Una vez había terminado de cenar, me acerqué a ver a las muchachas lleno de curiosidad. Aunque no sabía el modo exacto en el que Natacha me habría preparado a la asiática, daba por supuesto que no me defraudaría. Aun así, jamás esperé encontrarme a Kyon completamente atada con cuerdas y menos ver que la rusita le hubiera colocado una mordaza mientras ella sonreía con una fusta en la mano.

― ¡Qué rápido has aprendido el arte del Shibari! ― observé impresionado al comprobar que, además de haberla inmovilizado, se había tomado la molestia de que formar con la soga una red en la que el trasero de la cría quedaba sensualmente expuesto.

―No es mérito mío, sino de “ruiseñor”, nuestra “golosina” ― respondió: ―Solo he seguido sus instrucciones.

   No me pasó inadvertido que hubiese usado los dos apodos para nombrar a la nueva incorporación como tampoco que se hubiese supuesto al decir “nuestra” que era también de su propiedad. Pensando en que por razones de horario estaría con ella más que yo, me pareció bien y por ello me puse a presté atención a la evidente excitación de la chinita.

«Sentirse indefensa la pone cachonda», razoné al ver que tenía erizados los pezones.

Dando tiempo a que su calentura se acrecentara, me senté en la cama sin tocarla. Tal como había previsto, al no recibir caricia alguna de su amo, lejos de tranquilizarla, puso nerviosa a la chavala e involuntariamente, gimió pidiendo que la hiciera caso. Como era novato en esas lides, preferí empezar con un piropo a la que se había ocupado de atarla mientras observaba la reacción de la cautiva:

―Reconozco que eres una artista, has conseguido que se me antoje dar un mordisco a nuestra golosina.

Al oírme, Kyon volvió a suspirar haciéndome participe de lo mucho que la atraía sentir que la marcaba con mis dientes. Sin prisa alguna, pasé una de mis manos por su trasero con delicadeza, para acto seguido y con la mano abierta, comprobar su predisposición regalándola una sonora nalgada. Al ser algo que deseaba, sollozó de placer.

―De no llevar la mordaza, nuestro “ruiseñor” le agradecería esa caricia ― Natacha comentó haciendo de portavoz de la joven.

Asumiendo que sería así al comprobar la humedad que había hecho aparición entre sus pliegues, aproveché que en esa postura podía verme y con `premeditada lentitud, comencé a desnudarme. Mi striptease exacerbó la necesidad de entregarse a su amo y nuevamente se ofreció a mí poniendo el culo en pompa. Lo que no anticipé fue que la rusa se lo recriminase descargando sobre ella otro azote:

―No puedes ni debes acelerar tu entrega. Eso es potestad de nuestro amo.

Esa recriminación de labios de su maestra provocó las lágrimas de la muchacha. Enternecida Natacha acercó su boca y las lamió:

―No llores, golosina mía. Solo era un consejo.

Al sentir que un cariño que no se esperaba y menos a través de la lengua de la rubia, Kyon enmudeció y de improviso todo su cuerpo comenzó a temblar presa de la desesperación.

― ¡Quítale la mordaza y bésala! ― exigí interesado en esa reacción.

Obedeciendo mi orden, la despojó del bozal y sorprendiéndome, mordió con dureza los labios de la sumisa.  Supe que Natacha había actuado correctamente al sustituir el beso que le pedí por esa ruda caricia cuando de improviso la chinita se corrió entonando una canción de amor.

― ¡Qué apropiado es el nombre de ruiseñor para nuestra zorrita! ― encantada comentó la rusa al escuchar la forma en que exteriorizaba el placer.

La prodigiosa voz de Kyon fue un reclamo del que no pude abstraerme e increíblemente, mi pene reaccionó irguiéndose entre mis piernas.

―Me parece que a nuestro amo le gusta que cantes― susurró muerta de risa Natacha.

Al comprobar que era así, elevando la intensidad de su canto, contestó alterando la letra que entonaba:

―Presa en su jaula de oro, el bello ruiseñor anhela las manos de su dueño y por eso canta.

No me costó entender que estaba pidiendo mis caricias y accediendo a su suplica, acaricié sus pechos con dos de mis yemas incrementando con ello el gozo que estaba experimentando.

―La pajarita no echó de menos la libertad al saber que estando enjaulada podía trinar para complacer al dueño del jardín al que había llegado volando― canturreó.

 Para entonces deseaba formalizar su entrega, pero sabiendo que cuanto más la postergara mayor sería su placer preferí incrementar su gozo con un pellizco en una de sus areolas. El efecto de esa ruda caricia desbordó mis previsiones y de improviso fui testigo del brutal orgasmo que recorrió de arriba abajo el cuerpo de la cantante.

―Supo la avecita presa que los barrotes de su prisión eran en realidad la puerta de su hogar al sentir el cariño con el que la trataba su señor― lloró al verse inmersa en el placer, pero incompleta.

―Amo, no la haga sufrir más― susurró en mi oído Natacha.

Admitiendo que era así, usé la soga que la tenía inmovilizada para acercarla a mí y tomando mi hombría, comencé a jugar entre sus pliegues mientras la alertaba de que en unos instantes iba a hacerla mía.

―Libéreme haciéndome su esclava― imploró sin mover un músculo de su cuerpo.

Con paso firme, pero delicadamente, hundí mi tallo en ella hasta toparme con su himen que todavía permanecía en pie y al contrario que con la rubia, no pedí permiso y con un pequeño empujón, desgarré la telecilla.

―Soy una mujer libre en los brazos del único amo que voy a tener― rugió con alegría sin importar el dolor que le había provocado al desflorarla.

La facilidad con la que mi pene se sumergió en su interior confirmó sus palabras y asumiendo que era mi responsabilidad el hacerla disfrutar, imprimí un lento trote tomándola de los hombros. Sus gemidos de placer me permitieron ir incrementando poco a poco la velocidad con la que la cabalgaba hasta convertir ese pausado cabalgar en un desenfrenado galope.

―Azuza a tu montura para que sepa quién es su dueño― con tono excitado, Natacha me aconsejó.

Comprendiendo que, según el manual era lo apropiado, marqué el ritmo a mi montura con nuevos azotes mientras con el pene martilleaba su interior. La violencia de mi asalto no menguó al notar que se corría y dominado ya por la lujuria, busqué mi placer haciendo chocar mi glande contra la pared de la vagina de la oriental. Esa insistencia estimuló más si cabe la entrega de Kyon y ya gritando me rogó que grabara mi amor en su cuello.

Como había leído que en su lavado de cerebro habían dejado impreso que no se sentiría plena hasta que los dientes de su amo se cerraran sobre su piel, esperé a sentir que me corría para morderla. El dolor del mordisco unido al placer de notar que mi hombría explotaba en su interior renovó, alargó y magnificó el clímax de la chinita.

― ¡Libre y esclava de mi señor! ― gritó y con una felicidad sin igual en su tono, añadió: ― ¡Esclava y libre con mi señor!

Exhausto contemplé la plenitud de la joven e incapaz de hacerlo por mí mismo, pedí a la rusita que la desatara mientras me tumbaba en la cama. Ésta no dudó un instante en obedecer y tras liberarla de sus ataduras, la besó felicitándola por haber derrotado a su dueño.

―Golosina, te dejó descansar si me prometes que luego me ayudaras a levantar el ánimo de nuestro hombre― muerta de risa, dejó caer.

Lo que nunca se esperó Natacha fue que Kyon se arrodillara ante ella y besando sus pies, la rectificara:

―Señora, sé que usted es la favorita del amo y por tanto no puedo prometer algo que estoy obligada a dar en cuanto usted deje su marca en mí.

La descarada criatura al sentir la adoración que esa exótica belleza sentía por ella, replicó:

―Solo me dignaré a morder mi golosina, cuando me haya hecho sentir su amor.

Como no podía ser de otra forma, “ruiseñor” entendió lo que pedía y comenzando a cantar, hundió la cara entre las piernas de su maestra…

El sol del amanecer a través de la ventana me despertó con ellas abrazadas a mí. Al seguir dormidas, eso me permitió pensar en lo sucedido y fue entonces cuando caí en un detalle que había permanecido oculto a mis ojos: Patricia, Natacha y Kyon tenían algo en común, las tres eran sobresalientes además de bellas. Meditando sobre ello no me pareció normal que mi secretaria fuera dueña de una inteligencia poco común, que la rusita tuviera un talento para la pintura descomunal, y para colmo que la sumisa estuviera dotada de una voz capaz de dar la talla en cualquier compañía de ópera.

«O bien ese cabrón de Isidro Bañuelos siente predilección por mujeres que destaquen en alguna faceta, o en realidad ha descubierto el método de incrementar las aptitudes de sus víctimas convirtiéndolas en verdaderas genios».

De ser eso último, ese pervertido o alguien de su organización había sido capaz de dar un salto cuántico en lo que respecta a la educación tal y como la conocíamos.

«No puede ser que, habiendo hecho un descubrimiento que podría cambiar la humanidad, lo usen únicamente para satisfacer sus oscuras apetencias», pensé impresionado y preocupado por igual.

Ya con la duda en el cuerpo y tratando de meditar como podría descartar o verificar mis sospechas, esperé a que dieran las siete y media para despertar a las dos crías. Al llegar la hora, acaricié las mejillas de la chinita llamándola por su apodo.

― Golosina, hay que levantarse.

En cuanto oyó mi voz, la joven abrió sus rasgados ojos y luciendo una sonrisa intentó renovar sus votos, pero rechazando sus mimos le pedí que se fuera a preparar el jacuzzi:

― ¿Va a permitir que lo bañe? ― esperanzada preguntó.

―Nos bañaremos los tres juntos en cuanto despiertes a esta vaga― respondí señalando a la rubia que no se había enterado de nada.

Supe que a partir de entonces debía de tener cuidado y detallar más cualquier orden que le diese, cuando arrastrándola de los pies la echó de la cama.

―El amo nos quiere en pie― se defendió la oriental cuando Natacha gritando empezó a protestar por el modo en que la había levantado.

Tras lo cual, obviando el cabreo de la chavala, se fue a llenar la bañera.

― ¿Qué coño le pasa a esta loca? ¿Has visto cómo me ha tirado al suelo? ― todavía indignada, me preguntó.

Despelotado de risa, la ayudé a levantarse y la besé.

―Date prisa que os quiero preguntar algo― dije mientras me dirigía al baño.

Al ver que ya había agua suficiente, me metí en el jacuzzi y las azucé a entrar conmigo. La oriental que era la que llevaba más tiempo con los ojos abiertos fue la primera en pasar mientras la rusa rumiaba su cabreo preguntando qué era eso de lo que quería hablar. Atrayendo a ambas, las coloqué entre mis piernas y comencé a enjabonarlas mientras pedía que Natacha me contara si antes de ser comprada a sus padres ya pintaba tan bien.

―Lucas, mis viejos eran tan pobres que nunca tuve siquiera un lápiz por lo que no lo sé.

―Vale, cariño. Y una vez en poder de ese hombre, ¿cómo empezaste a dibujar?

Haciendo memoria, contestó:

―Ahora que lo dices. No me fije en las pinturas que había en la casa donde permanecí tantos años hasta un día en el que un médico me inyectó unas vitaminas.

Intrigado insistí en que siguiera haciendo el esfuerzo de pensar en ese día.

―Como comentaba al irse, todo me daba vueltas y sentía una extraña angustia que solo despareció cuando cogí un pincel y comencé a pintar en un papel la cabaña de mis padres.

― ¿Era lo único que tenías a tu alcance? ¿Había… no sé, instrumentos de música, libros…?

―Sí, pero no me digas la razón nada de eso me atrajo. En cambio, ese pincel me llamaba y en el momento en que lo toqué, me tranquilicé y la angustia desapareció.

Deseando y temiendo a la vez que Kyon ratificara mis sospechas, le hice las mismas preguntas, pero en su caso respecto al canto.

 ―Me ocurrió igual. No canté jamás hasta el día en que un enfermero me puso una inyección e histérica cogí una guitarra, la cual al tocarla hizo desaparecer mi nerviosismo.

―Ruiseñor, a parte de la guitarra, ¿qué instrumentos sabes tocar? ― la rubia preguntó.

―No sé… todos. En cuanto oigo como suena uno, no tardo en poder usarlo para cantar.

― ¿Has tocado alguna vez un piano? ― la rubia que no era tonta preguntó.

Avergonzada que la oriental reconoció que, aunque había oído su sonido en un equipo de música, nunca había visto uno. Anticipando mis pensamientos, Natacha sacó a Kyon de la bañera y la llevó al salón sin importarle que, mojadas como estaban, empaparan todo a su paso. Envolviéndome en una toalla, las seguí y horrorizado, observé cómo comenzaba a tocar las teclas y tras un minuto oyendo las notas que producían sus dedos al pulsar sobre ellas, la chinita se lanzaba ejecutar al piano una composición de Beethoven.

«¡Su puta madre! ¡Esto no es natural!», exclamé para mí mientras la rusa aplaudía entusiasmada.

Derrumbándome en el sofá, comprendí que además de haberlas lavado el cerebro habían sido conejillas de indias de un experimento del cual, y a pesar de reconocer que había sido un rotundo éxito, desconocía si podía tener efectos secundarios.

Recordando que según creía Patricia también había sido víctima del mismo, la llamé:

―Me da igual que no te apetezca verme. Necesito enseñarte algo, así que pon en movimiento tu estupendo culo o tendré que irte a buscar y te traeré a rastras― grité a través del teléfono a mi secretaria cuando ésta se negó de primeras a acudir a mi llamada…

17

                                                                                                                                           ―

Menos de veinte minutos después, escuché el timbre de la puerta y cuando ya me disponía a abrir a Patricia, Natacha ordenó a Kyon que fuera ella.

            ―Ruiseñor, la mujer que ha llegado será próximamente la esposa de nuestro amo y por tanto tu legitima dueña. Debes mostrarle tus respetos desde que cruce el umbral de esta casa.

            ―Así lo haré, maestra.

            Como sabía que la rusa no daba puntada sin hilo, quise que me explicara cual era la segunda intención de esa orden, ya que no me creía que la moviera el enseñar a la oriental.

            ―Ese detalle es el menos importante― pícaramente respondió: ―Si como me imagino su futura viene cabreada, la vendrá bien un buen meneo a sus pies y que ya relajada, olvide que no fue ella quien trajo a “golosina” aquí.

            Juro que no creí en que diera resultado y por ello, espiando a través del pasillo, me puse a observar como la joven recibía a mi secretaria. Tal y como preví, la negra venía fuera de sí y el ver que la que consideraba una intrusa era quien le daba acceso al que consideraba por derecho su hogar, quiso pasar de largo sin siquiera saludarla, pero Kyon se interpuso y arrodillándose ante ella, le pidió permiso para descalzarla:

            ―Me han ordenado que le haga ver que también soy suya y no querrá que mi dueño me castigue.

            Patricia, considerando como un mal menor la pretensión de la chinita, dejó que le quitara la primera de sus botas sin esperarse que, una vez descalza y antes de despojarle de la segunda, se pusiera a masajear la planta del pie hundiendo sus dedos en ella.

― ¿Quién te ha enseñado esto? ― suspiró derrotada al sentir que como por arte de magia toda su pierna se relajaba.

Kyon no contestó y antes de dar por terminado el masaje en ese pie, acercando la boca al mismo lo besó. Aun a distancia, el rubor de sus mejillas me informó que la sumisión de la chinita no le había resultado indiferente. Ratifiqué que era así al verla reaccionar exigiendo de malos modos que terminara pronto de sobarle el pie todavía calzado porque había quedado con don Lucas, su novio.

―Sé quién es usted y que en un futuro estará a su lado, pero ni siquiera entonces la obedeceré si su orden va en contra de lo que me ha pedido mi amo. Ahora sea buena y permita que esta esclava la mime.

Patricia bufó al sentirse ninguneada por la joven, pero recordando que le había contado que, durante mi detención, esa muchacha se había deshecho con facilidad de dos policías, prefirió no tentar la suerte y dejar que la descalzara siguiendo el ritmo por ella marcado. Kyon, sabiéndose vencedora de ese primer asalto, quiso dejar claro de nuevo que a pesar de sumisa era un rival digno de respetar cuando prolongó el masaje durante más tiempo antes de rematar la faena lamiendo uno a uno los dedos de ese segundo pie.

Su maestría y la dedicación que demostró, no aminoró el enfado de mi secretaría que observando que, bajo el vestido de criada, la asiática estaba excitada, decidió contratacar y metiendo la mano de su escote, tras apoderarse de uno de sus pezones, lo torturó diciendo:

―Zorra, te anticipo que pienso azotar tu penoso y grasiento culo en cuanto tenga oportunidad.

―Eso espero, señora. Exceptuando las caricias de mi señor, nada me dará más placer que ser el saco de boxeo donde su futura compañera de cama descargue todas sus notorias carencias y sus evidentes complejos.

―No seré su compañera de cama, seré su esposa. ¡Cretina! ― soltándole un guantazo contestó.

La chinita debía prever esa reacción por la rapidez con la que atajó el golpe reteniéndole ambos brazos para que no intentase de nuevo golpearla.

―Señora, cuando mi amo la autorice a castigarme, yo misma traeré la fusta con la que me corrija, pero hasta entonces le pido que se abstenga de volverlo a intentar porque me obligaría a defender lo que es propiedad de mi señor y le aseguro que saldría mal parada.

Interviniendo para que no llegara a mayores, separé a esas dos arpías y señalando el salón pedí a mi secretaria que se sentara y entrando como un miura en el tema, brevemente expuse que creía haber hallado otro nexo entre las tres, aparte de haber estado relacionadas con Isidro. Al preguntar cuál, repliqué:

―Quiero que pienses, ¿alguna vez te han inyectado algo mientras salías con ese hombre?

Aunque en un principio lo negó, ante mi insistencia hizo memoria y contestó:

―Acababa de cumplir la mayoría de edad y cuando llevábamos poco de novios, por un viaje a Marruecos tuvimos que vacunarnos. Esa fue la única, estoy segura.

Sin dejarla pensar para que no se pusiera a la defensiva, le pregunté por su desempeño escolar.

―Era vaga como yo sola. Aunque nunca suspendí, difícilmente pasaba de un siete― riendo comentó: ―Otra cosa fue al empezar la carrera donde jamás bajé del diez y fueron casi todo, matrículas.

―En tu curriculum leí que hablas a nivel nativo otros tres idiomas, ¿cuándo los aprendiste?

―Durante los veranos de la universidad. Como jamás tuve que presentarme a los exámenes de junio al haber liberado las materias, me fui a sus países de origen.

― ¿Conoces o has oído hablar de alguien que los haya aprendido sin acento a esa edad? ― dejé caer únicamente caer y sin esperar a que contestara, pedí a Natacha que trajera su versión de la venus de Velázquez.

Al ver que la rubia era la modela del cuadro cuya cara se reflejaba en el espejo sonrió, pero lo que realmente le hizo gracia fue que hubiera sustituido al ángel por mí.

―Muñeca, el cuadro es precioso.

― ¿Conoces o has oído hablar de alguien que sin recibir clases formales de arte sea capaz de tener esta técnica?

― ¿Quieres decirme por donde vas? ― chilló enfurecida temiendo quizás la respuesta.

Sin contestarla directamente, la informé que hasta apenas dos horas antes Kyon nunca había visto un piano y menos lo había tocado.

― ¿Y a mí qué coño me importa lo que le haya pasado o dejado de pasar a tu zorrita?

―No sé si sabes que los “poemas para piano” de Ravel están entre las partituras más difíciles que se han escrito nunca para ese instrumento.

 ―No lo sabía― reconoció.

―Por favor, Kyon enseña a mi futura compañera de cama lo que has aprendido mientras la esperaba― contesté metiendo una pulla.

Sentándose frente al piano, la chinita comenzó a tocar y no llevaba interpretando más que dos minutos esa complicada melodía, cuando exasperada volvió a interpelarme sobre dónde quería llegar.

―Creo que lo sabes, no en vano eres la más inteligente de esta sala. Yo mismo, considerándome un hombre listo, no te llego a las suelas de los zapatos― contesté y al ver que no se atrevía a reconocer lo evidente, proseguí: ―Cuando reparé en que a vuestra manera erais unas superdotadas, me pregunté cómo era posible que ese malnacido hubiese podido reunir a su alrededor mujeres tan bellas y brillantes cuando estadísticamente era algo imposible…

―¿No estarás insinuando que no nos encontró sino que nos creó?

―No lo estoy insinuando sino afirmando, los dones de las tres comenzaron a revelarse a raíz de la inyección de algún compuesto. Y si te he pedido venir no es para que torturarte, sino para que me ayudes a averiguar que os han hecho y podamos anticipar cualquier efecto secundario que os pueda provocar.

― ¿Te importa acaso lo que me pase? ― llorando preguntó.

Interviniendo a mi favor, Natacha fue quien contestó afirmando cosas que nunca me había escuchado:

―Por supuesto que le importas. Lucas te quiere y desea tener hijos contigo.

―Para eso te tiene a ti y a esa puta de ojos rasgados.

Al escucharla y ver en los ojos de la insultada que deseaba estrangularla, decidí terminar de una puta vez con esas rencillas. Tomando a ambas de la cintura y me dirigí en primer lugar a la china:

―Tienes prohibido agredir a Patricia porque va a ser mi mujer.

La sonrisa de mi secretaria despareció cuando, mirándola a los ojos, le avisé que de seguir empeñada en humillar a Kyon iba a darle carta de libertad para que se defendiera.

―Intentaré no meterme con ella… aunque se lo merezca― bajando la mirada, replicó.

Sabiendo que había logrado al menos una tregua entre las dos, retorné al tema importante y le pregunté si podría contar con su ayuda. Haciéndome ver que ese armisticio siempre pendería de un hilo, respondió luciendo ante la chinita el anillo de mi familia que llevaba en su dedo anular:

― ¿No entiendo que lo pongas en duda siendo mi prometido?

Tras lo cual, olvidándose de Kyon, preguntó dónde tenía el portátil:

            ―Si como supones nos ha inoculado, Isidro haber dejado rastro de esos experimentos en alguna de sus computadoras― contestó cuando quise saber para qué lo necesitaba.

            Dando por hecho que entre las aptitudes de ese genio de grandes tetas estaba la capacidad de franquear cualquier sistema de seguridad que se le pusiera por delante, le informé que estaba en mi despacho.

―Voy a tardar al menos toda la mañana y necesito un café, dile a tu amarilla que me lo traiga―murmuró sentándose frente al ordenador.

Viendo quizás que la misión que le había encomendado a Patricia era vital, la sumisa no esperó mi orden y preguntando a Natacha donde teníamos la cafetera, fue a preparárselo. Al quedarme solo con la rusita, aproveché para pedirle que estuviera atenta al comportamiento de esas dos para que no se cayeran a golpes.

―¿Qué poco conoces a tus mujeres? Aunque te parezca imposible, entre ellas hay química.

Juro que no la creí e intrigado por la seguridad que mostraba, le pedí que me dijera en que se basaba para afirmar que se atraían después de lo que habíamos visto. Muerta de risa, replicó:

―Son dos panteras abriéndose hueco a codazos, pero en cuanto cada una asuma su lugar en esta casa, lo difícil será separarlas y que nos hagan caso.

Observando el cambio que había tenido esa pícara criatura desde la llegada a casa, comprendí que había dejado atrás a la servicial rubia del inicio y que estaba dejando salir una manipuladora divertida y juguetona. Usando un tono irónicamente duro, le exigí que me dijera entonces cual pensaba ella que sería las funciones de cada una:

―Como la esposa legal, Patricia va a ejercer la jefatura de tu harén y hará de Kyon su juguete.

―Imaginemos que sea así, entonces dentro de ese esquema, ¿cuál será el papel que prevés para ti?

Desternillada, respondió:

―Soy y seré tu muñeca, la mujercita que velará para que ese par no se desmande y a la que amarás siempre. ¿O no es cierto que mi amado dueño y señor duda ya destila amor y cariño por su bella Natacha?

No pude más que estar de acuerdo con ella…

18

Sin otra cosa que hacer mientras Patricia investigaba a su antiguo novio, accedí a hacer de modelo para la rusita cuando me contó que deseaba recrear conmigo el cuadro que Rubens había pintado sobre una leyenda carcelaria en la que un hombre fue sentenciado a morir de hambre y al que salvó su hija recién parida dándole de mamar durante sus visitas.

            ―No quiero que me retrates como un viejo― fue la única objeción que puse al recordar el personaje de “la caridad romana” del pintor belga.

            ―Lucas, jamás se me ocurriría tal falta de respeto― respondió: ―Piensa que será mi pecho el que te alimente y nunca se lo daría a un hombre aún más anciano que tú.

            Que recalcara nuestra diferencia de edad no me molestó al ver su desvergonzada sonrisa y despojándome de la camisa, me coloqué en el sofá siguiendo sus instrucciones. Una vez en la postura que me decía y mientras mantenía las manos teóricamente atadas a la espalda, acercó uno de sus juveniles pechos a mi boca y sacó la foto que le serviría de guía al reproducir esa escena. Lo que se esperaba fue que, con el pezón entre los labios, el modelo que había elegido le regalara un mordisco mientras le acariciaba el trasero.

―No seas malo― sonrió sin separarse.

El deseo que intuí en ella, me hizo reír y liberando su seno, volví a recuperar la posición inicial mientras le decía:

―Desde ahora te digo que el día en que te embaraces pienso hacer realidad el cuadro y te obligaré a alimentarme con tu leche.

Sabiendo que iba a ser así, la chavala soltó una carcajada:

―Mi leche será para nuestro hijo y si sobra para el perverso de mi amo.

La felicidad que lució Natacha con la idea me hizo comprender que, teniendo tres mujeres, de no andarme con cuidado, terminaría engendrando un equipo de fútbol. Con ese pensamiento en mi cerebro, medité por primera vez si deseaba ser padre y contra todo pronóstico, llegué a la conclusión que sí.

«Por mi edad, no puedo esperar mucha o seré un abuelo», me dije mientras veía a la rubita dando pinceladas en el lienzo.

Durante el par de horas que permanecí medio postrado hice un examen de conciencia acerca de lo que sentía por las diferentes mujeres que habían llegado a mi vida a raíz del divorcio, centrándome sobre todo en el futuro y cómo conseguir llevar una existencia normal siendo ellas tres.

«Nunca he creído en el poli amor y menos deseé tener un harén», pensé preocupado al saber que jamás podría rehuir mi responsabilidad con ellas.

Ese dilema seguía en mi mente cuando de improviso Kyon llegó y nos informó que Patricia estaba llorando. Al asumir que la negrita se había topado con algo referente a ella, me levanté y fui a ver qué le pasaba. Tal y como nos había dicho la oriental, sollozaba sentada frente al ordenador.

―¿Qué has encontrado?― abrazándola pregunté.

Hundiendo la cara en mi pecho, se desmoronó mientras explicaba que había descubierto la verdadera razón por la que su ex se había desecho de Inés y de las otras dos.  Sabiendo que el motivo de su ruptura con Bañuelos había sido su compañera de colegio y que se echaba la culpa de su muerte, preferí consolarla sin preguntar.

―Ordenó que las mataran al darse cuenta de que el experimento fallaba con ellas y que, en vez incrementarse sus facultades, se estaban volviendo locas― continuó.

Siendo una desgracia, me alegró saber que ella no había tenido nada que ver porque así le sería más fácil el perdonarse por no haber podido salvarla. Pero entonces levantando la mirada me informó que al menos otra docena de mujeres habían corrido el mismo destino al no ser compatibles con el compuesto que habían desarrollado.

 ―De todas sus conejillas de indias, hasta ahora solo ha tenido éxito con cuatro.

 Saber que había otra mujer en su misma situación me preocupó y no solo porque daba por descontado que no tardarían en pedir que la rescatáramos, sino porque, siento tan pocas, no tenía sentido que al menos en el caso de Natacha y de Kyon las hubiese puesto en venta. Al mostrarle mis dudas, contestó:

―Ya no le hacían falta… ¡ha descubierto comparte con nosotras el gen que permite soportar el cambio y está haciendo las últimas pruebas para inoculárselo el mismo!

Que ese hombre hubiese organizado ese experimento con el objeto de convertirse en un superdotado me reveló que además de ser un malvado, estaba loco ya que según la información de la que yo disponía ese hijo de perra no podía prever cuál de sus facultades sería magnificada. Por ello, ya sin reparo alguno, ordené a la morena que guardara todos los datos en una USB y siguiera investigando porque nadie en su sano juicio dejaría al azar lo más crucial. Aceptando mi sugerencia grabó la documentación pirateada, pero cuando quiso volver a meterse en internet para continuar hackeando el servidor donde su ex guardaba todo lo referente al experimento, se echó a llorar:

―No puedo seguir, es demasiado duro.

Sorprendiendo a propios y extraños, la chinita que se había mostrado tan reticente a aceptar la presencia de la negrita se acercó a ella y tomándola de la mano, la levantó de la silla mientras decía:

―Deje mi señora que esta amarilla le dé un masaje relajante

Patricia estaba tan necesitada de apoyo que se dejó llevar por Kyon hacia mi cuarto mientras Natacha sonreía satisfecha por haber acertado en la química que compartían las dos que se marchaban.

―Permite que se sientan cómodas antes de ir a espiarlas― comentó asumiendo que iba a comportarme como un sucio mirón.    

Lo cierto es que estaba en lo cierto, lo quisiera reconocer o no, deseaba contemplar qué tipo de estrategia iba a usar la oriental con mi secretaria. Para que no se me notara tanto, me abrí una cerveza.

―Te mueres por verlo, ¿verdad? ― insistió con naturalidad mientras me empujaba por el pasillo.

            Al llegar, la morena estaba tumbada boca abajo con el torso desnudo y con una toalla tapando su trasero mientras de pie al lado de la cama Kyon se untaba las manos con aceite. Viéndonos entrar, se abstuvo de advertir a Patricia de nuestra llegada y guiñándonos un ojo comenzó a extenderlo suavemente por su espalda. Reconozco que me interesaba descubrir cómo reaccionaría esa mujer al agasajo de la sumisa y si finalmente disolvería la enemistad entre ellas a través de sus manos.

«No tiene prisa», me dije viendo como recorría con las yemas el cuello de mi prometida en busca de aliviar su tensión.

Durante unos minutos, se quedó masajeando allí sin avanzar hasta que comprobó por su respiración que la morena admitía tranquila sus mimos. Ya convencida de ello, extendió el aceite por la espalda de esa belleza para acto seguido profesionalmente cogerle un brazo y ponerse a trabajarlo empezando en el hombro hasta llegar a su mano.

«No sabía que tenía una masajista experta en casa. ¡Menuda joya!», pensé envidioso deseando ser yo el paciente.

De reojo, comprobé que no era el único al ver a Natacha con la boca abierta concentrada en lo que sucedía sobre las sábanas. Kyon rompió el silencio alertando a Patricia de que para continuar debía subírsele encima:

―Haz lo que consideres, zorra.

Sonriendo, la chinita dejó caer su vestido antes de ponerse a horcajadas sobre la morena. Desde mi posición reparé que lejos de molestarle ese insulto de alguna forma la había estimulado al ver que tenía los pezones erizados. Sin destapar sus cartas, Kyon comenzó a recorrer nuevamente el cuello de su enemiga, pero en esta ocasión al deslizarse por su espalda brevemente hizo que sus dedos se perdieran por debajo de la toalla.

―Si te molesta, puedes quitármela― todavía con tono exigente, comentó la masajeada.

―Señora, todavía no me hace falta― susurró la oriental mientras volvía al cuello frotando el lomo de mi secretaria evitando sus pechos.

La tranquilidad con la que fue repitiendo esa maniobra abarcando con cada repetición mayor extensión de la oscura piel de la mujer no evitó que me fijara que en las ultimas pasadas no solo la estaba magreando descaradamente el culo, sino que también estaban siendo objeto del masaje los pechos de Patricia.

―Para ser una sucia amarilla, tienes buenas manos― comentó con su dulzura habitual la morena.

Sin alterarse por ese menosprecio, pasó a trabajar sus piernas, pero antes de hacerlo desdobló la toalla que hasta entonces solo le cubría el culo para taparle la espalda, supongo que para que no se le enfriase. Como esa franela no era suficientemente grande, dejó al descubierto el inicio de las negras nalgas de su paciente haciéndome comprender que Patricia estaba completamente desnuda bajo la toalla.

En mi ingenuidad había supuesto que conservaba las braguitas, pero evidentemente no era así. El maravilloso culo africano de mi secretaria estaba completamente a merced de la chinita sin que Patricia no parecía preocupada. Es más, ni siquiera se ocupó de cerrar las piernas para proteger su sexo de la mirada de la sumisa sino quizás todo lo contrario. Consciente de ello, Kyon añadió aceite a sus manos antes de ponerse a relajar los gemelos de la morena.

―No me voy a espantar si masajeas mis glúteos.

Supe que algo estaba cambiando en la negrita cuando no la insultó y suavizó el tono. Que alzara el culete y casi imperceptiblemente separara las piernas al sentir las manos de la oriental subiendo por sus muslos, lo único que hizo fue ratificarlo. Kyon no tardó en darse cuenta y sonriéndome, no vio nada malo en apoderarse de sus nalgas y masajearlas mientras le decía:

―Mi señora tiene un cuerpo estupendo, no me extraña que su prometido esté loco por usted.

―¿Tú crees?― gimió oyéndola.

―Por supuesto, doña Patricia. Le he oído decir lo mucho que le apetece ser su marido.

Desde mi asiento, observé que la mentira de la oriental no era algo inocente sino premeditado cuando provocó un sollozo en la que quería casarse conmigo.

―Quiero que se dé la vuelta, pero antes voy a taparle la cara― la sumisa comentó mientras le ponía la toalla en la cabeza.

Sin negarse, la morena preguntó el motivo:

―Quiero que mi señora sueñe que son las manos de su Lucas las que la tocan.

Ese intencionado consejo nuevamente hizo que la que me había estado acosando se excitara. Prueba de ello fue que al sentir que la joven se ponía a derramar aceite empezando por su vientre hasta llegar a los pechos los cuales los dejó totalmente impregnados, sollozó:

―Lucas, tu negrita necesita tus mimos.

Para entonces, yo mismo estaba excitado y pensé en colocarme más cerca para ver mejor pero cuando ya estaba a punto de levantarme, Natacha me bajó la bragueta liberando mi pene. No pude más que agradecer que tomara mi erección entre sus dedos y se pusiera a pajearme mientras sobre la cama la chinita alababa los voluminosos senos de Patricia, acariciándolos:

―Cállate, zorrita. Estoy intentando creer que es tu amo el que me mima.

Kyon sintió como una victoria la ternura de su voz al reclamarle silencio y tomando ambos senos con sus manos, se puso a amasarlos rozando sus pezones de pasada. Prestando atención al tamaño y a la dureza, supe que había llegado el momento de que la oriental variara la naturaleza del masaje y desde mi asiento con mímica, le sugerí que se los metiera en la boca. No fue solo ella quien hizo caso al gesto y mientras la veía tomar entre sus labios las areolas de la morena, Natacha aprovechó para hundir mi hombría en su boca. Los gemidos que brotaban de mi novia acallaron los míos y por eso, quizás, no reparó en nuestra presencia.

―Lucas, amor mío, muérdeme las tetas― suspiró dominada por la lujuria.

Obedeciendo, la sumisa comenzó a darle suaves mordiscos mientras restregaba ya sin reparo su cuerpo contra el de la morena. Patricia al sentir la piel de Kyon frotándose contra ella como si la estuviese follando separó de par en par sus rodillas permitiendo con ello que la joven, con la mano llena de aceite, separara los pliegues que daban acceso a su clítoris.

―Sigue, cabrón mío. Hazme saber que soy tuya.

Concentrando la acción de sus yemas en ese negro botón, vi cómo se deslizaba por su cuerpo mientras la rusita aceleraba la mamada. Si ya de por sí era evidente su calentura, cuando notó que la boca de la oriental se acercaba a su sexo, ya desbordada, gritó:

―¡Cómete a tu negra!

Al ser esa orden de naturaleza imperativa, la joven sumisa no se pudo negar y sacando la lengua, se puso a recorrer con ella los bordes del botón que anteriormente había mimado con los dedos.

―¡Lucas no seas malo! ¡Necesito que me lo comas! ― siguiendo con la ficción que era yo quien estaba sobre ella, exclamó al sentir la cautela que mostraba.

 Con el permiso de su señora, Kyon tomó el clítoris entre sus dientes mientras introducía una de sus yemas en el interior de la morena. Al sentir ese doble estímulo, Patricia suspiró de placer y mientras se pellizcaba los pechos, le ordenó que usara la boca y no los dedos para follármela.  Cambiando los objetivos, la asiática sumergió la lengua en el coño de mi novia mientras torturaba su erecto botón con certeros pero indoloros pellizcos. Natacha tampoco se quedó corta y mientras eso ocurría sobre las sábanas, profundizó su mamada incrustándose mi pene hasta el fondo de su garganta.

-Qué ganas tengo de qué te cases conmigo y lo celebres rompiéndome el culo- la morena chilló al irse asomando el placer.

La verdad es que en ese instante ambos nos habíamos convertido en sendas ollas a presión listas para explotar y solo la casualidad hizo que yo fuera el primero en caer derramando mi simiente en la boca de la rusita, la cual se lanzó como posesa a devorar ese blanco manjar sin permitir que se desperdiciar gota alguna. Como si hubiese sido un pacto entre nosotros, Natacha acababa de beberse mi regalo cuando escuchamos los gritos de Patricia mientras sucumbía en un brutal orgasmo. Kyon aprovechó el momento para reivindicar la autoría del mismo:

-Siga disfrutando mientras su zorrita de ojos rasgados calma su sed entre los muslos de su señora.

Afortunadamente, ya íbamos por el pasillo, cuando quitándose la venda de los ojos, Patricia contestó:

-Bebe de mí o tendré que azotarte como la perra que eres.

-El trasero de esta sumisa anhela su castigo, mi dueña- sorbiendo el flujo que manaba del manantial de la morena, contestó…

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