CAPÍTULO 7

Sabiendo que debía dar tiempo para que su indignación se convirtiera en odio, me fui al salón y me serví una copa. Planeando mis siguientes pasos, mi única pregunta era si tendría que forzarla o por el contrario, como fruta madura esa chavala caería en mis brazos. Fue la propia Loung, la que despejó mis dudas entrando en tromba en la habitación:
―¿La princesa?― preguntó nada mas verme.
―Se ha ido― respondí sin mirarla y cogiendo un libro de la estantería.
La secretaria creyó que era el momento de pedirme cuentas y enfrentándose a mí, dijo:
―Es usted un degenerado― tras lo cual me lanzó una bofetada. Bofetada que no llegó a su destino porque previéndola, le agarré sus brazos inmovilizándola. ―¡Suélteme!, ¡Maldito!― protestó intentando zafarse de mi abrazo.
Reteniéndola con dureza, la fui acercando a mi cuerpo y cuando ya la tenía pegada a mí, le agarré su cabeza y la besé. Loung quiso patearme e incluso pegarme, pero sus intentos resultaron infructuosos y forzando sus labios, metí mi lengua en su boca. Noté que la joven se debatía entre el deseo y el odio pero cuando comprendió que nada podía hacer, respondió con pasión a mi beso.
―¡Esto no está bien!― dijo con el último resquicio de fortaleza.
―Eso es mentira― contesté con voz dulce –Tú fuiste mi mujer antes que ella. ¿O no te acuerdas que te entregaste a mí?
―Si pero fue un error― gritó desolada al sentir que la empezaba a desnudar.
Cogiendo uno de sus senos entre mis manos, acerqué mi boca a su pezón y lo empecé a lamer mientras el sentido del deber de la secretaria se iba disolviendo. Al pasar al otro pecho, Loung no pudo evitar que de su garganta surgiera un gemido y pegando su sexo al mío, exclamó:
―Usted pertenece a la princesa. ¡Va a ser su marido!
―¡No te equivoques! Legalmente puede que sí, pero yo elijo con quién comparto mi cama y eres tú la que me trae loco.
El patriotismo y la lealtad que había jurado a su futura soberana, le hizo protestar y mientras presionaba su vulva contra mi pene, llorando me contestó:
―Sería traición.
Aprovechando que estábamos solos en la casa, la cogí entre mis brazos y subiendo por la escalera, la llevé al cuarto que compartía con la princesa. Una vez allí la deposité en la cama y tumbándome junto a ella, la empecé a acariciar mientras la desnudaba.
Su cuerpo me pareció todavía más atractivo que la primera vez. De piel más morena que su jefa, esa cría era el sumun de la belleza. De cuerpo enjuto, sus bonitos pechos cabían en mi boca pero lo mejor era que su breve cintura se expandía formando un espectacular trasero. Lentamente, le fui quitando el vestido y al bajarle las bragas, descubrí que por algún motivo esa muchacha se había depilado el coño después de haberla masturbado.
Separándole las rodillas, extasiado, me quedé contemplando su sexo con sorpresa. En ese instante supe que aunque fuera la última cosa que hiciera en mi vida, debía de saborear su coño y mientras me agachaba entre sus piernas, la oí decir avergonzada:
―Me depilé para usted.
Fue entonces cuando comprendí que el enfado de esa mujercita había sido un paripé y que antes de venir a recriminarme, ya había decidido ser otra vez mía. Disfrutando de su entrega, saqué mi lengua y jugueteando con su clítoris, saboreé su aroma a hembra necesitada. Ella al experimentar mi húmeda caricia, gimió y abriendo sus piernas de par en par, me dijo:
―Soy suya aunque eso signifique mi deshonra.
Recogiendo su turbación con mis dedos, la penetré mientras con mis dientes seguía dulcemente torturando su botón. La muchacha abducida por la pasión, me rogó que la tomara y al ver que sus ruegos caían en saco vació porque seguía comiendo su entrepierna, con sus piernas me aprisionó y moviendo sus caderas, tiró de mí hacia ella.
Con absoluta maestría, Loung consiguió colocar mi miembro en su entrada y con una expresión de lujuria en su cara, insistió en que la follara. Haciéndola caso, paulatinamente fui penetrándola. La lentitud con la que mi pene se fue introduciendo en ese coño casi adolescente, me permitió disfrutar del roce de sus pliegues mientras mi extensión se iba abriendo camino. Rememorando nuestra primera vez, en esta ocasión su conducto me pareció todavía más estrecho y no queriendo forzarla, al sentir que mi glande chocaba contra la pared de su vagina, esperé a que se acostumbrara.
―¡Fólleme!― aulló retorciéndose sobre las sábanas.
Decidido a que fuera lo más placentero posible, inicié un suave vaivén con mi cuerpo que poco a poco fue relajando su sexo. Sollozando de placer, la oriental me rogó que siguiera y mientras yo aceleraba mis movimientos, ella llevó las manos a su pecho y sin rubor se empezó a pellizcar.
En ese instante recordé la dulzura que me había mostrado en su país y queriendo devolvérsela, retiré sus dedos y los sustituí con mi boca. Al succionar sus pezones, la cría se volvió loca y retorciéndose sobre el colchón se corrió dando gritos, momento que aproveché para darle un suave mordisco en una de sus aureolas.
―¡Me encanta!― chilló descompuesta y completamente subyugada por el placer que estaba asolando su cuerpo, me pidió que le mordiera un poco más fuerte.
Al incrementar la presión de mis dientes, Loung gritó como posesa y tiritando entre mis piernas, vi como su orgasmo se unía a otro sin pausa. Su entrega me informó de su gusto por el sexo duro y sin dejar de morder su pezón, le di un azote en el trasero. Nuevamente, mi amante aulló al sentir mi palma castigando su culo y sin esperar a que le soltara otro, dando un grito me exigió que se lo diera.
Dominado por la pasión, alterné las penetraciones con las nalgadas, de forma que mi habitación se llenó de gritos de sumisión desbordada mientras la tensión se iba acumulando en mi entrepierna.
―¡Soy su esclava!― exclamó al experimentar el enésimo éxtasis que asoló esa tarde su frágil cuerpo y con absoluta devoción, buscó mi placer abriendo y cerrando los músculos de su vagina.
La confirmación de su entrega fue el estímulo que necesitaba mis huevos para explotar, regando su interior con mi simiente y cogiéndola entre mis brazos, la penetré brutalmente, levantando y dejando caer su peso sobre mi estoque. Loung llorando de alegría, recibió mi esperma y tras comprobar que me había vaciado, se dejó caer sobre la cama.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras trataba de descansar, la muchachita se abrazó a mí y poniendo su cara en mi pecho, empezó a sollozar calladamente.
―¿Qué te ocurre?― pregunté al ver su sufrimiento.
La chavala secándose las lágrimas que recorrían sus mejillas, se incorporó y con su rostro lleno de angustia, me contestó:
―Don Manuel, ¿qué voy a hacer? He jurado lealtad a la princesa pero mi cuerpo es suyo y moriría si no me permitiera servirle.
Con cuidado, elegí mis palabras y tras editar unos instantes, le pregunté:
―Sé que has prometido dar tu vida por mi cuñada pero por otra parte, sabes que eres mía. ¿No es así?
―Sí― contestó antes de echarse a llorar.
Acariciando su pelo, la besé y calmándola, le dije:
―Ambas cosas no son incompatibles. Desde hoy, al igual que Sovann eres mi mujer y entre todos buscaremos una solución.
―No le entiendo― contestó con voz ilusionada.
―Seremos tres en esta cama. Como oíste desde la puerta, la princesa ya me ha dicho que le gustaría hacerte el amor y solo espero que a ti no te importe, corresponderle.
―Señor, me dejaría despellejar si eso supusiera que ser suya. No soy bisexual pero si usted me ordena que lo sea, lo seré― con una dulce y esperanzada sonrisa, respondió.
―Lo serás y yo disfrutaré con ello.
―Pues si ese es su deseo, dígale a la princesa que acepto ser de los dos.
―No, bonita― contesté soltando una carcajada – ¡Serás tú quien se lo diga!

CAPÍTULO 8

Sovann llegó poco antes de cenar. Como no tenía nada que hacer se dedicó a comprar media calle Serrano y así darme tiempo a que pudiera ejecutar nuestro plan. Al llegar a casa y ser yo quien le abría la puerta, creyó que había fallado y poniendo un puchero, me preguntó cómo había ido.
―Siento decirte que ya no tienes secretaria.
Recibió la noticia con pesar y dándome las cinco bolsas que traía, me pidió que le contase lo que había pasado. Decidido a putearla, la llevé hasta el salón y mientras le servía una copa, ella no dejó de interrogarme.
Cada vez más nerviosa, se puso a recriminarme que seguramente me había excedido y profundamente preocupada, me explicó que esa niña era hija de uno de los hombres más importantes de su país. Interiormente muerto de risa, dejé que se explayara y cuando hubo soltado todo lo que tenía dentro le dije:
―¡Me subestimas! Te he dicho que ya no tienes secretaria, no que haya fallado― y llamando a Loung, esperé que entrara en la habitación para rectificarle: ―A partir de hoy, tienes una dulce amante. Será tu súbdita de día y nuestra mujer de noche.
Creo que mi cuñada no alcanzó a oír mis últimas palabras porque tenía suficiente con babear al ver que la cría llegó vestida únicamente con un trasparente camisón y que al ponerse a su lado, la besó en los labios, diciendo:
―Alteza, espero que no le moleste que su prometido me haya convencido de ofrecerme a usted como su pareja.
Mi putísima cuñada no se esperaba semejante recibimiento y menos que aprovechando su turbación, me pusiera a su espalda y sin esperar a que reaccionara, le desabrochara la blusa poniendo sus pechos a disposición de la muchacha.
Esta, aleccionada por mí, no esperó su permiso y metiendo su cara entre los senos de su princesa, abrió la boca y empezó a mamar. Alucinada, vio la lengua de Loung recorriendo sus aureolas mientras yo frotaba mi pene contra su culo. Nuestro doble ataque la desarmó y desnudándose ella misma, disfrutó de nuestras caricias. De pie y con las piernas abiertas, dejó que los besos de su empleada fueran bajando por su cuerpo pero cuando advirtió que la muchacha se acercaba a su sexo, le entraron dudas.
―¡Déjala!― le dije al oído y para forzar su calentura, abriéndole las nalgas jugueteé con su trasero.
Completamente cachonda, cuando sintió la húmeda caricia de Loung en su vulva, pegó un chillido y presionando contra su pubis la cara de la niña, le rogó que continuara. Nuestra recién estrenada amante separó con sus dedos los pliegues de la princesa y con los dientes, se puso a mordisquear el botón de la mujer.
Mi cuñada que hasta ese instante no había disfrutado del amor carnal de una fémina, sintió que se le acumulaban las sensaciones y pegando un grito, se corrió. Sin saber que hacer al sentir el flujo en su boca, la chavala me miró pidiendo instrucciones:
―Tú sigue― ordené y mientras ella obedecía, metí mis dedos en el coño de Sovann, empapándolos bien, tras lo cual, los llevé hasta su esfínter y con movimientos circulares, lo fui relajando mientras su dueña no paraba de gozar.
La princesa vio asaltados sus dos orificios y temblando, me informó que se iba a caer. Organizando la escena, tumbé a Loung en el suelo, puse a Sovann a cuatro patas con el coño en la boca de su sumisa empleada y colocándome detrás, le informé que le iba a dar por culo:
―¡A qué esperas! ¡Mi amor!― chilló descompuesta.
En ese momento, no caí que me había llamado “amor” y no “querido” como solía hacer porque estaba ocupado en darle placer. Seguro del calor que nublaba su mente, le abrí los cachetes y colocando mi glande en su esfínter, la penetré.
Mi cuñada gritó de dolor al verse empalada de un modo tan brutal y entonces ocurrió algo no previsto, Loung saliendo de su entrepierna, se dio la vuelta y cogiendo la cabeza de su princesa entre sus manos, las dos mujeres se fundieron en un sensual beso, tras lo cual y mientras la consolaba, oí que le decía:
―Deje que su futuro marido disfrute poseyéndola, después le juro que yo me ocuparé de su adolorido culito.
Sus palabras incrementaron la pasión de la princesa y desbordada por el cariño que esa niña le demostraba, le rogó que le dejara comerle el coño mientras yo seguía machacando su intestino con mi pene. Loung con rubor se colocó frente a ella y separando las piernas, le dejó ver su pubis.
―¡Qué bello es!― exclamó mi cuñada al contemplar el sexo depilado de la cría y sin poderse reprimir, probó por vez primera su sabor.
Sé que le debió de gustar porque pegando un grito, me rogó que la follara más despacio para que ella pudiera comerse ese manjar con tranquilidad. Rebajando el ritmo con el que le rompía el ojete, disfruté viendo las uñas de la princesa separando los pliegues de la chica antes de con la lengua saboreara el adolescente clítoris.
Tampoco Loung le hizo ascos porque su jefa no llevaba ni un minuto devorando su coño cuando berreando como una posesa, se corrió. Sovann sorprendida por la profundidad de su orgasmo, intentó secar el torrente en el que se había convertido la cueva de su paisana pero cuanto más intentaba absorber el delicioso flujo, más placer ocasionaba a su amante que completamente desbordada no dejaba de gritar de placer. La visión de esas dos mujeres disfrutando, colmó mi paciencia e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto al culo de mi cuñada.
―¡Así!, ¡Sigue! ¡Más fuerte!― reclamó descompuesta la muy guarra al sentir mi extensión acuchillando su interior
Decidido a liberar la presión de mis huevos, mis incursiones se volvieron tan profundas que temí que mi adorada prometida se desgarrara por dentro pero esa mujer que nunca dejaba de sorprenderme, en vez de quejarse, ordenó a su nueva amante que me ayudara.
―¿Qué quiere que haga?― preguntó indecisa la muchacha.
―Nuestro hombre necesita más ritmo, márcale el compás con azotes en mi culo.
Loung dudó en obedecer, para ella esa mujer iba a ser su reina y no se veía capaz de golpearla aunque fuera ella quien se lo pidiera, por lo que tuve que intervenir, diciendo en voz en grito:
―¡Hazlo! ¡Obedece a tu dueña!
Temblando, le soltó una nalgada y al escuchar el gemido de placer que brotó de la garganta de su princesa, con más confianza y más fuerza le dio el segundo. No satisfecha, Sovann le exigió que continuara. La muchacha pidiendo perdón por anticipado se dedicó en cuerpo y alma a satisfacer los deseos de mi cuñada. Tengo que aclarar que no solo lo cumplió su cometido fielmente sino que extralimitándose le soltó una serie de mandobles que me dolieron hasta mí.
Con sus cachetes rojos y con su esfínter ocupado, la futura soberana se corrió sobre la alfombra. Al dejarse caer, mi pene se incrustó aún más hondo y con la base de mi miembro rozando su ojete, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
―Dios― grité al sentir que mi verga explotaba regando su intestino y completamente exhausto, me tumbé a su lado.
Nuestra nueva amante con una sonrisa en sus labios, nos ayudó a levantarnos y cogiéndonos de la mano, nos llevó hasta el cuarto. Una vez allí, con un cariño casi religioso, nos tumbó en la cama y en silencio se retiró sin decir nada. Tanto Sovann como yo nos quedamos extrañados de su actitud pero como estábamos cansados, nos abrazamos y pensando que la noche había terminado, nos pusimos a hablar de lo sucedido.
―¿Te ha gustado?, princesa― pregunté mientras la acariciaba tiernamente.
―Sí, mi amor― respondió con la voz todavía entrecortada –Tengo el culo amoratado pero tengo que reconocer que he disfrutado como una perra. Te parecerá duro lo que te voy a decir y no me alegro de que mi marido esté muerto, pero desde que te conocí me has revelado aspectos míos que no conocía.
Al escucharla, me quedé pensando en ello y tras meditarlo, comprendí que a mí me ocurría lo mismo. Mi querida cuñada me había hecho olvidar el dolor por la muerte de mi hermano y mis futuros años quería pasarlos con ella y con Loung. Por primera vez, estaba colado y era de ellas dos, por eso y cuidando mis palabras, le pregunté:
―¿Y cómo acoplaremos a esa zorrita en nuestra vida?
Soltando una carcajada, Sovann me besó antes de contestar:
―Entre nuestras piernas, ¿dónde va a ser?
Aunque no nos habíamos dado cuenta, Loung había vuelto portando una bandeja con la cena y al escuchar que la incluíamos en nuestros planes, la dejó sobre la mesa y alegremente, preguntó:
―¿Mis dos dueños quieren ya cenar? O ¿prefieren que esta zorrita les canse un poco más?
Haciendo un hueco entre nosotros, la llamé diciendo:
―Ven aquí que mi futura esposa no ha oído tus berridos cuando te tomo.
―Con su permiso, Alteza― sonriendo, contestó y pegando un salto, se encaramó sobre mí.
Sovann, muerta de risa por la desfachatez de la cría, la besó y susurrándole al oído, le informó que tenía la intención de devolverle todos los golpes que le había propinado. Soltando una carcajada, Loung se giró y dijo:
―Princesa, con gusto, recibiré su escarmiento y de esa forma, su prometido sabrá que a partir de hoy tiene dos putas en la cama dispuestas a complacerle…

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