Aurora estaba despierta. Se encontraba boca arriba en su cama, mirando al techo y lamentándose de su mala suerte. Lo tenía todo o, mejor dicho, había estado apunto de tenerlo. Pero todo se había torcido. Su maldita nuera la había descubierto en el peor momento y el pusilánime de su nieto no había ayudado mucho en su comprometido lance. El mismo pusilánime que se encontraba ahora entre sus piernas follándosela.
Su nieto jadeaba en su oído con cada envestida mientras sobaba sus tetas como si fueran masa de pan. De vez en cuando se llevaba un pezón a la boca y se lo lamía y chupaba con esmero. Lo estrangularía si no fuera por que le tenía casi tanto miedo como a su hijo.
-Joder abuela, tienes un coño de puta madre. Lo que debía disfrutar el abuelo follándote, ¿eh?
Aurora obvió su comentario absorta como estaba en sus propios y negros pensamientos.
-Me voy a correr dentro abuela, te voy a llenar de semen. ¿Te imaginas que te preño?
Y encima gilipollas. El idiota se cree gracioso. Por suerte para ella la tortura no duró demasiado. Su nieto no tardó mucho en correrse y acto seguido se tumbó junto a ella.
-¿Te ha gustado abuela? Menudo polvo te he echado ¿eh? ¿Te has corrido mucho?
-Vete a la mierda.
-¿Es una insinuación para que te de por el culo, abuela?
Esta vez Aurora no se atrevió a replicar. Sabía por experiencia que era mejor cerrar la boca y abrir las piernas. En este caso las piernas ya las tenía abiertas mientras la mano de su nieto hurgaba entre ellas. Su dedo se deslizó hasta encontrar su ano, lo que hizo que se pusiera tensa. Garse era un auténtico cabrón. Sería capaz de follarla por el culo solo por fastidiarla. Por suerte para ella se apartó, se bajó de la cama y abandono la habitación. Al menos esa noche dormiría tranquila.
– · –
Al otro lado de la pared de su cabecera se encontraba Elise. También ella miraba el techo tumbada en su cama, absorta en sus pensamientos. Su hijo había intentado violarla en varias ocasiones desde que el matrimonio Brucel abandonara la mansión. La mayoría de ellas con éxito para Lesmo, su hijo. Ahora con el retorno de los Brucel las cosas habían mejorado mínimamente. Madre e hijo habían alcanzado un acuerdo por el cual Lesmo no utilizaría la violencia física a cambio de dejarse follar por él sin oposición, tal y como estaba haciendo en este preciso momento.
Sus manos asían las barras de la cabecera de la cama mientras Lesmo disfrutaba con sus tetas y su boca. La cadera de Lesmo golpeaba sus últimos estertores contra ella llenando su coño de semen, como ya era habitual cada noche.
Su marido, conocedor de las costumbres de su hijo, no solo no desaprobaba el acto filial sino que se sentía orgulloso de su zagal e instaba a su mujer a que fuera más animosa con el muchacho, algo que Elise odiaba sobremanera.
A diferencia de Garse, cuando Lesmo terminó de correrse, no se apartó a un lado sino que se quedó tendido sobre ella utilizándola de colchón. Elise le empujó hacia un lado y le exhortó para que abandonara su cama, cosa que hizo a regañadientes. Quizás pudiera dormir algo antes de que su marido llegara aquella noche.
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En una habitación contigua Bethelyn, al igual que las anteriores, también se encontraba boca arriba y con las piernas abiertas pero a diferencia de ellas sí disfrutaba con el hombre que se estaba corriendo entre sus piernas. Era la tercera o cuarta noche que acudía a su amante, Ernest el jardinero, que tantos problemas le causo indirectamente. Ahora las cosas habían cambiado mucho. Tenía el consentimiento de su marido para follar con él cuantas veces quisiera y desde hacía varias noches acudía al dormitorio de su amado donde conseguía dormir plena y feliz en mucho tiempo.
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En las afueras de la mansión, Eduard acababa de llegar de un largo viaje desde la capital. Volvía con varios de sus criados como tantas veces. Mientras ellos se ocupaban de alojar los caballos, el coche, así como el resto de enseres, él se retiró a su alcoba donde siempre encontraba a su mujer dormida. En esta ocasión, al llegar a su dormitorio lo encontró vacío. Bethelyn no estaba allí y supo porqué, peor aun, supo con quién. Ernest se la estaba follando de nuevo.
Se moría de rabia imaginando al jardinero montando a su mujer. Metiéndole su polla una y otra vez, corriéndose dentro, amasando sus tetas, comiéndole la boca. Ella le chuparía la polla y los huevos, se tragaría su semen.
Se sentó en la cama con la cabeza entre las manos, derrotado. La culpa había sido suya, él había propiciado la espantada de su mujer. Todo por culpa de su absorbente trabajo y el desgraciado desliz con Berta.
Metió una mano en uno de sus bolsillos y sacó unas bragas, las miró durante un buen rato, se levantó y abandonó la habitación.
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Berta aun estaba despierta cuando su padre entró en su dormitorio. Leía un libro en la cama bajo la luz de una vela y se sorprendió al verle.
-¿Qué haces en mi habitación a estas horas?
-Me llevé tus bragas el día que tu madre nos pilló. Venía a devolvértelas.
-¿Ah sí?, no hacía falta que te dieras tanta prisa…
-No quería que pensaras que me las quería quedar.
-Ni tan siquiera sabía que las tenías.
Eduard se quedó parado delante de Berta que aun no había cerrado el libro a la espera de que su padre se largara de la misma manera que había venido. Daba vueltas a las bragas entre sus manos con la vista fija en el suelo.
-Tu madre no está en su dormitorio.
-¿Ah no?
-Y la cama esta sin deshacer. No ha dormido en esa cama en toda la noche.
-Ya, entiendo. –comentó impaciente.
-Tenía muchas ganas de… de estar con ella. Y así de paso… limar asperezas.
Berta se ruborizó y guardó silencio. Era el tipo de conversaciones que la incomodaban.
-Apostaría algo a que estará follando con ése.
-¿Cómo? Ah, sí bueno, la verdad papá… -Berta se revolvió en la cama inquieta. –últimamente mamá ha pasado mucho por el dormitorio de “ése”.
-La culpa es mía, joder.
Se sentó en el borde de la cama de su hija y hundió la cabeza en sus manos. Berta cerró el libro y apoyó la mano en su hombro.
-Bueno, no te lo tomes muy a pecho. Mamá está resentida contigo… bueno con nosotros. Quizás lo hace más por venganza que por deseo. Seguro que con el tiempo las cosas vuelven a ser como antes.
-Tu madre ya follaba con Ernest desde mucho antes.
-Quiero decir…
-Ya sé lo que quieres decir pero tu madre no va a desaprovechar la ocasión de follar con él cuando le venga en gana ahora que puede hacerlo con mi consentimiento, aunque sea forzado.
Berta se sentó junto a su padre y le pasó el brazo por el hombro con compasión. Era como abrazar una vaca gigante. Eduard miró a su hija con ternura. El canalillo de su camisón dejaba al descubierto gran parte de su anatomía. Las tetas de su hija parecían más grandes que la última vez, quizás por la tenue luz. Sea como fuere Berta se dio cuenta de la mirada de su padre y se tapó instintivamente.
Se hizo un silencio embarazoso entre los 2. Eduard bajó la cabeza al captar la reacción de su hija. Berta, azorada, empezó a sentir que el camisón tapaba menos de lo que debía. La presencia de su padre se le hacía cada vez más incómoda. Le quitó el brazo del hombro.
-Papá, creo que deberías irte.
-¿Me haces una paja?
-¿Qué? ¿Para eso has venido aquí?
-Vamos hija, ¿Qué te cuesta? Tu madre no está en su dormitorio y llevo varios días sin…
-Cállate, joder que asco. Eres mi padre.
-Mira como estoy. Llevo así varios días. No te estoy pidiendo nada del otro mundo.
Eduard se señaló el bulto de su entrepierna a lo que Berta respondió con una mueca de desagrado.
-Joder, papá, que cara más dura tienes. Que soy tu hija.
-Estoy así por tu culpa. Te dejé darme por el culo con aquella cosa. Y mientras lo hacías me hiciste una paja que me ha traído más problemas que satisfacciones. Tu madre se está follando a otro y yo no tengo quien me haga una miserable paja de mierda. Lo único que te estoy pidiendo es que me menees la polla como lo hiciste la otra vez.
Iba a abofetear a su padre pero detuvo su mano. No quería verle por más tiempo en su habitación. Levantó el dedo índice frente a su cara.
-Siento mucho todo lo que ha pasado pero debes entender… las cosas a veces… ¡Joder papá, vete de mi cuarto de una vez!
Eduard no protestó más. Se levanto y se fue hacía la puerta en silencio cabizbajo. Berta le vio alejarse paso a paso, derrotado. Un toro bravo, toreado, estocado y rendido.
-Espera, espera un poco. –tomó aire. –te hago una paja.
– · –
Eduard estaba tumbado en la cama de Berta, desnudo y con las piernas semiabiertas. Su hija estaba sentada en el borde de la cama con la mirada fija en la polla de su padre. Su mano subía y bajaba frenéticamente a lo largo de aquel pollón.
Pero Eduard no conseguía relajarse. Aquella paja no estaba resultando como él esperaba, nada que ver con la paja que le hizo el día que su mujer les pilló. El ambiente era frío y tenso. Se encontraba ridículo desnudo frente a su hija.
Berta se esmeraba en su trabajo manual, tanto que había conseguido mantener la polla de su padre dura como una roca, sin embargo el orgasmo no tenía visos de aparecer pronto. Su frente estaba perlada de sudor y ya había cambiado varias veces de mano debido al cansancio.
-Joder papá, ¿te vas a correr o qué?
-No sé que pasa. Te juro que estoy a mil pero…
-Pero ¿qué?, ¿no pensarás que me voy a tirar así toda la noche?
Eduard se pasó la lengua por los labios resecos.
-Enséñame las tetas.
Berta paró de meneársela en seco.
-Sí hombre, ni lo sueñes.
-Anda mujer, si ya te las he visto antes. Venga.
-Se te está olvidando que soy tu hija…
-Y yo tu padre, aquel al que se la metiste por el culo.
Se quedó callada con los labios apretados. Su padre tenía razón, pero eso no quitaba el hecho de que era un cerdo.
Con cara de hastío y vergüenza dejó caer su camisón por los hombros a la vez que continuaba su tarea masturbatoria. Su padre agrandó los ojos cuando vio aparecer aquel manzanal por encima del camisón.
La cosa estaba mejorando, podía sentirlo en el sudor y la respiración de su padre. De repente una manaza se posó en una de sus tetas. Berta dio un respingo y la apartó de un manotazo.
-¿Pero que coño haces?
-Joder Berta, solo quiero tocarte un poco, nada más.
-Te estoy haciendo una paja y te enseño las tetas, confórmate con eso y no me metas mano.
-No te meto mano, solo te toco un poco. Joder que solo es una caricia.
Berta siguió pajeándole con la esperanza de que el orgasmo llegase cuanto antes pero de nuevo la mano de su padre se posó sobre su teta. Esta vez no intentó quitarla, más le valía a su padre correrse de una puñetera vez.
Pero pasaba el tiempo y su padre no se corría pese a que sudaba y respiraba como un jabalí a la carrera. Y lo peor de todo era que ahora su padre le sobaba sus tetas con ambas manos sin el menor disimulo.
Continuaba pasando el tiempo y Berta se ponía cada vez más nerviosa. La polla de su padre era enorme, dura, venosa y él no solo le sobaba las tetas si no que además se las estaba lamiendo. Chupaba y pellizcaba sus pezones mientras le sobaba todo el cuerpo con sus manazas. En una determinada ocasión una de las manos de su padre se coló bajo el camisón hasta palpar sus bragas.
-¡Basta!
-¿Qué?
-Ya está bien. Deja de meterme mano.
-Pero hija, ya estoy casi a punto. Vamos, no pares.
-Llevas diciendo eso toda la noche.
-Pero es que es verdad, vamos no pares, y sóbame los huevos con la otra mano, anda.
Berta soltó un bufido y continuó con la paja de su padre. Eduard por su parte volvió a meter la mano entre sus piernas y acarició las bragas de su hija haciendo caso omiso de sus quejas. La polla de su padre tenía el glande empapado de fluido seminal. Berta aplicó el lubricante por todo el mástil. Su mano recorría su polla en toda su extensión mientras acariciaba sus testículos con la otra.
Minutos después por fin aquella polla soltó su carga. Un volcán de carne escupiendo grandes cantidades de semen. Era evidente que su padre llevaba mucho tiempo sin descargar sus pelotas. Las sostuvo en su mano, absorta en su tamaño. Su mano apenas podía abarcar sus grandes huevos velludos. Se encontró abstraída en la polla y los huevos de su padre con la respiración irregular y acelerada por el cansancio. Pese a todo no podía evitar reconocer con cierto orgullo la hermosura y el tamaño de su miembro y sus genitales a los que seguía masturbando y acariciando lentamente. Sin saber porqué se encontró excitada, caliente. Giró la cabeza y vio la causa de ello. La mano de su padre se ocultaba entre sus bragas.
Sin saber en que momento había ocurrido, uno de sus dedos, grandes como pepinos, se había introducido en su coño y llevaba un buen rato a masturbándola.
-¿Pero que coño haces?
Su padre no contestó. Berta le miró con horror y desconcierto antes de cerrar los ojos con fuerza, arrugar la frente y echar la cabeza para atrás.
-Jod-der…, jod–der…, serás cab-brón. –gimió de placer.
Comenzó a mover las caderas al compás de la mano de su padre. Abrió los ojos y los fijó en la polla que aun contenía su mano. Se agacho hacia ella y se la metió en la boca. Se la chupó mientras le masajeaba las pelotas cada vez más excitada por la paja que le hacia su padre hasta que en un determinado momento se separó de la polla, empujó la mano de su padre fuera de su coño y se deshizo de sus bragas y del camisón anudado en su cintura.
Eduard vio a Berta colocarse a horcajadas sobre él, completamente desnuda. Se colocó la polla en la entrada del coño y descendió por ella con suavidad. Era la segunda vez que Eduard veía desaparecer su polla en aquel coño, un coño grande como el de su mujer y su madre.
Berta pasó del trote al galope en poco tiempo. Hundía sus dedos entre el vello pectoral de su padre. Sus uñas se clavaban cada vez con más fuerza cuanto más excitada estaba. Los gemidos de ella eran cada vez más sonoros.
Eduard estaba pletórico, sus manos no descansaban un momento. Amasaban las tetas y el culo de su hija sin cesar. Tanteó su ano con la yema de un dedo mientras lamía sus pezones. Notó como se contraía con cada envestida.
Mientras tanto Berta arañaba su piel como una gata mientras gritaba como una diablesa. La cama se movía debido a las envestidas de la fémina que galopaba a su padre como una posesa.
-¡Así, así! –Gritaba –ya casi estoy.
Su padre no sabía si sentía más dolor por los arañazos de su hija o placer de la follada que le estaba dando pero estaba apunto de alcanzar el cielo otra vez, un nuevo orgasmo estaba a punto de llegar junto con la correspondiente descarga de semen.
-Yo también me voy a… correr. –balbuceó Eduard, que había apoyado la cabeza hacia atrás en la cabecera de la cama con los ojos cerrados, mientras manoseaba el culo y el ano de Berta.
-¿Qué?
-Me… corro…
-¿Te vas a correr ya?
-Sssssssí…
La hostia que recibió Eduard casi le parte la cabeza en dos.
Abrió los ojos asustado y miró hacia los lados esperando encontrar algún hombre escondido bajo la cama. Su polla seguía dura como una roca pero del susto, y sobretodo de la hostia, se le había cortado el orgasmo de golpe.
El oído le pitaba y tenía un lado de la cara insensible con evidentes indicios de enrojecimiento. Sin embargo Berta, ajena a los pensamientos de su padre, seguía galopando y gritando como una loca como si tal cosa. Su coño tragaba y escupía su polla sin cesar, sus tetas continuaban botando frente a su cara arriba y abajo y su culo, que aun estaba entre sus manos, se tensaba con cada sacudida.
Sin embargo, ahora sus uñas se clavaban como agujas en los pezones de su padre que aguantaba el dolor como podía. Las lágrimas asomaban a sus ojos y los mocos le colgaban de la nariz.
-¿Te vas a correr? –preguntó Berta entre gemido y gemido.
“No me atrevo”. Estuvo a punto de contestar Eduard.
En su lugar sujetó las muñecas de su hija y apartó sus manos llenas de uñas de su cuerpo malherido, liberando así su pecho del mortífero ataque gatuno. Miró a su princesa con enorme desconcierto que seguía botando sobre su polla. “Sal del cuerpo de mi hija seas quien seas”.
Para su asombro, Berta aumentó sus embestidas todavía más fuertes. Su boca, abierta en toda su extensión, lanzaba gritos cuyo sonido ya no se limitaba a la intimidad del cuarto aunque, por suerte, tuvo el decoro de pegar la boca al cuello de su padre en un beso vampírico ahogando con ello la mayoría de sus decibelios. La loca había alcanzado el clímax por fin.
“¿Así será como se corren las perturbadas en los manicomios?” Pensó Eduard.
Berta se estiró, dio los últimos latigazos a su cuerpo y se dejó caer sobre su padre como una hierva recién cortada por la raíz. Feliz, satisfecha, plena.
-Ahora ya te puedes correr. –susurró.
Eduard no se movió durante un buen rato intentando analizar lo que había pasado esa noche. Era la segunda vez que Berta le jodía bien jodido.
En mitad de sus cavilaciones Berta descabalgó su polla, se tumbó y se giró de espaldas a él dispuesta a dormirse. Eduard, frustrado por el polvo a medio terminar no quiso insistir en acabarlo así que la imitó metiéndose entre las sabanas con resignación. Por hoy ya había tenido suficiente jodienda.
-¿Qué haces?
-¿Cómo que qué hago? Pues dormir, como tú.
-Pero no en mi cama, lárgate.
-Pero…, pero…
-Ya te he dado más de lo que querías. Has venido a que te hiciera una paja y has terminado follando conmigo. No pretendas además plantar tu culo en mi cama.
-Está bien. –refunfuñó a regañadientes mientras salía de la cama dando manotazos a las sábanas. –espero que mañana estés de mejor humor para follar.
Berta dio un respingo y se encaró a su padre.
-De eso ni hablar. No soy tu puta que te espera con las piernas abiertas.
-Pero… yo pensaba que te había gustado lo de hoy.
Berta entrecerró los ojos, tomó aire y levantó el dedo índice.
-Por alguna extraña razón, que no llego a entender, siento cierta atracción hacia tu polla y tus pelotas, sí, y además me he corrido como pocas veces en mi vida pero, si alguna vez decidiera repetir contigo, cosa altamente improbable, ya te lo haría saber en su momento. Hasta entonces no vuelvas a entrar aquí sin mi permiso.
Berta se volvió a tumbar dándole la espalda. “Joder con la chiflada”. Pensó Eduard mientras recogía su ropa del suelo y murmuraba por lo bajo.
Antes de abandonar la habitación vio las bragas de Berta caídas en el suelo, las recogió, se las llevó a la nariz y se limpió los mocos con ellas. Después las echó sobre la cama. Si había suerte, su hija se las pondría y a lo mejor se le quedaban pegadas al coño a la hija de la gran puta.
– · –
Cuando Eduard entró en su dormitorio encontró a Bethelyn acostada y dormida. Evidentemente había abandonado el dormitorio de Ernest antes de que la mujer de éste, la cocinera que había acompañado a Eduard durante su viaje a la capital, los pillara in fraganti.
Se acostó sigilosamente a su lado y se durmió intranquilo pensando en la puta de su mujer y la zorra de su hija.
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