La detective Miranda Duarte llevaba meses esperando que llegara este día. Estaba colaborando con la policía en la captura de una banda de africanos que traficaba con drogas y después de meses de seguimiento habían localizado su centro de operaciones. 

La policía había recurrido a ella por que sospechaban que tenían un topo entre sus hombres, así que habían contactado con Miranda para que ella hiciera el trabajo de campo de forma independiente al cuerpo de policía. Solo tenía un contacto dentro, Iván González, un hombre de confianza para evitar que esa parte de la operación fuera de dominio público. 
Y así había llevado la operación, en completo secreto. Había investigado a la banda, su modus operandi, sabía cuantos miembros eran, las zonas en las que operaban y ahora, donde estaba su cuartel general. 
Había estado prácticamente aislada durante ese tiempo, el único contacto que había tenido era su hermana Erika. No podía estar tanto tiempo separada de su ella, siempre habían estado muy unidas. Miranda tenía 35 años y su hermana 28. Esa diferencia tan amplia había hecho que Miranda se hubiera encargado siempre de proteger a su hermana, fue una de las razones que la llevaron a ser policía, el deseo de proteger a su hermana y a quien pudiera, pero, por azares del destino al final había abandonado el cuerpo y se había hecho detective privada. 
Ambas hermanas se parecían, las dos eran rubias y guapas, aunque diferentes. Miranda tenía los ojos verdes y era algo más bajita y, debido a su entrenamiento, tenía el cuerpo más atlético y menos voluptuoso. Erika en cambio tenía ojos azules y un cuerpo de escándalo, no en vano trabajaba como modelo de lencería, su foto había salido en varios anuncios en revistas y poco a poco se iba abriendo un hueco en el mundillo.
Durante los últimos días, había estado observando planos del lugar donde se escondían esos criminales, buscando puntos de acceso para cogerles con las manos en la masa. Era un edificio de dos plantas,  un lugar bastante inaccesible, pero había encontrado un conducto de ventilación al que podría llegar desde un lateral del edificio. El conducto estaba en la entreplanta, y tenía acceso a través de él a casi todas las salas. 
Llegó la noche y se dirigió al lugar. Siempre acompañada de su pistola, sentía que aquella operación le saldría bien. Todo iba sobre ruedas, encontró el conducto sin que la detectasen y consiguió acceder subiéndose a unos contenedores. Era bastante estrecho, pero suficiente para que entras en una persona. A través de las rejillas que daban a las salas, podía ver el contenido de las mismas y, recordando el mapa, irse situando. 
Pasó por encima de una especie de sala de descanso y vió a dos miembros de la banda. 
– ¿ Está todo listo Piernas? – Preguntó uno. 
– Todo preparado, jefe. Nada nos arruinará la diversión. 
Así que ese es el jefe… – Pensó Miranda. Nunca le había visto la cara, pero sabia que le conocían como el Oso y, visto su tamaño, podía imaginarse por qué. – Así que tenían pensado divertirse esta noche… – Miranda sonreía divertida. – No tienen ni idea de lo que les espera. Mañana dormirán entre rejas. 
Según había indagado, debería haber otra persona en el edificio. Más tarde llegarían más, pero para entonces debía tener la situación controlada… 
Miranda siguió avanzando por el conducto. Pasó por una habitación que estaba llena de bolsitas de coca. Seguro que esto tenía que ver con la diversión de la que hablaban antes… Con ese material tenía suficiente para empapelarlos a todos. 
Pero no quería entretenerse. Había una sala más adelante en la que podía bajar. Desde allí, podía ir a la sala principal y pillarles por sorpresa. Llegó a su destino y comenzó a bajar del conducto silenciosamente. Sacó su pistola y fue hacia la puerta, abrió un resquicio para ver lo que había fuera y ¡PAM¡
Un fuerte golpe en los brazos lle hizo soltar el arma y después algo la cubrió . Era especie de tela, ¿Un saco? Recibió varios golpes en el estomago para que dejara de revolverse y la ataron las piernas.
¿Qué estaba pasando? Debía ser el miembro de la banda que faltaba… Estaba en la misma habitación en la que había bajado, ¿Cómo no le había visto? 
Escuchaba risas desde dentro del saco. La estaba transportando como si fuera un saco de patatas… 
Se llevó un fuerte golpe cuando la soltó en el suelo. 
– ¿Qué es esto? – Preguntó una voz. 
– El pajarito ha venido ya. Aunque, más que un pajarito, ha sido una pequeña rata que ha entrado por el conducto de ventilación. 
– Estupendo… Tendremos que recompensar a Iván . Ya le invitaremos a alguna fiestecita… 
¿Iván? ¿Iván era el topo? Miranda estaba desolada… Le conocía desde hacía muchísimo tiempo… Y la había vendido… 
– Mira lo que llevaba. – Un ruido metálico golpeó contra la mesa. Debía haber lanzado su pistola, para que la vieran todos. 
– Así que el pajarito venía dispuesto a picarnos… Quiero hablar con ella. 
Unas manos la agarraron. Comenzó a revolverse como podía pero un par de golpes en el estomago la hicieron parar. Tiraron de la tela a la altura de su cabeza e hicieron una abertura con una navaja. 
– Mira a quien tenemos aquí… – Era el Oso el que hablaba. – La detective Miranda Duarte… Es verdad lo que nos habían dicho, eres bastante guapa… 
– ¡Soltadme hijos de puta!  O si no… 
– ¿O si no qué? ¿Nos vas a morder? –  Miranda estaba temblando de rabia. – Venga… ¿Qué nos harás? A lo mejor el que te muerdo soy yo.  –  Los demás hombres se echaron a reír. – Ahora voy a soltarte, y como hagas cualquier movimiento que no me guste… BANG 
El Oso cogió la pistola de encima de la mesa, apuntandola. El que se hacía llamar Piernas, rasgó el saco hasta abajo y liberó a la mujer, que quedó de pie ante los tres hombres. 
El líder de la banda rodeó a Miranda, observando su cuerpo. 
– ¿Qué tenemos aquí? – Dijo, cogiendo unas esposas que llevaba enganchadas al cinturón. – Parece que venías a jugar con nosotros,  ¿No? Pues vamos a jugar entonces. 
El Oso agarró las manos de Miranda y las esposó tras la espalda. La detective valoraba todas sus opciones, aunque no tenía muchas… Eran tres contra una y además estaban armados, así que no le quedó más remedio que dejarse esposar.
El líder volvió a colocarse delante de la chica, acarició con la pistola la cara de Miranda y fue bajando hasta llegar al escote. 
– ¿No hace algo de calor aquí? – Preguntó distraído. 
– Sí jefe, me estoy asando. – Contestó el secuaz que la había capturado. 
– Roco tiene razón, hace mucho calor aquí. – Sentenció el Piernas. 
– Y como buenos anfitriones que somos, no vamos a dejar que nuestra invitada pase calor… 
De un tirón rasgó la camisa de la detective, dejando a la vista sus pechos, enfundados en un bonito sujetador blanco. Miranda soltó un grito y, rápidamente, lanzó un rodillazo a la entrepierna del jefe. Con la confusión que provocó intentó salir huyendo, pero fue velozmente atrapada y derribada por el Piernas. 
– ¡Esa zorra! – Gritó el Oso. – Me las vas a pagar. 
Se acercó como una furia hacia ella y la levantó tirando de su pelo. La propinó varios golpes en la cara y en el estomago, haciendo que volviera a caer. 
– Vas a aprender cual es tu lugar ahora… ¡Roco! ¡Trae la navaja! 
Miranda se asustó. ¿Qué pensaban hacerla? 
El Piernas la agarró por detrás mientras el jefe, con la navaja se encargaba de arrancar el resto de la ropa de la detective. Miranda estaba asustada, no veía salida a aquella situación, estaba a merced de aquellos bestias… 
– Mira esto. ¿Crees que puedes presentarte ante nosotros con esta porquería? – El Oso estaba señalando las feas bragas que llevaba Miranda. 
Pegó un tajo con la navaja y de un tirón las arrancó, provocando un grito en Miranda. 
– ¡Callate zorra! 
El jefe arrebuñó las bragas y las metió a la fuerza en la boca de la mujer. Roco le trajo cinta americana, que usó para amordazarla. 
– Así estás más guapa, desnuda y calladita. Ahora vas a hacer todo lo que te digamos si quieres que seamos buenos, ¿Verdad? 
Miranda intentó revolverse,  prefería llevarse un tiro a que aquellos rufianes la violaran. 
– Parece que no te has dado cuenta de que estás en una situación en la que no tienes muchas opciones… Bueno… Como quieras… Roco, trae las fotos… 
Roco salió de la habitación y volvió con unas fotos que entregó a su jefe. 
– Teníamos preparada una fiesta en la que tú ibas a ser la invitada de honor… Pero, visto que no quieres cooperar, a lo mejor tenemos que buscar alguien que sí lo haga. 
Diciendo eso, comenzó a enseñar las fotos… ¡Eran fotos de Erika!  Habían sacado fotos suyas saliendo de su portal. Miranda comenzó a revolverse y a llorar de rabia. 
– ¿Vas a ser una buena chica o tendremos que llamar a tu hermana? 
La detective se rindió. Dejó de luchar y asintió con la cabeza. Ese cabrón de Iván…  ¡Las había vendido a las dos!
– Ahora vamos a relajarnos un poco… – Dijo, sentándose en el sofá. Los demás le imitaron. – ¿Serás una buena chica y nos traerás unas cervezas? 
Miranda se acercó al frigorífico que había en esa misma sala, desnuda como estaba y con las manos esposados a la espalda. Le resultó algo complicado abrir la nevera pero, de espaldas y entre las risas de los tres negros, consiguió hacerlo. Coger las cervezas también fue difícil, pero lo hizo y se las acercó a los hombres. Cuando Roco cogió la última, le dió un sonoro azote, aumentando la humillación de la detective. 
La dejaron allí, de pie, mientras ellos disfrutaban de sus bebidas y discutían sobre sus planes. Miranda escuchaba con atención, confirmando muchas de las sospechas que tenía de la banda, pensando que cuando saliese de allí, podría usar esa información para meterles en la cárcel. 
Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando se dió cuenta de que los tres hombres se habían callado y estaban observándola. 
– Qué descuidados somos… – Comentó el Oso. – No hemos ofrecido nada a nuestra invitada… 
Mientras decía eso, comenzó a bajarse la bragueta. Miranda estaba horrorizada, había pasado por su cabeza que iban a abusar de ella, pero aún sabiéndolo, ese momento de comenzar era horrible. 
La detective se acercó, sabiendo que si no lo hacía irían a por Erika. Se arrodilló ante aquel bestia y se quedó mirando, indecisa. El Oso, agarró su polla, sacudiendola erecta ante la cara de la mujer. De un tirón, arrancó la cinta americana de la boca de Miranda, sacandole las bragas que continuaban allí. 
– ¿Sabéis? Siempre me dió morbo que me la chupase una agente de la ley… – Susurro compañeros se rieron. – Pero… También me gustaría saber como se desenvuelve una modelo… Esas zorras la tienen que tragar de miedo… 
Miranda captó la indirecta. Agachó la cabeza en dirección a la polla del jefe y se tragó la mitad de golpe. 
– Eso está mejor… ¿Ves como si cooperas nos lo pasaremos bien? 
La mujer temblaba de odio. Tenía ganas de morderle la polla y arrancarsela… Pero sabía que no podía… 
Aquel cabrón le dirigía la cabeza con sus manos, la obligaba a tragarse todo lo que podía y la mantenía varios segundos así, impidiéndole respirar. Cada vez que podía, Miranda cogía una bocanada de aire, preparándose para la siguiente embestida. 
Estuvo varios minutos así, limpiando el rabo del Oso, cuando los otros dos debieron sentir envidia, así que se levantaron y, dejando al aire sus herramientas se colocaron a los lados de la mujer. 
Iban turnándose y, uno tras otro perforaban con sus pollas la boca de Miranda. A la mujer empezaba a dolerle la mandíbula, semejantes herramientas eran grandes de por sí, pero si además se añade el “delicado” tratamiento que la estaban proporcionando… 
– ¿Te esta gustando la fiesta? – Preguntó el Oso. – Espero que sea de tu agrado. Ahora, después de los aperitivos, vamos a pasar a jugar a un juego. Se llama “Revienta el coño de la detective”. 
Miranda abrió los ojos de pánico, aquellos monstruos la iban a fallar entre todos y ella no podía hacer nada. 
– Vamos a hacerlo algo más divertido. No es de buena invitada dejar que nosotros hagamos todo el trabajo, ¿Verdad? ¿Por qué no te subes aquí y me demuestras que tal lo haces? 
El Oso se colocó en su sitio, preparándose para ser fallado. 
– Sois unos cerdos… – Masculló Miranda. 
– No tienes por qué hacerlo… Ya habrá otras que nos sepan satisfacer, ¿Verdad chicos? 
Los secuaces asistieron, riéndole la gracia a su jefe. 
– Así que dímelo y, si no quieres cooperar te quitamos las esposas y te vas a tu casa. ¿Qué dirá tu hermana cuando le digamos que todo lo que le va a pasar es por que tu no quisiste jugar un rato? 
Miranda se echó a llorar. Se levantó como pudo y se sentó a horcajadas encima de la polla de aquel hombre. Se la intentó meter despacito, pero el Piernas le hizo separó las piernas, obligandola a empalarse en aquel enorme falo. Miranda pegó un grito de dolor. 
Le dejaron unos segundos de aclimatación, luego el Oso comenzó a exigirle que se moviera. 
Era doloroso, ese hombre tenía una polla enorme y ella estaba completamente seca. 
– ¡Eso es zorra!  ¡Follame! Seguro que pensabas tenernos a nosotros esposados a estas alturas…  Y ha sido justo al revés. ¿Te gusta mi polla? 
Miranda callaba, humillada. 
– ¡Te he hecho una pregunta! – El hombre retorció los pezones de la mujer. 
– ¡Ahhhh! – Se quejó ella. – ¡Sí! M-Me encanta tu polla
– Sabía que te acabaría gustando… A todas las zorras les gusta que las follen bien. Y tu vas a salir harta de polla ja ja ja. 
Comenzó a darle azotes en el culo, obligandola a aumentar el ritmo. Poco a poco, la penetracion fue cambiando las sensaciones que producía en Miranda, comenzando a aparecer algo de placer, para mayor humillación de la detective. 
– Jefe, ¿No nos va a dejar un poco para nosotros? – Preguntó el Piernas. 
– Qué impacientes, aquí hay zorra para rato, ¿Verdad? Venga díselo, diles que no se preocupen, que estás deseando que te follen ellos también.
– Cla-Claro, estoy deseando que me folleis – Susurró Miranda. 
– ¿Esa es manera de pedirlo? Vamos, puedes hacerlo mejor, tienes que hacer que deseen usarte como la puta que eres. 
Miranda agachó la cabeza y se aguantó el llanto. 
– Necesito vuestras pollas… Quiero que me folleis como la puta que soy. – Mientras decía eso acompañaba las palabras con botes sobre la polla del Oso. – Vamos, ¡hacedme feliz y folladme! 
– Mira esta zorra, si parece que nos lo pide de verdad y todo. – Roco se situó tras ella. – Entonces habrá que complacerte. 
– ¿QUÉEEE? No, ¡Eso NO! – Gritó la mujer cuando se dió cuenta de las intenciones de aquel hombre.
De nada le sirvió. El Oso la agarró con todas sus fuerzas y, apretandola contra él, la separó las nalgas. Miranda notó como la polla de aquel hombre rozaba su ojete, apuntando, y después comenzó a sentir la presión que aquel animal ejercía. Un dolor indescriptible la asaltó, parecía que la iban a partir en dos. 
– ¡Ahhhh! Para cabrón, ¡Me vas a romper! 
Pero el negro no paró. Siguió empujando hasta que tuvo la polla metida hasta el fondo. 
Miranda se sentía llena, tenía dos pollas dentro de ella, dos pollas enormes. Le dolía el cuerpo, se sentía humillada, pero ya no le quedaban fuerzas para luchar… Sabía que debía hacer eso por su hermana, pero hasta entonces  había tenido la esperanza de encontrar un resquicio para escapar de aquello… Pero ya no, sólo le quedaba rendirse y dejarse hacer por aquellos bestias.
Los negros comenzaron a moverse, lentamente primero y aumentando el ritmo después. Intentaban acompasarse para no molestarse entre ellos. 
A su pesar y al del dolor de su culo, Miranda comenzaba a humedecerse, hecho que no pasaba desapercibido al jefe de la banda.
– ¡Creo que a esta zorra le gusta de verdad! ¡La muy puta se está poniendo cachonda!
– No os la quedéis toda para vosotros cabrones. – Dijo el Piernas.
– Tienes razón, hay que compartir. – Dijo el Oso. – Vamos zorra, acercate de rodillas y compénsale por la espera.
Roco sacó la polla del culo de la mujer, dejando a su salida un agujero abierto y enrojecido. Eso supuso un alivio para Miranda, que se levantó con esfuerzo de la polla del jefe.
Se arrodilló y avanzó como pudo hasta el Piernas, tropezándose varias veces por el camino. Una vez llegó, no tuvo que hacer mucho más, el hombre la agarró de la cabeza y se encargó de indicarle lo que tenía que hacer.
Primero, la tuvo un rato lamiendole los huevos, después la obligó a chupar, pero no duró mucho tiempo. En cuanto tuvo la polla de nuevo empinada la empujó al suelo, de rodillas y comenzó a follarle desde atrás.
El hombre no tenía ningún miramiento, le metía la polla hasta el fondo una y otra vez.
– Mira el Piernas, ¡Si que la tenía ganas! – Comentaban sus compañeros.
Roco se colocó ante ella y el piernas la levantó, tirando de su pelo. La tuvo en volandas hasta que su compañero se colocó y se encargó el de sujetarla la cabeza.
Miranda parecía un juguete roto, no luchaba, no se quejaba, ni siquiera cuando el Piernas cambió de objetivo y le metió la polla por el culo se quejó, por lo menos él la tenía lubricada de su coño…
Los huevos del hombre chocaban contra su coño, en una rítmica percusión. Roco no le dejaba ni siquiera tragar saliva, la furia con la que se la metía en la boca se lo impedía.
– ¡Vamos putita! – Gritó Roco. – ¡Espero que tengas hambre por que viene tu merienda!. 
Instantes después una riada de semen llenó la boca de Miranda, haciéndola toser. El negro no le sacó la polla de la boca, así que tuvo que tragarse la mayor parte, el resto cayó al suelo, justo en el lugar en el que Roco dejó su cara una vez acabó con la mamada.
El Piernas tampoco tardó mucho en correrse. Llenó el culo de la detective de leche, produciendola una sensación bastante extraña… Por un lado, nunca había notado lo que era que se le corriesen en el recto y, a pesar del dolor de la enculada, era una sensación agradable. El caliente líquido la calmaba y hacía de lubricante para la polla del hombre.
La dejaron allí unos segundos, a cuatro patas, con el culo abierto chorreando leche, y con la cara apoyada en los restos de la corrida de Roco.
El Oso, se levantó y avanzó hacia ella, cogió la llave de las esposas y liberó a la mujer.
– Espero que lo hayas pasado bien con nosotros esta tarde. – Continuó, Miranda le miró con odio. 
La mujer pensó que todo eso había acabado, pero la mirada del hombre le indicó lo contrario.
– ¿Lo has pasado bien o no? Venga, no me hagas obligarte a hablar, que parece que estas aquí en contra de tu voluntad.
– L-Lo he pasado genial…
– ¿Cómo?
Miranda sabía lo que querían oir, y también sabía por qué aquél hombre no la dejaba marchar…
– Me ha encantado que me folléis, sois unos sementales… Son las mejores pollas que he probado en mi vida y una guarra como yo ha probado muchas…
– Eso está mejor, pero no me mires con esa cara, que parece que me estás mintiendo.
Miranda hizo un último esfuerzo, cerró los ojos, tomó aire y, cuando los volvió a abrir intentó comportarse como la zorra que querían ver.
– Mmmmm – Dijo, mientras recogía con sus dedos la corrida que tenía en la cara. – Ha sido la mejor tarde de mi vida, nunca me habían follado así… Me ha encantado sentir como vuestras pollas me follaban el culo… Y vuestro semen… Necesito más…
Miranda se acercó gateando al jefe, sabía que hasta que él no acabase no la dejarían marchar, así que actuó de la forma más lasciva posible.
Agarró la polla del hombre y la llevó a su boca pero, al igual que el Piernas, no era eso lo que buscaba.
La levantó y la obligó a apoyar sus tetas sobre la mesa, colocándola en un angulo de 90º, con su culo expuesto.
– Vamos pequeña, muestrame lo que quiero ver…
Miranda se separó las nalgas, enseñándole su antaño cerrado agujero.
El Oso no necesitó mucho más, se abalanzó sobre la rubia y la penetró de golpe. La agarraba del pelo para atraerla hacia su polla con cada embestida y sus compañeros le jaleaban divertidos.
La mujer ya tenía el ojete abierto de las anteriores enculadas, y la corrida del Piernas hacía que estuviera más lubricada, así que la follada no fué tan dolorosa, diría incluso que tuvo un puntito de placentera. La idea de que sería la última que tuviese que aguantar antes de que la dejasen ir motivaba esa sensación.
El hombre decidió no correrse en su culo y, justo antes de acabar, obligó a la mujer a ponerse de rodillas y descargó toda su corrida en su cara y sus tetas, dejándola allí, arrodillada y llena de leche.
El hombre fué con sus compañeros y comenzó a hablar con ellos.
Miranda, contenta de que todo hubiese acabado ya, se levantó y fue a coger su ropa.
– ¿Qué crees que estás haciendo? – Le preguntó el Oso.
– No creeréis que voy a irme desnuda.
– ¿Irte? ¿A dónde crees que vas a irte?
Una sombra de miedo cruzó la cara de Miranda.
– Creo que no has entendido que a partir de ahora vas a ser nuestra putita… Tu no vas a ningún lado.
Miranda intentó correr, pero una vez más, el Piernas la placó.
La llevaron a rastras a una habitación de la planta superior, en la que la encadenaron a la cama, desnuda.
 
La vida de Miranda cambió por completo desde ese funesto día. La obligaban a ir por la casa encadenada por los tobillos y los brazos, lo que limitaba sus movimientos. Su única vestimenta eran unos tacones y un delantal minúsculo y, cuando no estaban usando su boca, llevaba colocado un ball gag que la impedía hablar. 
La obligaban a ser su sirvienta cuando no querían follarla. Era usada varias veces al día, por uno o varios de los integrantes de la banda. Ni siquiera se molestaban en limpiarla… No tenía mucho tiempo de descanso, pero en ese caso lo pasaba atada a la cama de aquella habitación, esperando a que los cabrones que la tenían secuestrada quisiesen volver a violarla. 
Y así, atada y recién follada, es como la encontró su hermana.
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