Llegó a casa cansada y confusa, no podía parar de darle vueltas a lo que había pasado. Durante el camino de vuelta estuvo a punto de pegársela tres veces con el Alfa.
                Con un impulso repentino, cogió el teléfono dispuesta a contárselo todo a su jefe y dimitir. Si lo hacía así quizás y sólo quizás, no la denunciaran y la quitaran la licencia para siempre. El auricular se quedó a medio camino de su boca. No podía hacerlo, aún tenía el cuerpo estremecido por lo que había pasado unas horas antes.
                -Lo consultaré con la almohada y mañana decidiré con la cabeza despejada.  –pensó tirando la ropa sucia en la lavadora. Totalmente desnuda  se dirigió al baño y abrió el grifo de la ducha. Pero estaba claro que esa noche no iba a terminar nada de lo que empezase. En vez de meterse en la ducha se estaba mirando en el espejo, intentando entenderlo, intentando entenderse. Tenía el cuerpo caliente y pegajoso, pero no quería sentirlo de otra forma.
                Cerró el grifo y se dirigió a la habitación tumbándose en la cama. Distraídamente se rozó el interior de sus pechos con un dedo y se lo llevo a la boca. El sabor inconfundible del esperma de aquel hombre junto con el de su propio sudor inundaron su boca. Así no iba a poder olvidar lo ocurrido y centrarse en el problema.
                Jamás se había dejado llevar de aquella manera. Normalmente solía ser ella la que usaba su belleza y su cerebro para aturdir a su amante y tener el control de la relación sexual. Sin embargo aquel hombre, a pesar de llevar meses sin tocar una mujer o quizás por eso, no se había sentido intimidado por ella. Le había acorralado, Le había magreado, Le había follado con violencia y lascivia y ella se  había limitado a gemir y a dejarse manejar como una muñeca.
                Cuando le paso las esposas por el cuello, pensó que iba a morir pero en vez de debatirse o protestar se había limitado a tensar su cuerpo, preparada para morir si aquel hombre lo deseaba, si le  complacía.
                Analizándolo  fríamente tenía tres soluciones: uno, confesarlo todo y aguantar el chaparrón; dos, seguir su vida como si nada hubiese pasado e intentar, no sabía cómo, evitar que volviese a ocurrir; o tres, dejarse llevar y mantener el engaño todo lo posible aprovechando cada minuto con ese hombre como si fuese el último…
 Cat se levantó de la cama y se dirigió al ventanal. La ciudad se extendía a sus pies ajena  a sus preocupaciones. Hasta ese momento no se  dio cuenta de que seguía con el dedo en la boca. Lo pasó otra vez entre los pechos y lo volvió a chupar. El sabor de aquel hombre volvió a inundar su boca haciéndole recordar cuando hacía nada tenía el miembro de Mario en su boca. Con el dedo aún en su boca recordó cómo recorría aquella verga con su lengua, la sensación de tenerla en su boca, como palpitaba y se movía en su interior incitándola a chupar, más fuerte, más rápido, más profundo.
                Volvía a estar caliente como la lava. Su cuerpo estaba cansado y dolorido por la violenta sesión de sexo pero aún excitado. El dedo esta vez no se quedó entre sus pechos sino que bajo hasta el interior de sus piernas, hasta la entrada de su sexo,  húmedo y caliente otra vez más.
                El solo contacto de sus manos con el interior de sus muslos la inflamo, y recorriendo con la lengua  sus labios húmedos de deseo se acarició el sexo recordando las caricias de Mario. Con un suspiro se introdujo un dedo en la vagina y luego otros dos. Con la mano libre se acariciaba los pechos y se retorcía los pezones. Apoyando la frente contra el cristal y separando un poco más las piernas empujo un poco más fuerte y un poco más adentro temblando de placer.
                En ese momento abrió los ojos y le vio. Apoyado tranquilamente en la barandilla de él edificio de enfrente, un piso por debajo del suyo, un tipo seguía con sus ojos los movimientos  de sus pechos. Al descubrir que lo había visto, el muy mamón, en vez de abochornarse le lanzo un beso.
                Cat, encabronada por la actitud de aquel cincuentón,  pego sus pechos al cristal sin dejar de masturbarse. El cristal frío erizo sus pezones y le hizo dar un respingo. El hombre sonrió, Cat le insulto.
                Saco los dedos de su interior y se los llevo a la boca mirando al tipo a los ojos, el hombre cambio incomodo de postura y se llevó la mano a la bragueta para colocar su miembro erecto de una manera más cómoda en el interior de su pantalón.
                Cat se dio la vuelta y pego su culo y sus piernas contra el cristal para seguidamente separarlas y mostrarle a aquel hombre un sexo abierto y anhelante, pero que no era para él. Sus manos volvieron a acariciar y a penetrar en todos sus recovecos. Cat gemía y se movía, sudaba y se exhibía con descaro.   Los movimientos se hicieron más acuciantes. Cat los acompañaba con sus caderas y jadeaba ansiando tener otra vez a Mario entre sus piernas.
                Con un último impulso, más profundo,  se corrió, sus piernas temblaron y todo su cuerpo se tensó con el placer. Sin hacer caso del mirón se acostó en la cama y se quedó profundamente  dormida.
***
           Las luces se habían apagado hacía rato y Mario yacía en su cama, sin poder dormir. Su cabeza era un revoltijo de pensamientos que le impedían cerrar los ojos. Lo que había pasado esa tarde podía calificarse de muchas formas. Imprudencia, impulso, estupidez… pero él prefería calificarlo como una oportunidad. Si jugaba bien sus cartas y tenía un poco de suerte podría salir de ese agujero y retirarse a un país que no admita extradiciones.
                -¿Quieres dejar de moverte? –dijo su compañero de celda. –Así no hay quien duerma, joder.
                -Cállate puto o te arranco la lengua y te la hago tragar
                -¿Qué paso? ¿Fue mal tu entrevista con la psicóloga? –dijo en un susurro para no alertar a los guardias. –Por lo que me han dicho entiendo que estés de los nervios. Está tan buena que Nelson intento violar a Carlos Fuentes después de verla, ¿Puedes imaginártelo? Un peruano de 1.50 intentando reducir a un atleta de 1.85. Pues no te lo creerás pero después de recibir una somanta de palos de Carlos se la pelo seis veces –dijo su interlocutor conteniendo a duras penas las carcajadas.
                -La verdad Paquito es que no me parece tan mala idea. Quizás debería bajarte los pantalones y darte un rato por el culo.
                -¿No lo dices en serio, verdad colega? –Preguntó  Paco cesando de reír instantáneamente – Mi culo es estrecho, peludo y lleno de hemorroides y hace que no me lo limpio semanas. Además te estaba tomando el pelo, puedes pasarte toda la noche haciendo chirriar esos muelles si quieres colega, porque somos colegas ¿Verdad?
                -Tranquilo burro, antes que meter mi picha en ese culo de yonqui leproso me lo hago con Yoko Ono. Ahora cierra la boca y duérmete, o lo que quiera que hagas todas las noches ahí abajo.
Dos horas después seguía sin poder dormir. Cada vez que trataba de  relajarse intentando dejar la mente en blanco, esta se dedicaba a evocar el cuerpo desnudo sudoroso y jadeante de Cat. Cada vez que cerraba los ojos veía su cara con esa expresión, mitad sumisión, mitad abandono que tan cachondo le puso. Cada vez que cambiaba de postura su pene rozaba contra las ásperas sabanas  provocando una nueva erección. Así que  como  no podía dormir dedicaría la noche a hacer  planes.
                Todo dependía de aquella rubia voluptuosa y complaciente. Tenía que convencerla de que estaba totalmente colado por ella y tenía que hacerlo rápido. Una vez consiguiese su colaboración todo el plan comenzaría a moverse.
                Mañana por la mañana, en cuanto pudiese, llamaría a Ingrid. Sabía que no le dejaría tirado. No le había dicho dónde estaban los diamantes y así podía forzar su colaboración amenazándola con dárselos a los maderos para rebajar la pena que le habían impuesto.
                Ingrid era una pendeja y no tenía escrúpulos pero era muy buena en lo suyo, parecía que le quería y aún más importante adoraba el dinero y el lujo.
                Un clavo para sacar otro. Planear su fuga le ayudo a olvidar un rato a Cat, pero le recordó lo mucho que echaba de menos a Ingrid.
                Ingrid, la turbulenta Ingrid, la violenta Ingrid, la salvaje Ingrid. Si hubiese nacido en los años setenta seguramente se hubiese enrolado en algún tipo de grupo terrorista de extrema izquierda, pero en estos tiempos en los que ya nadie cree en nada que no sea el dinero, era cliente de si misma. Era fría, inteligente, egoísta y violenta, sólo su debilidad por las mascotas le hacía humana. Allí donde fuera siempre le acompañaba una gigantesca gata blanca. Decía que la tenía porque eran almas gemelas y en su opinión tenía algo de razón. Ingrid no era muy alta, pero era ágil y mucho más fuerte de lo que parecía. Su tono de voz era suave y sus ojos del mismo color verde que los de su gata. A las dos les encantaba salir de noche y a ambas les encantaba el pescado poco hecho. Ingrid era austríaca, Frio que así se llamaba la gata, persa.
                Mario se concentró para poder recordar su rostro, su cara ovalada, sus ojos verdes, grandes y un pelín separados, sus pómulos altos, su nariz pequeña y puntiaguda, y sus labios rectos el superior pequeño y el inferior más grueso, siempre pintados de rojo cereza. Su pelo negro fino y lacio, siempre cortado corto y con un mechón teñido de añil, dejando a la vista aquella nuca que tanto le gustaba acariciar…
                -Joder, putas mujeres –dijo sin interrumpir los ronquidos de su compañero de celda.
                Volvía a estar empalmado.
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