Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 4
-¡Menudo mierda de horario!- protesté esa mañana cuando el despertador sonó en la mesilla. Ningún español en su sano juicio comenzaba la jornada a las cinco y media. De muy mala leche, me levanté a darme una ducha al recordar que siguiendo las costumbres de Filipinas, había quedado con Ana a desayunar a las seis.
«No creo poder acostumbrarme, ¡a estas horas no han puesto ni las calles!», me dije mientras como un autómata abría el grifo del agua caliente. Refunfuñando todavía, me metí bajo el chorro. Poco a poco, me fui despertando al templarse mi cuerpo sin que disminuyera mi cabreo.
Ya espabilado, salí y me empecé a afeitar. Mientras lo hacía, me puse a pensar en todo lo ocurrido desde que me avisaron que mi tío Evaristo me había nombrado su heredero y cómo mi aletargada sexualidad se había visto zarandeada al ver a mi prima embarazada:
«Los muy capullos me tendieron una emboscada», mascullé al recordar la conversación que había sido testigo la noche anterior mientras Ana y su secretaria me brindaban un espectáculo de amor lésbico.
«Esas zorras me han mentido desde el principio», sentencié extrañamente tranquilo.
Además de haber sido las amantes de mi tío, las dos mujeres habían decidido a mis espaldas que yo fuera el sustituto del difunto entre sus sábanas e incluso habían pactado que ejerciera como el padre del hijo de Ana mientras me casaba con Teresa. El plan de las arpías no me desagradaba. Ningún hombre que se precie rechazaría tal ofrecimiento, no en vano era el sueño de todo heterosexual: sería inmensamente rico y para más inri, disfrutaría de los mimos de dos bellezas. Pero lo que me jodía y me tenía cabreado, era que lo hicieran a escondidas y encima se jactaran de lo fácil que sería seducirme.
«Me haré el duro antes de sucumbir y tomar lo que es mío», decidí muerto de risa, recordando que según confesaron sin saber que las oía, mi prima llevaba colada por mí desde niña.

Mi primer desayuno en Manila.

Al bajar hacia el salón, me encontré con una señora de unos sesenta y tantos años limpiando la escalera. Al verme, se presentó y me informó que era la encargada de la limpieza de la casa.
«Coño, ¡tengo hasta chacha!»- pensé.
Y ejerciendo de patrón, le pedí que me preparara un café. La señora se disculpó diciendo:
-De eso se ocupa Corazón, su cocinera.
Os juro que me pareció un exceso tener dos mujeres a mi servicio pero asumiendo que eran las mismas que habían trabajado con Evaristo, no dije nada y me dirigí a la cocina. Al entrar en ella, me topé con una diminuta anciana más arrugada que un sharpei.
«Esto es cosa de ese par de putas», di por sentado al comparar a mis criadas con las que nos habían servido la cena. Mientras las de la noche anterior eran jóvenes y guapas, a mí me habían endiñado a dos recién sacadas del asilo.
«No quieren competencia», mascullé en absoluto enfadado sino divertido, al saber el motivo: decididas a seducirme, no podían correr el riesgo que dirigiera mi mirada hacia otras mujeres.
Que ese longevo servicio era parte de un plan meticulosamente organizado se vio confirmado cuando le pedí que me preparara el desayuno y esa decana me respondió señalando a una aún más vieja mujer que ella me lo llevaría al comedor.
«Realmente, se han pasado», ventilé al ver que las dificultades que tenía para caminar el tercer miembro de mi equipo, «¡solo le falta un taca-taca!». No queriendo mostrar mi mosqueo, fui hacia el comedor decidido a que nada me desviara de mi objetivo ese día. Aceptaría la herencia y demostraría a esas dos zorras que yo también sabía manipular.
Estaba entrando en esa habitación cuando mi prima hizo su aparición por la puerta. Al ver la estrecha blusa que llevaba puesta comprendí que venía preparada para la guerra:
«No lleva sujetador», concluí al observar que a través de la tela, se le marcaban los pezones.
Haciendo caso omiso a ese detalle, la saludé de un beso en la mejilla mientras dejaba que mi mano cayera descaradamente por su culo. A pesar de la sorpresa de verse repentinamente magreada, no dijo nada y sentándose en la mesa, me preguntó cómo había descansado.
-Estupendamente. Me quedé dormido viendo una película porno en la que dos lesbianas se lo hacían mientras planeaban seducir a un incauto- respondí.
Mi respuesta la destanteó pero rápidamente se repuso llamando a la camarera.
-¿Qué te apetece desayunar? Aquí lo típico es empezar el día con un longsilog.
-Pues eso- respondí sin saber qué narices era ese plato al no querer demostrar de primeras mi ignorancia.
-Haces bien en desayunar fuerte. Como en este país se empieza tan pronto, sino se hace muy larga la mañana- contestó pidiendo lo mismo.
Cuando la decrépita empleada llegó con los longsilogs, me arrepentí al ver que ese plato consistía en arroz con longaniza y un huevo frito. Os confieso que estuve a punto de vomitar porque a esas horas no me entraba nada que no fuera dulce. Ana se debió dar cuenta de mi cara porque me soltó:
-Me alegro que te adaptes tan rápido. A mí me costó dos años, comenzar el día con tanta grasa.
Su recochineo me sacó de las casillas y por eso luciendo la mejor de mis sonrisas, contesté:
-En tu estado, deberías cuidar la ingesta. Ya estás suficientemente horonda.
Ana me fulminó con su mirada al escuchar mi pulla, no en vano sabía que le molestaba sentirse gorda. Durante unos segundos su mente combatió los deseos de lanzarse cuchillo en mano sobre mí pero, tras recapacitar, solo me dijo:
-A mí se me quita en tres meses, en cambio lo maleducado a ti jamás.
Mi carcajada retumbó entre esas paredes. Esa perra era, además de dura, una oponente con un autocontrol sin igual. Satisfecho contesté sin dejar de mirarle las tetas:
-Tienes razón. He sido bastante grosero pero la culpa la tiene la mierda de oferta que me hiciste por la mitad de la fortuna de Evaristo.
No sé qué le incomodó más si mis palabras o sentir cómo me comía sus pechos con los ojos. Lo cierto es que poniéndose colorada y más nerviosa de lo que hubiese supuesto, esa mujerona me contestó:
-¿Cuánto quieres por tu parte?
Disfrutando de su intranquilidad, me tomé mi tiempo antes de responder:
-Llegas tarde. No voy a vender. El tío quiso que viviera en esta casa y eso haré.
Una breve sonrisa involuntaria la traicionó y cómo no quería confesar que ese era la idea desde un principio, se permitió el lujo de soltarme una andanada, diciendo:
-No creo que lo aguantes. Manila es para hombres duros.
Descojonado, repliqué:
-Con razón no usas minifalda, no vaya a ser que al agacharte se te vean los huevos.
Mi nuevo ataque la encabronó y dejando su desayuno a medias, se levantó diciendo:
-Contigo no se puede hablar. Mejor nos vemos directamente en la notaría.
Tras lo cual se largó con las cajas destempladas, dejándome solo con el grasiento longsilog. El cual curiosamente devoré, gracias a que se me había abierto el hambre con esa refriega. Ya saciado y sintiendo que iba a explotar, decidí aprovechar la hora que tenía antes que el chofer me recogiera, para ver el video que no conseguí disfrutar la noche anterior.

ANA, sesión 1ª

En la escalera, me encontré con Corazón, la sirvienta y no queriendo que me pillara mirando porno, le avisé que no me molestara. Tras lo cual metí el dvd y encendiendo el vídeo, me tumbé en la cama.
Lo primero que me impactó fue que no estuviese rodado en la habitación de Ana, por lo que tomé nota que debía de aprender a usar ese artilugio porque a buen seguro, mi querido tío tenía pinchada de esa forma las tres casas. Lo segundo y más importante fue ver su contenido porque esa película mostraba a mi prima charlando animadamente con el difunto.
En un momento dado, esa versión más joven de Ana le dijo que quería quedarse en Manila a vivir para acompañarle en sus últimos días. El puñetero viejo leyó a la perfección las intenciones de la mujer y con toda la mala leche del mundo, le preguntó si lo que quería era ser su heredera. Reconozco que no me esperaba la sinceridad de mi prima cuando le contestó:
-Lo primero que quiero es alejarme de mi vida anterior y lo segundo es que me he acostumbrado a la vida que me brindas en este país y no quiero perderla.
-Te refieres a vivir como rica, ¿no?
-Así es, estoy cansada de ser una pobretona y estoy dispuesta a hacer lo que sea por no volver a pasar penurias.
La risa de hiena del anciano resonó en los altavoces y antes que su sobrina se lo pensara dos veces, le soltó:
-Te propongo un acuerdo. Tendrás al menos el cincuenta por ciento de todo lo mío si durante los años que me quedan de vida, te comprometes a ser mi asistente “para todo” y cuando digo “para todo” es “para todo”.
Por su tono y lo que sabía de él, esa jovencísima Ana comprendió que muchos de sus deberes no le gustarían y aun así respondió:
-Acepto pero lo quiero por escrito.
Mi tío Evaristo debía saber que algún día tendría esa conversación con ella porque abriendo el maletín, sacó unos papeles y se los dio diciendo:
-Es un contrato al que solo le falta tu firma, léelo y si estás de acuerdo, fírmalo.
Ana empezó a leer lo que le había dado y de pronto, vi que se ponía verde de cabreo y levantando su mirada, le soltó:
-Tío, ¿va en serio? Aquí me comprometo a ser no solo su amante sino su sierva.
-Así es- respondió sin dar importancia el viejo. –Si quieres mi dinero, tendrás que ganártelo.
A través de la pantalla, vi el desasosiego de su sobrina. Se notaba que su mente avariciosa estaba en lucha con sus principios morales. Supe que ganó la primera cuando cogiendo un bolígrafo, mi prima garabateó su firma y con lágrimas en los ojos, le hizo entrega a Evaristo del acuerdo.
El anciano no se apiadó de sus lloriqueos y acomodándose en su sillón, dio muestra de su perverso carácter al decirle:
-Hazme una mamada antes que me arrepienta.
Ana todavía no había terminado de asimilar lo que había firmado y por eso tardó unos segundos en actuar. Con el corazón encogido al percatarse que acababa de vender su alma al diablo, se arrodilló frente al sexagenario y bajando su bragueta y liberó su miembro.
“¡Pedazo trabuco tenía el viejo!”, pensé al comprobar sus dimensiones a través de la pantalla.
Sintiéndose una puta, mi prima cogió el erecto pene entre sus manos y comenzó a masturbarlo con evidente nerviosismo.
-Con la boca- reclamó Evaristo, ejerciendo su nuevo poder.
Os juro que a pesar de saber que Ana iba a claudicar, me asombró la rapidez en que esa mujer obedeció esa orden y más cuando con gesto autoritario, el vejete se lo puso en la boca disfrutando de su adquisición. La escena siguiente no tuvo desperdicio y mientras mi prima abría sus labios sin quejarse, no os podéis hacer una idea de lo caliente que me puso observar como poco a poco esa verga iba rellenando su garganta.
En ese instante, Ana intentó disminuir su vergüenza, cerrando los ojos pero su nuevo dueño, cabreado, le soltó:
-Abre los ojos ¡Puta! Quiero que mires a quién se la estas chupando.
«¡Qué hijo de puta!», exclamé mentalmente al ver cómo mi prima lloraba de angustia y cómo dos gruesos lagrimones caían por sus mejillas. Pero rápidamente caí en la cuenta que si bien Evaristo había sido un cabrón, la verdadera culpable eran ella y su avaricia. Nadie le había obligado a aceptar ese trato y si lo había hecho era por su propio interés. Estaba meditando si yo mismo no estaba comportándome igual al aceptar la herencia cuando en la televisión Ana comenzaba a recorrer con su lengua la verga del anciano. Por la velocidad que imprimió a esa mamada, comprendí que esa mujer había decidido acabar cuanto antes con ese trance.
-Sigue mamando- chilló mi tío disfrutando de la felación.
Azuzada por la orden, aumentó el ritmo con el que metía y sacaba ese pene del interior de su garganta. Sus maneras a la hora de mamarla no debieron ser del agrado de Evaristo porque presionando su cabeza, forzó a su sobrina a absorber toda su extensión mientras le decía:
-¡Hasta dentro! ¡Zorra!
Su insulto la enloqueció y sintiéndose su sumisa por primera vez, acató su autoridad, incrustando el falo en su garganta mientras algo en su interior se rompía irremediablemente. La profundidad de la mamada casi la hizo vomitar pero reteniendo sus ganas, continuó buscando que nuestro malvado familiar terminara y la dejase en paz. Mi tío por su parte, espoleado por los sollozos de la muchacha, se dedicó a usar la boca de mi prima como receptáculo de su lujuria hasta que, con brutales sacudidas, explotó derramando su simiente dentro de ella.
Fue entonces cuando Ana me sorprendió por enésima vez: al sentir el semen del anciano en su garganta, puso cara de asco pero aun así consiguió tragarse todo ese semen sin que se desperdiciara nada. Es más, una vez lo había logrado y sin que Evaristo tuviese que exigírselo, se puso limpiar cualquier resto de lo sucedido a base de lengüetazos.
«¡Cómo debía sentirse!», sentencié al ver su rostro. Contraído de dolor, era un claro reflejo de la degradación a la que había sido sometida. El hecho que su agresor fuera alguien tan decrépito y encima de su propia familia le debió resultar insoportable pero aun así tuvo los suficientes arrestos para preguntar si el viejo necesitaba algo más.
-Todavía no he terminado por hoy- contestó el aludido con una sonrisa en sus labios- ¡desnúdate!
«¡Qué pedazo de cabrón!», medité al observar la cara de genuina desesperación de Ana cuando escuchó esa nueva orden.
Hundida en la miseria se quedó mirando a nuestro tío mientras este se acomodaba en el sofá y sabiendo que no tenía más remedio que obedecer, se bajó la cremallera del vestido. Ni siquiera había empezado a desnudarse, cuando advertí un sutil cambio en ella: «Ha aceptado su condición», me dije asombrado y mientras el viejo mantenía sus ojos fijos en el cuerpo de la muchacha, fui testigo del escalofrío que recorrió su ser al deslizar uno a uno los tirantes del traje. Tras lo cual y con la piel de gallina, dio inicio a un forzado striptease.
-Date prisa, ¡no tengo todo el día- le urgió el muy cabrón desde su asiento.
Deseando no haber aceptado ser su zorra particular, Ana dejó caer su vestido al suelo y sin ser capaz de mirarle a la cara, comenzó a a bailar frente a él mientras acariciaba su cuerpo desnudo. Noté que el anciano se iba calentando cada vez mas al ver que su sobrina se llevaba las manos a sus pechos.
-Así me gusta, ¡guarra!- espetó riendo el malvado y queriendo profundizar en la humillación de la muchacha, le ordenó– ¡Pellízcate las tetas!
Mi pobre prima se quiso morir al escuchar el deseo de Evaristo y temblando de miedo, cogió sus aureolas entre los dedos y las apretó deseando que no notara su actitud pasiva. El sufrimiento de su víctima no perturbó en lo más mínimo al viejo que perversamente le soltó:
-¡Mastúrbate para mí!
Destrozada y totalmente desnuda, Ana se sentó en el suelo y abriendo los labios de su coño, se lo mostró. Ni siquiera la visión de ese sexo seco y nada excitado, le alteró y demostrando nuevamente su maldad, le exigió que comenzara. Totalmente sometida a sus deseos, la muchacha metió un dedo en su interior dando comienzo a la que creía que era la mayor de las degradaciones a la que podía verse sometida. Supo de su error cuando tras unos largos minutos en los cuales sus yemas intentaron sin éxito buscar algún tipo de excitación, oyó a su nuevo dueño decir:
-Ahora ponte a cuatro patas.
Como un zombi sin voluntad, mi prima se arrodilló y apoyando sus manos en el suelo, levantó su trasero mientras suspiraba porque su sufrimiento diera termino. Desgraciadamente para ella, Evaristo se levantó del sofá y dando un sonoro azote en una de sus nalgas, le soltó:
-¡Abre tu puto culo con las manos!
Aterrorizada fue incapaz de decirle que nunca nadie había usado esa entrada trasera y separando ambos cachetes, supo que no tardaría en saber lo que se siente al perder la virginidad de su culito. «Se lo va a romper», pensé apiadándome de su destino al ver que mi tio se agachaba y sacando la lengua se ponía a recorrer con ella los bordes de ese inmaculado esfínter mientras sus dedos se dedicaban a acariciar el clítoris de la muchacha.
-¡Por favor!- suspiró aliviada al suponer que al menos no iba a darle por culo a lo bestia y un tanto más tranquila, esperó lo inevitable.
Evaristo, viendo su entrega, embadurnó sus dedos con el poco flujo que manaba del coño de su sobrina y como si lo hubiese hecho más veces, comenzó a untar el ano de mi prima con ese líquido viscoso. No tuve que ser ningún genio para comprender su miedo al sentir que un dedo se abría paso por su esfínter y por ello tampoco me extrañó oírla gritar desesperada:
-¡Por favor! ¡No lo hagas!
-Cállate puta- fue la respuesta de que ya era su dueño a esa postrera petición.
Sé que Ana asumió que le iba a desflorar lo quisiera o no, cuando la vi apoyar su cabeza en el sofá, tratando así de facilitarle el mal trago. Mi achacoso familiar se recreó entonces jugando con sus yemas en el interior de ese tierno culo, justo antes de soltar otro duro azote sobre las nalgas de su sobrina.
-Ahhhh- gritó mi prima mordiéndose el labio.
Su gemido de dolor fue correctamente interpretado por su agresor y mostrándose como un ser humano, volvió a coger más flujo de su coño y con los dedos impregnados, siguió relajando sin parar el trasero que iba a usar.
“¡Pobrecilla!”, pensé al observarla moviendo sus caderas en un intento de retrasar ese momento. Evaristo, rompiendo la idea que tenía sobre él, me sorprendió gratamente porque comportándose como un amante experimentado en vez de sodomizar directamente a la adolorida Ana, tuvo cuidado y siguió dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.
-¡No puede ser!- aulló confundida al percatarse que su cuerpo empezaba a reaccionar contra su voluntad y que le estaba empezando a gustar que sus dos entradas fueran objeto de las caricias de ese viejo.
El cambio experimentado por ella, me dejó sin habla y por eso no pude retirar mis ojos de la pantalla cuando la vi llevarse las manos a sus pechos, buscando incrementar aún más mi excitación.
«¡Le está gustando!», murmuré sin llegármelo a creer.
No di crédito a lo que ocurría cuando Ana pegó un gemido de placer al experimentar en su esfínter la intromisión de dos dedos de Evaristo. Mi tío, demostró llevar la batuta y sin dejarse llevar por la entrega de la ya sumisa mujer, decidió cimentar la relación que estaban comenzando con un sencillo gesto. Mientras untaba su órgano con el flujo de la muchacha, usó sus manos para separar ambos cachetes y llevando su glande ante ese virginal orificio, le preguntó:
-Todavía estás a tiempo, ¿deseas que termine lo que he empezado?
Desconozco si fue su avaricia o si fue la calentura lo que nubló su juicio pero Ana ni siquiera esperó a que terminara de hablar y echando su cuerpo hacia atrás, empezó a empalarse. El miedo a un desgarro le hizo hacerlo lentamente y por eso, su perverso dueño disfrutó cómo entraba cada centímetro de su pollón a través de ese ano.
Esa penetración parecía no tener fin y sucumbiendo al dolor, aulló gritando:
-¡Me duele mucho!
-Ya se te pasará, gatita- murmuró tiernamente el mismo que le estaba casi violando.
Casi sin poder respirar, mi prima soportó ese castigo y mientras desde el presente, yo era testigo de cómo ese miembro se iba internando a través de su esfínter en su interior.
«Para ser un anciano, tenía una resistencia admirable», dictaminé viendo la pericia de ese salvaje y realmente hasta lo envidié cuando consiguió hundir toda su verga dentro de ese culo.
Ana, temblando de arriba abajo, sollozó de dolor pero no hizo nada por separarse. Incluso creí vislumbrar un deje de deseo en sus ojos habiendo conseguido su objetivo, nuestro tío fue extrayendo su pene del interior de sus intestinos.
-¡Dios!- gimió cuando casi había terminado de sacarla de su culo, el anciano con un movimiento de sus caderas, se la volvió a introducir hasta el fondo.
Sintiendo que el esfínter de su víctima ya estaba suficientemente relajado, Evaristo aceleró convirtiendo su tranquilo mete y saca en un desbocado galope mientras se agarraba de los pechos de la muchacha para no descabalgar.
-¡Me duele!- aulló mi prima convencida que con ese ritmo le iba a destrozar el culo.
Al escuchar ese sollozo, le dio otro doloroso azote y tirándole de la melena, murmuró en su oído:
-Piensa en el dinero que recibirás cuando muera.
Como por arte de magia, mi prima dejó de debatirse. El viejo, lejos de indignarse, se rio y dando un nueva nalgada sobre el trasero de su sobrina, le soltó:
-Gatita, ¡No eres más que una puta!
Increíblemente, ese insulto azuzó a mi prima y queriendo quizás demostrarle que había invertido bien su fortuna, le imploró que le diera otro azote. Por la cara que puso Evaristo al oírlo, comprendí que hasta a él le sorprendió esa confesión y sin que se lo tuviera que volver a pedir, alternando entre los dos cachetes de su sobrina, le fue propinando sonoros correctivos con los que iba marcando el compás con el que la penetraba.
Os podré parecer un pervertido pero ese rudo trato y el modo en que ella reaccionó afianzaron en mí más la idea que Ana tenía que ser mía, mientras en la pantalla y sin previo aviso se comenzaba a estremecerme al sentir los síntomas de un orgasmo. Olvidando la edad de su captor y la siniestra forma en que la había seducido, todo su cuerpo tembló de placer y berreando como una cierva en celo, le rogó que no parara. Esa completa entrega fue el acicate que le faltaba a Evaristo y sabiéndose ya su amo, pellizcó con dureza los pezones de la mujer mientras usaba su culo como frontón.
Sin poder soportar tanto goce, pegando un alarido, se corrió cayendo al fin desplomada sobre la alfombra.
-¡No puedo más- chilló descompuesta.
Mi tío, decidido a sacar todo el jugo de su inversión no se quiso perder la oportunidad y forzó el adolorido esfínter al máximo con fieras cuchilladas de su estoque. Reconozco que si llego a estar presente hubiese hasta aplaudido al viejo, porque sin dejarla descansar siguió violando sin parar su ano, hasta que se vio dominado por el placer y pegando un gemido, inundó con su simiente los intestinos de Ana. Tras lo cual, haciendo gala de un estado físico admirable para su edad, se levantó y dejando tirada a su sobrina en el suelo, le dijo antes de irse:
-Esta noche te espero en mi cuarto. ¡No me falles! Gatita.
En ese justo momento, la pantalla se puso negra, dándome a conocer que ese vídeo había llegado a su término. Impactado por su contenido y con el recuerdo vivo de lo que había visto, me reafirmé en mi decisión inicial, tomando para mí el cariñoso apelativo con el que Evaristo había bautizado a su sumisa:
«¡Esa gatita será mía!».

CONTINUARÁ

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