Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo, resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido. Con dinero en el banco, la casa pagada y […]