7

La sensación de ser usado apenas me dejó dormir. En cuanto intentaba cerrar los ojos, el convencimiento que esos dos seres solo buscaban la supervivencia de las hembras de su especie volvía con fuerza a mi mente. Daba igual que personalmente no tuviera queja del trato que había llegado con ellas, me reconcomía saber que el futuro de la humanidad dependía de cómo con Tomasa afrontaríamos esa situación. Por la noche y gracias al alcohol, Ua me había revelado parte de sus planes y según la poca información que tenía, me querían usar como semental para dar un futuro a su gente. Tenía que averiguar qué coño eran esas criaturas y por qué habían elegido a los humanos como nuevos simbiontes. Al pensar en ello, caí en la cuenta de que por algún motivo habían decidido abandonar a los que hasta entonces les habían servido y buscarse un nuevo reino donde al amparo de los belicosos homínidos conquistar la galaxia y seguir creciendo. Meditando sobre ello, tampoco entendía que entre los siete mil millones de humanos me hubieran elegido. No creía en las casualidades y menos que tras un viaje de trillones de kilómetros, se hubiesen estrellado frente a mi casa.

            «Debió de algo ser premeditado», me dije dudando incluso que fuese un accidente.

            Según Manuel, la gente del gobierno no había encontrado nada útil entre los amasijos de hierros y por eso habían concentrado sus esfuerzos en los restos de los supuestos pulpos.

            «Si sospecharan que era un ovni lo que había colisionado, hasta la CIA se hubiese dejado caer por la zona y hubiera tomado el mando», concluí dando verisimilitud a la versión del policía.  Aunque era bueno en términos egoístas que buscaran supervivientes en el mar, no me quedaba ninguna duda que tarde o temprano mirarían tierra adentro y que acudirían a mi finca.

«Por eso se han buscado una identidad, antes de nada. No es lo mismo ser unas indocumentadas que habían aparecido por ahí sin nada que lo demostrase, a que cuando tocaran su puerta y preguntaran quién vivía ahí, fueran unas suecas con sus pasaportes en regla y con un pasado como coartada las que contestaran». Estaba pensando en ello cuando Ía se comenzó a desperezar a mi lado y como si nada hubiese pasado, me preguntara cómo habían llegado a la cama. Riendo, le expliqué que se habían emborrachado y que tuvimos que subirlas a la habitación antes de que hicieran una tontería.  

―¿Cómo te encuentras?― pregunté pensando que debía de tener resaca.

―Estupendamente y con hambre― respondió llevando sus manos a mi entrepierna.

No queriendo que sospechara nada, la dejé continuar y que buscara su sustento. Como otras veces, la rubia no se esmeró en los preparativos y directamente buscó con lametazos mi erección. Confieso que me molestó saber que para ella solo era un pedazo de carne en el que buscar la esencia que necesitaba y quizás eso motivó que a pesar de sus intentos no se me levantara.

―¿Qué te ocurre mi amado Íel? ¿Ya no te gusta tu mujercita?― preguntó al ver que mi sexo no daba muestras de excitación.

Temiendo que incrustara sus hebras en mí para averiguar mi falta de entusiasmo, decidí buscar una excusa y atrayéndola hacía mí, la besé mientras decía que si quería obtener mi semen debía de intentar al menos excitarme.

―No entiendo― contestó al sentir que comenzaba a acariciarla.

Sin dejar de recorrer con mis yemas su piel, comenté que los hombres necesitaban estimularse y que la mejor forma de conseguirlo era ver que sus parejas eran coparticipes de su excitación.

―¿Por eso cuando haces el amor con Tomasa os tocáis?― preguntó.

―Exactamente, preciosa.

―¿Y cómo lo hago?― insistió mientras seguía intentando inútilmente levantar mi tallo.

Echándole la culpa de mi falta de entusiasmo, le pedí que se tocara para que al verla se me contagiara su calentura. Mis palabras la hicieron dudar y buscando ayuda en su compañera, se percató que seguía profundamente dormida al igual que Tomasa.

―¿Me podrías ayudar?― me rogó: ―Estoy desfallecida.

Recordé que aun que se sirvieran del sexo para conseguir sus fines, seguía siendo una novata que ni siquiera era consciente de su sexualidad y por eso tumbándola a mi lado, comencé a recorrer con mi boca su cuello. El suspiro que salió de su garganta al sentir que besaba su cuello me dio la clave y dejando un surco con la lengua, me dirigí hacia sus pechos.

―No entiendo por qué me gusta que hagas esto― susurró al sentir que, bordeando su areola, me dedicaba a amasar lentamente su seno.

―Eres una mujer en brazos de tu hombre― respondí abriendo mis labios y tomando entre ellos, su rosado pezón que involuntariamente y siguiendo los dictados de los genes que había tomado prestados de los humanos, se encogió.

El sollozo de ese ser al percatarse de que realmente era la primera vez que me dedicaba a ella fue un aviso de que iba por buen camino y tomándolo entre mis labios, lo mordisqueé lentamente mientras mis manos seguían su camino recreándose en su trasero.

―¿Es esto el estar excitada?― quiso saber al notar que como en el avión su chumino se llenaba de humedad y que su respiración se entrecortaba.

―Eso es algo que tienes que averiguar por ti misma― dije mientras tomaba una de sus manos y la llevaba hasta su vulva.

―¿Qué quieres que haga? ― preguntó mientras como me había visto hacer con la mulata me ponía a mamar de sus tetas.

Haciendo un inciso, la miré y mostrándole el camino, le pedí que se tocara en el botón que escondía entre sus pliegues. Sin saber que le iba a pasar, Ía accedió a probar, pasando una de sus yemas por su clítoris. El gemido que pegó al hacerlo la asustó e intentó parar.

―Sigue putita. Para que se me levante, necesito verte haciéndolo― repliqué volviendo a llevar sus dedos entre sus muslos.

La sed que lo embargaba obligó a ese ser a volver a acariciar ese inhiesto apéndice y tal como había ocurrido antes, al acariciarlo sintió que su cuerpo reaccionaba.

―Hazlo un poquito más rápido― sin levantar la voz,  le pedí sospechando que para obtener de ella respuestas debía primero conocerse.

La joven no necesitó que insistiera mucho dado que de cierta forma estaba interesada en explorar qué eran esas sensaciones que estaba descubriendo y mientras seguía lamiendo sus pezones, se puso a masturbarse sin ser consciente de lo que hacía.

―Siento que ardo por dentro― balbuceó al sentir mis labios succionando de sus pechos y sin que se lo tuviese que decir imitó mis maniobras llevando sus yemas sobre el botón que acababa de descubrir en su sexo.

El brillo de su flujo manando de su coño me excitó y señalando mi creciente erección le pedí que continuase antes de lanzarse a buscar mi leche. Al contemplar que había crecido gracias a su toqueteos, su estómago rugió de hambre y convencida que solo la saciaría si lograba que se alzara, incrementó la velocidad con la que torturaba su clítoris.

―Avísame cuando es suficiente― rogó cerrando los ojos para concentrarse en la desconocida sensación que crecía entre sus piernas.

 La certeza de que esa extraño criatura debía terminar de descubrir que no necesitaba a nadie para obtener placer me obligó a mantenerme a distancia y cogiendo su mano libre, la posé sobre uno de sus pezones. Ía entendió la razón y tomándolo entre dos de sus yemas lo estiró. Al sentir al hacerlo que en su interior crecía su calentura, no se quedó ahí y lo retorció mientras hundía una de sus yemas dentro del coño. El chillido que pegó con ese doble ataque me informó de lo cerca que estaba su cuerpo del placer y le pedí que no parara aduciendo que mi pene necesitaba más.

―Falta poco para darte de comer― murmuré en su oído al ver que sus caderas seguían el ritmo de sus dedos al torturarse ella sola.

Ese susurro fue el acicate que la rubia necesitaba para dejarse llevar y pegando un gemido sintió que todo sus ser se licuaba y nuevamente le dio miedo. No queriendo que se enfriara, comprendí que debía de hacer algo y poniéndome de rodillas sobre el colchón acerqué mi pene ya erecto a su boca mientras le decía que no parara. Al posar mi glande sobre sus labios, vio culminado su deseo y acelerando la acción de sus dedos, abrió su boca.

―Sigue, mi pequeña. Sigue― le pedí mientras incrustaba mi verga en su garganta.

Incapaz de contenerse al saborear las gotas de mi líquido pre seminal, buscó con más ahínco y sin saber el origen de su placer mientras sentía mis acometidas.

―Santa luz― sollozó al estallar por dentro.

Asumiendo que se estaba corriendo, seguí con el papel de profesor y mientras metía y sacaba mi falo, la exigí que si quería que le diese de comer tenía que seguirse tocando. Mi insistencia hizo que el placer se intensificara y uniendo un segundo clímax al primero, la mujercita obedeció metiendo otro dedo dentro de su coño.

―Por favor― gritó no pudiendo asimilar las sensaciones de su cuerpo humano.

Para entonces, Ua se había despertado y alucinada nos observaba sin intervenir. En sus ojos vislumbré, además de incomprensión, deseo e impulsado por el morbo que me daba el ser espiado por ella, cogí la cabeza de su compañera con mis manos, y en plan salvaje follé su boca con largas y rápidas penetraciones.

―No puedo más― sollozó Ía al sentir que era imposible absorber todos los efectos que ese modo de buscar su sustento estaba provocando en ella.

―Sigue zorra, ya falta menos― mirando a la pelirroja, comenté al ver que no entendía por qué sus pechos le pedían que se los tocara.

Entregada por primera vez como mujer, sentía que le faltaba algo más a su cuerpo y creyendo que era mi semen permitió que forzara su garganta metiendo mi estoque hasta el fondo mientras a nuestro lado, su compañera de viaje se pellizcaba por instinto los pezones. La confirmación de que hasta la recién despierta estaba descubriendo el deseo, me terminó de excitar e informé a la chavala que estaba a punto de derramar mi esencia. Me sorprendió que, al sentir mi primera explosión, esta fuera directamente al estómago de Ía y que no compartiera con su hermana.

―Yo también tengo hambre― protestó Ua viendo que no le daba nada.

A regañadientes, la rubia la llamó a su lado y sacando mi verga de su garganta, le cedió las últimas migajas disculpándose diciendo que ella había tenido que trabajar para obtenerla y que se había dejado llevar. En plan hambriento, la pelirroja devoró lo poco que la había dejado mientras se echaba a llorar.

―Siempre habíamos compartido todo― sollozó destrozada al sentirse abandonada por el ser que había sido su pareja desde que nació.

―Lo sé y te pido que me perdones. No entiendo qué me ocurrió, pero caí en un estado raro en el que Íel era en lo único que podía pensar.

Sonriendo desde el otro lado de la cama, Tomasa comentó:

―Debes de compensarla.

―¿Cómo? – preguntó la rubia deseosa de hacerlo, pero indecisa de cómo llevarlo a cabo.

Como hombre entendí a lo que se refería, pero no sus intenciones y sabiendo que tarde o temprano me las contaría, atraje a la doliente pelirroja y la besé diciendo:

―Deja que te hagamos el amor entre los tres.

Tal y como había previsto, la mulata se acercó y señalando el camino a la rubia se apoderó de uno de los pechos de Ua. El pelirrojo ser pegó un sollozo al sentir los labios de la humana en su pezón. La rubia entendió qué debía hacer y arrojándose con una pasión desconocida en ella sobre el que estaba libre, buscó su leche como había hecho con los pechos de Tomasa. El no encontrar ese líquido en los cantaros de su compañera no la detuvo y sin parar de succionar siguió pidiéndola perdón. La sorprendida criatura al experimentar ese triple ataque dejó que mi lengua jugara con la suya mientras algo nuevo se iba apoderando de su cuerpo.

―Acompáñame, zorrita― le exigió la negra mientras se deslizaba por la pelirroja.

Ía se mostró reticente a seguirla, pero al escuchar que su compañera respondía con un profundo gemido cuando la humana le daba un primer lamentón entre los pliegues, creyó que su deber era imitarla y así compensar su pecado.  Nada en sus casi doscientos años, la habían preparado para experimentar el latigazo de energía que sintió cuando hundió su boca entre los muslos de su compañera e incapaz de mantener su cordura, echó a la humana al sentir que el agridulce sabor de Ua recorriendo sus papilas.

―Tu cuerpo está riquísimos― chilló sin percatarse de que la pelirroja ya no me besaba y que concentraba todos su ser en lo que estaba sintiendo mientras la hembra de su misma especie devoraba su sexo.

Esa comida de coño hizo renacer mi lujuria y viendo el húmedo coño de Ía abierto de par en par me acerqué a desflorarla, pero entonces Tomasa me retuvo diciendo:

―Todavía no ha llegado el momento en que las desvirgues. Déjalas que se exploren entre ellas― dijo mientras me tomaba de la mano y me sacaba casi a rastras de la cama.

«Tiene razón», pensé en mi cerebro y la seguí hasta la otra habitación de la suite. Los gemidos de las dos bellas inhumanas amándose por primera vez nos hicieron saber que podíamos hablar sin que nos escuchasen.

―Amor mío, me he pasado toda la noche meditando sobre lo que me dijiste― me susurró: ―y creo haber encontrado una forma de desbaratar sus planes.

La esperanza de sus ojos me hizo callar mientras seguía hablando:

―Estos seres y su especie están habituados a que las razas a las que se unen no interactúen con ellas y que únicamente les cedan los nutrientes que les falta para desarrollarse.

No sabiendo por donde iba, seguí instalado en mi mutismo.

―Somos los únicos animales que se aparean por mero placer y no solo para perpetuarse. Si como sospecho nunca se han enfrentado a esa singularidad, debemos aprovecharlo y forzarlas a dejarse llevar poco a poco por ella, haciéndose cada vez más humanas. Por lo que veo, nuestras niñitas están descubriéndolo en primera persona― sonrió al llegar a nuestros oídos los alaridos de Ua al correrse.

Tomasa acababa de sintetizar lo que me venía rondando por la cabeza y eso hizo que creciera mi respeto por ella. A pesar de no tener una extensa cultura, desbordaba sentido común por todos sus poros.

―¿Te he dicho alguna vez la suerte que tuve al conocerte?― comenté muerte de risa señalando que la estaban afectando los gemidos de esos seres al amarse dado lo erizado que lucían sus pezones.

―Deseo más que nada que vuelvas a tomar a tu negra, pero debemos guardar tus fuerzas para ellas. Te lo digo por el bien de los hijos que vamos a tener― musitó entre dientes al ver que extendía la manos hacia sus pechos.

―¿Te gustaría quedar embarazada aun sabiendo que eso es lo que desean?

Bajando su mirada, contestó:

―Siempre eché en falta una niña de grandes coletas que corriera por mi casa, mi amado patrón.

―No dudes que te la daré, pero espero que cuando lo haga ya tengamos controlada la amenaza que suponen las congéneres de esas dos― respondí pegándome a ella.

Tomasa suspiró al notar que estaba excitado y a mi pene presionando contra ella, pero imponiendo la cordura que me faltaba, me rogó que me separara y que retornara a la cama para dar de comer a esas hambrientas criaturas.

―Eres un capullo. Si sigues a pegado a mí, terminaré dejándome vencer por la tentación y buscaré que vuelvas a amarme.

―Ya te amo― lamí su oreja antes de dejarla y de volver al cuarto.

Al entrar acompañado de mi antigua empleada, Ua estaba comiendo el coño a su compañera mientras esta hacía lo mismo entre sus piernas. Sabiendo que no debíamos intervenir hasta que se hubiesen saciado entre ellas, pregunté a mi antigua empleada si tenía hambre.

―Mucha― respondió.

Cogiendo el teléfono y mientras la mulata se metía a duchar, llamé al servicio de habitaciones para que nos subieran el desayuno…

8

La llegada de la camarera con nuestro desayuno me informó de otro sutil cambio que ese par de putas habían realizado sin permiso en mi persona. Esa mujer era guapísima, pero lejos de atraerme me repelió al oler en ella algo que no supe definir hasta que al extender lo que traía, vi en sus brazos las marcas de pinchazos. En un principio aduje esos moretones a las drogas, pero la empleada del hotel me hizo saber involuntariamente que no era así cuando,  al destapar los pasteles que traía, se quejó de que por su enfermedad llevaba tres años sin probarlos.

―¿Es usted diabética?― pregunté.

―No, señor. Tengo una variante muy agresiva de intolerancia al gluten y tengo que pincharme para mantenerla a raya― respondió sin atreverse a tocar ni de lejos ese platón.

Escamado anoté el dato dando con la razón del rechazo que sentía a pesar de ser un monumento de mujer y agradeciendo con una generosa propina a la desdichada, me puse a comer. Ya había dado buena cuenta de un par de bollos cuando las zorras salieron del cuarto con cara de susto.

―Íel, ¿qué nos ha ocurrido?― preguntó la pelirroja totalmente colorada mientras se agachaba entre mis piernas― ¿Por qué no hemos podido parar de tocarnos? Ayúdanos a comprender, ni mi hermana ni yo entendemos estos cuerpos. No siento que tenga fiebre ni que esté enferma, pero mientras retozaba con Ía, sacié algo mi hambre. Y solo al verte, he vuelto a sentirla.

No queriendo descubrirles antes de tiempo mis sospechas de que los de su especie eran unos parásitos que se nutrían de la lujuria de otros y que por ello buscaban el cobijo de parejas para así conseguirlo, dejé que bajara mi bragueta. Esperé a que diera un par de lametazos a mi miembro y que este se irguiera, para decir:

―No pienses en ello y agradece a Ía mi erección. Necesitaba sentir su excitación para conseguirla.

Pensando en lo que les acababa de decir y sobre todo en cómo le había obligado a masturbarse, la rubia confirmó mis sospechas diciendo:

―¿Al tocarnos te dimos las fuerzas que necesitabas para darnos tu esencia?

―Así es. No siempre os lo pediré, pero es un estímulo que siempre me vendrá bien― respondí descojonado por la ingenuidad de esos seres mientras la pelirroja se metía mi verga en la garganta.

La rubia me creyó a pies juntillas y todavía avergonzada por su comportamiento anterior, decidió colaborar separando sus rodillas tocándose. Bajo la luz que entraba por la ventana, observé en el interior de su gruta su virginidad temblando y saber que no tardaría en romper esa tenue y tan sobrevalorada telilla, me excitó.

―Súbete a la mesa para que me llegue mejor tu olor― le pedí mientras Ua seguía enfrascada en conseguir su sustento.

Su rostro se tiñó de rojo al observar que no perdía detalle de cómo se tocaba y pegando un gemido me preguntó a qué se debía que le gustara sentir mi mirada al tocarse.

―La excitación entre los humanos es contagiosa― repliqué sabiendo que no debía tocarla para que ella sola se convirtiera en una olla a presión.

Dando por sentado que era cierto al experimentar nuevamente la fiebre que empezaba a dominar su anatomía, ese extraño pero bello ser incrementó su entrega pellizcándose las tetas mientras con voz entrecortada me daba las gracias por hacerla ver que lo suyo no era una enfermedad sino producto de los genes que había tomado prestados.

―Cada vez me siento más humana― chilló sumida en la lujuria.

Un gemido proveniente del suelo me hizo mirar a Ua y fue entonces cuando reparé que al contrario de las primeras veces en las que esos seres no se veían afectado por mis hormonas, la pelirroja se masturbaba con las dos manos mientras usaba su boca para extraer mi jugo.

«¡Les falta poco a esta dos para para convertirse en ninfómanas!», sentencié al ver la calentura que las dominaba sin ser conscientes de que las estaba manipulando.

―Si os corréis, antes os daré de comer― rugí al sentir los primeros retazos de placer.

Mi consejo las liberó y mientras eyaculaba en la boca de la pelirroja, llegaron a mis oídos los berridos del orgasmo que disfrutaban ambas. La voracidad con la que se lanzaron sobre mi simiente fue brutal y sin medir sus consecuencias, me ordeñaron como pocas veces. Acallaron unas quejas que nunca hice cuando comentaron que, al tocarse ellas, se incrementaba todavía mi esencia. Me guardé que estaba seguro de que ese cambio se debía a que involuntariamente se habían nutrido también del placer que habían sentido cada una de ellas y reafirmando en ellas esa creencia, únicamente les aconsejé que a partir de ese momento cada vez que sintieran hambre y buscaran en Tomasa o en mí saciarla, debían de recordar esa enseñanza.

―La esencia de los humanos se intensifica si nos tocamos― abriendo los ojos de par en par, concluyeron mientras se levantaban del suelo.

Tomasa que había estado presente durante gran parte de lo ocurrido me guiñó un ojo mientras les decía que su leche también les sabría más rica si se tocaban antes.

―Lo probaremos esta tarde, amada Asa― murmuró Ía convencida que sería así.

Tras el desayuno, comprendí que debíamos volver a casa para que llegado el caso los investigadores del accidente no vieran algo raro en nuestra marcha. Al comentarlo tanto la negra como las chavalas me dieron la razón y sin pensar en renovar los votos, se comenzaron a vestir. Mientras acomodaban sus compras en dos enormes maletas, dudé que entraran en un coche normal y pensé que tendríamos que pedir que nos hicieran llegar al menos una por una empresa de transporte.  Como Ua se había ocupado de todo, decidí esperar no fuera ser que ya lo hubiese previsto, por ello mientras se terminaban de acicalar bajé a pagar el hotel. Tal y como era lógico por lo lujoso del establecimiento, la cuenta que me presentó el de administración me resultó a todas luces desproporcionada, pero sabiendo que tenía las espaldas bien cubiertas por el dinero que me habían agenciado, di mi tarjeta de crédito sin sentir ningún tipo de remordimiento.

―Espero que todo haya sido de su agrado y que no duden en volver― dijo el tipo sin mirarme, ya que sus ojos estaban ocupados admirando a las tres bellezas que se acercaban a nosotros.

Evitando demostrar lo mucho que le gustaban mis acompañantes, me informó que acababan de traer del concesionario mi nuevo coche y que lo tenía ya en la puerta. Al girarme contemplé el sueño de todo hombre.

―No puede ser― exclamé al ver el Bentayga que a mis espaldas habían adquirido.

―Te dije que mi hombre se merecía un Bentley― riendo comentó la rubia mientras me daba las llaves.

La impresión de ser dueño de ese mostrenco de más de seiscientos caballos bajó el capó me impidió ocuparme de cosas tan nimias como el subir el equipaje y colocándome en el puesto del conductor, lo encendí. Confieso que casi me da un patatús al escuchar cómo rugía y sin pensar en los treinta litros que debía consumir si le daba caña, me hice el firme propósito de llegar a mi finca en menos de cuatro horas.

―¡Qué bonito es!― no pudo dejar de decir Tomasa y eso que debía ignorar que ese bicho en España y sin los impuestos costarricenses costaba doscientos cincuenta mil euros.

―¡Su puta madre! – chillé al acelerar y comprobar la sorprendente agilidad con las que movía sus dos toneladas de peso.

Desternillada de risa desde el asiento del copiloto, Ía comentó que en cuanto pudiera lo iba a retocar para reducir los 4,8 segundos que tardaba en llegar de cero a cien a menos de tres y que si no lo hacía todavía más rápido era debido a que su estructura no lo soportaría.

―Tal y como está, es perfecto― repliqué no queriendo que le metiera mano y que perdiera su espíritu británico.

Tomasa seguía impresionada tocando la piel con la que estaban cubiertos sus asientos y preguntando cómo se limpiaría. Encendiendo la radio desde el volante quise comprobar su sistema de sonido. Aunque las chavalas ya habían escuchado música, la melodía que salía de los altavoces las envolvió y babeando preguntaron qué era eso.

―Se llama “Mi tierra”― respondí creyendo que me pedían el título de esa canción de Gloria Estefan.

―Es preciosa― musitó Ua mientras escuchaba la cálida voz de esa cantante mezclada con el retumbar de los instrumentos.

―Invita a moverse― suspiró su compañera completamente entregada.

La sorpresa de las crías se incrementó cuando se pusieron realmente al caer en la letra y ante nuestro pasmo, se echaron a llorar mientras las trompetas se lucían. Pero fue cuando escucharon el estribillo cuando realmente se sintieron desbordadas:

La Tierra te duele, la tierra te da

En medio del alma cuando tú no estás.

La tierra te empuja de raíz y cal.

La tierra suspira si no te ve más.

«¿Qué les ocurre?», me pregunté al ver en sus rostros una mezcla de miedo y de emoción.

Salí de dudas cuando al terminar, Ía susurró tomando mi mano si era cierto lo que esa mujer contaba acerca de lo que producía este planeta. Al comprender que había malinterpretado la letra y que había creído que se refería a la Tierra y no al país de nacimiento de la cantante, no la saqué de su error y pedí a mi empleada que buscara en Spotify más canciones de la cubana.

La elección de Tomasa fue una romántica y siguiendo la canción, comenzó a cantar Mi buen amor mirando a los ojos:

Mi amor, mi buen amor, mi delirio

No pretendas que te olvide así, no más

Que tu amor fue mar cuando sedienta

Me arrimé a tu puerto a descansar

Que tu amor, amor, sólo el que un día

En tu pecho, vida mía, me dio la felicidad.

La belleza de la voz la morena terminó de subyugarlas y con lágrimas en los ojos pidieron más, ya que se habían sentido representadas en la letra y que al igual que en la canción acudían a mi sedientas. La costarricense sonrió y cuando empezó a sonar “Con los años que nos quedan”, les mostró la letra en el móvil y pidió que la acompañaran.

Con los años que me quedan
Yo viviré por darte amor
Borrando cada dolor
Con besos llenos de pasión
Como te amé por vez primera

Con los años que me quedan
Te haré olvidar cualquier error
No quise herirte, mi amor
Sabes que eres mi adoración
Y lo serás mi vida entera

Tímidamente comenzaron a leer sin entonar hasta que entusiasmadas por el descubrimiento sus voces, con más confianza se pusieron a corear una melodía tras otra sin pausa durante dos horas. A pesar de gustarme Gloria Estefan, después de oír todo su repertorio estaba hasta los cojones. Por ello al ver a un lado de la carretera una fonda, decidí parar a comer algo. Mientras no bajábamos las chavalas seguían tarareando y dándolas por imposible, pedí una mesa. La camarera una mestiza del montón me dio un buen repaso antes de caer en lo que le había dicho y con las mejillas coloradas, me señaló una del fondo.

―Me puede poner cuatro cervezas― ordené, molesto por la forma en que me miraba.

La paisana sonrió coquetamente y meneando el trasero, fue por ellas. Tomasa se percató de la atracción que provocaba en la camarera, pero se abstuvo de hacer ningún comentario. Supe de su cabreo cuando al entregarme la mía esa se agachó y me mostró el escote con descaro.

―¿No ve que esté hombre está acompañado?― escandalizada por el exhibicionismo de la desconocida, exclamó.

La mujer no se dignó a contestar y haciendo oídos sordos, con voz melosa me preguntó que deseaba de comer.    Mirando la carta me decidí por Gallo Pinto, un plato típico de la zona con frijoles y arroz. Tomasa y las dos chavalas se inclinaron por unos tamales de carne.

―¿No quieres nada más? Guapo mío― babeando, mientras garateaba en un papel la comanda, insistió la morena.

El enfado de la viuda se incrementó exponencialmente al observar la forma en que coqueteaba conmigo y si cuando ya se levantaba a tirarla de los pelos no la llego a parar, a buen seguro se hubiese montado un escándalo.

―¿Quién se cree esa puta?― rugió en voz alta para que lo oyera la susodicha.

―Asa, ¿por qué te enfadas? ¿No te das cuenta qué se siente atraída por nuestro macho?― preguntó Ía mientras se terminaba su bebida.

Mi mulata, girándose hacia ella, le explicó que esa mujer parecía en celo. La rubia sin perder la compostura replicó que era lógico que se viera atraída por el macho que compartían. Me quedé paralizado al oírla, al advertir que era la primera vez que hablaba de mí como “su” macho. Cegada por la ira, Tomasa no reparó en ello y trató de hacerlas entender que no era cortés coquetear con un hombre que estuviese en compañía femenina. Tratando de mediar, Ua puso la guinda al decir ingenuamente que las hormonas de esa señorita solo habían reaccionado a mi testosterona.

―Es algo normal, no se lo tomes en cuenta.

Comprendí que la humana se mordía la lengua para no comentar que esa reacción no era natural y reprimiendo su enojo, se quedó callada hasta que creyendo que lo entendería, la pelirroja la disculpó diciendo que esa hembra estaba en sus días fértiles, que su cuerpo solamente deseaba que yo la inseminara y que solo seguía su instinto.

―Pues si está cachonda que se meta el palo de una escoba― sentenció con ganas de bronca.

Afortunadamente el dueño del tugurio debió de percatarse y la cambió por un camarero, el cual al traernos la comida se puso a tontear con la viuda.

―Estamos empate― susurré mordiendo la oreja de mi indignada negrita.

Tomasa se ruborizó al reparar en el tonteo del que estaba siendo objeto y dirigiendo su ira contra las niñas dejó de hablarlas durante el tiempo que estuvimos sentados, rumiando quizás que ese par se había sobrepasado con las alteraciones que habían hecho en nuestros cuerpos. Por mi parte, no podía estar en desacuerdo y más cuando al ir al baño, la empleada del local intentó entrar conmigo a que le diese un revolcón. Admitiendo que no era su culpa, educadamente la rechacé y volví a la mesa, donde nos habían repuesto nuestras cervezas.

―¿Por qué no la has hecho caso? Se veía que estaba dispuesta― susurró en mi oído la rubia.

No queriendo decirle que no me atraía, preferí responder que estaba ahorrando mi esencia para ellas. La alegría que le hizo escucharlo y que me diera un beso, me hizo saber que poco a poco estaban convirtiéndose en humanas y decidido a acelerar ese paso, llevé una mano hasta su muslo mientras le prometía que esa noche tendría ración doble. Ese bello ser se avergonzó al sentir que bajo su blusa tenía los pezones erectos y tratando de calmar su excitación, dio buena cuenta de su bebida.

―Bebe con moderación― le pedí al recordar que ni ella ni su compañera estaban habituadas al alcohol.

Desde el otro lado de la mesa, Ua, que también se había bebido la suya, señaló a un niño que estaba pidiendo limosna y quiso saber qué hacía. Al contárselo, sus ojos se llenaron de lágrimas y levantándose de la mesa, fue a por él y lo sentó con nosotros.

―¿Qué te apetece comer criatura?― con dulzura le preguntó.

El chaval, totalmente cortado de que esa bella extranjera se hubiese fijado en el hambre que tenía, respondió que cualquier cosa. La pelirroja llamó al camarero y le pidió que le diera lo mismo que me había servido a mí. Tras traérselo y mientras en infortunado se lanzaba a devorar quizás su primera buena comida en semanas, mirándome a los ojos me preguntó cómo era posible que hubiese pobreza.

―La riqueza está mal repartida― respondí.

Ua se quedó meditando durante unos segundos y sin darse cuenta de lo que decía debido a lo que había bebido, me replicó:

―Mis hermanas no permitirían que ninguno de sus protegidos pasara penurias― y no contenta con ello, me pidió permiso para dedicar el veinte por ciento de mi dinero para intentar paliarlo. Disparando con pólvora ajena, accedí. No en vano sabía que el origen de mi fortuna se debía a ellas y qué si algún día necesitaba otra inyección de pasta, esos seres no dudarían en conseguirla.

«Me debería dar vergüenza, acaban de llegar y se preocupan mientras yo miraba hacia otro lado», mascullé en mi mente abochornado y llamando al propietario, le pedí que prepararan una despensa para que se la llevara el pequeñajo al terminar.

―Qué suerte tuve con que te eligieran cómo mi macho― complacida por mi acto, murmuró en mi oído la pelirroja mientras rebuscaba con su mano en mi bragueta.

Tomasa pidió la cuenta, temiendo que la alcoholizada muchacha montara un espectáculo porno a los presentes y separándola de mí, pidió a las dos que la acompañaran al coche. Tardé unos cinco minutos en pagar y cuando llegué al flamante Bentley me encontré con que no habían perdido el tiempo al verlas en el asiento trasero, mamando en plan obseso de las ubres de la morena.

―Llévanos a casa, mi amor― suspiró feliz la ama de cría mientras me guiñaba un ojo.

Una vez saciadas de leche humana, los dos seres se quedaron totalmente dormidas y eso permitió que la cocinera me preguntara si me había dado cuenta de que el alcohol daba carrete a sus lengua. Sin explayarme mucho, contesté que sí pero que esperara a quedarnos solos para tratar ese asunto. La costarricense lo entendió y cambiando de tema, exteriorizó su sorpresa por el comportamiento de nuestras acompañantes con la música. Dando vueltas a ello repliqué que en su mundo debía ser algo inexistente.

―No me extraña que hayan salido por patas, menudo aburrimiento― sentenció mientras me hacía participe de la ilusión que tenía en que nos cambiáramos de casa.

―¿No te gusta la que tenemos?― pregunté sorprendido.

―Mucho, pero prefiero vivir lejos― tomando mi mano, respondió: ―Ahí nadie nos conoce y no pensaran que soy aprovechada que me acuesto con mi patrón por su dinero.

―Ya no eres mi empleada, preciosa― contesté enternecido por sus palabras.

―¿Cuál es mi papel?― insistió mientras me miraba embelesada.

―Ser una vaca lechera― muerto de risa, repliqué recordando la escena que minutos antes había contemplado.

―Esta noche, te has quedado sin tu ración― sabiendo que iba de guasa, dijo mientras miraba hacia atrás para comprobar que seguían dormidas las lactantes.

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