Mónica atravesó apresuradamente el vestíbulo que daba acceso a la sala de proyecciones. Tal y como esperaba el documental de arte había comenzado y lamentó que el atasco de tráfico y las dificultades para encontrar aparcamiento le hubieran hecho retrasarse y perderse el principio. La sala estaba llena y no encontrando lugar para sentarse se situó de pie en uno de los laterales del local, detrás de la última fila de asientos.
Dando descanso a su cuerpo aun fatigado por la carrera, se concentró en la gran pantalla donde se sucedían las imágenes y comentarios sobre pinturas de la época del impresionismo francés.
Seguía entrando gente en el local y toda la zona posterior del mismo se fue poco a poco abarrotando. Mónica no se había percatado del grupo de jóvenes que se situaba justo alrededor de ella, hasta que, mientras se exponía una pintura de Edgar Degas, notó un ligero roce en su trasero, y poco después algo que se apoyaba mas firmemente en él. Inicialmente no dio importancia al hecho, pensando que se debía a la aglomeración de gente a su alrededor, y adelantó un poco su posición, lo suficiente para evitar el contacto.
No había transcurrido un minuto cuando volvió a notar, ahora con toda claridad, como una mano se aferraba a sus posaderas y empezaba a palparlas con suavidad. Sorprendida e incrédula, Mónica giró la vista en busca del atrevido manoseador descubriendo justo detrás de ella a Toñete, que contemplaba con semblante serio y concentrado la pantalla.
Desconcertada se movió de nuevo hasta apoyarse sobre la silla que tenía justo delante, notando como la mano intrusa no solo la acompañaba en el desplazamiento sino que incluso aumentaba descaradamente la presión ejercida. Una nueva y airada mirada hacia atrás le permitió descubrir la sonrisa taimada de Toñete que ahora la observaba ya sin disimulo alguno y, pasándose la lengua lentamente por sus labios, le daba a entender lo que estaba disfrutando tanteándole el culo.
Sin espacio ya para escapar se quitó la mano del chico de encima con un limpio manotazo esperando acabar así con su osadía. La tranquilidad de los siguientes minutos parecían haberle dado la razón y ya había conseguido concentrarse en las extensas explicaciones de la obra de Monet, cuando de nuevo sintió en esta ocasión los dedos de Toñete acariciarle directamente la carne de los muslos que su falda corta dejaba al descubierto. Mónica pensó que aquello era ya demasiado, pero no queriendo molestar a la gente allí reunida, decidió que era mejor abandonar esa zona de la sala dejando para más adelante la adopción de las medidas necesarias para castigar al chico.
Cuando iba a iniciar la retirada se percató de que todo el grupo de chavales estaba demasiado concentrado a su alrededor, impidiendo un natural movimiento de huida, y que el que más se había acercado a ella era Toñete. Podía sentir su aliento justo sobre su hombro y su repugnante olor a sudor mientras las yemas de los dedos de su mano le recorrían los muslos como una araña, aproximándose lentamente y sin reparo alguno hacia sus nalgas.
Indecisa entre la inoportunidad de montar allí un escándalo o dejar que el chico siguiera metiéndole mano, su gesto instintivo y disimulado fue de nuevo apartar de un manotazo la mano agresora pero, ante su sorpresa, él le paró el movimiento agarrándole el brazo con la mano libre. De nada sirvió que ella repitiera el gesto con su otro brazo, éste fue igualmente atenazado con habilidad por el chico. De repente Mónica se encontró indefensa, igual que si estuviera esposada, con las muñecas sujetas a su espalda, por la fuerza de una de las manos de Toñete mientras que la otra seguía abriéndose paso por los muslos y alcanzaba sus bragas.
La inmovilización fue breve, el tiempo necesario para que él le recorriera un par de veces el trasero en toda su extensión y para que ella, en su forcejeo por desasirse de la sujeción, apoyara las palmas de sus manos sobre la entrepierna de Toñete y frotara involuntariamente el bulto provocado por su erección. Luego él la soltó y se retiró hacia atrás.
Mónica, presa de un enfado mayúsculo, se contuvo para no darle el merecido bofetón allí mismo y, tras lanzarle una mirada desafiante, se abrió paso a empujones entre los demás chicos para buscar un lugar mas tranquilo donde terminar de ver la proyección. No lo consiguió, su mente repasaba una y otra vez lo sucedido y se encendió de tal modo que se fue de allí antes del final con el firme propósito de tomar al día siguiente las medidas oportunas.
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Noelia se sentó en su mesa de estudio y tras encender el ordenador, sacó de un libro una foto en la que posaban, perfectamente escalonadas, unas 30 personas, la mayoría de ellas sonrientes. Se ajustó las gafitas para contemplar la foto durante unos minutos, la colocó en el scanner y apenas unos minutos después ya tenía la imagen en la pantalla de su ordenador. Emocionada comenzó a manipular sobre el zoom ampliando la imagen, concentrándola en un único y bello rostro. Cuando consideró que el tamaño y el enfoque eran adecuados cogió un lápiz, abrió su cuaderno de pinturas y en una hoja en blanco comenzó a dibujar los primeros trazos.
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Los rayos del sol de la tarde pugnaban por atravesar las persianas laminadas de las ventanas de la sala de profesores. Eran cerca de las 8 de la tarde y a mitad de Junio los días eran los más largos del año.
Fuera, en la calle, había una temperatura inusualmente alta para esa época del año, pero allí dentro el aire acondicionado mantenía el ambiente agradablemente fresco.
Mónica sin embargo estaba muy acalorada. Junto a la máquina de bebidas sostenía un vaso de agua en una de sus manos y mantenía fija la vista en una de las ventanas de la habitación. Sobre la mesa, bien apilados, se veían los trabajos de fin de curso de sus alumnos de 4º de la ESO cuya propuesta consistía en el dibujo de un paisaje en el que se valoraría la combinación de colores y la correcta dimensión de objetos a distinto nivel.
Mónica acababa de analizar el trabajo de Toñete y sus sentimientos hacia él después de su sucia osadía de la semana anterior le hacían dudar entre aplicar correctamente los cánones deontológicos de su profesión o castigarle sin más con un cate en la asignatura que ella impartía. Tenía casi olvidado el episodio, pero al contemplar el paisaje dibujado por él, un valle rodeado de altísimas montañas, no pudo evitar recordar las manos del chico paseándose sobre su trasero y el contacto de su verga apoyada sobre sus manos inmovilizadas. Le llevó al día siguiente al despacho del director del instituto pero Toñete argumentó que si la había tocado había sido sin querer y por culpa de la aglomeración de gente en la sala. Antonio, el director, no pudo sino aconsejarle que tuviera más cuidado en el futuro, lo que no contentó para nada a Mónica.
En realidad aquella no había sido la primera vez en la que Toñete se había sobrepasado, pero hasta entonces todo se había reducido a alguna que otra palabra más o menos desagradable cuchicheada a sus oídos. Era uno de los alumnos más problemáticos del instituto, había repetido curso dos veces y por eso su edad era superior a la del resto de los chicos de su clase. Era hijo de una familia gitana y, como para otros muchos chicos en iguales circunstancias, el desarrollo de su madurez personal no estaba siendo nada fácil. Era un chico corpulento, tirando a grueso y en la clase interrumpía continuamente las explicaciones y lideraba una camarilla de chavales del instituto más jóvenes que él.
Mónica volvió a revisar el trabajo de Toñete, sabedora de que el dibujo era más que aceptable y no podía calificarlo negativamente. Al final le dio un aprobado justo, algo menos de lo que se merecía, y pasó al análisis de los siguientes dibujos. Mientras centraba su atención en examinar el paisaje campestre expuesto en el trabajo de su mejor alumno sonó el móvil.
Hei profe ¿Cómo le va? ¿Corrigió ya mi trabajo?
Mónica se lo pensó unos instantes antes de contestar a Toñete y mintió.
Todavía no, ¿Qué te pasa Toñete? ¿Crees que te voy a suspender por lo del otro día?
Vamos profe, usted sabe que fue una broma, tal vez fui un poco atrevido, pero no por ello me cateará el examen ¿Verdad?
Te pasaste de la raya, lo sabes, la próxima vez no saldrás tan bien parado.
¿Habrá una próxima, profe?
Tras lanzar la pregunta Toñete colgó de inmediato dejando a Mónica inquieta y pensativa. El comportamiento del alumno había sido tan directo, que ella se quedó convencida de que si existía otra oportunidad el chico probablemente intentaría algo de nuevo y sus últimas palabras al teléfono parecían confirmarlo. Por suerte el curso estaba prácticamente acabado y ella esperaba no encontrarse el año siguiente con él, al menos en su clase.
Mónica cogió los trabajos y los guardó en un carpetón. Se le habían quitado las ganas de corregir, tenía todo el fin de semana para hacerlo y prefería llegar a casa pronto y si era posible salir a cenar con su marido, tomarse una copa y terminar ese día con un buen polvo.
Al salir al vestíbulo vio a Antonio acudir hacia ella con buen paso.
Mónica, espera, no te vayas. – Antonio le instó a distancia a detenerse.
Mónica esperó a que él la alcanzara antes de preguntar.
¿Pasa algo Antonio?
Acaba de llamarme Ricky, le ha surgido un problema y le es imposible ir mañana a la visita programada.
¿Y? – Mónica no estaba muy segura de querer seguir escuchando.
Pues quería pedirte que fueras tú en su lugar. – Antonio, como director del instituto, podía habérselo impuesto pero prefirió solicitárselo como un favor.
¿Queeeé? ¿Quieres que yo me ocupe de esa pandilla de degenerados?
Vamos Mónica, no te dejes llevar por lo del otro día. Sabes que algunos chicos son un poco problemáticos, pero la mayoría son estupendos y a ti te quieren mucho. Aquello fue un hecho aislado.
¿Problemáticos dices? ¿Hecho aislado? Creo que alguno supera con creces ese calificativo. Toñete me metió mano descaradamente, no se trataba de un juego, sobrepasó los límites y no le importó un pimiento hacerlo. Y sus compis estaban allí con él, encubriéndole.
Oye, lleváis Ricky y tú todo el año dándome la lata con organizar un viaje cultural. Ahora que nos sale esta oportunidad ¿vas a poner pegas? ¿qué quieres? ¿que mande a un profesor de matemáticas a acompañarles? Sabes que lo ideal es que vayas tú, pero bueno, no quiero obligarte a ir contra tu voluntad. Tú decides, pero dímelo pronto para buscar a otra persona.
Mónica vio cómo Antonio mantenía su vista fija sobre ella, esperando la contestación, y no tuvo más remedio que asentir. Lo hizo con un leve gesto, pero manteniendo el rictus de disgusto que le había producido la noticia. Luego se dio la vuelta y sin mirarle se despidió lacónicamente de él.
Todos sus proyectos para esa noche se vinieron abajo. Cenó en casa, preparó la pequeña maleta de viaje y se acostó temprano, dejando a su esposo con las ganas.
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Noelia había empezado su dibujo fijando su atención en el ordenador, pero apenas estuvo definido el contorno no le fue necesario seguir mirando la imagen. Lo que quería pintar lo tenía grabado en su mente de tal modo que los lápices dibujaron por si mismos un hermoso rostro de mujer, de figura ovalada y contornos muy dulces, pelo castaño oscuro salpicado de algunos tonos cobrizos y que caía por debajo de sus hombros con largas ondulaciones, ojos marrones del color de la miel encumbrados por unas espesas y arregladas cejas, labios simétricos y mentón redondeado. Su sonrisa remarcaba característicamente sus pómulos y creaba unos pequeños hoyuelos que hacían que el rostro fuera bello y atractivo a la vez.
Dio los últimos retoques de color y por fin lo terminó. Tras contemplar su recién terminada obra cogió una tachuela y lo colgó en la pared sobre la almohada de su cama, justo al lado de otro retrato dibujado por ella años antes. Mientras se alejaba de la pared, Noelia se fijó en ese otro retrato y se preguntó de nuevo porqué diablos él se había tenido que marchar.
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El viaje en el autocar había sido tranquilo al igual que la comida campestre a base de bocatas y bebidas. El lugar donde se iban a alojar esa noche era un pequeño hotel muy coqueto en un pueblo en la serranía de Cuenca rodeado por la florecida naturaleza de la primavera y con un pequeño lago cercano. Mónica se afanaba en la pesada tarea de registrar correctamente a los cerca de 20 alumnos a su cargo, cuando sintió en el costado de su cintura la suave presión de unos dedos. No le hizo falta girarse para saber que Toñete estaba allí, justo detrás de ella, sentía su proximidad como el día de la proyección, y sobretodo el característico hedor que desprendía. Antes de que pudiera protestar escuchó sus palabras al oído.
Hey profe, es realmente genial que usted se ocupe de nosotros ¿Que le parece el lugar? Guay ¿eh? ¿No le entran ganas de …? ¡Ya me entiende!
Mónica se volteó y con una falsa sonrisa le replicó:
Toñete, quita esa mano de ahí, ni se te ocurra tocarme. No hagas que tenga que ocuparme especialmente de ti.
Vamos – contestó Toñete retirando su mano – yo no quiero incordiarla, usted es mi profe preferida y me alegraría mucho que quisiera prestarme una atención especial.
Mónica notó como le subía la sangre mientras empezaba a arrepentirse de haber accedido a aquel viaje. Sin demasiada convicción volvió a dirigirse a Toñete ahora con su real e indignado semblante:
– Yo no he dicho eso, no tergiverses mis palabras. Si vuelves a intentar algo te arrepentirás.
Toñete ya no tuvo ocasión de contestar, pues en ese momento se organizó un gran revuelo en el pequeño hall del hotel. Al principio Mónica no entendió el motivo de tanta algarabía, pero luego, fijándose en la figura masculina que había aparecido allí desde la escalera y alrededor de la cual se arremolinaban todos sus alumnos entre gritos y risas, empezó a comprender. Aquel hombre alto, moreno, de pelo algo rizado y de vestuario tan informal como hortera, le resultaba familiar, aunque le veía sólo de espaldas.
Sus sospechas se confirmaron cuando él se giró y pudo verle el rostro. Era Juanma, ¿Que diablos hacía él allí? Hacía unos dos años que había abandonado el instituto en el que, como ella, era profesor de dibujo, y desde entonces no había vuelto a saber nada de él.
Casi todos los chicos le hablaban a la vez y él a duras penas podía atenderles, pero como siempre, derrochaba su simpatía natural que era arrolladora para ellos. Cuando cesó la inicial expectación y el bullicio comenzó a apagarse, Juanma la vio y, entre extrañado y gratamente sorprendido, se dirigió hacia ella en medio de la muchedumbre. Conforme se le iba acercando, inexplicablemente Mónica comenzó a sentir un nerviosismo desconcertante, un calor interior que sin lugar a dudas no era provocado por el caldeado ambiente del hall e incluso notó un ligero temblor de piernas.
¡Vaya, vaya! Quién me lo iba a decir, Mónica, me alegro mucho de volver a verte.
Hola, Juanma, yo también me alegro, es toda una sorpresa.
Un prolongado silencio siguió a los saludos. Ambos se miraban sonriendo pero con la típica timidez de aquellos que de repente no saben qué decirse. Fue el recepcionista del hotel quién, llamando la atención de Mónica para finalizar los trámites del registro, rompió el encanto del reencuentro.
Mónica se excusó ante Juanma y volvió su atención hacia el encargado de la recepción. Cuando, antes de marcharse, Juanma le preguntó si podían verse después y tomarse un refresco, Mónica le lanzó una mirada de falsa desconfianza adornada por la mejor de sus sonrisas para terminar citándole en el bar del hotel una hora más tarde.
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Noelia no podía creerlo. La noche anterior había puesto juntos los dos retratos dibujados por ella en épocas muy distantes en el tiempo y hoy se había encontrado con la sorpresa de verles a ambos, uno junto al otro. La magia existía, no había duda, y seguía porque ahora tenía que hacer un dibujo muy especial, antes de la noche, para el concurso. Sin dudarlo comenzó a trabajar en ello, iba a ser un trabajo genial.
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En su habitación Mónica se encontraba extrañamente contenta. Después de los últimos sinsabores vividos, encontrarse de nuevo con su compañero profesional era algo positivo que podía amenizar ese indeseado viaje. No es que Juanma fuera un personaje con el que hubiera tenido una armoniosa relación mientras compartieron su tiempo enseñando en el instituto, en realidad tenía unos sentimientos contradictorios hacia él. Por un lado apreciaba sus conocimientos profesionales que unidos a su fácil diálogo y su perenne buen humor le hacían ser un compañero de charla excepcional. Además físicamente estaba muy bien, era alto, esbelto y fibroso, de pelo moreno rizado. Sus ojos saltones predominaban en un rostro en el que no desentonaba nada.
El problema de Juanma es que era un auténtico arrogante cada vez que se ponía a hablar, y lo hacía a menudo, de las excelencias de su vida personal, basada siempre en el amor a lo natural y en la plena libertad para hacer todo lo que quisiera, respetando sólo lo justo las normas convencionales de convivencia impuestas por la sociedad. Una especie de hippy de los 60, pero adaptado al nuevo siglo.
Esa fanfarronería alcanzaba los puntos más álgidos cada vez que relataba su disipada vida sentimental. Estaba casado desde muy joven y, según sus palabras, tanto él como su esposa se amaban pero los dos tenían plena libertad para tener aventuras sexuales puntuales de cualquier índole. Lo que mas le molestaba a Mónica cuando él abordaba ese tema era el pote que se daba como amante, remarcando que era capaz de satisfacer a cualquier mujer, entre otras cosas, porque tenía un gran aguante producto de la vida natural que llevaba. Cuando Juanma abordaba esa faceta de enorgullecerse de si mismo, rompía todo su encanto natural y entonces aparecía como un auténtico cretino.
Lógicamente Juanma le había tirado los tejos bastantes veces, pero normalmente eso siempre había sucedido mientras le hablaba de las excelencias de su forma de vivir, justo cuando más le molestaba a Mónica. Cuanto más se indignaba ella con sus aventuradas proposiciones más parecía gustarle a él ese comportamiento suyo de chiquilla modosa y enrabietada.
Mónica se arregló para la ocasión y bajó al bar del hotel esperando encontrarse al encantador parlanchín Juanma y no al odioso petulante. Allí estaba él, sentado en uno de los sillones, con las largas piernas estiradas y el rostro agachado sobre la mesa intentando encender un cigarrillo. Llevaba puesta una camisa blanca que, en su opinión, le quedaba grandísima y unos pantalones vaqueros descoloridos y con más de un siete a la altura de los muslos. Remataba su vestimenta un par de zapatos negros alargados de suela y horma baja, más parecidos a unas alpargatas que a unos auténticos zapatos. Mónica de inmediato pensó que Juanma vestía tan hortera como siempre aunque, en el fondo, ese día hasta le parecía graciosa su indumentaria.
Se le acercó con cierto sigilo mientras él seguía pugnando por encender el cigarro, que desprendía continuas ondas de humo. El olorcillo que invadía el ambiente conforme se aproximaba a él no dejaba lugar a duda alguna. ¡Se estaba preparando para encenderse un canuto, allí en pleno bar! ¿Cómo era capaz de hacer algo así? Fue directa a él.
¿Qué diablos estás haciendo, Juanma? ¿estás loco?
Juanma, sobresaltado por el tono reprendedor de ella, dio un respingo y la china, a medio encender, se le fue al suelo. La miró y contestó:
¡Joder, Mónica, vaya susto que me has dado!
¿Susto? Ibas a encenderte un porro ¿o no?
Bueno, sí, ¿qué pasa? Aquí se puede fumar, y además no hay nadie.
Juanma, ya recuperado del susto inicial, le sonreía abiertamente y Mónica tuvo la impresión, como le sucedía a menudo en el instituto, que él se regodeaba ante su arrebato. Con la boca pequeña y medio susurrando le objetó:
Pero no se puede fumar eso. No intentes volver a encenderla o me iré.
Y le desafió con otra sonrisa, no tan abierta como la de él, pero indudablemente cautivadora.
De acuerdo, seré bueno – y guardándosela en un bolsillo se quedó contemplando fijamente a la bella hembra que tenía frente a él.
Comenzaron a charlar sobre cómo les había ido en los últimos años. Mónica fue más bien parca en detalles, al fin y al cabo su vida tenía pocos sobresaltos que no fueran los derivados de la enseñanza en el instituto y que el propio Juanma ya conocía perfectamente. Estuvo tentada de contarle lo de Toñete, pero prefirió dejar dormido de una vez ese asunto.
Juanma en cambio se extendió en contarle que tras dejar el instituto se había trasladado con su esposa a una pequeña aldea de no más de 20 habitantes en la sierra oeste de Guadalajara. Se había tomado un año sabático en las tareas de la enseñanza dedicándose exclusivamente a cultivar su pequeño huerto y a disfrutar de la naturaleza que allí se le ofrecía en todo su esplendor. Al siguiente año había retomado la enseñanza de dibujo en Guadalajara capital, pero seguía viviendo en su coqueta aldea.
Mónica seguía atentamente la pormenorizada narración de la forma de vida natural de Juanma, intentando imaginar si ella sería capaz de llevar una vida similar, ajena a las comodidades de la sociedad consumista actual. Se hizo una idea tal de esa forma de vida que, en un momento en que él dejó de hablar para beber su refresco, comentó, casi sin pensarlo:
O sea, que vives en una especie de comuna.
Juanma, esbozando una sonrisa menos natural, permaneció unos momentos en silencio, el tiempo justo para que ella se diera cuenta del error cometido con semejante observación que abría las puertas para que él le mostrara el lado que más le desagradaba. Obviamente él mintió:
Pues claro, ya sabes, los habitantes de la aldea lo compartimos todo, todo, todo: casa, comida, enseres. Y por supuesto, compartimos sexo. ¿No te parece perfecto? Piénsalo, ¿no te gustaría una vida así?
Mónica empezaba a sentirse atrapada. Intentó torpemente rebatir:
Ya, claro, maravilloso, una vida estupenda, mi esposo follando con tu mujer y yo follando contigo.
Yo me refería al modo de vida, no a quién se tira a quién.
Juanma empezó a pasear su mirada por toda la figura de Mónica, deteniéndose en los muslos que su falda corta dejaban bastante al descubierto, y añadió:
Claro que eso último que has dicho no estaría nada mal. Me resulta curioso que lo que más te haya llamado la atención de lo que te he contado sea el sexo.
Sintiéndose desnudada por él, Mónica cerró instintivamente sus piernas todo lo que pudo y escondió su ruborizado rostro en la bebida. Tenía que evitar seguir por esa vía, de modo que buscó la salida fácil cambiando de tema.
Tengo que ocuparme de los chicos, no les veo desde que hemos llegado y tenía pensado pasear por la zona y que dibujaran un paisaje.
No te preocupes por ellos, todos están ya ocupados – Juanma contestó sin dejar de mirarle ahora los pechos que realzaban la fina camiseta blanca de Mónica.
Cómo que están ocupados, ¿Cómo sabes tú lo que están haciendo?
Bueno, antes de que bajaras he hablado con ellos. Querían alguna actividad para entretenerse por la tarde, de modo que les he propuesto tanto a tus alumnos como a los míos un concurso de dibujo. Apropiado ¿no?
¿Qué tipo de concurso? – Conociendo a Juanma Mónica no se temía nada bueno.
Les he propuesto que dibujen una postura sexual a su propia elección y sin limitación alguna.
¿Queeeé? ¿les has empujado a dibujar sexo explícito? ¿pero en qué mundo vives? ¡si son casi críos! – Mónica empezaba realmente a indignarse y Juanma se regocijaba viéndola tan escandalizada.
Venga Mónica, de críos nada, sabes que están en una edad en la que el sexo comienza a ser lo más importante para ellos. De hecho todos, sin excepción, han estado encantados por la idea y se han ido corriendo a empezar a trabajar en ello.
A pesar del mal humor, Mónica se dio cuenta de que Juanma estaba en lo cierto. ¡Mierda! El episodio con Toñete seguía ahí, vivo, y ella, de forma estúpida, había vuelto a creer que todos los alumnos eran como él. No pudo evitar contarle a Juanma lo que le había sucedido con su alumno más problemático y éste la escuchó atentamente. Luego se acercó a ella y, mientras acariciaba con ambas manos sus mejillas, intentó convencerla de que no le diera importancia, que era normal que una mujer bella como ella levantara algo más que pasiones entre su alumnado. Cuando Mónica se sintió mas serena, recibió de él un tierno beso en la frente. Juanma quiso animarla aún más:
Por qué no nos unimos al concurso, nosotros también podríamos participar, aunque claro, nuestros trabajos deberán calificarlos ellos. Venga, nos vemos después, antes de la cena.
Y tras dar un último sorbo al refresco abandonó el bar dejándola confundida y sin saber qué contestar.
De nuevo en su habitación Mónica tenía la sensación de haberse comportado como una tonta, escandalizándose por estupideces y consiguiendo que Juanma se sintiera plenamente en su salsa. Sin embargo en su interior había algo más, ese último gesto de Juanma antes de despedirse, tan cálido, tan natural, le había afectado y ahora, incomprensiblemente, no podía quitárselo de la cabeza.
Se dio una ducha fría y decidió salir al exterior y concentrar su atención en dibujar algo, por supuesto nada que tuviera que ver con el absurdo juego en el que estaban involucrados sus alumnos. Cogió su pequeño maletín de dibujo y se adentró por un camino rural hasta llegar a un pequeño claro atravesado por un riachuelo. Allí abrió el caballete y dispuso el resto de utensilios para iniciar el trabajo. Cuando estaba a punto de comenzar se sintió mal pensando que todos sus alumnos y Juanma estaban de acuerdo en abordar el mismo tema, por escabroso que fuera, y ella, asumiendo una actitud totalmente puritana, iba a retratar árboles y flores. Un repentino calor interior volvió a invadirla hasta transformarse en un impulso incontrolable. ¡Qué diablos!, ella también iba a participar en ese peculiar juego artístico.
Con la única ayuda del carboncillo dibujó muy rápidamente, sin apenas definición, los contornos del torso desnudo de una figura femenina apoyada en el suelo, boca arriba, sobre sus codos, para continuar con las caderas y acabar con las piernas ligeramente abiertas y combadas. La imagen aparecía, en perspectiva, como la prolongación en el lienzo del propio pintor, o sea de ella misma. Antes de perfilar a la mujer prefirió situar la figura de un hombre agachado sobre los muslos de la hembra y con el rostro a escasos centímetros del sexo de ésta. Mientras definía una alargada y sonriente cara masculina, coronada de rizados cabellos negros, y cuyos expresivos ojos miraban directamente a los de la mujer invitándola a gozar antes de comenzar a trabajarle el coño con su lengua, Mónica intentaba evitar, con escaso éxito, repasar de nuevo su charla con Juanma y los extraños sentimientos que le habían provocado.
Cuando su atención volvió al dibujo contempló estupefacta el rostro de Juanma en el papel dibujado mecánicamente por ella mientras sus pensamientos revoloteaban una y otra vez alrededor de él. Una reacción instintiva, fruto del miedo a que alguien pudiera ver el dibujo y del enfado propio ante la dificultad de auto-controlarse, hizo que arrancara bruscamente el papel de su soporte y lo guardara, hecho una bola, en su maletín. Decididamente ese concurso era una estupidez, y su inventor más estúpido todavía.
Recuperada la calma se propuso pintar algo bastante más bucólico. Al rato de iniciar un retrato paisajista del bosque que la rodeaba, sintió por detrás de ella una mano que la agarraba por la cintura y otra mano que se posaba sobre la que sostenía el lápiz y empezaba a guiarla por el papel.
¿Te das cuenta cómo a ti también te inspira la naturaleza?
Mónica escuchó las palabras serenamente susurradas por Juanma y un inesperado estremecimiento recorrió todo su cuerpo. No contestó, no se quejó, no se rebeló contra él cómo hubiera hecho en cualquier otra circunstancia, simplemente dejó que el lápiz vagara libremente por el cuadro empujado con suavidad por las dos manos unidas que empezaban a dar realce al paisaje dibujado. Tampoco protestó cuando él le aproximó su cuerpo y ella notó que algo le apretaba molestamente la parte alta de su trasero. Fugazmente recordó un viejo comentario que le hizo una compañera suya sobre una clase de dibujo para profesores en la que, al parecer, Juanma se ofreció a posar desnudo. Ella había reído divertida por el escándalo que aquello debió suponer, pero la amiga rió aún más indicándole que lo que realmente llamó la atención de los presentes fue el tamaño de su rabo.
Ahora no le cabía duda alguna sobre la procedencia de la presión que sentía en su cuerpo, y aunque de Juanma era posible cualquier cosa, no le parecía probable que ante tan poca cosa él pudiera tener una erección. Inevitablemente su imaginación le traicionó desnudando al hombre que estaba junto a ella y concentrando la atención en su presunto gran miembro viril.
De vuelta a la realidad, sintió como él paseaba los labios sobre su cuello sincronizando con un largo beso el baile del lápiz sobre el lienzo. Un conflicto en su interior comenzó a abrirse paso entre detener el comportamiento del hombre que, besándola, la envolvía con su alto cuerpo o permanecer inmóvil, disfrutando de la sensualidad de ese mágico momento. Sólo cuando Juanma subió lentamente la mano que tenía en la cintura de Mónica hasta alcanzar el nacimiento de su pecho, ella comprendió que se estaban acercando peligrosamente al límite de lo permitido. Sin tratar de obstaculizar sus movimientos, giró levemente su cara, lo justo para no tener que mirarle a los ojos, y con voz entrecortada le dijo:
Basta ya, Juanma, por favor.
Juanma siguió unos instantes más besándole el cuello y acariciándole suavemente el pecho sobre la tela de la camiseta, antes de retirarse.
De Acuerdo. Creo que está suficientemente terminado.
Sí. Gracias por tu ayuda – contestó ella, ahora sí, mirándole.
Mónica agradeció realmente su correcto comportamiento, y es que en apenas pocas horas estaba descubriendo en ese hombre una sorprendente faceta totalmente ajena a lo que ella conocía o creía conocer de él.
Mientras regresaban juntos al hotel Juanma no paró de hablar de la exposición que verían al día siguiente con los alumnos. Mónica caminaba sorprendida por la naturalidad que él demostraba después del episodio, con la extraña sensación de que a él no le había afectado en absoluto mientras que su turbación era tan notoria, que estaba deseando refugiarse en su habitación para intentar poner en orden sus ideas.
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Noelia les vio pasar junto a ella, sin que ninguno de los dos notara su presencia. Hacía un rato que había terminado su dibujo y necesitaba un poco de aire libre. Se preguntó si se enfadarían con ella al ver su trabajo, cayendo rápidamente en la cuenta de que nadie iba a saber quien era el autor, pero estaba convencida de que al día siguiente su cuadro sería el elegido como ganador del concurso.
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La cena se desarrolló en un merendero cercano al pueblo, cerca del pequeño lago, donde tanto Mónica como sus alumnos compartieron una gran mesa pasándolo en grande gritando y bromeando. Mónica también se divirtió con todos los chavales y además la cena le vino muy bien para desviar, aún sin amortiguarlos totalmente, sus pensamientos de Juanma y de lo que había sucedido en el claro del bosque. Lo único negativo de la cena fueron las furtivas miradas de Toñete que descubrió en varias ocasiones, y que le hicieron sentirse algo intranquila.
Cuando, de vuelta al hotel, fue a recoger la llave de su habitación, el recepcionista le entregó un pequeño sobre cerrado. Le bastó leer la escueta nota, en la que Juanma le invitaba a pasarse por su habitación con el fin de enseñarle algo, para sentir que el corazón se le aceleraba, el nerviosismo volvía a hacer presa en ella y sus dudas se multiplicaban, no ya sobre la oportunidad o no de acudir a esa cita, sino sobre su propia capacidad de mantener la cordura y no dejarse llevar por unos sentimientos que incomprensiblemente tendían a conducirla hacia el camino de la prohibida infidelidad.
Intentando apaciguar su inquietud, llamó a su esposo y conversó con él durante unos minutos sobre asuntos banales de la excursión y de los chicos, evitando cualquier referencia al inesperado reencuentro, con su colega de profesión, no por la posible reacción de él ante la noticia de que su mujercita volviera a ver a un hombre con el que ella más de una vez, femeninamente, le había dado infundados celos, sino por una propia necesidad interna de no citarle.
La charla mantenida con su esposo sirvió de bálsamo para su agitación y, antes de que pudiera arrepentirse, se acercó a la habitación de Juanma. No pudo evitar lucir su encantadora sonrisa cuando el anfitrión la recibió vestido con un atuendo negro de estilo oriental, salpicado de pequeñas lunas amarillas y atado con un enorme cinturón, una especie de Kimono que no llegaba a cubrirle la totalidad de las pantorrillas. Juanma, percatándose de la mirada guasona de Mónica le obsequió con un pequeño remolino al viento de su cuerpo que provocó las risas de ella, y la invitó a sentarse.
¿Y bien? – dijo ella – ¿Qué es eso que tienes que enseñarme?
Quería que vieras los trabajos de los chicos. Me los entregaron antes de ir a cenar.
Con cierto resquemor Mónica cogió los dibujos eróticos de los chavales y comenzó a repasarlos muy deprisa, sin encontrar nada que destacara particularmente. Cuando terminó de verlos los dejó a un lado.
No están mal – dijo sin demasiado convencimiento.
Vamos Mónica, no has puesto nada de atención, ¡Joder! ¿Tanto te molesta ver este tipo de cosas? – y esbozando una maliciosa sonrisa, continuó:
Quiero que te fijes en éste.
Mónica echó un primer vistazo al dibujo que le había entregado Juanma. Mirando hacia el dibujante aparecía una mujer arrodillada, con las piernas algo separadas, las palmas de las manos entrelazadas y apoyadas sobre unos cojines y la barbilla sobre éstas, mientras que un hombre también arrodillado, pero detrás de ella, la tenía sujeta por las caderas y le hacía el amor. Conforme se fue concentrando en los detalles, un sentimiento primero de incredulidad y después de rabia se fue adueñando de ella, al observar el inmenso parecido a Juanma y a ella misma de los rostros de los dos protagonistas y, sobretodo, la perfección con la que se expresaba la tensión y el disfrute sexual de ambos mientras el hombre penetraba a la mujer. Un último detalle que captó de la pintura, y que llamó su atención, fue el tamaño del pene masculino, la mitad de cuyo tronco permanecía fuera del cuerpo de ella mostrando un orgulloso grosor. No pudiendo contenerse por más tiempo se dirigió a Juanma con una mirada asesina:
¿Qué demonios es esto? ¿Cómo se te ha ocurrido dibujarnos a los dos…… de ese modo? ¿Qué crees que vas a conseguir con este tipo de estúpidas estratagemas? ¿Follarme? ¡Pues ni lo sueñes!
Juanma le contestó sin dejar de esbozar esa perenne sonrisa que podía ser tan encantadora como hiriente, según el estado de ánimo de quien estuviera frente a él:
Ya está de nuevo la escandalizada señora haciendo el numerito. Debo admitir que el parecido es asombroso y la postura está genialmente dibujada, pero el autor no soy yo.
¡Y una mierda! Quien si no tú, con esa mente calenturienta propia de un arrogante y obseso sexual, podía haberlo hecho.
Fíjate en los detalles, y sobretodo en las proporciones – esto último lo dijo Juanma con retintín y sin hacer caso del último comentario de ella – Son perfectas.
Mónica mantenía la vista fija en el dibujo que, muy a su pesar, había cobrado vida en su imaginación, y la estampa de ella follando con él y siendo penetrada por su gran verga, se le hizo tan viva, tan real, que en su cuerpo asomaron los síntomas de una excitación desconocida, algo insólito que, irracionalmente, la impulsaba a querer abalanzarse sobre el alto hombre que tenía a su lado. Él, como en el bosque, se había arrimado de nuevo a ella y, aprovechando su confusión mental, la había envuelto con su largo brazo, le acariciaba el pecho con una mano por encima del vestido de tirantes y con la otra, tras recorrer sus pantorrillas, se adentraba bajo la falda buscando sus redondos y calientes muslos.
Sólo un último arrebato de cordura hizo que Mónica se separara de él y, tras tirar al suelo en su huida, todos los trabajos de los alumnos, saliera de allí, no sin antes escuchar a Juanma decirle:
Mónica, de verdad que yo no lo he pintado.
Ya en su habitación meditó sobre las últimas palabras de Juanma, llegando a la conclusión de que el dibujo sin duda había sido una maniobra suya para engatusarla y llevársela a la cama. Sólo conocía a una alumna capaz de pintar algo con tanta perfección, pero le parecía imposible, no ya que se hubiese atrevido a dibujar a los dos profesores, sino que incluso hubiese participado en ese disparatado juego, y además, como podía saber ella que Juanma tenía un pene de gran tamaño. Esta última reflexión la desconcertó. ¿Es que acaso lo sabía ella misma? No podía evitarlo, su mente había estado jugando con la imaginaria gran polla de él hasta hacerla real, tanto que ahora en sus pensamientos empezaba a ir más allá situándola dentro de ella, llenándola por completo, follándola salvajemente. Tuvo el impulso primario de aliviar su desazonada excitación tumbándose en la cama y masturbándose, pero apenas había introducido sus dedos bajo las bragas y recorrido un par de veces de arriba a abajo la húmeda raja de su sexo, la lucha existente en su interior entre continuar, lanzarse al pecado regresando al aposento de Juanma o recuperar la sensatez perdida, se decantó por esto último.
Se incorporó, se ajustó su vestido de tirantes, salió al exterior y, bajo la luz de la luna llena, echó a andar por el conocido caminito de la tarde, atravesó el claro junto al riachuelo y, tras caminar algo más, alcanzó el final del mismo junto al pequeño lago. Sentada sobre una piedra, en la silenciosa noche rota solo por los sonidos de los grillos, y contemplando el reflejo de la luna sobre las calmadas aguas de la laguna, su desazón se fue templando. El calor de la noche y la quietud del entorno invitaban a refrescarse en la laguna y Mónica, tras pensárselo un rato, se soltó el vestido y decidió aventurarse en un baño nocturno cubierta solo por su ropa interior negra.
Se mantuvo cerca de la orilla agradeciendo sobre su piel el agua fresca mientras nadaba o caminaba sobre el lodo. Cuando se disponía a salir escuchó el sonido de unos pasos acercándose por el camino y apareció Juanma. Dudando si lo suyo era mala suerte, si era el destino o si realmente él la estaba siguiendo, decidió adoptar la actitud de un cocodrilo al acecho, arrodillándose sobre el fango, sumergiéndose hasta el cuello en el agua y alejándose con lentitud, esperando ocultar su presencia.
Él llegó a la orilla, miró hacia el agua y sin pensárselo dos veces se despojó de las prendas que llevaba encima, realizó dos pequeños ejercicios gimnásticos de brazos y cintura y, totalmente desnudo, se metió en la laguna. Mónica, morbosamente atraída por la posibilidad de confirmar las proporciones de su verga, asumió el rol de mirona afanándose en poder conseguir ver la desnudez del hombre. Admiró el cuerpo atlético y fibroso de Juanma, pero la distancia y rapidez de sus movimientos le impidieron, muy a su pesar, apreciar lo que tanto deseaba aunque a la altura del pubis sí notó el contraste entre una densa mancha negra de vello y su piel blanquecina iluminada por la luna.
Mientras permanecía inmóvil lo vio nadar y chapotear e incluso, en un momento en que él se puso de pie, su vista pudo recrearse con las prietas formas de su trasero. Pese a empezar sentir los gélidos efectos de la prolongada estancia en el agua su mente volvió a dispararse y sus sentidos a calentarse imaginando ser una presa pescada por él, abrazada por sus largos brazos, acariciada por sus expertos dedos, devorada por sus risueños labios y sobretodo penetrada por su imponente polla. La excitación provocada por sus prohibidos pensamientos le llevó, casi sin querer, a introducir sus dedos bajo la mojada braga y reanudar ferozmente la masturbación iniciada en el hotel, hasta perder la noción de lo que realmente sucedía a su alrededor.
La repentina emersión la sacó de sus infieles imaginaciones. Juanma estaba de nuevo ante ella, de pie sobre el fondo de la laguna, al descubierto de cintura para arriba y sonriendo abiertamente. Mónica se sintió avergonzada no tanto por su condición de espía descubierta o por el hecho de estar bañándose en ropa interior, sino sobretodo por la incertidumbre de desconocer si él se había percatado de sus juegos masturbatorios.
¿Que haces aquí? – le dijo presa del nerviosismo – ¿Cómo sabías que estaba aquí? Me has seguido ¿no?
No te seguí, yo ya conocía este sitio, esta tarde regresaba de aquí cuando te encontré pintando. Tu vestido y sandalias están en la orilla.
Yo… estoy en ropa interior – Mónica, desconcertada por la cercanía de Juanma, se había cubierto instintivamente con los brazos pese a que él no podía distinguir su silueta bajo las oscuras aguas.
En la aldea donde vivo – esta vez Juanma no mentía – es frecuente en los días y noches calurosas acudir a una charca cercana y refrescarnos sin ropa alguna. Un baño en bolas es uno de los mayores placeres que podemos darle al cuerpo. Deberías imitarme, pero, en fin, tratándose de ti ya es todo un éxito que no te hayas metido en el agua vestida.
Piensas que soy una reprimida ¿verdad? – Mónica contestó molesta, más por sus incontrolables reacciones que por las palabras de él.
Pienso que tienes demasiados tabúes personales y sexuales que liberar.
Pues te sorprenderían algunas cosas que no sabes de mí
Pues no me importaría en absoluto averiguarlas.
Juanma se fue acercando a Mónica, mientras ella, en perfecta sincronía, iba dejando asomar del agua su cuerpo mojado hasta quedar ambos muy juntos, sin tocarse, mirándose fijamente a los ojos. Una suave caricia de él sobre el rostro de ella sirvió de preámbulo a la unión de sus labios, mientras él la rodeaba con sus brazos ofreciendo calor a su frío cuerpo recién emergido del agua.
Mónica, aturdida por los contradictorios sentimientos de culpabilidad y deseo, se sintió esta vez incapaz de separarse. Estaba mojada, no ya por el agua que aun la cubría de cintura para abajo, sino por un alto grado de excitación que se agudizó cuando los labios dejaron paso a las lenguas en un largo e intenso beso y llegó a su máxima intensidad cuando al unir sus cuerpos sintió la piel de su vientre invadida por una barra de carne caliente que parecía hacer realidad todas sus fantasías sobre la magnitud de la virilidad de él.
Mientras seguían besándose con pasión, Mónica sintió como Juanma posaba las manos sobre sus nalgas, atrayéndola y haciéndola retroceder lentamente hacia la orilla, buscando un lugar más cómodo y menos húmedo para dar rienda suelta a todos sus deseos carnales. Llena de deseo iba a llevar sus manos a la erótica molestia que le hervía sobre el vientre, cuando empezaron a oírse unos gritos aún lejanos que se iban acercando.
Juanma reaccionó bruscamente separándose de ella y exclamando:
¡Son los chicos!, ¡y vienen hacia acá!
Mónica, aún aturdida, tardó algo en darse cuenta de la delicada situación, aunque se movía al lado de él en dirección a la orilla.
¡Coge tu ropa, escóndete y vuelve al hotel en cuanto pasen! Yo veré como les entretengo. – y dicho esto Juanma se volvió a meter en el agua.
Ella apenas había tenido tiempo de ponerse el vestido y esconderse entra los arbustos, cuando una docena de chicas y chicos pasaron a su lado riendo como locos y alcanzando la orilla. No quiso ver más, temerosa de ser descubierta se alejó entre la maleza hasta poder de nuevo tomar el camino y regresó al hotel con paso apresurado y esperando no encontrarse con algún alumno rezagado.
Mientras aliviaba con una ducha caliente la fría humedad de su cuerpo, tras el baño en la laguna, pensó en su marido y en su inacabada traición. En varias ocasiones los dos habían leído relatos eróticos que les habían puesto muy cachondos y les habían hecho disfrutar de momentos de sexo gloriosos. Siempre era su marido el que la incitaba a la lectura, siendo además frecuente que los relatos elegidos por él fueran sobre infidelidad. Ahora se preguntaba cual sería la reacción de él si lo que siempre habían tratado como pura fantasía se convertía en algo real y más aún si ésta se producía con el único hombre con el que, veladamente, había tratado de darle celos.
Por muy absurdo que fuera, en ese momento deseaba meterse en la cama con Juanma, sentir de nuevo el contacto de su cuerpo, poder tocarle y sentir directamente entre sus manos y luego dentro de ella ese pene de cuyo enorme volumen ya casi no tenía duda alguna. Tras una larga ducha se acicaló y, evitando la ropa interior, se puso un pijama compuesto por una estrecha camisola, bajo la que se dibujaban perfectamente sus senos, y un corto pantalón que dejaba los muslos al descubierto y remarcaba significativamente las formas de su pubis y de su trasero. Con los nervios a flor de piel por el suspense y la excitación ante lo prohibido intentó leer mientras esperaba, deseosa de que Juanma, antes o después, no la decepcionara y volviera a presentarse ante ella.
Apenas una media hora después unos golpes sonaron en la puerta. Con el corazón en vilo fue a abrir sorprendiéndose al encontrarse uno de sus alumnos con semblante serio que, antes de que pudiera hablar, le dijo:
Señorita Mónica, corra, por favor, a Toñete le pasa algo malo.
No se lo pensó y siguió a toda prisa al chaval por el corredor hasta llegar a la habitación del alumno. Al entrar se encontró con Toñete, aparentemente sin problema alguno, y junto a él a Alvaro, uno de los de su cuadrilla. El chico que la había ido a buscar, ya había cerrado la puerta detrás de ellos.
Confundida, Mónica tardó un tiempo antes de preguntar:
¿Qué diablos significa esto? ¿Por qué me habéis llamado de esta forma?
Ninguno de los tres contestó, y ella se percató de que allí no pasaba nada malo, aunque por la forma en que Toñete recorría con la mirada su cuerpo que sin duda se mostraba más que sugerente bajo la fina y apretada tela de su pequeño pijama, sí cabía la posibilidad de que pudiera suceder algo, y no bueno para ella.
¡Quiero una explicación inmediatamente! – gritó ella intentando hacer valer su autoridad.
Cálmese, profe – Toñete, como buen cabecilla de su banda, fue el que se dirigió a ella – ahora no pasa nada, pero imaginemos que hubiera pasado hace una hora. ¿hubiera usted podido acudir en auxilio de sus alumnos?
Mónica captó enseguida el mensaje del alumno. Ocupada en tratar de resolver sus propios enredos personales había cometido un gran error alejándose de los alumnos, es más, recordando a los chicos que habían acudido al lago, sabía que debía haber hecho lo posible para no haberles permitido a ellos salir del hotel. Hondamente preocupada no supo replicar y Toñete prosiguió:
Creo que no. Estaba muy ocupada en el lago retozando con su amigo el profesor ¿verdad?
Fue como una cuchillada trapera. Estaba claro que los tres chicos la habían visto con Juanma, probablemente ellos habían sido más espías que ella misma. Mónica empezaba a irritarse:
¿A donde quieres ir a parar?
Bueno, allí, en el laguito, aparecía bastante excitante sin su vestido, pero con tan poca luz y a tanta distancia…… nos quedamos con las ganas – Toñete sonrió burlonamente y siguió – Nos gustaría verla mejor ¿me comprende?
Mónica no podía dar crédito a lo que había escuchado. La estaba diciendo, con todo el descaro del mundo, que se desnudara delante de él y de los otros dos mocosos. La preocupación ya había dejado paso a una indignación que crecía por momentos y que acabó haciéndola explotar gritando:
¡Vosotros no estáis en vuestros cabales! ¿Me estáis pidiendo que me quite la ropa? No os dais cuenta de que os puedo meter un puro por esto ¿Qué creéis, que por haber abandonado un rato la guardia podéis obligarme a hacer algo así?
Vamos, seño, solo queremos verla en esa ropita interior oscura que llevaba allí. No le pedimos mucho – contestó de nuevo Toñete que ni la miraba a la cara, ocupado en recorrer su cuerpo con ojos libidinosos.
¿Qué no me pedís mucho? ¿Qué no me pedís mucho? – Mónica, cada vez más ofendida y enfurecida, se repitió incrementando el volumen de sus chillidos – ¿Entonces qué es mucho para vosotros? ¿Qué os la chupe o qué?
Toñete, al oír esa última pregunta, amplió su sonrisa y contestó, ahora sí, cruzando sus ojos con los de ella:
Eso sí que estaría bien ¿verdad chicos? –
Pero los chicos, más que asustados por lo que allí estaba pasando, no habían dejado de mirar al suelo durante toda la conversación. Mónica ya se había inútilmente arrepentido de su salida de tono, pero la habían sacado completamente de sus casillas y ahora buscaba la forma de contemporizar y acabar con esa incómoda situación.
Mirad, vamos a imaginarnos que esto no ha sucedido ¿vale? Yo me vuelvo a mi cuarto y vosotros os quedáis en el vuestro – y dicho esto se giró hacia la puerta de salida mostrando su apretado y respingón culito.
Y a esperar allí a Juanma ¿no? Creo que al director de la escuela no le va a gustar nada que le contemos lo que hemos visto hace un rato…… y a su marido seguramente le hará mucha menos gracia.
Toñete había vuelto a atravesarla con sus palabras y se volvió de nuevo hacia ellos con el rostro lleno de cólera. Era increíble, la estaban chantajeando por todo el morro y lo peor era que, ante su delicada situación, si ellos insistían en seguir adelante con aquello, no veía la manera de esquivarles. La reacción de su marido no le asustaba tanto, al fin y al cabo tampoco había pasado nada demasiado malo y él tenía un talante relativamente liberal. Lo que sí le preocupaba eran las consecuencias en su trabajo si llegaba a conocerse en el instituto su desliz y despreocupación hacia sus alumnos. Tuvo que contener sus ganas de coger al cabecilla por el cuello y estrangularlo, y con un fingido sosiego se dirigió a Toñete.
Supongo que te has dado cuenta de que hay un problema.
¿Cuál? – dijo Toñete un tanto perplejo.
A Mónica le parecía increíble que él, con sus continuas miradas a su cuerpo, no se hubiera percatado de que bajo su fino y ajustado pijama no llevaba ropa alguna. Contestó tranquilamente:
No llevo ropa interior.
Toñete se quedó callado pensativo hasta que uno de los dos azorados alumnos que le acompañaban se dirigió a él:
Oye, esto empieza a no gustarme, vamos a dejarlo.
¡No! Si no lleva ropa interior peor para ella, y mejor para nosotros – y sonriendo de nuevo lascivamente a Mónica siguió – Ahora que lo pienso me apetece más verla desnuda. ¡Vamos! ¡Fuera la ropa! Luego la dejaremos en paz.
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Noelia había oído los gritos en la habitación de al lado. No entendía que podía estar haciendo ella allí, con esos salvajes y salidos ocupantes, pero era evidente que las cosas no iban bien. Debía hacer algo, y pronto, y se le ocurrió que lo mejor era buscarle a él. No tenía ni idea de donde encontrarle, pero ya se las arreglaría
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Mónica había tenido finalmente que ceder a las pretensiones de su asqueroso alumno y acababa de despojarse del pequeño pantaloncito del pijama exponiendo su cuerpo totalmente desnudo a la vista de los tres chicos, bueno mejor dicho a la de Toñete porque los otros dos, al igual que ella misma, se mantenían cabizbajos, ella por vergüenza y ellos por la timidez propia de su edad y de la extraña aunque excitante situación en la que su “capo” les había metido. Estaba confusa, con la enorme duda de si estaba haciendo lo que debía o si tenía que terminar de una vez con ese absurdo strip-tease, pasara lo que pasara. Miró a su chantajista y le vio completamente absorto recreándose en su esbelta figura, en sus bonitas y torneadas piernas que invitaban al tacto, en sus pechos firmes, no muy voluminosos pero con aureolas y pezones oscuros y bien proporcionados, en su estrecha y delgada cintura bajo la que se abrían unas caderas perfectas, en su sobresaliente monte de venus en el que escondido bajo una densa y rizada selva de pelo negro latía intranquilo su sexo.
No sabía muy bien la causa, pero viendo al corpulento chaval tan ensimismado en observarla, como si jamás hubiera visto a una mujer desnuda, empezó a valorar la posibilidad de que en el fondo todo hubiera sido un farol, de que jamás se habría atrevido a ponerla en un aprieto, ni ante su esposo ni ante el director del instituto, y de que había obtenido un premio absolutamente inesperado para él mismo.
Había decidido dar por terminada esa incoherente sesión cuando a sus espaldas se abrió la puerta de la habitación y vio a Toñete, sorprendido, retroceder y a sus dos compañeros de panda y de habitación ocultarse, asustados, tras el corpulento cuerpo del cabecilla. Antes de que pudiera girarse Toñete exclamó en voz alta:
¡Coño! Es Juanma y la pardilla de Noelia. ¡Joder!.
Al darse la vuelta Mónica observó, tan sorprendida como los demás, a Noelia quedarse paralizada junto a la puerta de entrada, y a Juanma acercarse, con absoluta extrañeza pero con decisión, hacia la cama en cuyo borde se encontraba ella de pie, impúdica y deliciosamente desnuda.
De inmediato se tapó con brazos y manos tanto los pechos como su sexo mientras el rostro se le enrojecía por la vergüenza. Juanma por su parte no quitaba ojo del cuerpo de ella, aunque miraba también de soslayo a los tres chicos:
Que curioso y contradictorio, te muestras desnuda y sin tapujos ante tus alumnos y ahora te tapas ante mí. ¿Qué está pasando aquí? Al final va a resultar que no eres tan reprimida como pensaba y que hay cosas de ti que realmente debo conocer.
Mónica se sentía tan aturdida que ni podía pensar ni supo qué contestar. Se sentó en la cama esperando poder ocultar mejor sus vergüenzas mientras intentaba encontrar una explicación a todo lo que le estaba ocurriendo en ese desdichado viaje. Fue entonces cuando Juanma soltó el cinturón de su simpático Kimono, ese que por la tarde le había hecho tanta gracia a ella, y despojándose de él quedó ante todos tan desnudo como ella misma.
Así estaremos los dos maestros en iguales condiciones, ¿no crees, Mónica?
Pero Mónica casi ni había escuchado lo que él le había dicho. Ante ella aparecía en todo su esplendor lo que durante toda la tarde y noche había sido el objeto de su ferviente imaginación. Miraba fijamente la entrepierna de Juanma admirando cómo la realidad superaba a la fantasía. Tenía un miembro enorme, con unos testículos de tamaño superior al de una pelota de tenis y un pene que en estado aún fláccido era muy grueso y debía medir unos 15 centímetros.
¡Jooooder, que pollón! – exclamó Toñete incapaz de contener su admiración.
Era impresionante y Mónica se sentía incapaz de quitarle el ojo a la gran verga que reposaba aún tranquila sobre los huevos. Su blancura resaltaba entre el negro vello del que parecía nacer y el glande sobresalía ligeramente de su envoltorio natural, dando la impresión de que al formarse no hubiera habido suficiente piel para cubrir su tamaño.
Parece que te gusta lo que ves – le dijo orgullosamente Juanma con un tono de voz irónico que a ella no le pareció tan encantador como el que había mostrado en otros momentos del día.
Mónica observó como él se le acercaba aun más y se sintió empujada suavemente por su mano hasta caer semi-tumbada sobre la cama. Manteniéndose de pie él se situó a la altura de su cabeza y señalando la verga con una mano le dijo:
¿Te apetece tocarla? ¿Te gustaría sentir como crece entre tus manos?
Y sonreía mientras Mónica seguía sin poder apartar la mirada de su polla.
Vamos, anímate – y cogiendo la mano izquierda de Mónica la acercó a su miembro.
Mónica, indecisa, inicialmente no reaccionó, pero una creciente curiosidad hizo que finalmente se atreviera primero a acariciárselo ligeramente y después a cogérselo entre dos de sus dedos y levantarlo. Tras tantear durante unos instantes el peso de la magnífica verga de Juanma, la cogió también con la otra mano y cada vez más hipnotizada siguió acariciándola hasta que la encerró entre sus dos manos y lentamente empezó a mover la piel de arriba abajo.
Miguel empezó a suspirar diciéndole:
Bien, muy bien, sigue, sigue meneándomela.
En cuanto Mónica comenzó a masturbarle, sintió la polla de Juanma crecer y no hizo falta mucho para que pronto su mayor grosor y longitud hiciera que sus manos no pudieran abarcarla por entero. Extasiada con el enorme rabo al que estaba haciendo despertar siguió moviendo la piel para deleite del hombre que con la boca entreabierta seguía suspirando mientras sonreía a los alumnos que contemplaban anonadados la caliente escena.
Finalmente Juanma decidió pasar a la acción y agachándose le puso las manos sobre sus mejillas y tras acariciarla unos instantes acercó su boca sobre la de ella con ánimo de besarla. Por un instante Mónica pensó en advertirle de la presencia de los chicos, pero ante la posibilidad de romper de nuevo el hechizo en el que estaba sumida, decidió continuar pasara lo que pasara. Cuando los labios del hombre se posaron sobre los suyos cerró los ojos y esperó a que Juanma la besara primero en los labios y luego buscara con su lengua la de ella. Mónica entreabrió la boca y dejó que la lengua de su amante se introdujera en ella explorándola por completo.
A estas alturas Juanma ya había bajado sus manos por su cuello y había alcanzado con sus grandes manos los pechos, recorriendo inicialmente sus formas redondeadas mientras continuaba besándola con intensidad. Cuando sus atenciones manuales se centraron en sus pezones, rozándolos con las yemas de los dedos para y pellizcándolos después suavemente, con mucha maestría, Mónica reaccionó a las caricias respondiendo al beso, intentando conocer a su vez la boca del hombre que la estaba enloqueciendo, y sin soltar de sus manos el enorme falo que lentamente seguía creciendo entre ellas, replegando de forma natural aún más la piel y dejando al descubierto el rosado glande.
¡Mirad cómo le menea la picha! ¡Esto es la hostia! – Toñete, tan asombrado como los demás, y cada vez más caliente, radiaba el acontecimiento – ¡Mirad como crece, la va a hacer estallar!
Pero Mónica, embriagada de placer, no oía nada, solo sentía las manos y la lengua de Juanma sobre ella y empezó a necesitar sentir también, pero ahora dentro de su cuerpo, la grandeza del inmenso pene, una vez ya conocido éste visualmente y al tacto, por lo que tiró suavemente de él atrayendo al hombre, que seguía de pie, incómodamente agachado, hacia ella. Juanma dejó de besarla e incorporándose de nuevo se pegó a la cama y cogiendo con sus manos las de Mónica, que seguían aprisionando su pene, las dirigió hacia los pechos de ella. Dejándose guiar, notó como él dirigía la cabeza de su verga hasta golpear suavemente uno de sus pezones y después apoyarla con más firmeza dibujándolo con los primeros líquidos de su excitación.
Mónica quería más y por unos momentos liberó sus manos del preciado juguete y agarró las duras nalgas de Juanma, instándole a subirse a la cama y a acercar la gran verga a sus labios, ya impacientes de probar el manjar. Como si quisiera hacerla sufrir, él rehuyó la espléndida invitación y agachándose de nuevo se apoderó de nuevo de sus tetas y las manoseó brevemente, apoyó sus labios sucesivamente en los dos pezones y tras dedicarles la atención suficiente para endurecerlos, éstos continuaron su viaje hacia el estómago escoltados por las hábiles caricias de sus manos.
Mónica sintió un estremecimiento al adivinar las intenciones de Juanma y conforme sus besos bajaban del estómago al vientre acercándose a la oscura selva que servía de antesala a su sexo ardiente, comenzó a abrir lentamente las piernas que, hasta ese momento había mantenido púdicamente juntas, y agarró de nuevo con ambas manos la enhiesta polla que, pese a la notable erección, seguía colgando por el peso de su volumen.
¡Uaaaff! ¿Habéis visto el chocho de la profe? – Toñete volvió a dirigirse a sus dos agazapados compañeros cuando el sexo de Mónica apareció frente a ellos, completamente abierto y enseñando buena parte de sus rincones más ocultos- ¡Mirad qué raja! ¡Joder, me está poniendo a mil!
Esta vez Mónica sí escuchó las burdas palabras del alumno, pero en lugar de molestarla sintió una morbosa sensación excitando al chaval y abrió sus piernas completamente para calentarle aún más. Juanma ya había alcanzado con sus labios el vello de su pubis y sus manos recorrían el interior de sus suaves muslos levantándolos y preparando el terreno para el asalto de su coño. Presa de la excitación Mónica se incorporó ligeramente y volvió a tirar hacia ella de la verga intentando acercarla a su boca inútilmente pues Juanma, extrañamente, no colaboraba, manteniéndose de pie, aunque agachado, y arrastrando la verga con sus movimientos lejos del objetivo de Mónica.
Cuando Juanma le asió con sus grandes manos los cachetes de sus nalgas y abandonó las ingles que besaba con deleite, Mónica supo que había llegado el momento y se concentró en disfrutarlo, despreocupándose del mástil caliente que a duras penas mantenía entre sus manos. En efecto Juanma apoyó suavemente su nariz sobre los mojados labios de su sexo, aspirando el aroma de hembra caliente que desprendía, y unió sus labios con los de su vagina haciéndola gemir de gusto. Sus gemidos se intensificaron cuando le recorrió repetidamente el sexo con la boca, chupando y pellizcando suavemente con los labios sus más recónditos lugares.
El punto álgido llegó cuando él empezó a utilizar su lengua para continuar su trabajo y Mónica, soltando la enorme presa, llevó sus manos a la cabeza del hombre y la empujó hacia su coño como queriendo evitar que él pudiera abandonar la maravillosa tarea que estaba llevando a cabo, aunque pronto se dio cuenta de que Juanma, de momento, no tenía intención alguna de dejar de comerle el sexo, al contrario, cimbreaba su lengua por toda la raja y la introducía repetidamente tanto en su orificio vaginal como en el anal, que también se había convertido en objetivo de sus atenciones.
Mónica sabía que si Juanma la seguía lamiendo tan maravillosamente acabaría por correrse, pero prefería sentir todas las sensaciones del orgasmo con la gran polla en el interior de su sexo y manejando ella la situación. Cambió el sentido de la presión de sus manos sobre la cabeza de Juanma, separando de su cuerpo la boca, que relucía impregnada de la sexual humedad de su coño. Con rapidez se incorporó de rodillas sobre la cama, cogiendo a la vez de los hombros al sorprendido hombre e instándole a tumbarse boca arriba sobre la misma, deseo al que él complació obedientemente de inmediato.
Mientras acomodaba su posición moviéndose sobre sus rodillas para situarse frente a Juanma, Mónica pudo ver fugazmente a Toñete a los pies de la cama, sacando una de sus manos apresuradamente de los pantalones e interrumpiendo la paja que evidentemente se estaba haciendo. Esa imagen en la que se mezclaban la excitación que ella estaba provocando en el corpulento chico y la avergonzada maniobra de éste al haber sido descubierto por sorpresa, le produjo una placentera y extraña sensación de dominio sobre el alumno.
Mónica se empezaba a encontrar cada vez más a gusto siendo el centro de atención y disfrute de los allí presentes y decidió sacar el máximo provecho posible a una situación insólita apenas unas horas antes pero irreversible. Situó la entrada de su vagina justo por encima de la polla de Juanma que la sujetaba apuntando al cielo, cambió las manos de éste por la suyas propias para agarrar de nuevo el gran pedazo de carne y con lentitud comenzó a hacer bajar su cuerpo sobre el del excitante macho al que ahora tenía a sus anchas.
No pudo evitar lanzar una exclamación de placer cuando la cabeza de la gran verga se alojó en su interior. Se alzó sobre sí misma y volvió a bajar, introduciéndose un poco más la longitud del palo y mezclando ahora sus gemidos con los primeros de Juanma a quien obviamente le debía encantar la estrechez de su húmeda vagina mientras se acomodaba al tamaño del pollón que la estaba invadiendo.
Tras varios intentos, cada vez más profundos, Mónica consiguió por fin aclimatar su sexo al pene de Juanma y lo hundió por completo dentro de ella notando perfectamente la invasión de su gran volumen en sus entrañas. Permaneció inmóvil durante unos instantes, deleitándose con esa sensación de plenitud, antes de agacharse sobre él para besarle y comenzar a follárselo moviéndose pausadamente de arriba abajo y gimiendo quedamente de gusto.
Toñete se había acercado tímidamente al lateral de la cama, con la mano metida de nuevo bajo sus calzones y dudaba sobre qué hacer a continuación, hasta que su antiguo profesor le ayudó a decidirse instándole a subirse a la cama.
Mientras Mónica incrementaba el ritmo de la cabalgada y, a la par el de su placer, con la ayuda de las manos de Juanma, que se habían apoderado de sus pechos y los acariciaban expertamente, sintió sobre su trasero un roce diferente, más tosco, más torpe, no sabía definirlo. Giró el rostro y vio de rodillas junto a ella a Toñete que, como el día de la proyección, le sobaba el culo con mucho menos atrevimiento que aquel día.
En medio de una creciente excitación, Mónica se sometió al morbo de intentar dominar sexualmente al alumno que tantos sinsabores le había proporcionado últimamente. Irguió su cuerpo y agarrando de la cintura al chaval le hizo ponerse de pie sobre la cama y situarse frente a ella dando la espalda a Juanma que permanecía tumbado. Miró fijamente a Toñete, cuyos soeces comentarios hacía rato que no oía, apreciando en su cara la inquietud propia de quién desea muchas cosas y a la vez teme poder o no poder conseguirlas.
Ante la sorpresa del chico le bajó de un tirón los pantalones e hizo lo mismo con los grandes calzones, dejando a la vista sus duros testículos, tapizados de cortos pelos negros, y su erguido pene de color aceitunado oscuro, en total estado de erección. No le desagradó demasiado el olor que despidió la verga de Toñete, y continuó con sus maquiavélicos proyectos cuando, tal y como él le había hecho a ella, comenzó a pasearle las manos por el voluminoso culo para luego pellizcárselo con sus largas uñas. Después cogió sus cojones por entero con una de las manos y, tras acariciarlos brevemente con taimada dulzura, tiró de ellos suave pero firmemente hacia abajo.
Mónica se regodeaba con la cara de estupor del chaval que permanecía inmóvil pugnando por mantener el equilibrio cuya estabilidad dependía de la intensidad con que ella tiraba de sus huevos, una estabilidad que perdió casi por entero cuando ella acercó los labios a su polla y con un ligero chupetón desenfundó el glande reteniéndolo dentro de su boca y manteniendo el resto fuera de ella con una precisa presión de los dientes.
El estupor de Toñete se torno en auténtico pánico ante la embarazosa situación de peligro en el que se encontraba su miembro viril, cuya erección comenzaba a decaer, a merced de los dientes de su profesora. Juanma decidió en ese momento retomar las riendas de una follada cuya intensidad había reducido Mónica con su perverso juego, y comenzó a aplicar rítmicos movimientos con su pelvis, que provocaron la subida y bajada al unísono de los cuerpos del alumno y la maestra. Durante un par de minutos los tres ocupantes de la cama mantuvieron sobre ésta una curiosa especie de danza en la que Juanma llevaba el ritmo con sus fuertes golpes de riñón, Mónica se movía al compás del gran pollón que se abría paso y retrocedía en el interior de su vagina y Toñete se esforzaba, entre el temor y el morbo de la situación, por evitar que un movimiento suyo mal acompasado pudiera acabar con un señor mordisco en su virilidad.
Por suerte para el alumno la situación duró poco y cambió drásticamente. Mónica, cada vez más concentrada en las sensaciones que le estaba provocando la magnífica cabalgada sobre la verga de Juanma, olvidó sus malvados planes, quiso gozar plenamente de la situación de inimaginable sexo en la que estaba sumida y la polla que mantenía entre sus dientes pasó a ser toda una invitación a lamerla, a gozarla y exprimirla. De repente la engulló por completo y, sujetando firmemente a Toñete por el trasero, empezó a mamársela recorriéndola repetidamente con sus labios desde la cabeza a la base. El chico, tambaleándose ahora por el inesperado placer, no pudo evitar soltar un “uffff” cuando sintió todo su miembro en el interior de la boca de su bella profesora. Conforme ella incrementaba el ritmo con el que le comía la polla, ésta recuperó el tamaño perdido minutos antes y él ganó la suficiente confianza para tomar y acariciar los bonitos pechos de su profesora de dibujo.
Mirando a sus dos colegas, que empezaban a aclimatarse a lo que estaban viviendo, Toñete volvió a lanzar al aire sus exclamaciones, mucho mas ahogadas por la excitación.
¡Hooostiaaaa! ¡Chicos, mirad esto! Me está comiendo la picha, se la mete entera en la boca. ¡Esto es acojonante! ¡Joooder como me gusta!
Las palabras de Toñete calentaron más aún a Mónica que comenzaba a vislumbrar un cercano orgasmo y soltando el culo del chico agarró el cuerpo del pene que sobresalía de su boca y comenzó a masturbarle con fuerza mientras con su lengua recorría ávidamente la cabeza del mismo y todo ello sin dejar de acariciar sus pelotas.
¡Joder, no puedo aguantar mas! ¡Cómo me la chupa!
Mientras decía esto Toñete, consciente de su inminente corrida, intentó recular para sacar su verga de la deliciosa boca de Mónica y lanzar su semen fuera de ella, pero la maestra, también al límite de su propio placer por la fuerza de las embestidas de Juanma, le sujetó de nuevo por el trasero y volvió a engullirla por completo, moviendo la lengua en toda su extensión.
¡Ay, profe, no puedo frenarme! ¡Voy a correrme dentro de su boca!
Mónica sintió cómo Toñete, ya maravillosamente resignado a lo que iba a pasar, la cogía por la cabeza y se apoyaba en ella para follarle la boca unas cuantas veces antes de pararse y, con un entrecortado aullido, empezar a soltar su juvenil esperma. Notar la salida de los abundantes chorros de semen del chico fue el detonante para que ella misma alcanzara su propio clímax con grandes gemidos que quedaron ahogados al tener ocupada su boca por la polla de Toñete dejando escapar las últimas gotas del final de su extraordinaria corrida.
Recuperándose de su orgasmo Mónica notó como Juanma había dejado sabiamente de moverse mientras Toñete, sacando su mojado y goteante miembro del glorioso recinto en el que había vomitado su esencia, volvía a mostrar su orgulloso logro a los otros dos alumnos.
¡Chicos, esto ha sido la hostia! ¡Miradla, miradla, aún guarda toda la lefa que le he echado en su boca!
Incapaz de tragarse la leche del chico, y sin un kleenex a mano para limpiarse con él, como hacía con su marido las veces que él se corría en su boca, Mónica pensó por un instante en escupirlo pero finalmente decidió dejarlo caer sin más por las comisuras de sus labios. Con Toñete acercando de nuevo y frotando el decadente pene entre sus labios, ella fue dejando escapar poco a poco, con premeditada lentitud, la totalidad del espeso líquido blancuzco que, resbalando por su barbilla, goteó hacia abajo mojando sus senos y aterrizando en el abundante vello negro del pubis de Juanma.
Éste último contemplaba, con auténtico deleite, la caliente escena protagonizada por su “remilgada” amiga profesora y el alumno que mas repulsión le producía a aquella, hasta que pensó que era el momento de gozar él de la hermosa hembra a la que había conquistado casi sin proponérselo. Un rápido movimiento de incorporación, sin dejar que su verga abandonara el cálido recinto en el que se aposentaba, hizo que Mónica quedara tumbada boca arriba con la cabeza a los pies de la cama y él encima de ella dominando la situación. Toñete, aun tambaleante, se bajó de la cama y se acercó a sus dos excitados compañeros sin dejar de mostrarles una gran sonrisa de triunfo.
Antes de comenzar a follarla de nuevo, Juanma miró a Mónica y ambos, en voz muy baja, lejos de los oídos de los cercanos chicos, iniciaron un pequeño diálogo:
Tenías razón Mónica, hay cosas de ti que efectivamente no conocía, y aún me cuesta trabajo creerlas.
Yo no me refería a tanto, Juanma. Cuando estoy muy excitada me lanzo bastante a tumba abierta, pero lo de hoy es algo que aún no me explico. Esa sensación de dominio sobre Toñete, luego tener su polla entre mis labios y sentir tan en directo su brutal orgasmo mientras me penetrabas con esa inmensa cosa que tienes dentro de mí, ha sido de lo más excitante que me ha pasado jamás.
Te lo he dicho muchas veces, hay que dar rienda suelta a todos los sentidos y aprovechar el momento sin pensar en otra cosa que en gozar.
¡Si mi marido supiera lo que está pasando!
A lo mejor tu esposo disfrutaría tanto como tú y cómo pienso disfrutar también yo.
Mónica inmersa en lo que había pasado se dio ahora cuenta de que Juanma estaba aún dentro de ella, con el pollón ocupando todo su interior e indudablemente con ganas de culminar su propio placer. Cuando él empezó de nuevo a joderla y se apoderó de sus redondos pechos, Mónica sintió que el placer volvía a visitarla. Se aferró a la espalda del macho que tenía sobre ella y cruzó las piernas por encima de las de él para permitir la máxima penetración de esa gran estaca que se movía sin descanso.
Durante los siguientes minutos Juanma demostró a Mónica que ese aguante del que tanto presumía era cierto, y con sus acompasadas y profundas embestidas y un perfecto trabajo de sus manos y lengua sobre los adorables pechos de la mujer, la fue llevando de nuevo a las cercanías del placer, hasta que tuvo que suplicarle:
Por favor, saca tu polla, déjame verla, déjame tocarla.
Juanma extrajo su verga, completamente humedecida, del caliente sexo de Mónica, se desplazó hacia el pie de la cama y puso sus rodillas a la altura de los hombros de ella. Mónica observaba, cada vez más impresionada, cómo se acercaba a su rostro la plenitud de la erección de él. Durante un par de minutos Juanma jugó con su gran miembro colocándolo entre los pechos de la mujer, sin poder envolverlo con ellas por su tamaño, moviéndolo lentamente e incitándola a atrapar con sus labios el prepotente glande. En efecto Mónica se esforzaba en capturar el grueso cipote consiguiendo apenas rozar con la lengua la babeante punta sonrosada y excitándose cada vez más ante la inminente posibilidad de poder meterse eso en la boca.
Decidió que era el momento de darse ambos el gustazo y agarrando la polla de Juanma tiró de ella y se metió de golpe la cabeza de ésta en la boca, consiguiendo arrancar del hombre un gemido de gusto, al que siguieron varios más mientras ella, pajeándole con ambas manos, se regodeaba lascivamente con el tamaño y el sabor sexual del prepucio que llenaba su boca. Tirando del deseado juguete consiguió abarcar con sus labios cerca de la mitad del mismo, pero de ahí no pudo pasar y tampoco pudo usar su lengua para jugar mucho con él, de modo que pronto prefirió sacarlo al exterior y dedicarse mejor a lamer por fuera toda su extensión mientras sus manos se ocupaban de acariciar y pellizcar suavemente los peludos y duros huevos del excitado amante.
Juanma había bajado una de sus manos hasta su sexo ardiente y le acariciaba el clítoris con tal maestría que Mónica, perdida ya por completo en un absoluto descontrol sexual, volvió a pajearle con fuerza y llevó la lengua en sus lamidas a recorrerle los testículos y a continuar aún más abajo, alcanzando el orificio anal. Cuando empezó a besar el esfínter aplicando sus labios húmedos, oyó a Juanma suspirar profundamente antes de escuchar su voz.
¡Ohhhhh, Mónica! ¡Qué maravilla que me beses el culo! Es una de las caricias que más me calientan y que seas tú quien me lo haga aún mucho más. ¡Vamos, continúa así! ¡Eres soberbia!
Aún más arrebatada con las palabras de Juanma ella no se limitó a usar sus labios, sino que comenzó a jugar también con la lengua, circulando por los agrietados bordes del ano del hombre que tenía sobre ella, y a introducirla repetidamente por el orificio constatando cómo él se moría de gusto con su buen quehacer.
¡Buuuffff! ¡Esto es único Mónica! – exclamó Juanma mientras sustituía las manos de Mónica por las suyas propias para masturbarse mientras su orgasmo se aproximaba – Estás haciendo que me muera de ganas de correrme sobre ti.
Cuando Mónica notó que él se separaba y empezaba a arrastrarse hacia su sexo con evidente intención de terminar en él, puso sus manos sobre las nalgas de Juanma reteniéndole, intentando hacerle ver lo que ella realmente deseaba. Con satisfacción comprobó que él la había entendido y tras deshacer el escaso camino realizado, Juanma volvió a situar la imponente vara sobre su rostro, masturbándose con ambas manos cada vez con más fuerza.
Los suspiros de Juanma empezaron transformarse en furiosos resoplidos y Mónica, en un estado de máxima excitación pese a estar libre en ese momento de cualquier caricia sobre su cuerpo, concentró su mente en disfrutar al máximo con la inminente corrida de su amante. En efecto el orgasmo de Juanma no tardó en llegar con un grito gutural que resonó con fuerza en la habitación. En el momento en el que él detuvo los movimientos sobre su verga, ella pudo observar una pequeña gota desprenderse de la punta de su pene y de inmediato abrió su boca, justo a tiempo para recibir un imponente escupitajo de esperma que se coló hasta su garganta. Mientras quedaba sorprendida por la fuerza del inicio de la corrida, que se tragó sin apenas saborearla, un segundo chorro de leche se estrelló violentamente en uno de sus ojos, cegándola por completo, y un tercero fue a parar con igual intensidad al centro de su frente para de inmediato resbalar hacia sus labios bordeando la nariz. Antes de permitir que el pollón siguiera escupiendo al aire, ella lo cazó con su boca recibiendo el resto de la corrida de Juanma en ella. Entusiasmada con la abundancia de la leche recibida se recreó en mantenerla en su boca junto a la fuente de la que manaba, la saboreó y se la tragó sin pensar siquiera que era la primera vez que se tragaba el semen de un hombre.
Toñete volvió a dirigirse a sus dos colegas:
¡Que corrida! ¡Mirad a la profe, está pringada! ¡Que cantidad de leche tenía el cabrón en sus huevos! ¡Venga! ¿A qué esperáis, tíos?
Las soeces palabras del alumno, la excitante sensación de empape lácteo en su cara y el sabor del semen que todavía degustaba lascivamente, tenían a Mónica al borde de culminar su propio placer.
Juanma, recuperándose de su orgasmo, se dio cuenta de la situación y con su enorme verga aún lo suficientemente álgida la penetró por la vagina, sin dejar de estimularle el clítoris, e inició un fuerte bombeo al que ella respondió más con gritos que con gemidos, convencida de que se avecinaba un increíble orgasmo.
Justo antes de que éste llegara notó su rostro mojarse de nuevo. Al abrir los ojos contempló a los dos tímidos compañeros de Toñete aliviar la erección producida por la sesión de sexo recién vivida y eyacular sobre ella mientras, gimiendo, terminaban una masturbación no exenta de cierta desconfianza. Consiguió capturar entre sus labios algunos disparos del semen de los chicos antes de que el placer hiciera presa en ella de un modo muy superior a todas sus previsiones. Agarrada a la fibrosa espalda de Juanma y arañándole con violencia, Mónica disfrutó del orgasmo que más sensaciones placenteras le había producido jamás, y que sirvió de broche perfecto a su alocada aventura sexual.
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Junto a la puerta de entrada a la habitación, Noelia había contemplado primero con incredulidad y luego con creciente excitación la maravillosa unión de sus dos más queridos profesores, salpicada por la morbosa presencia de los tres repulsivos compañeros de curso. Nadie parecía haberse dado cuenta de su presencia. Nadie se había percatado del juego de sus dedos en su caliente rajita. Nadie se había dado cuenta de que por primera vez en su vida había gozado del mayor de los placeres del sexo.
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Mientras se aplacaban sus sentidos, Mónica tuvo la fugaz sensación de haber vivido un auténtico cuento erótico y por un breve instante volvió a acordarse de su traicionado esposo y de los relatos de infidelidad que leían juntos. Asaltándola un ligero sentimiento de culpabilidad, se preguntó si sería ella capaz de escribir su propia aventura y hacérsela leer a él.Escribirme a la dirección de correo:
Gracias a todos los que dejéis un comentario o una invitación.
 
 

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