INGRESO:

El Jueves por fin había llegado.
Por la mañana desperté alerta, despejada, con los sentidos en tensión. Por fin había llegado el día. Esa misma tarde pertenecería por completo a mi señor. Para siempre.
Mario, el dulce Mario, había percibido que esos días estaba un poco rara. Equivocadamente, pensó que era por culpa suya, que me sentía molesta por sus continuas ausencias por su trabajo. En otro tiempo fue así. Ahora ya no.
El pobre se había levantado antes que yo, para prepararme un delicioso desayuno que me diera fuerzas para el duro día de clases que me aguardaba. Desayunamos juntos, conversando, aunque no como siempre. Me estaba convirtiendo en una maestra del disimulo. Ya era capaz de charlar tranquilamente con él mientras mi mente volaba a otra parte. Hacia Jesús.
No podía esperar más. Anhelaba que la tarde llegara ya, para ser marcada como una pertenencia de mi Amo. Para ser totalmente suya.
Ya no me acordaba de Yoshi ni de su enorme polla, me daba igual, si mi Amo me lo ordenaba, dejaría que el japonés me la metiera entera. Me daba lo mismo. Sólo quería estar junto a él.
A pesar de mis esfuerzos, Mario percibía que mi atención estaba en otra parte, por lo que redoblaba los suyos para distraerme. Yo se lo agradecí con una hipócrita sonrisa, pues la verdad es que estaba empezando a cansarme. Pensé en pegarle un corte y mandarlo al carajo.
Pero no, él no se merecía eso, Mario era muy bueno conmigo. Si no le tuviera a mi lado, le echaría de menos. Quizás…
Logrando por fin poner un poco más de atención, conseguí mantener una charla en apariencia normal con él. Inesperadamente, Mario me preguntó por las bolsas con frutas y verduras que había encontrado delante de la puerta los últimos días.
Me había olvidado por completo. El vecino voyeur cumplía su parte del acuerdo.
No pasaba nada. No me alteré en absoluto mientras inventaba una patraña para Mario. Cada vez me costaba menos mentirle. Mejor.
Le dije que un vecino de enfrente, con esto de la crisis, había empezado a vender frutas entre la gente del barrio. Que se traía lo que podía del camión con el que trabajaba y lo repartía. Luego, a final de mes, ya haría yo cuentas con él. No había problema. Mario se lo tragó. Como todo lo que yo le contaba.
Seguimos charlando. Me acordé entonces de avisarle de que ese día llegaría tarde. Vendría a casa a almorzar, pero por la tarde volvería a marcharme. Él sugirió volver a recogerme al instituto, para ir a comer juntos por ahí, pero yo me negué, pues era posible que luego insistiera en acompañarme por la tarde. Y eso no podía ser.
Un poco mosqueado por mi negativa, Mario siguió desayunando en silencio. No me importó. Incluso lo agradecí. Me sorprendía cada vez más de lo poco que me afectaban sus estados de ánimo. Y pensar que dos semanas atrás él era lo más importante de mi vida…
Jesús tenía razón… Soy una zorra.
Me despedí de Mario con un beso en los labios, que él devolvió sin mucho entusiasmo, un tanto pensativo. Tomé nota mental de resarcirle un poquito cuando volviera, no porque me preocupara por él, sino para ahorrarme complicaciones. Mejor tenerle satisfecho.
Conduje hacia el instituto como un autómata. Por fortuna, la ruta me la conocía como la palma de la mano, pues mi atención estaba en la conducción sólo a medias. A medida que me acercaba al curro, me sentía cada vez más exultante. Y eso que aún faltaban horas para mi ingreso en el grupo.
Hablando de mañanas eternas. No voy a aburrirles contándoles lo largas que se me hicieron las horas de clase. Me mostraba distraída hasta tal punto que los alumnos lo notaron y, como hacen siempre en esas situaciones, aprovecharon para hacer el gamberro un poco más  de lo habitual.
Normalmente, hubiera cortado ese comportamiento de raíz, expulsando de clase a alguno si hacía falta. Pero ese día me daba todo igual, menos el reloj que había en la pared, que marcaba cansinamente las horas.
Y fue peor cuando me tocó la clase del Amo, pues esa mañana, él no había asistido a clase. Al parecer, los jueves eran su día libre, pues la semana anterior (la víspera de la venta de mi culo) tampoco había venido.
Sin su presencia, la clase se me antojó triste y apagada. Me costó Dios y ayuda motivarme lo suficiente para impartir algo de materia. Y, para más inri, Gloria tampoco estaba. Seguro que esa pelandusca estaba en ese momento gozando de la verga del Amo.
Maldita zorra… Es broma. Bueno, no del todo.
Pero todo tiene su final y por fin, las clases matutinas terminaron. Me sentía mentalmente agotada, pero en mi interior ardía la llama de la emoción por lo que tenía que venir. Por desgracia, entonces tuvo lugar un pequeño incidente que me ensombreció un poco el estado de ánimo.
 
Como todos los jueves, tras acabar con la última clase pasé por la sala de profesores, para dejar algunos papeles. Tenía la intención de quedarme un rato, para retrasar así la hora del regreso a casa, pues no tenía muchas ganas de volver a enfrentarme a Mario y su mudo reproche.
Me senté en una mesa y me puse a ordenar las cosas de mi maletín, aprovechando de camino para preparar las clases del día siguiente. La sala de profesores era un trajín de compañeros entrando y saliendo, recogiendo sus cosas para salir pitando hacia sus casas. Algunos me saludaron y otros simplemente pasaron corriendo. Ni caso les hice.
Poco a poco, la sala fue quedando desierta. No era extraño que algún profesor se quedara más rato allí, pero, ese día, estaba yo solita. O eso creía.
Concentrada en lo que estaba haciendo, no percibí los pasos que se me acercaban por detrás, por lo que di un gran respingo cuando, inesperadamente, dos manos me rodearon y se apoderaron de mis senos, estrujándolos con fuerza.
Durante un segundo, mi corazón se disparó desbocado, soñando con que quizás se trataba de mi Amo, que había venido a buscarme…
Mi gozo en un  pozo.
Enseguida percibí que aquellas manos no pertenecían a mi dueño, pues sus caricias no eran ni mucho menos las suyas, ya que no me enardecían ni me producían placer, sino solamente dolor por los apretones que le daban a mis pechos.

Con brusquedad, me levanté de la silla y di un fuerte empujón, librándome de mi molesto asaltante, cuya identidad ya sospechaba. Efectivamente, al darme la vuelta me encontré con la lujuriosa mirada de Armando, el director, que me sonreía con cara de loco.

–          No he podido dejar de pensar en ti desde la semana pasada guarrilla – siseó mientras se acariciaba la apreciable erección por encima del pantalón.
–          Pues peor para ti – respondí muy segura de mí misma, ahora que sabía con quien estaba lidiando.
–          Vamos, no me digas que no has pensado en mí… – dijo sonriéndome – Estoy seguro de que no te has olvidado de esto…
Mientras decía esas palabras, el muy cabrón se abrió la bragueta y se sacó la chorra, empalmada al máximo y se abalanzó sobre mí.
Atrapada entre la mesa y la polla, no pude escapar, siendo aferrada por el viejo verde, que empezó a sobarme por todas partes mientras frotaba su asquerosa verga contra mi muslo. Pero yo ya no era la chica apocada y desamparada de un par de semanas atrás.
Sin alterarme lo más mínimo, deslicé mi mano hacia abajo y agarré la dura estaca, haciendo que el cerdo resoplara de placer contra mi hombro. Sobreponiéndome al asco que me producía, deslicé mi mano por todo el tronco hasta llegar a mi objetivo, los colgantes huevos del director.
–          Sí, así, puta, sóbame la poll…. ¡AAGGHH!
El pobre imbécil ni se esperaba el tremendo apretón que le pegué en las pelotas. Agarré su escroto y giré la muñeca con fuerza, intercambiando de posición sus cataplines, el de la izquierda a la derecha y viceversa y luego… les di una vuelta más.
Armando cayó como un saco de patatas, agarrándose la entrepierna con las manos, los ojos desorbitados por el dolor y la sorpresa. Sin apiadarme lo más mínimo, me acuclillé junto a él y, agarrándole del pelo, le obligué a mirarme a los ojos.
–          Escúchame bien, saco de mierda – le espeté con frialdad – Como se te ocurra volver a ponerme la mano encima, te la corto. Si te permití que me follaras en tu despacho fue sólo porque Jesús me lo ordenó. Y entérate bien de que, si en estos días he pensado en algún momento en ti, ha sido sólo para acordarme de lo mucho que me costó sobreponerme al asco que me dio que me tocaras.
Diciendo esto, di un brusco empujón a su cabeza, que a punto estuvo de estamparse contra el suelo. El viejo me miraba con ojos llorosos, pero podía ver el brillo del odio en el fondo de su mirada.
–          Por favor – suplicó una vez más – Te pagaré lo que sea…
–          Vete a la mierda – respondí acabando de recoger mis cosas.
Sin dignarme a echarle ni un último vistazo, cogí mi maletín y me dirigí a la puerta.
–          Te acordarás de ésta – me amenazó el director.
–          Atrévete y verás – respondí sin volverme siquiera.
El molesto incidente tuvo al menos la virtud de hacerme olvidar por un rato mi cita con Jesús. Aunque aquello no duró mucho, pues tras cinco minutos conduciendo tranquilamente hacia mi casa, el Amo volvió a apoderarse de mi mente. Y la emoción volvió con fuerza.
Llegué a mi casa bastante alegre, olvidado ya el encuentro con el director. Mario, fiel como un cachorrillo, me esperaba con un fantástico almuerzo preparado, tratando de obtener mi aprobación, como si el pobre hubiera hecho algo malo. Me dio pena, así que decidí hacerle un regalito.
Procuré que la comida fuera apacible, concentrando toda mi atención en la charla, lo que agradó visiblemente a mi novio. Me mostré encantadora, ponderando sus habilidades culinarias, comiendo todo lo que me servía, aunque no tenía mucho apetito.
Mario se relajó mucho, más tranquilo al ver que mi actitud volvía a ser la de siempre y disfrutó de la comida con evidente placer. Tras acabar, me ofrecí solícita a recoger la mesa y meter los platos en el lavavajillas, mientras le obligaba a sentarse en el sillón a ver la tele.
Con la idea en mente de relajarle un poquito y agradecerle sus atenciones, puse la cafetera en marcha mientras cargaba el lavavajillas. Con una humeante taza de café en la mano, me dirigí al salón, donde Mario hacía zapping con aire distraído.
–          Toma, cariño – le dije sonriente – Te he preparado un café.
–          Gracias – respondió él con una sonrisa iluminándole el rostro – Pero, ¿tú no vas a tomar?
–          No, a mí me apetece otra cosa.
Con mi mejor cara de guarra, me arrodillé entre las piernas del atónito Mario. Con sensualidad, acaricié sus muslos mientras él me miraba estúpidamente sin decir nada, con la taza de café en precario equilibrio en la mano.
Con lujuria, comencé a lamer y chupar su entrepierna por encima del pantalón, que enseguida comenzó a crecer bajo mis caricias. Como una loba en celo, mordisqueé la incipiente erección, sintiendo cómo ganaba volumen a través de la ropa.
Cuando estuvo lista, agarré hábilmente la cremallera con los dientes y la bajé, tratando de llevar el erotismo de la situación a las más altas cotas, cosa que lograba a juzgar por la expresión de Mario.
Su nabo surgió de la bragueta casi sin ayuda, escapando del encierro del slip por mero empuje. Sonriendo, comencé a lamer el falo de mi novio y en menos que canta un gallo, lo tenía hundido hasta lo más profundo de mi garganta.
Me dediqué a chupársela con todo mi arte, agradeciéndole así lo bien que se portaba conmigo y disculpándome por no haberle tratado como se merecía en los últimos días. Era todo lo que podía hacer por él, pues aún no sabía qué me ordenaría Jesús en relación a Mario. Era posible que esa tarde me ordenara que cortara con él. Y lo haría sin pensármelo dos veces.
Con estos pensamientos en mente, me dediqué a darle placer a mi piloto, chupándosela lo mejor que supe. Su polla, excitada como nunca, crecía por momentos dentro de mi boca. La percibía más grande de lo habitual, estaba caliente al máximo… pero yo no sentía ni la décima parte de excitación que con mi Amo.
Ya lo tenía claro. Follar con Mario estaba bien, era agradable y no me suponía ningún esfuerzo. Pero, comparado con Jesús…
Cuando se iba a correr, Mario, atento como siempre, trató de avisarme, pero yo le ignoré y me tragué su polla hasta el fondo, deseosa de complacerle. El pobrecillo se agarró a mis hombros mientras su polla vomitaba su carga dentro de mi boca, gimiendo y jadeando como un desesperado, mientras yo tragaba todo lo que de su verga surgía.
Cuando la descarga de semen comenzó a menguar, la deslicé lentamente entre mis labios, recorriéndola con la lengua para limpiar todos los restos que pudieran quedar. Una vez limpia, volví a guardarla en el pantalón, cerrando bien la bragueta.
Mario, jadeante, me contemplaba atónito, como si no supiera bien quien era la chica que estaba con él. Sonriente, le besé suavemente en los labios y me dirigí al cuarto de baño, para asearme un poco.
Me lavé bien los dientes, usando enjuague bucal abundantemente, pues no quería que el Amo notase que la boca me olía a polla.
También me maquillé ligeramente, sin abusar y me cambié de ropa interior. Me puse un suéter negro y un pantalón gris, pues pensé que era más apropiado para que me tatuaran en la base de la espalda que la falda que me puse por la mañana.
Una vez lista, regresé al salón, donde Mario se afanaba en limpiar una enorme mancha de café que había sobre el sofá. Ni me di cuenta de cuando se le había derramado.
–          Lo… lo siento – balbuceó mirándome – Se me cayó antes cuando…
–          No te preocupes, cariño  – le dije – Ha sido culpa mía. Si quieres más café, queda todavía en la cafetera.
Un par de semanas atrás, le hubiera matado si llega a mancharme de aquella forma uno de mis muebles. Bueno, no tanto pero casi.
–          ¿Ya te vas? – me dijo al verme ya arreglada.
–          Sí. Ya te dije antes que volveré tarde. Pero si quieres… espérame despierto – le dije dándole un tenue beso de despedida.
Mejor tenerle contento.
Todavía era muy temprano para mi cita con Jesús, pero me sentía nerviosa y deseaba salir ya de casa. Además, después de la mamada que acababa de hacerle a Mario, era muy posible que él quisiera algo más, y no quería herirle negándome a acostarme con él. Porque eso sí, no tenía ninguna intención de presentarme recién follada ante mi Amo.
Dediqué la siguiente hora a conducir por la ciudad, dejando mi mente vagar por los últimos acontecimientos de mi vida e imaginando qué era lo que me esperaba esa tarde. La inquietud por si a Jesús se le ocurría encamarme con Yoshi regresó, pensando en si sería capaz de apañármelas con una polla como aquella. Aunque, ¿sería tan grande en realidad? He de reconocer que, en el fondo, sentía un poco de curiosidad.
Un rato después, comprobé por mi reloj que ya era hora de reunirme con el Amo. Un escalofrío de emoción me recorrió cuando mi coche enfiló la calle donde Jesús vivía con su padre y su esclava número uno.
Estacioné el coche en doble fila, delante de su portal, preguntándome si debía llamar por el portero electrónico o darle un toque al móvil. No hizo falta, pues a las seis de la tarde en punto, el portal se abrió y apareció Jesús, dirigiéndose tranquilamente a mi coche.
Fue verle, y el corazón se me disparó, con el cuerpo en tensión ante la expectativa de lo que me esperaba esa tarde.
Jesús abrió la puerta del pasajero y se sentó a mi lado, abrochándose el cinturón.
–          Buenas tardes, Amo – le saludé cuando nuestros ojos se encontraron.
–          Buenas tardes, perrita. Me gusta que seas puntual.
–          Gracias, Amo – respondí satisfecha.
–          Arranca y dirígete al restaurante de Kimiko. El local de tatuajes al que vamos no queda lejos.
–          Claro Amo.
Y arranqué.
 

Tras unos minutos de silencio, en los que el nerviosismo me corroía por dentro, Jesús se decidió a iniciar la conversación.

–          ¿Estás segura de esto? – me preguntó de repente.
–          Segurísima – respondí sin asomo de duda.
–          Piénsatelo bien, a partir de ahora te exigiré obediencia absoluta. No consiento que mis zorritas no hagan lo que les mando cuando se lo mando.
–          ¿Acaso te he desobedecido alguna vez desde que empezamos? – le respondí apartando un instante los ojos de la carretera.
–          No, en general estoy más que satisfecho contigo hasta ahora. Pero quiero que tengas claro que, una vez marcada, no consiento ni la más mínima vacilación para obedecerme.
–          Lo tengo clarísimo Amo.
–          Me alegro. Verás, no te insisto en este punto porque dude de ti, es sólo que…
–          ¿Qué pasa, Amo? – dije un poco inquieta.
–          No es nada. Pero tienes que entender que, para mí, tú eres un caso… “especial”.
–          ¿Especial en qué sentido?
–          Verás. De todas mis esclavas, eres la que ha logrado serlo en menos tiempo.
–          ¿En serio? – dije sintiendo un inexplicable orgullo.
–          En serio. Mira, las primeras estuvieron conmigo bastante tiempo hasta que se me ocurrió lo de marcarlas. Después, una vez que empecé a hacerlo, las que vinieron después tuvieron un tiempo de aprendizaje antes de ser marcadas, pero tú… En sólo dos semanas estás lista y decidida a pertenecerme. Y eso me hace dudar un poco…
–          ¡Por favor, Amo! – respondí angustiada – ¡Sabes que te obedeceré en todo! ¡No tienes por qué dudar de mí!
Jesús me miró fijamente unos segundos antes de continuar.
–          No es que dude de ti. Es sólo que, como no has experimentado todo lo que supone ser mía, pienso que quizás no estés lista aún.
–          ¡Sí que estoy lista! – exclamé asustada – ¡No entiendo a qué te refieres!
–          Al castigo… – dijo él simplemente.
–          ¿Cómo? – respondí sin entender.
–          Mira, desde que estás conmigo, has obedecido a todo lo que te he pedido casi sin dudar. Has sido una perrita muy buena.
–          ¿Y entonces? ¿Dónde está el problema?
–          En que, precisamente por eso, no me he visto obligado a castigarte. Y tengo dudas de que, cuando finalmente tenga que castigarte, quizás descubras que no estás preparada para aceptarlo y te rebeles.
Tardé unos segundos en comprender adónde quería ir a parar.
–          A ver si te entiendo – dije mirándole – Con las otras, durante el periodo de aprendizaje, te viste obligado a castigarlas porque te desobedecieron, por lo que, cuando llegó el momento de aceptarlas como esclavas, ya sabías que estaban preparadas para someterse al castigo.
–          Exacto.
–          Y dudas de mí porque no me has castigado nunca. Y piensas que, cuando lo hagas, quizás no aguantaré y querré abandonarte.
–          Más o menos – afirmó él.
Con el corazón en un puño, acongojada por lo que acababa de oír, frené bruscamente el coche y lo orillé junto a una acera. Por fortuna, en ese momento circulábamos solos por el asfalto, pues si no, habría organizado un buen accidente.
–          Eso tiene fácil solución – dije – Castígame ahora. Déjame demostrarte que mi único deseo es estar a tu lado y obedecer todos tus deseos. Comprueba que soy capaz de soportar el castigo que quieras infligirme.
Estábamos aparcados en plena vía pública, pero a mí me daba igual que cualquiera pudiera vernos, pues un único pensamiento llenaba mi cabeza: el Amo tenía dudas de mí y era posible que no me hiciera suya esa tarde… Y de eso nada.
Jesús me miró fijamente, calibrando la veracidad de lo que le decía. Sus ojos brillaban y no pude leer el menor atisbo de duda o vacilación en ellos.
–          Arrodíllate en tu asiento mirando hacia la puerta.
Como un resorte, salté en mi asiento para adoptar la posición requerida. Tuve primero que librarme del cinturón de seguridad, que en mi ansia por obedecer a Jesús, se había quedado enganchado. Aún así, logré colocarme en posición en pocos segundos, esperando un castigo que no me había ganado.
Cuando el primer azote llegó, un intenso ramalazo de dolor recorrió mi cuerpo. Fue un golpe seco, fuerte, que a buen seguro dejó una buena marca en mi nalga.
El segundo fue todavía más duro y provocó que incluso se me saltaran las lágrimas, aunque logré ahogar los gemidos de dolor que intentaban escapar de mi garganta.
Y entonces todo acabó.
–          Ya es suficiente, perrita – dijo mi Amo – Siéntate bien.
Sorprendida por la brevedad del castigo, me volví dubitativa hacia Jesús, que me miraba satisfecho. Ignorante de si lo había hecho bien o no, interrogué a mi Amo con la mirada, recibiendo un inesperado y tierno beso en la mejilla. Estaba completamente desconcertada.
–          Por cosas como esta es que he accedido a convertirte tan pronto en mi esclava – dijo Jesús mientras me limpiaba dulcemente las lágrimas de las mejillas.
–          No… no entiendo, Amo – dije aún muy confusa.
–          Has conseguido eliminar todas mis dudas de un plumazo. No te miento si te digo que no esperaba esta reacción por tu parte. Me ha complacido mucho esta demostración de obediencia.
–          Gra… gracias, Amo – balbuceé con el corazón latiendo con fuerza.
Me sentí al borde de las lágrimas, esta vez por el infinito alivio que experimentaba.
–          ¿Lo ves? – dijo Jesús – Ninguna de las otras chicas habría hecho algo como esto sin ordenárselo yo. Eres especial.
–          Gracias – repetí al borde del éxtasis.
–          Vamos, perrita, arranca. Ya hemos dado suficiente espectáculo.
Miré a mi alrededor y me di cuenta de que varios transeúntes nos miraban sorprendidos. Sin duda, habían presenciado la escena de los azotes, pero lo cierto es que no me importó lo más mínimo.
Arranqué el coche y nos saqué de allí, feliz por sentir la mirada aprobatoria de mi Amo. No sabía si aquello había sido fruto de la casualidad o se trataba de una última prueba de Jesús, pero, fuera lo que fuese, al parecer había aprobado con nota. Me sentía exultante.
–          Tienes que entender una cosa sobre mí – me dijo de pronto Jesús.
–          ¿El qué, Amo?
–          Hoy te has ganado llamarme como quieras, ya te dije el otro día que no es preciso que me llames Amo continuamente, pero especialmente hoy, puedes llamarme Jesús. Te lo mereces.
–          Gracias… Jesús. Pero permíteme que siga llamándote Amo. Me hace feliz.
 

–          Como quieras – respondió él sonriéndome.

–          ¿Y bien? – dije retomando el hilo de la conversación – ¿Qué es lo que necesito saber sobre ti?
–          Tienes que entender que yo no soy como otros hombres que hay por ahí.
–          Eso ya lo sé.
–          Me refiero a otros hombres que comparten mis mismas… aficiones.
–          No acabo de entenderte.
–          Hombres dominantes, que disponen de esclavas a su disposición.
–          Tú eres diferente de cualquier otro hombre. Compartan contigo aficiones o no – dije muy seria.
–          Te agradezco el cumplido. Pero yo me refiero a otra cosa.
–          ¿A qué?
–          Verás. Cuando empecé a iniciarme en estos temas.
–          Con Esther – intervine.
–          Sí, con ella y con Gloria poco después – continuó – Busqué consejo en ciertos… círculos de gente con gustos similares. Y descubrí que había una diferencia fundamental entre ellos (al menos los que yo conocí) y yo.
–          ¿Y cual era?
–          Que disfrutábamos con cosas distintas.
–          No te entiendo.
–          Mira, el objeto de su excitación era el castigo en sí y la dominación sobre sus esclavas (o esclavos). Les ponía castigarles, supongo que por una vena un tanto sádica.
–          Ya veo.
–          Y los sumisos, también disfrutaban el castigo físico.
–          Masoquistas – afirmé comprendiendo a dónde quería ir a parar.
–          Precisamente. A esas personas lo que les excitaba era, en gran parte, el acto mismo de castigar. Pero yo no soy así.
–          No, a ti lo que te excita es la obediencia extrema. El saber que la chica en cuestión obedecerá sin la menor sombra de duda hasta el más ínfimo de tus caprichos.
–          ¡Qué lista eres, perrita! Ya te he dicho que eres especial.
–          Gracias, Amo – agradecí con una sonrisa radiante.
–          Para mí, el castigo, sea físico o del tipo que sea, es sólo un medio para obtener esa obediencia. Nunca es la finalidad en sí mismo.
–          Te entiendo perfectamente.
–          Aunque… ¡eso no quita para que me guste darle unos azotes a una de vosotras de vez en cuando! – exclamó Jesús riéndose.
–          Como desees – respondí sonriéndole a mi vez.
–          ¡Mira! – dijo Jesús de repente – ¡Un aparcamiento libre!
Efectivamente, junto a la acera había un hueco suficiente entre dos automóviles y, para mayor fortuna, era zona libre de aparcamiento, sin parquímetros. Me tomé ese auténtico milagro moderno como un buen presagio para lo que se avecinaba y, encendiendo las luces de emergencia, aparqué el coche.
–          Hemos tenido mucha suerte – dijo mi Amo – El local de Yoshi está muy cerca de aquí.
De nuevo un tanto nerviosa, me apresuré a seguir a Jesús por la acera. Nos introdujimos por una calleja lateral y, en menos de dos minutos, llegábamos al local de tatuajes.
Penetramos a través de una puerta de cristal que estaba literalmente cubierta de fotografías de tatuajes, supongo que de trabajos realizados por el artista. El interior era todavía más impresionante, pues ni un centímetro de pared estaba libre de fotos o dibujos de tatoos y piercings.
La recepción se usaba como sala de espera y, sentados en las sillas que había dispuestas a los lados, varios jóvenes aguardaban su turno para tatuarse o perforarse la piel. Un grupo de quinceañeras estaban sentadas juntas hojeando catálogos de tatoos, mientras reían y daban grititos. A duras penas recordaba haber tenido su edad.
Sentada detrás de una especie de mostrador, estaba una chica que debía de ser la recepcionista del local. Iba muy maquillada, con el pelo tintado de varios colores y un montón de piercings adornando su rostro. Además, llevaba los brazos profusamente tatuados y no pude evitar preguntarme si llevaría el resto del cuerpo igual bajo la ropa.
–          Hola Mandie – dijo Jesús saludando a la chica – Yoshi nos está esperando, ¿verdad?
–          Hola, Jesús – respondió ella saludándole con dos besos – Sí, ha venido hace un rato. Está en su sala, la del fondo.
–          Sí, ya sé.
Haciéndome un gesto, Jesús me hizo pasar detrás de una cortina que tapaba la entrada a un pasillo. Ignorando las miradas enfadadas del resto de clientes, que pensaban (con algo de razón) que nos estábamos colando, le seguí por un pasillo iluminado lúgubremente. A los lados, aisladas por simples cortinillas entreabiertas, estaban las salas de tatuaje, a las que eché una mirada curiosa.
Me sorprendió ver que estaban todas ocupadas, con empleados trabajando sobre las pieles de la más variopinta selección de personas. Al parecer, la crisis económica no había afectado en demasía a aquel negocio.
En una sala, una colegiala vestida con el uniforme de un colegio privado estaba siendo tatuada en un tobillo, mientras una amiga, vestida exactamente igual, la miraba con cara de espanto. En otra, una chica se miraba el hombro en un espejo, revisando el resultado del trabajo del artista. En otra, un joven era tatuado en la nuca…
Un poco anonadada, me detuve junto a la cortina de una habitación en la que iban a hacerle un piercing a una chica. La muchacha, completamente desnuda de cintura para abajo, estaba despatarrada en un sillón similar al de la consulta del ginecólogo, con estribos en los que había colocado los pies. El empleado estaba disponiendo los instrumentos que iba a necesitar, por lo que no me vio, pero la chica sí que se dio cuenta de que la observaba desde la entrada.
Lejos de enfadarse o avergonzarse, me dirigió una sonrisilla libidinosa que me estremeció, lo que me hizo despertar de mi ensimismamiento y salir disparada tras Jesús, un poquito avergonzada de que me hubieran pillado espiando.
Jesús ya me esperaba junto a la puerta del fondo del pasillo, que mantenía abierta esperando a que yo entrase. Apretando el paso, franqueé la entrada y penetré en el estudio de Yoshi.
Me encontré en un cuarto bastante amplio, muy luminoso, decorado al estilo oriental (de hecho, me recordó mucho al restaurante de Kimiko). Yoshi nos esperaba sentado en una silla alta, pero, en cuanto entramos, se adelantó hacia nosotros para saludarnos.
Jesús hizo las presentaciones de rigor, en las que me mostré un poquito aturrullada, pues, aunque Yoshi tenía pinta de ser un tipo bastante agradable, no podía borrar de mi mente el secreto que se ocultaba en su bragueta.
El chico resultó ser bastante atractivo, más o menos de la estatura de Jesús, bien musculado (luego me enteraría de que ambos compartían gimnasio), de facciones un tanto angulosas, que le daban un aspecto de cierta seriedad a pesar de tener siempre una sonrisa en los labios.
Contrariamente a lo que esperaba, no iba tatuado en exceso. Al llevar una camiseta de tirantes, podía apreciarse que sólo llevaba tatuajes en el brazo izquierdo y en el hombro, así como un pequeño tribal en la nuca.
Tras presentarnos Jesús, Yoshi me saludó cortésmente, aunque pude notar el brillo divertido de su mirada. Sin duda sabía quien era yo y las cositas que su amigo me obligaba a hacer. Me sentí un poco avergonzada, pero lo superé pronto.
Yoshi, al igual que su hermana, hablaba un castellano bastante fluido, pero, a diferencia de ésta, tenía un marcado acento extranjero. No me había percatado hasta ese momento, pero Kimiko hablaba español casi sin acento y fue precisamente el contraste con su hermano lo que me hizo notarlo.
Mientras charlábamos unos instantes, de vanalidades sobre todo, para conocernos un poco, miré con curiosidad a mi alrededor, observando cómo era el estudio del tatuador.
Lo que vi me agradó bastante, pues era un sitio impresionantemente limpio, muy lejos de la imagen mental que tenía formada de este tipo de negocios.
A uno de los lados, había una mesa alargada, sobre la que reposaba todo tipo de instrumental; había incluso un enorme esterilizador, así como varias bolsas precintadas conteniendo agujas, lo que me confirmó que allí se respetaban las normas de higiene y salubridad. Al otro lado del cuarto, había una puerta cerrada que, por su aspecto, supuse conducía a un aseo.
Yoshi y Jesús siguieron hablando unos minutos, mientras yo miraba interesada unas fotos de tatuajes que había en una pared. Eran hermosos.
En cierto momento, Jesús me indicó que me acercara, alargándome un folio con el diseño del tatuaje que iba a hacerme. Me encantó.
Yoshi había dibujado una réplica de mi colgante, algo más grande que el original. Además, había diseñado una especie de pergamino que cruzaba por detrás del corazón, asomando por los lados y en él aparecían representados unos caracteres japoneses. Todo rodeado por unas ramas espinosas que daban fuerza al conjunto.
–          ¿Te gusta? – me preguntó Jesús.
–          Me encanta – respondí con rotundidad – Pero, ¿qué significan estos caracteres?
–          “Siempre tuya” – intervino Yoshi – Fue idea de Jesús.
–          Me parece perfecto – dije dedicándole a mi Amo la más cálida de las sonrisas.
–          Me alegro – respondió él sonriéndome a su vez.
Nos quedamos callados unos instantes, mirándonos, hasta que Yoshi rompió el silencio.
–          ¿Tienes alguna pregunta? Si no, nos ponemos manos a la obra.
–          No, no tengo ninguna pregunta. Ya investigué en Internet un poco sobre los tatoos y creo que lo tengo claro.
–          Estoy obligado a asegurarme de que te lo has pensado bien. Y de que comprendes que, al fin y al cabo, un tatuaje es un tipo de herida en la piel. Hay ciertos riesgos.
–          Tranquilo. Ya te he dicho que estoy bien informada. No te preocupes.
 

–          Y eres consciente de que esto no es un dibujo. Si te arrepientes, no se borra así como así.

–          Que siiiii… tranquilo. Que lo tengo muy claro – dije mirando al sonriente Jesús.
–          Bueno. Pues nada. Me dijo Jesús que lo quieres en la base de la espalda ¿no?
–          Exacto.
–          Vale, pues desabróchate el pantalón y túmbate boca abajo en la camilla – me indicó el japonés mientras mi Amo se sentaba en una silla.
–          ¿Me lo quito? – pregunté.
–          No, no – exclamó el chico rápidamente – No es necesario. Con que lo bajes un poco es suficiente.
Me di cuenta de que Yoshi se había cortado un poco cuando hice ademán de quitarme los pantalones. Lo encontré muy mono, pues me di cuenta de que no era completamente indiferente a mis encantos. Me sentí halagada.
Y el diablillo de la vanidad me poseyó.
Obedeciendo sus instrucciones, me bajé un poco los pantalones, dejando al aire la parte superior de mis nalgas y me tumbé boca abajo en la camilla que había en la sala. Mientras, Yoshi se ponía los guantes y preparaba el instrumental que iba a necesitar para la operación en una mesita con ruedas que tenía para esos menesteres. Mientras lo hacía, no paraba de hablarme, tratando de que me sintiera cómoda y tranquila. No sé por qué, pero aquello hizo que me cayera todavía mejor.
–          No me habías dicho que tu amigo fuera tan amable – dije dirigiéndome a Jesús.
–          Tienes razón. Yoshi es uno de los mejores tíos que conozco. Confío en él más que en ningún otro – respondió mi Amo.
–          Vete al “calajo” – exclamó Yoshi bromeando – “Chinito no fialse pala nada del malvado homble blanco”
–          Pero, ¿tú no eras japonés? – dije riendo – Creía que eran los chinos los que no pronunciaban la “R”.
–          ¡Sí, coño! ¡Como que los españoles distinguís a un chino de un japonés! – retrucó él haciéndonos reír a los tres.
En un ambiente mucho más distendido, Yoshi terminó los preparativos del instrumental. Vi que había cogido una hoja con el dibujo del colgante, que supuse (acertadamente) sería el transfer que iba a usar para hacer el tatoo.
Lo primero que hizo fue revisar la zona de la base de la espalda para ver si había vello. Aunque no encontró nada, usó una crema depilatoria para dejar el área bien despejada, pues según me dijo, el pelo puede arruinar un buen tatuaje.
Tras acabar, limpió mi piel a conciencia con un desinfectante, para posteriormente aplicar el transfer directamente sobre la piel, procurando que quedara correctamente ubicado en la base de mi espalda.
Una vez tuvo el dibujo guía sobre mi piel, Yoshi abrió una bolsa de agujas delante de mí, para que yo comprobara que usaba un juego completamente nuevo y empezó a tatuar.
Cuando escuché el zumbido de la máquina de tatuajes, me puse un poquito nerviosa, lo que hizo que me pusiera en tensión. Yoshi, curtido en este tipo de situaciones, me indicó que me relajara, diciéndome que no tenía por qué preocuparme pues había hecho aquello mil veces.
Cuando aplicó la aguja sobre mi piel me dolió un poco, aunque no tanto como me esperaba, por lo que poco a poco fui tranquilizándome. Sentía cómo la aguja se deslizaba por mi dermis, penetrándola e inyectando la tinta por debajo, marcando en mi piel el símbolo de mi pertenencia a Jesús.
Yoshi, experto en su trabajo y dado que no se trataba de un diseño particularmente difícil, siguió charlando amigablemente con Jesús, aunque, de vez en cuando, se dirigía a mí para preguntarme si me dolía.
Como yo me encontraba cada vez más tranquila, Yoshi siguió hablando con mi Amo, lo que me dio la oportunidad de concentrarme en mis pensamientos, y claro, mi mente empezó a divagar.
Rememoré entonces la angustia que había sentido esa misma tarde, cuando Jesús insinuó que quizás no estaba lista todavía para ser su esclava. Por un segundo, había estado a punto de echarme a llorar en el coche, desesperada por no poder convertirme en aquello que más deseaba.
Comparado con aquello, el dolor que me producía la aguja tatuadora era una grano de arena en el desierto, no tenía la menor importancia. Poco a poco, mi mente fue centrándose en Yoshi, echándole disimuladas miradas mientras continuaba con su trabajo sobre mi piel y, sin poder evitarlo, comencé a recordar las intensas historias que su hermana me había contado días atrás.
Y por supuesto… me puse a pensar en su polla. El diablillo que me había poseído entraba en acción…
Joder, tantos nervios, tanta intranquilidad que había sentido días atrás, pensando en si mi Amo me obligaría a enfrentarme con el monstruo que el japonés escondía entre las piernas y al final… tenía ganas de verlo.
Y decidí que así iba a ser.
Me sentía muy juguetona y confiada en mi físico, pues sabía por las miraditas que el chico me había dirigido cuando entré en su estudio, que me encontraba atractiva. Pensé que sería divertido calentar un poco al japonés y descubrir por mí misma si las historias que se contaban tenían fundamento o no. Por un instante, el recordar que Jesús se había enfadado con Gloria en una situación similar me frenó un poco, pero, sin saber por qué, mi instinto me decía que a Jesús no le importaría mucho si yo jugueteaba un poco con su amigo.
Aprovechando que Yoshi se apartó de mí unos segundos para buscar algo que necesitaba, me bajé unos centímetros más el pantalón, dejando ya una buena porción de culo al aire y el tanga bien a la vista, enterradito entre las dos medias lunas de mis nalgas.
Cuando Yoshi se dio la vuelta, se encontró de bruces con que mi culito era más visible pero, aunque dudó un segundo, decidió hacer como si nada y continuar con su trabajo, como todo un profesional.
Divertida, pensé en agitar un poco el trasero, para darle un mejor espectáculo al chico, pero decidí que no, pues si me movía iba a estropear el tatuaje. Así que empleé otra táctica: me puse a gemir muy tenuemente, emitiendo unos sensuales sonidos que podían interpretarse como de dolor… o de placer.
Estoy segura de que logré que los vellos se le pusieran de punta al japonés, pero, para mi desencanto, fue lo único que logré estimular en él. Girando disimuladamente el cuello, miré de reojo hacia la entrepierna del tatuador, pero no vi señales de Godzilla por ningún sitio. Me molestó un poco y  mi ego se sintió ligeramente insultado. ¿Acaso mi lindo trasero no bastaba para sacar a la bestia de su escondite?
–          No te muevas, Edurne – me dijo Yoshi – Es importante que permanezcas quieta.
–          Perdona – respondí avergonzada, quedándome muy quieta.
Y más que me avergoncé cuando vi que Jesús me miraba divertido.
Ruborizada por haber sido pillada en falta, me estuve tranquila unos minutos, dejando a Yoshi trabajar en paz. De vez en cuando, sentía cómo sus manos enguantadas rozaban mi piel o deslizaban un trapito que usaba para limpiar la zona del tatuaje. Como me parecía que aquellos roces se estaban produciendo más al sur de lo necesario, sonreí para mí y, sin poder contenerme, volví a echarle un disimulado vistazo al área de conflicto.
¡Joder! Sin novedad en el frente.
–          No te muevas. Por favor. Ya no queda mucho – me reconvino Yoshi.
–          Es que me duele un poco – mentí con voz suave y aterciopelada.
No pude evitar mirar a Jesús tras el nuevo toque de atención, para volver a encontrarme con su sonrisa felina, quizás un poco más amplia que la vez anterior.
Un poco herida en mi orgullo, no tuve más remedio que estarme quietecita, tratando de pensar en otra cosa, reprendiéndome a mi misma por ser tan estúpida.
–          Oye, Edurne – me dijo Jesús de pronto – ¿Y a tu novio qué le parece lo del tatuaje?
–          ¿A Mario? Pues si te soy sincera ni se me había ocurrido. No le he dicho nada.
¡Coño! ¡Mario! Era verdad. No se me había pasado por la cabeza lo que Mario podría decir cuando me viera el tatoo.
–          Aunque me da igual lo que diga – continué – Le diré que mi cuerpo es mío y que hago con él lo que yo quiera, aunque sea mentira.
–          ¿Mentira? – dijo Yoshi extrañado sin dejar de trabajar sobre mi piel.
–          Claro. Mi cuerpo es de Jesús y él es quien puede hacer lo que quiera con él.
La sonrisa de Jesús se ensanchó todavía más.
Como pude, logré aguantar calmada un rato más hasta que por fin Yoshi anunció que había terminado.
Jesús se incorporó y miró con aire satisfecho el resultado del trabajo de su amigo. Yo giraba la cabeza tratando de ver cómo había quedado y Yoshi, antes de que me rompiera el cuello, acercó un espejo redondo permitiéndome admirar el resultado.
Me encantaba.
–          ¡Está genial! – exclamé auténticamente entusiasmada.
Sin pensarlo, me incorporé sobre la camilla y le di un beso a Yoshi en la mejilla. Él, lejos de sorprenderse, aprovechó para regañarme un poco.
–          Pues a punto hemos estado de fastidiarlo bien. No parabas de moverte. ¿Tanto te dolía?
–          ¡Oh! No… perdona – dije sin saber qué decir.
–          Pero, ¿no te das cuenta de lo que pasa? – dijo Jesús riendo.
Me quedé paralizada. No me pregunten cómo, pero en ese momento supe sin lugar a dudas que Jesús había vuelto a leer en mí como en un libro abierto.
–          ¿A qué te refieres? – dijo Yoshi extrañado.
–          A que Edurne ha oído hablar del tamaño de tu herramienta y pretendía verificar si los rumores eran ciertos. De ahí los gemiditos y los jadeos. Quería despertar al monstruo.
Yoshi se quedó callado, un tanto avergonzado por lo que su sonriente amigo acababa de decirme. Aunque su vergüenza no era nada comparada con la mía. Deseé que el suelo se abriera a mis pies y me tragara. Y me lo había buscado yo solita.
Colorada como un tomate, me coloqué bien el pantalón, sin reunir arrestos suficientes para mirar a Yoshi a la cara. Éste, también un poco cortado (o eso creía yo), me daba las instrucciones que debía seguir para el cuidado del tatuaje durante los primeros días. Que me aplicara una crema antibiótica, que no lo mojara, que no le diera la luz directa del sol…
Por fortuna, yo había leído ya todas esas instrucciones en Internet, pues apenas me enteré de nada de lo que me decía, avergonzadísima por haber sido pillada en falta. Jesús, en cambio, se lo pasaba de fábula.
–          ¿Y qué esperabas, cariño? – me dijo riendo, hurgando aún más en la herida – Yoshi es un profesional y todos los días pasan por esta sala montones de chicas guapas que quieren tatuajes o piercings en los sitios más recónditos. Obviamente, Yoshi tiene un férreo autocontrol. ¿Te imaginas qué pasaría si se empalmara mientras le está haciendo un piercing en el clítoris a una chica? Porque, te aseguro que el chico no podría disimular… ¡Ja, ja, ja! ¡Las denuncias por acoso sexual le lloverían literalmente!
Jesús encontraba divertidísimo todo aquello, pero yo me encontraba cada vez más avergonzada. ¿Cómo se me había ocurrido? Y total, ¿para qué? Si en el fondo me asustaba la posibilidad de tener que enfrentarme a la verga que había mandado a Gloria al hospital… ¿O no era así?
Confundida, me aventuré a mirar a Yoshi a los ojos con disimulo, notando que él también estaba avergonzado, pero no demasiado. De hecho, mantenía su mirada clavada en mí, lo que me inquietó un poco.

Con sumo cuidado, Yoshi me aplicó un vendaje sobre el tatuaje, indicándome que debía cambiarlo a menudo. Jesús nos miraba a ambos, con esa sonrisilla que exhibía cuando estaba maquinando algo. Inquieta, tragué saliva y esperé.

–          Oye, Yoshi – dijo Jesús de pronto, haciéndome estremecer – ¿Qué te parecería hacer feliz a Edurne?
Ya estaba. La habíamos liado.
–          Pues no sé – dijo Yoshi mirándome – No sé si estará preparada.
–          No, no creo que lo esté, amigo. Y no quiero que me la desgracies – dijo Jesús – Pero podrías dejarle echar un vistazo ¿no?
–          ¿Y qué saco yo? – dijo Yoshi mirándome sonriente.
Se veía que aquellos dos habían practicado aquel jueguecito en más de una ocasión, mientras yo sentía que la camisa no me llegaba al cuerpo.
–          No sé. ¿Qué te apetece?
–          Que decida ella – dijo Yoshi señalándome.
Me acojoné. Me había pasado días temiendo aquel momento y al final había sido yo solita la que se había metido en la boca del lobo. Y todo por zorra.
–          No, Amo – dije tratando de aparentar tranquilidad – Sólo estaba jugando, era una broma. Sabes que yo sólo quiero estar contigo.
–          Ya lo sé, Edurne – dijo él – Y como has sido una perrita muy buena, te mereces un premio, así que voy a dejar que eches un vistazo a lo que esconde mi amigo. No te preocupes, no me voy a enfadar.
–          Pero, Amo… – insistí.
–          ¿Qué pasa? – dijo él en tono más seco – ¿Te parece bien intentar calentar a mi amigo y luego dejarle tirado?
–          No, Amo – respondí poniéndome rígida.
–          Pues entonces, sé una perrita buena y pídele a mi amigo que te deje jugar con su cosita.
Resignada, pues todo aquel follón me lo había buscado yo sola, me volví hacia Yoshi y le dije:
–          Yoshi, quiero agradecerte el estupendo trabajo que has realizado marcándome como propiedad de mi Amo. Y, como eres tan amable, me gustaría pedirte otro favor.
–          ¡Muy bien dicho, Edurne! – exclamó Jesús – ¡A cada momento que pasa ganas más puntos!
Me sentí feliz por el halago de mi Amo.
–          Si eres tan amable – continué – Me gustaría ver tu pene y comprobar si lo que me han contado es cierto. Para agradecértelo, será un placer chupártelo y beberme tu leche, si eso te complace.
Me escuchaba a mí misma y no me reconocía. No me creía en absoluto capaz de pronunciar esas palabras. Me di cuenta entonces de que… ¡en realidad estaba deseando hacerlo! Y por encima de todo, ¡quería que mi Amo disfrutara del espectáculo de ver a su zorrita haciendo guarradas!
–          Vaya – dijo Yoshi mirándome con aprobación – Si me lo pides de esa manera, no puedo negarme. Joder, tío, es impresionante lo bien educada que está.
–          Ya te dije que era un talento natural – dijo mi Amo – Es mi profesora…
Me ruboricé de puro placer.
–          Como te gustan estos líos – dijo Yoshi dirigiéndose a Jesús, aunque la sonrisilla que había en sus labios demostraba que aquello no le incomodaba en absoluto.
Decidida a pasar el mal trago cuanto antes (y nunca mejor dicho) di unas palmaditas sobre la camilla, indicándole a Yoshi que se tumbara sobre la misma. Éste, sin dudarlo un segundo, me obedeció, subiéndose donde minutos antes estaba yo tumbada. Mientras, mi Amo tomó asiento en una silla, decidido a no perderse detalle del espectáculo.
Yo, todavía un poco cortada pero metida ya en situación, me acerqué a donde me esperaba el japonés expectante y cuidadosamente, fui deslizando mi mano por su pierna, empezando por la rodilla y subiendo hacia su cintura, procurando acentuar al máximo el morbo de la situación.
 

Clavé mis ojos en los de Yoshi, pudiendo leer la admiración y el deseo en su mirada. Esta vez si comenzó a notarse cierta actividad en la bragueta del pantalón del chico, lo que me hizo sonreír satisfecha.

Sin hacerme de rogar, posé mi mano sobre el área de conflicto, que acaricié dulcemente por encima del pantalón, sintiendo cómo la dureza comenzaba a incrementarse y la tela de la prenda a tensarse bajo la presión.
–          Será mejor que me quites los pantalones ya – dijo Yoshi en ese momento – Luego te costará más.
Nerviosa por lo que podía encontrarme, forcejeé con el botón y la cremallera de los pantalones, cosa que me costó un poco por el volumen que estaba empezando a adquirir la encerrada verga. Un poco inquieta, tragué saliva y empecé a bajarle los pantalones, mientras miraba atónita el enorme bulto que había en los calzoncillos del japonés. No me habían mentido pero, lo cierto es que la había imaginado más grande.
Como una autómata y sin apartar la mirada ni un segundo de la increíble tienda de campaña, despojé a Yoshi por completo de los pantalones, arrojándolos a un lado sobre una silla.
–          Parece que le gustas – dijo Yoshi guiñándome un ojo.
Con el fondo musical de la risita divertida de mi Amo, reuní valor suficiente para agarrar la cinturilla de los slips y tirar hacia abajo, deslizándolos por los musculados muslos, liberando a la bestia de su encierro.
Me quedé sin habla. Los rumores se quedaban cortos. Tonta de mí, había pensado durante un segundo que tampoco era para tanto justo antes de bajarle los calzoncillos, pero, tras hacerlo, tuve que reconocer que aquella polla era lo más impresionante que había visto en mi vida.
Lo que había pasado era que, mientras le quitaba los pantalones, la punta del miembro había escapado por la cinturilla del slip, quedando oculta bajo la camiseta que llevaba Yoshi, lo que me había hecho pensar erróneamente que no era tan grande después de todo.
Despertando de mi error, contemplé con los ojos como platos el inmenso tronco que el chico escondía entre las piernas. Ahora me creía las historias que me habían contado. No me costó nada imaginarme que aquella cosa hubiera sido capaz de mandar a Gloria al hospital. Si le llega a dar en la cabeza, la mata.
–          ¿Y bien? – resonó la voz divertida de mi Amo – ¿A qué esperas?
Asustada, reuní el valor suficiente para aferrar con mi temblorosa manita el poderoso instrumento. Cuando lo hice, apreté con fuerza el tronco, notando que mi mano no era  suficiente para rodearla por completo. En cuanto sentí su dureza y calor sentí un súbito cosquilleo en mi entrepierna, que me vi obligada a sofocar frotando disimuladamente los muslos. Me daba pánico pensar que Jesús notara lo cachonda que me encontraba y se decidiera a entregarme al monstruo.
–          Será mejor que la cojas con las dos manos – me susurró Yoshi – Si no, se te va a escapar.
Medio hipnotizada, hice caso de lo que me decía, aferrando la gargantuesca polla con ambas manos. Yoshi soltó un gruñido de placer al sentir mis manitas sobre su nabo, pero no me dijo nada para apremiarme, dejándome a mi aire manipulando el instrumento.
Lentamente, comencé a deslizar mis manos por el tronco, pajeándolo muy lentamente, mientras sentía cómo la sangre bombeaba a lo largo del grueso palo, manteniéndolo enhiesto. Poco a poco, fui incrementando el ritmo de la paja, me sentía como si estuviera fabricando mantequilla o manipulando una enorme manga pastelera.
Un poco más entonada, sintiendo el intenso calor entre mis muslos y la dureza de mis senos, me animé a chupar levemente la punta del cipotón, usando la lengua para estimular el gigantesco glande. Aquello debió de gustarle a Yoshi, pues soltó un gruñido de aprobación y se tumbó por completo en la camilla, colocando las manos detrás de la cabeza y dedicándose a disfrutar del tratamiento.
Un poco enfebrecida ya, redoblé mis esfuerzos masturbatorios sobre el mástil, poniendo en ello todo mi arte y experiencia, por más que fuera la primera vez que me enfrentaba a una serpiente de tal calibre.
–          ¿Qué tal lo hace? – resonó la voz de mi Amo en la habitación.
–          Es estupenda – respondió Yoshi con voz entrecortada, llenándome de alegría – Aunque me las han hecho mejores.
Sorprendida, levanté la cabeza encontrándome con la mirada divertida del japonés. Me había herido en mi orgullo.
Decidida a no quedar mal delante de mi Amo, liberé el descomunal miembro de mis manos y empecé a desnudarme.
–          Edurne – me dijo mi Amo – ¿Sabes lo que haces?
–          Tranquilo Amo, sólo voy a darle el “tratamiento completo”. Pero no me veo capaz de meterme semejante cosa.
–          Pues es una pena, guapa – dijo el sonriente Yoshi – Te iba a encantar.
–          Otro día quizás – respondió preocupantemente mi Amo.
Me despojé de los pantalones y el tanga, pero el jersey simplemente lo subí hasta el cuello, librándome del sujetador, quedando así mis tetas al aire.
Con cuidado de no caerme, me subí a la camilla junto a Yoshi, sentándome a horcajadas en su regazo. Mis pies colgaban por los lados de la camilla, mientras mi culito quedaba apoyado sobre sus muslos. Deslizando un poco el cuerpo hacia arriba, hice que mi coñito quedara apoyado directamente sobre el grueso tronco, permitiéndole sentir mi calor y humedad directamente sobre el pene. Volviendo a agarrarlo con las manos, lo levanté hasta dejarlo atrapado entre mis senos, decidida a administrarle una lujuriosa cubana. Al hacerlo, descubrí que la punta quedaba al alcance de mis labios, con lo que el tratamiento que empecé a administrarle fue triple.
–          ¡Joder, qué pasada! – farfulló Yoshi cuando reanudé mis esfuerzos sobre su enorme verga – ¡Ostias, que bueno!
–          ¿Y bien? – dije sin dejar de lamerle la punta – ¿Te las han hecho mejores que ésta?
–          Te… te lo diré cuando acabes – farfulló el japo – Pero de momento… vas muy bien.
Mi sonrisa engulló por completo la punta del gigantesco cipote, concentrándome en chuparlo y mamarlo con habilidad. Sólo la punta bastaba para llenar mi boca por completo, aunque no permití que llegara muy a fondo, pues tenía miedo de ahogarme. Mis manos se aferraron a mis pechos, comenzando a moverlos arriba y abajo sobre el grueso tronco, mientras mi encharcado chochito derramaba sus jugos sobre el regazo del chico.
–          ¿A que es buena mi chica? – intervino Jesús – Creo que la has herido en su orgullo con lo que has dicho antes y se ha propuesto demostrarte que es la mejor.
–          Pues me alegro de haberla ofendido… – gimió el japonés ya rendido a mi excitante tratamiento.
Inesperadamente, aquella cosa entró en erupción. Estaba tan concentrada en aplicarle un masaje cinco estrellas que ni me di cuenta de que el chico estaba a punto. De repente, noté como el majestuoso nabo vibraba entre mis senos y juro que noté cómo sus huevos vertían su carga en el interior del conducto y cómo ésta subía disparada por toda la longitud del pene del chico.
Sin poder reprimir el impulso, aparté la boca del extremo de la polla, de forma que el primer disparo impactó directamente en mi cara, concretamente en un ojo que quedó cerrado por el enorme pegote de semen. Sorprendida, no atiné a cumplir mi promesa de tragarme la leche del japonés y puede que fuera mejor que no lo hiciera, pues podría haber muerto asfixiada.
El chaval, gimiendo y jadeando, descargó sus pelotas a conciencia sobre mi cuerpo, empapando por completo mi jersey y dejando mis pechos completamente pringosos de semen.
La monumental corrida duró casi un minuto y yo, sin saber muy bien qué hacer, me limitaba a sostener la polla bien agarrada con las manos sintiendo cómo lo espesos pegotes impactaban en mi cuerpo y se deslizaban por mi piel.
–          ¡Joder, qué maravilla! – jadeó el satisfecho japonés – ¡Ha sido la leche! ¡Tío, te daré lo que quieras, pero tienes que dejarme que le dé un revolcón a esta zorra!
–          Ja, ja… Te lo advertí Yoshi. Edurne es muy aplicada. Te dije que te iba a gustar.
–          Entonces, ¿puedo?
–          No, no, amigo. Ya te he dicho que no quiero que me la desgracies. Quizás más adelante, cuando esté acostumbrada.
Me serenó bastante la negativa de mi Amo, pues por un segundo temí que fuera a ceder a los deseos de su amigo y obligarme a lidiar con aquel gigantesco falo. No me malinterpreten, estaba caliente al máximo, pero aún así no me atrevía a intentar meterme un estoque de semejante tamaño.
–          Edurne, nena – me dijo Jesús – Puedes asearte en el baño, esa puerta de ahí.
Obediente y aliviada, me dirigí al baño para limpiarme los restos de la monumental oleada de soldaditos japoneses, pero Jesús tenía otra idea en mente.
–          Pero no te laves la cara – me ordenó.
Yo me volví hacia él, mirándole extrañada con el único ojo que podía mantener abierto (el otro seguía cerrado debido al espeso pegote de semen).
–          ¿Cómo? – dije sin comprender.
–          No has cumplido tu promesa de tragarte la leche de mi amigo, pero como has sido muy buena te mereces un castigo leve. Así que vas a salir de aquí con todo eso en la cara – dijo señalándome.
–          Sí, Amo – asentí sumisa.
–          Buena chica.
Mientras me aseaba el cuerpo, dejé la puerta del aseo entreabierta, con lo que pude escuchar la conversación entre los dos chicos. Yoshi le insistía un poco a Jesús con lo de echarme un polvo, pero, por fortuna, él se negó, lo que me hizo amarle todavía más.
–          Pues vaya mierda – dijo Yoshi – ¡Aj! Odio quedarme a medias.
–          Ya te lo advertí antes – respondió mi Amo – Tú has querido jugar a este jueguecito.
–          Ya, ya… Pero comprende que, después de lo que me habías contado sobre ella, tenía ganas de probarla un poco. Aunque, al final, no ha hecho falta pedírselo ni nada. Ella solita se ha apañado…
–          Ya te dije que esta putita era especial – respondió Jesús haciéndome sonreír frente al espejo del baño.
–          Bueno, pues tendré que aliviarme de otra forma. ¡Gabriela! – gritó el japonés.
Mientras gritaba, yo acabé de componerme la ropa y regresé a la sala de tatuajes, medianamente limpia y aseada, exceptuando el enorme pegotón de semen que relucía en mi cara obligándome a mantener un ojo cerrado.
Jesús me contemplaba con aprobación mientras su amigo, desnudo de cintura para abajo, llamaba a grito pelado a la tal Gabriela, con su enorme polla, con cierto grado de dureza perdido pero aún impresionantemente grande, bamboleando entre sus muslos rogando que alguien se encargara de ella.
De pronto, la puerta de la habitación se abrió y entró una chica (la tal Gabriela supuse). Llevaba el pelo muy corto, rapado en una de las sienes y con varios piercings en la nariz y en la oreja izquierda.
–          Dime Yoshi, ¿qué quieres? – preguntó sin molestarse en saludar siquiera.
–          Dile a Mandie que venga. Y quédate un rato tú en la recepción.
–          ¿Y no te sirvo yo? – dijo ella con una extraña sonrisa mientras miraba el cimbreante falo de su jefe.
–          No, hoy tú no. Llama a Mandie. ¡Y date prisa!
–          ¡Ya va, ya va! – exclamó la chica abandonando la sala con reticencia.
–          ¿Lo ves? – dijo Jesús – Yoshi tiene su propio grupo de esclavas. Aunque buscan una cosa muy distinta a lo que yo os brindo a vosotras.
Le entendí perfectamente.
Tras dedicar un par de minutos a despedirnos de Yoshi (que no se animó a besarme en la mejilla, no sé por qué) abandonamos la habitación, cruzándonos en el pasillo con la tal Mandie, que acudía visiblemente emocionada. Aún así, la chica se quedó mirando sorprendida la blancuzca sustancia que manchaba mi rostro, aunque enseguida se recuperó y siguió su camino, tras balbucear unas palabras de despedida.
En ese momento me di cuenta de que, aunque me sentía avergonzada por andar por ahí con una corrida en la jeta, la calentura que llevaba encima provocaba que me diera igual. Mentalmente, recé para que Jesús no tuviera en mente dejarme en ese estado y se animara a darme una buena ración de lo que yo estaba deseando.
Con aire orgulloso, atravesamos la recepción del local de masajes, donde Gabriela había ocupado su puesto, mientras los clientes contemplaban atónitos cómo me dirigía a la calle con un enorme lechazo en toda la cara. Jesús sonreía.
En la calle fue un poco mejor, pues ya había empezado a oscurecer y además, la gente no suele prestar mucha atención a lo que le rodea. Aún así, en nuestro camino al coche un par de transeúntes se dieron cuenta de la mancha en mi rostro, pero lo cierto es que no me importó en absoluto.
 

Por fin, montamos en mi coche y Jesús me dio permiso para limpiarme. Agradecida, le sonreí cálidamente mientras sacaba un pañuelo de la guantera y eliminaba los restos de semen de mi cara, logrando por fin abrir de nuevo el ojo.

–          ¿Adónde vamos? – pregunté esperanzada.
–          Tira para mi casa – respondió él llenándome de desazón.
Decidida a ser una buena chica, no protesté en absoluto y arranqué el coche, conduciendo de vuelta a Jesús hacia su casa, para lo que primero debíamos atravesar la avenida que cruzaba el parque que había en el centro de la ciudad. Interiormente, mi cuerpo pedía a gritos que me tomara, pero ahora yo era su esclava, por lo que mis deseos no contaban para nada, así que me callé.
Pero, por fortuna, Jesús no pensaba dejarme a medias aquella tarde.
–          ¿Sabes, perrita? – Me dijo de repente – Me ha excitado mucho tu numerito con Yoshi. Eres una guarra redomada.
Me sentí feliz.
–          Gracias, Amo – le dije – Me alegro de que lo hayas pasado bien. Es lo que pretendía.
Jesús me miró un instante antes de responder.
–          Mentirosilla… – dijo acariciándome el muslo cariñosamente.
Reí un poco, ruborizada por haber sido pillada en falta.
–          Métete por ahí – me indicó Jesús de repente, apuntando hacia una calle lateral que discurría por un lado del parque.
–          ¿Por ahí? – pregunté mientras miraba por el retrovisor y señalizaba la maniobra – Ese camino es más largo.
–          No importa. Párate donde puedas.
El corazón saltó en mi pecho al escuchar esas palabras. Apartando un instante la mirada del asfalto, la dirigí hacia el asiento del copiloto, donde me encontré con la conocidísima sonrisa lobuna que me hacía estremecer de la cabeza a los pies. Esa vez no fue ninguna excepción.
Con el corazón amenazando salírseme por la boca, enfilé el auto por el a esas horas desierto paseo. Por desgracia, se veía una interminable fila de coches aparcados, no quedando el menor espacio entre ellos.
–          No hay aparcamiento, Jesús – le dije con voz lastimera.
–          No te preocupes. Párate en doble fila. Ya no puedo más.
Temblorosa por la excitación que sentía y con la sangre revolucionada latiéndome en los oídos, estacioné el coche en doble fila. No creía que fuera a haber mucho problema, pues esa calle no era muy transitada y ya era de noche. Además, al estar fuera del parque, no estaba muy bien iluminada, por lo que era ideal para hacer lo que tenía en mente.
Con un brusco tirón (casi me lo cargo), aseguré el freno de mano y solté el cinturón de seguridad. Para mi sorpresa (debía de estar muy cachondo), Jesús ya se había sacado el nabo del pantalón y ambos me miraban desafiantes desde el asiento del pasajero.
–          Cómemela, nena – me susurró Jesús.
Como si yo necesitara instrucciones…
Como una fiera, me abalancé sobre la enhiesta verga y la engullí con ansia entre mis labios. En cuanto sentí cómo la poderosa carne llenaba mi boca, un escalofrío de placer y excitación recorrió mi cuerpo, haciéndome gemir contra la entrepierna de Jesús.
Enseguida noté cómo Jesús colocaba sus manos sobre mi cabeza, acariciando mi cabello, tironeando de él con lujuria, mientras me obligaba a adoptar el ritmo que más le satisfacía.
Ronroneando como una gatita, me arrodillé en el asiento del conductor y seguí devorando aquella polla que se había convertido en el centro de mi existencia. Sólo cuando estaba disfrutando de ella me sentía feliz y completa.
Percibía que Jesús estaba deseando correrse en mi boca, así que redoblé mis esfuerzos en la mamada, pues sabía que, hasta que él no estuviera satisfecho, no empezaría a ocuparse de mí. Y yo a esas alturas estaba sencillamente empapada, sintiendo un dolor sordo en la entrepierna, que suplicaba que se la follaran ya de una vez.
La polla de mi Amo se sentía cada vez más grande en mi boca, sus huevos, acariciados por mis manos, estaban a punto de entrar en erupción, sus manos apretaban mi rostro cada vez con más fuerza contra su ingle… Y entonces nos interrumpieron.
–          Clic, clic, clic – resonaron unos golpecitos en la ventanilla del conductor.
–          Mierda – oí que susurraba Jesús, mientras empujaba suavemente mi cabeza apartándome de él.
Enfadada por la intrusión y decidida a mandar a tomar por saco al desgraciado que había tenido la osadía de interrumpirnos, me di la vuelta como una leona en mi asiento, quedándome paralizada de golpe.
Junto a nuestro coche se había detenido una patrulla de la policía local y el agente que viajaba en el asiento del pasajero había bajado su ventanilla y estaba dando golpecitos en la mía con una linterna.
Avergonzadísima, comprendí que, dado que su vehículo era más alto que el nuestro, el policía había podido ver perfectamente lo que estábamos haciendo segundos antes. Lo extraño era que yo no me había dado cuenta para nada de que la patrulla se paraba al lado nuestro. Aunque teniendo en cuenta lo entusiasmada que estaba chupándosela a Jesús, tampoco era tan raro.
El poli, que me miraba con expresión divertida, me hizo un gesto con los dedos indicándome que abriera la ventanilla. Nerviosísima, pues ya me veía en la portada de los periódicos como corruptora de menores, pulsé con mano temblorosa el botón del elevalunas, bajando el cristal.
El poli ni siquiera nos dio las buenas noches.
–          Coño – me espetó sin más preámbulos – ¿Por qué cojones no os buscáis un hotel?
–          Pe… perdone agente – balbuceé.
–          ¿Os parece normal ponerse a hacer esas cosas en mitad de la calle? Por aquí pasan niños.
–          No creo que a estas horas pase por aquí ningún crío – resonó la voz de Jesús acojonándome – Y a los adultos no los vamos a asustar.
–          Mira niñato – respondió el madero sin alterar el tono – Encima no te me pongas chulo. Que si quiero os empaqueto a los dos por escándalo público.
Madre mía. Ya la habíamos liado. Estaba asustadísima por lo que Jesús podía hacer a continuación. Si se ponía farruco con los policías eran capaces de detenernos, pues, como todo el mundo sabe, no hay nadie más chulo en el mundo que un policía local.
–          No me pongo de ninguna forma, agente – dijo Jesús agachándose un poco para poder mirar al policía a través de mi ventanilla – Usted está cumpliendo con su deber y si piensa que tiene que multarnos, hágalo. Aunque claro, también podríamos llegar a un acuerdo… – susurró mientras me acariciaba un pecho por encima del jersey con descaro.
El corazón se me paró. La expresión de Jesús era la que yo conocía tan bien, la que me aterrorizaba y excitaba hasta límites insospechados. Jesús miraba al policía, con la oferta implícita en el aire. Temblorosa, alcé la mirada hacia el agente y percibí que había comprendido perfectamente a qué se refería Jesús. Podía sentir su mirada devorando mi cuerpo, mientras simultáneamente miraba de reojo a su compañero, al que yo no podía ver desde mi posición.
Tragó saliva y, por un instante, pareció que iba a atreverse a algo más, pero, al final, no dio el paso y se vino abajo.
–          Anda, largaos de una vez y dejad de dar el espectáculo. Iros a casa y allí hacéis lo que os dé la gana – dijo el poli haciendo un ademán con la mano.
–          Si eso es lo que usted quiere – concluyó Jesús volviendo a sentarse erguido en su asiento.
Todavía temblando, agarré la llave del contacto y la hice girar. Estaba tan nerviosa que me costó varios intentos arrancar el coche. Mientras el motor gemía y se afanaba por ponerse en marcha, pude escuchar perfectamente la voz del otro policía que exclamaba:
–          ¡Manolo, dile a esa golfa que se limpie bien la boca, que desde aquí le veo el sabo!
Las palabras de aquel imbécil me sentaron como una patada en el estómago. Estuve a punto de gritarle alguna respuesta adecuada, pero la patrulla se puso en marcha y siguió calle abajo, despacito, para asegurarse de que nosotros nos íbamos también.
Finalmente, conseguí arrancar el coche y seguir camino, mientras me sentía cabreada y profundamente insatisfecha.
–          Malditos gilipollas – siseé – Ojalá se estrellen en el próximo semáforo.
–          Desde luego que son gilipollas – sentenció Jesús – Han estado a punto de disfrutar la noche de sus vidas y la han dejado pasar de largo.
Un nuevo estremecimiento me sacudió.
–          ¿En serio les habrías dejado follarme? – pregunté sin dejar de mirar al frente.
–          ¿Tú que crees? – respondió Jesús.
Tardé unos segundos en responder.
–          En el fondo me da igual. Habría hecho lo que me ordenaras – concluí.
–          Eres fabulosa perrita – dijo mi Amo acariciándome con ternura la mejilla.
–          Gracias.
–          No. Gracias a ti.
Me sentía exultante por los halagos del Amo. Pero mi coño no dejaba de latir y gritar pidiendo una polla con urgencia. Por fortuna, el Amo estaba todavía más desesperado que yo.
–          Conduce hacia el mirador – me dijo – Unos doscientos metros antes de llegar hay un sendero. Ya te avisaré cuando lleguemos.
El mirador es una zona bastante conocida en la ciudad, donde por las noches las parejitas van a hacer cosas malas. Y yo estaba deseando hacer de las peores.
Disimuladamente, apreté el acelerador para llegar más deprisa. Jesús no dijo nada, aunque podía sentir perfectamente cómo sonreía sentado junto a mí.
Cuando llegamos a la entrada del sendero, Jesús me indicó que girara, cosa que hice. Conduciendo ahora con bastante precaución, llevé el coche por el camino internándonos entre los árboles, aunque fue más sencillo de lo esperado, pues se notaba que el sendero era bastante transitado por vehículos.
–          ¿Adónde vamos? – pregunté pues no conocía esa parte del parque, pues el mirador quedaba hacia otro lado.
–          A un sitio tranquilo donde no nos molestarán más.
–          ¡Estupendo! – exclamé sin poderme contener – Estoy deseando que lleguemos a un sitio donde podamos estar solitos y a gusto. No he olvidado que el Amo se quedó a puntito hace un rato y debe estar a punto de estallar.
–          En eso tienes razón – dijo Jesús volviendo a acariciarme el pecho – Aunque solos no creo que estemos.
–          ¿Cómo? – pregunté mirándole extrañada.
–          Es un sitio bastante conocido por los practicantes de dogging. Aunque tranquila, que nadie nos molestará.
–          ¿Dogging? – pregunté.
–          ¿No sabes lo que es?
Sacudí la cabeza en gesto de negación.
–          ¡Ay, perrita! – dijo Jesús riendo – ¡Te queda tanto que aprender!
Iba a seguir interrogándole, pero en ese momento, llegamos a un claro en el que había varios coches aparcados. En el interior de los mismos se apreciaba que había gente, pero, como todos tenían las luces apagadas y estaban bastante retirados unos de otros, pensé que no nos molestarían si no los molestábamos a ellos.
Busqué un sitio apartado donde estacionar y, como un rato antes, tiré con violencia del freno de mano para dejar el coche bien sujeto.
Como un rayo, volví a arrodillarme en mi asiento y mis manos salieron disparadas hacia la bragueta de Jesús, encontrándome con que su erección, que no había bajado ni un ápice, apretaba contra el pantalón formando una notoria tienda de campaña.
–          ¡Pobrecito! – dije compungida – ¡Qué mal rato habrás pasado!
–          Ten cuidado – me advirtió Jesús – Esa arma está cargada y a punto de dispararse en cualquier momento.
–          Extremaré las precauciones – siseé sonriendo mientras volvía a engullir la hombría de mi Amo.
–          ¡Oh, perrita! – gimió Jesús – Eres la mejor.
Mientras decía esto, sus manos acariciaron de nuevo mi cabeza y mi espalda. Esta vez no marcó ritmo alguno, pues estaba a punto de caramelo y lo único que deseaba era vaciar sus pelotas en mi garganta. Yo, sabedora de ello, me preparé para recibir el cálido néctar en mi boca, relajándome y preparándome para la avenida.
Aún así, cuando Jesús se derramó entre mis labios, provocó que se me saltaran las lágrimas al recibir varios disparos bastante intensos directamente en el esófago, pero, como cada vez estaba más curtida en aquellas lides, aguanté como una campeona con la verga de mi Amo absorbida hasta el fondo, mientras él vaciaba alegremente sus pelotas directamente en mi estómago.
Cuando noté que terminaba, empecé a retirarme lentamente, deslizando su verga entre mis labios, pero Jesús tenía otros planes en mente y sujetó mi cabeza, obligándome con dulzura, pero con firmeza, a continuar con su polla enterrada en la garganta.
Jesús encendió entonces la luz interior del auto y, con delicadeza, me subió la espalda del jersey dejando al descubierto la venda que cubría el tatuaje.
Con sumo cuidado, levantó el esparadrapo que cubría la pequeña obra de arte, pudiendo así examinarla a placer bajo la tenue luz del habitáculo.
Yo, un poco agobiada por tener todo ese trozo de carne enfundado en la garganta, procuré relajarme al máximo, para no sentir arcadas ni tener problemas para respirar, porque sabía que eso molestaría a mi Amo.
Permanecimos así un par de minutos, mientras él examinaba cuidadosamente la obra de Yoshi, conmigo empalada por la boca como una trucha en un anzuelo.
Cuando estuvo satisfecho, él mismo empujó suavemente mi cabeza, extrayendo su todavía durísima verga de mi boca.
Con los ojos llorosos, acerté a sonreírle, mientras paladeaba el sabor de su hombría. Devolviéndome la sonrisa, me besó suavemente en la frente mientras me susurraba al oído:
–          Ahora vamos a ocuparnos de ti perrita.
 

Ni que decir tiene que aquellas palabras me llenaron de ilusión.

Con torpeza por lo estrecho del habitáculo, me las apañé como pude para desnudarme en el interior del coche. Siguiendo las instrucciones de Jesús, me quedé en pelota picada, quitándome hasta la ropa interior, dejando únicamente sobre mi cuerpo el colgante de plata y su réplica tapada de nuevo por el vendaje.
Mientras me desvestía, Jesús manipuló el asiento del copiloto, deslizándolo por completo hacia atrás y reclinando un poco el respaldo. Sin duda, todos los que hayáis echado un polvo en el coche sabéis exactamente lo que estaba haciendo.
Sin embargo, para mi desdicha, Jesús no se quitó nada de ropa, limitándose a mantener su enhiesto falo libre de su encierro, con el capullo brillante de jugos preseminales y saliva bajo la tenue luz del habitáculo.
–          Súbete aquí perrita – me dijo Jesús palmeándose en el regazo.
Sin pensármelo dos veces, me deslicé lo mejor que pude entre los asientos, quedando sentada sobre la dura polla de mi Amo. Excitada, deslicé mis caderas sobre la barra de carne, provocándole gruñidos de placer que me hicieron sonreír.
Deseando sentirle con más intensidad, intenté besarle, pero él apartó la cara bruscamente.
–          Nada de besos zorra – me espetó estremeciéndome – La boca te sabrá a polla y a leche y eso no me gusta.
–          Lo siento Amo – repliqué compungida.
–          Empálate ya, puta, quiero meterla en caliente.
Caliente me ponía yo cada vez que me insultaba. Me mojaba toda simplemente con que él me tratara como a su guarra, me volvía loca de excitación.
Obediente y con las entrañas ardiendo, agarré con firmeza el mástil de mi Amo y levanté el culo como pude para situarlo en posición. En cuanto estuvo bien apuntado, me dejé caer suavemente en su regazo, notando cómo su poderoso émbolo se abría paso centímetro a centímetro en mis entrañas.
Bastó con eso. Sentir cómo la anhelada verga de mi Amo se enterraba en mi interior fue suficiente para llevarme al orgasmo. El placer fue tal que lágrimas de alegría se deslizaron por mis mejillas mientras, avergonzada, enterraba el rostro en el cuello de Jesús, mojando su piel con mis lágrimas. Mis caderas sufrían pequeños espasmos que provocaban leves movimientos incontrolados sobre el regazo de mi Amo, haciendo que mis músculos vaginales apretaran con firmeza su miembro.
Suavemente pero con firmeza, Jesús aferró mis cabellos y tiró de ellos hacia atrás, separándome de él, permitiendo que nuestras miradas se encontraran bajo la luz del habitáculo.
–          Muévete, furcia – me ordenó mi Amo sin dejar de tirarme del cabello.
Sumisamente, apoyé una mano en la puerta del coche y la otra en el salpicadero para afirmarme un poco y comencé a cabalgar suavemente sobre la dura polla. Sentirle en mi interior, su dureza, su calor, bastaban para enviar devastadoras olas de placer a mis sentidos, pero yo quería más, quería que él experimentara lo mismo, que mi coño fuera para él la fuente de los placeres más extraordinarios que hubiera experimentado en su vida. Quería hacerle feliz.
Pronto estuve botando como loca sobre su polla, sintiendo cómo ésta se hundía en mi interior una y otra vez. Puedo jurar que notaba cómo la punta se estrellaba continuamente contra la entrada de mi útero, como si intentara colarse en mi interior y llegar más adentro y más profundo que nadie antes.
Las manos de Jesús se habían apoderado de mis senos y estos eran estrujados y manoseados a su antojo, entreteniéndose especialmente en pellizcar los sensibles pezones, que estaban más duros que nunca antes en mi vida.
Al principio no me di cuenta, pero pronto percibí que de mis labios escapaba un gemido continuo e ininterrumpido que iba in crescendo a medida que me iba dejando arrastrar por la excitación y la pasión. Varias veces estampé mi cabeza contra el techo del automóvil, pero ni lo noté ni me importó.
Y un segundo orgasmo me devastó.
Azotada por los espasmos del violento clímax, no acerté a seguir sujetándome con las manos, por lo que estuve a punto de caerme de lado. Sin embargo, las manos de Jesús me sujetaron y lo hicieron demostrando que era mi Amo y Señor: agarrándome con fuerza por las tetas y tirando hacia si.
El súbito dolor y la sorpresa alteraron por un instante el placer que estaba experimentando, pero, al sentirme usada como un objeto, me excité todavía más.
Jesús me atrajo hacia él, quedando mi torso aprisionado contra el suyo. Sentí cómo sus manos acariciaban con delicadeza mi espalda, confundiéndome una vez más. Tan pronto se mostraba dulce y considerado como duro e inflexible. Me desconcertaba. Y me excitaba.
–          Date la vuelta perrita – me susurró – Quiero ver el corazón mientras te meto la polla.
Sonriendo, me incorporé  y deslicé la enhiesta verga de Jesús fuera de mi cuerpo. Su regazo estaba mojado y pegajoso por mis flujos, lo que no era de extrañar, pues estaba empapada.
Con torpeza debido a lo angosto del habitáculo, me di la vuelta sobre el asiento, de forma que quedé mirando al frente, sentada en el regazo de Jesús de espaldas a él. Deseosa de volver a sentirme llena levanté el culo para permitirle ubicar de nuevo su verga a la entrada de mi cueva. Y me quedé petrificada.
Con los ojos como platos, observé atónita que varios hombres habían rodeado el coche y nos miraban a través de las ventanillas con los rostros congestionados por la excitación y la lujuria.
Sin poder evitarlo, mi cuerpo reaccionó y me tapé como buenamente pude con las manos. Dando un gritito, traté de regresar a mi asiento, con intención de poner en marcha el coche y largarnos zumbando de allí. Pero Jesús me retuvo con firmeza, agarrándome por las caderas y manteniéndome bien sentadita sobre su erección.
–          ¿Adónde coño vas, perrita? – me preguntó con voz divertida.
–          Pe… pero – acerté a balbucear.
–          Pero, ¿qué? No me digas que no te habías dado cuenta de que nuestros amigos se habían acercado a ver el espectáculo.
–          Yo… yo… – dije temblorosa recuperando la elocuencia.
–          Tú… tú – se burló Jesús imitando mi tono tembloroso – No vamos a dejar a estos señores con el espectáculo a medias, ¿verdad? Han venido atraídos por la luz encendida… Este tipo de cosas tiene sus reglas ¿sabes?
–          Pero Amo… Yo…
Jesús tardó un segundo en contestar. Aunque estaba de espaldas a él y no podía ver su rostro, sentí perfectamente cómo la atmósfera cambiaba en el interior del coche.
–          ¡Plas!
El azote resonó con fuerza en el habitáculo y el dolor recorrió mi cuerpo como un ramalazo desde la nalga donde había recibido el golpe hasta la última fibra de mi ser.
–          No me jodas que has esperado a convertirte en mi esclava para empezar a desobedecerme perrita – dijo Jesús con voz fría como el hielo.
Las lágrimas acudieron de nuevo a mis ojos, haciéndome ver todo borroso. No podía creerlo. Le había fallado a mi Amo a las primeras de cambio. Y yo que me proponía no ser castigada jamás simplemente obedeciéndole en todo.
–          Lo… lo siento Amo – sollocé – Ha sido la sorpresa. No había visto a estos señores y me he asustado.
–          Está bien perrita, por esta vez te perdono – dijo Jesús en tono suave – Pero quiero tenerte cabalgando en mi polla en menos de un segundo y espero que les ofrezcas un buen espectáculo a estos caballeros.
Como amé a Jesús en ese momento. Que me perdonara mi falta tan fácilmente me hacía comprender lo mucho que yo le importaba. Y ya no tuve dudas.
Con cuidado, me incorporé en el asiento y deslicé una mano entre mis piernas, aferrando con suavidad pero con firmeza el miembro de mi Amo. Sin perder un instante, lo coloqué en posición y volví a enterrarlo en mis entrañas, sin importarme que aquellos pervertidos nos miraran.
En cuanto sentí cómo se abría paso en mi interior, mis preocupaciones desaparecieron como por ensalmo y me dediqué a disfrutar y a darle placer a mi Amo con todo mi ardor.
Me agarré con fuerza al salpicadero con ambas manos y empecé a botar una y otra vez sobre la hombría de mi alumno, o más bien debería de decir de mi maestro.
El placer volvió a inundar todo mi ser, incluso notaba que la verga de mi Amo estaba más gorda que antes, percibía cómo mi coño se abría a él cada vez más.
De reojo y con disimulo, comencé a echar miraditas por las ventanillas, viendo cómo los pervertidos se machacaban las pollas frenéticamente, mientras disfrutaban del espectáculo que les estábamos ofreciendo.
Me di cuenta de que aquello me excitaba. Ver cómo completos desconocidos se masturbaban a escasos centímetros de mi piel desnuda me ponía a mil y se lo demostré a mi Amo dándole todo el placer de que fui capaz.
Mis caderas no sólo botaban sobre el cipote del chico, sino que literalmente bailaban sobre él, acariciándolo y apretándolo al máximo, aplicando todo lo que había aprendido en los últimos días para darle placer.
Jesús gemía a mi espalda, disfrutando de lo que le estaba haciendo. Sus manos acariciaban mi espalda, recorriendo delicadamente la piel alrededor del tatuaje, pero sin llegar a tocarlo para no hacerme daño. Dios, cuanto lo amaba.
De repente, uno de los hombres se corrió, disparando gruesos lechazos en el cristal del automóvil. Sin poder evitarlo, le miré sonriente y le guiñé un ojo, mientras el pobre tipo caía  derrengado de rodillas. Me sentí poderosa, había derribado a un tipo mucho más grande que yo sin tocarle siquiera.
Entonces Jesús hizo algo inesperado. Deslizó una mano junto a mi costado y pulsó el botón del elevalunas, bajando el cristal manchado de semen, eliminando la barrera que nos separaba de  los pajilleros.
Durante un instante, estuve a punto de protestar, pero el dolor sordo del azote en mi nalga me recordó que era mejor no decir nada. No quería volver a contradecir a Jesús.
Los pervertidos aún dudaron un segundo ante el mudo ofrecimiento. Yo me sentía tensa y me repetía mentalmente una y otra vez que Jesús no dejaría que me pasara nada malo.
Aún así, cuando el primero de ellos reunió valor suficiente y deslizó una mano por la ventanilla abierta hasta apoderarse de mis senos, no pude evitar que mi cuerpo se encogiera de miedo.
Sin embargo, para mi sorpresa, el tipo fue bastante hábil y delicado y empezó a acariciarme las tetas con bastante dulzura, lo que me excitó todavía más.
Nerviosa, miré al hombre a los ojos, encontrándome con una sonrisilla nerviosa y tímida, lo que me alucinó un poco. Sin embargo, esa timidez no le impedía al bastardo seguir pelándose la polla con la otra mano mientras me sobaba.
Jesús, divertido, había empezado a mover sus caderas lentamente, deslizando su pene en mi interior, como recordándome que no fuera a olvidarme de él por tener varias vergas revoloteando a mi alrededor.
Sonriéndole quedamente al osado pervertido, reanudé mis movimientos sobre Jesús, volviendo a follármelo con habilidad mientras mis tetas eran magreadas.
Envalentonado por nuestra tácita aceptación, el segundo de los pajilleros se las apañó como pudo para deslizar su mano por la ventanilla por el escaso hueco que dejaba su compañero y posó su zarpa también sobre mis tetas. El tipo estaba excitadísimo y se la machacaba con furia mientras me estrujaba las domingas, con más fuerza y menor delicadeza que el otro.
Entonces vi como el tercero de los tipos, el que ya se había corrido y había caído al suelo, rodeaba a la carrera el coche por delante, dirigiéndose a la puerta del conductor. Iluminado por la escasa luz del interior del coche, pude ver perfectamente cómo su verga seguía fuera del pantalón y bamboleaba arriba y abajo mientras su dueño correteaba. Os juro que esa imagen se me ha quedado grabada en la mente.
Le seguí con los ojos hasta que se colocó junto a la ventanilla del conductor. Como Jesús no le abría la ventanilla, el tipo reunió valor suficiente para posar la mano en la manija y abrir la puerta muy despacio.
De nuevo sentí miedo, pero no me atreví a protestar pues Jesús no dijo nada.
El tipo mirándome como pidiendo permiso, se deslizó lentamente en el asiento libre. Me  miraba muy nervioso, como temiendo que me fuera poner a pegar gritos por su presencia  allí.
Sí, para protestar estaba yo, con una verga enterrada hasta las entrañas y cuatro manos masculinas recorriendo mi anatomía.
El tipo debió de pensar que quien calla otorga, así que, con más confianza, se sentó cómodamente y empezó a cascársela, no tardando ni cinco segundos en reunir su mano libre con las de sus compañeros.
A esas alturas, las tetas me dolían por ser estrujadas por tanta gente, pero no dije ni pío para no molestar a Jesús. Pero él tenía ganas de más marcha.
–          Edurne, nena, no me parece bien que desatiendas a nuestros invitados. Debes ser más cortés.
 

Al principio, no supe a qué se refería Jesús, pero bastó con que el tipo que estaba en la ventanilla, tras escuchar a Jesús, abandonara mis tetas como un rayo y sacara la cabeza del automóvil, sustituyéndola inmediatamente por su enrojecida y rezumante polla.

Nerviosa por si no había entendido bien a mi Amo, acerqué una temblorosa mano a la dura tranca del desconocido. Un ramalazo de placer recorrió el cuerpo del pobre desgraciado cuando se la agarré con firmeza y comprendí que no iba a tardar ni un segundo en correrse.
–          Como te corras dentro del coche te mato – siseó Jesús con voz fuerte y clara.
Sin duda fueron las palabras mágicas, pues, en cuanto las dijo, la polla desapareció de entre mis dedos y pude escuchar perfectamente como el tipo gemía y rebuznaba mientras vaciaba sus pelotas fuera del habitáculo.
Sin embargo, mi tarea no había acabado, pues, en cuanto el pervertido se apartó de la ventanilla, el hueco fue ocupado por la verga de su amigo, que enarbolé con mayor confianza.
Justo entonces sentí unos golpecitos en el hombro izquierdo. Giré la cabeza y me encontré con la mirada suplicante del que estaba sentado en el asiento del conductor. No dijo nada, pero… sobraban las palabras.
Con una sonrisa de conmiseración, me agarré también a su polla y una vez que tuve una verga en cada mano… me puse a remar como loca.
Usando ambas pollas como asidero, volví a cabalgar con ganas la pija de mi Amo. Con habilidosos giros de muñeca, me las apañaba bastante bien para pajear ambos penes, provocando que mis inesperados acompañantes gimieran y babearan de placer.
–          Tú, capullo, acércate un momento – ordenó Jesús.
El tipo que ya se había corrido, se acercó a la ventanilla y Jesús le deslizó algo por el hueco de la ventanilla.
–          Haznos unas fotos – le dijo.
Comprendí que le había pasado el móvil. Por un segundo, pensé que el fulano podría largarse por pies, robándole el caro teléfono a mi Amo. Pero en el fondo sabía que eso no iba a pasar. A Jesús no.
No sé por qué, pero el flash de la cámara del móvil hizo que me excitara todavía más, así que intensifiqué el ritmo de las pajas y de mis caderas. El tipo de fuera del coche fue el primero en sucumbir. Por fortuna para él, no había olvidado la advertencia de Jesús, así que hizo como su amiguito de antes y liberó su verga de mi mano para correrse en el exterior del coche.
El otro fulano aguantó como un campeón lo menos 15 segundos más, antes de derrumbarse como un saco de patatas fuera del coche, del que se tiró como si estuviera en llamas.
Una vez libre de ambas vergas, Jesús se dedicó a darme con todo.
–          Muy bien putilla – me susurró acercando sus labios a mi oído – Lo has hecho muy bien.
Y de pronto me empujó con violencia hacia delante, estrujándome contra el salpicadero. No sé muy bien cómo, pero se las apañó para bombearme con fuerza en el coño, dándome certeros empellones que hacían que su vientre aplaudiera contra mi trasero.
Me corrí como una perra una vez más, gimiendo y gorgoteando como ida contra el parabrisas delantero, del que no podía apartarme por estar sujeta por la mano de hierro de mi Amo.
Éste continuó bombeándome con fuerza unos segundos más, hasta que sus pelotas entraron en erupción y derramaron toda su carga en mi vientre. Aún así, él siguió martilleándome inmisericorde, dilatando por completo mi coño, chapoteando en la mezcla de nuestras esencias, que se escapaban de mi interior manchando la alfombrilla del automóvil.
Cuando estuvo satisfecho, me desclavó y me apartó a un lado. Como pude, me dejé caer jadeante en el asiento del conductor, esquivando por poco la palanca de cambios. Mi mente enloquecida pensó que, si hubiera caído unos centímetros más a la derecha, me la habría metido entera por el culo y mi Amo se habría quedado con las ganas de disfrutar de él unas semanas más. Aquello me hizo reír.
–          Vaya. Perrita, te veo de muy buen humor. Eso me complace.
–          Gracias Amo – le dije sonriente.
–          ¿Te lo has pasado bien?
–          Genial – respondí sin dudar – Como siempre que estoy contigo.
–          Buena chica. Te has ganado un premio. Puedes limpiármela.
Sin dudar un segundo me incliné hacia él y dediqué un par de minutos a limpiarle la verga con la lengua. Cuando estuvo satisfecho, me apartó a un lado, aunque yo aún quería seguir. Para mi desilusión, volvió a guardársela en el pantalón.
–          Madre mía, perrita. Veo que tienes ganas de más – me dijo sonriente.
–          Yo siempre tengo ganas de más de ti.
–          Pues por hoy ya no puede ser. Le prometí a mamá que me la follaría esta noche y ya voy un poco tarde.
La puta de Esther. Los celos me azotaron durante un segundo. Por fortuna, respiré hondo y recuperé la calma.
–          Vístete, anda. Y llévame a casa.
Mientras me vestía con torpeza, vi cómo Jesús guardaba su teléfono móvil en el bolsillo. No me había dado cuenta de cuando se lo habían devuelto. De hecho, no me había dado cuenta de cuando se había largado el trío de pervertidos. Confusa, miré a mi alrededor.
–          ¿Qué te pasa perrita? ¿Los echas de menos? Si quieres, los llamo de nuevo y te vas con ellos de marcha después de dejarme en casa.
–          No, Amo – dije nerviosa – Es sólo que no me había dado cuenta de que ya no estaban.
–          Sí, ya he observado que tiendes a perder la noción de las cosas cuando tienes una verga en el coño.
–          No, Amo – respondí pícara – Me pasa cuando tengo TU VERGA en el coño.
Aquello le hizo sonreír.
Un rato después estacionaba mi coche delante del bloque de Jesús. Me sentía apenada por separarme de mi Amo, pero también muy feliz por pertenecerle por fin en cuerpo y alma.
–          Bueno, perrita – me dijo antes de bajarse – Te aseguro que has sobrepasado mis expectativas. Tú sigue así y lo pasaremos muy bien los dos.
–          Gracias Amo – respondí con el corazón a punto de estallarme.
–          ¡Ah! Otra cosa.
–          Dime.
–          Mañana voy a darme una vuelta por casa de Natalia. Últimamente las tengo un poco abandonadas a ella y a su hija.
–          ¡Oh! – dije yo sin poder evitar que la decepción trasluciera en mi voz.
–          Pero el sábado…
–          ¿Si? – dije súbitamente ilusionada.
–          Tengo entendido que tu novio se marcha de viaje y te quedas unos días sola.
Ni por un instante me extrañó que Jesús supiera que Mario se marchaba.
–          Sí, sí – asentí vigorosamente, sin importarme que percibiera lo ansiosa que me sentía – Se va por la mañana temprano.
–          Vale, aunque yo los sábados no madrugo. A eso de las doce me pasaré con Gloria por tu casa. Y si os portáis bien, nos pasaremos allí los tres solos todo el fin de semana.
–          ¡Estupendo! – casi grité.
No me hacía gracia compartirle con Gloria, pero, con tal de que Jesús estuviera conmigo, no me importaba que viniera.
–          Bueno perrita. Te veo mañana en clase.
Y me dio un tenue besito en la frente. En los labios no, que la boca me sabía a polla y a él no le gustaba.
Rememorando los acontecimientos de la tarde, conduje pensativa hasta mi casa. Cuando ya estaba cerca, me acordé de Mario.
¡Mario! ¡Joder! ¿Qué iba a hacer con él? Siguiendo el consejo de Kimiko, había decidido hacer lo que mi Amo me ordenara. Pero él no me había dicho nada, así que ¿qué podía hacer?
Dándole vueltas a la cabeza, llegué a casa y metí el coche en el garaje. Ya me dirigía al ascensor cuando me acordé de los tres tenores y regresé para echarle un vistazo a la carrocería.
Efectivamente, la puerta del pasajero estaba toda pegoteada de una sustancia blancuzca de naturaleza perfectamente determinada. Y lo mejor era que, al desplazarse el coche, el viento había empujado los pegotes hacia atrás , de forma que se habían formado regueros de semen desde delante hacia la parte trasera. ¿Habéis visto los coches tuneados con llamas pintadas en el costado? Pues ese era el efecto, sólo que, en vez de fuego…
Tomando nota mental de levantarme temprano y pasar por un lavado automático antes de ir al instituto, regresé al ascensor y, utilizando el espejo que había dentro, me acicalé un poco, echándome perfume del que llevaba en el bolso para eliminar el olor… a otras cosas. Minutos después llegué a casa.
Y claro, tras la mamada de la tarde y habiéndole dicho que me esperara despierto… Allí estaba mi novio, en el salón esperándome como un clavo.
–          Hola cariño – le saludé con mi mejor sonrisa hipócrita – Estoy molida.
–          Hola guapa – respondió él dándome un piquito.
A él no me importaba besarle con sabor a polla en los labios.
–          ¿Dónde has estado? – me preguntó mientras yo me sentaba en el sofá a su lado y apoyaba mis piernas en su regazo.
–          Por ahí – respondí con vaguedad – Con una amiga. Anda masajéame los pies – dije tratando de cambiar de tema.
–          ¿Con esa tal Esther? – dijo él mientras me descalzaba.
–          Sí, con ella – respondí un poco molesta – ¿Y a ti que más te da?
Noté que mi fría respuesta molestaba a Mario. Pude notar en su mirada cómo se retraía sintiéndose herido. Me dio pena.
–          Vale, vale, cariño – dijo un tanto cohibido – No pretendo controlarte ni nada. Sólo quería saber cómo te había ido el día.
–          ¿Controlarme? ¿Él? ¿Con ese carácter? – pensé para mí – ¡Ni de coña! Hacía falta alguien con la firmeza de Jesús para controlar a alguien como yo. ¿Cómo podía siquiera pensar en que yo…?
Entonces se me ocurrió. Fue una súbita inspiración.
–          Mira, Mario – le dije poniéndome seria.
–          ¿Sí cariño? – respondió un poco asustado por mi tono de voz.
–          En el fondo es una tontería – afirmé, tratando de tranquilizarlo.
–          ¿Qué pasa? – preguntó él más nervioso, quizás pensando en que quería cortar con él.
–          Verás. He ido con mi amiga Esther… A que me hagan un tatuaje.
–          ¿Cómo? – exclamó Mario.
La expresión de su rostro era de total estupefacción. Tanto que me hizo sonreír.
–          Pues eso. Me apetecía hacerme un tatuaje. Y temía que la idea no te fuera a gustar. No sabía si decírtelo, pues temía que me dijeras que no te parecía bien y acabáramos teniendo una pelea. Y Esther, que es una feminista convencida – improvisé – Me dijo que mi cuerpo es mío y que puedo hacer lo que me parezca con él y que tú no tienes derecho a…
Seguí durante un par de minutos con mi filípica sobre el feminismo y mi derecho a hacer lo que me diera la gana. Mientras hablaba, podía notar cómo Mario iba tragándose el anzuelo, pues se mostraba cada vez más relajado y sonriente… y haciéndome un magnífico masaje de pies además.
–          ¿Y por eso estabas tan rara estos días? ¿Por qué pensabas que yo iba a prohibirte que te hicieras un tatuaje?
Qué inocente era el pobre.
Ahora fue Mario el que, mucho más relajado, se dedicó a darme un largo discurso sobre lo liberal que era y lo que opinaba sobre la libertad personal de cada uno. Me dijo que se sentía ofendido porque yo hubiera podido pensar que él iba a inmiscuirse en lo que yo decidiera hacer con mi cuerpo y que si patatín y que si patatán.
A los 10 segundos desconecté de lo que estaba diciendo y volví a rememorar la tarde que había pasado con Jesús. Simulando que me rascaba la nariz, acerqué una mano a la cara, pudiendo constatar que, efectivamente, me olía a polla que tiraba de espaldas. Sólo de pensar que esa tarde había sobado un montón de vergas duras (incluida una enorme) y que otra me había follado sin compasión… Me mojaba toda.
Juguetona y deseando interrumpir el discurso feminista de mi novio, aproveché que me estaba masajeando con ambas manos el pie izquierdo para empezar a juguetear con el derecho en su entrepierna.
Fue mano de santo. Mario se quedó callado al instante.
Enseguida noté cómo su polla crecía dentro de su pijama bajo la planta de mi pié y una sonrisilla maliciosa se dibujó en mi cara. Bueno, si no podía disponer de Jesús hasta el sábado… habría que conformarse. A falta de pan… buenas son tortas.
–          E… espera cariño – susurró sin tratar de detener en absoluto mis maniobras – vamos a la cama.
–          Vale – asentí – Aunque esta tarde ha hecho calor y Esther me ha hecho andar un montón. Voy a darme una ducha rápida. Espérame en el cuarto.
Sin darle ocasión a que protestara, salí disparada hacia el baño. Con rapidez, me despojé de la ropa y la metí en el cesto.
Me contemplé un instante en el espejo. Tenía las tetas bastante coloradas por el masaje que habían recibido antes. Y también tenía una buena marca en las nalgas donde Jesús me había azotado. Recé para que Mario no notara nada.
Con cuidado, puse esparadrapo impermeable sobre el vendaje para que no se mojara y me metí en la ducha. Di un gritito cuando el agua helada me golpeó, obligándome a apartarme unos segundos hasta que se puso caliente y empecé a frotarme.
Justo entonces la cortina se abrió y Mario, desnudo y empalmado, apareció ante mí y se coló en la bañera haciéndome sonreír. Era un encanto.
–          No podía esperar para ver tu tatuaje – me susurró abrazándome.
–          Pues vas a tener que aguantarte. No puede mojarse, así que tendrás que esperar a que estemos en el cuarto.
–          Bueno… pues habrá que hacer otra cosa.
Su dura polla se apretaba contra mi cadera mientras Mario me besaba. Mi mano se apoderó de ella y la pajeé con fuerza, deslizando la piel hacia abajo al máximo, descubriendo por completo la cabeza, provocando que Mario gruñera de placer contra mis labios.
Sonriendo, le hundí la lengua hasta el fondo y levanté un pie de la bañera, apoyándolo en el borde para ofrecerme al máximo a mi hombre.
Sí, Mario era MI HOMBRE, de igual manera que yo era LA MUJER de Jesús. Sonreí pensando en hacerle a Mario las mismas cosas que Jesús me hacía a mí.
Nah, imposible. Porque como Jesús me había dicho, yo era una GUARRA… pero Mario no lo era.
Tras follarme en la bañera me llevó, envuelta en mi albornoz, hasta nuestra cama. Una vez allí, secó mi cuerpo con delicadeza y yo me puse a cuatro patas sobre el colchón para que pudiera admirar mi tatuaje.
Con delicadeza, retiró el esparadrapo y el vendaje y examinó el corazón con cuidado.
–          Es precioso – susurró – Es como tu colgante.
–          Me lo hecho por eso – respondí – me encanta.
–          ¿Y qué significan esas letras japonesas?
Para cuando acabé de mentirle explicándole que me había escrito “Siempre tuya” sobre la piel en honor a él, la verga de mi novio había recuperado todo su esplendor.
Sonriente, noté cómo Mario se colocaba a popa y, de un empellón, me alojaba la polla hasta el fondo del coño. Fue bastante más intenso de lo habitual, bombeándome con ganas mientras sus manos estrujaban con fuerza mis nalgas. Me alegré, pues así se disimularía la marca que me había dejado el Amo.
Fue un polvo genial, intenso, más placentero de lo habitual con mi dulce y apocado novio. Quedé muy satisfecha. Aunque quizás fuera porque ya estaba bastante cansada tras la intensa tarde que había pasado.
Tras correrse en mi interior, Mario se derrumbó a mi lado y se abrazó con fuerza a mi cuerpo. Ambos nos disponíamos a dormir, satisfechos y relajados cuando una estúpida cuestión se abrió paso en mi mente.
–          Oye Mario
–          Dime cariño – dijo él con voz adormilada.
–          ¿Sabes qué es el sabo?
–          ¿Cómo? – respondió él con tono divertido – ¿No te conoces el chiste? Si es el más viejo del mundo.
–          No, no me lo sé. Si no, no te lo preguntaría – respondí un poco molesta.
–          Pues… el sabo es… ¡Leche de mi nabo! – exclamó Mario riendo.
Maldito policía hijo de la gran puta.
Continuará.
                                                                                TALIBOS
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