Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo,  resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido.
Con dinero en el banco, la casa pagada y un negocio que marchaba a las mil maravillas todo era insuficiente para mirar hacia adelante. Por mucho que mis amigos me trataban de animar diciendo que me quedaban al menos otros cuarenta años y que la vida me podía dar una nueva oportunidad, no les creía. Para mí, el futuro no existía y por eso decidí vivir peligrosamente. Asqueado de la rutina comencé a practicar actividades de riesgo, quizás deseando que un percance me llevara al otro barrio y así unirme a María y a José.
¡Dios! ¡Cómo los echaba de menos!   
Nada era suficientemente peligroso. Me compré una moto de gran cilindrada, me uní a un grupo de Ala Delta donde aprendí a surcar los aires, viajé a zonas en guerra buscando que la angustia de esa gente me hiciera ver que era un afortunado… Desgraciadamente la adrenalina no me sirvió para encontrar un motivo por el que vivir y cada día estaba más abatido.
Pero curiosamente cuando ya había tocado fondo y mi depresión era tan profunda que me había llevado a comprar una pistola en el mercado negro para acabar con mi vida, la enésima desgracia me dio un nuevo aliciente por el que luchar. Hoy me da vergüenza reconocer que estaba sondeando el quitarme de en medio cuando recibí la llamada de Juan, el mejor amigo de mi hijo:
-Don Felipe disculpe que le llame a estas horas pero debe saber que Jimena ha intentado suicidarse. Se ha tomado un bote de pastillas y si no llega a ser porque llamó a mi mujer para despedirse, ahora estaría muerta.
Confieso que, aunque había estado coqueteando con esa idea, el que mi nuera  hubiese intentado acabar con su vida me pareció inconcebible porque al contrario de mí, ella era joven y tenía un futuro por delante. Sé que era una postura ridícula el escandalizarse cuando yo estaba de tonteando con lo mismo pero aun así pregunté dónde estaba y saliendo de casa, fui a visitarla al hospital.
Durante el trayecto, rememoré con dolor el día que mi chaval nos la había presentado como su novia y como esa cría nos había parecido encantadora.  La ilusión de ambos con su relación confirmó tanto a mi mujer como a mí que nuestro retoño no tardaría en salir del nido. Y así fue, en menos de un año se casaron. Su matrimonio fue feliz pero corto y desde que la desgracia truncara nuestras vidas, no había vuelto a verla porque era un doloroso recordatorio de lo que había perdido.
Sabiendo a lo que me enfrentaría, llegué hasta su habitación. Desde la puerta, comprobé que estaba acompañada por la mujer de Juan y eso me dio los arrestos suficientes para entrar en el cuarto. Al hacerlo certifiqué la tristeza de mi nuera al ver lo delgadísima que estaba y observar las ojeras que surcaban sus anteriormente bellos ojos.
« Está hecha una pena», pensé mientras me acercaba hasta su cama.
Jimena al verme, sonrió dulcemente pero no pudo evitar que dos lagrimones surcaran sus mejillas al decirme:
-Don Felipe, siento causarle otra molestia. Suficiente tiene con lo suyo para que llegue con esta tontería.
El dolor de sus palabras me enterneció y cogiendo su mano, contesté:
-No es una tontería. Comprendo tu tristeza pero debes pasar página y seguir viviendo.
Cómo eran los mismos argumentos que tantas veces me había dicho y que no habían conseguido sacarme de mi depresión, no creí que a ella le sirvieran pero aun así no me quedó más remedio que intentarlo.
-Lo sé, suegro, lo sé. Pero no puedo. Sin su hijo mi vida no tiene sentido.
Su dolor era el mío y no por escucharlo de unos labios ajenos, me pareció menos sangrante:
« Mi nuera compartía mi pena y mi angustia». 
María,  su amiga, que desconocía que mi depresión era semejante a la de ella, creyó oportuno decirle:
-Lo ves Jimena. Don Felipe sabe que la vida siempre da segundas oportunidades y que siendo tan joven podrás encontrar el amor en otra persona.
La  buena intención del discurso de esa mujer no aminoró mi cabreo al pensar por un instante que Jimena se olvidara de mi hijo con otro. Sabía que estaba intentando animar a mi nuera y que quería que yo la apoyara pero no pude ni hacerlo y hundiéndome en un cruel mutismo, me senté en una silla mientras ella comenzaba a llorar.
Durante una hora, me quedé ahí callado, observando el duelo de esa muchacha y reconcomiéndome con su dolor. 
“¿Por qué no he tenido el valor de Jimena?”, pensé mirando a la que hasta hacía unos meses había sido una monada y feliz criatura.
Fue Juan quien me sacó del círculo autodestructivo en que me había sumergido al pedirme que le acompañara a tomar un café. Sin nada mejor que hacer le acompañé hasta el bar del hospital sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre.
-Don Felipe- dijo el muchacho nada más buscar acomodo en la barra: -Cómo habrá comprobado Jimena está destrozada y sin ganas de seguir viviendo. Su mundo ha desaparecido y necesita de su ayuda…
-¿Mi ayuda?- interrumpí escandalizado sin ser capaz de decirle que era yo el que necesitaba auxilio.
-Sí- contestó ese chaval que había visto crecer,- su ayuda. Usted es el único referente que le queda a Jimena. No tengo que recordarle qué clase de padres le tocaron ni que desde que cumplió los dieciocho, huyó de su casa para no volver…
Era verdad, ¡No hacía falta! Conocía a la perfección que su padre era un alcohólico que había abusado de ella y que su madre era una hija de perra que, sabiéndolo, había mirado hacia otra parte al no querer perder su privilegiada posición. Aun así todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al oír que seguía diciendo:
-Jimena, siempre envidió la relación que tenía con su hijo y vio en usted un ejemplo al que seguir. Por eso quiero pedirle un favor… Aunque sea por el recuerdo de José, ¡Usted debe ayudarla!
-No comprendo- respondí asustado por la responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros:- ¿Qué cojones quieres que haga?
Mi exabrupto no hizo que el amigo de mi hijo se quedará callado y con tono monótono, me soltó:
-Fíjese. Mientras usted ha enfrentado con valentía su desgracia, su nuera se ha dejado llevar, ha perdido su trabajo, la han echado del piso que tenía alquilado y para colmo, ¡Se ha intentado suicidar! Si usted no se ocupa de ella, me temo que pronto iremos a otro entierro.
Me sentí fatal al no saber las penurias que había estado pasando mi nuera y con sentimiento de culpa, pregunté al chaval cómo podía arrimar el hombro:
-Mi esposa y yo hemos pensado que: ¡Debería irse a vivir con usted!
En ese momento esa propuesta me pareció un sinsentido y así se lo hice saber, pero el muchacho insistió tanto que al final, creyendo que mi nuera no aceptaría esa solución, acepté diciendo:
-Solo pongo una condición. Jimena debe de estar de acuerdo.
No preví que mi nuera aceptara irse a vivir conmigo pero su situación anímica y económica era tan penosa que vio en mi ofrecimiento un mal menor y por eso al salir del hospital, se mudó a mi casa. Todavía recuerdo con espeluznante precisión esos primeros días en los que Jimena no hacía otra cosa que llorar tumbada en la cama. No le deseo ni a mi mayor enemigo que algún día sufra lo que sufrí yo viéndola apagarse consumida por el dolor.
Era tan profunda su depresión que llamé a Manolo, un amigo psiquiatra para que me recomendara qué hacer.
-Lo primero es obligarla a levantarse, no puede estar acostada. Y lo segundo tráemela para que yo la evalúe.
Ni que decir tiene que seguí sus instrucciones al pie de la letra y aunque se negó en un principio tras mucho insistir conseguí que fuera a ver a ese loquero. Mi conocido después de verla le diagnosticó una severa depresión cercana a la neurosis y después de mandarle una serie de  antidepresivos, me dio una serie de pautas que debía seguir. Pautas que básicamente era mantener una permanente supervisión y forzarla a ocupar sus horas para que no tuviera tiempo de pensar.
Por eso conseguí convencerla de inscribirse en unas clases de dibujo y acudir después al gimnasio. A partir de entonces me convertí en una especie de niñero que todas las mañanas la despertaba, la llevaba hasta la academia y al salir del trabajo tenía que pasar por el local donde hacía aerobic. De esa forma, muy lentamente, mi nuera fue mejorando pero sin recuperar su estado previo al accidente donde murieron mi hijo y mi mujer. Pequeños pasos que hablaban de mejoría pero a todas luces insuficientes. Una pregunta con la que salió un día de su encierro, una sonrisa al día siguiente por un comentario…  Aun así era raro el día que la veía  en mitad del salón llorando al recordar a su marido.
« Tengo que darle tiempo», repetía cada vez que retrocedía hundiéndose nuevamente en la tristeza.
Otros detalles como su insistencia en que saliéramos a cenar a un restaurante o que en vez de en coche la llevara en moto, me iban confirmando su recuperación sin que yo los advirtiera a penas. Pero al cabo de dos meses, un día me llegó con una extraña petición del psiquiatra que me dejó muy confuso:
-Suegro, Don Manuel me ha pedido que tiene que ir a verle. Me ha dicho que quiere hablar con usted.
Que mi amigo usara a mi nuera como vehículo, me resultó cuando menos curioso y por eso aproveché un momento que me quedé solo para llamarle.
-Manolo, ¿Qué ocurre?
Advirtió en el tono de mi pregunta mi preocupación y por eso me aseguró que no debía preocuparme pero insistió en verme. Porque lo que tenía que plantearme era largo y que prefería hacerlo en persona. Cómo comprenderéis su respuesta no me satisfizo y por eso al día siguiente cuando me presenté en su consulta, estaba francamente nervioso.
Al sentarme, mi amigo decidió que de nada servía andarse con circunloquios y tras describirme los avances de mi nuera durante esas semanas, me soltó:
-Todo va bien, mucho mejor de lo que había vaticinado pero hay un problema y quiero ponerte en guardia…
-¡Tú dirás!- respondí más tranquilo.
-Tu nuera ha tenido una infancia terrible y cuando ya se veía feliz con tu hijo, sufrió un revés…
-Lo sé- interrumpí molesto por que lo me recordara: – ¡Dime algo que no sepa!
Manolo comprendió que mi propio dolor era quien había hablado y por eso sin darle mayor importancia, prosiguió diciendo:
-Gracias a tu apoyo, ha descubierto que tiene un futuro y por eso te aviso: ¡No puedes fallarle! Porque de hacerlo tendría unas consecuencias que no quiero ni imaginar- la seriedad de su semblante, me hizo permanecer callado. –  Para Jimena eres única persona en la que confía y de perder esa confianza, se desmoronaría.
-Comprendo- mascullé.
-¡Qué vas a comprender!- indignado protestó: -En estos momentos, eres su sostén, su padre, su amigo, su compañero e incluso su pareja. De sentir que la rechazas, entraría en una espiral de la que nunca podría salir.
-¡Tú estás loco! Para mi nuera solo soy su suegro.
-Te equivocas. Aunque no lo ha exteriorizado, Jimena está enamorada de ti y temo el día que se dé cuenta porque no sé cómo va a reaccionar.
-Me he perdido- reconocí sin llegármelo a creer pero sobretodo confundido porque yo la veía como a una hija y no albergaba otro sentimiento.
-Cuando Jimena se percate del amor que te tiene, si no conseguimos que focalice ese cariño bien, buscará en ti esos mismos sentimientos.
-¿Me estás diciendo que intentará seducirme?
-Desgraciadamente, no. Jimena considerará un hecho que tú también la amas y se considerara tu mujer antes de qué tú te des cuenta.
-No te creo- contesté riendo aunque asustado en mi interior y tratando de dar argumentos en contra, le solté: -Coño, Manolo, ¡Si me sigue tratando de usted!
-Tu ríete. Yo ya he cumplido avisándote.
El cabreo de mi amigo incrementó mi turbación de forma que al despedirme de él, le dije:
-Gracias, tomaré en cuenta lo que me has dicho pero te aseguro que te equivocas.
-Eso espero- contestó mientras me acompañaba a la puerta.
Al salir de su consulta, os tengo que confesar que estaba acojonado porque me sentía responsable de lo que le ocurriera a esa cría.
Sus negros pronósticos no tardaron en hacerse realidad.
El resto del día me lo pasé en la oficina dando vueltas a la advertencia de Manuel. Por más que lo negara algo me decía que mi amigo tenía razón y por eso estuve durante horas tratando de encontrar si había sido yo el culpable de la supuesta atracción de la que hablaba, pero no hallé en mi actuación nada que hubiese alentado a mi nuera a  verme como hombre.
Más tranquilo, me auto convencí que el psiquiatra había errado con su diagnóstico y cerrando mi ordenador, decidí volver a casa. Ya en ella, Jimena me esperaba con una sonrisa y nada más verme, me dio un beso en la mejilla mientras me decía:
-He pensado que me llevaras al Pardo. 
Esa petición no era rara en ella porque como ya os he dicho solíamos salir frecuentemente a cenar a un restaurante pero esa tarde me sonó diferente y por eso quise negarme pero ella insistió diciendo:
-Llevo todo el día encerrada, creo que me merezco que me saques a dar una vuelta.
Esa respuesta me puso la piel de gallina porque bien podría haber sido lo que me dijera mi difunta mujer si le apetecía algo y yo no la complacía.  Asustado accedí. De forma que tuve que esperar  media hora a que Jimena se arreglara.
Me quedé de piedra al verla bajar las escaleras enfundada en un traje de cuero totalmente pegado pero más cuando con una alegría desbordante, me lo modeló diciendo:
-¿Te gusta cómo me queda? He pensado que como siempre vamos en moto, me vendría bien comprarme un buzo de motorista.
Aunque cualquier otro hombre hubiese babeado viendo a esa muñeca vestida así pero no fue mi caso. La perfección de sus formas dejadas al descubierto por ese tejido tan ceñido, lejos de excitarme me hizo sudar al ver en ello una muestra de lo que me habían vaticinado.
« Estoy exagerando», pensé mientras encendía la Ducatí, « no tiene nada que ver».
Desgraciadamente al subirse de paquete, se incrementó mi turbación al notar que se abrazaba a mí dejando que sus pechos presionaran mi espalda de un modo tal que me hizo comprender que bajo ese traje, mi nuera no llevaba sujetador.
« ¡Estoy viendo moros con trinchetes!», maldije tratando de quitar hierro al asunto. « Todo es producto de mi imaginación».
Los diez kilómetros que tuve que recorrer hasta llegar al restaurante fueron un suplicio por que a cada frenazo sentía sus pezones contra mi piel y en cada acelerón, mi nuera me abrazaba con fuerza para no caer.
Una vez en el local fue peor porque Jimena insistió en que no sentáramos en la terraza lejos del aire acondicionado y debido al calor de esa noche de verano, no tardó en tener calor por lo que sin pensar en mi reacción, abrió un poco su traje dejándome vislumbrar a través de su escote que tenía unos pechos de ensueño.
Durante unos instantes, no pude retirar la mirada de ese canalillo pero al advertir que mi acompañante se podía percatar de mi indiscreción llamé al camarero y le pedí una copa.
“La chica es mona”, admití pero rápidamente me repuse al pensar en quien era, tras lo cual le pregunté por su día.
Mi nuera ajena a mi momento de flaqueza me contó sin darle mayor importancia que en sus clases la profesora les había pedido que dibujaran un boceto sobre sus vacaciones ideales y que ella nos había pintado a nosotros dos recorriendo Europa en moto.
Os juro que al escucharla me quedé helado porque involuntariamente estaba confirmando las palabras de su psiquiatra:
-Será normal para ella el veros como pareja.
La premura con la que se estaba cumpliendo esa profecía, me hizo palidecer y por eso me quedé callado mientras Jimena me describía el cuadro:
-Pinté la moto llena de polvo y a nuestra ropa manchada de sudor porque en mi imaginación llevábamos un mes recorriendo las carreteras sin apenas equipaje.
Sus palabras confirmaron mis temores pero Jimena ajena a lo que me estaba atormentando, se mostraba feliz y por eso siguió narrando sin parar ese supuesto viaje, diciendo:
-Me encantaría descubrir nuevos paisajes y conocer diferentes países contigo. No levantaríamos al amanecer y cogeríamos carretera hasta que ya cansados llegáramos a un hotel a dormir.
El tono tan entusiasta con el que lo contaba, no me permitió intervenir y en silencio cada vez más preocupado, esperé que terminara. Desgraciadamente cuando lo hizo, me preguntó mientras agarraba mi mano entre las suyas:
-¿Verdad  que sería alucinante? ¡Tú y yo solos durante todo un verano!
Recordando que según su doctor no podía fallarle, respondí:
-Me encantaría.
La sonrisa de alegría con la que recibió mi respuesta fue total pero justo cuando ya creía que nada podía ir peor, me soltó:
-Entonces, ¿Este verano me llevas?
«Mierda», exclamé mentalmente al darme cuenta que había caído en su juego y con sentimiento de derrota, le aseguré que lo pensaría mientras cogía una de las croquetas que nos habían puesto de aperitivo. Mi claudicación le satisfizo y zanjando de tema, llamó al camarero y pidió la cena.
El resto de esa velada transcurrió con normalidad y habiendo terminado de cenar, como si fuera algo pactado ninguno sacó a colación el puñetero verano. Con un sentimiento de desolación, llegué a casa y casi sin despedirme, cerré mi habitación bajo llave temiendo que esa cría quisiera entrar en ella como si fuera ella mi mujer y yo su marido. La realidad es que eso no ocurrió y al cabo de media hora me quedé dormido. Mi sueño era intermitente y en él no paraba de sufrir el acoso de mi nuera exigiendo que la tomara como mujer. Os juro que aunque llevara sin estar con una mujer desde que muriera mi esposa para mí fue una pesadilla imaginarme a mi nuera llegando hasta mi cama desnuda y sin pedir mi opinión, que usara mi sexo para satisfacer su deseos. En cambio ella parecía en la gloria cada vez que mi glande chocaba contra la pared de su vagina. Sus gemidos eran puñales que se clavaban en mi mente pero que ella recibía gustosa con una lujuria sin igual.
Justo cuando derramé mi angustia sobre las sabanas un chillido atroz me despertó y sabiendo que provenía de su habitación sin pensar en que solo llevaba puesto el pantalón de mi pijama, corrí en su auxilio. Al llegar, me encontré a Jimena medio desnuda llorando desconsolada. Ni siquiera lo pensé, acudiendo a su lado, la abracé tratando de consolarla mientras le preguntaba qué pasaba:
-He soñado que me dejabas- consiguió decir con su respiración entrecortada.
-Tranquila, era solo un sueño- respondí sin importarme que ella llevara únicamente puesto un picardías casi transparente que me permitía admirar la belleza de sus senos.
Mi nuera posando su melena sobre mi pecho sin dejar de llorar y con una angustia atroz en su voz, me preguntó:
-¿Verdad que nunca me vas a echar de tu lado?
-Claro que no, princesa- contesté como un autómata aunque en mi mente estaba espantado por la dependencia de esa niña.
Mis palabras consiguieron tranquilizarla y tumbándola sobre el colchón esperé a que dejara de llorar manteniendo mi brazo alrededor de su cintura. Una vez su respiración se había normalizado creí llegado el momento de volver a mi cama pero cuando me quise levantar, con voz triste, Jimena me rogó:
-No te vayas. ¡Quédate conmigo!
Su tono venció mis reticencias a quedarme con ella y accediendo me metí entre las sábanas por primera vez. En cuanto posé mi cabeza sobre la almohada, mi nuera se abrazó a mí sin importarle que al hacerlo su gran escote permitiera  sentir sobre mi piel sus pechos.
« Pobrecilla. Está necesitada de cariño», pensé sin albergar ninguna atracción por mi nuera pero francamente preocupado.
Mis temores se incrementaron cuando medio dormida, escuché que suspiraba diciendo:
-Gracias, mi amor…
Todo se complica.
Esa noche apenas dormí porque me angustiaba el estado psicológico de esa niña. Con  ella abrazada a mí, me atormentaba la idea de causarle un daño irreparable si se daba cuenta que el cariño que la tenía no tenía ningún aspecto sexual y que la consideraba más una hija que una mujer.
« Menudo lío. ¿Cómo explicárselo sin hacerle sufrir?», me torturaba continuamente recordando las palabras del psiquiatra.
Tras horas dándole vueltas, el cansancio pudo conmigo y me quedé dormido. Solo me desperté cuando a las ocho de la mañana escuché un ruido. Al abrir los ojos me encontré a Jimena cargada con una bandeja en la que me traía el desayuno a la cama. Desperezándome, iba a levantarme cuando ella colocando una mesita sobre el colchón me lo impidió diciendo:
-He pensado que desayunemos  juntos aquí.
Aunque no me parecía apropiado, era tal la alegría de su rostro que no me vi con fuerzas de negarme y cogiendo entre mis manos la taza de café di un sorbo aceptando mientras Jimena se sentaba frente a mí.
-No sabes lo bien que he descansado- comentó. –Saber que te tenía a mi lado, me permitió dormir como un bebé.
En silencio observé su dicha pero también que olvidando el recato que me debía al ser yo su suegro, no se había tapado. La tela de su camisón era tan liviana que me permitió observar en su plenitud todo su cuerpo. Con un sentimiento ambiguo, recorrí su figura con mis ojos desmenuzando cada porción de su piel y certificando que era toda una belleza pero también descubriendo que a pesar de tener unos senos maravillosos decorados con dos pezones grandes y rosados, nada en ella me atraía.
En cambio, mi nuera al sentir la calidez de mi mirada sobre sus pechos debió de malinterpretarla porque sus dos botones se erizaron ante mis ojos mientras su dueña se ponía colorada.
Rompió el silencio que se había apoderado de esa habitación diciendo:
-Termina de desayunar mientras me ducho.
Tras lo cual, se levantó de la cama y entró en el baño adosado a ese cuarto sin cerrar la puerta.
« ¿Qué coño hace?», me pregunté al ver que abría la ducha.
Mientras se calentaba el agua, mirándome a los ojos, dejó caer el camisón y desnuda me soltó:
– Hoy no hace falta que me lleves a la academia. Me voy a quedar en casa pintando.
Ni siquiera respondí, terminando mi café de un solo sorbo, salí huyendo hacia mi habitación mientras en mi cerebro se abría una grieta  al percatarme de lo mucho que me había gustado verla en su plenitud.
« ¿Qué me pasa?», murmuré angustiado al sentir que bajo el pantalón de mi pijama, mi apetito crecía sin control. « ¡Es la viuda de José! ¡Mi nuera!».
Ya en el coche, rumbo a mi oficina, la imagen de Jimena sin ropa me siguió torturando cada vez más y con la vergüenza de saber que me atraía, llamé a mi amigo, su psiquiatra.
-Manolo, ¡Necesito verte!- solté en cuanto descolgó el teléfono.
Por mi tono supo la razón de mi llamada:
-Vente, te abriré un hueco.
Que mi amigo no me hiciera ninguna pregunta era una mala señal y acelerando acudí desesperado hasta su consulta. Nada mas entrar me estaba esperando y me hizo pasar. Ya solos en su despacho, como una ametralladora le conté lo sucedido mientras él se mantenía callado. Solo al terminar, me soltó:
-Ocurrió antes de lo que pensaba.
-¿Y qué hago?- pregunté con los nervios a flor de piel.
Tomándose unos momentos para organizar sus pensamientos, contestó:
-Eso depende. Tu nuera ha mejorado mientras creaba una total dependencia de ti. Si la rechazas, se hundirá de nuevo en la depresión y si la aceptas, se aferrará a tu persona y buscará hacerte feliz. Tú decides: Si tus principios morales te impiden hacerla tu mujer, déjala hoy mismo pero asumiendo que siempre te echarás en cara su recaída. En cambio la otra opción es aceptarla en tu vida. Piensa que a Jimena lo único que le falta para considerarse totalmente tuya es que la acojas en tu cama. A efectos prácticos: ¡Es tu pareja! Vive contigo, la mantienes y le das el cariño que ella necesita.
-¡No es lo mismo!- protesté.
-A tus ojos quizás pero a los suyos, ¡Eres el hombre que la cuida y le sirve de sostén! 
La seriedad del problema me desmoronó y dejándome caer sobre el sofá, pedí su consejo. Manolo midiendo sus palabras, me soltó:
-La mayoría de los hombres no lo dudaría. ¿Te parece tan horrible hacer feliz a una belleza sabiendo que al hacerlo te garantizas que jamás te fallará porque para ella no existirá nadie más que tú?
-Joder, ¡No puedo! Cada vez que se me acerca, pienso en mi hijo.
-Comprendo tu dilema pero me temo que te estás quedando sin tiempo. Cuanto más tiempo pase, más difícil te resultará tomar una decisión…
Como comprenderéis durante todo ese viernes no pude concentrarme en el trabajo, ¡Jimena me tenía paralizado! Por mucho que fuera atrayente saber que con un gesto cariñoso conseguiría que esa preciosidad se convertiría en mi amante, no podía olvidar que era su suegro. Por eso al salir de mi oficina, lo que menos me apetecía era volver a casa y enfrentarme con ella.
Asumiendo que no me quedaba más remedio que volver, llegué a casa. Al entrar, mi nuera no estaba en la planta baja y aprovechando su ausencia, me serví una cerveza para tomarla tranquilamente en el salón. El problema fue que al llegar a esa habitación, descubrí que la muchacha había dejado el cuadro que estaba pintado en la mitad. En él había plasmado a dos amantes haciendo el amor en una playa.  Intrigado me acerqué y fue entonces cuando horrorizado, me reconocí como uno de los protagonistas y aunque no se la veía la cara a ella, no me costó identificar a mi nuera como la mujer que a la que estaba haciendo el amor.
« ¡Dios! ¡Somos nosotros!» exclamé mentalmente mientras dos gotas de sudor recorrían mi frente.
La confirmación que Jimena me veía como su hombre maximizó mi terror justo cuando haciendo su aparición, entró en la habitación diciendo:
-¿Te gusta?
No pude decir la verdad y ocultando el hecho que había descubierto que éramos los dos, contesté:
-Es muy sensual.
Muerta de risa y mientras se acercaba a darme un beso en la mejilla, respondió:
-Sé que es un poco fuerte pero desde que me desperté supe que debía de pintarlo.
No queriendo profundizar en sus razones, cambié de tema y le pregunté si quería salir a cenar a algún sitio pero ella, sonriendo, dijo:
-Prefiero que nos quedemos en “nuestra” casa. Necesito contarte la ruta que he diseñado para este verano.
No sé qué me causó mayor impresión; si el cuadro, que ya estuviera planeando ese viaje o en cambio que se refiriera a ese chalet como “nuestra” casa. Todos y cada una de esas detalles, reflejaban el mismo hecho: ¡Jimena daba por sentado que éramos pareja!
Durante la cena, mi nuera me fue desgranando las diferentes etapas de ese verano sin ahorrarse ningún detalle, las ciudades que visitaríamos, los kilómetros a hacer en cada jornada e incluso los hoteles donde dormiríamos mientras absorto en mis pensamientos, le respondía con monosílabos cada vez que me preguntaba.
En cuanto terminamos, despidiéndome de ella, hui a la soledad de mi habitación y tumbándome sobre la cama, encendí la televisión deseando que hubiera una serie que me hiciera olvidar aunque fuera momentáneamente la encrucijada en la que me hallaba.
No llevaba diez minutos acostado cuando escuché entrar a Jimena en la habitación ya vestida para dormir y sin pedirme opinión ni permiso como si fuera algo habitual, se metió entre las sábanas diciendo:
-¿Qué ves?
-Castle- respondí alucinado por la naturalidad con la que mi nuera tomaba el hecho de acostarse conmigo.
Ella, pegándose a mí, se puso a ver ese capítulo usando mi pecho como su almohada. Mi mente se puso a trabajar a cien por hora, intentando hallar una solución al problema. Lo de menos era sentir el calor de su cuerpo casi desnudo contra el mío, mi verdadero dilema era si sería capaz de vivir con la culpa de echarla de mi lado o en su lugar, si podría soportar la vergüenza de ceder a sus deseos.
Mientras tanto, Jimena se había quedado dormida.
“¡Qué bonita es la pobre!”, pensé en plan paternal al ver la placidez con la que dormía.
Reconocí al mirarla que amaba ya a esa cría pero también que me resultaría imposible verla alguna vez como mujer.
« ¡Es demasiado joven!», concluí sin caer en que por primera vez, había olvidado el hecho que también era mi nuera.
Cansado, apagué la tele e intenté dormir reconociendo que era agradable sentir brazo de Jimena sobre mi pecho. Deseando que al despertar todos mis problemas hubieran desaparecido, me sumergí en brazos de Morfeo.  Mi descanso se tornó aún mas placentero al soñar con mi esposa. En mi sueño, sentí que María recorría con sus dedos mi pecho. Como tantas veces durante nuestro matrimonio, mi mujer comenzó a darme besos por el pecho mientras usaba sus manos para desabrochar mi pijama.
-Te deseo- exclamé aún dormido creyendo que era ella, la que en ese momento se deslizaba por mi cuerpo.
-Lo sé, mi amor- contestó una voz cargada de pasión que no reconocí como suya.
Abriendo los ojos descubrí que era Jimena, completamente desnuda, la que me estaba besando mientras su mano acercaba a mi entrepierna.
-¿Qué haces?- murmuré asustado.
Mi nuera miró satisfecha la erección de mi verga y levantando su mirada, contestó:
-Hacerte el amor.
Horrorizado, no supe o no pude reaccionar y por eso  me la quedé mirando mientras ella profundizaba sus caricias. La lujuria que vi en los ojos de mi nuera era tan inmensa que quise detenerla diciendo:
-No es el momento.
Al oírme, paró un segundo y poniendo tono de puta, susurró en voz baja:
-No sabes cómo he soñado que me dejaras hacerte una mamada.
Dando por sentado que yo lo deseaba como ella, se deslizó hasta mi pene y con una dulzura sin par, se apoderó de él y usando sus labios comenzó  a besarme el capullo.
-¡Jimena!
Mi chillido de auxilio para mi nuera fue la confirmación verbal de mi deseo y sacando su lengua recorrió con ella todo mi pene y mientras con una mano lo agarraba fuertemente y con la otra me acariciaba con ternura los testículos. Ese triple tratamiento y muy a mi pesar, consiguió su objetivo que no era otro que excitarme.
-Lo tienes hermoso, mi amor- dijo satisfecha al ver que mi miembro había alcanzado su tamaño máximo.
Tras lo cual empezó a lamerlo de arriba abajo sin dejar de masturbarme lentamente. Aunque resulte difícil de creer, en ese momento me embargaban dos sentimientos contrapuestos. Por un lado, estaba totalmente excitado pero por otro, estaba destrozado por no haber conseguido evitar que esa cría cumpliera sus deseos.
-¿Me amas?- preguntó con una sonrisa mientras me daba otro lametón.
Tardé en contestar porque no podía decirle que mi amor por ella era de otro tipo y no fue hasta que sentí que de sus ojos surgían un par de lágrimas de dolor cuando respondí:
-Sí.
Mi respuesta no era cien por cien mentira y siendo tan concisa, dudé que le sirviera pero Jimena al oírla pegó un grito de alegría y abriendo su boca, comenzó a meterse alternativamente cada uno de mis huevos sin dejar de masturbarme. Para entonces mi excitación era brutal. Deseaba que mi nuera culminara su felación con mi pene hasta el fondo de su garganta pero incapaz de exteriorizar mi deseo, la muchacha siguió jugando con mi miembro con sus manos.
-¿Quieres sentirla en mi boca?- insistió con lujuria en sus ojos.
No esperó mi respuesta y sin previo aviso, abrió sus labios y se la metió en la boca. El ritmo que imprimió a su mamada fue lento pero constante. Buscando maximizar mi locura, cuando veía que estaba muy excitado paraba durante unos instantes para acto seguido reiniciar la felación con mayor ardor. 
-¡Me encanta!- reconocí derrotado mientras usando mis manos presionaba su cabeza contra mi pene.
Para mi nuera el hecho que encajara toda mi extensión en su boca fue el banderazo de salida y incrustándosela por entera hasta el fondo de su garganta, empezó a sacar y a meter mi verga sin quejarse. La precisión que demostró al hacerlo así como el calor y humedad de su boca, me hicieron temer que no tardaría en correrme.
« ¡Esto no está bien!», pensé mientras hacía acopio de toda mi fuerza de voluntad para no derramar mi simiente.
Jimena cada vez más segura de lo que estaba haciendo, aceleró la velocidad de su mamada y llevando una de sus manos a su sexo, se empezó a masturbar mientras me preguntaba excitada:
-¿Te gusta cómo te la mamo?
-Sí-confirmé con un chillido tanto su pregunta como mi claudicación.
Mi entrega lejos de satisfacerla, la azuzó y sin dejar de acariciar su clítoris con los ojos inyectados de deseo, me soltó:
-Te prometo que a partir de hoy no tendrás queja. Seré tuya cuando, donde y cuantas veces quieras.
Tras lo cual,  izando su cuerpo, puso mi polla entre sus pliegues y dejándose caer, se empaló con ella lentamente. La nueva postura me permitió observarle de cara y descubrir tanto la dulce expresión de su rostro como sus pechos y sin pensar en lo que estaba haciendo, con mi lengua empecé a recorrer sus pezones.
-Siempre supe que te volverían loco mis tetas-gimió al sentirlo y terminando de llenar su conducto con mi pene, clavó sus uñas en mi pecho y me pidió que la amara.
No tardé en sentir que mi nuera empezaba a moverse sobre mí y aunque todavía me avergüenzo, reconozco que en ese instante olvide nuestro parentesco y disfruté  al notar su vagina húmeda y a ella excitada. Sus gemidos se acuciaron mientras ella incrementaba el compás con el que usando mi verga acuchillaba su interior hasta convertirlo en vertiginoso.
-¡Me corro!- aulló teniéndome a mí dentro.
La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y los jadeos que salían de su garganta fueron la gota que derramó mi vaso y  sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Agotada pero feliz, cayó sobre mí mientras su cuerpo sufría los últimos embates de su orgasmo.
Fue entonces cuando sin levantar su cara de mi pecho, confesó:
-¡No sabes cómo necesitaba que me hicieras el amor!
Desgraciadamente, sí lo sabía pero también que al acceder a ello, unía su destino al mío de por vida. Aunque Jimena tenía todo lo que me resultaba enloquecedor, no podía olvidar que era la viuda de mi hijo. Estaba todavía pensando en ello cuando abrazándome escuche que me decía:
-A dormir, ¡Tu mujercita necesita descansar!
Agradecí sus palabras y mientras el enanito que todos tenemos dentro me echaba en cara el haber disfrutado, mi nuera se quedó dormida desnuda entre mis brazos…
El primer día del resto de mi vida.
Al ser sábado, esa mañana mi despertador no sonó y sobre las nueve, me desperté con Jimena abrazada a mí. Recordando lo ocurrido y como mi nuera se había entregado a mí, no pude menos que arrepentirme de ello. Sabía que no había marcha atrás porque una vez había accedido, mi rechazo sería todavía más doloroso.
« ¡Cómo no lo vi venir!», me reclamé en silencio. « ¡Podía haberlo evitado!».
Maldiciendo mi poca voluntad, con cuidado aparté el brazo de mi nuera y sin despertarla, fui al baño con la esperanza que una ducha sirviera para borrar o aminorar en algo mi sentimiento de culpa. Ya bajo el chorro, mi mente se puso a divagar sobre aspectos más prácticos: Dando por sentado que estaba unido sin remedio a Jimena, ¿Debería hacerlo público o por el contrario mantenerlo en silencio? Había aspectos positivos y negativos en ambas opciones pero tras pensarlo bien, comprendí que esa cría necesitaba estabilidad y que para obtenerla, debían de saberlo la gente de nuestro entorno.
« ¡Qué vergüenza!», exclamé al pensar que debería plantarme ante la familia y demás amigos para contarles que la viuda de mi hijo era mi mujer.
Estaba todavía reconcomiéndome con esos prejuicios sociales cuando hoy que con un grito desgarrador la cría preguntaba por mí:
-Tranquila estoy en el baño- respondí mientras me preguntaba que le pasaba a esa loca.
No habían trascurrido más que un par de segundos cuando vi a Jimena entrando por la puerta con su cara desencajada. Al verme, preguntó llorando:
-¿Por qué no me has despertado?
-Me dio pena, quise que descansaras- respondí.
Esa mentira la tranquilizó pero aún con su voz cargada de tristeza, me confesó:
-Al abrir los ojos y ver que no estabas, me temí que te hubieses arrepentido de hacerme tu mujer y me hubieses dejado.
La tremenda angustia de su rostro me obligó a, forzando una sonrisa, contestar:
-Nunca te dejaré.
Al escuchar mi respuesta, la expresión triste de su cara mutó en alegría y mientras abría la puerta de la ducha, me dijo riendo:
-Te amo y quiero hacerte feliz.
La picardía que lucía en sus ojos me hizo comprender sus intenciones y si me quedaba alguna duda, desapareció cuando se empezó a acariciar las tetas y a pellizcarse los pezones mientras me retaba. Incapaz de retirar mi mirada, intenté complacerla diciendo:
-¡Eres preciosa!
Totalmente feliz al descubrir en mi cara la fascinación que sentía por su juvenil cuerpo, se cogió ambos senos con sus manos y mostrándomelos como si fueran un trofeo, me soltó:
-Dime amor, ¿Te gustan mis tetas?
Creo que fue entonces cuando cayó mi careta y reconocí que esa mujer me gustaba y que no era tan mala la idea de pasar mi vida con ella. Por eso, contesté:
-Mucho, me encantan.
Entonces comportándose como una niña traviesa, dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, me modeló antes de preguntar:
-¿Y qué parte de mi te gusta más?
-El culo- admití tras valorar rápidamente toda su anatomía.
Para entonces y asumiendo que esa muchacha sería parte de mi vida, me sorprendió percatarme que estaba excitado y que entre mis piernas mi pene estaba erecto. Jimena al comprobar que su exhibición había incrementado mi calentura, se rio y me abrazó. La suavidad de su piel desnuda fue suficiente para que mi miembro alcanzara de golpe toda su extensión.
-¡Mi amorcito está bruto!- dijo al notar la presión que ejercía contra su pubis.
En plan defensivo, contesté soltando una burrada que nunca había dicho a ninguna mujer:
-¡Y eso te gusta! ¿Verdad? ¡Putita mía!
Mi insulto aunque la sorprendió en un principio, consiguió azuzarla y creyendo que era parte de un juego, dotando a su voz de un tono burlesco, me retó diciendo:
-¡No tienes dinero para pagarme!
Mi respuesta fue atraerla hacía mí y agachando mi cabeza, apoderarme de uno de sus pezones con mis dientes mientras le decía:
-¿Tú crees?
Satisfecha porque mamara de su pecho sin pedirle permiso, aun jugando se quejó:
-¡Para! ¡No has pagado mi precio!
Ya lanzado le pregunté qué quería, mientras masajeaba su otra teta.
-¡Prométeme que haremos ese viaje!
-Hecho- respondí a la par que la mano que me quedaba libre iba bajando por su cuerpo.
Jimena soltando una carcajada me dejó claro que había ganado esa nueva batalla y sorprendiéndome nuevamente  se arrodilló frente a mí y cogió mi verga entre sus manos, diciendo:
-Ahora me toca a mi pagar- y sin dejar de sonreir, me obligó a separar las piernas.
De pie en mitad de la ducha, observé que la chiquilla se ponía a lamer mi extensión antes de metérselo lentamente en la boca, presionando con sus labios cada centímetro de mi miembro mientras lo hacía.
-¡Me saldrás carísima!- grité emocionado por su maestría ya que Jimena me estaba demostrando ser una autentica devoradora.
Con una sensualidad total, se engulló toda mi extensión y no cejó hasta sumergirla hasta el fondo de su garganta, para nada más terminar, empezar a sacarla y a meterla con gran parsimonia. Viendo que la pasión ya me tenía dominado,  se sacó la polla y con tono pícaro, preguntó:
-¿Te gusta cómo te la mama tu putita?
-Sí- gemí mientras me apoyaba con las manos en la ducha.
Satisfecha por mi respuesta, se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez, no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.
-¡Dios!- exclamé al sentir el tratamiento que daba a mi pene con su boca, -¡Vas a conseguir que me corra!
Al oírlo, buscó su recompensa con mayor ahínco pero fue cuando mi pene exploto en su interior cuando sus mamada se volvió frenética y recogiendo con su lengua todo mi esperma lo fue devorando al ritmo en que lo derramaba sobre su boca. Fue tal su obsesión no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:
-¡Nunca me cansaré de su sabor!
Esa promesa me confirmó que con mi nuera mi vida estaría al menos bien cubierta desde el punto de vista sexual y por eso la levanté para besarla pero al ver sus pechos mojados no pude evitar hundir mi cara en ellos. Jimena al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, empezó a gemir mientras trataba con sus manos reavivar mi alicaído miembro.
Una vez mi sexo había recuperado su dureza, mi nuera hizo algo que me dejó sin habla, dándose la vuelta, separó sus nalgas y con un extraño brillo en sus ojos, me confesó:
-Llevo toda la noche sabiendo que debo ser completamente tuya y nunca lo seré hasta que hayas usado mi culito.
La seriedad con la que lo comentó me obligó a bajar la mirada y fue entonces cuando descubrí que o mucho me equivocaba o nadie había horadado esa entrada. Intrigado le pregunté si era virgen.
-Nadie lo ha usado por eso quiero entregártelo a ti.
Saber que sería el primero, me hizo caer de rodillas ante tanta belleza y tímidamente usé mi lengua para ir acariciando los bordes de su ano. Jimena al experimentar esa húmeda caricia, gimió de placer  y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse sin dejar de suspirar. Su entrega me dio alas y ya necesitado de disfrutar de su trasero, forcé ese agujero con mi lengua y empecé a follarla mientras mi nuera no paraba de gozar.
-¡Te amo!- chilló descompuesta al experimentar la nueva sensación.
Azuzado por sus gritos, usé una de mis yemas para relajar su ojete. La forma en que berreó al sentirlo me hizo comprender que le gustaba y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras Jimena se derretía.
-¡Tómame!- aulló apoyando su cabeza sobre los azulejos de la pared.
Su grito me hizo olvidar toda precaución y cogiendo mi pene en la mano, me puse a juguetear con mi glande en esa entrada trasera mientras le preguntaba:
-¿Estás segura? ¡Te va a doler!
Sin dudar, me respondió que sí.  Su seguridad permitió que con lentitud forzara por vez primera su culo con mi miembro. La muchacha absorbió centímetro a centímetro mi verga sin quejarse y solo cuando sintió que había rellenado con ella su conducto, se permitió quejarse diciendo:
-¡Me duele! ¡Pero sigue! ¡Necesito dártelo!
Intentando no incrementar su dolor, esperé a que se acostumbrara a esa invasión mientras acariciándole los pechos la consolaba. Fue mi propia nuera quien en silencio movió  sus caderas, dejando que el miembro que tenía incrustado se deslizara lentamente por sus intestinos. La presión que ejercía su esfínter se fue diluyendo a medida que su dolor desaparecía y era sustituido por el placer.
Al advertirlo y notar que todo su cuerpo estaba disfrutando, Jimena me pidió que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris. Producto de todas esas sensaciones, la muchacha sintió que su cabeza estaba a punto de estallar y en voz en grito me informó que se corría. Su berrido fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene regara con mi simiente sus intestinos.
Exhausto, me dejé caer sobre la ducha y entonces, Jimena sentándose sobre mí, me besó tiernamente mientras me decía:
-¡Contigo todo es maravilloso! – y susurrando en mi oído, prosiguió diciendo: – Para esta noche quiero que pienses que te apetece que tu mujercita te haga.
Su descaro y la promesa que eso encerraba, me hizo reconocer que con ella mi vida iba a dar un cambio y solo deseé que fuera para bien.
« Como dice Manolo: ¡Cualquier hombre desearía tener una mujer como Jimena!» pensé tratando de convencerme de que tenía que aceptar esa nueva realidad.
En ese instante, la que ya consideraba mi pareja, me volvió a demostrar su disposición para hacerme feliz, diciendo:
-Vuelve a la cama mientras te preparo un desayuno fuerte con el que puedas afrontar el esfuerzo.
-¿Qué esfuerzo?- pregunté.
Muerta de risa, contestó:
-No creerás que estoy satisfecha con este polvo. Llevaba tanto tiempo sin que me hicieran el amor, ¡Qué me ha sabido a poco!
 
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 


3 comentarios en “Relato erótico: “Mi nuera me preguntó si podía hacerme una mamada “. (POR GOLFO)”

Responder a carlos shephard Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *