Habían pasado cuatro meses desde que Tamiko reconociese a Diana como una verdadera cazadora, y cuatro meses había pasado ésta deseando su venganza. Durante este tiempo estuvo perfeccionando sus habilidades, tanto sus nuevos poderes como su comportamiento y destreza como fémina, ya era capaz de andar perfectamente sobre unos tacones altísimos, lo que le había conllevado bastantes caídas y esguinces. Sabía maquillarse perfectamente dependiendo de la ocasión y de la ropa que llevase, ahora era capaz de prepararse completamente en menos de una hora, cuando al principio podía estar toda la mañana y con desastroso resultado.  

 

Y allí estaba.  

 

Se había recogido el pelo en una alta coleta, una falda de tubo negra, una blusa blanca, una chaqueta que remarcaba el escote, medias de cristal y por supuesto, unos altísimos tacones, la daban una imagen a la que nadie podría resistirse. Ni siquiera su antigua jefa…  

 

Al situarse frente a la puerta del edificio, los recuerdos se le echaron encima. Había trabajado mucho tiempo y muy duro en aquel lugar. Y allí estaba ahora, dispuesta a vengarse de una de las zorras causantes de su situación…  

 

Atravesó la puerta y se dirigió a recepción. Una atractiva joven la observaba tras el mostrador.  

 

– Buenos días. – Saludó amablemente. – ¿En que puedo ayudarla?  

 

– Tenía una cita con la señorita Eva Jiménez. A las 10.  

 

La recepcionista empezó a mirar en el ordenador. Había sido fácil conseguir esa cita. Sus nuevos contactos en Xella Corp la habían hecho pasar por una consultora experta que venía a hacer una auditoría.  

 

– Aquí esta. Diana Querol. La señorita Jiménez la está esperando ya, su despacho esta en la planta 9. 

 

– Muchas gracias.  

 

Mientras caminaba, podía notar como todas las miradas se dirigían hacia ella. Le llegaban los pensamientos de los hombres, babeando por su cuerpo, pensando todo lo que la harían si la pudieran. Las mujeres tampoco dejaban de mirarla, unas con envidia, otras con admiración. Eso la hacia sentirse poderosa.  

 

Entró al ascensor con el señor de la limpieza. Le recordaba, un hombre mayor, de color… Henry… Creía recordar. Las puertas del ascensor se cerraron mientras Diana comenzaba a trazar su plan de ataque.  

 

—————- 

 

Eva estaba esperando en su despacho. Estaba molesta. No sabia por que tenía que aguantar la visita de una consultora para hacer una auditoría en ese momento… Hacia pocos meses que habían pasado todas las certificaciones correctamente, pero el director de la empresa había insistido mucho y no podía contrariarle.  

 

Toc Toc.  

 

– Adelante. – Dijo Eva.  

 

La puerta se abrió y la atravesó una mujer joven e impecablemente vestida. Eva no tenía nada que envidiarle. Aunque era algo más mayor, tenía 45 años, mantenía un cuerpo que más de una jovencita quisiera, pelo negro y liso, ojos marrón clarito y una figura exuberante, grandes pechos… Aun así, sintió una punzada de celos de aquella impresionante joven.  

 

– Buenos días, señorita Jiménez. – Saludó la joven.  

 

Una desagradable sensación de desasosiego recorrió la espalda de Eva.  

 

– Buenos días, señorita…  

 

– Querol, Diana Querol.  

 

– Encantada, y por favor, llámeme Eva. – Eva señaló a su invitada La silla que había frente a su mesa, invitándola a sentarse.  

 

– De acuerdo, Eva.  

 

Mientras se sentaba, la directiva se fijó por primera vez en sus ojos. ¿Cómo no los había visto nada más entrar? Unos enormes ojos de un verde tan vívido que destacaban sobre todo lo demás.  

 

– ¿Le pasa algo? – Preguntó Diana.  

 

Eva se dió cuenta que llevaba varios segundos callada, observando aquellos preciosos ojos.  

 

– Eh… No. No se preocupe. Eh… ¿Quiere que comencemos?  

 

– Por supuesto.  

 

Diana colocó su maletín en la mesa y extrajo algunos papeles. Durante el proceso, no dejaba de mirar a la altiva directiva a los ojos. Eva no podía soportar esa mirada, le daba la sensación de que la estaba atravesando con ella. Apartó la mirada y agachó la cabeza.  

 

Diana sonreía.  

 

– ¿Por donde quiere que comencemos? – Preguntó la joven.  

 

– Usted dirá. Realmente no se que buscan con esta auditoría. – La directiva recuperó algo de su tono altivo, remarcando su oposición a esta reunión.  

 

– Sí le parece podemos empezar por los últimos movimientos en la cúpula de la empresa.  

 

– ¿Movimientos?  

 

– Si. Movimientos. Hay gente que en los últimos tiempos se ha quejado de la progresión de ciertas personas en la empresa…  

 

De golpe, la mente de Eva se llenó con imágenes suyas, recuerdos de cosas que la avergonzaban. Allí estaba ella, de rodillas, bajo la mesa del director, chupando su polla con entusiasmo. Más imágenes de ella, la falda subida, la camisa desabotonada, sus pechos pegados a la mesa y el director embistiendola desde atrás, ella gemía, pedía más y más aunque realmente no lo disfrutaba. ¿Por qué recordaba esto ahora? Era algo que se había esforzado en olvidar…  

 

-… Y de la marginación injustificada de otras… – Continuó Diana.  

 

La mente de Eva se llenó entonces de recuerdos de su antiguo rival. Diego Lozano. Recordó los años de luchas y rivalidades y como en los últimos tiempos había conseguido adelantarle. Le había costado su dignidad, puesto que para ello había tenido que convencer al director de la empresa de que ella era la más indicada, y los modos de hacerlo no habían sido los más éticos… Pero, ¿Qué más daba? Había logrado su objetivo, había superado a Diego y unos meses después había conseguido despedirle. Después tuvo noticias de que el pobre desgraciado se acabó suicidando… Pero los remordimientos y la culpa la impedían pensar en eso.  

 

El semblante de Diana había cambiado. Ya no sonreía, ahora estaba completamente seria, mirando fijamente a Eva.  

 

“¿Hasta donde sabrá?” Pensó la directiva.  

 

– ¿Marginación injustificada? No se a qué se refiere. – Contestó, haciendo acopio de valor.  

 

– ¿Le suena el nombre de Diego Lozano?  

 

Un mar de remordimientos invadió la mente de Eva. ¿Por qué ahora? Nunca había sentido demasiada culpa por lo sucedido, incluso después de saber lo del suicidio.  

 

– Si, trabajaba aquí hace un tiempo.  

 

– Tengo informes que indican que iba a ser ascendido.  

 

– ¿Ascendido?  

 

– Sí, justo debía estar ocupando este despacho.  

 

– ¿Qué insinúa? – Exclamó, con un arranque de orgullo.  

 

– No insinúo nada. ¿Por qué se ofende tanto? Solo digo lo que pone en mi informe.  

 

– No se de donde ha sacado eso pero…  

 

– ¿Quien la recomendó para el puesto?  

 

– Yo… – Imágenes de lo que tuvo que hacer con el director vinieron a su mente. – El director de la empresa. En persona.  

 

– ¿Y que ventajas esgrimía ante el otro candidato?  

 

Eva se veía de nuevo de rodillas, tragándose la polla de aquél viejo, recibiendo su corrida en la boca, saboreandola ante él antes de tragar…  

 

– Eh… Estaba… Estaba mejor preparada…  

 

– ¿Mejor preparada? ¿Está segura? ¿No hubo ninguna otra razón para ello?  

 

– ¡Claro que no! – Eva hacia acopio de valor, pero los recuerdos de como ese viejo se la follada no se iban de su cabeza.  

 

– Esta bien, y ¿Por qué fue despedido Diego Lozano?  

 

– ¿D-Diego? – Eva recordaba el odio que le tenía, como manipuló a la gente para ponerla en su contra. – N-No daba la talla para el puesto…  

 

– Tenía entendido que hasta que usted fue ascendida, ese hombre había rendido bastante bien…  

 

– N-No se como trabajaba antes de llegar a este puesto…  

 

Eva podía sentir las manos de su jefe recorriendo su cuerpo, sus tetas, pellizcado sus pezones… Recordó el asco que le producía el tener que haberse rebajado tanto… ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no se lo podía quitar de la cabeza? Comenzaba a encontrarse mal.  

 

– ¿Se encuentra bien? – Preguntó Diana.  

 

– No mucho… Estoy algo mareada… No se que me pasa…  

 

– No se preocupe, continuaremos esta tarde.  

 

Eva se alegró de que aquella mujer la dejará sola.  

 

– Sí quiere – Continuó Diana. – Le dejo aquí los papeles de mi informe, por si se encuentra mejor y quiere echarles un vistazo.  

 

La chica dejó una pequeña carpeta sobre la mesa. Se levantó y se dirigió a la puerta.  

 

– Volveré esta tarde, espero que se encuentre mejor.  

 

Eva no contestó, solamente cogió la carpeta y vió los documentos que había en su interior. Se quedó pálida. Las manos le temblaban y las lagrimas comenzaron a acumularse en los ojos. ¿Cómo era posible? No se explicaba como había conseguido eso… Decenas de fotos en las que se veía a ella y al director. Se la veía chupandole la polla, dejándose follar en su despacho, sobre la mesa, contra la puerta… En una foto aparecía un primer plano de su cara llena de la corrida del director… ¡Eran imposible! Allí no había nadie más, y mucho menos sacando fotos…  

 

El resto de documentos eran una serie de e-mails en los que se veía como desprestigiaba a Diego, como le ninguneaba y había planeado su despido…  

 

Estaba perdida…  

 

————- 

 

Diana se dirigió a comer algo a una cafetería. Estaba en un estado mezcla de cabreo y excitacion. Había podido leer en la mente de aquella zorra como le había hundido la vida, como se había follado al director para ganarse el ascenso… Nunca pensó que habría llegado a tanto…  Y estaba excitada… Pensar en realizar su venganza aumentaba su libido al máximo. Esa zorra estaría vendiéndose en un burdel dentro de muy poco tiempo. Podría haberlo hecho en seguida, haber destruido su mente nada más entrar a su despacho, haberla obligado a arrodillarse y suplicar que la convirtiera en una puta barata, pero no quería eso. Encontraba placer en humillarla, llevarla hasta el límite, quería que sufriera.  

 

Ahora mismo Eva estaría contemplando un montón de hojas en blanco, que para su manipulada mente estarían llenas de fotos y documentos incriminatorios… Durante el tiempo que Diana estuviera fuera, la mente de aquella zorra se llenaría de remordimiento y culpa, ya se había encargado de dejarlo todo preparado…  

 

————- 

 

¿Por qué se había metido en ese lio? ¿Cómo había llegado a tanto? Había tirado su dignidad a la basura… Por un ascenso de mierda… La habían follado, la habían humillado…  ¡Un día incluso esperó al director en su despacho, atada y desnuda!  

 

Las lágrimas se escapaban de los ojos de Eva, el sufrimiento que había vivido… ¿Tan ambiciosa y mezquina era?  

 

… Sufrimiento…  

 

¿Realmente había sufrido?  

 

Sabía que no le había gustado, que se arrepentía de ello e incluso había noches que había pasado en vela… Pero… Al recordarlo… ¿Se estaba poniendo cachonda? No… No podía ser… Odiaba como se había vendido a aquella viejo, la asqueaba… Pero al pensar en ello… Había sido usada como un objeto… Ese hombre nunca había buscado proporcionarla placer…  

 

¿Qué le estaba pasando? ¡Nada de eso! Todo lo que había hecho la repugnaba… ¿O no?  

 

Le dolía la cabeza, todo era confuso. Se recostó sobre la mesa y dió una pequeña cabezada.  

 

Soñó con ella dando rienda suelta a sus más bajos instintos. Montones y montones de pollas la rodeaban y ella quería atenderlas a todas. Una tras otra iban entrando en su boca, en su coño, en su culo… Y ella quería más. Nada más descargar, otra polla ocupaba el lugar de la anterior, estaba cubierta de semen, su cara, su pelo, sus tetas… Chorreaba desde sus agujeros, a través de sus muslos, tenía el estomago lleno pero ella quería más.  

 

Toc Toc.  

 

Despertó sobresaltada, sin acordarse de donde estaba. Sólo recordaba su calentura… Quería más…  

 

– A-Adelante. – Dijo, confusa.  

 

Diana entró en la sala, e inmediatamente leyó en los ojos de Eva que su plan había dado resultado. Había conseguido obsesionarla, hacer que el motivo de su treta con el presidente fuese otro distinto a la ambición…  

 

– Buenas tardes, ¿Te encuentras mejor? – Eva no se percató de que la estaba tuteando.  

 

– Sí… Creo… Siéntese, por favor.  

 

Recogió como pudo los papeles y fotos que estaban tirados sobre la mesa, azorada.  

 

– Veo que has estado viendo mi informe.  

 

Eva se sonrojó.  

 

– Sí…  

 

– ¿Tienes algo que objetar?  

 

– Yo… – Eva rompió a llorar. El mundo se le caía encima, los remordimientos por el destino de Diego, pensaba que todo había sido su culpa.  

 

Diana no decía nada, veía como la mente de esa zorra cambiaba bajo sus deseos y sonreía satisfecha de su labor.  

 

– Oh, vamos… – Dijo la cazadora. – ¿Qué ocurre?  

 

– ¡Todo es culpa mía! – Reconoció de golpe la directiva. – ¡Diego se quitó la vida por mi culpa! ¡Por mi ambición, por mi odio!  

 

– ¿Estas reconociendo que todo lo que viene en mi informe es cierto?  

 

– S-Sí… – Contestó, sorbiendose la nariz.  

 

– Un hombre perdió la vida por tu culpa…  

 

– Lo sé… –  Sollozaba. – No debí haber actuado como lo hice… Yo… Yo solo quería…  

 

Calló de golpe. Las imágenes del sueño que había tenido volvían a su cabeza, montones de pollas la rodeaban, las sensaciones, los sabores, los olores… Era increíblemente vívido. Notó como se humedecia.  

 

– ¿Qué querías? – Insistió Diana.  

 

“¿Qué quería?” Pensaba Eva. En un principio creía que buscaba poder, dinero, que había actuado por ambición. Creía que se había sacrificado en un acto asqueroso y denigrante para conseguir un puesto. Pero no era así. Ahora lo veía claro…  

 

– Sexo.  – Susurró, de manera casi inaudible.  

 

– ¿Perdón?  

 

– Sexo. – Repitió algo más alto, con la cabeza gacha.  

 

– ¿Sexo? ¿Arruinaste la vida de un hombre por sexo?  

 

-… No sólo sexo… M-Me gusta sentirme degradada, que abusen de mi… – Diana observaba complacida en lo que estaba convirtiendo a aquella zorra. – Entregarme a mi jefe como una cualquiera era… Excitante…  

 

Eva no sabia por qué, pero en ese momento lo vió todo claro. Siempre había estado engañandose a si misma… Su conducta, su actitud… Todo desembocaba en lo mismo… Le encantaba sentirse inferior, el sexo era lo máximo en la vida. Ascender y ser más poderosa era un precio a pagar, la parte mala del trato. Ella quería estar por debajo de todos…  

 

– Te entiendo… – Añadió Diana. – Pero… ¿Qué quieres que haga? Tengo mi informe, y tu acabas de confesar que todo es cierto. Debo informar y se tomarán acabo las medidas necesarias…  

 

– ¡NO!  

 

Diana se quedó en silencio.  

 

– Por favor, no informe de esto… Todo ha sido una error… Reconozco mi culpa, pero eso me hundirá la vida…  

 

– ¿Cómo se la hundió a Diego Lozano?  

 

Esta vez fue Eva la que permaneció callada.  

 

– Nch… Esta bien. No podría vivir con una muerte a mis espaldas… No todos somos iguales… – La mirada de odio que lanzó a la directiva la hizo temblar de miedo. – No informaré… De momento… Pero debes jurarme que harás todo lo posible por cambiar.  

 

– Yo… Lo haré, lo juro… Pero no se como hacerlo…  

 

Estaba exactamente donde Diana quería.  

 

– Bueno, en eso a lo mejor puedo ayudarte yo. – Eva la miró ilusionada. – Creo saber lo que te pasa…  

 

La directiva se quedó mirando a la mujer que tenía delante, y entonces se dió cuenta de lo magnífica que parecía. Su porte, su estilo, parecía… Una diosa… Haría todo lo que le pidiese si con ello solucionaba su problema, seguro que aquella mujer sabría que hacer… Era maravillosa…  

 

– Tu problema viene de tus ansias de sexo. Necesitas el sexo. Vives por y para el sexo. – Mientras hablaba, iba insertando esos comandos en la mente de la mujer. – Pero no necesitas un sexo normal, no. Tu necesitas que te posean, que te usen. Te encanta sentirte un objeto. Necesitas ser inferior, que te demuestren que lo eres. Tu placer no te importa, tu placer es la humillación.  

 

¿Cómo no se había dado cuenta antes? Esa mujer estaba describiendo perfectamente sus sentimientos…  

 

– Sí no sacias tus ansias – continuaba -, explotaras y la gente saldrá herida por tu culpa, como le pasó a Diego. Tus ansias de sexo no contemplaron que le iban a destrozar la vida.  

 

– ¿Entonces?  

 

– Debes liberarte. Convertirte en la perra que deseas ser. Sin límites, sin restricciones. Recuerda, por y para el sexo. ¿Qué sientes ahora?  

 

– ¿Ahora?… Vergüenza… Remordimiento… Culpa…  

 

– ¿Ya está? ¿Nada más?  

 

Eva si sentía algo más. Un enorme calor recorría su entrepierna, estaba chorreando,  sus pezones estaban erizados. Mientras más pensaba en ellos, más evidente se le hacía.  

 

– Estoy… Caliente…  

 

– Eso es, el primer paso es aceptarlo. ¿Y que puedes hacer para remediarlo?  

 

Sin pensar en lo que estaba haciendo, su mano se deslizó por su cuerpo. No perdió tiempo y apartó en un momento su falda y su tanga y, en menos de un minuto estaba soltando gemidos de placer. Sus dedos profundizaban en su coño, exploraban todos sus rincones y se deslizaban cada vez más rápido adentro y afuera.  

 

– ¿Con eso te vale? – Preguntó Diana. – No, tu necesitas más. Eres una perra y necesitas que te vean, sentir la vergüenza y la humillación.  

 

 

Eva estaba pensativa. Se levantó y se subió sobre su mesa, se desabrocho la blusa y se bajó el sujetador. Y allí, mientras con una mano acariciaba y pellizcado sus enormes tetas, con la otra se masturbaba ante Diana.  

 

“Eres mía, zorra” Pensaba ésta. “Pagarás caro todo lo que me hiciste.”  

 

Observaba como su ex-jefa penetraba rítmicamente su coño depilado, notaba el olor de su sexo, el dulce aroma a sexo que desprendía. Disfrutaba de la humillación a la que se estaba sometiendo ella sola. Eva comenzó a gritar cuando la sobrevino un poderoso orgasmo, entre espasmos, llevó sus manos empapadas en sus jugos a su boca y se chupo los dedos con cara de satisfacción.  

 

– Muy bien, ¿Te has desahogado?  

 

Eva asintió con la cabeza, con la cara todavía desencajada por el placer.  

 

– Estupendo, entonces ya sabes como tienes que actuar. Ahora… – Diana la miró de arriba a abajo. – Deberías adecentarte un poco. ¿Por qué no vas al servicio y te echas algo de agua en la cara?  

 

Eva obedeció. Cuando se bajó de la mesa le temblaban las piernas, nunca había tenido un orgasmo tan intenso. 

 

Mientras estaba en el servicio se dió cuenta de lo feliz que era en ese momento. Se había liberado. Toda su vida había estado reprimida, pero eso se había acabado. No volvería a dañar a nadie por culpa de su frustración. No se reprimiria jamás.  

 

Mientras salia del baño, se cruzó con Henry, el hombre que se ocupaba de la limpieza. Sabía su nombre, pero nunca se había fijado en el, era un hombre mayor, de color y, además, era solo el hombre de la limpieza. Pero ahora era distinto, ya no tenía que aparentar. Su mirada se detuvo en la entrepierna del hombre, pensando si era verdad la leyenda sobre el tamaño de las pollas negras. Absorta estaba en sus pensamientos cuando se dió cuenta que el hombre ya se había ido, y ella volvía a estar caliente…  

 

Nada más verla, Diana se dió cuenta de cómo había cambiado su manera de pensar y, al igual que hizo con Missy, introdujo en su mente una serie de órdenes y deberes que debía cumplir antes de llegar a casa. Iba a preparar una sorpresa para esa misma noche, en su propia casa, que supondría el final de su acomodada vida y el inicio de su nuevo camino en el sexo y la humillación. 

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