Esa tarde, entre mi tía y yo dimos buena cuenta de Belén. Nuestra recién estrenada amante se comportó como una hembra ansiosa de sexo y no paro de exigirnos más hasta que tuvo sus dos agujeros casi descarnados. No sé la cantidad de veces que o bien Elena, bien yo o bien los dos juntos hicimos uso de ellos. Ya era bien entrada la tarde cuando viendo lo agotada que estaba, decidimos volver a casa.

―¿Os tenéis que ir?― preguntó mi exnovia al ver que recogíamos nuestras cosas.

Fue entonces cuando mi tía acercándose a ella y tras darle un beso tierno en la boca, dijo en su oído:

―Descansa ahora pero mañana te quiero ver en nuestro chalet. Los tres tenemos mucho que aprender y disfrutar.

La muchacha sonrió al escuchar de sus labios que quería prolongar ese trío durante el resto del verano y levantándose de la cama, nos acompañó hasta la puerta. Al salir, Elena me lanzó las llaves y a carcajada limpia me soltó:

―Tenemos que ir de compras.

Al mostrarle mi extrañeza por ese súbito deseo consumista, la hermana de mi madre, pasando su mano por mi entrepierna, contestó:

―Quiero darle una sorpresa a esa putita.

Por su tono supe que estaba pensando en una maldad y al interrogarle por sus motivos, me explicó que tenía muchas fantasías que cumplir y que Belén iba a ser nuestra conejilla de laboratorio. No tuve que ser un genio para comprender que deseaba usar a la morena de todas las maneras posibles y que si jugaba bien mis cartas, ese mes de agosto pasaría a la eternidad. Por ello, únicamente pregunté donde quería que la llevara:

―A un sex―shop ― respondió entre risas….

Tal y como se había comprometido, a la mañana siguiente Belén apareció por mi casa. Curiosamente, al abrirle la puerta, descubrí que estaba nerviosa y avergonzada. Al tratar de encontrar un motivo a esa actitud, comprendí que no habíamos tenido ocasión de hablar de lo que había pasado el día anterior y de cómo se había entregado a los dos en plan putón.

«No sabe cómo actuar después de lo de ayer», pensé, «tiene ganas de seguir pero no se atreve a plantearlo».

Dando tiempo al tiempo, la hice pasar a la cocina donde Elena estaba todavía desayunando. Mi tía nada más verla, la llamó a su lado y forzándole la boca con su lengua, le dio la bienvenida. La cría al sentir ese beso posesivo, se derritió como un azucarillo y casi llorando, le reconoció que tenía miedo que lo ocurrido hubiese sido un sueño y que no se volviese a repetir.

―Cariño, por eso no te preocupes― dijo mientras acariciaba los pechos de la recién llegada― en estas vacaciones, te vas a hartar de comer su polla y mi coño.

El gemido que surgió de su garganta fue una muestra clara que aceptaba el papel que le estaba encomendando y al saberse dueña de los destinos de la muchacha, la cuarentona forzó su entrega diciendo:

―¿Te parece que hoy juguemos un rato fuera de casa?

Al no saber que se proponía, Belén bajó la cabeza y sin mirarla a los ojos, muerta de miedo, respondió:

―Haré lo que me mandes.

Su respuesta, satisfizo a mi tía que cogiéndola del brazo se la llevó a la planta superior mientras yo daba buena cuenta del segundo café de la mañana. Sabiendo el jueguecito que tenía planeado, no me importó quedarme plantado en la cocina mientras ella preparaba a mi ex para lo que iba a acontecer. La media hora que tardaron en bajar y el rubor en sus mejillas me hicieron sospechar que Elena había aprovechado para darse un revolcón con Belén entre tanto.

―¿Listas?― pregunté haciéndome el despistado.

Mi tía supo que la había descubierto y pegando su cuerpo al mío, me pasó unos mandos mientras me decía:

―¿Te gustaría ver cómo funcionan?― tras lo cual, se puso al lado de la morena y levantando las dos faldas, prosiguió diciendo:―No ha sido fácil esconder los dos vibradores en nuestras bragas.

Descojonado, me acerqué a comprobar que ambas tenían incrustados sendos aparatos en el coño pero entonces obligando a que Belén se diera la vuelta, abrió sus nalgas y me enseñó que también le había colocado uno dentro del culo.

―¡Lleváis cada una dos!― sorprendido exclamé.

Muerta de risa, la hermana de mi madre contestó:

―Es hora que los pruebes.

Francamente interesado, sin saber cuál era, agarré el primer mando y tanteando los botones, encendí el que mi tía tenía inmerso en el ojete. El gemido de Elena me hizo saber que era el suyo y poniéndolo a plena potencia, probé el siguiente. Mi ex al sentir que su chocho y su culito se ponían a vibrar a la vez, aulló calladamente mientras se relamía sus labios con la lengua. Durante cerca de un minuto, jugueteé subiendo y bajando la fuerza de los aparatos hasta que la cuarentona con la respiración entrecortada, me pidió que los apagara:

―Si sigues así, ¡no esperaré a que nos lleves fuera de casa!

Comprendiendo que quería cumplir una de sus fantasías, accedí y silencié los suyos, dejando los de Belén funcionando aunque a un ritmo más bajo. Todavía no habíamos llegado al coche cuando percibí de reojo que mi ex estaba empezando a sufrir las consecuencias de esa estimulación dual:

«Está tan cachonda que hasta le cuesta caminar», pensé mientras incrementaba a propósito la velocidad del vibrador de su culo. La morena al experimentarlo, se tuvo que agarrar a la puerta para no caer. El orgasmo que sacudía su cuerpo era tal que tanto mi tía como yo pudimos observar cómo se estremecía y cómo partiendo de sus braguitas, brotaba un riachuelo que manchaba con flujo sus muslos.

―No seas capullo, déjala descansar― me advirtió sonriendo mi tía al ver la tortura a la que tenía sometida a la muchacha.

Sabiendo que tenía razón y antes de apagar los instrumentos, los puse a toda potencia durante unos segundos. El chillido de Belén nos hizo reír y abriendo la puerta del coche, susurré en su oído:

―¿Te ha gustado putita?

Antes de responder, cogió mi mano y la restregó contra su encharcado sexo y mordiéndose los labios, me contestó:

―Me has puesto como una moto. Te aseguro que me vengaré.

Por el tono, más que amenaza, era una promesa y por ello, mi pene reaccionó irguiéndose bajo mi pantalón deseando que hiciera efectivas sus palabras, me instalé en el asiento del conductor. Elena nada más ajustarse el cinturón de seguridad, me pidió que las llevara hacía el centro. Al preguntarle si quería algún sitio en especial, muerta de risa, me confesó:

―Llévanos a uno con mucha gente y a poder ser seria.

Su deseo no era sencillo de cumplir en una ciudad turística pero justo cuando ya me daba por vencido, recordé que había leído un cartel donde se anunciaban unas conferencias sobre historia. Imaginando que podría manipular la excitación de ese par en una sala casi en silencio donde no podrían mostrar los signos de su calentura, decidí dirigirme hacía allá. Al preguntar mi tía donde íbamos, me reí sin aclararle nada. En cuanto aparqué frente a la casa de la cultura, descojonada musitó entre dientes:

―Eres un pervertido. Aquí no podremos gritar.

Sus risas me confirmaron que le gustaba mi elección y por eso cogiéndolas de la cintura, entramos en ese local. La sala estaba casi repleta de público y por eso creí que no íbamos a poder sentarnos juntos cuando desde una esquina escuché que llamaban a Belén.

―¡Mis padres!― nos informó avergonzada.

Nos estábamos acercando a saludar al matrimonio cuando decidí aprovechar la circunstancia para putear a las mujeres y encendiendo los vibradores, les di un par de toques en el coño para que supieran cuales iban a ser mis intenciones.

―Ahora no― suplicó mi ex temiendo que sus viejos se percataran que algo ocurría.

En cambio mi tía no dijo nada y eso que producto de los mismos, sus pezones estaban como piedras bajo su blusa. Para desgracia de ambas, la presencia de los padres de Belén lejos de hacerme parar, incrementó el morbo que sentía y aprovechando que Elena estaba saludando a Don Nicolás, puse a toda potencia tanto el vibrador de su chocho como el de su culo. Para su desgracia, mi tía no pudo evitar gemir calladamente al notar la vibración y para colmo, el tipo creyó que algo le dolía e interesándose por ella, preguntó si le dolía algo.

―Estoy un poco mareada― comentó queriendo pasar el mal trago.

Lo que no había previsto fue que el padre de Belén al ayudarla a sentarse, le mirara el escote dando un buen repaso al canalillo formado entre sus dos peras. El brillo de sus ojos del cincuentón lo delató y ese descubrimiento incrementó su calentura, encharcando sin remedio el tanga que llevaba puesto. La humedad de su coño era tanta que Elena temió que traspasara su falda y que al levantarse todo el mundo pensara que se había meado y por eso se quedó sentada mientras el resto seguíamos charlando de pie. Muerto de risa le ataqué su sexo con una serie de sensuales vibraciones que la hicieron palidecer aún más.

―¿Seguro que te sientes bien?― insistió Don Nicolás al ver que las piernas de mi tía temblaban sobre su asiento.

La mujer se sentía incapaz de dejar de moverse aunque lo intentaba y por eso le contestó que tenía un poco de frio por el aire acondicionado. El hombretón asintió y sin saber que era lo que le ocurría a Elena, caballerosamente le preguntó si quería salir de esa sala tan gélida.

«¡Si supiera que lo que tiene esa zorra es calor!», pensé y sin inmutarme, programé los dos aparatos para que empezaran a vibrar acompasadamente. Cuando uno paraba, el otro comenzaba de forma que en ningún momento mi tía se sentía liberada.

El incremento de mi ataque la hizo retorcerse y creyendo que al salir de la sala, iba a perder la frecuencia y que con eso se pararía la tortura a la que la tenía sometida, nos pidió perdón y levantándose salió del acto. Lo que ninguno de los tres esperábamos fue que Don Nicolás creyendo que realmente mi tía se sentía mal, decidiera acompañarla.

En ese momento, quise acompañarles pero el padre de Belén, me dijo:

―Quédate con tu novia, yo me ocupo.

Que se refiriera a su hija como mi novia, me dejó anclado en mi sitio ya que entre ella y yo ya no había nada más que sexo. Fue entonces cuando su esposa interviniendo, nos preguntó que cuando habíamos vuelto a salir. Estaba a punto de negar esa relación cuando escuché a la aludida decir:

―Llevamos casi un mes.

La sonrisa de su madre me informó que me veía con buenos ojos y no queriendo defraudarla, pasé mi mano por la cintura de su hija mientras accionaba el mando para que sufriera un ataque igual al que había lanzado sobre mi tía. Pero entonces y al contrario de lo que hizo mi familiar, esa zorrita pegando su cuerpo al mío, susurró en mi oído:

―Me encanta que seas tan malo.

Su ronroneo fue una declaración de guerra y aprovechando que el acto empezaba me senté entre ella y su madre para así poder actuar más libremente. La fortuna se alió conmigo cuando al poco de empezar a hablar, el conferenciante apagó las luces de la sala para que viéramos mejor las diapositivas de su charla. La exigua iluminación me dio ánimos para mientras ponía sus consoladores a plena potencia, posar mi mano sobre uno de sus muslos.

Doña Aurora, su madre, ajena al placer que estaba demoliendo las defensas de su hija, me estaba preguntando cuando llegaban mis viejos, justo en el instante que su retoño cogía mi mano y se la llevaba a su entrepierna.

―Este año dudo que vengan. Mi padre está a tope de trabajo― contesté al tiempo que con un dedo separaba la braga de Belén y me ponía a pajearla.

La guarrilla de mi ex al experimentar esa caricia, separó sus rodillas de par en par para facilitar mis maniobras mientras su progenitora charlaba animadamente con el que consideraba su yerno. El morbo de estar masturbando a su hija frente a esa señora me hizo hundir una yema en el interior de su vulva hasta tocar el aparato que llevaba incrustado. Al hacerlo decidí sacarlo y usando dos de mis dedos lo extraje de su interior para acto seguido empezar a usarlo como estoque con el que acuchillar su chocho.

Belén no pudo acallar un gemido cuando notó que la estaba follando con ese dildo pero reponiéndose al momento, siseó en mi oreja:

―Fóllame como tú sabes.

Aunque no me hacía falta su permiso, su entrega facilitó las cosas y al tiempo que contestaba una nueva pregunta de Doña Aurora, comencé a meter y a sacar ese falo de plástico de su coño. LA velocidad que imprimí a esa acción provocó el orgasmo de la morena que sin poderlo evitar se corrió calladamente mientras yo disimulaba mi erección con el folleto de la conferencia.

―Sabes hijo, me encanta que hayáis vuelto a salir― me confesó su madre: ―Últimamente, no me gustaban las compañías de Belén.

Esa confesión me interesó y dejando momentáneamente el sexo de la morena en paz, pregunté a su madre a qué se refería. La señora se dio cuenta que había sido imprudente y por eso tuve que insistir para que exteriorizara sus dudas:

―Las amigas de universidad de mi hija creo que son lesbianas.

Soltando una carcajada, reinicié mi ataque contra el coño de la aludida mientras calmaba a su madre diciendo:

―Le puedo asegurar que su hija no se comporta como tal conmigo.

Esa media verdad tranquilizó a la señora y digo media verdad porque no en vano la noche anterior había sido testigo de cómo Belén hundía su cara entre las piernas de mi tía. Para entonces la morena estaba nuevamente a punto de correrse y llevando mi mano hasta su pecho, di un duro pellizco en uno de sus pezones mientras oía como Doña Aurora me contestaba:

―No sabes cómo me alegra el oírte. No tengo nada contra esas niñas pero prefiero que salga contigo aunque seas un poco golfo.

Al escuchar esa frase me fijé que sin cortarse esa cuarentona estaba señalando el bulto de mi entrepierna y completamente colorado, intenté disculparme pero entonces esa cuarentona murmuro en mi oído:

―No te preocupes. Para mí es un alivio verte calentar a mi hija y que ella disfrute.

«¡Joder con la vieja!», exclamé mentalmente al saber que no había conseguido engañarla pero que en vez de enfadarse alentaba esa actuación. Mi ex novia que ya se había corrido al menos dos veces y que no sabía que su madre se había dado cuenta, llevó su mano hasta mi bragueta y sin cortarse un pelo, la bajó introduciendo su mano dentro de mi pantalón. Doña Aurora al observar que su retoño me empezaba a pajear, no dijo nada y retirando su mirada, se concentró en la charla aunque bajo su camisa, dos pequeños bultos la traicionaron mostrando su propia calentura.

Cortado y excitado por igual, estaba perplejo tanto por la actitud permisiva de esa señora como por la lujuria de su cría y sin poder hacer nada más que dejar que siguiera su curso, me acomodé en mi silla para disfrutar del modo en que la mano de Belén ordeñaba mi miembro. La morena imbuida por la lujuria que sentía, aceleró la velocidad con la que me pajeaba mientras al otro lado su vieja miraba de reojo sus maniobras. La sonrisa de sus labios al notar que me corría incrementó todavía más mi morbo y dejándome llevar alcancé un brutal orgasmo mientras el conferencista terminaba su exposición. Os juro que solo me dio tiempo de acomodarme la ropa antes que encendieran las luces.

Todavía caliente y avergonzado me tocó acompañar a esa señora fuera del local para encontrar a su marido y a mi tía hablando animadamente en una terraza. Don Nicolás al vernos salir, se acercó a su esposa y dando un beso en su mejilla, se disculpó diciendo que se había perdido la charla por la indisposición de Elena. Su señora estaba tan contenta de que su niña no fuera de la otra acera que no advirtió la mancha blanca que su marido lucía en sus pantalones. Mancha de semen que yo sí vi y aprovechando que mi ex novia estaba despidiéndose de ellos, me acerqué a mi tía y haciéndome el celoso, le pregunté:

―¿Te has tirado al padre de Belén?

La muy puta sonriendo, contestó:

―Dos veces.

Su desparpajo al reconocerlo, me hizo reír y aunque resulté extraño de creer, me alegré porque de esa forma la hermana pequeña de mi madre me acababa de demostrar que había conseguido borrar todos sus problemas con los hombres y haciéndole una confidencia, le conté lo ocurrido dentro del salón de actos y cómo Doña Aurora se había sentido encantada de que su hija estuviera con un hombre en vez de con una mujer.

Al terminar de contárselo, Elena soltó una carcajada y cogiéndome de la cintura me llevó hasta Belén. Ya con sus dos amantes bajo el brazo, nos preguntó:

―¿A dónde os apetece ir?

Ni que decir que los dos respondimos al unísono que a follar a casa.

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Ya en el chalet, Belén me asaltó y en connivencia con Elena, ni siquiera había cerrado la puerta cuando se lanzó sobre  mí. Sin esperar a que mi tía entrara,  izándola entre mis brazos, me quité los pantalones y de un solo empujón la penetré hasta el fondo.

La morena chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro y deseando ese castigo, apoyó sus manos en mis hombros para profundizar la penetración. Mi glande chocó contra la pared de su vagina al conseguir que la totalidad de mi miembro se hubiese acomodado en su interior. Casi sin lubricar,  su estrecho conducto presionó fuertemente mi verga al entrar y sin esperar a acostumbrarse, comenzó a empalarse una y otra vez, olvidado el dolor que le provocaba esa cruel penetración.

Las  lágrimas de sus ojos me hicieron saber que estaba desgarrándola y fue entonces cuando mi tía me pidió que esperara a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado. Pero Belén contrariando las órdenes de Elena me gritó como posesa que la tomara y que no tuviera piedad.

―Me tienes hirviendo― soltó mientras usaba mi sexo como ariete con el que demoler sus defensas.

Los gemidos y los aullidos de mi ex se incrementaron al ritmo con el que hoyaba su interior y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas.  Mi tía colaboró conmigo mamando de los pechos de la cría mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. No me podía creer lo caliente que se había puesto la muchacha y lo mojada que estaba. La enorme facilidad con la que mi pene salía y entraba de su sexo, me hizo saber pensar que no tardaría en correrse.

Deseando dar cabida a Elena, le pedí que se sentara en la mesa y dando la vuelta a Belén, puse su cara en contacto con el chocho de mi pariente. Mi ex al ver los pliegues de mi tía a escasos centímetros de sus labiós, sacó su lengua y empezó a recorrerlos mientras yo la volvía a penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Grandes y duros se movían al ritmo con el que me follaba a  la morena.

Elena aulló como una loba cuando sintió como los dientes de mi ex torturando su clítoris y totalmente fuera de si,  clavó las uñas en la espalda de la muchacha como  buscando aliviarse la calentura. Ese arañazo consiguió que se incrementara  la lujuria de nosotros dos y  mientras Belén chillaba como una loca,  cogí sus tetas como agarre y comencé a galopar desenfrenadamente sobre ella.

―Dale duro. ¡Que sienta que es nuestra!― pidió mi tía al verme.

Olvidando toda precaución, forcé su coño con mi pene hasta que mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo. Ella al sentir la forma en que eso la desgarraba aulló de dolor y de gozo. Sus lamentos me hicieron explotar y cuando rellené su cueva  con mi semen, ambas mujeres se unieron a mí, azotadas por el placer.

Agotado me desplomé sobre Belén sin sacársela y mi victima hizo lo propio sobre Elena mientras sufría los últimos estertores de su clímax.

Vamos a la cama― nos pidió la cuarentona en cuanto comprobó que nos habíamos recuperado un poco.

De la mano de ellas dos, fuimos  a mi  habitación donde comprobé que mi pariente no nos iba a dejar descansar porque nada más llegar, abrió un cajón y sacando un arnés, se dirigió a Belén diciendo:

―¿Cómo quieres que te follemos tus dos agujeros?…

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