HISTORIAS:
Gloria y yo charlábamos relajadamente en el jacuzzi mientras la obediente Rocío me traía la bebida que habíamos pedido. Con un simple gesto, Gloria le indicó a la chica que se arrodillara detrás de ella y le masajeara suavemente los hombros mientras me contaba su historia.
Saboreé con placer el refrescante batido, sonriéndole a Rocío para demostrarle que me gustaba mucho. Ella agradeció el gesto con un leve asentimiento, sin dejar en ningún momento de acariciar y masajear la espalda de la otra joven, que continuó con su narración.
–         Como te decía – dijo Gloria – No hay nada especial que contar sobre cómo empecé con Jesús. Era un chico guapo e inteligente y todas las chicas andábamos detrás de él.
–         Me lo creo – asentí.
–         Por fin, reuní el valor suficiente y le invité a salir. Y él aceptó.
–         ¿Fuiste tú el que le invitó a él?
–         Sí. Tenía miedo de que otra se me adelantara, así que reuní valor y lo hice.
–         Vaya. Yo nunca he sido lo bastante valiente como para declararme a un chico – confesé.
–         Bueno – dijo Gloria – Yo sólo lo he hecho una vez…
–         Ya. Claro.
–         Pues eso. Salimos durante un tiempo y la cosa fue normal al principio. Ya sabes, dos adolescentes tímidos yendo al cine y a pasear. Lo típico, vaya.
–         ¿En serio?
–         Sí. Todo muy corriente y moliente. Empezamos a tener sexo a los dos meses de empezar a salir.
–         ¿Perdisteis la virginidad juntos?
–         Yo sí. Pero, para ese entonces, Jesús ya no era virgen. Y entonces la cosa empezó a cambiar.
–         Ya veo – asentí – Fue cuando empezó a montárselo con su madrastra.
–         Exacto – corroboró Gloria – Ella le descubrió un mundo nuevo, pues Esther es una sumisa de cuidado y claro, todo lo que aprendía con ella lo aplicaba luego conmigo. Fue todo tan progresivo que casi no me di cuenta de que cada día me iba pidiendo un poco más.
–         Entiendo.
–         Cuando me quise dar cuenta, me encontré totalmente dependiente de él. Sólo vivía para complacer sus deseos y era feliz únicamente cuando él me usaba como quería. Me volví una adicta. Ya verás, ya, a ti acabará pasándote lo mismo.
–         Creo que ya me está pasando – asentí dándole otro sorbo al batido.
–         Pues claro.
–         Y fue entonces cuando Jesús te hizo el piercing – dije señalando el corazoncito de plata que colgaba del pezón de mi alumna.
–         No, no… Lo de marcar a sus esclavas se le ocurrió tiempo después, cuando Kimiko se unió al grupo.
–         ¿Kimiko? ¿Ella fue la tercera?
–         No, la tercera fue nuestra querida amiga aquí presente. Y esa sí que es una historia interesante. ¿Verdad Rocío?
–         Sí, Ama – respondió la chica sin dejar su masaje.
–         ¿Te gustaría oírla? – me interrogó Gloria – Aunque te advierto que es un poco dura.
Miré unos instantes a Rocío, tratando de descubrir alguna señal que mostrase si le daba vergüenza o no que me contaran su historia, aunque su rostro impasible no dejaba traslucir nada.
Entonces me acordé del masaje que la chica me había administrado un rato antes y de  lo bien que me había comido el coño… Y ya no tuve dudas.
–         Claro que me gustará escucharlo. A partir de ahora vamos a pasar mucho tiempo juntas; mejor será que nos conozcamos bien.
–         ¡Estupendo! – exclamó Gloria – Pero antes, Rocío, tráenos un par de batidos más…
Mientras la joven se marchaba con los vasos vacíos, Gloria comenzó su historia…
SUMISIÓN DE ROCÍO:
–         Bueno. Todo empezó hace un par de años, en el instituto. Rocío estaba en nuestra misma clase…
–         ¿En serio? – la interrumpí – ¿Y cómo es que no sigue en vuestro curso?
–         Verás, ella nunca fue muy buena estudiante. Aunque no lo aparenta, es un par de años mayor que Jesús y que yo, tiene 20 tacos. Había repetido un par de cursos y por eso estaba en nuestro grupo; tenía fama de ser bastante… busca problemas.
–         ¿Quién? ¿Esa chica tan tranquila?
–         Te lo juro. Frecuentaba compañías bastante malas y en más de una ocasión la expulsaron temporalmente del centro.
–         ¿Por qué?
–         Una vez por acoso a un alumno de primero. Ya sabes, le dieron una paliza para quitarle el móvil o dinero, o algo así. Otra vez se rumoreó que fue por un asunto de drogas… La pillaron trapicheando en los servicios.
–         ¡Joder!
–         Sí, estaba hecha un elemento bueno. Era muy conocida en el insti, tanto por lo peligrosa que era como por lo buena que estaba, porque además, se vestía de una forma que… vaya, que revolucionaba bastante a los chicos. Pero claro, ninguno se atrevía a intentar nada con ella, pues siempre se mostraba muy arrogante y despreciativa. A más de uno lo cascó por mirarla de forma que no le gustó.
–         ¿En serio? ¿Esa chica? Si parece muy poca cosa.
–         Sí, así quedó después de que Jesús terminara con ella…
Un escalofrío me recorrió al escuchar esas palabras.
–         Pues eso, que era una quinqui de cuidado hasta que un día… tropezó con Jesús.
–         ¿Jesús fue a por ella?
–         No, no… Lo digo literalmente. En ese tiempo, Jesús no tenía ni el pensamiento de montarse un harén de esclavas. Se acostaba con dos mujeres que hacían todo lo que se le antojaba, ¿para qué quería más? Además, también ligaba bastante y se follaba a toda la que se le ponía a tiro, aunque claro, era sexo más “convencional”.
–         Ya, claro – asentí.
–         Hasta que una mañana… Jesús y Rocío atravesaron la puerta de la clase en direcciones opuestas… y exactamente al mismo tiempo.
–         No te entiendo – dije un poco despistada.
–         Jesús iba distraído hablando conmigo mientras entraba al aula y Rocío salía a la misma vez; y claro, chocaron.
–         ¿Se cayeron?
–         No, pero se dieron un buen golpe. Jesús, más inseguro de lo que es ahora, se apresuró a disculparse, pero Rocío cometió el error de enfrentarse a él.

–         ¿Cómo?

–         Aún recuerdo exactamente sus palabras:

  •  ¿Qué coño haces, imbécil? – le espetó Rocío a Jesús.
  • Perdona. No te había visto.
  • Pues ten más cuidado gilipollas.
–         La cosa podía haber terminado ahí – continuó Gloria – Pero Rocío tenía ganas de marcha y continuó atacando.
  • Vaya, vaya, empolloncete… Tienes cara de no haber cagado esta mañana – le dijo con una sonrisa maligna.
–         Jesús nunca me lo ha dicho, pero creo que lo que en realidad le cabreó fue que la gente que había alrededor se riera del comentario de Rocío. Así que no dudó ni un segundo en contestarle.
  • En cambio tú tienes cara de haber desayunado bien esta mañana… Por cierto, tienes una cosa blanca en la comisura de los labios. ¿No has estado antes en el despacho del director?
–         La gente se descojonó con la respuesta. Rocío se puso lívida de ira y no estando acostumbrada a que le plantaran cara en el instituto, hizo lo peor que pudo hacer.
–         ¿Qué hizo? – pregunté con interés, cautivada ya por la narración.
–         Abofeteó a Jesús.
–         ¡¿CÓMO?!
–         En serio. Allí delante de todo el mundo le dio una buena torta.
–         ¡Madre mía! ¿Y el profesor no hizo nada?
–         Todavía no había llegado.
–         ¿Y qué pasó?
–         En ese momento, nada más. Jesús se quedó mirando a Rocío con desprecio, pero no le devolvió la bofetada.
–         Claro, no iba a pegarle a una chica.
–         Exacto. De hecho, el respeto que todos sentían por Jesús aumentó mucho, pues le había plantado cara a la macarra de la clase y encima había sabido mantener el tipo. Quizás la cosa habría acabado ahí, pero Rocío no tuvo bastante y se dedicó a meterse con Jesús.
–         Menuda estúpida.
–         Digo… Durante los días siguientes, aprovechaba cualquier momento para burlarse de Jesús. Ya sabes, humillarle delante de los demás, insultarle… una vez, cuando iba con un par de amigotes suyos, llegó incluso a tirarle al suelo de un empujón.
–         ¡Joder!
–         Hasta que Jesús se hartó y puso su plan en marcha.
–         Cuenta, cuenta – le dije.
–         Un viernes, Jesús me dijo que no me marchara al acabar las clases.
–         Ahá.
–         Además, me entregó una bolsa que pesaba bastante para que la guardara en mi taquilla.
–         ¿Y qué contenía?
–         Como Jesús no me lo había prohibido, le eché un vistazo en durante el recreo. Y lo que vi me acojonó al máximo.
–         ¿Y qué era?
–         Un montón de parafernalia de sexshop. Había consoladores, una mordaza, esposas… pero lo peor de todo era un pedazo de consolador negro de casi medio metro tan grueso como mi brazo – dijo la chica mostrándome su antebrazo.
–         ¡Joder! – exclamé.
–         Y claro, yo no sabía que todo aquello era para Rocío, por lo que pensé que estaba destinado a mí, con lo que me pasé el resto de la mañana con el corazón en un puño.
–         Ya me lo imagino.
–         Yo pensaba que íbamos a montarnos algún numerito de los nuestros después de clase, por lo que, al ver todas aquellas cosas, me preocupé un montón.
–         Lo entiendo.
–         Por fin, a última hora, Jesús me indicó que le siguiera y yo, aunque he de reconocer que dudé un segundo, le obedecí. Pero no me esperaba lo que pasó.
–         ¿El qué?
–         Jesús, cuando el insti fue vaciándose, me llevó hasta el gimnasio y, cuando entramos, nos dimos de bruces con Rocío, que estaba dentro.
–         ¿Y qué hacía allí?
–         Al parecer la había citado el director.
–         ¿Armando?
–         Sí. Para ese entonces ya estaba en el ajo. No sé muy bien cómo, pero Jesús ya tenía algún tipo de trato con él. Creo que al principio le pasaba vídeos en los que salía follándose a alguna de las alumnas y el director se los pagaba, o bien con pasta o bien con favores…
–         Sí, ya lo supongo – asentí rememorando mi escabroso encuentro con Armando.  
–         Pues eso. Cuando entramos en el gimnasio no sé quien se sorprendió más, si Rocío o yo. Casi se me cayó la bolsa al suelo. El único tranquilo era Jesús.
–         Lógico – asentí.
–         Sí. Lógico. En cuanto se recuperó de la impresión, Rocío empezó a insultar de nuevo a Jesús, pero, esta vez, vio algo en su mirada que hizo que perdiera la seguridad en sí misma. Empezó a mirar a los lados con nerviosismo, supongo que pensando en cómo salir de allí, pues Jesús no se había movido de la puerta.
–         Seguro que se asustó al verse allí a solas con vosotros.
–         Claro. Estaba acostumbrada a ir con sus amiguitos para abusar de la gente. Encontrarse de pronto sola era algo nuevo para ella.
–         Sigue, sigue – la apremié.
–         Tras comprender que el director no venía con nosotros, Rocío hizo ademán de marcharse. Jesús, se echó a un lado para dejarla salir, pero entonces hizo algo que me dejó paralizada.
–         ¿El qué?
–         Cuando Rocío pasó a su lado, la agarró por la espalda y le puso en la cara un pañuelo con no sé qué coño impregnado. La cuestión fue que, tras forcejear un instante, Rocío se desmayó en sus brazos.
 

–         ¡Madre mía!

–         Yo estaba aterrada, pero Jesús me hizo reaccionar ordenándome que cerrara la puerta. Estaba asustada pero también… – dijo Gloria dubitativa.
–         Estabas deseando ver qué iba a pasar – terminé yo.
–         ¡Exacto! – exclamó la chica sonriéndome agradecida – Tras obedecerle, Jesús empezó a darme órdenes.
  • Ayúdame a moverla – me indicó.
–         Yo, como un autómata, sólo acerté a obedecer. Dejé la bolsa con las cosas en el suelo y ayudé a Jesús a arrastrarla al interior del gimnasio. La llevamos hasta uno de los lados, donde están los listones esos de madera en la pared que usamos en gimnasia.
–         Sí ya sé.
  • Desnúdala – me ordenó Jesús mientras él regresaba a recoger la bolsa con los artilugios.
–         Temblorosa, sólo pude obedecer lo que me ordenaba. Estaba medio en shock, aturdida por lo que estaba pasando. Y claro, llevaba ya mucho tiempo dedicada a obedecer hasta el más ínfimo de los deseos de Jesús, por lo que hice lo de siempre: acatar sus órdenes.
–         Lo entiendo – respondí al recordar cómo yo misma había permitido incluso que un viejo verde me desvirgara el culo por explícito deseo de mi Amo.
–         En cuanto la tuve desnuda, Jesús usó un juego de esposas para atarle las muñecas al listón más bajo de la escalera, para que no pudiera levantarse. Después, con mi ayuda, le sujetamos las piernas con unos grilletes para los tobillos.
–         ¿Cómo? – dije sin entender.
–         Mira, es una barra metálica como de medio metro más o menos – me dijo Gloria señalando la distancia aproximada con sus manos – En cada extremo hay un grillete, de forma que si sujetas uno en cada tobillo, es imposible cerrar las piernas.
–         Ya veo – asentí, haciéndome una imagen mental de la escena.
–         Pero no se conformó con eso.
–         ¿No?
–         No. Además, usó unas ligaduras especiales en las piernas sujetándolas encogidas.
–         ¿Para qué?
–         Para evitar que Rocío pudiera incorporarse. Verás, las cuerdas le permitían como máximo ponerse en cuclillas, pero nunca ponerse de pié. Si a eso le unimos que estaba esposada a la barra más baja de la escalera…
–         Le impedía por completo levantarse…
–         Correcto.
–         ¿Y para qué?
–         Eso me pregunté yo hasta que ví que Jesús sacaba de la bolsa el descomunal consolador.
–         ¡Joder!
–         ¡Digo! Primero amordazó a Rocío con una correa con una bolita roja en el centro. ¿Sabes cómo te digo?
–         Sí. Como las que salían en Pulp Fiction.
–         ¡Eso! Le colocó a Rocío la bola en la boca y le anudó la correa en la parte posterior de la cabeza.
–         Para que no pudiera pedir ayuda.
–         Bingo. Y entonces…
–         ¿Qué pasó?
–         La despertó.
Un nuevo escalofrío volvió a agitar mi cuerpo.
–         Aún puedo recordar la cara de espanto que puso Rocío cuando se dio cuenta de que estaba completamente desnuda y atada. Nos miró con los ojos como platos, forcejeando desesperada con sus ataduras, sin lograr hacerlas ceder lo más mínimo.
  • Ahora no te metes con el empollón de mierda, ¿eh? No pareces tan valiente sin los macarras de tus amigos a tu alrededor – le espetó Jesús.
–         Rocío se puso a llorar por toda respuesta – dijo Gloria.
  • ¿A que ahora no quieres darme una torta?¡Puta! Por fin estas en la postura que mejor te queda. ¡De rodillas y atada como una perra!
–         Siguió insultándola un buen rato más, usando un pié para tocarle los pechos y el coño. Rocío se estremecía ante su contacto, aterrorizada por lo que estaba pasando (y por lo que iba a pasarle). Cuando se hartó de insultarla, Jesús me hizo ayudarle a poner en práctica lo que tenía en mente.
–         ¿Qué hicisteis? – pregunté sobrecogida.
–         Jesús la cogió por las caderas desde detrás y la levantó del suelo como si fuese una pluma (aunque seguía esposada a la escalera). Después me dio indicaciones para que fijara el consolador gigante al piso, usando una ventosa que tenía en la base para que no se moviera.
–         ¡Dios! – exclamé.
–         Rocío, que ya se imaginaba lo que venía a continuación, se debatió en los brazos de Jesús, aunque claro, no podía hacer nada.
Yo también me imaginaba lo que venía después.
–         Lentamente, fue haciendo bajar el cuerpo de la chica, mientras yo me encargaba de mantener su coño bien abierto para que fuera empalándose en el consolador. Rocío luchaba como una posesa mientras sentía cómo el artilugio iba enterrándose en su vagina.
–         Joder – acerté a decir.
–         Por fin, los pies de Rocío tocaron el suelo, con lo que pudo detener la penetración. Aún así, tenía sus buenos catorce o quince centímetros en su interior, lo que hacía que espesos lagrimones resbalaran por sus mejillas. Su cuerpo estaba tenso como un arco, en cuclillas sobre el consolador, con el torso inclinado hacia delante, pues seguía esposada.
–         Vaya posturita.
–         Ya te digo. Era imposible que aguantara así mucho tiempo y ella lo sabía, por lo que miraba con ojos suplicantes a Jesús.
–         Pero él no se ablandó – concluí.
–         Ni un pelo – asintió ella – Yo, en cambio, sentía pena por la chica, pero a la vez estaba…
–         Extrañamente excitada – continué.
–         Exacto – dijo Gloria sonriéndome.
–         Te entiendo – dije – Yo me siento así ahora.
–         Sabía que lo entenderías. Pues bien, tras mirarla un par de minutos, Jesús me tomó de la mano y me condujo hacia la puerta. No podía creérmelo…
–         ¿La dejasteis allí? – exclamé atónita.
–         Vaya que sí. Cuando Rocío comprendió nuestras intenciones, volvió a agitarse presa del pánico, pero lo único que logró fue empalarse todavía más.
–         Por Dios…
  • Ahora vamos a comprobar la clase de zorra que estás hecha – le dijo – Tu te has pasado el último mes puteándome todo lo que has podido. Yo, como soy mejor persona que tú, voy a putearte sólo un par de horas. Nos vemos luego.
–         Antes de que cerrara la puerta, eché un último vistazo a Rocío y pude ver cómo forcejeaba frenéticamente, mirándonos con ojos desencajados. Ella gritaba y aullaba, aunque la mordaza evitaba que se oyera nada. Y hablando del rey de Roma…
Levanté la vista y vi que Rocío se aproximaba llevando nuestros batidos en una bandeja. Con habilidad, depositó los vasos junto a nosotras, al borde del jacuzzi.
–         Justo ahora le estaba contando a Edurne cómo fue tu primera tarde con el Amo – le dijo Gloria – ¿No te importa, ¿verdad?
–         Por supuesto que no – respondió Rocío sumisamente.
–         Voy por cuando te dejamos encerrada en el gimnasio, empalada en el consolador…

–         Ya veo.

 

–         No… ¿No te dolía? – balbuceé.

–         Al principio sí. Pero después empezó a gustarme – respondió la chica.
–         ¿En serio? – pregunté atónita.
Rocío miró a Gloria, como solicitando permiso para continuar.
–         Habla con libertad, Rocío. No pasa nada.
La muchacha asintió con la mirada y contestó a mi pregunta.
–         Me quería morir. Sentí vergüenza, asco, miedo… pero por encima de todo… terror. No sabía qué iba a pasarme. Hasta donde yo sabía, podían dejarme allí hasta el lunes, porque nadie iba a echarme de menos.
–         ¿Y tus padres? – indagué.
–         No estaban en la ciudad. Y si hubieran estado, no les habría importado mucho que yo no apareciera. Tampoco podía esperar ayuda del director, pues fue él quien me engañó para que fuera al gimnasio. Y mis amigos no me esperaban hasta la noche. Y aún así, a saber…
–         Sí, claro.
–         Me sentí desamparada, no sabía lo que iba a pasarme. La vagina me dolía por el consolador, pero pronto empezaron a dolerme mucho más las piernas, por tener que mantenerme casi de puntillas para evitar que se me clavara todavía más. El tiempo pasaba y yo estaba cada vez más cansada. No podía más, así que no tuve más remedio que aceptar que lo único que podía hacer era relajar el cuerpo para tratar de meterme aquella cosa lo máximo posible y poder así arrodillarme en el suelo. Como pude, me empalé al máximo en el consolador. Sudaba a chorros y podía sentir las lágrimas en mis mejillas. Por fin, lo logré y pude quedar arrodillada, aunque claro, eso hacía que el consolador se me clavara hasta el fondo. Tenía hasta calambres en las piernas.
–         Dios – siseé.
–         Pero fue entonces cuando noté el placer. Me sentía humillada al máximo, pero, extrañamente bien…
No podía creer lo que escuchaba.
–         Mientras tanto – la interrumpió Gloria, continuando con su narración – Jesús me llevó a un restaurante a almorzar. Se lo tomó con calma, con toda la tranquilidad del mundo, pero yo era un manojo de nervios, sin poder quitarme de la cabeza lo que le habíamos hecho a Rocío y lo que nos podía pasar si nos pillaban.
–         ¿Y Jesús? – pregunté.
–         Perfectamente tranquilo. En un par de ocasiones llegó a regañarme para que me tranquilizara. Me aseguró que no iba a pasar nada, que tenía a Rocío bien calada y pronto iba a tenerla comiendo de la palma de su mano. Fue entonces cuando dije una tontería.
  • ¿Y qué es lo que vas a hacer con otra chica? ¿Vas a montarte un harén?
–         Jesús se me quedó mirando con un extraño brillo en los ojos.
  • No es mala idea – me dijo – Tendré que meditarlo.
–         ¿Me estás diciendo que fuiste tú quien le dio la idea del grupo de esclavas? – casi grité.
–         Precisamente – dijo Gloria dándole un sorbo al batido – Aunque, tal y como se desarrollaron las cosas, se le habría ocurrido a él solito.
–         Sí, en eso tienes razón – asentí.
–         Pues bien, después de un par de horas y tras habernos dado un buen paseo, regresamos al instituto. Jesús, que llevaba las llaves en el bolsillo, abrió una puerta de servicio y nos colamos dentro, con cuidado de que nadie nos viera, aunque un viernes por la tarde aquello estaba desierto.
–         Ya.
–         Fuimos al gimnasio y Jesús abrió la puerta. Entré rápidamente, para ver cómo se encontraba Rocío…
–         ¿Y cómo estaba? – dije mirando a la muchacha.
–         Se había desmayado clavada en el consolador.
–         ¡Uf!
–         Estaba de rodillas, con el torso pegado al suelo y las manos todavía esposadas. El consolador se había enterrado en su interior mucho más de la mitad, no sé cómo no la partió en dos.
–         ¡Fiuuuu! – silbé admirada.
–         Junto a su cara, que estaba apoyada en el suelo, se había formado un charco de saliva que resbalaba de su boca por la comisura de los labios, señal de que llevaba un buen rato en coma.
–         Joder.
–         Pero, el charco era todavía mayor alrededor de la base del consolador – dijo Gloria mirando con ojos brillantes a Rocío.
–         ¿Cómo?
–         Lo que oyes. La vagina de Rocío había segregado tanto jugo que había resbalado por el consolador hasta formar un enorme charco en el suelo.
–         Madre mía – dije mirando con los ojos como platos a la chica.
–         Te lo juro. La tía se había corrido como una burra allí clavada, ¿digo o no digo la verdad?
Un tanto avergonzada, Rocío se limitó a asentir con la cabeza.
–         ¿Entiendes lo que te digo, Edurne? Jesús había comprendido la clase de golfa que es nuestra querida Rocío y le administró el tratamiento que necesitaba y que, desde luego, le gustaba más, ¿verdad?
Nuevo asentimiento.
–         Entonces, Jesús se agachó al lado de Rocío y dándole unos suaves cachetes en la cara, volvió a despertarla.
  • Despierta, zorra… Que ahora empieza lo bueno y no querrás perdértelo.
 

–         Rocío se despertó con la mirada perdida, como si no supiera donde estaba. La saliva seguía escurriéndosele por la comisura de los labios, por un lado de la bolita, dándole un aspecto todavía más desamparado.

  • ¿Sabes lo que viene ahora, puta? ¡Mira cómo tienes el coño! ¡Menuda puta! ¡Te has metido un consolador de medio metro sin problemas! ¡Te has corrido!
–         Rocío lloraba – decía Gloria mirándola – Pero algo en su expresión había cambiado. Ya no había miedo como antes, parecía más bien… como si estuviera en otro sitio. Me pareció incluso que sonreía, aunque la bola de su boca me impidió estar segura. ¿No es cierto?
–         No recuerdo muy bien aquel momento – respondió Rocío – Recuerdo el intenso dolor que sentía en las piernas, pero internamente me sentía… bien.
Yo estaba flipando.
–         Entonces, Jesús le dijo:
  • Madre mía, qué pedazo de coño de guarra que tienes. ¡Si la meto ahí no me voy ni a enterar, así que vamos a probar por otro sitio!
–         Mientras decía esto – dijo Gloria – le separó las nalgas con las manos dejando al aire su ano. Se veía hinchado y mojado, sin duda por el sudor y por la presencia del descomunal consolador en su vagina y supe sin lugar a dudas lo que se proponía a hacer Jesús.
  • Chúpaselo un poco, Gloria – me ordenó- Creo que voy a encularla un rato. Me apetece.
–         Como siempre, obedecí con presteza. Me arrodillé detrás del culo en pompa de Rocío y, separando sus nalgas, comencé a chuparle el ano. Lo tenía muy dilatado, por lo que no me costó nada meterle la lengua dentro. Por fortuna, Rocío lo tenía bastante limpito.
–         ¿Te gustó? – pregunté a Rocío.
–         Sí. Noté cómo su lengua se introducía en mi interior. Seguía llorando de miedo por lo que iba a pasarme, pero también… lo deseaba – respondió la chica.
–         ¿Era tu primera vez? – indagué.
–         ¿Por el culo? – intervino Gloria en vez de Rocío – ¡Ni de coña! ¡A ésta se la habían follado sus amigos de todas las maneras posibles! ¿No es verdad?
Rocío simplemente asintió, con una leve sonrisilla en los labios.
–         Y desde luego Jesús notó que el culito de Rocío estaba ya estrenado.
  • ¡Joder, puta! ¿Cuántas veces te han dado por el culo? ¡No voy a tener nada para estrenar!¡Déjalo ya, Gloria, que me muero por meterla!
–         Sabiendo por experiencias previas con Esther lo que le apetecía al Amo, abandoné el culito de Rocío y me arrodillé frente a él – dijo Gloria – En un segundo le saqué el nabo de la bragueta, que ya estaba bastante duro, y empecé a chupárselo para acabar de empalmarlo y para ensalivarlo bien. Cuando estuvo a punto, Jesús me apartó de su polla y se colocó detrás de Rocío, que ya no forcejeaba como antes.
–         ¿Se la metió con todo aquello metido en el coño? – pregunté incrédula.
–         No. Pero no lo hizo gracias a mí – respondió mi alumna.
–         ¿Cómo?
–         Me di cuenta de que si se la metía con el consolador dentro de la vagina iba a hacerle daño de verdad y así se lo hice notar a Jesús.
  • Amo – le dije un tanto insegura – Si se la metes en el culo con ese pedazo de consolador en el coño la vas a partir en dos. Le vas a hacer mucho daño.
–         Se lo pensó unos segundos antes de contestar.
  • Tienes razón – dijo – No quiero desgraciarla y que luego no me sirva. Sácaselo y desátale las piernas, pero no los tobillos.
–         Dando gracias mentalmente, me apresuré a liberar a Rocío de sus ataduras. Las cuerdas le habían dejado fuertes marcas en la piel y Rocío gemía mientras la desataba.
–         Es que me dolía un montón – dijo la chica ante la mirada de Gloria – Tenía fortísimos calambres.
–         Te entiendo – dije rememorando mi experiencia con cuerdas y directores.
–         Estaba completamente agarrotada – siguió Gloria – Tanto que, cuando le solté las piernas, no se sostuvo y se derrumbó, clavándose otro buen palmo de consolador en el coño.
–         ¿No te dolió? – pregunté.
–         Vi las estrellas. Eso sí, durante un segundo me olvidé de lo mucho que me dolían las piernas – respondió la chica.
–         Jesús me hizo darle masajes en las piernas, mientras él se acariciaba distraídamente el falo. Entonces, se lo pensó mejor y se acercó a nosotras. Con habilidad, le quitó a Rocío la mordaza y, antes de que me diera cuenta, la agarró por el pelo, le levantó la cabeza y le metió la polla en la boca hasta el fondo.
  • Así no perderé dureza – dijo por toda explicación – Ensalívala bien, que así te entrará más fácilmente en el culo.
–         ¿No pensaste en resistirte? – le pregunté a Rocío pensando en la técnica del mordisco en la salchicha.
–         No tenía fuerzas… Ni ganas… En aquel momento no lo hubiera admitido de ninguna manera… Pero hoy reconozco que tenía ganas de que me follara de una vez.
–         Continúo – dijo Gloria retomando el hilo – Con cuidado, le saqué el consolador del coño, mientras Jesús se movía lentamente en el interior de su boca. A medida que iba saliendo cada centímetro, Rocío gemía y se estremecía levemente, mientras yo contemplaba atónita el increíble trozo de consolador que esta zorra había logrado meterse.
Yo miraba con admiración a la zorra.
–         Por fin, salió la punta y, junto con ella, un buen borbotón de flujos del coño de esta guarra, ¿verdad?
–         Sí. Cuando salió por completo sentí un mini orgasmo.
–         Le di unas cuantas friegas más y, después de que Jesús la sacara de su boca, la ayudé a ponerse de rodillas con la cara pegada al suelo y el culo en pompa. Jesús, majestuosamente, se situó a su grupa y mirándome a los ojos, me indicó que quería que yo hiciera de mamporrera.
–         Joder… je, je – reí sin poder evitarlo.
–         Pues eso. Le agarré la verga toda pringosa de babas y coloqué la punta en la entrada del culito de la zorrita. ¿Y qué hizo Jesús entonces, chata?
–         Me la clavó hasta el fondo de un tirón. Primero metió la punta con cuidado y recuerdo que pensé tontamente que estaba siendo muy delicado. Pero, en cuanto comenzó a entrar el tronco, me dio un viaje que me hizo ver las estrellas. Cuando me quise dar cuenta su ingle estaba apretada contra mis nalgas y su pene me llegaba hasta las tripas. Ni siquiera noté que estaba gritando como loca.
–         Digo. Menudo cipotazo – dijo Gloria – Yo ni me lo creía. Lo único que atinaba a pensar era que, si se le ocurría hacerme eso a mí, me mataba fijo. Ésta daba auténticos alaridos mientras Jesús, sonriente, la agarraba de las caderas y empezaba a bombearle el culo. Rocío, desesperada, tironeaba de las esposas y chillaba, mientras el nabo se hundía inmisericorde una y otra vez en su culo.
–         Sentí un dolor atroz. Pensaba que me había destrozado el culo. Yo lloraba y le pedía perdón, le rogaba que parase, pero él no hacía caso – dijo Rocío ya inmersa en la narración – Entonces, Jesús llevó una mano hasta mi coño y empezó a frotármelo.
  • ¿De qué te quejas, puta? – me gritó – ¡Si estás empapada! ¡No me digas que no te está gustando!
–         No me preguntes por qué – dijo Rocío – pero sus palabras me hicieron darme cuenta de que… ¡en el fondo disfrutaba! ¡Me gustaba lo que hacía! Estaba alucinada, no podía creérmelo, así que seguí chillando y pidiéndole que parara, pero, en realidad, ¡no quería que parase!
–         Te entiendo – le dije recordando cómo me sentí yo después de que Jesús me follara la primera vez.
–         Jesús siguió enculándola un buen rato – continuó Gloria – sobándole las tetas y dándole unos empellones que amenazaban con estrellarla contra la pared. He de reconocer que aquello me había puesto cachondísima, sobre todo desde el momento en que los gritos de ésta comenzaron a menguar y sus gemidos de placer empezaron a subir…
–         Me corrí varias veces – siguió Rocío – Aunque yo me esforzaba por disimularlo mordiéndome los labios, pues no quería que se diera cuenta de que estaba disfrutando… pero era inútil, pues él leía en mí como en un libro abierto.
  • Te lo pasas bien, ¿eh, puta? ¿Cuántas veces te has corrido ya?
  • ¡Ni…ninguna! – mentí – ¡Déjame ya, hijo de puta!
  • ¿En serio? ¿Quieres que deje tu culo?
  • ¡SÍ!
  • ¡Pues va a ser que no!
–         Y la verdad es que me alegré de que no parase.
Se produjo entonces una pausa en el relato. Gloria y yo aprovechamos para echar sendos tragos a los batidos, para recobrar el aliento. Amablemente, le ofrecí mi batido a Rocío, que dudó unos segundos hasta que Gloria asintió con la cabeza.
–         Gracias, Ama – me dijo la chica.
Tras calmar la sed, nos quedamos mirándonos las unas a las otras unos segundos, hasta que Gloria decidió seguir.
–         Por fin, Jesús se corrió a lo bestia. No sólo le llenó el culo hasta el fondo, sino que después se la sacó y se le corrió encima pringándola por completo.
–         Sentí como fuego en mis entrañas cuando el Amo se derramó en mi interior. Mi mente se quedó en blanco y volví a correrme simplemente por sentir su semilla dentro de mí. Después noté mareada cómo su semen quemaba mi piel y me sentí feliz… aunque no quería reconocerlo.
  • Hi… hijo de puta – sollocé – Ya te has quedado a gusto. Ahora suéltame.
  • ¿Por qué? ¿Ya no tienes más ganas de fiesta? ¡Porque yo sí!
–         Entonces me dí cuenta de que, a pesar de la monumental corrida, su polla seguía como el mástil de la bandera. No podía creérmelo. Nunca había visto nada así con ninguno de los chicos con que me había acostado.
–         Y fueron unos cuantos, ¿verdad, guarra? – la interrumpió Gloria riendo – Aunque hay que reconocer que la semana previa a tu fiestecita Jesús se había abstenido de… usarnos, por lo que iba bien cargado y dispuesto.
–         Y es algo que le agradezco profundamente al Amo – dijo Rocío, sumisa.
–         Entonces Jesús me indicó que le alcanzase las llaves de las esposas. Lo hice un poco remisa, pues lo que me apetecía era que me dedicase a mí un rato – dijo Gloria – Él debió de notarlo, porque me dijo:
  • Te estás portando muy bien, nena. Tienes permiso para masturbarte.

–         Tras decirme esto, desató una de las muñecas de Rocío y, con bastante rudeza, la hizo incorporarse…

 

–         Las piernas no me sostenían, de lo contrario habría intentado huir. Aunque quizás no, pues en el fondo deseaba que me maltratara un rato más.

–         Estirando sus brazos hacia arriba – siguió Gloria – pasó las esposas por el listón más alto y volvió a atarla, de forma que quedó de pié con los brazos alzados. Como los grilletes le estorbaban, Jesús se arrodilló y la libró de ellos. Supongo que primero pensó en ordenármelo a mí, pero, cuando me miró, yo ya estaba despatarrada en el suelo, con las bragas en los tobillos y pasándome un vibrador por la vulva, mientras observaba sus maniobras, anhelando ser yo la afortunada.
  • Siempre he deseado hacer esto – dijo Jesús acercándose a Rocío con la verga en ristre.
–         Yo – dijo Rocío – al verle venir, pataleé indefensa, aunque sin mucha convicción. Jesús lo notó, pues me miraba con su típica sonrisa en los labios.
–         La conozco bien – asentí.
–         Agarrándome por los muslos, apretó su erección contra mi entrepierna y empezó a frotarla. Yo, deseando que me la metiera de una vez, cerré los ojos y aparté la cabeza, pero el Amo tenía ganas de jugar.
  • ¿La quieres? – me preguntó sin dejar de frotarla contra mis hinchados labios.
  • ¡NO! ¡Suéltame, cabrón! – atiné a decir, aunque me moría por tenerla dentro.
  • ¿En serio? – dijo él, juguetón – ¿De veras que no la quieres? Entonces será para otra. ¡Gloria, ven aquí!
–         Como un cohete me levanté y corrí hacia el Amo. Me agarró con rudeza y me dio la vuelta, obligándome a inclinarme y a agarrarme a un peldaño de la escalera junto a Rocío. Sin miramientos, como a él le gusta, me la clavó en mi encharcado coño y empezó a follarme. Me corrí a los cinco segundos y si no me derrumbé fue porque él me sostuvo en pié con sus fuertes brazos. 
  • Deberías ser más sincera – dijo Jesús mirando a Rocío a los ojos – ¿Ves cómo hace Gloria? Como se porta bien obtiene su recompensa. ¿No quieres tú lo mismo?
  • N… no – balbuceé.
  • Pues tu cuerpo dice otra cosa. ¡Gloria, tócale el coño y dime cómo está!
–         Como buenamente pude, solté una mano del peldaño y lo llevé a la entrepierna de Rocío. Efectivamente, Jesús tenía razón y los jugos resbalaban por la cara interna de los muslos de esta guarra, mientras que su coño estaba caliente y palpitante.
  • E… está empapada Amo – gemí mientras él seguía follándome, arrastrándome hacia un nuevo orgasmo.
  • ¿Lo ves? – resolló Jesús bombeando con más ganas. ¿Seguro que no la quieres? ¡Puede ser tuya sólo con pedirlo!
–         Me resistí un par de minutos más, aunque sabía que no iba a conseguirlo. Además, el Ama Gloria no dejó en ningún momento de juguetear en mi vagina con sus dedos, por lo que estaba caliente al máximo. Finalmente, me rendí.
  • Va… vale… – farfullé.
  • ¿Cómo dices? – dijo el Amo.
  • Que tú ganas… La quiero…
  • ¿El qué quieres? No te entiendo.
  • ¡TU POLLA! – aullé – ¡QUIERO TU POLLA! ¡QUIERO QUE ME FOLLES!
–         Por desgracia – dijo Gloria – eso era justo lo que Jesús estaba esperando. Sin perder un segundo, me la sacó del coño y se fue a por esta guarra, que ya estaba abierta de patas. En un momento, la tuvo ensartada y empezó a follársela, mientras la muy zorra gemía y chillaba con las piernas anudadas a la cintura de Jesús.
–         Me pasó como al Ama Gloria – dijo Rocío – En cuanto me penetró, el Amo me llevó al orgasmo. Estaba como loca, nunca me había sentido así. Me encantaba que me insultara, que me llamara guarra, puta… estaba excitadísima. Ya se me había olvidado todo lo que me había hecho, mis amigos, mi novio… todo. Lo único que quería era sentir cómo me follaba… cómo me usaba…
–         Yo, por mi parte – dijo Gloria – a pesar de haberme corrido una vez no tenía bastante, pues Jesús me había dejado a medias. Como tenía permiso volví a sentarme en el suelo y cogí el consolador. Entonces me asaltó una duda y cogí el consolador gigante, el de Rocío y, torpemente, me metí la punta en el coño.
–         Yo vi cómo el Ama Gloria hacía aquello, y eso me encendió más todavía.
–         Sin embargo, al sentir aquella enormidad en mi interior, me di cuenta de que era demasiado para mis posibilidades, así que lo saqué y seguí masturbándome con uno más normalito.
–         No se ofenda, Ama Gloria, pero el ver que usted no podía con el grande me llenó de estúpido orgullo.
–         No me ofendo, no me extraña que tu coño hubiera dado tanto de sí. Con tanta gente como lo usaba… – dijo Gloria un poco picada.
–         El Amo hizo que me corriera varias veces – siguió Rocío mirándome – Hasta que finalmente se corrió él también. Lo hizo directamente en mi interior, sin preocuparse, como es su derecho. Tras correrse, me la sacó de dentro, con lo que volví a quedar colgada de las esposas, con los pies en el suelo, mientras sentía cómo su simiente se deslizaba en mi interior y por mis muslos. Él, tranquilamente, sacó un paquete de tabaco y se tumbó en una colchoneta a echar un pitillo.
–         Se quedó allí tumbadito mirándonos – dijo Gloria – A mí machacándome el coño con un consolador y a esta zorra atada, sudorosa y pringada de semen. Cuando por fin me corrí, Jesús me dio un par de minutos para recuperarme y me dijo:
  • Gloria, son casi las siete de la tarde. Tengo un poco de hambre. Ve a comprar unos cafés y unos bollos.
–         Yo obedecí con presteza y, cogiendo las llaves que Jesús me ofrecía, salí del gimnasio.
–         ¿Y qué pasó mientras estuviste fuera?
–         Nada – intervino Rocío – El Amo se echó una cabezadita en la colchoneta, dejándome allí esposada, mientras mi mente trataba de encajar lo que había pasado. No podía creer lo que el Amo me había hecho pero, sobre todo, no podía creer estar deseando que me hiciera mucho más.
Los batidos se habían acabado, así que Rocío fue a por más. Gloria le dio permiso para traerse uno para ella. Durante un rato, no dijimos nada, mientras yo trataba de asimilar lo que me habían contado, representando en mi mente con gran claridad los fotogramas de la película que acababan de contarme.
Gloria también estaba extrañamente callada, contemplándome como tratando de sopesar cómo había encajado yo aquel relato.
Lo cierto era que, aunque estaba un poco aturdida por la magnitud de lo que acababa de escuchar (la narración de una violación en toda regla), me sentía muy excitada, sobre todo por haberlo escuchado todo directamente de labios de la víctima, que confesaba sin tapujos haber disfrutado de aquello.
No podía evitar trazar paralelismos entre la iniciación de Rocío y la mía propia, descubriendo que no me costaba tanto el aceptar que la chica hubiera sido capaz de disfrutar en una situación como esa pues, al fin y al cabo, a mí me había pasado algo semejante.
Poco después regresó Rocío con las bebidas. Sin decir nada, las repartió y volvió a situarse a espaldas de Gloria, reanudando el masaje en sus hombros.

–         A ver, por donde iba – dijo Gloria como si la pausa no hubiese existido – Regresé como a la media hora, con cafés y unos croissants que compré por allí cerca.

 

Efectivamente, cuando volví me encontré con Jesús dormitando sobre una colchoneta, mientras Rocío, medio desmayada, seguía esposada al listón.

–         Me dolían las muñecas por las esposas, pero apenas lo notaba, pues el coño me latía tan fuerte que tuve que empezar a frotar los muslos intentando darme un poco de placer. Estaba llorando y siseaba por lo bajo insultando y maldiciendo al Amo, pero interiormente estaba deseando que se levantara de la colchoneta y volviera a follarme – intervino Rocío mientras Gloria sorbía su batido.
–         O sea que, en el fondo, Jesús te había calado bien – dije.
–         Sí. Con el tiempo me contó que había percibido mi sumisión latente observándome con mi pandilla. Yo nunca llevaba la voz cantante, excepto cuando me enfrentaba a gente más débil que yo y siempre que me sintiera respaldada por mis amigos. Creo que por eso me metí tanto con el Amo antes de que me iniciara: porque había tenido miedo de él cuando nos enfrentamos en el aula y esa era una sensación que yo odiaba con toda mi alma. En el fondo, lo que yo quería era que alguien me dijera lo que debía hacer. Y eso lo notaban mis amigos y se aprovechaban de mí.
–         Sí – dijo Gloria – En realidad, aunque Rocío era una macarra en el colegio, metiéndose con los alumnos más jóvenes, en su grupo era una piltrafilla y todos hacían con ella lo que querían. Era un juguete sexual.
–         ¿En serio? – pregunté.
–         Desde luego. Pero todo eso cambió gracias a Jesús, ¿verdad, Rocío?
–         Así es.
Se produjo una nueva pausa hasta que Gloria continuó.
–         Desperté a Jesús y nos sentamos en la colchoneta a merendar. Ésta – dijo señalando a Rocío con el pulgar – nos insultaba sin mucho entusiasmo. Yo ya no sentía miedo porque fuera a denunciarnos o algo así, sobre todo después de haberla escuchado gemir de gusto y pedirle a Jesús que se la follara. Comprendí que seguía resistiéndose más porque era lo que se suponía que tenía que hacer que porque quisiera hacerlo realmente.
–         Es cierto. Era así – confirmó Rocío.
–         Jesús estaba super tranquilo, charlando amigablemente conmigo, haciendo planes para después. Yo pensaba que íbamos a reanudar la sesión de sexo, pues, desde luego, yo tenía ganas de más, pero Jesús estaba satisfecho, por lo que tuve que conformarme. Tras acabar, Jesús me ordenó que recogiera todas las cosas y yo obedecí mientras él se componía la ropa. Cuando estuvimos listos, me dijo que saliera.
–         En ese momento volví a asustarme muchísimo, pues pensé que pretendía dejarme allí atada – dijo Rocío – Pero no era así. Mientras me soltaba, el Amo me dio las primeras instrucciones de nuestra relación:
  • Ahora estamos en paz, putilla – me susurró – Puedes hacer lo que te venga en gana. Si quieres ir a la policía a denunciarme, no te cortes, aunque te advierto que te tengo grabada suplicando que te follara.
–         ¿Era cierto? – pregunté.
–         Nunca lo supe – dijo Rocío – Pero me daba igual, no pensaba denunciarle. Lo único que sentía en ese momento era ansiedad porque no se marchara.
  • Ahora me voy con Gloria a mi casa. Mis padres no regresan hasta el lunes y hoy se ha ganado que me la folle bien follada. Ésta es mi dirección – dijo dejando caer una tarjeta a mis pies – Si quieres que retomemos esto donde lo hemos dejado, puedes venir en cualquier momento de este fin de semana.
  • Una mierda voy a ir – respondí sin mucha convicción.
  • Como tú quieras – dijo el Amo sonriendo – Tú te lo pierdes.
  • Bastardo – acerté a escupirle.
  • Sí, sí, lo que tú quieras – dijo él riendo – Pero eso sí, las putas que entran en mi casa han de venir sin bragas. Así que ya sabes, si quieres volver a disfrutar de mi polla tendrás que venir en plan comando a mi casita. Por cierto, me gustan las minifaldas esas que sueles ponerte.
–         Tras decirme esto, las esposas se soltaron y caí de rodillas al suelo, completamente sin fuerzas. Miré cómo el Amo se alejaba de mí, dirigiéndose a la puerta del gimnasio, sintiendo cómo mi corazón latía desbocado, tratando de resistir el impulso de gritarle que volviera y acabara lo que había empezado… Lo logré a duras penas…
–         Jesús se reunió conmigo fuera del gimnasio – continuó Gloria – sonriente como si no hubiera pasado nada. Sorprendiéndome un poco, pues no solía mostrarse muy cariñoso en público, me rodeó los hombros con el brazo, atrayéndome hacia sí y me dio un beso en el pelo, agradeciéndome mi ayuda.
  • Te has portado muy bien, perrita – me dijo – Ahora vamos a pasar por tu casa y cogerás ropa para todo el fin de semana. Te vienes a mi casa, que mis padres no están y te quedas hasta el lunes conmigo. Te has ganado tu premio.
–         Salimos del colegio abrazados, con mi brazo rodeando su cintura mientras su mano se posaba directamente en mi culo. Me dio igual que nos viera la gente, pues me sentía totalmente feliz de saber que ese fin de semana Jesús era completamente mío. O eso me creía yo.
Se quedaron calladas tras acabar su relato. Yo me sentía bastante caliente por todo aquello e incluso sopesé ordenarle a Rocío que volviera a aplicarme el “tratamiento completo”, pero no me atreví. En vez de eso pregunté:
–         ¿Y qué pasó? ¿Fuiste finalmente a casa de Jesús?
–         ¿Tú que crees? – dijo riendo Gloria.
–         Supongo que sí – respondí encogiéndome de hombros.
–         ¿Quieres saber el resto?
–         ¡Claro!
–         Te has puesto un poquito cachonda, ¿verdad?
–         La verdad es que sí – respondí incorporándome un poco para que mis tetas surgieran del agua y pudieran observar lo duros que estaban mis pezones.
Aquello hizo sonreír a Rocío. Tenía una bonita sonrisa.
–         Bueno – dijo Gloria – pues Jesús cumplió lo prometido y se pasó la tarde-noche del viernes follándome a tutiplén. Me lo pasé de puta madre. Por desgracia, esta guarra no aguantó más y el sábado se presentó en casa de Jesús.
–         Lo siento, Ama Gloria – dijo Rocío bajando la mirada.
–         ¡No seas tonta! – rió Gloria – ¡Estoy de broma! Sabes perfectamente que me alegro mucho de que te unieras a nosotras…
–         Gracias, Ama.
Era obvio que a Gloria Rocío le caía infinitamente mejor que Kimiko. Mentalmente, me juré que averiguaría qué había pasado entre las dos para detestarse tanto.
–         Pues eso, estábamos en plena faena en la cama de sus padres cuando el timbre sonó – continuó Gloria – Extrañamente, pues lo habitual era que me ordenase a mí abrir la puerta, Jesús me la sacó del coño y se levantó de la cama, saliendo del dormitorio en pelotas, sudoroso y con la polla como un leño, dejándome confundida y agitada.
–         Ya lo supongo – reí.
–         Sist., no interrumpas, guarrilla – bromeó Gloria – Escuché cómo la puerta se abría y a Jesús saludando. Oí una voz femenina que respondía, pero claro, yo no sabía quien era porque no había estado presente durante la conversación final en el gimnasio y desde luego, Jesús no me había dicho nada.
–         Comprendo.
–         Muerta de curiosidad, me asomé con cuidado a la puerta para ver quien era la visitante y me encontré con ésta, con la falda levantada en el umbral de la puerta, enseñándole el coño a Jesús, para que pudiera comprobar que iba sin bragas.
–         ¡Vaya! – exclamé – Así que te rendiste sin contemplaciones.
–         ¡Oh, no! – respondió Rocío – En absoluto fue así.
–         ¿En serio?
–         Y tan en serio. Después de que me dejaran sola en el gimnasio, tardé un buen rato en reunir fuerzas suficientes para vestirme. Medio sonámbula, abandoné el centro aprovechando una puerta que me habían dejado abierta. Hundida, pues estando sola no tenía más remedio que reconocer que me había quedado con ganas de más, me dirigí a mi casa y me encerré en mi cuarto.
–         ¿No lloraste? – pregunté infantilmente, acordándome de mi propia reacción tras mi primer encuentro con Jesús.
–         Como una condenada. Me sentía triste, asqueada conmigo misma, pero sobre todo insatisfecha, lo que acentuaba el asco que sentía por mí.
–         Te entiendo – afirmé.
–         Aunque me repugnaba hacerlo, no tuve más remedio que masturbarme varias veces, tratando de calmar el fuego que ardía en mis entrañas, intentando calmarme lo suficiente para no salir corriendo en busca de la casa del Amo.
¡Joder! Aquella chica había experimentado exactamente los mismos sentimientos que yo.
–         A medida que iba calmándome, la rabia iba creciendo en mi interior. Y cuando llegó la noche, estaba más que decidida a vengarme.
–         ¡Oh!
–         La mañana del sábado me sorprendió sin haber pegado ojo. Ni siquiera había tratado de dormir. Completamente decidida, me duché para despejarme la cabeza y me colé en el despacho de mi padre.
–         ¿No estaban tus padres?
–         No. Estaban fuera – respondió Rocío – Me dejaban sola muy a menudo.
–         Ya.
–         Saqué la llave del escritorio de mi padre de su escondite (que yo conocía perfectamente) y abrí el cajón.
–         ¿Qué buscabas? – pregunté intrigada.
–         La pistola de mi padre.
–         ¡Dios mío! – exclamé al comprender las implicaciones de lo que Rocío me decía.
–         Me vestí como el Amo me había indicado, sin usar ropa interior, pero mi intención era únicamente lograr que me dejara entrar en su casa.
–         ¿Ibas a matarle? – exclamé horrorizada.
–         Estaba completamente decidida. O eso creía yo.
Estaba flipando con lo que escuchaba. Aunque, en realidad, tampoco era nada tan extraño. ¿Acaso no había deseado yo misma que Jesús se muriera la noche después de nuestro primer encuentro?
–         Me dirigí a la dirección que figuraba en la tarjeta y subí al piso. Jesús me abrió la puerta y, al verle, me quedé paralizada.
–         ¿Por qué? – pregunté.
–         ¡Porque estaba en pelotas y empalmado, tonta – exclamó Gloria riendo, incapaz de permanecer callada ni un segundo más.
–         Exactamente. Cuando le vi, con el pene erecto apuntando hacia mí, con la piel brillante por el sudor… sentí cómo mi vagina se estremecía, mientras un escalofrío me recorría de la cabeza a los pies.
–         Ya me imagino – asentí.
–         Durante un instante, me olvidé por completo de mis intenciones y me quedé mirando embobada su erección. Entonces escuché la risilla del Amo, lo que me devolvió a la realidad.
  • Vaya, vaya, has tardado un poco más de lo que pensaba. Pensé que vendrías ayer mismo.
  • No… no… – acerté a responder
  • Y bien, ¿has traído tu entrada?
–         Comprendí perfectamente a qué se refería, así que lentamente, me subí la falda para que pudiera verificar que iba sin bragas. Lo hice con cuidado, pues llevaba la pistola a mi espalda, metida en la cinturilla de la falda, no fuera a ser que se cayese.

–         Jesús, al comprobar que llevaba el coño al aire, sonrió y la hizo pasar – continuó Gloria, necesitada de hablar – Yo, que no quería que me pillaran espiando, corrí a la cama y me eché encima de un salto. Pocos segundos después, entró en el cuarto Jesús, aún con su empalmada en ristre, seguido por esta guarrilla, con una cara de acojone que daba risa.

–         Era normal – intervine –teniendo en cuenta lo que pensaba hacer…

–         Sí, supongo – coincidió mi alumna – Pues bien, Jesús se tumbó a mi lado y empezó a acariciarme las tetas. Me empujó un poco para que quedara de espaldas a él, estando los dos de costado y empezó a frotarme la polla por mi rajita desde atrás, lo que me hizo abrir las piernas, loca porque continuase con la faena, pero entonces…
–         Jesús me indicó que me desnudara – siguió Rocío – Durante un segundo estuve tentada de obedecerle, pero logré reunir valor suficiente y saqué la pistola apuntándoles a ambos.
–         Lo de valor suficiente es un decir – interrumpió Gloria – Porque las manos le temblaban tanto que, aunque estaba a menos de un metro de nosotros, no creo que nos hubiera acertado a ninguno.
–         ¿No te dio miedo? – pregunté dirigiéndome a Gloria.
–         ¿Estás de coña? – exclamó ésta – ¡Casi me cago encima del colchón! De no ser porque Jesús me agarró con fuerza, impidiéndome levantarme, hubiera quedado una silueta de mí atravesando la puerta de la casa…
–         Yo también estaba asustadísima… No comprendo cómo se me ocurrió hacer aquello – susurró Rocío.
Estuve a punto de decirle que la comprendía, pero me lo pensé mejor y callé, no fuera a ser que alguna le contara a Jesús que yo también había pensado en cargármelo.
–         Pues ni te cuento yo. En mi vida me habían apuntado con un arma. Y espero que esa fuese la última vez…
–         Ya me imagino – coincidí.
–         Estaba aterrorizada – siguió Rocío – A esas alturas no sé si pretendía hacerle daño de verdad, creo que realmente no me hubiese atrevido a apretar el gatillo, pero al menos quería darle un susto de muerte al Amo, vengarme y humillarle… hacerle suplicar por su vida, porque sentía que eso me ayudaría a recuperar el control de la mía pero…
–         Pero, ¿qué? – pregunté al ver que Rocío detenía la narración.
–         No conseguí nada – concluyó.
–         ¿Por qué no?
–         Porque el Amo no se amilanó lo más mínimo.
  • Vaya, así que has decidido acabar conmigo para vengarte – me dijo tranquilamente.
  • ¡Sí, cabrón, voy a volarte las pelotas! – respondí, enfadada sobre todo porque él no se mostrara asustado.
  • Pues vale, si es lo que quieres hacer…
  • ¿Q… qué?- balbuceé sin podérmelo creer.
–         Yo tampoco podía creérmelo – interrumpió Gloria.
  • Que si es lo que quieres hacer… no puedo hacer nada para impedírtelo. Estoy tumbado en la cama y tú estás de pié con un arma. Si intento quitártela me volarás la cabeza, así que no puedo hacer nada. Si estás decidida a ir a la cárcel, adelante, dispara.
  • ¡Voy a hacerlo! – grité reuniendo los pocos arrestos que me quedaban.
  • Pues hazlo. Pero antes quiero pedirte dos pequeños favores.
  • ¿Có… cómo? – murmuré.
  • Que me concedas dos favores antes de matarme. Ya sabes, la última voluntad del condenado.
  • Ha… habla – tartamudeé.
  • Primero, que no le hagas daño Gloria. Ella no tuvo la culpa de lo que pasó y no podría haber hecho nada para impedirlo. Además, si yo se lo ordeno no testificará en tu contra en el juicio así que no tendrás que preocuparte.
–         ¡Cuánto quise a Jesús en ese momento! Casi me echo a llorar – exclamó Gloria, incapaz de contenerse.
  • Y… ¿y el otro…? – susurré.
  • Que me dejes terminar el polvo que estaba echando. No quisiera morirme empalmado sin haberme corrido.
–         No podía creérmelo. La desfachatez del Amo me dejaba anonadada. Nada estaba saliendo como yo había planeado.
  • Quien calla otorga – dijo el Amo al ver que yo me había quedado con la boca abierta.
–         Y ni corto ni perezoso me endiñó un cipotazo desde atrás. Yo no me lo esperaba para nada, pues no podía creerme que se dedicara a follarme tranquilamente mientras una loca nos apuntaba con una pistola, pero, cuando quise darme cuenta, ya la tenía enterrada hasta el fondo y me estaba propinando sus formidables culetazos en el coño.
–         Me quedé atónita al ver cómo empezaba a tener sexo con el Ama Gloria ignorándome por completo. Yo miraba estúpidamente la pistola, como queriendo asegurarme de que realmente estaba allí…
–         Y Jesús, importándole todo un bledo, siguió folla que te folla, sujetándome bien fuerte, no fuera a ser que me diera por salir cagando leches de allí.
–         ¿Y te hubieras escapado dejándole allí? – pregunté.
–         ¡Ay, cariño! ¡En cuanto me la metió se me fueron de la cabeza todas las ideas de fuga! ¡No sé si fue porque aquel podía ser su último polvo, pero lo cierto es que me aplicó un tratamiento de primera categoría.
–         Madre mía – dije sin saber si reír o llorar.
–         Jesús siguió martilleándome el coño a lo bestia. Cuando se hartó de la posición me cogió por la cintura y, sin sacármela, me puso a cuatro patas y siguió follándome de rodillas desde atrás. Me penetraba con violencia, con empellones secos y certeros, que me hacían ver las estrellas. Me corrí a lo bestia, escuchando cómo su polla chapoteaba en mi inundado coño.
–         ¡Es verdad! – exclamó Rocío – ¡Aquel sonido! El ruido que hacía su pene al clavarse me estaba volviendo loca. Me sentía caliente, no podía pensar con claridad. Mis ojos estaban fijos en el pene del Amo, viendo cómo se hundía una y otra vez en Ama Gloria… y yo solamente deseaba ocupar su lugar….
  • Déjate ya de tonterías y únete a nosotros. Desnúdate de una puta vez – me ordenó el Amo de repente.
 

–         Y obedecí. Como un autómata dejé caer la pistola sobre la alfombra. Con rapidez, me despojé del jersey, la minifalda y los zapatos y me subí a la cama donde el Amo seguía hundiéndose una y otra vez en ella – dijo Rocío apretando levemente sobre los hombros de Gloria – Me acerqué al rostro del Amo e intenté besarle, pero él apartó la cara, poco dispuesto a perdonarme.

  • ¿Quieres besarme? – siseó – ¿Crees que voy a besar a una furcia que ha intentado matarme? ¡Aún te queda mucho antes de que te permita algo semejante!
  • Jesús, yo… – balbuceé confundida.
  • ¡Nada de Jesús, zorra! ¡Para ti soy, ahora y para siempre tu AMO!
  • Sí, Amo, lo que usted diga – asentí.
  • Y si quieres besar algo de mí, puedes empezar por ¡MI CULO!
–         Entendí perfectamente lo que el Amo me pedía. Ya lo había hecho antes con otros chicos. Me arrodillé detrás de él y le separé las nalgas con mis temblorosas manos, hundiendo mi cara en medio. Enseguida, empecé a estimular su ano con mi lengua, chupándolo con ardor y tratando de llegar cada vez más adentro.
–         Aquello le gustó mucho a Jesús, pues empezó a jadear y a gemir de placer y redobló sus esfuerzos en mi coño. Yo se lo agradecí con un nuevo orgasmo, que me dejó ya medio desmayada y sin fuerzas, aunque a él le dio igual pues siguió follándome con las mismas ganas.
  • ¡Límpiamelo bien, puerca! – gritó Jesús – ¡Que esta mañana he cagado un montón y no me he limpiado!
–         ¿En serio? – exclamé incrédula.
–         ¡Bah! – dijo Gloria – era una mentira para humillar a Rocío. ¿No te has dado cuenta de que Jesús es muy limpio?
–         Sí, era mentira – dijo Rocío – Y yo lo sabía, pero me encendió el que me insultara. Tenía la vagina empapada….
–         Jesús te calibró bien, ¿eh guarrilla? – rió Gloria.
–         Sí. El leyó a través de mí y comprendió mis auténticos deseos…
Las miré un par de segundos, atónita y alucinada por lo que me estaban contando. Aunque, en el fondo, lo que pensaba es que me hubiera gustado estar en su lugar.
–         Cuando Jesús notó que iba a correrse me la sacó del coño y apartó a Rocío de un empujón, dejándola tumbada sobre el colchón. De rodillas acercó su polla hasta la cara de esta guarra y se la metió en la boca hasta la garganta.
–         Casi me ahogo de la impresión, su pene se abrió paso sin compasión entre mis labios y se deslizó por mi garganta. No pude soportar las arcadas y traté de apartarme, pero el me sujetó con fuerza, manteniendo mi cara apretada contra su ingle.
–         Y se corrió, claro – aseveré de forma totalmente innecesaria.
–         ¡Y tanto que lo hizo! – rió Gloria – ¡Esta golfa no podía con tanta leche y gemía y lloraba tratando de escapar de Jesús, pero él se mantenía firme vaciando las pelotas en su garganta!
–         Comprendí que lo único que podía hacer era tragármelo todo – siguió Rocío con entusiasmo – aunque no podía con tanto semen y parte se escapaba por la comisura de mis labios, pues tenía toda la boca llena. Cuando el Amo estuvo satisfecho, me empujó a un lado y yo caí sobre el colchón, escupiendo sobre la alfombra gruesos pegotes de semen.
–         Me dio hasta pena verla así, pero ni se me pasó por la cabeza protestar, no fuera a ser que me hicieran a mí lo mismo – dijo Gloria.
  • Vamos, venid conmigo, que estoy todo sudado y quiero ducharme – ordenó Jesús.
–         En cuanto salió del dormitorio ayudé a Rocío a levantarse. Tenía miedo de que se cabreara otra vez y cogiera de nuevo el arma, pues Jesús había pasado olímpicamente de ella y la había dejado allí tirada.
–         Pero a mí ni se me pasó por la imaginación hacer algo semejante. Sólo quería ir detrás del Amo y hacer lo que me ordenara, para ver si así recibía un premio como el Ama Gloria.
–         Le seguimos al baño y nos metimos todos en la bañera, donde las dos nos dedicamos a lavar el cuerpo de Jesús.
–         Sí, ya sé cómo va eso – dije.
–         Lo que le hacíamos debía de gustarle, pues poco a poco la polla fue poniéndosele morcillona. Entonces nos ordenó que se la chupáramos. Ni cortas ni perezosas nos arrodillamos frente a él y procedimos a asearle el falo con nuestras lenguas, mientras éste crecía cada vez más.
–         Cuando estuvo bien duro – siguió Rocío – el Amo me obligó a darme la vuelta y a ofrecerle mi culo.
–         Con la habilidad que le caracteriza en estos menesteres, Jesús se la colocó en el culo y se la clavó hasta el fondo, mientras Rocío gritaba como si le rompieran el alma.
–         Es que me dolió mucho, Ama Gloria, yo no esperaba que me sodomizaran con tanta fuerza, sino que pensaba que el Amo iba a usar mi vagina.
–         Sea como fuere, los gritos de esta golfa molestaron a Jesús.
  • Tápale la boca a esta puta, Gloria – me ordenó.
–         Y claro, yo se la tapé con lo que más tenía a mano.
–         Déjame que lo adivine – la interrumpí riendo – Le pusiste el coño en la boca.
–         ¡Toma, claro! ¡Y la verdad es que me lo comió bien comido! ¡Desde luego no era su primera vez.
–         No, no lo era. Como mi Amo me ordenaba que le diera placer al Ama Gloria, yo me dediqué a ello con ahínco, mientras sentía cómo el pene del Amo se hundía una y otra vez en mi trasero. Poco a poco el dolor fue menguando y enseguida me encontré disfrutando al máximo.
–         ¡Digo! ¡No veas cómo gemía y aullaba contra mi coño! ¡Había hasta eco! – exclamó Gloria.
–         Eso es mérito suyo – retrucó Rocío haciéndonos reír a la tres.
–         Jesús siguió dale que te pego en el culo de ésta hasta que se hartó y se la clavó en el coño.

–         ¡Oh, fue maravilloso cuando la verga del Amo se deslizó en mi vagina! ¡Me sentí tan feliz que llegué al orgasmo!

–         Y yo también. Cuando esta guarra se corrió me chupó el coño con tantas ganas que yo también me corrí.

–         Por desgracia el Amo también estaba a punto y llegó al clímax enseguida, pues por mí hubiéramos seguido así para siempre. Su semen inundó mi vientre como antes había hecho en mi boca y me sentí feliz y satisfecha.
  • Será mejor que empieces a tomar la píldora si es que no lo haces ya – me dijo el Amo mientras se retiraba de mi interior – Aunque la verdad es que me importa una mierda si lo haces o no.
  • Sí, que lo hago… Amo – respondí.
  • Pues vale.
–         Dicho esto terminó de enjuagarse y salió de la bañera con una toalla.
  • ¡Recoged esta pocilga! – nos gritó.
–         Obviamente, ambas obedecimos rápidamente – dijo Rocío.
–         Y tanto. El resto del fin de semana fue más o menos igual. Jesús nos hizo estar desnudas a todas horas y nos usaba cómo y cuando quería – dijo Gloria.
–         Sí.  Yo estaba deseando en todo momento que el Amo viniera y se encargara de mí.
–         Supongo que por la novedad, Jesús se folló a esta guarra más veces que a mí ese fin de semana.
–         Lo siento mucho, Ama – dijo Rocío, de nuevo compungida.
–         ¡Bah! No fue culpa tuya. Además, yo también tuve mi ración, pues Jesús me dijo que podía ordenarle a Rocío lo que me diera la gana.
–         Y tú le pediste el tratamiento completo, claro – dije sonriendo.
–         El completo… varias veces. Y el completísimo… Unas cuantas también – respondió Gloria sonriendo a su vez.
–         El Amo me usó como quiso, lo que me llenó de felicidad. Por ejemplo, esa noche televisaron el partido de su equipo y el Amo me hizo chupársela mientras veía el partido.
–         ¡Seguro que se corrió cuando marcaron un gol! – reí.
–         Bueno, la verdad es que primero marcaron los del otro equipo. El Amo se enfadó y dijo que era culpa mía, por no chupársela bien, por lo que me dio unos azotes.
–         ¿Que era culpa tuya? – exclamé sorprendida.
–         Era solamente una forma de marcar territorio – intervino Gloria – Aunque el culo se lo dejó como un tomate.
–         No me importó. Me había portado muy mal con el Amo… le había amenazado con un arma… me merecía el castigo – dijo Rocío con la mirada baja.
–         Esa noche yo dormí con Jesús en la cama – dijo Gloria – Y ésta tuvo que dormir en la alfombra… con el consolador negro otra vez metido en el coño…
–         ¿En serio? – exclamé atónita – ¿Te ató otra vez?
–         No, no – dijo Rocío meneando la cabeza – Sólo me hizo dormir con el dildo alojado en mi interior. Y ni siquiera fue entero…
–         ¿Y por qué hizo eso?
–         Para que aprendiera cual era mi lugar.
Las tres nos quedamos calladas. Rocío se mostraba ahora un tanto cohibida, como si se avergonzara ahora de todo lo que me había contado.
–         El domingo por la noche regresó Esther a la casa. Jesús sabía que su padre no vendría, así que nos quedamos con él las tres – dijo Gloria – Entonces nos indicó a su madrastra y a mí que, a partir de entonces, Rocío sería una más del grupo y que cualquiera de nosotras podría ordenarle lo que le viniera en gana, pues tendría que obedecernos como si se tratara de él.
–         A mí no me importó en absoluto – siguió Rocío – Pues lo único en que podía pensar era en que Jesús volviera a usarme como le complaciera.
–         Y entonces instauró lo de los rangos – intervine.
–         ¡No, no! Eso fue mucho después. En ese momento éramos sólo tres y, aunque Esther y yo no nos llevábamos muy bien, todavía no era necesario nada semejante, pues Jesús se las apañaba para tenernos controladas. Esther me veía como algo parecido a la novia de Jesús, por lo que se sentía celosa y me incordiaba todo lo que podía, pero Rocío… no era una amenaza para nadie, pues lo único que quería era que le mandáramos cosas.
–         Sí, así descubrí mi verdadera naturaleza – dijo la chica.
–         ¡Joder! – exclamé – ¡Menuda historia! ¡Y yo que pensaba que lo mío había sido fuerte! ¡No sé si habría podido soportar lo que te pasó a ti!
–         Oh, sí que lo hubieras hecho… – dijo Rocío mirándome enigmáticamente.
Un nuevo silencio sepulcral se apoderó de la sala del jacuzzi.
–         Pero no te creas que todo fueron cosas malas para nuestra Rocío, ¿verdad, nena? – dijo Gloria.
–         No, por supuesto que no – respondió la aludida.
–         Sí, ya lo pillo – intervine yo – Lo que a ella le gusta es ser humillada y maltratada por todos, así que se lo pasa muy bien con todo esto.
–         ¡No sólo me refiero a eso! – exclamó Gloria – ¡Hablo de cambios en su vida!
–         ¿En su vida? – pregunté extrañada.
–         ¡Claro! – exclamó Gloria – A partir de ese instante, Jesús la apartó de esa pandilla de macarras que abusaban de ella.
–         Para abusar de ella él mismo – pensé en silencio.
–         Se acabaron los trapicheos de drogas, las peleas y los follones. Como se veía que Rocío no valía para estudiar bachillerato, le consiguió plaza en una academia de estética. ¡Y lo pagó todo de su bolsillo!
–         ¿En serio? – exclamé sorprendida.
–         ¡Y tanto! Entre los tres buscamos cual podría ser la vocación de Rocío y descubrimos que era muy buena con los masajes, así que la metimos en el cursillo y ya lleva casi un año trabajando aquí. Le va muy bien, folla cuanto quiere y gana un buen dinero ¿verdad, golfilla?
–         Es cierto. Además, desde mi posición puedo colaborar para que las el Amo y las otras siervas puedan disfrutar de estas instalaciones – dijo la chica.
–         ¿Y no pueden pillarte? – pregunté.
–         No lo creo. Tengo mucho cuidado. Pero, si pasara algo… mantengo una relación con el encargado del centro y estoy segura de que podría evitar el castigo.
–         Eso es por todo lo que le haces, guarrilla… – bromeó Gloria salpicando con agua a Rocío.
–         Y eso… ¿te lo ordenó Jesús? – indagué.
–         ¡Oh, no! El Amo nos permite a todas mantener relaciones con quien queramos, siempre que estemos listas en cualquier momento para que él pueda usarnos. Martín es simplemente… algo así como un novio.
–         ¿Y disfrutas con él? – pregunté mirando fijamente a Rocío.
–         Ni la milésima parte que con el Amo – respondió ella sin dudar un segundo – Aunque me temo que eso mismo me pasaría con cualquier hombre que no fuera él.
Eso mismo me temía yo.
Rocío tuvo que marcharse a seguir con sus quehaceres, pues se había hecho tarde y ya no íbamos a tener tiempo de aplicarnos los tratamientos de belleza, así que ella se reincorporó al trabajo.
Gloria y yo seguimos charlando un rato más, especialmente sobre Rocío y su particular relación con el grupo, hasta que el pellejo empezó a ponérsenos como los garbanzos en remojo.
Así me enteré de que Jesús se enfrentó con un par de macarras de la pandilla de Rocío, que no se resignaban a quedarse sin su juguete favorito, pero por lo visto eran unos mierdas y no se atrevieron con él.
Rocío, además, descubrió así quienes eran sus auténticos amigos dentro de su grupo y quienes se juntaban con ella para aprovecharse, con lo que consolidó una fuerte amistad con un par de chicas, a las que ella misma ayudó a salir de esos ambientes tan feos.
Aquello me dejó mucho más tranquila, pues el relato de la historia de Rocío había hecho que me formara una imagen de un Jesús despótico y sin sentimientos y eso era algo que no acababa de gustarme.
Pero al final comprendí que no era así, sino que Jesús, simplemente, nos daba a cada una lo que necesitábamos.
Hartas de estar en remojo salimos del jacuzzi y nos pusimos los albornoces. No hizo falta llamar a nadie para salir de allí, pues Gloria se conocía las instalaciones como la palma de la mano y me llevó sin problemas al cuarto donde estaba mi ropa.
Tras vestirnos, nos reunimos de nuevo en el hall y allí rellené el formulario para darme de alta como socia, que entregamos a la recepcionista. Justo cuando nos marchábamos, Rocío apareció para despedirse y Gloria, sorprendiéndome, le dio dos cariñosos besos en las mejillas. Yo la imité.
–         De vez en cuando agradece una pequeña muestra de cariño – me susurró mientras nos marchábamos.
Gloria me cayó todavía mejor después de eso.
……………………………………
Cuando llegamos al bloque era bastante tarde, casi la hora de cenar. Nos montamos juntas en el ascensor y Gloria se despidió de mí en el cuarto, quedando en venir a recogerme por la mañana para ir juntas al colegio. Aunque no tan temprano como ese día.
–         Y tranquila, que mañana no hay que masturbar a ningún conserje – me dijo sonriendo mientras se cerraba la puerta del ascensor.
Mi encantador novio me esperaba con la cena preparada, cosa que le agradecí enormemente. Como estaba hambrienta, prácticamente devoré la comida. Como estaba cachonda, prácticamente devoré su polla cuando nos fuimos al dormitorio.
Fue una noche de sexo genial. Pero me dormí algo insatisfecha, pues ese día no había estado con mi Amo Jesús.
Continuará.
                                                                                                       TALIBOS
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Ernestalibos@hotmail.com

 

 

 

2 comentarios en “Relato erótico: Dominada por mi alumno 6 (POR TALIBOS)”

  1. Hola! Quería dejar este comentario para decirte que me encantan tus relatos y para hacerte una pequeña petición, ¿Podrías hacer un relato sobre Axl Rose (cantante de Guns n’ Roses) en la época de los noventa en el que estuviera involucrada?

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