9

Pasadas las cuatro de la tarde llegamos a la finca, donde preocupado descubrí la presencia de dos camionetas negras aparcadas en su puerta. No tuve que exprimirme mucho el cerebro para saber que eran miembros del gobierno y que nos harían preguntas. Repasando con las tres mujeres nuestra versión, me bajé del todoterreno. Los cinco forasteros, tres uniformados y dos de paisano con pinta de gringos se acercaron a nosotros y me preguntaron si era el dueño de la casa. Sacando mi pasaporte, me presenté como Miguel Parejo, el propietario. Viendo mis papeles en orden, les pidieron a las mujeres que me acompañaban los suyos. Tomasa les dio su cédula costarricense mientras las dos chavalas me pedían las llaves del vehículo porque los tenían en sus maletas. Tras traerlo y verificar el militar que no había nada raro en ellos, tocó el turno a los americanos. Por sus trajes impecables, supuse que eran de la CIA y haciendo que no tenía nada que ocultar, les invité a pasar adentro y disfrutar de aire acondicionado.

            La mujer, una asiática que se presentó como Sara Quan, fue la primera en aceptar mientras me preguntaba qué sabía del accidente de la avioneta.

            ―El incendio que provocó― contesté y señalando un montículo, expliqué que desde la casa solo pudimos divisar la estela de humo.

            ―Tenemos su llamada a la policía registrada y en ella usted hablaba de accidente.

            Advirtiendo que la tal Sara no era inmune a mis encantos, más tranquiló comenté que era la única explicación lógica dado que estábamos en época de lluvias y la selva estaba enfangada.

            ―Trata de hacer fuego con todo encharcado― sonreí mirándola a los ojos.

            La asiática rehuyó mi mirada, consciente de lo mucho que la atraía y pasando a las chavalas les preguntó por su presencia ahí. Ía recordando como los humanos se escandalizaban con el sexo, respondió:

            ―Follar como loca desde que Miguel me dio posada.

            La investigadora no se dejó engañar por la burrada y haciendo su trabajo,  la miró con desprecio mientras observaba que la pelirroja se había agarrado a mi brazo. Molesta por ese arrumaco, le preguntó a ella lo mismo.

            ―Disfrutar como una perra con este macho. No se imagina lo cerdo que es en la cama― replicó Ua frotando su sexo contra mí.

            La desfachatez de las muchachas la indignó y tomando sus pasaportes, fue a su coche a comprobar sus identidades mientras su compañero repetía las mismas preguntas a la mulata.

            ―Soy la cocinera, pregunte en el pueblo― contestó ésta disfrutando al ver el deseo reflejado en los ojos del rubio aquel: ―Deseas algo de picar, puedo traértelo de la cocina, muchachón.

            El agente enmudeció al sentir la mano de la mulata recorriendo su trasero y más cuando en plan coqueta, quiso saber si tenía novia. Por eso agradeció que Sara volviera con el portátil y se pusiera a corroborar con las dos suecas sus identidades.

            ―Por lo que veo, ambas han pedido una excedencia de dos años en sus trabajos, ¿puedo saber por qué?

            Tomando la palabra, Ua respondió siguiendo con el carácter descerebrado que había mostrado hasta entonces:

            ―Estábamos cansadas de la monotonía y decidimos hacer un paréntesis para vivir la vida. Usted hubiera hecho lo mismo si sus únicos amantes fueran descendientes de vikingos más interesados en beber que en complacerla. ¿No le apetece un mojito? La empleada de Miguel los prepara de lujo.

            ―No, gracias estoy de servicio― cabreada quizás al ver que esas crías habían podido realizar sus sueños y ella no, preguntó desde cuando me conocían.

            ―Cinco días con cinco largas noches― imitando a su teórica compatriota, Ía se pegó a mí mientras respondía.

            Al contemplar a esas dos insensatas colgadas de mis brazos, la oriental comprendió que poco iba a sacar de nosotros todos juntos y por ello, se dio por vencida todavía con la mosca tras la oreja.

            ―Jerry, tenemos que seguir― dijo al advertir que el rubio no podía retirar sus ojos del pandero de Tomasa y dirigiéndose a mí, me informó que si tenían preguntas volverían.

            ―Si vienen por la mañana, con seguridad estaremos en la playa. Este par están obsesionadas con tomar el sol ― respondí magreando los culos de las nórdicas.

            La cara de placer de las aludidas dio veracidad a mis palabras y sintiendo que estorbaban, los dos agentes acompañados por los militares se subieron a sus vehículos y se fueron. Al marcharse me quedé con la sensación de que esa tipa sospechaba algo y así se lo hice saber a las chavalas. Dando verosimilitud a mis palabras, Ía cogió su ordenador y se puso a rastrear qué clase de información había consultado la agente. Tras comprobar que no solo se había centrado en organismos oficiales, sino que también las había buscado en redes sociales, declaró muy ufana que no había problema y que lo tenía controlado.

            ―¿Me puedes enseñar tu perfil en Facebook?― pregunté.

            Al revisarlo confirmé mis temores. Era demasiado perfecto, preciso e impersonal, impropio de una joven de su edad. No había referencias a borracheras, fiestas o actitudes juveniles. Todo se circunscribía a sus estudios.

            ―Tenemos un problema― comenté haciéndoles partícipes de sus fallos.

            Comprendieron de inmediato a qué me refería. Bajo un prisma humano, esas ausencias hacían intuir una manipulación deliberada y que esa manipulación estaba destinada a ocultar una actividad poco clara. Asustadas, me pidieron consejo y fue entonces cuando nuevamente Tomasa demostró que, además de saber cocinar, tenía una mente bien amueblada:

            ―Hay que darle carnaza. Vi cómo os miraba y la indignación que sentía al veros en plan melosas con un hombre que teóricamente os dobla la edad. Si le dejáis que descubra un tejemaneje con Miguel, morderá el anzuelo y podréis dirigir sus pesquisas a otro lado.

―¿En qué piensas?― dije interesado.

―Según me habéis dicho, te han convertido en un hombre riquísimo mientras ellas lucen como un par de cerebritos. Debes hacerla creer que la has mentido y que al contrario de lo que la habéis dicho, las niñas llevan trabajando para ti desde hace tiempo en un proyecto secreto.

Pensando en voz alta, comenté que dado los múltiples sectores económicos en los que se suponía estaba involucrado, podían fungir como mis asesoras en la sombra y que por ello habían borrado cualquier tema que pudiera ser usado en su contra.

―Tiene que ser algo gordo. Un tiburón no deja de perseguir a una gran presa por que se le cruce una pequeña― recalcó la viuda.

Pensando que esos agentes estaban investigando una presencia alienígena no se me ocurría nada. Las prodigiosas mentes de esos seres viendo el problema se pusieron a trabajar y tras un par de minutos, Ua preguntó si sería suficiente un nuevo sistema de desalinización que no requiriera gran cantidad de energía. Aunque en un principio no caí en su relevancia, al meditar sobre lo que supondría hacer potable el agua del mar para la humanidad, comprendí su importancia dado que no solo se podría dar de beber a millones de personas, sino que teniéndola en ingentes cantidades podría ser usada para cultivar extensiones que hasta entonces eran secarrales.

―¡Se acabaría el hambre del mundo!― exclamé.

―Y el poseedor de las patentes se convertiría en uno de los hombres más poderosos del mundo. Sería capaz de tumbar gobiernos con la sola amenaza de dejarles fuera del reparto― dejó caer. 

Confieso que me dio vértigo el oírla porque no en vano me había retirado a ese edén huyendo del día a día de la que era mi empresa. La certeza que mi supuesta retirada de los negocios sería vista por los investigadores como lógica al concentrar todos mis recursos en ese hito me hizo acceder a que prepararan esa cuartada, sin olvidar el beneficio global que ese invento provocaría por todo el orbe. Por eso, únicamente pregunté cómo lo harían. Riendo a carcajadas y mientras volvía a insertar sus hebras en el ordenador, Ía comentó que ya era dueño desde hacía dos semanas de una veintena de patentes que la harían posible y que solo faltaba darlo a conocer.

―Para dar mayor credibilidad deberíamos aliarnos a una tecnológica de prestigio― respondí. Al ver sus sonrisas, comprendí que ante de decirlo había ya conseguido una candidata: ―¿Cuál tenéis en mente?

―¿Serviría Alfa Centauro?

No me pasó inadvertido que habían elegido esa gigantesca corporación sueca por algún motivo y cabreado porque me estuvieran soltando la información poco a poco, les exigí que se explicaran.

―Llevan años investigando sobre nanotecnología y ya que vamos a utilizar masivamente esos compuestos, es la que mejor encaja. Sus balances no están demasiado aseados y su actual presidente no vería con malos ojos que un inversor con dinero fresco se haga con la mayoría si con ello blinda su puesto.

―Contacta con él y pídele una cita― respondí viendo por otra parte que cualquier extraño no vería raro que eligiera una empresa del país natal de mis dos principales asesoras.

―Ya lo he hecho, mi amado Íel y está esperando tu llamada.

―Nena, ¿no te olvidas de algo? ¡No hablo su idioma!

―Tú no, pero yo sí― cayendo en el problema, comentó.

Mientras su compañera se dedicaba a conseguir los fondos que necesitaríamos deshaciendo posiciones de bolsa, la puñetera criatura tomó el teléfono y lo llamó. La conversación duró poco. Al cabo de cinco minutos,  luciendo la mejor de sus sonrisas, me contó que tal y como había previsto, el empresario se había mostrado interesado en reunirse con nosotros cuanto antes.

―¿Para cuándo nos has sacado los billetes de avión?― pregunté asumiendo que la cita sería en Estocolmo.

―Mañana a las siete de la mañana, Erik Anderson llegará a San José donde tomará otro vuelo hacia aquí― respondió para acto seguido demostrar por enésima vez que iba por delante de mí mil pueblos al decirme que sería conveniente que llamara a la embajadora por si quería acompañarlo.

―¿Qué tiene que ver Agda en este asunto?

Despelotada de risa, esa arpía replicó:

―Esa zorrita está rendidamente enamorada de ti y su presencia nos viene bien por si los de la CIA siguen indagando. Se andarán con pies de plomo para no crear un problema diplomático.

Fijándome en Tomasa, no vi en ella ningún rastro de celos y extrañado, decidí guardármelo para mí, sabiendo que tendría tiempo para averiguar los motivos por los que, al contrario de lo sucedido con la camarera, que la nórdica babeara por mí no despertaba sus iras.

Para entonces el reloj marcaba las cuatro y tal como era mi costumbre decidí contemplar el aguacero que se estaba formando desde el porche de la casa mientras me tomaba un whisky. La viuda vio mi petición como una normalidad a la que agarrarse y olvidando momentáneamente el cambio que esos seres habían provocado en nuestra rutinaria vida, fue por él. No me quedó duda que tampoco quería estar presente cuando llamara a la cuarentona y por eso, tomando mi móvil no esperé su vuelta para llamar a la embajadora. Agda no tardó en contestar. Al explicarle que deseaba que nos sirviera de enlace con su paisano y que le pedía que lo acompañara a verme, no dudó en aceptar. Y susurrando al micrófono me hizo saber que esperaba que durante la visita pudiera disfrutar de mis brazos.

―No he podido dejar de pensar en ti.

―Yo tampoco― le mentí mientras me despedía de ella hasta el día siguiente.

Todavía no había vuelto Tomasa con mi acostumbrado Cardhu cuando las primeras gotas hicieron su aparición regando los platanales. Ensimismado como tantas tardes con ese fenómeno, no pude dejar de pensar en la forma que solo unos días antes las chavalas que tenía a mi lado habían aparecido llenas de barro y temblando de frio. Sin ser capaz de valorar todavía los efectos que tendrían en mi futuro, comprendí que bien llevadas podían ser una bendición para el ser humano siempre y cuando no se apoderaran de su destino. No podía dejar de valorar su interés por el bien común, pero no por ello podía obviar el peligro que representaban esos seres.

 «Si dos son capaces de acabar con la sed en el mundo,  ¿qué harían miles o millones de ellas interactuando conjuntamente?», medité preocupado mientras escuchaba los pasos de la mulata acercándose.

Respetando mi concentración, tras dejar la bandeja sobre la mesa, Tomasa pidió a las crías que la acompañaran adentro para que no me molestaran. Agradecí el gesto y meneando con un dedo los hielos en el vaso, seguí disfrutando de las columnas de agua cayendo sobre la finca sin dejar de pensar en cómo afrontar el problema. Media hora más tarde el diluvio cesó, no habiendo obtenido una respuesta y meditabundo, entré a la casa. En el salón, Ua e Ía miraban absortas la televisión. Al fijarme en ellas, descubrí que estaban llorando y alucinado me senté a su lado con la intención de saber qué era lo que las había impactado tanto. Ante mi sorpresa estaban viendo “el lago azul”, la vieja película interpretada por una Brooke Shields adolescente que narraba la experiencia de dos niños que se había quedado varados en una isla desierta y cómo poco a poco habían descubierto su sexualidad.

«Esto ha sido cosa de la mulata», comprendí y que no había sido casual que el primer film que contemplaran fuera ese: «Dos huérfanos ante un ambiente desconocido y sin nadie que les explicara qué sucedía a sus cuerpos».

Las risas de las crías cuando en la pantalla Brooke descubre a su compañero masturbándose se convirtieron en lágrimas cuando se daban el primer beso y sintiéndose identificadas, giraron sus caras hacia mí al contemplar la dulce manera en que los protagonistas perdían su virginidad. Reconozco que me sentí incómodo al saber que de alguna forma el siguiente paso en su humanización pasaba por hacerles el amor y levantándome del asiento, dejé que terminar de ver la película ellas solas.

Sabiendo que Tomasa había seleccionado esa historia con un propósito, decidí salir de dudas hablando con ella. Encontré a la viuda preparando la cena ajena a lo que se le venía encima, pero al verla en sus actividades cotidianas no fui capaz de plantarle cara y cogiendo una silla, me puse a observarla en silencio. La belleza de su cuerpo y el meneo de su trasero mientras cocinaba me parecieron algo sublime.

«Es preciosa», sentencié admitiendo por fin que llevaba colado por ella mucho antes que esas mujercitas llegaran a nuestras vidas y que, si no había caído antes rendido ante ella, se debía a sus reparos a que la gente de su pueblo la catalogara como una buscavidas. También fui consciente de que los sutiles cambios en su anatomía solo habían hecho avivar la hoguera de mi interior, convirtiéndola en un incendio.

Saber que mi amor era correspondido me hacía más difícil comprender que no sintiera celos de Agda cuando no era un secreto que me había acostado con ella. Por ello cuando se percató que la espiaba, no pude dejar de atraerla hacia mí y besarla, tratando de compensar que al día siguiente esa rubia llegara a la que ahora era su casa por derecho. Riendo al recibir mis caricias, me pidió que la dejar terminar la cena no fuera a quemarse, pero obviando sus suplicas la abracé con más fuerza. Esta vez no rehuyó mis besos y reaccionando con una pasión que desbordó mis previsiones, me rogó que la amara. Desabrochando su delantal, lo dejé caer al suelo mientras Tomasa buscaba despojarme de la camisa. La urgencia con la que nos desnudamos fue una muestra del deseo que nos dominaba y sin importarnos la cazuela que seguía al fuego, nos lanzamos de cabeza a sellar nuestro amor.

―Tómame, lo necesito― sollozó mientras entrelazaba sus piernas alrededor de mi cintura.

Esa necesidad era la mía y por eso no dudé en acercar mi erección a su sexo. Al sentir mi glande rozando su vagina, la mulata se empaló lentamente dejándose caer. Esa calma me permitió disfrutar de cómo sus labios se iban abriendo y sentir cómo mi pene se sumergía en la hogareña humedad de su coño.

―Te amo, mi dulce negrita― susurré en su oído absorbiendo las sensaciones.

―Te amo, mi perverso blanquito― contestó feliz al notar que la llenaba por completo y con la misma parsimonia con la que se había empalado, comenzó a moverse mientras buscaba mis besos.

Nuestras lenguas se entrelazaron en su boca y mis manos recorrieron sus pechos al ritmo que ella marcaba izándose y dejándose caer sobre mi miembro. Poco a poco fue exigiéndome más forzando y alargando mis penetraciones hasta que ya presa de lujuria, buscó su placer pidiendo que mamara de sus pechos. Ni siquiera había aproximado la boca a sus areolas cuando de pronto vi dos pequeños chorros emergiendo de ellas. Incapaz de rehuir a su llamada, abrí mis labios para apoderarme de sus pezones. Al sentirlo, gimió descompuesta acelerando los movimientos que tanto placer la proporcionaban mientras me rogaba que, aunque sabía que me tendría que compartir, nunca la dejara.

 ―Mi corazón siempre será solo tuyo― respondí impresionado con la hondura de sus sentimientos.

Esa frase con la que ratificaba que lo nuestro no era solo sexual la impulsó a incrementar más si cabe la velocidad con la que buscaba que derramase mi simiente en su interior. No me importó que esa belleza de ébano zarandeara mi virilidad como tampoco que en su lujuria clavara sus uñas en mi espalda marcándome como suyo. Tenía claro que el destino y esas arpías iban a proporcionarme distintas mujeres para que las fertilizara, pero también que al llegar la noche buscaría siempre los brazos de Tomasa.  Asumiendo que quizás hubiesen reservado un papel parecido a la mujer que estaba amando, curiosamente lo comprendí.

«Para ese par, somos la Eva y el Adán que formalizaran el nuevo pacto con su especie», pensé mientras una y otra vez mi glande chocaba con la pared de su vagina. Los sollozos de Tomasa me hicieron volver a la realidad y no pude más que olvidando mis reparos, buscar complacerla sin que el oscuro nubarrón que se cernía sobre nosotros pudiera ocultar mi alegría al saber que siempre la tendría a ella iluminando mi existencia con su cariño.

El placer no tardó en llamar a su puerta dada la insistencia con la que estaba horadando su fértil sembradío y voz en grito me informó que se corría al sentir que un orgasmo brutal se iba formando en el fondo de sus entrañas. Queriendo que mi propio clímax coincidiera con el suyo, aceleré el compás de mis caderas.

―Me corro― repitió mientras su cuerpo ardía de gozo con el cambio de velocidad.

Dando un lugar prominente a mi amada pareja, me olvidé de mi placer y busqué únicamente que ella disfrutara mamando de sus pechos. Al sentir nuevamente mi boca succionando hambrienta en sus pezones, Tomasa rugió convertida en una pantera y mordió mi cuello marcándome para siempre como su propiedad. Todavía no comprendo, pero sus dientes hundiéndose en mi carne me liberaron y sucumbiendo ante ella, acepté su autoridad como la gestora de mi destino mientras esparcía mi semilla dentro de ella. 

Seguíamos abrazados sobre la mesa de la cocina, disfrutando con los estertores de nuestros orgasmos cuando a nosotros llegó el olor a quemado.  Muerta de risa mientras apagaba la lumbre y tiraba el guiso a la basura, mi adorada diosa me acusó de ser el culpable de que esa noche tuviésemos que salir a cenar fuera.

―¿Dónde te apetece ir? – descojonado reconocí el pecado.

10

De acuerdo en cenar fuera, fuimos a notificar a “nuestras niñas” que esa noche iríamos a un restaurante especializado en pescado. Al llegar al salón, ambas seguían absortas viendo el final de la película sin percatarse de nuestra llegada mientras en la pantalla los actores se dejaban llevar por la corriente pensando que era el final de sus días. Viendo la angustia con la que recibían esas imágenes decidí que terminaran de ver como el padre del muchacho los recogía de la balsa salvándoles la vida. Tal y como esperaba, al ver que acababa bien y que la pareja era rescatada, sonrieron sintiéndose quizás representadas.

―Veo que os ha gustado― comenté al advertir que respiraban relajadas con ese final.

―Sí― contestó Ua mientras se secaba con una de sus mangas las lágrimas: ―Me sentía fatal pensando que esos muchachos y su hijito iban a morir sin poder hacer nada por evitarlo.

Por sus palabras comprendí que creían que lo que habían estado viendo era algo real y no producto de la imaginación de unos guionistas. Sentándome junto a ellas, les expliqué que no era un documental sino una historia ficticia. Como no parecían comprender lo que les decía busqué en mi móvil a Brooke Shields en la actualidad y mostrándosela en la pantalla, comenté que la joven que habían visto en esa isla ya tenía cincuenta y cinco años.

―Entonces, ¿no era cierto? ¿El cocinero no murió? ¿Ni nada de lo que vimos pasó en la realidad?

Desconcertado al comprobar lo poco que sabían de los humanos a pesar de sus mentes prodigiosas, dediqué más de un cuarto de hora en explicarles que al igual que los escritores plasmaban en sus libros historias, que o bien habían oído o bien se habían inventado, los directores de un film hacían lo mismo. Cogían sus vivencias o las de otros, le daban forma y creaban un producto con el que los espectadores disfrutaran. Que como en “el lago azul” algunas veces podía ser en plan romántico, pero también podía ser una comedia o incluso una película de terror.

―¿Quién paga para pasar miedo?― preguntó la rubia escandalizada.

Me abstuve de anticiparla que también había de guerras o de desgracias naturales, si se quedaban en la tierra ya tendrían tiempo de saberlo y dándolas por imposibles, les comenté que debido a la torpeza de Asa tendríamos que salir a cenar fuera.

―Serás cretino, mi pérfido amor. Si se me quemó la cena fue por tu insistencia en desperdiciar una simiente que tanto necesitan nuestras zorritas― respondió haciéndome también responsable de que esos dos bellos seres pudiesen pasar hambre.

―No te preocupes, Asa― replicó la pelirroja acariciando las ubres de la cocinera:― Nuestro macho tiene suficiente reservado para nosotras y si no lo tiene, buscaremos nuestro sustento en ti.

No pude evitar la carcajada al ver crecer bajo la blusa de la mulata sus pitones e imprimiéndoles prisa, les pedí que se cambiaran porque el sitio al que íbamos era el más elegante del pueblo y quería que estuvieran guapas para los parroquianos del lugar. Aceptando mi sugerencia las tres mujeres se fueron a preparar mientras me quedaba pensando en qué más ignoraban esas criaturas de los humanos. Media hora tardaron en estar listas, pero no me quejé al comprobar el esmero con el que se habían acicalado y sintiéndome un jeque árabe en compañía de su harén, les abrí la puerta del coche para que se subieran. No habían aposentado sus traseros en los asientos cuando empecé a escuchar a Gloria Estefan cantando uno de sus éxitos.

«Menos mal que nos les ha dado por el Heavy», sonriendo medité pensando que, si ese hubiera sido el caso, cualquier mañana me hubiesen despertado con el vocalista de Iron Maiden desgañitándose.

Los quince kilómetros hasta Puerto Jimenez me parecieron pocos al volante de ese prodigio de la ingeniería y apenas diez minutos después aparqué frente a Soda Marbella. Al ver la humildad de ese sitio, temí que la comida fuera acorde con el ambiente, pero Tomasa viendo mi cara me aseguró que era el mejor lugar para comer marisco de toda la zona. Creyéndola, apagué el coche y nos bajamos. Al aparecer en el local, la dueña dejó todo y acudió a saludar a su paisana. El afecto con el que las dos mulatas se trataron me tranquilizó ya que era seguro que la tal María se esmeraría en darnos de cenar estando su amiga entre nosotros. Lo que no preví fue que Manuel, el sargento, estuviese cenando en una de sus mesas con los gringos y menos que alzando la voz, nos invitase a acompañarnos. No deseando mostrar las pocas ganas que tenía de disfrutar de la compañía de los agentes de la CIA intenté disculparme, pero entonces actuando con una temeridad indiscutible vi que Ua e Ía se sentaban, dejando a Tomasa entre los dos hombres y a mí a la derecha de Sara.

―Me viene estupendo su llegada― dijo la oriental en cuanto tomé asiento y señalando discretamente a las supuestas nórdicas preguntó: ―¿Me puede explicar por qué prefirió que pasaran como sus amantes y no como sus estrechas colaboradoras?

 Tomando la servilleta y llevándola a mis piernas, contesté:

―Secreto industrial. Si me da dos días, comprenderá porque estas crías se han desplazado hasta aquí.

―¿No puedes anticiparme algo?― insistió tuteándome por vez primera.

Por su tono, intuí que esa monada de ojos rasgados estaba afectada por mis hormonas y que lo que realmente quería era saber si tendría alguna posibilidad de acabar en mi cama. Sonriendo, cogí su mano y murmuré en su oído:

―Pasado mañana, la invito a cenar y le cuento todo lo que usted ya sabe.

No supe si enrojeció al sentir mis dedos jugueteando con los suyos o porque hubiese descubierto que había violado mi intimidad escarbando en mis negocios, lo cierto es que no hizo ningún intento de quitarla mientras las dos criaturas no perdían detalle de mi comportamiento. Y no menciono a Tomasa, porque bastante tenía la pobre con defenderse del acoso al que la estaban sometiendo tanto Manuel como el rubio gigantón compitiendo entre ellos para que les hiciera caso.

―Sara, ¿tienes un marido o una pareja esperando en Estados Unidos?― con desfachatez preguntó Ua forzándola a descubrirse.

Para mi sorpresa, la agente no se quejó de esa intromisión en su vida privada y sin dejar de mirarme a los ojos, le respondió que vivía en San José y que estaba soltera y sin compromiso. Juro que me quedé helado al ver que disimuladamente la pelirroja hundía sus hembras en el brazo de la oriental y más cuando satisfecha con lo que había encontrado en ese breve examen, sin preguntarme le ofreció que la próxima vez que viniera a la zona se quedara en mi casa.

―No me gustaría molestar― ajena a haber sido auscultada, respondió diplomáticamente no queriendo evidenciar la ilusión que le había hecho esa propuesta.

Supe que habían visto algo en los genes de la investigadora que cuadraba con su misión, pero nunca me imaginé que desde el otro lado de la mesa y apoyando a Ua, Ía insistiera:

―No molestaría, Miguel tiene una cama grande donde le haríamos un sitio.

O bien durante el examen habían preparado el terreno con una inyección de estrógenos o por el contrario esa joven policía tenía la sexualidad a flor de piel, porque en vez de escandalizarse se mordió los labios mientras contestaba que se lo pensaría. Nuevamente Ua, haciéndole una carantoña en la mejilla, traspasó los limites susurrando en su oreja el placer que obtendría cuando yo, su amado jefe, hundiera mi boca entre sus piernas. En vez de levantarse e irse, Sara instintivamente cerró sus rodillas al imaginarse mi lengua jugando en su sexo. Su entrega hizo que bajando la mano por debajo del mantel la pelirroja comenzara a recorrer con sus dedos los muslos de la mujer mientras las miraba petrificado.

―Una cerveza― pedí al camarero consciente de que en esos precisos instantes Ua estaba explorando los límites a los que podría llegar la calentura de esa asiática.

―Otra para mí― sollozó ésta al sentir una yema hurgando por debajo del tanga que llevaba puesto.

Tras comprobar la pelirroja la humedad que anegaba la entrepierna de su víctima, decidió que era suficiente. Sacando su mano de debajo de la mesa, llevó sus dedos impregnados de flujo mientras dulcemente me pedía que se los lamiera para que así pudiese confirmar si me iba a gustar el conejo que pasado mañana tendría para cenar. Al comprobar que Sara esperaba ansiosa el resultado, saqué la lengua y caté por anticipado ese manjar. No mentí cuando cediendo a mi propia lujuria, respondí que estaba delicioso pero que prefería tomarlo directamente de su envase. Al escuchar mi burrada, la agente empezó a temblar y ante mi sorpresa, se corrió calladamente mientras, ignorando el orgasmo que estaba sufriendo su compañera, Erik contaba un chiste a la mulata, tratando de ganarse su favor.

Con las risas de Tomasa todavía resonando en sus oídos, Sara se disculpó diciendo que necesitaba ir al baño y levantándose, huyó. Ua esperó a que desapareciera para reírse de sus prisas en ir a masturbarse y como si fuera una información que me interesara, me hizo saber que estaba en sus días fértiles por lo que, si la acompañaba al servicio, era seguro que la dejaría embarazada.

―Los hombres no siempre buscan tener descendencia al tomar a una mujer― musité en voz baja: ―La mayoría de las ocasiones es lo último que queremos. Con el placer nos basta.

Mis palabras las dejaron pensando y fue la rubia la que finalmente me hizo la pregunta que debía estar rondando en sus mentes desde hace un par de días:

―Entonces, no te importaría amarnos como mujer sabiendo que con ello no tendrías un hijo.

Tal y como había planeado si se entregaban a mí, eso las haría humanizarse y por eso,  contesté :

―No tenéis por qué preocuparos al no querer ser madres. Si algún día decidís que os tome, decídmelo y lo haré encantado.

―¿Puede ser hoy? Mi amado Íel― preguntó totalmente colorada su compinche.

Comprendí que la dichosa película y la forma en que la protagonista había descubierto su sexualidad les había entusiasmado cuando, acompañando a la pelirroja, la rubia propuso esa noche que durmiéramos en la playa.

―¿No preferís la cama? Es bastante más cómodo para vuestra primera vez.

 Para mi sorpresa, aceptaron siempre que me comprometiera a amarlas otro día a la luz de la luna con el rumor de las olas como música ambiente. No me quedó duda que esa cursilada la habían sacado de una canción. Lanzándolas un beso, se lo prometí mientras pedía una botella de vino para saciar la sed que esa petición había creado en mi garganta. Si bien era algo que buscaba, saber que en cuanto llegara a casa las tendría por fin me tenía de los nervios, ya que no recordaba haber desvirgado a alguien.

«La primera vez es importante», me dije pensando en mi ex y en los miedos que un estreno lamentable había provocado en ella y que, por culpa del bruto de su novio de entonces, quedó marcada para siempre.

Seguía pensando en eso cuando acomodándose la ropa Sara salió del baño y volvió a la mesa. Su sofoco no había desaparecido y por eso cuando se sentó le costó hablar y permaneció callada mientras Erik monopolizaba la conversación contando anécdotas de su trabajo. La cordialidad que mostraban los investigadores asignados al accidente me informó que nos habían descartados como sospechosos y por eso me permití preguntar a la oriental cómo iban sus pesquisas.

―Estamos en un callejón sin salida― reconoció: ―Todo lo que envuelve a este caso es muy raro. Nuestros jefes nos mandaron a indagar creyendo que era o una nave rusa o una china dado que según el radar apareció de improviso a más de diez mil de altura y solo los aviones militares llegan a esa altura. Al tomar muestras del amasijo de hierros, nuestros científicos comprobaron que eran de una aleación desconocida de la que nunca habíamos oído hablar.

―Entonces habéis llegado a la conclusión que sea de quién sea os llevan la delantera― comenté.

―Eso pensaban, pero tras un segundo análisis descubrieron la presencia de metales que no existen mas que teóricamente y eso ha abierto otras posibilidades― declaró en voz baja, temiendo ser oída.

Esa locuacidad en una espía no era normal en una espía y con el convencimiento de que algo habían tenido que ver Ua y su examen, insistí en qué país centraban ahora sus sospechas. Viendo que Erik seguía tonteando con mi mulata, musitó:

―Una parte de los expertos consultados no creen posible que su origen sea terráqueo.

Quitando importancia a la confidencia que me acababa de hacer, me reí haciéndole ver que solo los muy crédulos creían en Ovnis.

―Eso pensé al principio, pero al investigar los restos biológicos llegaron a la conclusión que esos seres respiraban amoniaco.

Esa información sobre los antiguos protectores de las muchachas me interesaba y a pesar de que intenté que no se me notara, no estoy muy seguro de que lo hubiera conseguido al preguntar:

―¿Me estás diciendo que lo que en teoría eran unos pulpos en realidad eran los tripulantes y que encima eran alienígenas?

Dudó antes de responder:

―Que no eran de aquí, parece claro… pero gracias a que sus cuerpos estaban casi intactos los biólogos pudieron examinarlos y hallaron que, por el tamaño de sus cerebros, esos bichos no podía ser los pilotos ya que debían tener una inteligencia muy limitada.

Mi cara de sorpresa alertó a las crías que algo pasaba y por ello pudieron escuchar a la oriental comentando que esa era la razón por la que ellos seguían ahí, ya que buscaban supervivientes.

―No habéis pensado en que pudiera ser una nave no tripulada― pregunté tratando de abrir otra línea de investigación.

            ―Lo hemos contemplado, pero la trayectoria que siguió antes de estrellarse sugiere que esa nave dejó algo en la superficie antes de volverse a elevar y estrellarse.

            Olvidándome de ella, observé a las crías y descubrí que rehuían mi mirada al darse cuenta de que Sara acababa de desmontar la versión que nos habían dado. El accidente era una coartada para ocultar que premeditadamente las habían dejado frente a mi casa. Mi cabreo no evitó que siguiera indagando y acomodando mis ideas, pregunté si entre las diversas hipótesis de trabajo creían que los pasajeros del ovni habían desembarcado con anterioridad al accidente. Temiendo quizás haber hablado ya de más, Sara aprovechó que llegaba el camarero con la comida para no responder. Reconozco que me quedé con ganas de averiguar qué más sospechaban,  pero sabiendo que en dos días cenaría con ella a solas, decidí no insistir y probé mi langosta.

Al comprobar que Tomasa no había mentido al alabar la cocina del lugar, miré a la negrita y comprobé que estaba gozando con las atenciones del gigantón. Recordando lo mal que lo pasó durante su matrimonio y que apenas acababa de redescubrir el sexo, no quise que dejara de disfrutar de su renovado atractivo y me dediqué a agasajar a Sara preguntándole por su vida. Así me enteré de que llevaba en Costa Rica dos años y que antes había estado destinada en México. Nuevamente la oriental se fue de la lengua comentando pasajes por los que ni siquiera le había interrogado y me explicó que su novio la había dejado apenas hacia seis meses por que no aguantaba sus prolongadas ausencias.

―No podía aceptar que antepusiera mi trabajo― se quejó.

Rompiendo el mutismo en que se había instalado, Ía le preguntó si se había buscado alguien que le supliera.

―No he tenido ni tiempo ni ganas hasta ahora― respondió buscando en mis ojos una señal que le permitiera creer que estaba interesado en ella.

Su desamparo me impactó porque no en vano la había catalogado como una persona autosuficiente, capaz de conseguir al hombre que le viniese en gana. Al saber que no era así y que tras la fachada de funcionaria de inteligencia se escondía una mujer indecisa, me permití decir:

―No te preocupes ya llegará tu momento. Eres una mujer preciosa.

Mi piropo consiguió el efecto contrario al que quería. En vez de sonreír, Sara se echó a llorar desconsolada diciendo que su tren había pasado. Para mi sorpresa, Ua que estaba a su lado dejó de comer y la acogió entre sus brazos, intentando consolarla.

―Desahógate, estás entre amigos― susurró mientras acariciaba a la joven.

Desde mi silla, estaba observando que esos mimos no tenían ninguna connotación sexual y que únicamente buscaban confortarla, cuando de repente caí en las lágrimas que recorrían las mejillas de la pelirroja. Intrigado miré a su compañera y descubrí en sus ojos, que de alguna forma ambas estaban compartiendo el dolor de Sara.

«No pueden dejar de sentir empatía por ella», me dije viendo en ello un arma que usar contra esos seres.

La confirmación que en su naturaleza estaba el solidarizarse con los desafortunados e intentar hacerles mas llevaderas su angustia vino cuando imitando a Ua, la rubia acercó su silla a donde permanecían abrazadas y trató de ayudarla preguntando qué podía hacer para que se sintiera mejor mientras hundía sus apéndices bajo el pelo de la oriental. Consciente que nadie podía ver lo que estaba haciendo, me quedé esperando el resultado de su examen. Solo habían pasado unos segundos cuando, girándose hacia mí, Ía me rogó que tomara de la mano a Sara.

―Necesita tu contacto― me dijo con tono dulce confirmando de esa manera que había visto en la mente de la oriental que yo era la solución a sus problemas.

No pensé en cómo lo había averiguado ni en que quizás la congoja de esa mujer se había visto magnificada por haber sido manipulada por ellas e instintivamente cogí la mano de Sara. Tal y como había previsto la rubia, ese gesto consiguió aplacar la espiral autodestructiva de la agente y poco a poco se fue tranquilizando.

―Gracias― sin soltarme, musitó ya más repuesta y viendo que del otro lado de la mesa su asistente seguía charlando animadamente con Tomasa, intentó disculpar su arrebato bajando el volumen de su voz.

―No has hecho nada por lo que tengas que pedir perdón― le dije mientras recriminaba con los ojos a los dos seres su supuesta metedura de pata. Confirmé que era así y que habían contribuido a incrementar la zozobra de esa agente cuando totalmente avergonzadas fueron incapaces de sostenerme la mirada.

«Eso les ocurre por sentirse Dios», murmuré para mí cabreado: «No comprenden a los humanos y aun así se atreven a manipularnos».

Haciendo un gesto a la rubia, le pedí que me acompañara al baño. Sabiendo sus culpas, Ía se levantó acojonada y en silencio me siguió por el restaurante. Cuando ya nadie podía vernos, la cogí del brazo y le eché una bronca que no estaba destinada solo a ella sino a las dos, acusándolas de ser una irresponsables al no saber medir sus actos.

―Los humanos no somos vuestras mascotas y menos vuestras cobayas― le dije mientras la zarandeaba.

Hoy sé que me pasé de violento y que no medí mi fuerza, pero estaba fuera de mí cuando al ver que no parecía comprender su pecado le solté un tortazo que la tumbó. Lejos de compadecerme de ella al verla despatarrada en el suelo, volví a mi sitio. Ua supo que algo había pasado al verme solo y disculpándose con la oriental, fue en busca de su compañera. Sara aprovechó que se habían ido para comentar la suerte que tenía al tener dos colaboradoras tan amables.

«Amables, ¡mis huevos! ¡Son un par de zorras!», mentalmente exclamé sin exteriorizar mi disgusto ante ella.

Al cabo de unos minutos y cuando ya estábamos en el postre, retornaron cabizbajas y en silencio se sentaron lo más alejado posible de mí. Pasando de ellas,  pedí un whisky que me hiciera olvidar mi enfado. Tomasa que hasta entonces se había mantenido al margen se percató al instante de la actitud reservada que mantenían y corriendo a su lado, les preguntó que había ocurrido. Con lágrimas en los ojos, Ía se lo explicó creyendo quizás que obtendría consuelo, pero en vez de ello, la mulata se indignó y les dijo que ella les hubiese dado una paliza por irresponsables.

―Habéis tenido suerte que fuera Miguel y no yo― les espetó dejándolas solas rumiando su desesperación.

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