Sandra, la única hija de los dueños del fundo, instruía en la cocina de la casa patronal a sus tres empleadas de mayor confianza.

     -Recuerden, mi suegro es un sujeto de mucho dinero, este lugar no puede desperfilar. Quiero que sea atendido como si fuera él el dueño de este fundo.

Sandra se había casado hace muy pocos días con Pedro Montalván, un acomodado joven de familia adinerada a quien había conocido en la universidad. El padre de Pedro con quien compartía el nombre, era un importante empresario a nivel nacional que estaba de entre el 10% de personas más ricas el país. Sandra estaba nerviosa y no confiaba en que todo podría salir bien. Ella provenía de un origen algo más humilde. Su familia tenía un fundo pero que jamás había entregado demasiado dinero. Cuando se casó con Pedro, éstos ambos agrónomos, elaboraron un proyecto por sacar el Fundo San Carlos adelante, y tras el matrimonio, Pedro compró la mitad del fundo y lo administraba. El matrimonio había sucedido en Santiago, y los suegros de Sandra habían deseado conocer un fundo del sur del país.

Entre las empleadas de mayor confianza, Sandra había decidido por primera vez incluir a Mirna, la hija de su nana de toda la vida, quién recién había cumplido 18 años. Era una joven tímida, pero deseada por todos los peones del fundo. El padre de Mirna, era el capataz del fundo y por ende el jefe del lugar, sólo superado por los dueños, por ende, nadie se atrevía a acercarse a ella.

     – Mirna, tú te encargarás personalmente de la atención de mi suegro cuando llegue hoy- continuó Sandra -y su familia desde mañana. He decidido que dormirán en la cabaña de huéspedes, y tú también. ¿Crees que puedes encargarte ello?

     -Por supuesto que puede- dijo Raquel, la madre de Mirna – Con Yoli le hemos enseñado desde pequeña a servir a los patrones.

     -Lo hará muy bien, Sra. Sandra -agrego Yoli, la tercera empleada y más anciana.

 

Don Pedro Montalván padre, había llegado a la ciudad más cercana al fundo un día antes, pues había decidido aprovechar el viaje para vigilar sus negocios en la zona. Aquel día llegó al aeropuerto a las 7 AM, fue recogido por su chofer a esa hora y sólo para las 8 PM, había tenido las diez reuniones que había programado. Había sido un día intenso. Estaba de pie en su oficina mirando la ciudad desde lo alto con un vaso de whiskey. Era un hombre de 64 años. Tenía buen porte. Se aflojó la corbata y desabrochó el primer botón de la camisa. Cu cabello era ya blanco y con los años su frente se había hecho más prominente al comenzar a quedar calvo, pero aún así tenía aún suficiente cabellera. Un bigote frondoso y bien cuidado estaba presente en su cara. Estaba cansado y tanta reunión lo había dejado tenso y estresado. Solía viajar una vez al mes esa ciudad y permanecía en ella de 2 a 4 días. Ahora, por el deseo de su mujer de visitar el fundo de sus consuegros, debió concentrar todas sus labores en un solo día. Sus empleados habían sido las principales víctimas de aquello, pues Don Pedro era un hombre de carácter, y cuando estaba bajo presión, no aguantaba a nadie.

Por suerte había pasado por la mañana al apartamento que tenía en aquella ciudad y había arreglado todo para no tener que volver. Las ganas de ver a su hijo mayor eran lo que lo alegraba aquel día. Sólo lamentaba una cosa, y es que a Don Pedro le gustaba terminar aquellos días intensos entre las tetas de alguna joven putita -lo merezco- solía decirse a sí mismo. Era conocido entre las putas caras de la ciudad y los clubes para caballeros. Disfrutaba su estadía en aquella ciudad él solo, pero en aquella oportunidad desistió para compartir con su hijo y su familia política.

Su teléfono táctil comenzó a sonar. Era su hijo.

     -Pedrito -dijo con alegría -He terminado. Sólo espero que me recojas.

     -Vale papá, estoy allí en 5 minutos.

Pedro Montalván junior había llegado a la ciudad hace un par de horas, pensando que su padre estaría desocupado más temprano, pero había olvidado cuan trabajólico era. Eran tres horas de viaje en automóvil desde la ciudad al fundo, por lo que llegarían al anochecer.

 

El reencuentro fue emotivo, y rápidamente cargaron el equipaje de Don Pedro y se pusieron en marcha. En él camino hablaron de la administración del campo y la vida marital. Don Pedro se alegró a ver lo feliz que era su hijo. Pasaron a cenar a un buen restaurante en un pueblo del camino.

Cuando llegaron al fundo estaba todo oscuro. Solían acostarse temprano durante la semana, pues la actividad en el campo comenzaba apenas salía el sol.

Su bella nuera salió a recibirlo, contenta de tenerlo ahí.

     -Es una lástima que se haya atrasado tanto, suegro -le dijo Sandra -pero mañana lo recibiremos con un almuerzo de ave como corresponde.

     -No te preocupes, Sandra. Ya comimos -dijo Pedrito.

     -Sin embargo, aceptaría algún trago- dijo Don Pedro.

     -Vamos papá -dijo el hijo -te mostraremos tu habitación y nos bebemos unas copas, pero no mucho, mañana debo ir a buscar a mamá y mis hermanos al aeropuerto.

Sandra y Pedrito mostraron a Don Pedro su habitación. Era una cabaña modesta. En el salón principal había una chimenea prendida que calentaba todo el lugar. El espacio era pequeño y tenía en él una mesa de centro y tres sillones. Era un espacio pequeño aun así la casa tenía tres habitaciones. Una de ellas era matrimonial, donde dormirían él y su señora. Luego Sandra le enseñó una habitación con dos pares de literas a su suegro, que dijo era para sus otros hijos que aún vivían con él, Joaquín y Manuel, que llegaban mañana con su madre.

     -Para que este cómodo, hemos puesto a su disposición una doméstica -dijo Sandra  a su suegro y luego llamó al tercer dormitorio.

Cuando abrió una joven muchacha que parecía haberse quedado dormida, los bajos instintos de Don Pedro se comenzaron a manifestar. Era una muchacha muy joven, no muy alta, y de apariencia humilde. Le gustó enseguida el abultado busto que se insinuaba bajo aquel delantal de doméstica. Enseguida, por la mente de Don Pedro, pasaron varias ideas de que hacer con aquella mujer, y su excitación aumentó cuando asimiló que dormiría sólo con esa joven en aquella cabaña.

     -Ella es Mirna, hija de mi empleada Raquel. Está a su disposición.

     -Un gusto Mirna -dijo el caballero y la saludó con un beso en la mejilla.

La muchacha parecía tímida y vagamente respondió. Era extraño para ella ver un hombre de aspecto formal, con corbata y traje. Había vivido en el campo toda su vida y jamás había conocido más que los pueblos cercanos al fundo. Mirna adoró el aroma a perfume de Don Pedro.

 

Sandra no tardó en marcharse y padre e hijo quedaron en la cabaña.

     -¿Un vino? -preguntó el hijo.

     -Es lo que esperaba -respondió el padre.

Bebieron una copa cada uno y entonces Pedrito se marchó a dormir. Don Pedro, más relajado, se había quitado la corbata y se sentía más cómodo en aquella cabaña. Estaba sólo con aquella mujer. Se quedó un rato en el sillón de una esquina oscura, pensando en como hacer para seducir a aquella tierna criatura. Esa expresión de inocencia en sus ojos negros, y su piel morena. Estaba bastante tapada por el delantal, pero Don Pedro notó que era delgada y pechugona. Se entretuvo unos instantes preguntándose si debía de tener los pezones también negros. A Don Pedro le excitaban las morenas. Su mujer era rubia, pero disfrutaba el sexo con morenas, especialmente con las más jovencitas.

El hombre entonces comenzó a llamar.

     -¡Mirna! -gritó con fuerza, sabía que nadie podría oírlo, estaba lo suficientemente lejos de la casa principal.

La mujer apareció enseguida, dispuesta a servir como sea a aquel hombre, tal como le ordenó su patrona.

Don Pedro volvió a escanearla con sus ojos y la desvistió con la mirada.

     -En que puedo ayudarlo, señor -dijo ella servicialmente con un acento muy campestre.

     -Necesito un cenicero -dijo prepotentemente -Por favor, trae también el maletín que está en mi habitación. Luego sírveme otra copa de vino.

La muchacha se incomodó ante el trato mandón del hombre al que debía servir, pero se esforzó por hacer todo lo mejor posible.

De su maletín, Don Pedro sacó una pastilla azul. Siempre llevaba con él una escondida. Se la tragó con un poco del vino que recién le sirvió Mirna.

     -Cierra todas las cortinas -ordenó después y acción siguiente la mujer comenzó a hacerlo. Él la miraba mientras bebía su vino -También te pido que desarmes mi equipaje y ordenes todo. Hazlo rápido.

Ella asintió sin decir nada, de una forma totalmente sumisa. No le gustaba el trato que le daba ese hombre, pero era el padre de quien era su patrón y suegro de la muchacha a la que desde siempre enseñaron a obedecer. Sin embargo, no pudo negarse a si mismas que aquel hombre maduro le provocaba un tipo de curiosidad. Consideraba que parecía un galán de una teleserie de aquellas que veía en televisión. Sus ropas, su olor a perfume, no le eran desapercibidos.

 

El equipaje de Don Pedro fue interesante para Mirna. Había en él un par de finas corbatas y camisas de seda. Todo olía muy bien, a un varonil perfume. Encontró un reloj que también imaginó debía ser fino. Tomó una de sus camisas y la olió. Cerró los ojos. Demoró en ordenar todo, unos 10 minutos, y cuando estaba por terminar, se sorprendió oyendo los gritos de aquel hombre.

    -¿No entendiste que aquella información debías enviarla hoy para se sea analizada mañana? ¿Es que eres estúpido?

Luego seguían pausas. Estaba hablando por teléfono.

     -No es mi problema si ya estás en tu casa, ¡Debes enviarlo para que puedan verlo a primera hora!

La muchacha, asustada por el enojo de Don Pedro, volvió a la sala principal y vio hablando por celular al hombre con cara de que se le había acabado la paciencia. Él se quedó viéndola y ella comenzó a ponerse nerviosa. Quién sea que estuviera al otro lado del teléfono, lo había hecho enojar mucho.

     -Escúchame, Jack. Si esa información no está para que sea analizada mañana, estarás despedido -dijo y luego cortó. Siguió mirando a la muchacha que lucía algo temerosa – ¿Qué estás mirando, tú? ¿Terminaste de ordenar mis cosas?

     -Si, señor. -dijo tímidamente. El tono de campesina en su voz excitaba más al caballero.

     -Llámame Don Pedro -ordenó él.

Pasaron unos instantes de silencio. Él la miraba con deseo y ella comenzaba a notarlo.

    -¿Hay algo más en lo que pueda ayudarlo, Don Pedro? -preguntó temerosa, pretendiendo poder irse a dormir.

Don Pedro la miro fijamente, sin dar signos de mejorar su actitud.

     -Solo si puedes lograr que me relaje -dijo finalmente.

     -¿Cómo podría ser? – dijo ella sin entender de qué se trataba.

     -Acércate -ordenó.

Estaba sentado en un sillón de un espacio. Recostado cómodo sabiendo que estaba por disfrutar de algo bueno.

     -Si fueras tan amable de complacerme con unos masajes leves en la cabeza y los hombros… Me ayudarías mucho -dijo usando un tono más simpático- No es nada difícil -Con desconfianza ella se acercó a él -detrás de mí -ordenó.

Don Pedro se dispuso a observarla mejor mientras pasaba junto a él, y más notorio se hizo el cuerpo de la mujer. Su contextura era delgada, podía notarse, su trasero sobresalía de su cola, debía de ser bien formado y debía ser un trasero firme por su edad.

     -Con tus manos necesito que masajees mis cienes y hombros -ordenó.

Con incomodidad, la mujer comenzó a intentar hacer lo que le pedían. Posó sus dedos por las cienes de Don Pedro y comenzó a presionar firmemente sobre sus cabellos blancos para luego girar la piel en círculos. Miraba su calvicie apareciendo.

     -mmmm… -dijo Don Pedro tras un par de minutos -lo estás haciendo bien. Pasa a los hombros.

Mirna había comenzado a disfrutar aquella posición, de alguna manera se sentía muy bien saber que estaba complaciendo a aquel hombre de una forma que él realmente disfrutaba.  Ya no incómoda, pero si nerviosa, comenzó a masajear los hombros del hombre de negocios por sobre su camisa. Presionaba la parte media superior de la espalda de éste, y éste parecía disfrutarlo.

 

Don Pedro disfrutaba el momento. No podía hacerlo como otras putitas que a veces pagaba, pero la excitación que le provocaba aquella chica inocente lo comenzaba a invadir.

     -Cuéntame Mirna ¿Qué edad tienes? -preguntó en tono amable.

     -18, señor.

     -Eres una niñita. Y dime ¿Desde cuando trabajas aquí?

     -Nací aquí, Don Pedro. Mi madre trabaja para la familia desde hace años.

      -¿Y que hace una chiquilla como tú en un lugar como éste? Es decir, siendo tan joven, habrá más cosas que debes querer conocer y probar.

La verdad es que Mirna si tenía sueños fuera de aquel fundo, sueños que creía jamás lograría concretar.

     -A veces aburre -contestó ella – Pero no es tan malo.

     -Pero dime, niña ¿Qué te gustaría conocer? Imagino que no debes conocer mucho.

     -Paris -dijo ella con timidez -Me gustaría conocer la torre Eiffel.

Don Pedro comprendió que la joven estaba cayendo en su juego.

     -Linda elección. Estuve en Paris en mayo, por trabajo. Ahora debo ir hasta diciembre.

Ello impresionó a Mirna. No podía creer que una persona pudiera ir dos veces a Paris en un año.

     -Qué lindo -dijo intentando no desconcentrarse de sus masajes

Enseguida Don Pedro sacó su teléfono para mostrar a la sirvienta fotos de su última estadía en Paris. Luego le mostró fotos más viejas de un viaje anterior con toda su familia, también en Paris. En ella aparecían él, su mujer y sus seis hijos, siendo Pedro Jr. el mayor.

     -Que linda familia tiene, Don Pedro.

     -Lo sé.

Mientras veían fotografías, la chica detuvo sus masajes sin intención.

     -No he dicho que te detengas -dijo él volviendo a ser severo.

Hecha un atado de nervios, Mirna volvió a sus labores.

     -Disculpe, Don Pedro- dijo. Notó entonces que algo sucedía en su inocente cuerpo, como si un calor interior comenzara a fluir por él. El calor comenzó rápidamente a humectar su vagina, haciéndola sentir algo pecaminoso.  Sin darse cuenta, soltó un suspiro.

     -Lo haces bien. Necesitaba esto…

Las manos de la muchacha comenzaron a acariciar los lóbulos de sus orejas, y el calor de esos dedos logró provocar en Don Pedro una potente erección. La pastilla azul había comenzado a funcionar.

     -¿Tienes novio?

     -No, señor.

     -Pero algún chiquillo debe haber en este fundo.

     -La verdad no, Sr. Mi padre es el capataz, no se atreven.

     -El capaz- repitió él en forma burlona.

    -Sí, señor.

     -¿Y Nunca has estado con nadie? -preguntó entonces Don Pedro sintiendo excitación ante la idea de que aquella sirvienta fuera una mujer virgen.

Muy incómoda, la muchacha respondió.

     -No, señor.

     -Entonces nunca ningún hombre te ha hecho sentir como una verdadera mujer.

Aquello logró poner a Mirna más nerviosa, al mismo tiempo que el calor en su vagina comenzaba a ser más intenso, y había apareció ahora también en sus pezones. Nerviosa, se esforzó por hacer aún mejor los masajes.

     -No.

Don Pedro ya sentía sus huevos llenos de leche hirviendo deseando ser liberada por aquella mujer al mismo tiempo que él recibiría un recompensado orgasmo que le permitiría dormir como un lirón.

     -¿Te gusta ser quien me relaja? -preguntó entonces.

La tímida chica demoró en responder. Sentía que su cuerpo estaba comenzando a desear a aquel hombre. Poco sabía ella de sexo, más que lo básico.

     -La verdad, Don Pedro. Es agradable.

Excitado, el caliente hombre cerraba los ojos e imaginaba esas mismas manos frotando su pene con ganas.

     -Tuve un día difícil -le dijo.

     -Lo siento mucho. Me alegra poder ayudarlo a estar tranquilo otra vez.

     -No sabes cuanto me has ayudado a pensar en otra cosa -dijo él y bebió el último sorbo de su copa de vino -Tráeme más vino -ordenó entonces a la chica.

 

Miró a la chica alejarse hacia la mesa y rellenar su copa. Vio sus caderas moverse con sencillez y solo pensaba en lograr meterse entre sus piernas. Cuando la muchacha regresó a él le ordenó dejar la copa en la mesa de centro. Y entonces se abalanzó sobre ella para sentarla sobre él.

     -Don Pedro…no… -dijo ella, y sintió entonces el duro miembro de aquel viejo verde creciendo bajo ella.

Don Pedro entonces llevó su mano hacia la zona del sexo de la muchacha y con todos sus dedos comenzó a masajear la zona por sobre el delantal. Al parece bajo el delantal la mujer sólo llevaba un calzón.

Ella suspiró. El calor que aquellos dedos comenzaron a liberar desde su zona intima comenzó a llenar todo su cuerpo.

     -Don Pedro… -dijo ella con dificultad entre jadeos, lo que excito a Don Pedro. Y comenzó a mover su pene para refregarlo contra el trasero de la chica.

     -¿Habías sentido un pene antes? -preguntó él sin delicadeza. Mirna no respondía -Contéstame.

     -…No…

     -¿Y te gusta?

Entonces la chica con vergüenza, se quedo callada para no decir la verdad.

     -¿Te gusta? -volvió a preguntar.

     -… Sí … -dijo ella y él dejó de masajear la zona de su vagina para comenzar a desabrochar su delantal.

Obligó a la chica a voltearse hacia él, en el sillón, para que cuando aparecieran sus tetas las tuviera frente a él.

     -Contéstame, Mirna -dijo el hombre – ¿Quieres seguir relajándome?

Ella sabía que ya no podía retirarse del juego. Debía mantener a ese hombre cómodo en aquel lugar y no podía esperar que él les diera a sus patrones comentarios negativos sobre ella. Además, había comenzado a disfrutarlo.

Con una actitud sumisa, asintió con la cabeza.

     -Veamos entonces lo que tienes -dijo Don Pedro y comenzó a desabotonar el delantal hasta poder quitárselo por completo. Había imaginado que una chica del campo llevaría una ropa interior más a la antigua, pero esta chica llevaba un sostén negro bastante juvenil con unos calzones de encaje. Sus pechos se veían contenidos con fuerza por ese sujetador, como esperando a ser liberados. Se veían perfectos, tanto que pensó pedro: nada tienen que envidiar a las tetas de silicona de las otras chicas que busca. Su abdomen moreno era plano. Su coño se asomaba por el calzón, peludito y salvaje. Ella temblaba e intentaba cubrirse con las manos. No se atrevía a mirar a aquel hombre a los ojos, sentía vergüenza. El hombre no demoró nada en introducir su nariz entre los pechos de la chica, quien se sentí realmente incómoda. Él movía su nariz entre esas tetas y ella sentía como aquel bigote le hacia cosquillas.

     -Pensé que estabas buena, pero te has pasado -le dijo -ahora quítate ese sujetador -ordeno.

De forma silenciosa la temblorosa chica procedió a obedecer. Difícilmente sus manos que tiritaban de nervios lograron desabrocharlo y al hacerlo sus tetas se relajaron ante los dichosos ojos de Don Pedro.

     -Quítatelo.

Con timidez la muchacha comenzó a quitárselo, y se llevó un brazo al hacerlo para taparlas. Sentía mucha vergüenza.

Don Pedro estaba como un semental vuelto loco, nada le daba más placer a la vista que unas buenas tetas.

     -Quita el brazo -ordenó y la forzó a hacerlo, para que sus tetas quedaran frente a él.

Las tetas que estaba por comer eran muy bien formadas. Perfectamente redondas y voluminosas como para jugar entre ellas. Dos pezones cafés oscuro de perfecta forma se erectaron al quedar expuestos a su merced.

     -No puedo creérmela que tengas unas tetas tan ricas -dijo Don Pedro pensando en voz alta.

Como le gustaba, él metió su cara entre los pechos de la joven. Eran firmes y del tamaño suficiente para ser atrapadas entre las manos del suegro de su patrona. Como un animal hambriento comenzó a morder los erectos pezones de la joven, primero el derecho, luego el izquierdo. Lo hacía con una fuerza que resultaba dolorosa a la joven, pero ésta, entre su excitación y su vergüenza no se atrevió a decirle nada. Ella sentía a aquel hombre descargar en ella la calentura que, al parecer, ella misma había provocado.

En eso estaban cuando el teléfono celular de Don Pedro volvió a sonar. Mirna vio el nombre, Jack Cosio. Recordaba que llamó Jack al hombre con que peleó recién.

     -Maldita sea. Que oportuno -dijo molesto -Mientras hablo quiero que te toques las tetas tu mismas- ordeno  a la chica.

 

Mirna vio como el empresario escuchaba lo que le decían al teléfono al tiempo que la miraba frotar sus tetas.  Estaba muy avergonzada y no se atrevía a negarse, pero, sobre todo, le gustaba la excitación que provocaba en aquel hombre.

     -Jack ¡Te dije que para mañana! ¡¿Es que tan difícil es entender?! -dijo enfurecido.

Mirna se sintió aún más nerviosa y se preocupó de como las noticias del tal Jack afectarían lo que estaban haciendo. Don Pedro en medio de un enojo debía ser muy difícil de complacer. Para intentar calmarlo desde ya, acercó sus pechos, y siguió tocándoselos justo frente a sus ojos, pero no pareció servir de nada. Entonces decidió ser un poco más osada y desabrochó un par de botones de la fina camisa de Don Pedro y comenzó a besarle el pecho.

     -Te pago una millonada, Jack. ¡Lo mínimo que espero es que hagas bien tu trabajo!- agregó y le cortó.

Ella lo miró.

     -Estoy rodeado de ineficientes – dijo él muy molesto.

     -¿Cómo puedo ayudarlo?-preguntó ella intentando complacerlo.

El viejo volvió a mirarla y se quedó pegado en sus pechos perfectos y sin uso.

     -¿Dijiste que te gusta relajarme?

Ella asintió con la cabeza, aún algo tímida.

     -Entonces te enseñaré como me gusta que me relajen -dijo -Pon esas tetas en mi cara -ordenó y ella enseguida obedeció. Sus piernas flectadas quedaron aún más incómodas que como las tenía antes, pero debió alzarse para que sus tetas quedaran en la altura de la cara de Don Pedro. Ofrecía sus pezones a su boca, primero uno luego el otro y el los mordía con ganas. Sentía como aquel bigote le hacías cosquillas. Luego las apoyó en su frente.

     –Mmmm… -dijo él -Muévelas.

La inexperta joven comenzó a intentar moverlas lo mejor que podía.

     -¿Lo estoy haciendo bien?

     -Si te callas lo disfruto más -dijo él aún disgustado.

     -Perdóneme -respondió ella recordando su frase “estoy rodeado de ineficientes”.

Así estuvieron algunos minutos. Entre pezones mordidos y tetas usadas como pelotas antiestrés. Él sólo pensaba en lo buena que estaba aquella chica, sin haber sido follada antes por nadie, entregada a complacerlo.

     -¿Alguien había jugado antes que yo con estas tetas? -preguntó severo.

     -No, señor -dijo ella aun moviéndolas para complacerlo.

Tras aquella verdad, Don Pedro comenzó a pensar como hacer que esa chica quedara para él.

     -Abre mi cremallera -ordenó luego. Mirna titubeó un poco, jamás había visto un pene duro, pero no quería molestar a aquel importante hombre.

Como una buena sirvienta, Mirna se acercó a la cremallera de Don Pedro para obedecerle. Su pene se marcaba ya bajo el suave pantalón. Desabrochó el cinturón, luego el botón y abrió la cremallera. El pene de Don Pedro surgió con fuerza de ahí, pasando por el agujero de su calzoncillo boxer. Era grande y lucía muy duro. Sin saber que hacer, Mirna sólo se detuvo a contemplarlo.

     -¿Nunca habías visto uno?

Ella negó con la cabeza.

     -Tócalo -le ordenó y la joven lo tocó con su mano – Bésalo- ella lentamente lo besó -Ahora lámelo como una perrita.

Para estar más cómoda, Mirna se arrodillo en el suelo frente al sillón. Comenzó a lamerlo como si fuera un chupete de dulce, favoreciendo la excitación de Don Pedro. Don Pedro, pronto comenzó a suspirar.

     -Me harás acabar pronto -dijo él- mejor ponte a chupar.

     -¿Acabar? -preguntó ella.

     -Eyacular-dijo él quien esperaba cerrar el tema para que su putita se pusiera a mamársela.

     -¿Cómo un caballo en una inseminación? -preguntó ella.

Pedro recordó que la chica no sabía realmente nada.

     -Exacto. Y cuando ocurra debes tragártelo -ordenó. Se aprovechó de cuan poco sabía Mirna para ello. Era una buena oportunidad para disfrutar aquel placer que pocas putas aceptaban hacer.

Mirna se introdujo con dificultad aquel miembro en su pequeña y tierna boca. Le fue difícil, pero la excitó tanto que sintió el líquido saliendo de su vagina caliente. Comenzó a intentar dar placer a su hombre.

     -Chupa. Arriba y abajo -explicó Don Pedro al tiempo que puso su mano sobre la cabeza de la chica para enterrarle más el pene en su boca.

Segundos pasaron hasta que la chica dominó la técnica.

     -Que bien lo haces -dijo él viéndola hacerlo, expectante de su merecido final feliz tras un intenso día de trabajo.

Cuando Pedro comenzó a pensar que no podía estar más complacido, su teléfono sonó una tercera vez.

     -¡La puta madre! -dijo él y se sobresaltó, haciendo que Mirna, otra vez temerosa, dejara de mamar enseguida.

Enfurecido se puso de pie con la verga erecta y cogió el teléfono.

     -¡¿Qué quieres Jack!?  ¡Es más de media noche!

Mirna escuchó un pobre empleado hablando al otro lado del teléfono, pero no pudo comprender lo que decía.

     -Tienes que ir a la oficina otra vez, y encontrar la copia original de los papeles  ¿No se te ocurrió?

Entonces pasaron unos segundos.

     -¡No me importa la hora! ¡Y no vuelvas a llamarme esta noche al menos que sean buenas noticias! -entonces le colgó.

Enojado, pensaba en la ineficiencia de su empleado, pero luego se volvió a mirar a aquella hembra arrodillada en el piso que esperaba el volviera a su lugar para seguir mamando su verga. Vio ese rostro inocente, esa boca que recién había probado un pene por primera vez -su pene -Esas grandes tetas morenas donde hoy había mordido esos pezones nuevitos y que luego habían masajeado su frente. Esa chica estaba ahí para atenderlo, ya lo había comprendido y se había vuelto bastante complaciente.

     -¿Te gustó mi verga? -preguntó vulgarmente él.

Ella asintió tímidamente.

Don Pedro volvió a su lugar en el sillón.

     -Trae esas tetas de regreso aquí -ordenó.

Enseguida ella obedeció. Estando otra vez frente a él, ella comenzó a besar su cuello y luego sus orejas. No solo para darle placer a él, sino también porque su boca le pedía saborear a aquel cascarrabias millonario. Desabrochó otro botón de su camisa y no pudo seguir porque él se metió en sus pechos. Estaba entre ellos moviéndose como niño en una piscina de pelotas. Mordía otra vez sus pezones,  y a pesar de que a ella le dolía, lo disfrutaba. Ella llevó sus manos a la parte trasera de la cabeza de Don Pedro y comenzó a acariciarla apretándolo hacia sus pechos, los que luego comenzó a mover, intentando así hacer algo que le gustara. Luego Don Pedro volvió a recostarse en el sillón. Le miraba las tetas con unos ojos que delataban su inmensa calentura.

     -¿Entiendes porque me gusta tanto que me relajen? -preguntó él -Tipos como este son los que me rodean. Ineficientes, inútiles, que no piensan… Todo el trabajo debo hacerlo siempre yo para que salga bien.

     -Lo entiendo, Don Pedro -respondió ella, más osada pero aún tímida -Pero hoy me tiene a mí para relajarlo -agregó y volvió a acercarle las tetas.

     -Vivo tenso, entre el trabajo, mi mujer, mis hijos -continuó el seriamente -Merezco buenos momentos de relajo.

     -Claro, Don Pedro -le respondió ella. Sentía que aquel hombre era un hombre realmente importante, un líder, y era ella quien lo estaba haciendo disfrutar. Sin que él diga nada ella comenzó a mover sus tetas, que estaban deseando volver a ser tocadas.

     -Quiero ver tu conchita -le dijo entonces y miró a su entrepierna.

Los nervios de Mirna regresaron acompañados de un incremento en su deseo por ese hombre. Su conchita estaba húmeda, y él lo notaría.

     -¿Qué esperas?

Mirna se puso de pie y con mucho pudor comenzó a bajar su calzón. No tardó en aparecer su peluche, peludito y jamás depilado -Tendré que buscar la forma de que se depile para la próxima vez -pensó para él Don Pedro.

     -Acércala -le ordenó.

Cuando la vio de cerca notó que era una linda y pequeña vulva, húmeda por los juegos que él había provocado. Una pequeña y joven vagina virgen que estaba húmeda por ser penetrada por él.

     -Ahora regresa lo que estabas.

Ella se incorporó sobre él. Sus pezones deseosos de ser mordidos y apretados volvieron moverse para provocar más a Don Pedro, quien respondió al estímulo más caliente de lo que habías estado en toda la noche. Apretó el trasero de Mirna y la llevó hacia él. Se metió entre sus tetas una vez más, pero ahora convirtiendo todo su estrés y tensión del día en pasión pura siendo desatada. La tomó de las caderas y la hizo girar. Su culo rozaba su pene, estaba sentada sobre él, y Don Pedro agarró sus tetas y las apretó con rabia. La chica comenzó a gemir. Ella se levantaba a ratos buscando calzar su vagina en el pene ultraduro del viejo.

     -Cuando yo quiera-le aclaró y luego pellizco con fuerza uno de sus pezones.

Llevó entonces su mano a la conchita de Mirna. Pasó sobre ellas sus dedos y al más pequeño roce, ésta gemía.

     -¡Ay! -exclamaba Mirna excitada.

Luego los dedos maduros de Pedro comenzaron a masajear los jóvenes labios de Mirna con más fuerza.

     -¡Don Pedro…! -gemía ella. Estaba como una loca.

Don Pedro introdujo entonces dos de sus dedos. Estaba realmente húmeda, y esa vagina se notaba realmente nuevita.

     -Ahora vas a ser mía -dijo entonces él como con rabia -Ahora vas a estar para mí y nadie más.

     -¡Sii…! ¡Suya..! -exclamaba ella.

Dejó de tocarla y volvió a girarla hacia él.

Ella lo miró, la tenía dominada. Ella no era capaz de negarse a algo. Sus ojos deseosos puestos en sus pechos miraban entre tanto a su conchita. Ella no aguantó más y se abalanzó sobre Don Pedro para besarlo intensamente. Él respondió aquel beso excitado, ella lo deseaba y estaba dispuesta a complacerlo como pidiera. 18 años. Virgen. Para atenderlo a él. De seguro era también su primer beso.

     -Ahora vas a tenderme cuando me de la gana y como quiera -dijo él.

     -Sii…. -dijo ella jadeante intentando rozar su conchita con el pene de aquel hombre.

Entonces él siguió el juego besando el cuello de la muchacha. Ella apoyó las manos en su espalda aún tapada por su camisa.

     -Levanta tu culo -ordenó él.

Entonces ella obedeció  y él con su pene llegó a la entrada de su vagina. El glande de 64 años de don pedro se juntó con los viscosos fluidos de la vagina, sin uso, de 18 años de Mirna. Ella lo miraba y él miraba su cuerpo. Su pene comenzó a entrar lentamente. Costaba. Era demasiado estrecha.

     -¡Ahh…duele…! -exclamó ella.

     -Shhh…. -la hizo calla él, sólo para excitarse por verla intentar reprimir sus gemidos de placer.

Finalmente el estuvo dentro de ella. Mirna estaba adolorida, pero aún muy excitada.

     -¿Le gusta…? -pregunto Mirna débilmente.

Él no le respondió, sino que empezó a embestirla de arriba abajo.

     -Muévete -le ordenó y entonces ella empezó a subir y bajar.

Sus pezones erectos rozaban el pecho de Don Pedro y éste los miraba hacerlo.

Mirna se estaba acercando cada vez más al orgasmo, y Don Pedro sentía que estaba por acabar.

Arriba y abajo, intensamente.

     -Ah…-decía ella cada vez más fuerte.

     -Ah..Ah…Ahhhhhhh -exclamó él al mismo tiempo que los gemidos reprimidos de Mirna se convirtieron en un grito de placer como nunca antes había sentido.

Don Pedro sintió como su leche inundaba por dentro a esa chica al mismo tiempo que su cuerpo fue invadido por una llama ardiente de placer intenso. Mirna disfrutó ver el rostro de aquel hombre acabando, ella lo estaba haciendo gozar de esa forma.

      -Ohhhhhh…. -seguía Don Pedro.

Mirna sintió su cuerpo inundarse de un placentero calor que parecía que la iba a partir en dos. Aquello era lo más intenso que había sentido en la vida, y era muy agradable.  Fue un multiorgasmo pronunciado y largo para ella, que permitió a Don Pedro verla retorcerse de placer, como una yegua, mientras que intentaba seguir moviéndose y rozando con sus pezones al extasiado Don Pedro.

     -Es la mejor noche que he tenido en años -exclamó él y volvió a mirar a la chica, que se desplomó sobre su cuerpo. Él le dio unas palmaditas en la espalda.

Don Pedro pensó entonces en una forma de mantener a esa chica para él ¿Cómo lo harías? ¿Cómo la podría follar los otros días con su esposa e hijos ahí? Tenía que encontrar la forma de llevarla a un lugar donde pueda tenerla siempre.

     -Mañana me levanto a las 8.00 -dijo él.

     -¿Quiere que le prepare algún desayuno especial? -preguntó ella y él sonrió.

     -Unos huevos revueltos y un café -dijo él -me lo llevas a la cama a las 8 en punto.

     -Por supuesto Don Pedro, como ordene.

     -¿Entiendes que este es nuestro secreto?

     -Claro que sí. Me comportaré en todo momento.

     -Mañana mi mujer llega para el almuerzo.

     -Lo sé, la Sra. Sandra me ha informado.

     -Mañana espero empezar bien el día, así que será agradable que me despertaras con una mamada en la mañana.

Ella lo miró a los ojos y sonrió.

     -¿Eso lo haría feliz?

     -Muy feliz. Recuerda que debes tragarte la leche que salga -dijo él.

Mirna asintió obedientemente. Entonces Don Pedro se la quitó de encima. Se subió los pantalones y se dispuso a irse a dormir.

     -Todo esto debe quedar limpio para mañana -dijo a la chica.

     -Sí, ordenare ahora -respondió ella intentando ser eficiente.

 

En su cama, recostado, Don Pedro pensaba en la buena noche que le había tocado y que quizás estaba a punto de conseguir una chica sólo para él que hiciera todo lo que él necesitase. Se propuso entonces ir al pueblo al día siguiente a comprar una píldora del día de después y una cera depiladora. También se le ocurrió dar dinero a la joven para que se comprar alguna ropa interior sugerente para usar para él.

Acción siguiente llamó a Jack Cosio.

     -Jack -dijo cuando el empleado, que estaba ahora camino a la oficina para trabajar en lo que Don Pedro le había exigido.

     -Hola Don Pedro -dijo el muchacho nervioso.

     -Mañana llama al Dr. Concha -ordenó -Necesito que me diga que anticonceptivo comprar a una chica de 18.

El empleado, que estaba acostumbrado a todo tipo de peticiones, no dudó.

     -No hay problema, señor. Mañana a primera hora lo resuelvo.

 

 

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