Capítulo 23: La libertad guiando al pueblo.

En realidad no era la primera vez que estaba allí. Su abuelo le había llevado cuando cumplió diecisiete años a ver Otelo, pero a mitad del primer acto se había largado para irse de birras con los amigos.

Nunca le habían gustado ese tipo de actos, el smoking le apretaba en el cuello, los bíceps y los muslos y el ambiente de lujo y derroche, con todas esas joyas y esa ropa de marca le ponían enfermo. Toda esa gente eran como pavos reales, lo principal era exhibirse y parecer más de lo realmente se era. Se acodó en la barra mientras esperaba que llamasen al publico a ocupar sus asientos y echó un vistazo a los asistentes. En ese momento una rubia recauchutada y con unos tacones con los que apenas podía mantenerse en píe se le acercó sonriendo con sus gruesos labios operados.

—Creo que a ti no te conozco… —dijo ella posando una manicura de cuatrocientos pavos sobre su hombro— y me jacto de conocer a todos los que acuden a este lugar.

—Será porque acabo de salir de la cárcel.

—¿Sí? ¿No me digas? —preguntó la mujer palpando los generosos bíceps de Hércules— Ahora entiendo lo de estos músculos. ¿Y por qué se supone que estuviste allí?

—Maté a una docena de personas con mis propias manos. —respondió él haciendo crujir los nudillos y sonriendo con una frialdad que hicieron que la mujer retirara la mano como si el brazo de Hércules quemara.

La desconocida dio una rápida excusa y se marchó con el paso de una cigüeña drogada hacia el otro extremo de la barra, dejándole terminar su copa con tranquilidad.

Poco después apareció ella, con un espectacular vestido color turquesa de falda corta y escote asimétrico que se sujetaba a su generoso busto por medio de un tirante rematado por un broche de pedrería. Dos gorilas entraron tras ella y se apartaron discretamente un par de metros, con los músculos en tensión, dispuestos a saltar al más mínimo indicio de peligro.

Los hombres se acercaban y saludaban a aquel fenómeno pelirrojo con la lujuria marcada en sus ojos, mientras que las mujeres se apartaban y miraban con envidia las enormes esmeraldas que colgaban de sus cuello y sus orejas haciendo juego con sus ojos.

Arabela charló con unos y con otros e intercambió tarjetas con algunos. Hércules observó divertido como la mujer suspiraba de alivio cuando las luces empezaron a parpadear llamando al público a ocupar sus butacas. En el último momento Arabela reparó en él y le lanzó una mirada inequívoca, justo antes de desaparecer por la puerta de su palco.

La obra que se representaba era Ça Ira, una ópera contemporánea ambientada en la revolución francesa. A los veinte minutos Hércules ya estaba saturado de gorgoritos. Nunca había entendido como nadie podía mearse en las bragas escuchando una pandilla de gordos quejándose de que les apretaba la ropa interior.

Tras el primer acto salió disparado y volvió a pedir otra copa, la necesitaba. Arabela salió poco después fingiendo estar arrobada por el espectáculo. Dos hombres, a los que Hércules reconoció sin problemas como el presidente de un equipo de fútbol y el propietario de una de las mayores constructoras del país, se le echaron encima, llenando sus oídos de susurros y propuestas que atendía intentando que no trasluciese su aburrimiento. Mientras tanto, volvió su mirada hacia él y le pegó un buen repaso. Hércules no se cortó y le devolvió la mirada divertido, haciendo todo lo posible para que quedase claro que sus ojos se fijaban en los pechos y las piernas de la mujer.

Por fin los dos pelmazos se retiraron reclamados por sus putillas de turno y la mujer se dirigió hacia él. Los dos guardaespaldas iban a acercarse cuando Afrodita, vestida con un ajustado vestido de lentejuelas, pasó a su lado provocando su inmediata lujuria con un único guiño.

Estaba a apenas a tres metros de él cuando las luces parpadearon de nuevo. Hércules pudo leer en los ojos la frustración de la mujer mientras él desaparecía por la puerta que llevaba a su humilde asiento en la platea.

A mitad del segundo acto salió de nuevo del patio de butacas y se dirigió a la barra del bar, no quería que la vieja se le escapase. El lugar estaba desierto y el camarero, aburrido, le dio conversación y le sirvió otra copa. Arabela no tardó en aparecer.

—Jaime, —dijo acercándose a la barra— ¿Has visto a los dos inútiles de mis guardaespaldas?

—No, señora Schliemann. La última vez que les vi fue justo antes del segundo acto hablando con una jovencita muy atractiva que no había visto nunca.

—Estupendo, ahora en vez de estar protegiéndome, esos mastuerzos estarán montándose un trío con una menor.

—Es un fastidio, pagas a unos tipos una miseria para que reciban las balas por ti y te dejan tirada por una jovencita. —interrumpió Hércules sonriendo con sorna y bebiendo un trago de su copa— No pienses mal. Seguro que habrán acabado con la chica antes del fin de la obra.

La mujer se volvió con gesto agrió y replicó con voz fría:

—¿Qué es lo que te hace suponer que no pago a mis empleados lo que merecen?

—Es evidente, nadie se hace rico siendo honesto.

La mujer soltó una carcajada por toda respuesta. Aquel chico le caía bien por su desfachatez. En el fondo estaba convencida de que le estaba tomando el pelo.

—El caso es que yo les pago para algo, sea mucho o poco. ¿Y si resulta que quiero largarme porque ya no aguanto más este tostón?

—Bueno, quizás yo fuera capaz de proteger ese cuerpo… —dijo Hércules echando un largo y detenido vistazo al cuerpo de Arabela.

—Sí, estoy segura de que me guardarías las espaldas. —dijo ella soltando un bufido.

—Ahora en serio, —dijo Hércules apurando la copa— si quieres irte, estaré encantado de perderme ese truño infumable y acompañarte hasta el coche.

Arabela le miró con escepticismo y finalmente, al ver que aquellos inútiles no terminaban de aparecer, miró el reloj y asintió con la cabeza.

—Está bien, tú ganas. Dejaré que me mires el culo hasta que llegue a la limusina, luego podrás volver a disfrutar de esa sublime muestra de la cultura occidental. —dijo ella bufando de nuevo.

—Cuando quieras, a propósito, me llamo Hércules.

—Yo soy…

—Arabela Schliemann, nunca me pierdo el Sálvame Naranja. —le interrumpió él con una sonrisa burlona.

Sin decir nada, Arabela se dio la vuelta y se dirigió taconeando con firmeza en dirección a una de las puertas laterales del edificio. A pesar de la desfachatez de aquel chaval, podía sentir la mirada de él fija en su culo, siguiendo cada vibración que se producía en sus nalgas cada vez que daba un paso con aquellos vertiginosos tacones. Mientras oía los pasos del joven tras ella no pudo evitar pensar que debería estar indignada, sin embargo se sentía excitada y emocionada ante las miradas apreciativas que le había lanzado Hércules durante la conversación. Abrió la puerta y salió al callejón imaginando a aquel hombre joven y vigoroso desnudo ante ella, así que cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde.

Salidos de no sabía bien dónde, cinco hombres blandiendo armas blancas y balanceando objetos contundentes les habían rodeado. Arabela se encogió aterrada, pero casi se quedó tiesa cuando sintió como el hombretón que la acompañaba se encogía aun más que ella escondiéndose a su espalda.

—¿Pero qué coños? —dijo ella sorprendida al notar como aquel petimetre de metro noventa se escondía tras sus espaldas.

—Vaya, ¿Qué tenemos aquí? Deben ser la mamaíta forrada y su hijo “en mi vida he dado un palo al agua” —dijo un hombre grande y desaliñado que parecía ser el cabecilla.

—Cuidado con lo que hacéis, mastuerzos, no sabéis quién soy. —dijo Arabela librándose de Hércules de un tirón haciéndole trastabillar y caer a los pies de un tipo gordo con un bate.

—Deja que lo adivine… Eres Catwoman —dijo un tipo de aspecto oriental.

—No, que va. Es Supergirl. —intervino otro con una enorme cicatriz que le recorría toda la mejilla.

—Por, favor no me matéis. —intervino Hércules agarrado a los tobillos del hombre frente al que había caído — Es ella la que está forrada, sus joyas valen un pastón, yo solo pasaba por aquí.

—Y tú, evidentemente no vales una mierda. ¡Serás cabrón! —le espetó ella dando un paso hacia atrás y mirando en todas direcciones buscando inútilmente una salida.

—Por favor, tengo hijos y un … un pato. ¿Qué será de ellos sin mi? Ella os dará todo lo que queráis pero no nos hagáis daño. —suplicó Hércules provocando la hilaridad de los asaltantes y la desesperación de Arabela.

—Vamos, señora pórtese bien, haga caso a la mariquita rubia y denos toda esa chatarra, nosotros le quitamos un peso de encima y usted puede volver a ver a esos gordos gritar hasta que amanezca.

El cabecilla se adelantó y con un “basta de pichadas” le arrancó el collar cuyo cierre saltó con facilidad. Más engorroso fue el broche, que al estar cosido al tirante del vestido le obligó al asaltante a tirar con fuerza. Arabela inconscientemente se echó hacia atrás en un movimiento defensivo de manera que, al arrancar el broche, el ladrón le rompió el tirante dejando un pecho grande y pálido a la vista de todos.

Con los asaltantes fijos en el pecho de Arabela, Hércules no dejó pasar la ocasión e incorporándose como una centella le dio un puñetazo en los testículos al hombre gordo que dejo caer el bate y se acurrucó en el suelo en posición fetal gimiendo apagadamente.

Lo que aconteció a continuación dejó a Arabela totalmente boquiabierta. Los cuatro asaltantes restantes se volvieron y se lanzaron sobre Hércules blandiendo su armas.

La forma en que se libró de ellos no le impresionó tanto como la cara de aburrimiento que ponía mientras le arreaba a uno con el bate hasta romperlo, cogía el cuerpo inconsciente del hombre como sustituto y aporreaba a los otros dos con él hasta noquearlos, todo ello a una velocidad escalofriante.

Finalmente cogió los cuerpos de todos y los tiró a un contenedor cerrando la tapa de un sonoro golpe y sacudiéndose las manos con gesto de asco.

—Bonita exhibición.

—Fue la visión de tu pecho al aire, libre de la rígida opresión del sostén rodeada de una multitud armada la que me ha inspirado… ¿O será porque he topado con una pelirroja de verdad?—dijo Hércules con sorna.

—¿De qué coño estás hablando? —preguntó ella confundida.

—Esos pezones rosados y grandes, que no puedes distinguir de las areolas y que cuando se excitan parecen fresas jugosas y apetecibles son inconfundibles.

—Y eso lo sabes porque te has follado un montón de pelirrojas. —replicó Arabela mientras se tapaba el pecho como podía.

—En realidad he visto un montón de pelis porno de pelirrojas. No sé que tenéis que me ponéis a cien. Supongo que es ese matojo entre las piernas que hace que parezca que vuestro chocho está en llamas. —dijo Hércules acercándose y susurrándole a la oreja.

—Y no sé qué es lo que tienes tú que todo lo que dices parece sucio. Cerdo salido. Me das asco. —replicó procurando que no trasluciese cómo crecía la excitación en ella.

—Tonterías, señora Schliemann,—dijo él sin dejarse engañar— puedo percibir como tu cuerpo reacciona a mi presencia. Como se te erizan los pelos de tu nuca y tiemblan las aletas de tu nariz…

Los labios del joven rozaron su cuello. Arabela tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no temblar de excitación. Se maldijo a sí misma. Podía aguantar durante horas los asaltos de cualquier cuarentón vanidoso y gilipollas. Pero los jóvenes como él, su fuerza, su juventud, su ímpetu y su despreocupación les hacía irresistibles. No lo podía evitar, eran su debilidad.

Cuando se dio cuenta había soltado sin querer el tirante del vestido y volvía a tener el busto a la vista. La mirada fija de Hércules le hizo sonrojarse complacida, aun tenía unos pechos capaces de llamar la atención de un hombre joven. El primer instinto de taparse fue sustituido por el deseo de exhibirse descaradamente ante él.

Hércules no se lo pensó, de un empujón la acorraló contra el contenedor y metió una mano entre sus piernas. Con un gesto brusco llegó hasta su sexo, lo acarició un instante a través de las bragas y hurgando bajo ellas, buscó la pequeña mata de pelo que cubría su pubis.

Incapaz de contenerse por más tiempo Arabela gimió sintiendo como el placer recorría su cuerpo al ser acariciada por aquellos dedos jóvenes y fuertes hasta que Hércules enredó uno de sus dedos con los pelos de su pubis y pegó un fuerte tirón.

—¡Ah! ¡Joder! ¡Serás hijo de puta! —dijo ella recuperándose del súbito e intenso escozor.

—¿Ves como tenía razón? Pelirroja natural, no falla. —la ignoró Hércules mostrándole triunfante un par de pelos rizados de un intenso color rojo— ¿Sabíais que estáis en peligro de extinción? Lo he leído por ahí, os quedan unos noventa años. —dijo admirando los dos pelos, rojos como el fuego, que había logrado arrancarle— una verdadera lástima.

Arabela cerró los puños indignada y sin dejar de insultarlo intentó agredirle, por supuesto sin ningún éxito. Hércules cogió a la mujer por las muñecas e interrumpió sus insultos con un largo beso. La lengua del joven invadió su boca explorándola con desvergüenza y haciéndola sentir una cálida sensación de placer extendiéndose por todo su cuerpo.

A partir de ese momento no pensó en nada más, ni en los asaltantes, ni en los desaparecidos guardaespaldas, solo estaba concentrada en los labios del joven y en sus manos que volvían a explorar su cuerpo bajo la falda.

Hércules se separó dejándola respirar por fin. Esta vez tiró con suavidad de sus bragas acariciando sus muslos y sus piernas a la vez que tiraba de ellas hacia abajo. Arabela gimió, separó ligeramente las piernas y se remangó la falda enseñándole su sexo cálido y atrayente.

No se lo pensó dos veces y se abalanzó sobre él envolviéndolo con su boca, obligando a Arabela a doblarse asaltada por un intenso placer. Hundió ambas manos en la rubia melena del joven disfrutando de cada lamida y cada chupetón, respondiendo con quedos gemidos.

Tras unos segundos, Hércules se irguió y dejó que la mujer le sacase la polla de sus pantalones. Aquellas manos suaves y experimentadas no tardaron en conseguir que su miembro se pusiese duro como la piedra. Hércules la besó de nuevo, saboreándola e inundándola con el sabor fresco de la ginebra que había estado tomando.

Con un movimiento brusco la dio la vuelta. Arabela no tuvo más remedio que apoyar sus manos en la mugrienta tapa del contenedor para no perder el equilibrio mientras las manos de él estrujaban sus pechos y acariciaba sus inflamados pezones.

Hércules se separó un instantes y admiró la silueta de la mujer, recorriendo con la vista sus curvas, que la edad había hecho más generosas y excitantes. Con una sonrisa se acercó y dirigió la polla al interior de su coño.

Arabela soltó un respingo y gimió al sentir la polla del joven rellenando sus entrañas con su palpitante miembro. Agarrada con fuerza al borde del contenedor dejó que Hércules empujara con suavidad en su interior haciendo que el placer lo dominase todo.

—Te imaginas que sensacional portada para el Sálvame Naranja. — le susurró Hércules al oído.

Arabela se puso rígida, levanto la cabeza y buscó entre las sombras súbitamente aterrada. En ese momento se dio cuenta de que estaba totalmente indefensa en las manos de aquel hombre al que no conocía de nada y que podía estar a sueldo de cualquier periodista hambriento de una buena exclusiva. Y encima los gilipollas de sus guardaespaldas seguían sin aparecer…

—¿Cuánto crees que me darían por enseñar esos dos pelos en prime time? —insistió Hércules.

—Cabrón. —dijo ella intentando resistirse.

Arabela comenzó a agitarse y contorsionarse intentando escapar, pero Hércules la tenía bien asida por las caderas.

—¡Oh! ¡Sí! ¡Sigue así, nena! Es como montar un potro salvaje… —exclamó Hércules entre roncos gemidos.

Finalmente se dio por vencida y dejó que el joven siguiese follándola. Venciendo su aprensión giró la cabeza. Cuando vio la cara divertida de Hércules supo que le estaba tomando el pelo lo que le puso de nuevo furiosa.

—Hijoputa, no vuelvas a jugarmelaaahh.

Los insultos se diluyeron en el aire nocturno cuando Hércules agarrándola por los hombros le dio una serie de salvajes empujones. El placer la asalto, su enfado se esfumó y lo único que fue capaz de emitir fue un prolongado gemido.

Dándose un respiró se separó y volvió a poner a Arabela de frente a él. Aun tenía cara de enfado, pero no era capaz de ocultar la profunda excitación que dominaba su cuerpo.

Hércules se acercó a ella, con una mezcla de admiración e irritación pudo sentir la confianza que el joven irradiaba. Pasó un brazo por encima de su hombro con suavidad para, con un movimiento sorpresivo, levantar la tapa del contenedor y descargarla con fuerza sobre la cabeza de uno de los asaltantes que empezaba a asomar por el borde.

—Disculpa. ¿Por dónde íbamos señora Schliemann?—dijo Hércules con naturalidad penetrándola de nuevo.

—Déjate de chorradas y llámame Bela. Sabes perfectamente que cualquier mujer de mi edad odia que le traten de señora.

Arabela volvió a gemir al sentir como el joven la elevaba en el aire y la ensartaba una y otra vez con su polla. Incapaz de tener sus manos quietas, abrió su camisa e hincó las uñas en su potente torso disfrutando de su firmeza y su calidez, riéndose de los torpes intentos de los sebosos banqueros y empresarios que acosaban su cuerpo y su dinero como buitres hambrientos.

El joven la posó de nuevo en el suelo y apoyándola contra la pared comenzó a penetrarla, cada vez más fuerte hasta que con dos salvajes empujones se corrió inundando su coño con el calor de su semilla. Tras unos instantes El joven se separó e introdujo dos de sus dedos en su sexo masturbándola con violencia provocándole un brutal orgasmo.

Arabela gritó y su cuerpo se descontroló mientras una mezcla cálida y densa de flujos y semen escurría de sus entrañas y recorría el interior de sus muslos provocándole un placentero cosquilleo.

La mujer se estremeció una última vez mientras Hércules la rodeaba con sus brazos y le recolocaba amorosamente el vestido. Arabela sentía que le faltaba el oxigeno y sus piernas le fallaron. El joven sonrió y la sujetó por la cintura besándola de nuevo e iba a llevársela hasta la limusina cuando de repente recordó algo y se volvió de nuevo al contendor.

Con un carraspeo abrió la tapa abriendo y cerrando las manos en un gesto inequívoco. En un instante unas manos temblorosas le devolvieron las joyas robadas. Con una sonrisa les dio las gracias a los asaltantes por su colaboración y les deseó unos felices sueños antes de cerrar la tapa del contenedor con estrepito y devolverle las joyas a su amante.

—Ahora en serio ¿Que te parecería un espectáculo de verdad para variar? Mañana estrenan la nueva de David Statham… —dijo Hércules llevándose a Bela camino del aparcamiento.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web.

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