Que te pillen en un bar de putas no siempre es una desgracia. Hay ocasiones en las que lejos de ser una guarrada, ese
mal trago se convierte en una suerte. Eso fue lo que me ocurrió estas navidades, si no os lo creéis, solo seguid leyendo.
Todo ocurrió cuando al salir de la cena de la empresa, dos compañeros y yo decidimos en vez de ir a casa seguir la juerga. Cargados de copas y con dinero en el bolsillo, nos fuimos a un sitio de striptease famoso en Madrid. Aunque no suelo frecuentar esos ambientes, ya puestos en faena, me pareció bien culminar la noche en ese tugurio. Siendo quizás el más popular de todos, es alucinante la cantidad de putas que trabajan en dicho local.
Rubias o morenas, españolas o extranjeras, altas o bajas, lo que busques allí lo encuentras.
Como es usual en ese lugar, nada mas entrar nos vimos abordados por tres hembras de infarto que sin darnos tiempo a acomodarnos, ya nos estaban ofreciendo sus favores. Afortunadamente, Manuel, el contable de la empresa se deshizo de su acoso pidiéndoles que volvieran al rato cuando ya nos hubiese atendido el camarero. Los putones recibieron sus excusas con una sonrisa al no ser un no rotundo.
Os tengo que reconocer que éramos unos viejos verdes rodeados de pura chavala joven. La diferencia de edad entre nosotros y las jovencitas que alquilaban sus cuerpos en ese lugar era tanta que otro de mis compañeros exclamó:
-Estas crías pueden ser nuestras hijas.
Era verdad, al ser cuatro cincuentones, les llevábamos treinta años a la gran mayoría de las presentes pero como en mi caso, solo tengo un hijo, fue un aspecto que me daba igual.
-Serán unas niñas pero ¡Qué buenas que están!- respondí entre risas.
Mi contestación zanjó el asunto y tranquilamente nos pusimos a observar la mercancía. En ese momento, un pedazo de negra bailaba sensualmente sobre el escenario haciendo las delicias de todo el público. Dotada de unos pechos desmesurados, cada vez que se daba un paso, se bamboleaban arriba y abajo al ritmo de la música. Como hipnotizados mis amigos seguían con la cabeza el movimiento de sus melones mientras se iban excitando a marchas forzadas. Si sus tetas eran gloriosas, ¡Qué decir de su culo!. Grande, duro y erguido, era una tentación celestial en la tierra. Su negras nalgas te llamaban a tocarlas mientras su dueña repartía miradas picaras a los presentes. Ya casi al final de su show, la morena se desprendió de su tanga y sonriendo a los presentes se incrustó un gigantesco consolador de color fosforito.
El aplauso de los que estábamos a pie de pista fue unánime. Si esa actuación ya había conseguido calentarme, la siguiente fue la que me terminó de excitar.
Desde los altavoces, el dj nos avisó que no nos perdiéramos la que venía a continuación diciendo:
-Nuestra siguiente bailarina les dejará sin habla. Les presento a Flavia, una diosa rubia, recién llegada.
Y os confieso que no mintió. Saliendo de detrás del escenario, apareció una maravilla de mujer, vestida al modo romano, con una túnica blanca casi transparente. El tamaño de sus pechos, la facilidad con la que se desplazaba por la plataforma y la perfección de sus curvas provocó que incluso las otras putas se quedaran calladas para verla actuar. Al principio, atontado por el vaivén de su culo y la maestría con la que esa zorrita daba uso a la barra, me impidieron reconocerla.
Con mis ojos fijos en ese par de peras, no me fijé en su cara. La espectacular rubia, acostumbrada a los vítores y a los silbidos de la concurrencia, tampoco se percató que a escasos metros estaba yo, babeando al mirarla. Fue casi a mitad del show cuando al mirarla a la cara, la reconocí:
-Coño, ¡Es Alicia!- solté al descubrir que esa preciosidad no era otra más que la hermana de mi nuera.
En un principio, por la sorpresa, temí que fuera con el cuento a mi hijo pero, al cabo de unos segundos, comprendí que el trabajo de bailarina exótica debía de ser un secreto y que no corría peligro. Más relajado, me puse a observarla mientras mi mente daba vueltas acerca de cómo aprovechar esa feliz circunstancia y al cabo de poco rato, disimulando, cogí mi móvil y empecé a sacarle fotos discretamente.
Al finalizar su actuación, ya tenía en mi poder más de dos docenas de instantáneas de ella en posiciones que harían sonrojarse a todos los que las vieran. No queriendo asumir ningún riesgo, aduciendo que estaba cansado, me despedí de mis amigos y salí de ese lugar.
En el taxi que me llevó a casa, repasé las fotos y aunque no eran de una calidad óptima, se la reconocía con facilidad. Una vez dentro de mi apartamento de soltero al que me había mudado a raíz de mi separación, di rienda suelta a mi calentura masturbándome en honor de esa chavala.
Mientras me pajeaba, no podía dejar de pensar en lo engañados que esa zorrita tenía a mis consuegros. Según ellos, su hija era una ejecutiva de una compañía americana que ganaba un dineral manejando fondos fiduciarios.
-¡Si supieran lo que realmente maneja!- exclamé al terminar de eyacular pensando en cómo iba a aprovechar esa información.
La comida de Navidad en casa de mi hijo.
Mi oportunidad llegó en forma de llamada. José, mi chaval, me llamó al día siguiente para invitarme a comer en su piso el día de Navidad. Haciéndome el despistado pregunté quién iba a ir. Mi hijo malinterpretó mis palabras porque creyó que me refería a si su madre iba a aparecer por ahí:
-Papá, no te preocupes. Cenaré el 24 con mamá. 
Lo que hiciera esa bruja me la traía al pairo y aunque lo que realmente quería saber era si su cuñada iba a aparecer, no pude insistir no fuera a ser que se extrañara de la pregunta. Por eso bordeando el tema, respondí:
-Te lo digo porque quiero llevar el vino. ¿Cuantos vamos a ser?
Mi muchacho, ignorante de mis razones, contestó:
-Seremos siete. Nosotros dos, la familia de María y tú.
Haciendo números, significaba que mis consuegros aparecerían con sus otras dos hijas. Satisfecho por su respuesta, quedé con él en que llegaría a las dos y para que no notara nada, me despedí de él colgando el teléfono.
Nada más cortar la comunicación, empecé a planear como hacerme con ese culito y más excitado a lo que corresponde a un hombre de mi edad, tuve que darme una ducha de agua fría para calmarme. Seguía sin poder creer que esa cría que conocía desde hace años se dedicara a ese oficio. Siempre la había tomado por una sosa, incapaz de levantar el ánimo a un hombre y resultaba que se dedicaba exactamente a eso.
“¡Y encima lo hace de maravilla!” pensé mientras daba otra ojeada a sus fotos.
Mi estado de excitación fue creciendo al irse acercando la fecha. Estaba tan nervioso que no pude disfrutar siquiera de la fiesta que organizó un amigo en Noche Buena. Mi mente estaba ocupada por culpa de una rubia de grandes pechos que iba a ver al día siguiente. Por eso eran las dos cuando aterricé en mi cama.
El día de navidad me levanté temprano y tras salir a correr, me metí a duchar. Mientras lo hacía di forma a mis planes y tras vestirme, me fui a casa de José. Fue mi nuera, María, la que me abrió la puerta. Al verla, me percaté del parecido que guardaba con su hermana. Aunque era morena, tenía las mismas tetas que Alicia.
“Lo bien que se lo debe pasar mi hijo”, pensé recordando la maestría que esa chavala había demostrado encima del escenario.
Como era temprano, fui el primero en llegar por lo que me tomé un par de cervezas antes de que mis consuegros hicieran su aparición del brazo de sus dos hijas. Al ver entrar a Alicia me costó reconocer a la putita que calentaba al público de ese lupanar. Si encima del escenario, la rubia se comportaba como una viciosa, en la intimidad actuaba como un ser tímido y retraído. Incluso su vestimenta, holgada y tradicional, ocultaba la belleza de esas formas que había disfrutado hacía unos días.
Discretamente, me la quedé observando mientras ayudaba a sus hermanas a poner la mesa. Si no llego a tener en mi poder esas fotos, incluso yo hubiese pensado que estaba equivocado.
Esa dulzura de cría no podía ser el putón desorejado que hacia las delicias de tantos hombres. Su forma de actuar, de moverse e incluso de apartar su mirada como si tuviese miedo, no cuadraba con la faceta escondida que la casualidad me había hecho descubrir. Era tanto el cambio, que empecé a dudar si aprovecharme al comprender que quizás esa muchacha necesitaba del escenario para ser realmente ella.
Lo más increíble fue que durante la comida, su viejo no paró de meterse con ella, echándole en cara su timidez y que no tuviese pareja. Alicia recibió la reprimenda de su padre sumisamente, sin quejarse. Tamaña injusticia me hizo reaccionar y plantándole cara a su progenitor, la defendí diciendo:
-Alberto, ¡Déjala en paz!  Deberías estar orgulloso de ella: es guapa, inteligente y seguro que algún día encontrará al hombre que le haga feliz.
La reacción de la muchacha me enterneció, cogiéndome la mano me dijo:
-Gracias.
Os juro que no lo hice a propósito pero respondí a su carantoña, diciendo:
-Ha sido un placer, Flavia.
La cría me miró con ojos aterrados. Su nombre de guerra era tan raro que no cabía equívoco. Casi temblando pidió permiso para ir al baño y casi corriendo abandonó el comedor. Disimulando, esperé unos minutos para que no se notara que iba tras ella y haciendo como si me llamaban, desaparecí de la habitación.
Alicia se había encerrado en el aseo y desde fuera escuché que lloraba. Reconozco que me sentí como un mierda y tocando a la puerta, le pedí que saliera. La cría no tardo en salir. Con el rímel corrido y un gesto de miedo en su rostro, me preguntó cómo me había enterado:
-Fue de casualidad pero no te preocupes, ¡Será nuestro secreto!
Acostumbrada a alternar con lo más bajo de nuestra sociedad, se me quedó mirando mientras me decía con lágrimas en los ojos:
-¡Por favor! ¡No se pueden enterar! ¡Haré lo que quieras!
Su total derrota me derrotó y cambiando de planes en el acto le pregunté:
-¿Lo que quiera?
-¡Sí!- contestó.
Fue entonces cuando realmente la conquisté porque cuando ya creía que me iba a aprovechar de ella, le dije:
-Solo quiero que entres al baño, te laves la cara y al salir vea a una preciosa niña que no le importa la opinión de los demás.
-¿Solo eso?- preguntó sin llegárselo a creer.
-¡Por supuesto!- contesté indignado- ¿Con quién crees que guardas tu secreto?
Tras lo cual la dejé plantada en medio del pasillo y retorné al comedor. Me tranquilizó que nadie se hubiera percatado de nuestra ausencia y cogiendo mi copa de vino, bebí un sorbo mientras me reconcomía el hecho de no haber sido capaz de sacar provecho a esas fotos.
“Esa niña no se merece que le haga una putada”, pensé mientras apuraba su contenido.
Al cabo de un rato, Alicia hizo su aparición. No me costó darme cuenta de que algo había cambiado en su interior porque la mujer que salió del baño, nada tenía que ver con la muchacha alegre y cariñosa que volvió a la mesa. Obviando nuestra diferencia de edad y el hecho que era el suegro de su hermana, la jodida cría se ocupó tanto de mimarme que creí que todo el mundo se iba a dar cuenta de que algo pasaba.
Creyendo que su actitud se debía a que quería evitar que me fuera de la lengua, en un momento dado, le susurré al oído:
-Deja de hacer el tonto, ¡Sé guardar un secreto!
Su respuesta consistió en soltar una carcajada y haciendo como si le hubiera contado un chiste, soltó en voz alta para que todo el mundo lo oyera:
-Cuñado, nunca me habías dicho lo simpático que es tu padre.
Mi hijo la miró alucinado y sin dar mayor importancia a sus palabras siguió charlando con su señora. En ese instante, no sabía como actuar: si hacía como si nada y esa cría seguía dando la nota, alguien terminaría mosqueándose.
Asumiendo un riesgo volví a decirle en su oreja:
-No tienes que tontear conmigo. Soy una tumba.
Entornando los ojos, me miró y se quedó callada.
El resto de la comida transcurrió sin nada que contar, excepto que fue muy agradable. La familia de mi nuera se comportó de una forma tan exquisita que por primera vez en muchos años supe lo que era una. Mi matrimonio había sido un desastre y por eso cuando mi ex me abandonó, fue para mí una liberación. Pero ese día al compartir con ellos esas horas, maldije mi suerte por no haber conseguido una pareja con la que formar algo parecido.
Eran casi las seis cuando me levanté para despedirme y entonces ocurrió algo que no esperaba. Alicia me preguntó si la podía acercar a Madrid. Previendo problemas, intenté escaquearme de llevarla pero ante su insistencia no pude negarme.
La rubia esperó a que cerrara el coche para decirme mientras se abrochaba el cinturón:
-Llévame a tomar una copa. ¡Tenemos que hablar!- por su tono, supe que necesitaba hacerlo y por eso sin rechistar, me dirigí a un pub discreto donde pudiéramos charlar sin que la música nos lo impidiera.
Mientras conducía hacia allí, la miré de reojo. En esos momentos, Alicia no parecía en absoluto asustada e incluso sonreía como si lo nuestro fuera una cita. Desconcertado por su actitud, me mantuve en silencio hasta llegar al lugar. Una vez allí, le abrí la puerta y cediéndole el paso, la dejé pasar.
La cría sonrió mientras me decía:
-¡Todavía hay caballeros!
El modo en que me miró consiguió sobresaltarme: increíblemente esa nena estaba encantada en compañía de un viejo como yo. Muy nervioso, busqué una mesa donde sentarnos. Fue entonces cuando Alicia se fijó en una que había en una esquina y cogiéndome de la mano me llevó hasta allá. Esa caricia me puso los pelos de punta y sintiéndome como un adolescente ante su primera cita, dejé que me guiara.
La muchacha esperó a que me sentara para acomodarse junto a mí. Con una alegría desbordante me rogó que le pidiera un whisky. Extrañado de que se tomara algo tan fuerte a esas horas, le pregunté si no prefería una copa de champagne.
-¡No!- exclamó- me recuerda a mi trabajo.
La dureza con la que mencionó nuestro secreto, me hizo palidecer y llamando al camarero pedí dos. Ambos nos quedamos callados hasta que volvió con nuestras copas y una vez servidas, nos quedamos callados sin saber cómo empezar.
Fue esa preciosa rubia la que dando un sorbo a su bebida, empezó diciendo:
-Pedro, quería agradecerte que no contara nada a mis padres.
Sus palabras escondían un sentimiento de vergüenza que no me pasó desapercibido. Imbuido por una ternura que no sabía que tenía en mi interior, le cogí su mano mientras le contestaba:
-No tienes por qué preocuparte, jamás te delataría.
La cría sonrió mientras me respondía:
-Lo sé- y mirándome a los ojos, prosiguió diciendo: -¿Sabes que es lo que más me sorprendió?
-No- mascullé entre dientes.
-Que me defendieras aun sabiendo a lo que me dedico.
Buscando un sentido a sus palabras, recordé la conversación y con cuidado para no ofenderla, le dije en voz baja:
-Tu padre se estaba pasando. Eres una cría estupenda y no te merecías que se metiera con tu vida privada.
Unas gruesas lágrimas recorrieron sus mejillas, mientras me contestaba:
-Mi viejo tenía razón-
Cabreado le cogí de la barbilla y con voz dulce, le llevé la contraria diciendo:
-No es verdad. Estoy de acuerdo que un padre se preocupe por su hija pero tú ya eres una mujer.
La rubita me respondió:
-No lo entiendes. Papa se refería a que nunca he tenido un novio- al no esperarme esa respuesta, esperé que siguiera: -¡Siempre he tenido miedo a los hombres!
Alucinado porque esa mujercita me reconociera ese temor irracional cuando se dedicaba a satisfacer las apetencias sexuales de los seres que en teoría tenía miedo, era algo que no me cuadraba y cuidando las formas, le pedí que se explicara.
Alicia comprendió mis dudas sin que yo se las expresara y apretándome la mano, me soltó:
-Aunque te parezca imposible, llegue a ese trabajo porque siendo bailarina de striptease puedo conectar con ellos sin que eso suponga una relación- y con una tristeza brutal, siguió explicando: -Al estar encima de la pasarela, soy la reina y los babosos que me miran excitados, mis súbditos. Aunque no te lo creas, nunca bajo a ocuparme de las mesas.

-Cariño- contesté – es increíble que no te hayas dado cuenta de que  eres también una reina cuando te bajas de allí. Cualquier hombre se desviviría por cuidarte, si te conociera.

Enjuagándose las lágrimas, me miró diciendo:
-¿Tú también?- mi cara debió demostrar una sorpresa brutal porque la cría, separándose de mí, me dijo con voz temblorosa: ¡Necesito saberlo!
-Por supuesto- respondí al darme cuenta de que esa niña estaba necesitada de cariño.
Lo que no me esperaba es que se lanzase sobre mí y me besara. Fue un beso tierno y cariñoso en un principio que se fue tornando en posesivo con el paso de los segundos. Con auténtica necesidad, esa dulce rubia buscó mis labios mientras pegaba su cuerpo contra el mío. Asustado por la fuerza de sus sentimientos pero también de la excitación que en ese momento recorría mis venas, la separé de mí temiendo no ser capaz de contenerme.
Alicia malinterpretó mis acciones y echándose a berrear como una histérica, balbuceó con la respiración entrecortada:
-¡No te gusto! ¡Te avergüenzas de lo que me dedico!
Comprendiendo que se sentía rechazada, la abracé mientras le acariciaba la cabeza:
-Para nada, princesa. ¡Me encantas! pero temo enamorarme de ti y que luego me dejes tirado como el viejo que soy.
La cría me miró a los ojos y sonriendo me dijo:
-Nunca te dejaría tirado- y poniendo una cara de picardía que me recordó a Flavia, me soltó: -Esta tarde cuando me defendiste, se me empaparon las bragas.
Tanteando el terreno y en plan de guasa, contesté:
-Con poca cosa, te excitas.
Dotando de un tono serio a su voz, respondió:
-Te equivocas. Nunca me había sentido atraída por un hombre antes de hoy.
-¿Eres lesbiana?
-¡No!- y soltando una carcajada, contestó: – ¡Llévame a tu casa!
Paralizado, observé que llamaba al camarero y que pagaba la cuenta. Al tratar de protestar, me miró diciendo:
-Déjame pagar a mí.

Como en un sueño, me obligó a levantarme y se abrazó a mí, rumbo al coche. Su cercanía no me dejaba pensar y como un autómata, conduje hasta mi apartamento.  Una vez allí, ni siquiera esperó a que cerrara la puerta. cómo una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón.
-Tranquila- le espeté al ver sus prisas.
-¡Por favor! ¡Dejamé!- imploró con dulzura.
Al ver que le daba permiso y actuando como una posesa, me abrió la bragueta. y sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve que apoyarme contra la pared.
-Tenemos toda la noche- le dije pidiendo que no fuera tan bruta.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No  tuve ninguna duda de que esa niña no estaba acostumbrada a hacerlo porque me clavó varias veces los dientes mientras imprimía una velocidad endiablada a su boca. Estuve a punto de quejarme pero viendo que para ella era una especie  de liberación me quedé callado mientras Alicia iba en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
En poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. La rubia, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
-Gracias- me dijo una vez repuesta y levantándose del suelo, me pidió que la llevara a la cama, diciendo: -Quiero ser tuya.
Con los nervios a flor de piel, abrí la puerta de mi habitación, cediéndole el paso. Al entrar en el cuarto y quedar nuestros cuerpos a menos de dos palmos de distancia, sonriendo me susurró al oído:
-¿Qué esperas para besarme?-
Azuzado por sus palabras, la agarré de la cintura y pegándola a mi cuerpo, empecé a besarla. La cría dejándose llevar por el deseo, me recibió ansiosa, restregando su pubis contra mi sexo, mientras me desabrochaba la camisa.
Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola en volandas, depositarla en mi cama. Con sus manos consiguió quitarme la camisa, antes incluso de que yo terminara de bajarme los pantalones. Poseídos por un deseo irrefrenable, nos desnudamos sin darnos tiempo a pensar que es lo que estábamos haciendo.
Sus enormes pechos eran una tentación demasiado fuerte para que no los estrujara con mis dedos mientras mi lengua recorría sus pezones, por eso lanzándome encima de ella, estaba mordiéndolos cuando sentí que Alicia agarrando mi sexo, se lo colocaba en la entrada de su cueva. No nos hicieron falta preparativos, llevábamos horas tonteando y calentándonos por lo que sin contemplaciones la penetré al sentir sus piernas abrazándome. Gritó sintiéndose llena, sus uñas se clavaron en mi espalda, y moviendo sus caderas, me pidió que la amara.
Lo que en un principio había sido brutal, de repente se convirtió en algo tierno, y disminuyendo el ritmo de mis embestidas, comencé a acariciarla y besarla. Estábamos hechos el uno para el otro, mi pene se acomodaba en su cueva como una mano en un guante, y nuestros cuerpos parecían fusionarse sobre las sábanas, mientras ella iba siendo poseída por el placer. La muchacha resultó ser una mujer muy ardiente. La podía sentir licuándose entre mis piernas cada vez que mi extensión se introducía rellenando su vagina. Poco a poco, fui incrementando tanto el compás como la profundidad de mis estocadas, hasta convertirlo en vertiginoso.
Entonces y sin previo aviso, se aferró a los barrotes de mi cama, y gritando se corrió. La violencia de su orgasmo y el modo en que vi retorcerse a su cuerpo, me excitaron aún más, y cogiendo sus pechos entre mis manos, me enganché a ellos y sin dejar de penetrarla, le exigí que siguiera.
Mis palabras surtieron el efecto deseado y reptando por el colchón, consiguió cerrar sus piernas teniéndome a mí dentro. La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y sus jadeos rogándome que me viniera, era algo nuevo para mí, y sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Todavía seguía derramándome cuando noté que se me unía y que con sus dientes mordía mi cuello al hacerlo. El dolor y el placer se sumaron y desplomado caí sobre ella, mientras le decía que la adoraba y Alicia conseguía su segundo clímax de la tarde.
-¿No ha estado mal para ser un anciano?-, le dije en son de guasa mientras mis dedos se perdían en su cabellera.
Mirándome sin levantar su cara de mi pecho, me respondió:
-Bobo, no sabes cómo necesitaba sentirme querida-.
No, no lo sabía, pero también ella desconocía la propia necesidad que yo tenía de cariño. Esa mujer tenía todo lo que me resultaba enloquecedor. No era su cuerpo, ni su belleza, ni su simpatía, era todo y nada. Su olor, su piel, la manera tan sensual con la que andaba, todo me gustaba.
Estaba todavía pensando en eso, cuando noté como desprendiéndose de mi abrazo, se incorporaba y separando mis brazos, me decía:
-No te muevas, déjame-.
Con los brazos en cruz, la vi bajar por mi cuerpo, mientras sus dedos jugaban con mis pelos. Sabía lo que iba a pasar, y mi sexo anticipándose a su llegada, se desperezó irguiéndose sobre mi estómago. Delicadamente cogió mi extensión con su mano, y descubriendo mi glande, recorrió con su lengua todos sus pliegues antes de metérselo en la boca. Lo hizo de un modo tan lento y tan profundamente que pude advertir la tersura de sus labios deslizándose sobre mi piel, hasta que su garganta se abrió para recibirme en su interior.
Sus maniobras, desde mi puesto de observación, parecían a cámara lenta. Podía ver como sacaba mi sexo para volvérselo a embutir hasta el fondo, mientras mantenía los ojos fijos en mí. Era como si esa mamada fuera lo más importante de su vida, como si su futuro dependiera del resultado de sus caricias y no quisiese fallar. Totalmente concentrada, y mientras me regalaba el fuego de su boca, sus manos se dedicaron a masajear mis testículos, quizás deseando que cuando expulsara mi simiente, no quedara resto dentro de ellos.
Fue como si unas descargas eléctricas que naciendo en mis pies, recorrieran todo mi cuerpo alcanzando mi cerebro, para terminar bajando y aglutinándose en mi entrepierna. Ello lo notó incluso antes que pasara y forzando su garganta como si de su sexo se tratara, metió hasta el fondo mi pene, justo cuando empecé a esparcir mi simiente. Lejos de retirarse, disfrutó cada una de mis oleadas, bebiéndoselas con fruición mientras cerraba sus labios para evitar que parte se desperdiciara. Insaciable, jaló de mi sexo, ordeñándome, hasta que, dejándolo limpio, se convenció que había sacado todo lo que era posible de su interior, entonces y sólo entonces paró y sonriendo me preguntó si me había gustado.
-Mucho-, le respondí, debía haber sido más elocuente, explicarle que me había llevado a una cotas de placer inexploradas por mí, pero cuando quise decírselo, ella poniendo un dedo en mis labios, me calló diciendo.
-Eres el primer hombre con el que he estado en mi vida. No era virgen porque he usado desde niña consoladores como substitutos, pero te juro que mientras sigas amándome nunca volveré a usar uno-.
Saciado momentáneamente, me quedé tumbado un rato sin decir nada, mientras pensaba en sus palabras y en lo que habíamos hecho. Me sentía rejuvenecido, vital, contento de forma que reaccionando a sus caricias el deseo volvió a mi mente y dándole un tierno beso en la boca, le pregunté si quería repetir.
La muchacha soltó una carcajada y mientras se acomodaba encima de mí, me preguntó:
-¿No será mucho esfuerzo para mi viejito?
Como comprenderéis,  le solté un azote. Ella al sentir mi ruda caricia se rio y bajando por mi cuerpo, se puso a reavivar mi maltrecho pene….

Un comentario sobre “Relato erótico: La cuñada de mi hijo resultó que no era tan puta (POR GOLFO)”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *