HOLLYWOOD FAMILY
Mis padres son actores famosos. Guapos, deseados… ejemplos de lo que llaman con cierta cursilería el sueño americano. Los llamaremos Bret y Angela, para entendernos. Bret es alto, castaño, atractivo… realmente no vale la pena describirlo mucho más porque tampoco sale mucho en la historia. Mi madre, en cambio, tiene un papel principal. Es alta, de labios carnosos, busto generoso, figura esculpida en el gimnasio, color de pelo variable, edad indefinible (¿40 que parecen 30? ¿45 que le permiten interpretar papeles de 35?). En definitiva es toda una “sex symbol”. Mi familia es un poco peculiar. Primero está mi hermano mayor, José, adoptado en España, moreno, alto y atlético. El mediano soy yo, Johnny, el único biológico, rubio y de aspecto delicado. La pequeña, Jenny, adoptada en Méjico, siempre ha tenido problemas de salud. Los medios publicaron, de hecho, que tenía algo grave y contagioso, de lo que se puede morir. Nada más lejos, en realidad está bien, solo es algo débil. Jenny tiene los ojos negros y el pelo oscuro y es toda una belleza.
Puede parecer que por ser el único hijo natural sería el favorito de mis padres. Más bien al contrario. José es el favorito de mama. Fue el primero y siempre han tenido una complicidad especial. Además, él la adora, no necesariamente de la forma habitual entre madre e hijo, si ustedes me entienden… Luego llegué yo, de un modo un tanto incomodo, tras nueve meses de embarazo y un parto doloroso, molestias que mis hermanos no causaron. Mi hermana es la favorita de nuestro padre. No se si por ser chica, por tener la salud delicada o por ser un encanto. Yo, por otro lado, soy el niño mimado del servicio. Teniendo en cuenta que pasamos mucho más tiempo con las criadas que con nuestros padres, no es mala mi situación, pensándolo bien. Con mi hermano sí que he competido alguna vez por el cariño de mi madre (siempre he salido perdiendo) pero con mi hermana no. Nuestra relación es especial, nos llevamos muy bien desde que recuerdo. Ignoro si al servicio le sedujeron mi afabilidad de carácter, la paradoja que siendo el único hijo de su sangre, fuera el menos favorecido por mis padres, o alguna otra circunstancia, pero todos los trabajadores de la casa han sido siempre mis cómplices, especialmente Lucia, la hija de la cocinera, unos 5 años mayor que yo, una chica muy guapa, con la que tuve mis primeras fantasías sexuales (alguna de las cuales se convirtieron en realidad, como luego explicaré).
Desde que recuerdo mi hermano ha estado obsesionado con nuestra madre. Cuando veíamos sus películas, a mi me daba vergüenza mirar sus escenas de amor. José, en cambio, de deleitaba con ellas. Luego le pillaba volviéndolas a ver una y otra vez, en el dvd. También empezó a buscar fotos sexys suyas en internet, tanto reales como “fakes”, con su cara y el cuerpo de otras. Finalmente no tuvo bastante con eso y decidió espiarla desnuda mientras se duchaba o se cambiaba de ropa. Recuerdo cierta ocasión, mi hermano tendría unos 16 años y yo 14. Mama había vuelto de un rodaje de varios meses y llevaba un par de días en la casa. Estaba poniéndose el bañador para bajar a la piscina. Mi hermano la espiaba a ella y yo le espiaba a él. De repente, mama abrió la puerta de golpe y le sorprendió. José murmuraba una excusa sin poder ocultar su visible erección. Ella sonrió, le dio un beso en la mejilla y fue a bañarse sin más comentarios. Si me hubiera pillado a mi me hubiera ganado una buena, pero este cabrón no podía hacer nada mal a sus ojos.
En el colegio, tanto él como yo ligábamos bastante. Somos, modestia a parte, guapos y tener padres famosos nos confiere cierto atractivo, como si perteneciéramos a una especie de aristocracia. Un día, no mucho después del episodio de la piscina, mi hermano se trajo a una novia a casa. Era una compañera de clase, seguramente la más guapa. Se encerraron en su habitación, pero como hacía calor dejaron una rendija abierta. Curioseaba más por aburrimiento que porque esperara ver alguna cosa. Pero la vi. Estuvieron un rato besándose, luego ella le quitó la camisa y le pasó la lengua por el pecho y la barriga hasta los pantalones. Los desabrochó y el pene de mi hermano asomó erecto entre el calzoncillo. La chica (nunca recode su nombre) lo besó dos veces en la punta y se puso a chuparlo. Se notaba que no era la primera vez que lo hacía. Mi hermano cerraba los ojos y se dejaba llevar. En el momento en que su corrida desbordó la boca de la chica creí oírle murmurar: “mama”.
La escena me había dejado bastante cachondo. Al día siguiente invité yo a una amiguita a mi casa, pero no pasamos de besitos. Era la primera vez que me enrollaba con una chica y estaba nervioso. Esa misma noche Lucia me encontró pensativo.
– ¿Qué te pasa campeón? ¿No fue bien con tu amiga?
– No se. Creo que soy un poco torpe besando.
– No seas tonto. Solo te falta algo de práctica. Ven, te ayudaré.
Me cogió de la mano y me llevó a su habitación. Nos reclinamos en su cama y empezó a besarme en los labios.
– Ahora saca un poco la lengua.
Continuamos un rato con la faena. Sabía besar muy bien y al llevar ella la iniciativa yo estaba más tranquilo. Cuando paramos me miró la entrepierna. Mi bulto era considerable.
– Te ayudaré con eso- dijo, y me desabrochó la bragueta. Mi pene salió dando un bote, como el de José con su amiga. Me la cogió con su mano derecha y comenzó a subir y a bajar. Era la primera vez que me la tocaba una mano que no fuera mía. Al cabo de un rato me corrí a borbotones. Sonrió, me dio un piquito y se levantó.
– A que ya estas mejor…
Los meses siguientes mi hermano siguió espiando a mama, masturbándose con su material de Internet y con las películas en que salía ella desnuda o en la que tenía alguna escena de sexo y trayendo de vez en cuando amiguitas a casa. No se hasta donde llegó con ellas porque deje de espiarle. Tenía mis propios asuntos. Con mi compañera de clase me enrollé mejor, días después, pero no pasamos de ahí. Con Lucía repetimos el numerito de su habitación “para que yo practicase”. Después de morrearnos ella siempre me hacía una paja. Al final ya, nada más empezar a besarnos, llevaba su mano a mi paquete y me masturbaba mientras su lengua jugaba con la mía. Poco a poco yo fui siendo más osado y le tocaba las tetas, el culo, incluso entre las piernas. Un día que la manoseaba torpemente en las bragas me dijo: “Quieres que te enseñe a dar placer a una chica” Ese fue el primer día que la masturbe yo a ella. Desde entonces, cada vez que lo hacíamos, la rutina era comernos la boca mientras nos pajeábamos mutuamente. Me encantaba correrme en su mano mientras la besaba y notaba como ella se corría entre mis dedos.
Todo cambió cuando llegó Nancy. Era una enfermera que mis padres contrataron para cuidar de mi hermana en sus accesos de debilidad. Tenía unos 20 años, era alta, rubia y preciosa. ¿Qué puedo decir? Me enamoré de ella como un bendito. Debía tener unos diecisiete años a aquellas alturas y a pesar de mis avances con Lucía y de salir de vez en cuando con alguna amiga de mi edad, seguía siendo técnicamente virgen. Tres o cuatro años de diferencia pueden no parecer muchos, pero en aquellos momentos me parecían insalvables. Cierto que Lucia también era mayor que yo, pero con ella era diferente. Nos conocíamos de toda la vida, había confianza. Además nuestra relación era distinta. Ella tenía sus novios y yo mis amigas. Era un jugueteo sexual, no un enamoramiento. Con Nancy, tan guapa, tan dulce, tan buena con mi hermana… No sabía como acercarme a ella. Hice algún intento de darle conversación ante la mirada desaprobadora de Jenny, que parecía querer decirme que la avergonzaba con mis torpes acercamientos y que no hiciera el ridículo. Mi hermanita, a pesar de sus problemas, se estaba abriendo como una flor y cada día concitaba más comentarios de admiración en quienes la veían. No me di por vencido y traté de coincidir con la joven enfermera a solas, por los rincones de la casa por los que se adentraba, buscando el baño o algo para Jenny. Un día conseguí convencerla de que cenara conmigo a solas, con la excusa de enseñarle los premios de mis padres. Cuando intenté besarla puso la mejilla y me dejó confundido y frustrado. En otra ocasión la invité al cine y al despedirnos ella misma me besó en los labios, como para agradecerme mi caballerosidad. Cuando, en una tercera cita, la llevé a la zona vip de una famosa discoteca a la que pasamos sin hacer cola, se lanzó sobre mí, en el sofá que presidía la sala, frente a la barra y nos enrollamos. Esa misma noche, cuando la limusina familiar paró ante su casa, me invitó a entrar. Pasamos a su habitación en silencio y empezamos a besarnos y a quitarnos la ropa. No era como besar a Lucia o a alguna amiga. Era especial. Parecía que el corazón se me saldría del pecho. Me besó por todo el cuerpo y me bajó los pantalones. Estuvo chupándomela un rato, como una experta. Creía estar en el cielo. Luego, se puso sobre mí, y ella misma dirigió mi pene a su vagina. No tardé mucho en correrme, pero eso a ella no pareció importarle, como si anticipara mi inexperiencia y lo esperara. Seguimos un rato besándonos. Tras unos minutos volvió a chupármela, hasta que se puso dura de nuevo. La segunda vez que lo hicimos estuve yo arriba y duré más. Podía oír el sonido que producía el roce de nuestros cuerpos, sentir el calor de su intimidad contra la mía. Quedamos satisfechos y rendidos. Nunca había sido tan feliz.
Mantuvimos nuestra relación en secreto. Mi hermana notaba algo y no le gustaba. Parecía estar celosa de nuestra reciente complicidad. Era comprensible, Nancy era “su” enfermera y habían trabado una fuerte amistad en los meses que estaban juntas. Que su hermano se metiera por medio, atraído por una cara bonita, podía ser molesto. Otra que percibió algo era Lucia, a la que había dejado de visitar en su habitación, pero elegantemente no dijo nada.
Transcurrieron unos meses de idilio para mí. Observaba a mi hermano ser cada vez más atrevido con mi madre, pero me daba igual. Tenía mi propia obsesión. No obstante, no podía dejar de darme cuenta de que los abrazos de José a mama, cuando volvía de un rodaje o de un viaje solidario, del que siempre temíamos nos trajera algún hermanito, que agrandara aun más la familia, eran más largos de lo necesario, que la manera que se frotaba con ella no era casual y que su forma de buscar un beso en los labios no era por cariño filial únicamente. Cierto día la cogió por detrás, pegó su paquete al culo de ella, la rodeo con los brazos de modo que por abajo le rozaba las tetas y la besó en el cuello. Ella rió, forcejeó para soltarse y premió su osadía besándole brevemente en la boca, beso que él trato de alargar sin conseguirlo. Ni mi padre ni mi hermana se dieron cuenta, pero José estaba terriblemente excitado y si uno se fijaba en el bulto de su pantalón podía advertirlo. La que estoy seguro que sí lo percibía era mi madre, que inexplicablemente no cortaba aquella atracción aparentemente enfermiza, sino que la incrementaba con su pasividad, fingiendo una normalidad que no podía creerse a aquellas alturas. Pero todo aquello, en aquellos momentos, a mi me daba igual. Mi romance con Nancy ocupaba todas mis energías. En su casa o en la mía, que era grande y estaba medio vacía casi todo el tiempo, con mis padres ausentes, conseguíamos momentos de intimidad en que dejábamos libres todos nuestros instintos y teníamos sexo de todas las maneras y en todas las posturas. Hasta que ocurrió aquello.
Un día que había quedado con mis amigos y no con ella, volvía pronto a casa, después de que a uno de ellos se lo llevasen al hospital con un coma etílico. Mi madre estaba rodando, pero mi padre no y descansaba en casa unos días antes de comenzar la vorágine de la promoción. Cuando llegué a la entrada Lucía me recibió con una mirada espantada. Pregunte si le pasaba algo a mi hermana y respondió que no, que dormía. Seguí interrogándola pero se mostró evasiva. Finalmente me contemplo compasiva y dijo: Bueno, es mejor que te enteres. Me cogió de la mano y me hizo acompañarla hasta los aposentos de mis padres. Me hizo una seña para que guardara silencio y me indicó que mirara por la puerta entreabierta. Allí estaban. Nancy y mi padre haciendo el amor. Follando como perros. Había notado a Nancy muy amble con mi padre los últimos días, pero era normal que los empleados fueran deferentes con mis padres y no le había dado más importancia. En la habitación, Nancy cabalgaba sobre mi padre como lo había hecho conmigo solo unos días antes. Quedé abatido. Emprendí el camino a mi habitación seguido por Lucia, que trataba sin éxito de consolarme. Estaba tan bloqueado que ni siquiera podía llorar. No se le podía reprochar nada a mi padre, salvo la infidelidad respecto a mi madre, pues nada sabía de la relación entre Nancy y yo. La traición de ella sin embargo era mayúscula. Parecía obvio que yo ni siquiera le gustaba, todo era una estrategia para acceder al modo de vida de mi familia, a nuestro mundo privilegiado, pero en el que no podías confiar ni enamorarte de nadie. Le había atraído la limusina, los restaurantes caros que no se podía permitir sino en nuestra compañía, la zona vip de las discotecas de moda a las que accedíamos sin hacer cola, los amigos famosos que le presentabamos…
Me tumbé en mi cama y Lucia se tumbó conmigo y me abrazó. Permanecimos así unos instantes. Le toqué la cara y ella me besó en la mejilla. Luego nos besamos en los labios y empezamos a acariciarnos y a besarnos con lengua. Todo parecía indicar que seguiríamos nuestra rutina sexual habitual de antes de la irrupción de la enfermera infiel, es decir una mutua masturbación, pero no. Ella me besó por el torso y el vientre hasta llegar a mi pene que chupó por primera vez, con exquisita delicadeza. Luego se levantó y nos terminamos de quitar la ropa. Nunca habíamos llegado tan lejos. Estaba claro que aquello era algo especial, que difícilmente se podría repetir. Se tumbó sobre mí y nos acoplamos a la perfección. Su cuerpo cayó sobre el mío como un manto y nos besamos mientras mi miembro entraba y salía de su entrepierna. Lo cierto es que cuando terminamos me sentía un poco mejor. Lucia era una gran chica y yo era afortunado por tenerla a mi lado, pero no estábamos enamorados ni íbamos a tener una relación como la que yo había imaginado con Nancy.
Los días siguientes fueron duros. El servició conocía la situación, pero ni mis padres ni mi hermana sospechaban nada. Mi padre creía ser el único amante de Nancy y ella no sabía que yo los había descubierto, aunque debió sospechar algo cuando me negué a hablar con ella y procuré evitar verla. Mi hermana comenzó a intuir que algo iba mal al ver como la rehuía, aunque hasta donde yo sabía, no tenía ni idea de lo nuestro. Tenía claro que no iba a descubrirlos. Simplemente no tenía fuerzas de enfrentar a mi padre ni a ella. No diría nada, me escondería de ambos y dejaría que el tiempo pusiera las cosas en su lugar. Nancy era una buena enfermera para Jenny. Mi hermanita no tenía que pagar por pecados que no había cometido, pecados de su padre y de su hermano.
No tuve que esperar mucho para que la situación diera un vuelco. Mi madre volvió de su película y no tardó en pillar a mi padre con su amante. Uno podría imaginar que con mi madre de vuelta tendrían más cuidado, pero no. Ebrios de orgullo y erotismo, continuaron follando como hasta entonces, confiados en que nadie sabía lo suyo, cuando todo el servicio estaba al corriente desde el principio, como lo habían estado de lo mío con ella. No se como se produjo el acontecimiento, es decir, como se enteró mama. Pero lo hizo. Las escenas en las siguientes jornadas fueron dantescas. Nuestra extraña familia se resquebrajaba. Mi madre echó a mi padre de casa y por supuesto Nancy fue despedida y así desapareció de nuestras vidas como había llegado a ellas: sin avisar. Llegó sin anunciarse y se fue sin despedirse y rodeada de vergüenza. Con el tiempo mis sentimientos hacia ella fueron transformándose y ahora me da pena e incluso me despierta alguna simpatía, acrecentada por el hecho de que trató siempre bien a Jenny. No debe ser fácil resistirse al impulso de tratar de compartir nuestro falso paraíso, nuestro olimpo de belleza, riqueza y fama. Mi hermana se quedó de la noche a la mañana sin acompañante, sin enfermera y sin amiga. Un día la encontré en la piscina sola, con aspecto triste, jugando a tocar el agua con la punta del pie. Llevaba un bikini y estaba preciosa a sus esplendidos 16 años. Para aquel entonces yo ya tenía 18. No pude evitar fijarme en sus pechos incipientes y sus ojos oscuros, bellísimos.
– Imagino que lo de papa y Nancy habrá sido duro para ti- le dije haciéndome el comprensivo
– Y para ti también- respondió, y ante mi extrañeza, añadió- No me chupo el dedo.
Jenny me contó que sospechaba que su enfermera y su hermano estaban liados, hasta que alguien del servició se lo confirmó. Luego, también se dio cuenta en seguida, que mi padre y ella coqueteaban, e imaginó como acabaría aquello.
– Cuando veía que se te caía la baba con ella me ponía celosa, pero no como piensas. No es que temiera que la alejaras de mí, ella era una buena profesional y nunca descuidó sus deberes conmigo, ni escatimó sus atenciones. Temía que ella te alejara a ti de mí. Que ya no volviera a haber la misma confianza, la misma complicidad entre nosotros. Antes nos lo contábamos todo. Ahora es evidente que ocurren cosas importantes en tu vida que me ocultas. Luego temí que te hiciera daño. Te quiero y no quiero que sufras. Podía ver lo que iba a pasar, pero no podía hacer nada por evitarlo. Además también quiero a Nancy en cierto modo. La odio por hacerte daño y destrozar nuestra familia, pero a la vez la quiero, porque es mi amiga y siempre ha sido buena conmigo.
Después de este discurso nos abrazamos. Le dije que la entendía y que procuraría que no nos distanciásemos. Sus pezones se clavaban en mi pecho y cuando me besó en la mejilla, muy cerca de los labios, no pude evitar excitarme un poco. Trate de alejar esa idea de mi mente. Era mi hermanita, yo estaba loco por ella, no podía verla como una mujer…
Mi madre, después de echar a mi padre de casa, se quedó bastante deprimida. De nada sirve ser una de las mujeres más deseadas del planeta si tu marido te pone los cuernos con una rubia más joven. Todos nos volcamos en ayudarla, especialmente, como se podrán imaginar, mi hermano, que se convirtió en su sombra, acompañándola noche y día. En cierta ocasión estábamos viendo la tele, cuando salió una noticia relativa a mi padre y unos rumores que decían que había encontrado consuelo tras su ruptura con mi madre en los brazos de otra mujer. Mama se fue a su habitación, supusimos que a llorar. José y yo fuimos tras ella, pero él se me adelantó, como no, y yo quedé en un segundo plano, sin llegar a entrar en la habitación, pero viendo perfectamente lo que ocurría y sin ser visto, ni, por lo que ocurrió, deduzco, recordado tampoco. Mi madre lloraba y mi hermano (su hijo) la consolaba: “Eso debe ser mentira, papa esta loco si prefiere a esas putitas que a ti. Tú eres perfecta. Eres la mujer más hermosa del mundo.” Y diciendo esto le secaba las lágrimas y la besaba en las mejillas. Ella se tranquilizó, le acarició la cara y le besó en los labios. Lo había hecho otras veces, incluso delante nuestro y de papa, como muestra de cariño, pero esto parecía diferente. Lo volvió a hacer deteniéndose, alargándolo más que de costumbre. Por primera vez era ella la que lo prolongaba y no él. Los besos pasaron a ser con lengua. No podía creer lo que estaba viendo. Sin embargo me estaba excitando. No podía evitarlo. José estaba paralizado. Lo que tantas veces había soñado se estaba haciendo realidad ante sus ojos. Mama se estaba desnudando. Era aun más guapa que en las películas. Yo me quería ir de allí, quería dejar de contemplar aquella aberración, pero no podía. En lugar de eso me la saque y empecé a meneármela. Era un espectáculo terrible pero exquisito. Verlo me dolía, pero nunca había estado tan empalmado, nunca la había tenido tan dura. Mi hermano había reaccionado y estaba besando los pechos de mi madre, los que me habían dado de mamar a mí, pero no a él. Parecía que ahora se estaba desquitando. Ella le subió la cara para que la mirara a los ojos y comenzaron a besarse como amantes un rato más. Después ella le desnudó a él y se puso a chuparle la polla, como lo había hecho aquella amiguita algunos años antes, mientras él soñaba que era su madre, la gran actriz, la que lo hacía. Ahora sí era ella, ahora podía susurrar su nombre, podía gritar “mama” mientras se corría sin miedo a ser descubierto en su obsesión, sin miedo a ser descortés con su compañera y lo más importante, siendo verdad. José tomó la iniciativa por primera vez y la interrumpió antes de correrse. Volvieron a besarse, a comerse la boca como si ninguno de los dos se lo terminara de creer, como para demostrarse que aquello era real. Luego él bajó con su boca por el cuello de ella, la besó por todo el cuerpo, hasta llegar a sus piernas. Esquivó el monte de Venus y la besó en los muslos. Ella jugueteaba con los pies, tocándole el miembro con la planta, tratando de agarrarlo entre el pulgar u los otros dedos. Finalmente él empezó a comerle el coño. Parecía que era diestro en esas lides porque mi madre prorrumpió en gemidos cada vez más evidentes. Cuando terminó, con ella estremeciéndose, escaló por su cuerpo hasta su boca y volvieron a besarse mientras trataba de colocar su pene a la entrada de su vagina. Ella lo detuvo un momento, como pensando por última vez si quería dar ese paso. “¿Si Woody Allen puede, por qué yo no?” la oí murmurar y la polla de mi hermano entro en el coño de nuestra madre sin ningún impedimento. “Mama, te quiero”, gritaba él sin el menor reparo. “Yo también a ti cariño”, respondía ella emocionada. Estuvieron un rato en la posición del misionero, luego se dieron la vuelta y quedó ella encima. Todo el rato se besaban y se decían cuanto se querían. Tras unos minutos mi madre se puso a cuatro patas y él la montó sin piedad. “Espera y verás” le dijo ella y sacándosela de la entrepierna se la frotó por el culo esparciendo los jugos que la impregnaban. Antes de que me quisiera dar cuenta mi hermano le estaba dando por culo a nuestra madre. No tardó mucho en correrse gritando “mama”. Ella solo respondía “cariño, cariño…” Lo raro del caso es que también yo murmuraba lo mismo mientras eyaculaba en mi mano: “Mama, mami, te quiero…”
Aquel episodio me consternó. No solo había visto a mi hermano hacer “aquello”, sino que yo mismo, el hijo biológico de mi madre, me había masturbado viéndolo. Pese a mis promesas de sinceridad no podía contarle eso a Jenny. Simplemente no habría sabido por donde empezar. Sí se lo conté, sin embargo a Lucía.
– Valla con el niño, tirándose a su mama.
– No te parece increíble.
– Bueno, en realidad no son madre e hijo… técnicamente.
– Es la única madre que ha conocido.
– Tampoco dramaticemos, los empleados os hemos cuidado mucho más que vuestros padres, que casi nunca estaban. Desde ese punto de vista, es más incesto lo que hacemos nosotros a veces, que lo que han hecho ellos.
– Pero esa obsesión con ella… es enfermizo.
– No me seas mojigato. Tu mismo has dicho que te excitaste viéndolo, y era tu madre de verdad. Ángela es una de las mujeres más bellas del mundo. Es lógico que al chico se la ponga dura. Además ese tipo de cosas pueden pasar. Tu hermanita lleva toda la vida colgada contigo.
– Vamos, no te burles de mí.
– Te lo digo en serio. ¿No me digas que nunca te has dado cuenta? Menudos celos cogió cuando lo de Nancy. Menos mal que nunca ha sabido lo nuestro. Habría dejado de dirigirme la palabra.
– Pero son celos de otro tipo. Le molesta que una novia no me deje tiempo para estar con ella. No es algo sexual.
– ¿Qué no? ¡Que ingenuo eres! ¿No te has dado cuenta como te mira?
La conversación con Lucía me había dejado más confuso que antes de hablar con ella. No terminaba de creer lo de mi hermanita. Me parecía sencillamente inconcebible. Y sin embargo…
Las siguientes semanas fueron igual de desconcertantes. No sé si José y mi madre volvieron a hacer aquello y, sinceramente, en aquellos momentos no quería saberlo. Cada vez que veía a mi madre tenía que hacer esfuerzos para no ponerme cachondo, lo cual era muy molesto. No podía ver a mi hermano sin recodar lo que había pasado, ni ver a Jenny sin recordar lo que me había dicho Lucía, lo que probablemente era peor. Es frecuente que si intentas no pensar en una cosa, acabaras pensando en eso todo el rato. Eso me pasaba con mi familia, particularmente con Jenny, a la que adoraba, pero a la que nunca antes había visto como a una mujer con deseos sexuales (ni mucho menos hacia mi). Inevitablemente empezaba a fijarme en ella, en su pelo, en sus labios, en sus pechos, en su culo. Era bellísima, muy sexy. Costaba no quedarse embelesado con su sonrisa, con su figura… Cuando bromeaba conmigo, cuando me abrazaba, cuando la sorprendía mirándome o me sorprendía a mi mismo mirándola a ella… las piernas, el escote… En esas ocasiones me azoraba y me pasaba como con Nancy cuando llegó a la casa.
Un buen día, Jenny, que presumía de contármelo todo, me confesó que le gustaba un chico de su clase. Quedé en parte celoso y en parte aliviado. Entendía que era lo mejor, que probablemente Lucía se equivocaba. Y, entonces ¿por qué me dolió tanto aquella conversación? ¿Por qué tuve que hacer un esfuerzo para que no se me notara compungido ante la noticia? Quien sabe… Después de aquello pensé que lentamente todo volvería a la normalidad. Me equivocaba.
Unos días después de la confesión de mi hermanita llegó enrabietada a casa. Tiró los libros y se fue a su habitación. Yo, que era el único que había presenciado la escena, la seguí. La encontré llorando. Me acerque y le pregunté que pasaba. Por lo visto el pipiolo que le gustaba había dado crédito a un rumor vertido por la prensa, según el cual, la mala salud de Jenny se debía a una enfermedad mortal y contagiosa de la que había sido infectada antes de nacer por su propia madre biológica. El cretino, por miedo a que se la pegara, había echado a correr en cuanto la había visto. Traté de tranquilizarla, de explicarle que ese tío era idiota, que otros mejores la aguardaban, pero ella estaba inconsolable.
– Ningún chico me besará nunca.
– Vamos, eres preciosa, seguro que hay docenas haciendo cola.
– Solo dices eso porque eres mi hermano.
– De eso nada. De hecho, si no fuera tu hermano te intentaría besar yo mismo.
– Dices eso porque sabes que no tendrás que hacerlo.
No me pude aguantar. Le levanté la cara, le sequé de lágrimas la cara y la besé en los labios. Ella se quedó desconcertada. Ya no lloraba y me miraba con extrañeza. Se acercó a mí y me besó ella. Pronto nos enzarzamos en una lucha furiosa con nuestras bocas y nuestras lenguas. Cuando nos tranquilizamos murmuró: gracias. Gracias a ti cielo, le respondí.
Iniciamos una relación extraña y muy romántica. Sabía por experiencia que al servicio no se le escapaba una y no quería que se enteraran, ni siquiera que sospecharan algo. Dar esquinazo a mi madre y mi hermano era mucho más fácil: bastante tenían con lo suyo. Delante de otros nos comportábamos de un modo totalmente normal. Procurábamos que ni siquiera nos delataran las miradas. Cuando nos quedábamos solos, en cambio, nos encerrábamos en su cuarto o en el mío, tomando todas las precauciones para no ser descubiertos, y estábamos un rato besándonos. Al principio solo era eso, besarnos como adolescentes, que al fin y al cabo, casi era lo que éramos, particularmente ella. No fue hasta algunas semanas después que decidimos dar el siguiente paso y fue a iniciativa suya. Estábamos besándonos y ella notó mi exagerada erección. Como la cosa más natural, me la sacó y se quedó mirándola. La manoseó un poco y comenzó a masturbarme preguntando si lo hacía bien. Lo hacía muy bien. Me corrí en su mano.
Otro día, después de comernos las lenguas un rato, acercó su boquita a mi entrepierna y me desabrochó la bragueta. Me parecía increíble que mi hermanita me fuera a hacer una mamada. No era una experta, era la primera vez que lo hacía, pero a mi me gustó como si me la chupara un ángel. En cierto modo así era. Cuando acabó decidí devolverle el favor. La desnudé lentamente, me detuve a lamerle los pechos, esos senos incipientes con pezones duritos. Luego baje hasta sus muslos. Los besé complacido adivinando lo que hallaría entre ellos. Jenny gemía y me arrullaba los cabellos mientras mi lengua se abría paso en su rajita. Dibuje el alfabeto entre las paredes de su vulva y moje mi boca con sus flujos. Fue una experiencia tremenda sentirla palpitar ante mis lametones. Cuando acabé ella me abrazó rendida y volvimos a besarnos durante varios minutos. “Quiero perder la virginidad contigo” me confesó en un susurro. “Claro cariño, cuando tu quieras” me limité a contestar.
El día escogido nos aseguramos de estar solos en la casa. Ni padres, ni hermano, ni servicio, ni amigos. Nadie. Colonizamos, por primera vez, la habitación de nuestros padres. Donde yo podría haber sido engendrado (claro que también podría haberlo sido en cualquier otro sitio, cualquier habitación de la casa, cualquier habitación de hotel). Donde había espiado a mama y a José consumar el mismo acto que íbamos a consumar nosotros ahora. Tumbados en la ancha cama nos desnudamos y comenzamos a besarnos. La besé por todo el cuerpo. Era preciosa. Nunca me cansaba de admirarla, ni de acariciarla, ni de pasar mi lengua por su piel. De nuevo me la chupó un rato, pero esta vez se detuvo antes de que me corriera. Me senté en la cama y ella se sentó sobre mí. Un poco de resistencia, una punzada de dolor que percibí en ella por sus gestos involuntarios y ya… a partir de ahí placer. En esa postura podíamos besarnos mientas su cuerpecito subía y bajaba sobre el mío y sus tetas me rozaban el pecho. En un momento dado perdí el equilibrio y caí despaldas y ella conmigo, pero no por ello dejamos de hacer el amor, no por ello dejamos de follar. Dimos un par de vueltas entre risas, a ver quien quedaba arriba. Finalmente quedé yo y así seguimos amándonos un rato más. Para acabar de puso a cuatro papas y se la clavé hasta el fondo, golpeando con mi pelvis su culo a cada embestida. Me derrumbé sobre ella y giró su cara para que la pudiera besar mientras nos corríamos al unísono. Sentía mi lengua en la suya, mis manos en sus pechos, sus nalgas sobre mis muslos y mi pene en su vagina, mi polla en su coño. Sobre las sabanas unas gotas de sangre. Te quiero, murmuré en su oído. Yo también, respondió ella.
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