquiera me hubiese invitado una cerveza –algún día se lo agradecerás.
Sin saberlo, mi querida progenitora profetizó lo que os quiero contar que no es otra cosa que mi historia con la hija de esa señora.
Merceditas, como decían a ese bombón, no vivía en la casa porque se fue a vivir con su novio hace muchos años. Aquel verano había formalizado su unión, casándose  en la parroquia del barrio. Con veinticinco años, esa rubia estaba buenísima y lo sabía. Consciente de que tenía una cara preciosa y un cuerpo que hacía las delicias de todo aquel que la viera pasar, tonteaba conmigo cada vez que nos cruzábamos en el ascensor. La naturaleza había sido generosa con ella, dándole además un par de enormes pechos que era incapaz de dejar de mirar cuando subía con ella hasta nuestro piso.
-¡Qué guapo estas, vecinito!- me decía la jodida invariablemente para hacerme cabrear, recalcando los cinco años de diferencia que nos llevábamos. Os reconozco que me daba igual. Lejos de enfadarme, su guasa me daba motivos para alargar un poco más la contemplación de esas dos maravillosas tetas.      
Pero volviendo al tema que os quiero contar, una mañana de invierno, Doña Merche me llamó porque tenía una urgencia. Al preguntarle que ocurría, me explicó que el calentador le fallaba y su hija necesitaba darse una ducha.
Como comprenderéis, saber que ese pibón estaba en la casa era motivo suficiente para no reusar en ayudarla. Por eso, cogiendo mis herramientas me planté en su apartamento. Al llegar, la encontré enfundada en una bata mientras desayunaba. Un poco cortado, pedí permiso y sin mirarla me puse a arreglar la caldera. Al tener que desmontar la carcasa, me dí la vuelta para coger una silla y fue cuando me encontré que ese zorrón se había  abierto un poco su albornoz, dejándome disfrutar del inicio de sus pezones.
Impactado por la rotundidad de ese escote, no pude separar mi vista de ese par de melones y debido a eso, me pilló mirándolos. Lejos de enfadarse, sonrió al darse cuenta de mi fijación y aprovechando que su madre no estaba en la cocina, me soltó:
-Parece ser que a mi vecinito le gustan mis pechos- avergonzado hasta decir basta, me quedé callado mientras esa mujer se reía de mí -¿No te gustaría ver algo más?- preguntó separando sus rodillas.
El espectáculo de verle las bragas fue demasiado para mi pobre sexo y traicionándome bajo el pantalón, se puso como una piedra. Merceditas, comportándose como una autentica puta, abrió aún más sus piernas al ver mi estupor mientras me decía:
-¿Crees que tengo los muslos muy gordos?
Como comprenderéis, me quedé pálido al escucharla y más aún cuando observé la forma tan descarada con la que me enseñaba sus jamones. Muerta de risa y mientras su madre trasteaba en la habitación de al lado, insistió en que contestase, diciendo:
-Mi marido cree que tengo que adelgazar, ¿Tú qué opinas?
Babeando de forma descarada, balbuceé:
-Es un idiota, ¡Estás buenísima!
Mi respuesta le satisfizo y con una sonrisa en los labios, se levantó a donde yo estaba. Sin cortarse en absoluto, llevó su mano a mi entrepierna y mientras acariciaba mi erección, susurró en mi oído:
-Es una pena que esté casada, sino te aseguro que me encantaría probar lo que esconde aquí debajo.
Os juro que si no llega a ser porque Doña Mercedes estaba en el comedor, hubiera cogido a esa zorra y poniéndola a cuatro patas, me la hubiera follado en la mitad de esa cocina. Y más porque antes de dejarme solo arreglando el puñetero calentador, mi querida vecinita se aflojó la bata y mientras me enseñaba su estupenda anatomía, riéndose, dijo:
-¿Te puedes creer que Manuel solo hace el amor a este cuerpo una vez al mes?
-Definitivamente es un imbécil- respondí con mis ojos fijos en los dos espectaculares globos de la mujer: -Yo te follaría a todas horas.
Merceditas soltó una carcajada al oír mi respuesta y cerrándose la bata, me dejó solo con mi calentura.
“¡Dios! ¡Qué polvo tiene!”, mascullé entre dientes mientras me ponía nuevamente a arreglar el jodido aparato. Con su imagen desnuda impresa en mi retina acabé en menos de cinco minutos porque solo necesitaba un ajuste.
-Ya está Doña Mercedes- estaba informando a la señora cuando su hija volvió a la cocina.
La vecina me estaba dando las gracias cuando de pronto, Merceditas le dijo:
-Mamá necesito ducharme. ¿Por qué no le invitas a desayunar mientras lo hago?- y poniendo voz de pena, soltó: -Así si se vuelve a estropear mientras estoy en la ducha, podrá arreglarlo.
A la vieja le pareció bien y mientras la rubia desaparecía rumbo al cuarto de baño, me preparó un bocadillo y una cerveza. Fue entonces cuando la casualidad me dio un regalo inesperado, la señora recordó que tenía cita con el médico y con el morro que la caracterizaba, me dijo que si no me importaba quedarme solo porque tenía que irse.
Reconozco que en un primer momento no caí en mi suerte y quejándome de que tenía prisa, le pregunté cuanto tardaría:
-Al menos dos horas- respondió cogiendo su bolso y saliendo del piso.
Nada más irse, el saber que ese zorrón se estaba duchando a escasos metros de donde estaba, hizo que me empezara a excitar nuevamente. La imagen del cuerpo mojado de esa mujer bajo el agua y a su dueña enjabonándose, fue algo imposible de soportar. Por eso sopesando el riesgo que iba a correr, decidí que valía la pena:
¡Tenía que verla desnuda!
Reuniendo todo el valor que pude, dejé que el sonido de la ducha me guiara y sigilosamente, tanteé a abrir la puerta del baño. Antes de hacerlo corría el riesgo que se hubiese cerrado por dentro y todos mis planes se hubiesen ido a la mierda. Afortunadamente, Merceditas no había asegurado el pestillo y la puerta se  abrió. Con mi corazón latiendo a mil por hora, estuve a un tris de no entrar pero al final traspasé ese umbral y eso ha sido lo mejor que he hecho en toda mi vida.
Ajena a mi ingreso, la muchacha alegremente entonaba una canción. Sin conocer cúal iba a ser su reacción, me senté en el wáter y desde ahí me puse a observar a esa preciosidad. La mampara de la ducha era transparente y por eso nada me impidió verla totalmente desnuda bajo el agua. Con atención, me quedé valorando el estupendo cuerpo de esa mujer.
“¡Está tremenda!”, sentencié después de un minuto mirándola.
Merceditas tenía unos  pechos enormes pero firmes. Curiosamente semejante peso no había provocado que se cayeran y como auténticas astas de toro se mantenía tiesas mirando al tendido. Dos pezones negros decoraban ese par dándole una sensualidad que me hizo estremecer. Su vientre plano daba inicio a unas caderas desmesuradas y a un trasero formado por dos gigantescas nalgas.
“¡Menudo culo!”, exclamé mentalmente al disfrutar de semejantes cachetes.
Para entonces la hija de mi vecina se estaba aclarando el pelo y por eso se mantenía con los ojos cerrados, ignorante de mi escrutinio. Al girarse, reteniendo la respiración, disfruté de la visión de su coño. Sin estar depilado, estaba perfectamente arreglado. Un triángulo formado por unos rizos rubios adornaba el chocho de la muchacha.
Fue entonces, cuando se percató de mi presencia y tras el susto inicial, puso una sonrisa y me preguntó por su madre.
-Se ha ido al médico y tardará al menos dos horas en volver- respondí sin saber que me depararía el futuro.
Al escuchar de mis labios que estábamos solos, se relajó y bajando las manos con las que se había tapado los pechos, me preguntó:
-¿Vas a quedarte mirándome, o prefieres entrar a la ducha?
Y por si me quedaba alguna duda, para terminarme de provocar,  se empezó a acariciar las tetas y a pellizcarse los pezones mientras me miraba. Incapaz de rehusar tamaña invitación, me empecé a  desnudar sin dejar de mirar a la zorra de mi vecina.
-¡Las tienes enormes!- como un rugido salió de mi garganta ese exabrupto la ver el sensual modo en que se las estaba estrujando.
Descojonada por mi cara, se cogió ambos senos con sus manos y mostrándomelos como si fueran un trofeo, me soltó:
-¿Tú crees?…
Pensando que se había molestado, intervine diciendo:
-Pero son alucinantes, me encantan.
Merceditas se rio al comprobar mi nerviosismo y dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, me modeló antes de preguntar:
-¿Y qué parte de mi te gusta más?
-El culo- admití mientras dejaba caer mi calzón sobre el suelo de mármol.
Acto seguido, metí un pie en la ducha pidiendo permiso. Merceditas con la confianza que daba la diferencia de edad, tiró de mí y me metió junto a ella bajo el grifo. La tibieza de su piel mojada al pegarse a mi cuerpo, provocó que mi miembro alcanzara de golpe toda su extensión.
-¡Tienes tu pene a tope!- dijo al verlo.
Defendiéndome, la contesté:
-Y tú los pezones duros, ¡So puta!-le dije mientras agachaba mi cabeza y cogía al primero entre mis dientes.
Aun sorprendida por mi insulto y por mi audacia al mamar de su pecho sin pedirle permiso, no solo no se quejó sino que emitiendo un gemido de placer, riendo me dijo:
-Eres un pillín.
Ya lanzado, masajeé la otra teta mientras con la mano que me quedaba libre iba bajando por su cuerpo. Mi vecina cada vez más excitada separó sus piernas al notar que me acercaba a tesoro que escondía entre ellas. Al acariciar su vulva fue cuando me encontré con un elemento metálico entre sus pliegues.
-¡Tienes un pircing!- exclamé cogiéndolo entre mis dedos.
Tirando un poco de él, comprobé que se lo había puesto a un escaso centímetro de su clítoris. La muchacha al experimentar mi ruda caricia dando un grito, me pidió que fuera más lento.
– Oye, ¿Cuándo te hiciste eso? –  le dije dando otro tirón al adorno.
Mi vecina separó sus piernas antes de contestarme, señal clara de que le estaba gustando el trato.
-Llevo con él un par de años-
Intrigado por el asunto, me arrodille para observar desde cerca  el dichoso piercing, lo que interpretó mi vecina pensando que iba a hacerle una comida de coño y separando sus labios con dos dedos, lo puso a mi entera disposición.
-¿No te dolió cuando te lo hicieron?- pregunté mientras rozaba con mi dedo la joya.
-Un poco- reconoció dando un suspiro- pero vale la pena. Desde que lo llevó estoy cachonda todo el día.
-¡No te entiendo!- contesté mientras metía un primer dedo dentro de ella.
-Al andar, al subirme a un coche o al juntar mis piernas en la oficina, me roza el clítoris y me pone bruta- con la voz entrecortada me respondió.
– Eres una puta– le solté riendo mientras su coño se empapaba producto de mis maniobras. Lo supe no solo porque mi dedos entraba y salía con más facilidad de su sexo sino porque, desde la  mi posición, podía oler la aroma a hembra hambrienta de sexo que desprendía.
-¡Cómo me gusta!- gritó ya totalmente dominada por la lujuria- ¡Por favor! ¡No dejes de hacerlo!

Sin hacer caso a su calentura, separé yo mismo sus labios y me quedé mirando al aparato. El dichoso piercing tenía una forma parecida a los gemelos que usaba mi padre. Una barra coronada a ambos lados por dos bolitas metálicas. Habiendo satisfecho mi curiosidad, paseé mi dedo por la raja de  su coño antes de volverlo a introducir en su interior. El aullido que pegó a notar como la súbita penetración, me determinó a tratarla con dureza.

-¿Y el idiota de tu marido tampoco te lo come?
Merceditas  negó con la cabeza.
-¿En serio? ¡Ese tío es tonto!– respondí mientras sacando mi lengua le daba un primer lametazo.
Arrodillado a sus pies, vi como los ojos de mi vecina brillaban de deseo. Al verlo, aumenté la velocidad con la que mi dedo se estaba follando su coño, lo que provocó que Merceditas se estremeciera bajo la ducha y tuviese que agarrarse para no resbalar.
-La putita de mi vecina está cachonda- le solté más seguro de mí mismo al ver que incluso los pezones la traicionaban.
– La culpa es tuya, ¡cabrón! – respondió mientras presionaba mi cabeza contra su entrepierna: – ¿Por qué no me lo comes ya?
Torturándola, no le hice caso y le metí un segundo dedo en su interior. Aunque mi mente  me pedía saborear ese coño y oír a su dueña gemir de placer, decidí prolongar los preparativos. Lo que no había previsto era que esa puta pegara su sexo a mi cara mientras movía rítmicamente sus caderas. No me quejé cuando Merceditas me  restregó su sexo por la cara. Al contrario, sacando la lengua le pegué un segundo lametazo.
-¿Ves cómo tú también lo estas deseando?
-De acuerdo, zorra. ¡Te lo comeré si me dejas después follarte!
Como respuesta separó sus rodillas, dándome entender que primero quería que le hiciera una buena comida. Su nueva posición permitió que mi lengua recorriera sus pliegues mientras mi vecina no dejaba de gemir y jugueteando  con la punta su clítoris, di un buen repaso a ese coño antes de concentrarme en el piercing. Al recogerlo entre mis dientes mientras mordisqueaba el botón del placer de mi vecina, esta pegó un aullido y cerrando sus puños, me rogó que continuara.
Aprovechando su entrega volví a meter mi dedo en su interior sin dejar de chupar el bulto que ya estaba totalmente erecto entre sus labios. Merceditas al sentir esa doble estimulación, movió brutalmente sus caderas y dejándose llevar por el placer, chilló:
-¡Cabrón! ¡Me estás volviendo loca!- y sin importarle lo que pensara, me pidió que le metiera el segundo.
Siguiendo al pie de la letra sus instrucciones, le incrusté otro dedo y moviéndolos rápido en su interior, me la quedé mirando mientras la rubia sacudía las caderas restregando su sexo contra mi boca. No tarde en observar como su coño se contraía de placer y aprovechando que Merceditas estaba totalmente entregada, me decidí a meter el  tercero.
-¡Me gusta!- berreó la mujer al notar que forzaba su entrada.
Intentando relajarla mordisqueé su clítoris con  tanta fuerza que  dando un grito alucinante, tuvo que apoyarse contra los azulejos al sentir que perdía fuerza en sus piernas.
-¡Sí! – jadeó moviendo más las caderas y presionando con sus manos mi cabeza: -¡Sígueme chupando!
Saboreando cada  lamida, seguí follando con mis dedos el coño de la rubia mientras ella no paraba de gemir descompuesta por el placer. Sabiendo que estaba a punto de correrse, le seguí sacando y metiendo mis tres falanges cada vez más rápido. Merceditas tiritando de placer en la ducha, no paraba de gemir en voz alta.
-¡Dios! ¡Me corro!– aulló mientras movía sus caderas de forma brutal – ¡Comete a esta puta!– gimoteó mientras la seguía masturbando. Al sentir que su cuerpo se crispaba, me agarro la cabeza y la presionó contra su sexo mientras me imploraba que no parase. Decidido a que esa mujer sintiera lo que era una buena comida de coño, continué lamiendo su clítoris con mayor intensidad si cabe.
-¡No puede ser!- gritó mientras mi boca se llenaba con su flujo.
La intensidad de su orgasmo fue brutal y derramando su placer por mis mejillas, usé mi lengua para sorber una parte del torrente en que se convirtió su chocho. Las piernas de mi vecina se cerraron sobre mi cara en un intento de retener el goce que la estaba asolando. Durante una eternidad, Merceditas convulsionó en mi boca mientras de su garganta no paraban de surgir berridos, tras lo cual se derrumbó y sentándose sobre el plato de la ducha, me miró extasiada, diciendo:
-¡Nunca me había nadie comido así!- y sin saber lo que significaría su promesa, prosiguió: -Dime cómo quieres que compense.
La sonrisa que lucía en su cara desapareció cuando levantándola, le dí la vuelta y separando los dos cachetes que me volvían loco, sintió uno de mis dedos jugueteando con su entrada trasera:
-¡Tienes un culo precioso!- susurré a su oído mientras removía mi yema en su interior: -Y quiero rompértelo.
Al oír su suspiro, comprendí que mi fantasía era compartida por ella porque mi vecina estaba cachonda de nuevo y sin poder soportar su excitación, me rogó que la tomara. Dando tiempo al tiempo, seguí relajando su esfínter mientras con la otra mano le empezaba a frotar su clítoris.
-Oh, ¡oh! ¡Dios mío! – gimió disfrutando de ese trato mientras intentaba forzar mis caricias presionando su culo contra mí.
Al comprender que debía de relajarlo, cogí una botella de aceite Johnson que había en un estante y echando un buen chorro sobre mis dedos, le pedí que se separara las nalgas con sus manos. La rubia me obedeció de inmediato y dando su aprobación me imploró que lo hiciera con cuidado. Al notar que se erizaba, le amenace mientras le daba un sonoro azote:
-Si no te quedas quiete, voy a destrozarte el ojete, ¡Puta!-
Mi vecina se sorprendió al sentir mi dura caricia pero contra todo pronóstico sintió que eso le gustaba y poniendo cara de puta, me imploró que le diera otra nalgada.  Muerto de risa, me negué y mordiéndole una oreja, la informé de que iba a follármela en plan salvaje. Merceditas presionó sus nalgas contra mi pene, demostrándome su aceptación. Como no quería hacerle más daño del necesario, seguí relajando su esfínter hasta que comprobé que se encontraba suficiente relajado y entonces llevando mi pene hasta él, introduje suavemente mi glande en su interior.
Chilló de dolor al experimentar que su entrada trasera había sido traspasada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, esperó a que se disminuyera su dolorpara echar hacia atrás su trasero. Mi pene se introdujo lentamente en su interior de forma que pude sentir como mi extensión forzaba los pliegues de su ano al hacerlo. El sufrimiento la estimuló y llevando su movimiento al extremo, no cejó hasta absorberlo en su totalidad.
-¿Te gusta?-, pregunté.
-Sí pero duele-, respondió y tras unos momento de tranquilidad, retomó el vaivén de sus caderas con auténtica pasión.
Poco a poco ese ritmo alocado, permitió que mi sexo deambulara libre en su interior. La muchacha poseída por un salvaje frenesí, me pidió que no tuviese cuidado. Haciendo caso, usé sus pechos como apoyo y acelerando mis penetraciones, la cabalgué como si fuera una potra. Ella, totalmente descompuesta, gimió su placer e incorporándose me pidió que la castigara. Comprendí lo que deseaba y acercando mi boca a su hombro, lo mordí con fuerza. Su grito de dolor no me importó y clavando mis dientes en su carne, forcé su espalda mientras mis dedos acariciaban su excitado clítoris
-¡Qué maravilla!- suspiró al sentir que lentamente mi extensión iba rellenado su conducto mientras la masturbaba con la mano.
No me lo podía creer esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose como una anguila, me rogó que la follara sin compasión diciendo:
-¡Mi culo está acostumbrado!-
Su confesión abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Sabiendo que no iba a lastimarla, usé, gocé y exploté esa maravilla con largas y profundas estocadas. Mi vecina se contagió de mi calentura  y  apoyándose en los azulejos de la ducha, gritó que no parara. Pero fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas, cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullandocomo una perra se corrió por enésima vez pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
Temiendo no estar a su altura, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Guarra! ¡Mueve el culo! –
Al oir Merceditas a su vecino reclamándole su poca pasión, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de gemir con  cada penetración con la que forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y centímetro a centímetro fui acercando su cara a la pared, hasta que aprisionada tuvo que soportar que el frio de las baldosas contra la su piel de sus mejillas mientras se derretía por el duro trato. Casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Puta! ¿Primero me provocas y ahora me pides que pare? ¡No pienso hacerlo –
Que le recriminara su comportamiento, le sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones.
-¡Córrete dentro de mí! ¡Por favor!- suspiró casi sollozando.
Aunque deseaba seguir dándole por culo, el cúmulo de sensaciones pudo mas y descargando mi semilla en su interior, me corrí mientras le pellizcaba con dureza uno de sus pezones.
-Ahh- chilló al sentirlo.
Satisfecho y exhausto, seguí bombeando en sus intestinos hasta que ordeñé mi miembro por entero y entonces, la besé. Fue un beso tierno de amante. Merceditas se empezó a reír y con una sonrisa en los labios, me dijo:
-¡Eres un cabrón! ¡Me has dejado agotada!-
Y tras salir de la ducha y mientras nos secábamos con una toalla, se acercó a mí y acariciándome el paquete, me preguntó si hacía chapuzas a domicilio.
-Por supuesto, ¿Qué necesitas?
Con todo descaro, se agachó frente a mis pies y despertando a mi pene mediante besos, contestó:
-Un biberón cómo este: ¡Un par de veces a la semana!.

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