El robot que llevaba en volandas a Laureen, una vez traspuesto el umbral, se movió en la casa como si la conociese.  No le costó ningún trabajo hallar el camino al dormitorio en el cual justamente se hallaba la cama matrimonial.  Delicadamente pero a la vez con un toque de animal salvajismo, depositó sobre el somier a Laureen, quien aún no terminaba de asimilar una situación que la superaba.  Los juguetes tecnológicos aplicados a la vida sexual siempre le habían despertado una cierta resistencia y muy especialmente a partir del episodio que casi había enviado a la tumba a su esposo.  A propósito, se preguntaba en ese momento qué sería de él en manos de esas dos increíbles bellezas allá afuera en el parque.  La joven esposa estaba viviendo una tormenta interna: los intensos celos que le provocaba el saber a Jack en compañía de tan perfectos símiles de hembras humanas, se batían en singular combate contra la creciente excitación de estar en presencia de la más perfecta réplica posible del sensual y varonil Daniel Witt, quien, por muy delirante que pareciese, se hallaba de pie allí, a la cabecera de su propia cama.  La sola idea de pensarlo como robot le generaba miedo, resistencia e inquietud, pero el verle quitarse la remera por sobre su cabeza con la grácil y viril sensualidad con que lo hacía,  la excitaba a tal punto que se sintió mojarse.
El androide no se quitó el short de jean, pareciendo de ese modo jugar con la ansiedad de ella o bien con un cierto suspenso.  Su espléndida caja torácica al descubierto era, de todas formas, suficiente regalo no sólo para la vista sino para mantener la excitación encendida: la réplica del actor, de tan perfecta, excedía la perfección, ya que a Laureen no le parecía que el original estuviera tan bien dotado en cuanto a pectorales ni en cuanto al bulto que se adivinaba bajo la tela de jean.  Remitiendo una vez más a una cierta conducta bellamente animal, el símil de Daniel Witt avanzó hacia ella por sobre la cama marchando sobre puños y rodillas, brindando así a los ojos de Laureen una magnífica e inmejorable vista de sus hombros y brazos, que lucían tensos y estirados al punto de parecer reventar de un momento a otro.  Pronto el androide se halló sobre ella y, sosteniéndole esa mirada penetrante que nunca había dejado de tener, bajó la cabeza hasta apoyar sus labios contra los de Laureen quien, una vez más, cedió ante lo irremediable de la entrega absoluta.  Un atisbo de culpa pugnaba por salir de su interior, pero el calor y la intensidad del momento que estaba viviendo ahogaban cualquier prejuicio o miedo interno.  Se lamentó en el instante en que los labios de ambos se separaron de pronto; ella le miró con una expresión tan suplicante que le hubiera costado reconocerse de haber tenido posibilidad de verse a sí misma. 
Desde allá arriba, él le mantenía la vista clavada mientras tenía sus manos a la cintura y una rodilla a cada lado de Laureen, sobre la cama.  Echada de espaldas como ella se hallaba, lo que ella veía al levantar su vista no era sino un inconmensurable valle de sensualidad en forma de pecho que se movía acompasadamente al ritmo de una respiración cargada de tintes sexuales.  Subiendo con la vista a través de las lomas que formaban tan maravilloso pecho, llegó al hermoso rostro y a esos ojos azules que ni dejaban de mirarla ni permitían dejar de mirarlos.  Venciendo sus propias resistencias, Laureen llevó sus manos hacia el pecho de él y, al acariciarlo, no halló indicio alguno que le dijera que estaba, en realidad, tocando un robot; muy por el contrario, su cuerpo hervía de vida y de virilidad.  El androide avanzó su rodilla derecha hasta ubicarla junto al rostro de Laureen, quien pudo notar cómo el somier se hundía bajo la misma; luego hizo lo propio con su rodilla izquierda y, así, el formidable y apetecible bulto que tan marcadamente abultaba bajo la tela de jean quedó a escasos centímetros por encima del rostro de la joven esposa.  Las manos de ella seguían serpenteando a través de la piel del androide como si se movieran por su cuenta y no pudiera controlarlas; bajándole por el pecho y acariciándole el vientre, llegaron hasta el botón del short cuyos dedos soltaron para luego bajar el cierre.  Con sus manos, ella deslizó la prenda hacia abajo, al menos hasta donde pudo hacerlo puesto que el short le quedó por sobre sus senos.  Era tal el ceñimiento de la prenda al cuerpo que le costó bajarlo ya que parecía estar casi pegado a la piel, de la cual se iba  desprendiendo de un modo que era un abierto llamado al sexo salvaje; fue inevitable, por ello mismo, que el short arrastrara consigo también el bóxer, deslizándose ambas prendas juntas. 
La respiración de Laureen comenzó a entrecortarse mientras ella seguía sin terminar de entender qué estaba pasando ni cómo había llegado a aquello: a apenas centímetros por sobre sus ojos pendían el tan hermoso como generoso falo del androide junto a sus apetecibles testículos.  Se mordió el labio inferior, se pasó la lengua por la comisura y luego, sin poder evitarlo, abrió la boca en un gesto casi involuntario, como si ya no gobernara en absoluto sus propios actos.  Despegando la nuca de la almohada, alzó la cabeza cuanto pudo tratando de alcanzar con ella el objeto de deseo cuya cercanía no le dejaba pensar en otra cosa más que en tenerlo en su boca.  Primero fue en procura del hermoso par de genitales; jugueteó con la lengua entre ellos yendo alternadamente de uno al otro y propinando aquí y allá lengüetadas que llevaron a su boca el sabor y el aroma de una piel que jamás podía ser pensada como artificial.  Abrió la boca cuanto pudo y los envolvió como si tuviera la intención de comerlos; los lamió y los chupó durante largo rato mientras sentía cómo la verga del robot se iba poniendo dura y le rozaba la frente con un rastro lechoso.  Ese hecho sólo pudo operar como estímulo definitivo para decidirse a devorarle el falo y, por tal razón, soltó los huevos del androide y, como si fuera un animal hambriento, fue con su boca en busca del prominente miembro viril. 
Laureen, definitivamente, no se reconocía a sí misma; no era gran afecta a la práctica del sexo oral y, de hecho, recordaba varias discusiones con Jack al respecto, sobre todo en los años de noviazgo y en los primeros tiempos de matrimonio, antes de que él decidiera optar por buscar en mundos de fantasías virtuales lo que no hallaba en la vida conyugal.  Sin embargo, lo que estaba viviendo Laureen era, a todas luces, una sensación inédita para ella: aquel magnífico miembro masculino invitaba lascivamente a lamerlo, chuparlo y devorarlo, aun si en ello le fuera la chance de morir atragantada en el intento.  Lo ingresó en su boca todo cuanto pudo y sintió el extremo muy cerca de su garganta; en ese momento, el robot depositó una mano sobre su cabeza y la llevó aun más contra sí, de tal modo que la verga entró completa y, ahora sí, el magnífico glande calzó en las amígdalas de Laureen provocándole arcadas que, paradójicamente, eran en extremo placenteras.
Aun a pesar del éxtasis que vivía, ella abrió los ojos y elevó la vista hacia él; tal como había previsto, el androide seguía mirándola fijamente.  El saberse con tal verga en la boca a la vez que observada de tal forma, hizo a Laureen sentirse doblemente penetrada.  El magnífico pene se movía dentro de su boca de un modo extraño e inimaginable en hombre alguno; trazaba círculos o semicírculos que llevaban el grado de excitación a niveles que ella nunca había sospechado que pudieran existir: el miembro se sacudía alocadamente, como dotado de vida; bailoteaba, danzaba…  Las arcadas se fueron haciendo cada vez más agudas al estar Laureen siendo sometida a un frenético bombeo oral, el cual, como no podía ser de otra manera, terminó con un torrente seminal que le invadió cada recoveco de su boca y que luego le bajó hacia el estómago como si estuviera tomando posesión del terreno conquistado.  Era semen, pudo comprobarlo; o bien un excelente sustituto mucho más sabroso y excitante al gusto…  No podía ni quería pensar en esa sustancia que reptaba hacia su interior como un preparado de laboratorio; prefirió, más bien, entregarse mansamente a la idea de que era el semen de Daniel Witt lo que la recorría por dentro y la iba poseyendo.  Y, por cierto, a juzgar por la alta calidad de las sensaciones, no necesitaba mucho esfuerzo imaginativo para convencerse de que era realmente así.
Una vez que su boca dejó escapar el pene del androide, tragó aire con tal ímpetu que recién entonces tomó conciencia de que llevaba un largo rato sin respirar.  Estiró los brazos hacia atrás como buscando el extremo del somier y ladeó la cabeza; si su intención era descansar tras lo vivido, estaba equivocada: en el preciso instante de asumir actitud de relajación, el androide la tomó por la cintura y la alzó un poco de la cama para así llevarle hacia arriba la corta falda y, casi antes de que Laureen pudiera darse cuenta de algo, quitarle las bragas deslizándolas a lo largo de las piernas izadas.  El nerviosismo invadió otra vez a Laureen y regresaron las culpas: había que parar aquella locura; no podía concebir estar así de entregada a un artefacto mecánico.  Volvió incluso a pensar en Jack y en que estaría haciendo, pero sus pensamientos y su renuencia se hicieron trizas cuando el androide la ensartó en la vagina e inició una feroz y alocada cabalgata que hacía ver como inconcebible que apenas un instante antes le hubiera eyaculado en la boca.  El miembro no daba señal alguna de flaccidez; por el contrario se mostraba vigoroso y potente yendo cada vez más adentro…y adentro… adentro… Los jadeos de Laureen, ya devenidos en aullidos se fueron haciendo cada vez más audibles hasta que poblaron la habitación y salieron por la ventana… En uno de esos fugaces e impensados momentos que tiene la mente, Laureen se preguntó, no sin vergüenza, si Jack la estaría oyendo en tal estado e incluso, cosa aun más loca, si su vecino Luke Nolan no lo estaría haciendo ya que le parecía imposible que los desaforados gritos que de su garganta brotaban no llegaran más allá de los límites de la propiedad…
Desde su habitación adecuadamente preparada y equipada para tal fin, Luke seguía con atención los movimientos de la casa de los Reed merced al accionar del módulo espía.  No se atrevía, sin embargo, a descenderlo demasiado ni a intentar siquiera acercarse a alguna de las ventanas, particularmente a la del dormitorio, ya que, aun cuando no hubiera visto en el día rastros del perro robot, la presencia de los recién llegados androides le cohibía ante la posibilidad de que fuesen capaces de descubrir el módulo espía.  Como él siempre se decía a sí mismo, las máquinas detectan con facilidad a otras máquinas ya que, después de todo, son sus semejantes.
Por cierto y siendo como era un entusiasta de los juguetes tecnológicos, no podía creer lo que los monitores le estaban mostrando.  Infinidad de veces había visto los avisos publicitarios y hasta había estado investigando acerca de los nuevos modelos lanzados por la World Robots pero verlos en acción superaba cualquier cálculo o expectativa: aquellos robots eran sencillamente increíbles; habría un antes y un después de ellos sin ningún lugar a dudas.
Jack yacía en el medio del parque de espaldas contra el césped y con los pantalones sobre los tobillos mientras una de las hermosas féminas de artificio lo cabalgaba sobre su vientre exhibiendo al aire de la tarde sus hermosos y bamboleantes pechos en tanto que la androide restante, reptando por entre las piernas de Jack y por debajo de la cola de su compañera, hurgaba con su lengua buscando muy posiblemente sus testículos, si bien la distancia prudencial de observación no le permitía a Luke determinarlo.  Esos robots no parecían réplicas: decididamente eran mujeres; lucían y se comportaban como tales.  Lo que Luke no podía entender era cómo Jack prefería entregarse a esos placeres mecánicos cuando tenía a la más bella mujer del mundo en su propia casa y de carne y hueso.  De hecho, una mezcla de rabia e impotencia se había apoderado de él viendo a su vecino entregar a su esposa a un robot sin miramiento ni culpa alguna.  A propósito de ello, debía resistirse por momentos a la fuerte tentación de llevar el módulo espía a la ventana de la habitación para contemplar el magnífico espectáculo de ver a Laureen haciendo el amor, lo cual podía ser una movida peligrosa dadas las circunstancias.  De todas formas, ese mismo temor tenía su parte de alivio puesto que lo libraba de ver cómo ella era montada por un ser de artificio: un verdadero desperdicio que sólo lo llevaba a pensar cómo era posible que Dios, el destino o quien fuese, fuera tan injusto de entregar tan exquisita y excelsa mujer a un hombre que la valoraba tan poco.
Las beldades que con sus carnales encantos envolvían a Jack  habían ahora cambiado de posición; y él también: mientras una era montada por él a cuatro patas, la otra, desde atrás, le lamía el orificio anal.  Asqueroso Jack, pensó Luke: un pervertido vicioso sin remedio… De pronto, una seguidilla de gritos femeninos pobló el aire de la tarde; no provenían de ninguno de los Ferobots, tal como Luke logró comprobar en los monitores, sino que provenían de la casa y se trataba, inconfundiblemente, de la voz de Laureen.  Olvidándose por completo de Jack y de sus dos réplicas, Luke encendió uno de los tantos monitores en el cual comenzaron a aparecer las imágenes de su vecina en una de las muchas filmaciones que de ella había registrado.  Intensificó la percepción sonora del módulo y aumentó el volumen todo cuanto pudo en sus parlantes para escuchar mejor los profundos gemidos de Laureen.  Y así, viéndola y oyéndola, se entregó una vez más al placer solitario…
Fue recién en la mañana y poco antes de partir hacia su trabajo cuando Jack decidió pasar por el dormitorio para ver a su esposa, con quien no había tenido contacto desde que la viera siendo llevada en volandas por el Merobot, pues tanto él como, al parecer, ella, habían estado muy entretenidos después de eso.  Entró sigilosamente por presumir que, tal vez, ella estaría durmiendo, pero se llevó una sorpresa: quien “dormía” (el concepto era sumamente extraño tratándose de un ser mecánico, pero al parecer los fabricantes lo habían equipado con esa posibilidad a los efectos de hacerlo ver lo más humano posible) era el androide, que yacía desparramado sobre las sábanas luciendo en su desnudez un físico realmente envidiable y ni qué decir del fantástico miembro entre sus piernas.  Laureen, por el contrario estaba despierta, sentada contra la almohada y abrazando sus recogidas piernas; en el momento en que Jack entró a la habitación, ella miraba al androide “durmiente” con la vista algo perdida o ausente y no cambió demasiado esa expresión al girarla hacia su esposo; había en el bello rostro de ella, y contrariamente a lo que Jack hubiera esperado, un cierto velo de tristeza.
“¿Y? – preguntó Jack, sonriente y guiñando un ojo a su esposa -.  ¿Cómo estuvo?”
“Estuvo bien” – respondió ella con la voz apagada y sin demasiada efusividad.
“¿Sólo bien? – preguntó él, sin dejar de sonreír -.  A juzgar por eso que se ve ahí – dirigió claramente la vista hacia el miembro del robot -, no creo que hayas alguna vez tenido algo como eso en tu vida, mal que me pese admitirlo…”
“¿Y cómo estuvo lo tuyo?” – repreguntó ella con un deje de ironía, aun cuando su voz seguía sin sonar con demasiada emoción.
“Lo mío fantástico… ¿Es que no vas a decir nada más, Laureen?  ¿Sólo que estuvo bien?   Laureen, estos robots son absolutamente increíbles…”
“¿De dónde sacaste el dinero?” – preguntó ella interrumpiéndole.
Jack resopló.
“¿Es lo único que te importa?  ¿Lo económico?  ¿No valoras el hecho de pasarla bien?  Yo oí tus gemidos ayer, Laureen.  Es más: me pregunto quién en el vecindario pueda no haberlos oído.  ¿Vas a decirme que no lo has pasado bien?  ¿Qué no lo has disfrutado?  ¿No vas a agradecerme siquiera?  Con respecto al dinero…, saqué un préstamo en el trabajo – mintió Jack -, además de… hmm… desprenderme tanto de mi robot conductor como de… Bite”
“¿Vendiste a Bite?” – preguntó ella, arrugando el entrecejo en una expresión de incredulidad.
“¡Laureen, por Dios! ¡Es sólo una máquina…!”
“Como también lo es eso que yace ahí – señaló hacia el androide -.  O las dos que te hacían de todo ayer en el parque… A propósito, tus gritos también se escucharon por todo el vecindario anoche…”
“¡Lo sé, pero no trato de negarlo como haces tú!  Yo lo pasé de maravillas y traje ese Merobot fue justamente con la idea de que también lo hicieras tú… ¿Vas a comparar a estas maravillas mecánicas con ese perro robot?  Te compraré otro perro a la primera oportunidad, uno real, de carne y hueso…: son más baratos…”
“Y también cagan y mean el parque – replicó Laureen -.  ¡Jack!  Creo que esto ha llegado a un límite que no puedo pasar… No fue hace tanto que estuviste cerca de la muerte por buscar emociones virtuales, ¿acaso ya lo olvidaste?”
“¡Pero mi corazón está maravillosamente bien hoy! – exclamó él, tanteándose el pecho -.  Los Erobots no son como el VirtualRoom, Laureen…”
“No voy a negarte que sí gocé con ese androide – admitió ella enterrando el mentón entre las rodillas y echando sobre su semblante un cierto velo de culpa -, pero… tenemos que dejar de ceder ante las sensaciones fugaces y las tentaciones momentáneas.  Lo pasé genial, lo reconozco pero… en algún punto sentí que no era yo, que era alguna otra quien obraba por mí, guiando mis sentidos y mis actos…”
“Lo cual es una buena forma de limpiarse la conciencia – se mofó él -.  Laureen, por favor, no me vengas con eso; ésa que ayer gritaba y gozaba como poseída sí eras tú… En todo caso, puedes decir que era una parte de ti que siempre mantuviste oculta, ya fuera por decisión propia o por algún miedo indefinible, pero ten por seguro que sí eras tú…”
“Me sentí como… si me tragara un remolino – dijo ella, haciendo una pausa para revolear los ojos como si buscara la imagen justa -.., un remolino en el cual me terminé ahogando, por cierto, pero… ahora que lo veo en retrospectiva…, siento vergüenza de mí misma y, aunque no lo puedas creer, eso no es lo más preocupante… Siento que estos robots sólo van a contribuir a alejarnos aun más…”
“¿Hay forma de que alguna vez le veas el lado positivo a algo? – preguntó Jack con evidente fastidio -.  Yo lo veo como que van a ayudar a combatir la rutina y a que revitalicemos nuestro matrimonio…”
“No, Jack Reed, eso es en realidad lo que quieres creer.  La realidad es que ya no encuentras satisfacción en mí, ni sexual ni de otro tipo… Y si quieres que te diga la verdad, yo también siento que cada vez la encuentro menos en ti…”
“Okay, ¿quieres divorciarte?”
“¡Jack, no seas idiota! – vociferó Laureen dirigiendo a su esposo una mirada furtiva -.  ¡Yo no estoy hablando de eso y, en todo caso, si lo mencionas, será porque es a ti a quien le baila esa idea en la cabeza…!  Lo que te estoy tratando de decir es que esos… robots no van a ayudar en nada; sólo van a complicar más las cosas… y dudo mucho que se pueda revitalizar un matrimonio buscando emociones en algo que actúe como sustituto de la pareja.  Para que no creas que soy desagradecida, te agradezco de corazón el que hayas decidido incluirme y que hayas pensado en mí al traerme una réplica de Daniel Witt, de quien bien sabes cuánto me gusta… Pero, Jack, hay que terminar con esto ahora: si mantenemos esos robots aquí en casa, nuestro matrimonio se va a terminar de ir por la borda en pocas semanas…”
Un profundo silencio se instaló en la habitación durante un par de minutos,  siendo sólo interrumpido por el androide, que se removió en su cama en otra de sus tantas actitudes imitativas que, con tanta perfección, buscaban verse humanas.  Jack permaneció algo cabizbajo y pensativo; se le veía claramente decepcionado.  Simplemente dio media vuelta evidenciando clara intención de partir.
“Debo irme o llegaré tarde al trabajo – dijo -.  Además, ahora tendré que conducir el auto yo y no estoy tan ducho”
“Jack…”
“¿Sí?”
“¿Puedo pedirte algo?”
Él permaneció mirándola sin lograr adivinar cuál podría ser la solicitud de su esposa.
“Por favor…, déjame los tres robots en off.  Puede sonar estúpido pero ya bastante tengo con verlos en la casa como para, además, verlos en movimiento… No sé, su presencia me…inquieta, por no decir que me atemoriza…”
Jack asintió varias veces con la cabeza sin que su rostro abandonara en ningún momento su expresión de desazón.  Una vez más se giró y se aprestó a marcharse.
“Te compraré otro perro…” – dijo al salir.
Como no podía ser de otra manera, llegó tarde a su trabajo.   No fue sólo su falta de pericia al volante para moverse por entre el tránsito citadino, sino que además al llegar a su piso y no teniendo robot que guiara el vehículo de vuelta a su casa, no le quedó más remedio que seguir hasta la azotea y pagar estacionamiento para luego bajar en ascensor: se sintió estúpido al no haber previsto ese problema y, sobre todo, el del estacionamiento, que implicaba un coste extra de allí en más.  Durante todo el camino su mente se dividió: por un lado estaba el recuerdo de una tarde y una noche inolvidables junto a Theresa y Elena,  pero por otro la amargura que le había dejado hallar y dejar a Laureen de esa forma.  Él parecía haber hallado la solución a su problema sin riesgo aparente para su salud pero para ella no había solución a nada, no al menos por ese camino: estaba claro que se sentía culpable cada vez que, empujada por él, se dejaba incluir en aventuras eróticas de índole tecnológica;  ya le había ocurrido con el VirtualRoom y ahora le había vuelto a ocurrir con el Erobot.  De ese modo, la alegría que sentía Jack por la acertada adquisición de las Ferobots tenía como contracara la insatisfacción de su esposa con el Merobot.
Durante toda la mañana no tuvo noticias de Miss Karlsten; no le convocó a su oficina para nada y ni siquiera le llamó a través del intercomunicador.  Fue al llegar el corte del mediodía que le avisaron que su jefa lo esperaba, lo cual le irritó puesto que implicaba tal vez sacrificar su horario para almorzar.  Al entrar en la oficina, la encontró ataviada de un modo distinto a como lo hacía siempre, luciendo un largo sacón de piel sintética que le cubría desde el cuello hasta las pantorrillas dejando por debajo al descubierto sus zapatos de agudo taco.
“¿Tienes frío?” – bromeó Jack.
Ella, con un solo movimiento, se libró de su sacón como quien dejase caer una capa.  Lo que quedó al descubierto no pudo menos que impresionar a Jack, cuyos ojos lucieron desorbitados ya que nunca había visto a su jefa de aquella forma.  Lucía un ceñido corsé que terminaba en ligueros que le unían con las largas y sensuales medias de nylon, a lo que se sumaba una escueta tanga, todo de color negro.  Jack bien sabía que Carla Karlsten tenía un cuerpo inmensamente atractivo pero al verla vestida de ese modo, caía en la cuenta de que nunca había pensado que lo fuera tanto; no pudo evitar soltar un prolongado silbido.
“¿Estamos en guerra con alguien?” – preguntó, manteniendo un tono de broma ante el cual ella, sin embargo, se mantuvo seria e imperturbable.
“Sígueme” – le dijo secamente.
Ella se giró y echó a andar sobre sus tacos aguja.  En cuanto le dio la espalda, los ojos de Jack tuvieron una fantástica visión de su trasero como jamás la habían tenido, lo cual le permitió comprobar que, por cierto, lo tenía muy bien formado además de saber realzar sus atributos al moverlo cadenciosa y sensualmente mientras caminaba; no cabía duda de que muchas muchachas jóvenes envidiarían una retaguardia como aquélla.  Así, caminando tras ella y sin poder despegar sus ojos de tan excelente vista, Jack traspuso la “puerta secreta”.  Por mucha confianza que Carla Karlsten le tuviera, llegando al punto de hacerle confidente de sus secretos más íntimos, lo cierto era que jamás le había hecho pasar allí.  Azorado, Jack descubrió un mundo nuevo y aun cuando hubiera tratado de imaginarlo mil veces, jamás lo había pensando tan lóbrego y siniestro; sintió como la piel se le erizaba.  Viendo aquel sitio poblado de ruedas, grilletes, cintas de cuero, collares, cadenas, potros de tormento, látigos y tantos otros enseres, se tenía la sensación de haber viajado en el tiempo.  Lo que desencajaba desde todo punto de vista era el androide, el cual de pie y a un costado constituía allí un anacronismo absoluto: estaba inactivo, tal como lo denotaba la expresión vacía y ausente de sus ojos.  Lo curioso del caso era que, aun descontextualizada, la presencia de esa figura enhiesta e inmóvil contribuía a realzar todo lo sombrío que ese lugar tenía, terminando de darle un aspecto terrorífico.
“¿Lo tienes en off?” – preguntó Jack.
“Así es…” – respondió lacónicamente la jefa.
“¿Con qué sentido? – indagó él -.  ¿No se supone que debería presenciar lo que yo vaya a hacerte para así entender que lo estás gozando?”
 
“Quiero que primero practiques, que te familiarices con todo esto – explicó ella -.  Ambos sabemos que no eres un hombre que me excite particularmente y ello podría derivar en que yo no me mostrara resuelta a gozar desde el inicio, que necesite mi tiempo… Y en tu caso, bien, esto no es lo tuyo y, como tal, sería interesante que practicaras para así poder someterme del modo más natural posible; sólo así puedo llegar a excitarme y demostrar placer, que es lo que, en definitiva, quiero que el robot vea…”
“Repito: ¿y entonces por qué no está encendido?” – insistió Jack mientras miraba al inmóvil robot con el ceño fruncido y mesándose la barbilla.
“No quiero exponerme a que el robot reaccione mal si ve que no hay placer en mi dolor.  Por lo tanto, creo que es mejor mantenerlo apagado durante la práctica y ponerlo en actividad en cuanto veamos que la cosa nos sale lo suficientemente natural como para convencerle…”
“Je, piensas en todo… – rió Jack -, pero… sigo sin entender qué tengo que hacer…”
“¡Por lo pronto cumplir con tu parte del trato!  Yo ya cumplí con la mía… Por cierto, ¿qué tal esos Ferobots?  ¿Y tu esposa?  ¿Quedó conforme con el Merobot?”
“A decir verdad… – comenzó a decir Jack tristemente mientras echaba una mirada a la hilera de látigos -, no quedó del todo conforme, como tampoco lo has hecho tú con el tuyo.  Empiezo a pensar que los Erobots son androides más adecuados para el consumo masculino que para el femenino…”
“Oh…, lamento de corazón que haya sido así, Jack, pero… ahora…, vamos a lo nuestro…”
Jack volvió a mirar en derredor; por mucho que lo intentaba, no lograba captar aún que era lo que de él se esperaba.  Había allí un arsenal completo como para hacer feliz a cualquier amante del sadomasoquismo o de emociones retro, pero él era totalmente ajeo y neófito en tales cuestiones.
“¿Qué… quieres que haga exactamente?” – preguntó.
“¡Domíname!  ¡Sométeme!  ¡Y golpéame! – rugió su jefa -.  ¿No tienes imaginación?  ¿Es que tengo que decírtelo todo?  Y no olvides tener el control remoto del Merobot a mano para que puedas encenderlo cuando hayamos logrado el clima y la sensación adecuados…”
Jack Reed se encogió de hombros.  Aun cuando esa clase de emociones fuertes no eran el ámbito en el cual encontrara sus placeres, decidió que, después de todo, la cosa podía ser divertida.  Lo que tenía ante sus manos era la posibilidad de reducir a la poderosa Carla Karlsten a una piltrafa humana sin dignidad alguna y ello no dejaba de ser excitante en algún punto.  Así que se decidió a pasar a la acción.
Yendo por detrás de ella, la tomó por los bucles y tironeó con fuerza de su cabeza hacia él.  Miss Karlsten lanzó un alarido de dolor y, extrañamente, Jack encontró placentera la situación; hasta le pareció que su pene quisiera erguirse.  Sosteniéndola siempre por los cabellos le giró la cabeza hasta obligarla a mirarle a los ojos y pudo notar que su jefa tenía la cara contraída en un rictus de dolor; se puso a pensar cuántos empleados de la Payback Company pagarían por presenciar un espectáculo de tal índole…y él lo estaba gozando gratis.
“Bien, puta – dijo, mordiendo las palabras y tratando de no sonar demasiado sobreactuado -; vamos aponerte en el lugar en que mereces estar…”
Con un violento tirón hacia abajo, hizo que Miss Karlsten cayera sobre sus rodillas y pudo entonces comprobar cuán placentera era la imagen de ver a su orgullosa y petulante jefa de ese modo.  Inesperadamente, le estaba encontrando el gustillo a la situación: no era que lo excitaran las situaciones de dominación, sino que lo excitaba esa situación en particular y con esa persona en particular…
 
“Bésame los zapatos, perra sucia” – le ordenó, divertido pero buscando a la vez no perder firmeza en la voz de mando.
Miss Karlsten pareció vacilar un momento; seguramente estaba siendo sometida a intensos torbellinos interiores desde el momento en que debía ser la primera vez que recibía una orden así en su vida. 
“¿Qué estás esperando, puta?  Bésalos…” – insistió él, con una maliciosa sonrisa dibujada en el rostro.
A Miss Karlsten no le quedó otra alternativa; después de todo, era exactamente lo que le había pedido a él que hiciera y, de algún modo, servía como atisbo de consuelo que, aun dentro de lo humillante de la situación, si él tenía el mando era porque ella se lo había otorgado.  Hasta en una situación como ésa, Miss Karlsten buscaba convencer y tranquilizar a su conciencia para dejar su dignidad lo más a salvo posible.
Apoyando las palmas en el piso bajó la cabeza hasta que sus labios tocaron las puntas de los zapatos de Jack y besaron, primero uno y luego el otro.  Una desagradable sensación le invadió a Miss Karlsten al hacerlo, no pudiendo reprimir una cara de asco y, de hecho, al retirar los labios, escupió levemente como para eliminar cualquier residuo de impureza que hubiera quedado depositado sobre ellos: era una mujer arrogante y dominante librando una feroz batalla contra sí misma; Jack, por su parte, ni siquiera pareció percibir lo que ella acababa de hacer.
Volviendo a tomarla por los cabellos, la izó del piso prácticamente como si fuera un paquete hasta ponerla en pie nuevamente.
“Vamos a probar algunos de tus juguetes” – le dijo al oído, sonriendo maliciosamente.
Llevada a empujones y siempre sostenida por Jack de los cabellos, Miss Karlsten contraía su rostro en evidente mueca de dolor y se veía obligada a marchar con la espalda arqueada mientras él la iba llevando hasta una mesa sobre la cual había diseminados montones de elementos relacionados con actividades fetichistas o sadomasoquistas.  Durante la marcha, Jack no dejó oportunidad de acariciarle las nalgas e incluso de deslizó un dedo por entre ellas, provocando así que la minúscula tanga fuera se enterrara en la zanja de la cola aun más de lo que ya lo estaba.   Jack no pudo evitar soltar una risita malévola.
 Echó de reojo un vistazo al robot y, por un momento, se inquietó como si se hallara en infracción.  De algún modo, estaba haciendo daño a la propietaria del androide y se le cruzó por la cabeza la posibilidad de que, quizás, existiera algún método para que el mismo entrara en funciones de manera automática ante situaciones extremas como aquella.  Para su alivio,  sin embargo, no había en el androide indicio alguno de actividad; sus ojos seguían tan inertes como siempre, lo cual significaba que Jack había exagerado sus temores: no había, al parecer, nada que indicase que la World Robots hubiera equipado al Merobot con un dispositivo semejante al que había imaginado.  Y aun en el supuesto caso de que así fuese y el robot, en algún momento, “despertase”, tampoco había en teoría nada que temer ya que su mandato positrónico le impedía dañar a seres humanos por más que se tratase de hipotéticos agresores de su dueña.
Al llegar ante la mesa y siempre sin soltar el cabello de su jefa, Jack se detuvo a observar con detenimiento los distintos elementos que allí había: todo un paraíso para amantes del sado.  Le llamó la atención muy especialmente un falo artificial que, al tomarlo, sintió como de plástico o tal vez goma sintética: toda una antigüedad, por cierto, pero una perversa antigüedad…
“Eres una zorra muy pervertida” – dijo Jack, divertido, mientras hacía bailar el objeto a centímetros de los ojos de Miss Karlsten.
Volvió a depositar el falo sobre la mesa y concentró su atención en un grueso collar, como de perro, pero ideal para un cuello humano y, por lo que se veía, ajustable hasta el ahogamiento a juzgar por las hebillas que lo jalonaban.  Sonriendo, miró de soslayo a su jefa y descubrió un tinte de miedo en sus ojos, lo cual le produjo nuevamente un intenso e impensado placer: otra vez sintió que su verga quería pararse.  Asintiendo con la cabeza y sin dejar de sonreír, llevó el collar hacia el hermoso cuello de Miss Karlsten y una vez habiéndolo rodeado, lo ajustó hasta  que a ella le costó respirar y su semblante comenzó a cambiar de color; recién entonces decidió Jack que había llegado al límite tolerable, así que aflojó levemente la pieza como para permitirle respirar nuevamente, aunque no lo suficiente como para que no la sintiera bien ceñida al cuello y privándola de libertad.  Una vez que lo hubo hecho, le echó a su jefa una mirada penetrante.
“¿Y?  ¿Cómo se siente? – preguntó – ¿Cómo se siente? ¡Contéstame, puta!” – repitió una y otra vez permitiéndose incluso abofetearla en el rostro y arrancándole, al hacerlo, un par de agudos grititos de dolor.
En ese momento, Jack creyó escuchar algo.  Desviando la atención por un momento de Miss Karlsten, echó un vistazo en dirección al robot ya que le había parecido que el sonido hubiera provenido de esa ubicación.  Le pareció, inclusive, percibir un ligero destello en los ojos del androide pero, al aguzar más la vista para ver mejor, descubrió que no había nada: su imaginación y su paranoia le estaban jugando clarísimamente una mala pasada: el robot seguía apagado sin visos de que tal situación cambiase y no había, por lo tanto, por qué esperar ni mucho menos temer algo diferente.
 
“Se… siente… bien, Jack…” – musitó Miss Karlsten, provocando que Jack volviera a dirigir la atención hacia su indefensa víctima tras haberla olvidado por unos segundos.
“No me digas Jack… – le reprendió él, tirando de la hebilla del collar y haciendo con ello que el rostro de la mujer se tiñera una vez más de dolor, un dolor sordo ya que Miss Karlsten no lograba emitir sonido debido a la presión del collar sobre su garganta -.  Dime… Señor”
Ella gesticulaba y hacía mímica pero ningún sonido brotaba de su garganta, lo cual hizo a Jack darse cuenta de que debía aflojar un poco la presión de la hebilla para permitirle hablar.  Cuando, finalmente, lo hizo, ella tragó aire y habló entrecortadamente:
“S… sí, S… señor… se  s…siente b… bien, Se…ñor”
“Así me gusta” – dijo él, sonriendo y asestándole un escupitajo en pleno rostro.
El  semblante de Miss Karlsten enrojeció, denotando que hervía por dentro; por una breve instante estuvo a punto de sublevarse y estallar pero se contuvo: resultaba obvio que Jack la estaba probando.  Él, de hecho, buscó mantener su rostro siempre sonriente y su mirada siempre fija a los efectos de no demostrar emoción ni flaqueza alguna; la realidad, sin embargo, era que, por dentro, se estaba preguntando si no habría ido demasiado lejos.  Al parecer fue sólo un temor infundado: Miss Karlsten, simplemente, bajó la cabeza asimilando la afrenta a su mancillada dignidad.  La sonrisa en el rostro de Jack se ensanchó todavía más.  De hecho, en lugar de echarse atrás, redobló la apuesta: llevando una mano hacia la entrepierna de su jefa, tanteó por sobre la tanga y comprobó que estaba mojada.
“Puta de mierda, estás excitada” – le espetó, buscando expresar en el tono de voz el mayor desprecio posible.
Miss Karlsten no terminaba de asimilar lo que estaba ocurriendo y, de hecho, hasta parecía haber olvidado al Merobot o el sentido original de todo aquello.  La situación la estaba llevando a un nuevo grado de excitación que era para ella totalmente nuevo y desconocido.  Durante años había abrigado la fantasía de ser sometida de aquella forma pero jamás había pensado que fuera a ser Jack Reed el responsable de conducirla a tal estado.
Él tomó una cadena de encima de la mesa y la unió a la argolla del collar; luego jaló de la misma a los efectos de demostrarle a su jefa quién era el que tenía el poder en  ese momento.  El cuerpo de ella se sacudió y retorció por el dolor y la degradación.  Jack giró la cabeza y detuvo sus ojos en la estructura de madera circular que se hallaba puesta en forma vertical; entornó la vista y frunció la comisura del labio como si estuviera haciendo cálculos o, tal vez, tratando de determinar la utilidad de tal estructura.  Los grilletes que aparecían adosados a ella, puestos a alturas estratégicamente convenientes como para aprisionar las muñecas y los tobillos de una persona, le dieron la respuesta que necesitaba.  Miró a Miss Karlsten con gesto acusador y despreciativo.
“No quiero ni pensar a cuántos de tus muchachitos has torturado allí, ¿verdad?” – preguntó.
Miss Karlsten estaba claramente nerviosa; bajaba la cabeza aun más y no contestaba.
“Vamos entonces a darte un trago de tu propia medicina” – anunció él y, de inmediato, jaló de la cadena obligando a su jefa a marchar hacia la estructura circular.
Una vez que la ubicó de frente contra la misma, la obligó a colocar sus muñecas dentro de los abiertos grilletes para luego proceder a cerrarlos.  Hizo después lo propio con los tobillos y, de ese modo, Miss Karlsten quedó inmovilizada y disponible para lo que siguiese, lo cual, por extraño que y novedoso que pareciera, dependía por entero de Jack.  Soltó los botones de la espalda del corsé de su jefa dejando expuesta su bella y tersa piel; no conforme con ello, jaló de la tanga hacia abajo de tal forma de dejarle completamente al descubierto un culo que bien podía ser la envidia de muchísimas jovencitas.  Tener a Miss Karlsten de esa forma puso en una encrucijada a Jack: ¿qué sería más placentero para azotar?  ¿Nalgas o espalda?  Mientras meditaba acerca de ello se acercó hacia el exhibidor sobre el cual se hallaban alineados los látigos y, pretendiendo parecer experto, chequeó un par haciéndolos restallar y chasquear en el aire.  Se quedó con uno, finalmente: no era el más grande pero sí el que le daba la impresión de golpear con más fuerza.  Ubicándose a espaldas de Miss Karlsten permaneció inmóvil durante algún momento de tal modo de crear suspenso e incluso hacerla sufrir con ello.  Logró el efecto buscado: pudo ver claramente cómo a la poderosa ejecutiva le comenzaban a temblar sus bellas piernas ante la incertidumbre y ansiedad de la espera.  En una actitud casi refleja, Jack dirigió una mirada de soslayo hacia la derecha, en dirección al robot: seguía tan inmóvil como siempre y sin dar señal alguna de actividad; no había razón para seguir con la paranoia…
Como si fuera un domador de circo, Jack alzó el látigo y se sintió poderoso al hacerlo; ya lo tenía en el aire y aun no había decidido en qué parte de la deseable anatomía de Miss Karlsten caería el primer golpe.  Fue a último momento y al  clavar la vista en ese tan precioso culo que decidió que ése era el lugar adecuado.  El látigo restalló y golpeó con fuerza en las nalgas de la mujer, arrancándole un grito de dolor.  Jack se relamió y volvió a sentir su miembro erguirse al ver la bella carne enrojecerse; la imagen le resultó tan estimulante que le llevó a alzar el látigo nuevamente para hacerlo caer otra vez sin piedad sobre las nalgas de su jefa.  El grito fue aun más intenso y agudo que el anterior y lo mismo fue ocurriendo en los dos golpes sucesivos.
Jack no terminaba de creer que ese objeto de placer sobre el cual dejaba azote tras azote no era otra que la orgullosa, altiva y petulante Miss Karlsten.  Subiendo desde la cola, recorrió con los ojos la preciosa ese de la espalda y decidió que había llegado el momento de cambiar de blanco.  El látigo restalló nuevamente para terminar impactando esta vez entre los omóplatos de la mujer, quien profirió un nuevo grito que, de tan agudo, hizo empalidecer a los que había proferido antes; la excitación de Jack Reed aumentó todavía más, por lo cual golpeó nuevamente y, tal como había previsto, obtuvo de su víctima un grito aun más doliente y lastimero.  Al tercer latigazo sobre la espalda, el grito ya era directamente alarido y el tono terriblemente sobreagudo.  Alzó el látigo para hacerlo caer una vez más, pero… no logró hacerlo…
Como si se hubiese tratado de garfios, sintió que unos poderosos dedos se le clavaban en la muñeca; era extraño porque no le provocaban dolor y, sin embargo, la presión de los mismos actuaba de tal modo que le obligaban a aflojar la tensión de su mano, la cual, laxa, soltó finalmente el mango del látigo, que cayó al piso.  Al girar la cabeza, se encontró con que quien tenía atrapada e inmovilizada su muñeca era… el Merobot…
                                                                                                                                                                                 CONTINUARÁ
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(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
 

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