Si creía que el haber sido designado por KuKulcan como su elegido iba a ser gratuito y que si ese Dios me había encargado convertirme en rey de los lacandones no iba a traer acarreado otras obligaciones, me equivoqué.
¡KuKulcan tenía otros planes para mí!
Afortunadamente y como podréis leer a continuación, me dio un deber que me traería muchas satisfacciones.
 
Ese Dios me da una misión
La misma noche en que fui entronizado como rey de los lacandones y luego de haber hecho uso de Olvido-Yatzil y de Ixcell como mis concubinas, ese ser me visitó. Os aviso que fue en sueños pero como comprenderéis por los hechos posteriores, ¡Fue real!
Agotado después de una jornada extenuante, caí en la cama y me quedé dormido en seguida, por lo que me resulta imposible determinar en qué momento de mi sueño recibí su visita, pero al despertar su recuerdo fue tan nítido que a raíz de él se desencadenó toda esta historia.
En  esa visión onírica, me vi entrando en la famosa gruta solo, sin compañía. En su interior me esperaba “La serpiente alada”, la más grande deidad maya y una de sus divinidades creadoras, enroscada alrededor del monolito esculpido en su honor.
Nada más verme y como desperezándose tras un largo tiempo de vigilia, se deslizó y en toda su magnificencia, pronunció mi misión y mi condena:
-Halach uinik debes saber que te he encomendado sacar a mi raza de su ignominia. El dolor acumulado durante estos seis siglos no tiene traducción humana y valorándote digno, te voy a dar los elementos para que “Los verdaderos Hombres” renazcan.
Comprendí que se refería a los indígenas que se mantuvieron fieles a sus dioses y que nunca aceptaron a los que trajeron los españoles a esta parte de América.
-Tu misión será difícil porque su degradación y muerte ha llevado a ese pueblo antes glorioso a su casi total extinción. El orgullo de los mayas ha sido salvaguardado por un puñado de hombres que sin mi ayuda difícilmente llegarían a soportar otros veinte años de pobreza y marginación. Por eso tu primera encomienda será acabar con su miseria, darles estudios y un estado para que se convierta en lo que siempre debían haber sido y no fueron: Los elegidos de KuKulcan.
“Puta madre”, pensé, “lo suyo es un mal endémico, cuya solución es un tema que rebasa la vida de un hombre”. Como si me hubiese escuchado, prosiguió:
-Los recursos te serán dados y bajo tu mando, mi pueblo debe crecer y multiplicarse. Eres mi semilla y como un manglar nace de un solo fruto, tus descendientes se extenderán por todo el orbe- y antes de desaparecer, me amenazó: -¡Hay de ti sino cumples mi mandato o permites que mi pueblo olvide quien es y será siempre su Dios!
Cuando me desperté con el vivido recuerdo de su visita, creí que había sido solo un sueño pero no llevaba ni cinco minutos en pie cuando Uxmall, me sacó del error. Pidiendo permiso para entrar en mi choza, el jefe indígena se postró ante mi diciendo:
– Halach uinik, KuKulcan me ha pedido que te haga entrega del tesoro que hemos resguardado para ti durante siglos.
Tras lo cual, me hizo salir para observar a lo que se refería. Os podréis imaginar mi sorpresa cuando vi a un nutrido grupo de cargadores trayendo un saco cada uno a sus espaldas. En cuanto el primero de ellos depositó su carga ante mí, le pedí que me la mostrara. No os puedo contar mi sorpresa al descubrir que ese pueblo que no tenía donde caerse muerto había sido depositario de una verdadera fortuna en oro y piedras preciosas. Haciendo un rápido cálculo de cincuenta kilos por porteador, esos hombres acaban de hacerme entrega de más de  una tonelada.
Mi cara de sorpresa fue malinterpretada por el indígena y saliendo al paso antes de que le preguntara, me soltó:
-No he creído conveniente traer hoy el grueso del tesoro, pero si son sus deseos deme una semana y lo tendrá aquí….
Empiezo a cumplir mi misión, empezando por casa.
Sin haber asimilado suficientemente que gracias al regalo de KuKulcan podía considerarme uno de los hombres más ricos de México y con ello del mundo, entré nuevamente en mi choza Yatzin, al verme entrar, me comentó:
-Halach uinik, Ixcell quiere comentarle algo.
Girándome hacia la nombrada, la vi con una mezcla de miedo y esperanza en sus ojos:
-¿Qué quieres?- pregunté.
Cayendo de rodillas y besándome los pies, me dijo:
-Mi rey, acabo de caer en la cuenta que por mi culpa el secreto de esta pirámide corre peligro. Le pido que me permita llamar al D.F. para que cancelen la ayuda que solicité. ¡Todavía estamos a tiempo!
Disfrutando de la sumisión de la rubia pero sobretodo deseando comprobar hasta qué punto era leal a mí, no le expliqué que la madre del profesor con el que había hablado era “lacandona” y que por lo tanto no hacía falta.
-No me fio de ti- respondí.
La mujer al oírme, se echó a llorar al saber que por su comportamiento anterior, mis dudas eran lógicas. Buscando convencerme, me confesó:
-Si vienen otros miembros de la universidad, se apropiarán de nuestros descubrimientos.
Se arrepintió nada más terminar de hablar porque me había reconocido que lo único que le seguía importando era pasar a la posteridad como una gran arqueóloga y no es destino del que ya era mi pueblo.
-Sigues siendo una zorra- dije y deseando darle un escarmiento, le ordené: -Las zorras no llevan ropa, desde ahora y hasta que cambie de opinión, irás desnuda.
Tras lo cual la obligué a salir de la choza. Aunque mi idea había sido quedarme solo porque tenía muchas cosas en las que pensar, Yatzin no cogió la indirecta y viendo que me había sentado, se acercó a mí, diciendo:
-Puedo ayudar a mi rey, ¿Necesita que le relaje?
Sin pedir mi opinión, se arrodilló y metiendo su mano bajó mi túnica, empezó a acariciar mi entrepierna. Muerto de risa y recordando la misión de KuKulcan, la comenté:
-Te aviso que el Dios me ha ordenado esparcir mi semilla en todos los vientres que pueda.
Lo que no me esperaba fue que poniendo cara de putón desorejado, contestara:
-Mi cuerpo es tuyo- y recalcando sus palabras, buscó mi contacto subiéndose sobre mis rodillas.
No tardé en responder a su beso con pasión y ella al sentir que mis manos acariciaban su culo desnudo, sacó mi pene de su encierro mientras me decía:.
-Hazme madre.
Incapaz de contenerme, le separé las piernas y dejé que se incrustara mi miembro en su sexo. Contra toda lógica, era ella la más necesitada y quitándole la sudadera, redescubrí con placer la perfección de sus pechos. Dotados con unos pezones grandes y negros, sus pechos juveniles se me antojaron todavía más apetecibles que la primera vez y abriendo mi boca, me puse a mamar ese manjar con sus gemidos como música ambiente.
Olvido-Yatzin, contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras lengua jugaba con los bordes de sus areolas. Poco a poco,  mis caricias se fueron haciendo cada vez más obsesivas y disfrutando de mi ataque, sus caderas comenzaron a moverse en busca del placer. Ajeno a su calentura y mientras mi pene se afianzaba dentro de su cueva, con mis manos sopesé el tamaño de sus senos y haciéndola disfrutar, pellizqué uno de sus pezones. Al sentir mi caricia, se mojó, haciendo correr su flujo por mis muslos.
-Fóllame, mi rey- suspiró totalmente indefensa.
Comprendí que me estaba retando y por eso cogiéndola en brazos la llevé hasta el colchón.
-Quiero tener un hijo- me soltó  con voz temblorosa.
Le respondí hundiendo mi cara entre sus piernas. Su sexo me esperaba completamente mojado y al pasar mi lengua por sus labios, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas. Recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos. Mi antigua compañera colaboró separando sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, me soltó:
-Soy toda tuya.
Su confesión me termino de excitar y pellizcando nuevamente sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.  Yatzin bramó de gozo y reptando por la cama, me rogó que la penetrase. Haciendo caso omiso a su petición, seguí tanteando con mi lengua en el interior de su cueva hasta que comprendí que esa morena estaba lista.  Solo entonces,  puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
-Tómame-, exigió moviendo sus caderas.
Comprendiendo que de no darme prisa se correría, de un solo arreón llené su sexo con mi pene. Mi concubina, al notar la cabeza de m glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me pidió que la cogiera los pechos.  Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue entonces su cuando,  berreando entre gemidos, gritó:
-Júrame que  no vas a parar hasta preñarme. Quiero pertenecerte y que tu simiente florezca en mi vientre.
Como eso era exactamente lo que deseaba, me hizo enloquecer y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones. Yatzin respondió a mis esfuerzos con lujuria y sin importarle que sus gritos fueran oídos por mi pueblo, me chilló que no parara. El sonido de la selva no pudo acallar sus gemidos y completamente entregada a mí, se corrió nuevamente. Al querer yo también disfrutar, convertí mi lento trotar en un desbocado galope cuyo único fin era satisfacer mi lujuria.  Mientras alcanzaba mi meta, mi amante al soportar mi ataque unió uno tras otro una sucesión de ruidosos orgasmos.
Su rotunda entrega me terminó de excitar y por eso cuando con mi pene estaba a punto de sembrar su vientre, informé a mi concubina de lo que iba a ocurrir. Yatzin al oírlo, gritó alborozada que me corriera dentro de ella y contrayendo  los músculos de su vagina, obligó a mi pene a vaciarse en su vagina.
-Mi rey- sollozó al notar las explosiones de mi miembro en su interior y sin dejar que me apartara de ella, convirtió su sexo en una ordeñadora y no cejó hasta que vació todo el semen de mis huevos,
Agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. La morena me abrazó y riendo, me soltó:
-Nunca creí que el pensar en quedarme embarazada me hiciera ser feliz. Durante toda mi vida, he disfrutado de mis parejas pero me sentía vacía. Ahora sé que se debía a que esperaba al hombre que me llenara.
Su confesión me hizo gracia y en plan de guasa, pregunté:
-¿Y ya lo has encontrado?
Muerta de risa al escuchar mi respuesta, se apoderó de mis huevos mientras me decía:
-Sí y aunque sea el elegido de un Dios, ¡Todavía no ha conseguido saciarme!…
Establezco el marco con el que asegurar el renacimiento del pueblo lacandón.
Mis primeras decisiones como líder de ese pueblo fue dotarle de los instrumentos económicos con los que afianzar su futuro. Acudiendo al mercado, transformé una pequeña parte del tesoro que me habían dado en dinero en metálico y con ello, me transformé en uno de los hombres más adinerados de México, para acto seguido comprar a través de un conocido participaciones en las empresas que cotizaban en la bolsa del país.
Una vez con esos paquetes en mi poder, nombré a personas de mi confianza en sus consejos y conseguí que dedicaran parte de sus recursos a invertir en la educación y la sanidad de la zona donde se ubicaba mi pueblo. Esa decisión provocó las dudas en el consejo de ancianos, el cual me pidió una reunión. En ella, fue Uxmal quien  las expresó.
Halach uinik, ¿Por qué permite que sean otros quien invierta aquí y no lo hacemos directamente?
Comprendiendo sus reticencias, contesté:
-Debemos ser cuidadosos mientras sigamos estando indefensos. Si mostramos al exterior que tenemos oro, vendrán a saquearnos. De este modo, para los demás seguiremos siendo un pueblo pobre del que nadie puede sacar nada.
Mi respuesta le satisfizo porque no en vano seguía la tradición centenaria de su gente que, siendo inmensamente ricos, habían ocultado su riqueza. Habiendo aclarado el tema, le anticipé mi siguiente paso:
-Siguiendo el mandato de KuKulcan, he concertado una cita con el Gobernador de Chiapas. En ella le vamos a pedir que dote al pueblo Lacandón de un territorio exclusivo en el que se aplique nuestras leyes.
Todos sin distinción estuvieron de acuerdo pero dudaron que fuera capaz de sacarle esa antigua reclamación:
-Jamás nos concederán ese tipo de autonomía.
Solté una carcajada, diciendo:
-¡Poderoso caballero es don dinero!
 Como en teoría yo solo era un asesor de ese pueblo, el consejo nombró unos representantes para entrevistarse con el mandatario local. La elección me sorprendió porque olvidándose del que había ejercido como su jefe durante años, Uxmal no estaba entre ellos. En cambio decidieron incluir a su hija Zulia a la que yo no conocía.
Al preguntarle la razón, el indígena me contestó:
-Zulia es entre todo mi pueblo la más capacitada para ello, no en vano, es de las pocas licenciadas con la que contamos.
Extrañado que en una sociedad tan machista, la hija del jefe hubiese estudiado en el exterior, pregunté:
-¿Qué ha cursado?
-Leyes y economía, mi rey.
Ante su respuesta, le mostré mi extrañeza de no haberla conocido antes. Creyendo que era una queja, contestó:
-Vive en Tuxtla Gutiérrez. Trabaja para el departamento de asuntos indígenas del estado.
“Vendrá estupendamente tener a alguien versado en el interior del gobierno”, pensé satisfecho. Al preguntarle cuando iba a conocerla, el antiguo jefe lacandón respondió:
-Le estará esperando en el palacio de gobierno.
Saber que no conocería a esa mujer hasta instantes antes de reunirme con el gobernador me molestó y por eso cambiando los planes, le informé:
-Como la reunión es el miércoles, llegaremos a esa ciudad el martes y así tendré tiempo de hablar con ella y que me cuente que es lo que ella piensa.
Nuevamente, Uxmal me malinterpretó y pidiéndome perdón de antemano, me soltó:
-Señor, como usted sabe mi hija le está reservada pero creí que no le urgía tomar otra esposa.
Como podréis comprender esa revelación me dejó de piedra y por eso midiendo mis palabras para que el indígena no se sintiera ofendido al pensar que rechazaba su retoño, contesté:
-No me urge pero si Zulia conoce los intríngulis del gobierno, me vendría bien conocer su punto de vista con anterioridad.
Uxmal respiró aliviado porque en su modo de pensar, el casamiento de su hija mayor exigía una fiesta y más se iba a unir con su rey. Una vez arreglado el malentendido, le expliqué pormenorizadamente mi plan….
La tarde anterior a la cita, junto con un  nutrido grupo de lacandones, Olvido-Yatzin y yo llegamos al hotel Camino Real. Mi concubina había elegido ese y no otro por su cercanía sin pensar en que dirían al vernos llegar. Siendo la cadena de lujo por excelencia de México, los empleados de la puerta nos cortaron el paso.  Solo cuando demostré que había pagado la reserva y amenacé con publicar en todos los periódicos que nos habían negado la entrada por racismo, el director salió y viendo el problema que se le avecinaba decidió dejarnos pasar. Sé que lo hizo a regañadientes y que por eso no relegó en un ala apartada del hotel.
Mi cabreo fue máximo y en mi mente decidí que lo primero que iba a hacer de vuelta a casa, iba ser dar un escarmiento a ese racista.  Durante siglos ese pueblo había recibido menosprecios sin responder y no pensaba dejar que eso siguiera siendo la norma.
“Este cabrón tiene los días contados en este Hotel”, vengativamente pensé.
Al entrar en el Hall a recoger nuestras llaves, vi que se acercaba hacia mí una belleza indígena. Morena de piel y diminuta de estatura no por ello dejaba de desprender a su alrededor un aura de extraño magnetismo. Supe que era Zulia desde que mis ojos se posaron en su cuerpo pero no tardé en confirmarlo cuando los otros miembros de la delegación se arrodillaron a sus pies. Fue entonces al honrarla cuando escuché por primera vez su título:
-¡Madre de Reyes!
La muchacha sabedora que su destino estaba unido al mío y sin importarle el que nunca nos hubiéramos visto, se inclinó ante mí diciendo:
-Señor, estoy honrada de conocer a mi rey.
Su voz grave y casi masculina contrastaba con la exquisita femineidad de su silueta pero a la vez tenía una suavidad que me erizó todos los vellos de mi piel. Cortado por desconocer cómo debía de dirigirme a ella en público, directamente se lo pregunté:
-Lo correcto sería “Cariñito” o “Amor” pero con Zulia será suficiente- bromeó luciendo una espléndida sonrisa.
La modernidad que demostró al reírse de ese ceremonial trasnochado me encantó pero no así uno de los ancianos que de muy mal humor le soltó:
-No le haga caso, debe tratarla como “Princesa”.
La regañina del viejo me hizo gracia y dotando a mi tono de una excesiva formalidad, le pedí que me acompañara diciendo:
-¿Podría escoltar a la excelsa princesa de mi pueblo a su habitación?
Mis palabras cayeron como un obús entre los lacandones porque, siguiendo su extraño protocolo, Zulia estaba bajo mi protección y por lo tanto debería dormir en mi choza. Como estábamos en un hotel, se suponía que debía de compartir mi cama. Al escuchar las quejas de mis súbditos, llevando a mi prometida a una esquina le informé que había prometido a su padre no adelantar nuestra unión:
-Se lo agradezco pero aunque no formalicemos nuestro matrimonio, aun así debo dormir con usted.
-Pues entonces no hablemos más- respondí y dirigiéndome a los miembros de la delegación, informé: -La princesa dormirá con vuestro rey.
Asumí que se habían dado por satisfechos cuando en silencio nos acompañaron hasta la habitación. En aquel momento no me fijé que Olvido había seguido nuestra conversación con cara de pocos amigos porque, no en vano, la presencia de esa monada directamente la delegaba a un segundo plano. Fue al llegar hasta nuestro cuarto cuando Zulia se quedó charlando con uno de los ancianos, la morena muy enfadada me comentó:
-¿Madre de reyes? ¡Si no mide ni siquiera un metro y medio!
-Así es- respondió desde la puerta Zulia: -Mido uno cuarenta y ocho.
Al mirarla, descubrí que seguía sonriendo como si no le hubiese afectado el insulto. Quitando hierro al asunto, pedí a mi concubina que me sirviera una copa. Ésta  viendo que había metido la pata, sin protestar fue al serví-bar y me puso un ron. La pequeña pero orgullosa dama aprovechó el momento para decirle a su rival:
-Sirvienta, ponle otra copa a la futura esposa de nuestro rey.  
Sé que fue poco apropiado pero no pude reprimir la carcajada al comprobar que Olvido refunfuñando cumplía la orden que había recibido. Al principio creí que motivada quizás por el miedo a recibir un castigo había claudicado pero me equivoqué porque de pronto al traérsela se la echó por encima, empapando por completo su vestido.
Os juro que pensé que iba a montar una buena pero en vez de ello y con una voz dulce, Zulia me rogó:
-¿Podría mi rey darse una vuelta por el hotel y no volver hasta dentro de media hora?
Comprendí que deliberadamente me estaba echando para ajustar las cuentas con la morena. Asumiendo que en algún momento ese enfrentamiento iba a ocurrir y que eso solo adelantaba acontecimientos, me despedí y huyendo de esa planta, me refugié en el bar.
Tal y como me pidió no volví a mi cuarto hasta pasados cuarenta y cinco minutos. Al entrar no me cupo duda de quién había ganado al ver a Olvido con un ojo morado peinando a la diminuta mujer que permanecía sentada totalmente desnuda.

Sin poder retirar la mirada del espectacular cuerpo de la cría, las saludé diciendo:
-Veo que habéis llegado a un acuerdo- y sentándome en una silla, pregunté a Zulia que problemas tendíamos con el gobernador.
La muchacha demostrando que tras esos ojos negros había una cabeza muy bien amueblada, me empezó a detallar uno por uno los escollos con los que nos encontraríamos sin ahorrar ningún detalle. Reconozco que me costó concentrarme en sus palabras y no en los pequeños pero perfectos pechos de la princesa. Esta con su discurso aprendido se explayó durante largo rato sin que le hiciera mella la calidez de mi mirada. Cada minuto que pasaba y ante el apabullante número de trabas, pensé que nuestra petición no tenía futuro porque era legalmente imposible el forzar esa autonomía indígena.
Pero entonces alzando tanto su voz como su diminuto cuerpo, me soltó:
-Sabiendo esto, prometí a mi padre que no fallaría a mi rey. Como sé de qué pie cojea el gobernador, mañana en la reunión, firmará el decreto reconociendo a los lacandones como pueblo y dotándolo de las cincuenta mil hectáreas que usted quería.
Disfrutando de su culo perfectamente contorneado y no por ello menos impresionado, tuve que preguntar como lo había conseguido. Zulia, sonriendo, contestó:
-De algo me ha debido servir tener unas fotos de ese hombre con su amante transexual pero también debo reconocer que aceptó gracias al cheque que usted le va a dar de un millón de dólares.
Descojonado  por la astucia de ese bicho de mujer, me atreví a agradecer su intervención con un beso en los labios. La muchacha obviando la presencia de mi concubina se dejó llevar y me respondió con pasión. Los duros pitones de la niña se clavaron en mi pecho y sin recordar la promesa que le hice a su viejo, la cogí entre mis brazos y la llevé hasta la cama.
Ella al observar que bajo mi pantalón, mi pene pedía que lo sacara de su encierro, murmuró en mi oído:
-Mi rey lo deseo pero no podemos fallar a nuestro pueblo- reconociendo que tenía toda la razón, la dejé de besar porque no me fiaba de no ceder a la tentación. 
Pero nuevamente esa chavala que no parecía haber roto nunca un plato, poniendo un gestó pícaro, llamó a Olvido y la ordenó:
-Desnúdate y vente a la cama. Mi futuro marido me va a hacer el amor a través de ti.
Esa peculiar orden sorprendió a la morena que, sin saber exactamente en qué iba a consistir su función, dejó caer su vestido y tímidamente  se tumbó junto a ella. Zulia, muerta de risa, la acogió entre sus brazos diciendo:
-Mi rey tiene buen gusto a la hora de elegir sus mujeres- y ante mi atónita mirada la besó mientras le decía: – Si vamos a compartir a nuestro hombre será mejor que seamos amigas.
Y recalcando sus palabras puso su pecho en la boca de la asustada concubina. Comprendí al instante los planes de esa cría y desnudándome, acudí a mi lugar entre las sábanas.Cómodamente tumbado en el colchón fui testigo de cómo se besaban. Tengo que reconocer que por mucho que estuviese ya acostumbrado a tener a dos mujeres en mi cama, ver a Olvido separando las rodillas de la princesa me excitó. Con una ternura inaudita con una mujer que solo media hora antes odiaba, la morena se agachó a sus pies y sensualmente empezó a darle besos en los tobillos mientras le decía que nunca tendría queja de ella.
“¡Qué maravilla!” exclamé mentalmente al observar cómo sacando la lengua, iba subiendo por sus piernas mientras dejaba un húmedo surco sobre la piel de Zulia.
La lacandona cada vez más excitada, pidió a mi concubina que se diera prisa porque quería ver a su rey tomándola pero Olvido ralentizó más si cabe la velocidad de sus caricias, de forma que cuando su boca ya estaba a escasos centímetros de su sexo, Zulia no pudo evitar empezar a gemir mientras con los dedos pellizcaba sus pezones.
-Amor mio, ¡Fóllame a través de esta puta!- rogó descompuesta.
No tardé en comprender que a la morena, la idea de compartirme con ella, le había sobre excitado y por eso cuando sintió que con mi mano acariciaba sus pechos, se volvió loca y cogiendo entre sus labios el clítoris de la mujercita, empezó a masturbarla con verdadera ansia.
-¡Mas!- chilló Zulia y llevando  un pezón hasta mi boca, me lo dio como ofrenda.
Aunque temía luego no poder contenerme, no me hice de rogar y abriendo mis labios, me apoderé de si aureola. Ella al sentir la humedad de mi boca justo en el momento en que Olvido le torturaba el botón de su sexo con un par de dedos, fue más de lo que pudo soportar y se corrió sonoramente sobre el colchón. La morena al saborear su placer, decidió prolongar su orgasmo con una serie de suaves mordiscos.
Fueron tantos y tan altos sus gemidos,  que ambos pudimos comprobar que esa mujer iba a ser una fiera en la cama. Entonces aprovechando que la postura de ambas me daba una inmejorable visión del culo de Olvido,  poniéndome a su espalda, acerqué mi miembro y me puse a juguetear con sus labios inferiores. Zulia al observar mi glande acariciando la vulva de nuestra concubina, gimió de deseo y besándome, me rogó:
-Fóllanos,
Como supondréis de antemano, obedecí metiendo mi pene en el interior de la morena
-¡Gracias!- gritó la susodicha al experimentar mi intrusión.
La total aceptación de la princesa quedó clara cuando presionando con sus manos la cabeza de la mujer, forzó nuevamente su contacto. Ésta agradecida se concentró en el clítoris de la cría mientras yo iba acelerando lentamente la velocidad de mis caderas.  La calentura de ambas se iba desbordando por momentos y con las de ellas, la mía. Acuciado por las ganas de disfrutar de esa mujercita pero tirándome a la otra, en un momento, le solté:
-He prometido a tu padre que no te desvirgaría pero nada he dicho sobre tu culo.
-Será tuyo en su día – contestó con un deje de rabia- pero ahora, fóllate a nuestra putita sin contemplaciones-
Su oferta me dio alas y agarrando a la morena de las caderas, profundicé en mis embestidas. Usando mi pene apuñalé su sexo con ferocidad. Mi nuevo ímpetu provocó que Zulia deseara saber que se sentía al ser poseída por un hombre y elevando la cota de su excitación hasta límites nunca antes experimentados, gritara:
-Me corro.
Su entrega fue la gota que derramó el vaso de Olvido, la cual, uniéndose a su princesa, abrió la espita de su coño derramando su flujo por mis piernas. Demasiado excitado para aguantar más, permití que mi miembro se liberara y con una copiosa eyaculación, sembré de blanca simiente la vagina de mi concubina.
Satisfecha, Zulia me abrazó diciendo:
-Gracias mi rey por hacerme disfrutar tanto sin tocarme pero como sabes es tu deber dar a nuestro pueblo muchos descendientes… – y poniendo voz de puta, me soltó: -¿Te apetece que repitamos?
 
 

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