Había llegado el momento. Para eso nos habían adiestrado, desde los cuatro años habíamos sido entrenadas, primero en el baile, luego en la guerra encubierta usando todas las armas disponibles.
Ahora estábamos ante el que podía ser el reto de nuestras vidas, una misión por la que una de nosotras pasaría a la historia. Sus descendientes escribirían libros sobre ella y sería recordada como la heroína que liberó a su pueblo del yugo de sus opresores.
-Seré la elegida –pensaba mientras hacía estiramientos con el resto de mis compañeras, -y disfrutaré de ello cada segundo aunque muera en el intento.
A una señal del jefe, entramos en el círculo del banquete y con un paso grácil y ligero, nos paramos en el centro formando un semicírculo entorno al fuego y frente al invitado.
-Como muestra de respeto ante nuestro Juez y conquistador, las seis muchachas más bellas de la ciudad bailaran esta noche para él, -gritó para que  los asistentes  dejaran sus conversaciones y le hicieran caso –Elegidas desde pequeñas por su belleza y adiestradas, primero en el arte de la danza y luego en su adolescencia, en el del amor, nuestro insigne invitado podrá disfrutar de ellas como más guste, de una, de varias, o de todas ellas.
Con unas palmadas de nuestro jefe comenzó la música, y con ella comenzamos a movernos al son de los instrumentos. Sin separar los ojos de mi odiado enemigo y con una sonrisa que mostraba mis dientes jóvenes y blancos retorcí mis brazos y agite mis caderas al ritmo de la música, dulce e hipnótica. Por mi piel morena y brillante por los afeites que nos habían  aplicado, resbalaban las gotas de sudor confluyendo en el interior de mis muslos y haciéndome deliciosas cosquillas.
Al principio el hombre movía sus ojos preñados de lujuria de un cuerpo cimbreante a otro, sin pararse demasiado en ninguno en particular, pero al cabo de unos minutos empezó a fijarse especialmente en mí. Cada vez que notaba su mirada sobre mí, agitaba mi cuerpo con toda la sensualidad y frenesí del que mi cuerpo era capaz.
De las seis, yo no era la más alta, tampoco la más exótica, pero mi pelo negro mis ojos grandes y azules y mi figura voluptuosa me daban ventaja. Sin  quitar mis ojos de los suyos, me acerqué a él y al ritmo de la música y moviendo los brazos empecé a retrasar mi tronco hasta que note que empezaba a perder el equilibrio. Cuando volví  a erguirme, él estaba mirando el relieve que marcaba mi sexo en el diminuto taparrabos que llevaba puesto. Con la punta de la lengua entre mis dientes me incline sobre él y cogí una uva del racimo que tenía en sus manos. El Juez se limitó a mirar como la empujaba dentro de mi boca y la estrujaba con mis dientes dejando que su jugo resbalase por la comisura de mis labios.
A partir de ese momento, ese necio sólo tuvo ojos para mí. Al final iba a tener la oportunidad, ahora tenía que quedarme a solas con él y descubrir su secreto.
La música terminó y nos quedamos quietas, jadeando entorno al fuego, esperando expectantes la decisión del invitado.
El hombre, con un gesto de cortesía por su parte, se levantó un poco borracho y se acercó a nosotras. Una a una nos preguntó nuestros nombres, nos felicitó por nuestra actuación y repartió algunas caricias. Cuando me tocó, simulé un ligero temblor.  El bajo la vista y la paso por mis pechos grandes y turgentes y por mis incitantes caderas cubiertas por un minúsculo taparrabos.
Unos segundos después estaba sentada en su regazo comiendo uvas y bebiendo un poco de vino para adquirir un poco de valor. Mientras tanto las manos ásperas de aquel hombre recorrían mi cuerpo sudoroso provocándome escalofríos de miedo y de placer.
La velada termino con un interminable y rastrero discurso de nuestro jefe alabando todas las cualidades de las que nuestro invitado carecía. Nos levantamos y cogiéndole de la mano con suavidad le llevé hasta una pequeña cabaña en el jardín del pequeño palacio del jefe.
La habitación era pequeña pero había sido preparada especialmente para alojar discretamente al Juez y un alegre fuego la caldeaba y la inundaba con una suave luz dorada. En el centro había una cama con sábanas del más fino lino y varios cojines. Con aparente impaciencia le quite la capa y no pude por menos que admirar aquel cuerpo musculoso y duro como una roca. Su nariz aquilina y sus ojos penetrantes, junto con su melena negra le daban el aspecto de los legendarios leones del Atlas.
Luego me desnudé yo. Las dos pequeñas bandas de tela cayeron a sus pies como años antes habían caído las armas de mis ascendientes tras la cruenta batalla que había acabado en nuestra esclavitud.
Con un ademán fingí que iba a taparme los pechos pero lo que hice fue agarrármelos y juntarlos apuntando mis pezones erectos contra su cara. El invitado sonrió con malicia y admiro mi cuerpo juvenil y elástico, mi vientre liso y mis piernas finas.
Con otro gesto malévolo se quitó el taparrabos mostrándome una tremenda erección. El tamaño de su miembro me intimidó en un principio pero me tranquilicé sabiendo que había sido entrenada durante años para seducir a aquel animal.
El hombre se acercó y sacándome de mis pensamientos me cogió como si fuese una pluma y me beso los pechos.
-Mmm que fuerte, -dije mientras me agarraba a él y le acariciaba la melena. -¿Cuál es el secreto de tu fuerza?
-Comer carne de ternera asada todos los días –respondió el Juez obviamente mintiendo.
Sin hacer caso de su mentira, abracé su cintura entre mis piernas con más fuerza. La punta de su pene rozaba mi sexo excitándome hasta convertirme en puro fuego. Él magreaba mi cuerpo y chupaba mis pezones con tal fuerza que creí  que me los iba a arrancar.
Me soltó y yo quedé de rodillas frente a aquel enorme falo. Lo cogí entre mis manos y lo acaricie mientras introducía su glande en mi boca. Sabía a sudor y a vino. Chupé con fuerza y me retiré dejando su pene oscilando húmedo y congestionado. Lo volví a coger y lo lamí, primero en la base y luego en la punta, mordisqueando ligeramente su glande. El Juez se tensó y soltó un resoplido.
Me metí de nuevo su miembro en la boca y chupé de nuevo con fuerza, subiendo y bajando todo lo que podía por su pene duro como una estaca mientras con mis manos acariciaba sus huevos. El, empezó a gemir con fuerza y a acompañar mis chupetones con el movimiento de sus caderas. Ayudada por sus manos, mis movimientos se hicieron más superficiales y rápidos hasta que  sin previo aviso y empujando con fuerza su pene hasta el fondo de mi garganta eyaculó con un gemido bronco.
Retiro su pene mirándome como tosía y escupía semen y saliva.
-¿Eso es todo? –pregunté desafiante.
-Sólo acabo de empezar –respondió el invitado tirándome en la cama con la erección aún intacta.
Se tumbó encima de mí y me beso. Su lengua se introdujo en mi boca con apremio, llenándola con el sabor del vino y el cordero especiado de la cena al tiempo que frotaba su pene contra la parte inferior de mi pubis. Sus labios fueron bajando primero por mi cuello y luego por mis pechos provocando un primer gemido por mi parte, cuando bajó hasta mi ombligo sus manos ya estaban acariciando mi bajo vientre con una habilidad que no esperaba de alguien acostumbrado a tomar lo que desea. Finalmente sus labios se cerraron en torno a mi sexo haciéndome gritar y temblar. Agarré su melena y empujé su cabeza en el interior de mis piernas.  
-Tómame –dije anhelante –te quiero ya entre mis piernas, mi señor.
Obediente cogió su pene, lo acerco a mi sexo, acaricio mi clítoris inflamado con su glande y lo golpeó con suavidad arrancándome nuevos gemidos. Finalmente me penetro, su polla se abrió paso poco a poco en mi vagina. La angostura de mi sexo abrazaba estrechamente su pene haciéndonos gemir a ambos. Me apreté contra él y le abracé con fuerza clavando mis uñas en su espalda mientras empezaba a moverse dentro de mí, primero lentamente, luego al ver que no me disgustaba más rápido y más profundo.
Hirviendo de lujuria levantó mi piernas y las puso sobre sus hombros penetrándome aún más profundamente metiendo su polla hasta que su pubis hacia tope contra mi clítoris con una especie de húmeda palmada. El ritmo del aplauso se convirtió en una ovación justo antes de que volviese a correrse, yo asustada comprobé como después de depositar su carga, su polla seguía dura y firme palpitando dentro de mí. Sabiendo que yo estaba a punto de correrme agarró con fuerza mis muñecas y me propinó repetidos y profundos empujones provocándome un violento orgasmo. Yo gritaba y mi cuerpo se arqueaba con todas las sensaciones que atravesaban y arrasaban todos mis nervios mientras él me inmovilizaba y seguía penetrándome sin piedad.
-¿Vas a seguir eternamente? –pregunté yo.
-Sólo hasta que te rindas –Respondió el con una sonrisa.
-Antes me dirás cuál es el secreto de tu fuerza. –le dije yo desafiante, provocando una nueva carcajada por su parte.
El invitado sacó su polla y cogiéndome por las caderas me dio la vuelta poniéndome a cuatro patas sobre la cama. Yo agaché la cabeza y con las piernas separadas levanté mis caderas expectante. Él se limitó a mirar mi cuerpo jadeante y brillante de sudor esperando abierta y sumisa cumplir sus deseos. Aún estremecida noté como sus dedos acariciaban mi sexo tenso y vibrante como las cuerdas de un violín. Yo gemí y separe aún más las piernas esperando su polla, sin embargo no lo hizo inmediatamente sino que se limitó a penetrar con sus dedos en mi interior haciéndome olvidar el reciente orgasmo y preparando mi sexo para el siguiente.
Se puso en pie y cogiéndome por las caderas tiro de mí hasta poner mi culo en el borde de la cama. Su pene volvió a entrar de nuevo, igual de duro y caliente que antes. Me estiré y clave mis dedos en la ropa de la cama para estabilizarme. Mi coño, lubricado por su eyaculación admitió su polla con más facilidad y él aprovecho para realizar una serie de salvajes embestidas que casi me cortaron la respiración. Sin darme tregua me cogió el pelo y arqueando mi cuerpo con un fuerte estirón siguió entrando y saliendo a un ritmo frenético. El dolor de mi pelo hacía que se me saltasen las lágrimas pero no era nada comparado con el frenético placer que aquel hombre me estaba proporcionando. Esta vez yo me corrí primero. Aun estremecida y con mi vagina contrayéndose espasmódicamente gire mi cabeza intentando ver como aquella polla bombeaba dentro de mí.
-Ya se tu secreto, no te lavas nunca. –dije yo entre jadeos fijándome en su torso cubierto de sudor y polvo del viaje…
-Muy bueno. -dijo  él sin parar de embestirme y quitando sus manos de mis caderas para apartar aquella brillante melena de su cara justo antes de correrse… otra vez.
El semen resbalaba por mis piernas procedente de mi vagina ya rebosante. Una fugaz mirada me permitió asegurarme de que él seguía empalmado.
El cansancio no mermo mi determinación. Salí de la cama y lo tumbé con un empujón. Me quedé parada ante el cogiendo aire con fuerza y dejando que admirase mi cuerpo moreno y sinuoso.
-Sé que me has mentido pero me da igual. Yo si te voy a enseñar mi secreto. –Dije poniéndome a horcajadas sobre él.
-Seguro que ninguna de tus novias judías te ha hecho esto nunca. –dije cogiendo su verga e introduciendo la punta en mi ano.
El Juez se puso rígido pero no intentó rechazarme. Yo con un gemido de dolor lo fui introduciendo pulgada a pulgada, tratando de respirar lentamente como me habían enseñado y así poder relajar mi cuerpo. Finalmente la tenía entera dentro de mí. Empecé a moverme lentamente, mientras me concentraba en la respiración  mi ano se contraía furiosamente intentando expulsar aquel cuerpo extraño. El dolor se atenuó permitiéndome aumentar el ritmo con el que subía y bajaba por aquella polla dura y candente. Comenzaba a divertirme, soltando quedos gemidos empecé a acariciarme el clítoris y lo que empezó con mucha precaución se convirtió en una cabalgada salvaje. El Juez gemía anonadado  y recorría mi cuerpo  con sus manos.   Sus manos sobaban mi cuerpo, sus dedos  entraban en mi boca, acariciaban mi vulva totalmente abierta para él y retorcían y tironeaban de los pezones haciéndome hervir la sangre de deseo.
Me incliné para besarle y al apartar su pelo un denso olor a mirra se quedó prendido a mis manos. Un nuevo orgasmo tenso mi cuerpo y me hizo olvidarme por unos segundos. Pero una vez repuesta lo recordé y agarre un mechón con una sonrisa traviesa en mi cara:
-¡El pelo! ¡Es tu melena! –dije aumentando aún más el ritmo de mis caderas.
-Sí, sí… -respondió el intentando parecer lo más falso posible, pero con una inequívoca mirada de fastidio en la cara.
-Esta vez estoy segura, -dije mientras el comenzaba a correrse otra vez – ¿Puedo cogerla?
Sin esperar su respuesta cogí su melena con una mano y tire de ella, el eyaculando con violencia en mi interior no hizo nada por evitarlo. Metiendo mi mano libre entre los cojines, con un movimiento fulminante, saque una daga y se la corte de un sólo tajo llevándome con ella un trozo de cuero cabelludo.
Sorprendido, se quedó quieto mientras la sangre resbalaba por su frente y su erección desaparecía  aliviando mi culo ardiente.
Finalmente reaccionó y me dio un blando empujón al mismo tiempo que yo gritaba con todas mis fuerzas llamando a  la guardia.
Se levantó dispuesto a atacarme y yo retrocedí al fondo de la habitación con la cabellera aún en mi mano.
En ese momento entraron en la habitación los guardias aún temerosos de la fuerza de aquel superhombre. Sin embargo dos porrazos en el vientre bastaron para convencerles de que había perdido toda su energía.
Al fin, Sansón, el hombre que había esclavizado a mi pueblo estaba atado ante mí como un fardo recibiendo una paliza y llorando, no de dolor, sino de frustración.
-Yo, Dalila de los Filisteos, te he vencido –dije limpiándome los restos de semen del interior de mis piernas con  su melena para luego tirarla al suelo.
 
 PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *