Tenía una edad impublicable cuando fui por primera vez a Río.

Con el coche entrando en el balneario se podía apreciar el montón de bronceados cuerpos femeninos que relucían bajo el sol. La samba sonaba fuerte desde el equipo de sonido de algún automóvil estacionado más al fondo, e incluso se sentía aquel aire de fiesta que contagiaba.
Miré a todas esas mujeres y, yo y mis hormonas pensamos que esto podía ser el cielo. Giré mi vista hacia los ocupantes del coche con el que nos adentrábamos: padre, madre, hermana, prima y tía… y pensé… pensé que también podía ser el infierno.
A decir verdad prefería estar en casa, con amigos o incluso hasta frente al ordenador antes que estar con cualquiera de mis familiares. Una manga de chismosos hipócritas todos ellos. La única que podía salvarse de aquella generalización sería mi prima Mariola, una jovencita que tenía un gusto peculiar: su piercing en el nacimiento de su ceja izquierda, su muñequera con tachuelas y su cinturón igualmente adornado que sujetaba una faldita de vaquero, así lo confirmaban.
Desde luego la muchacha quedó encabronada al saber que sus vacaciones serían en una playa, pues según ella: “esto no es su estilo”. Durante el viaje se la pasó con los brazos cruzados, escuchando sus canciones, metida en su mundo, mirando la nada y sin dirigirle la palabra a nadie.
Llegado al hotel donde nos hospedaríamos, nos preparamos para salir todos rumbo a la playa. La única que se resistía a venir con nosotros era justamente Mariola, cuyo cuarto se encontraba pegado al mío.
Se escuchaban los gritos de la nena, que estaba peleándose con su madre y, como no podía ser de otra forma, me acerqué a la puerta ligeramente abierta para escuchar la discusión.
—Niña, ¡eres una acomplejada! –le recriminó su madre, blandeándole dos pedacitos de tela negra.
—¡Sal ahora de mi cuarto, me quedo aquí y punto!
—¿Crees que me he gastado un dineral para que te quedes aquí a ver la tele?
—¡Pero no pienso ponerme eso!
—Pero si te va a quedar bien… Hazme el favor y póntelo, vamos, que ya estoy vieja para pelear… Incluso estoy mal del corazón, mi niña.
—¿Mal de corazón? ¿Crees que eso va a convencerme?
—Presiento que voy a tener un ataque…
—Ya, ya… mira, mira, me lo voy a poner y verás…
La nena se estaba desvistiendo ante de su madre, y una leve sensación de culpa me invadió. No iba a fisgonear a mi prima.

Luego vi su trasero y la culpa desapareció completamente. Me cercioré que nadie estuviera atravesando el pasillo donde yo estaba y volví a mirar. A observar cómo se retiraba la falda en un movimiento grácil, como si fuera en cámara lenta. Contemplé cómo su remera negra de los Stones caía al suelo, cómo se retiraba la braguita, inclinándose como fémina delicada… Nunca creí que ella estaría así de buena, tanta ropa holgada de mierda rockera ocultaba un cuerpo bastante bonito.

Era de preciosa contextura física, piel morena y el cabello apenas pasando los hombros y cayendo sutilmente sobre su frente, tenía senos poco insinuantes, aunque la cintura fue lo que más me llamó la atención, bien proporcionada, de muslos poderosos y una fina mata de vellos que cubría su sexo.
Giró para recoger el bikini y vi su trasero con todo su esplendor… casi me desmayé, era un trasero Made in Brasil, maciza, morena y vaya que tenía por dónde agarrar.
Tuve la erección más dolorosa de mi vida hasta que su madre lentamente se dirigió hasta la puerta para cerrarla con un fuerte golpe que me trajo al mundo real. Ella no notó que afuera su sobrino se había iniciado de voyeur con su hija.
Apenas pude escuchar luego un “¡Niña, si te queda de lujo!”. No oí a Mariola recriminar a su madre, por lo que pensé que probablemente el bikini le había quedado de fábulas.
Y más tarde, ya en la bahía, no pude desviar mi vista de su cuerpo, sobretodo de aquel fenomenal trasero respingón que bamboleaba sabrosamente e incluso que parecía hacerlo al ritmo de la samba que sonaba al fondo, brillando gracias al sol que con toda fuerza calentaba a Río de Janeiro hasta insoportables cuarenta y seis grados.
Intenté encararla con frases como: “¡Déjate de joder, prima, pero qué buena estás!” al tiempo en que la tomaba de la manito para hacerla girar. Ella sonreía apenas y se resistía a girar, su “estilo” no era andar agradeciendo alabanzas, por lo visto.
Todos extendimos sendas toallas sobre la arena hacia la bahía. Me fijé en Mariola otra vez, por dios, realmente aquella tela negra, apenas un triangulito que tapaba su monte de venus me tenía enloquecido y lo mejor de todo es que aún tenía su muñequera de rockera y, junto con el piercing en la ceja, le daba un look que la destacaba sobre el montón de chicas que estaban pululando a mi alrededor.
 

Ella había traído su música en su móvil, se recostó sobre la toalla boca abajo y supongo que empezó a escuchar el rock de siempre.

Habíamos traído una conservadora, de la que nuestros respectivos padres y hermana, paulatinamente retiraban para hacerse con alguna bebida. A Mariola, por su edad, no le dejaron agarrar una de las latas de bebidas alcohólicas y tuvo que conformarse con un estúpido helado – de los que vienen en paleta —.
Si me había quedado enamorado de su trasero, ni qué decir cuando vi cómo se metía la paleta en su boquita para succionar y aliviar el calor. Se me venía una erección al ver cómo el helado desaparecía de su boca y volvía reluciente de su saliva, con su lengua intentando peleando para evitar que las gotitas se escaparan. Algunos hilos colgaban de sus labios y se los recogía rápidamente.
No pude más, me levante y fui junto a ella para invitarla a pasear por la cala sólo nosotros dos, apartados de tanto familiar. Me regaló una media sonrisa, tiró el helado y cogió un bronceador de no sé cuánto de factor solar, y con un gesto en los ojos pareció decirme “¿Por qué no?”.
Ya apartados del gentío me atreví a dejar de hablar de nimiedades para encararle temas que más me interesaban. Destacando, eso sí, mi vena poética.
—Mari, estás que te como.
—¡Sh! Deja eso, que somos familia – rio ella.
—Pero en serio, me tiraría hasta a mi hermana si estuviera así de buena como tú.
—¿Con tu hermana? Esto… ¡Eso ya roza lo bizarro!
—Bizarro dices, que ni se puede bromear contigo.
—Es que me invitas a pasear por la cala y terminas diciéndome que te tirarías a tu hermana. De broma nada… ¡bizarro!
—Pero qué exagerada. Y fíjate que, por tu pinta de chica rockera pensé que serías intratable.
—Eso es cliché, nene, no seré antisocial… pero tampoco santa –y me guiñó.
Le sonreí porque por fin creía que estas vacaciones no serían tan mierda como predecía. La tomé de la mano –inocentemente como no podía ser de otra forma– y fuimos hacia un conjunto de rocas que nos permitió aislarnos más del resto. Me lanzó su bronceador, se acostó sobre la arena, boca abajo y con toda la inocencia del mundo me pidió que se la pasara por la espalda… está de más decir que aquella fue una de las experiencias más gratificante de mis dieciséis.
Pasar mis manos por su cuerpo y restregar sutilmente las yemas de mis dedos por su trasero fue un auténtico regalo del cielo, mil y un días de suplicios los soportaría por unos segundos más con mis manos deslizándose con el santísimo bronceador por todo su cuerpo de ángel caído del cielo. Amén.
Hablamos desde música – no éramos tan distintos en ese aspecto después de todo —y hasta salieron a relucir algunas que otras aventuras picantes, en la que descubrí que Mariola no era tan santa como su madre suponía.
—¿¡Con otra chica!? ¿Y en tu colegio? – pregunté mientras por fin descansaba mis manos.
—¡Sh! ¿No quieres gritarlo más fuerte?
—No te creo, Mari. Eres un ángel inocente.
—Y tú eres bizarro – sonrió, dándose vuelta, quedándose boca arriba.
—Eres un ángel al que me comería de arriba para abajo –dije tomándole la mano, levantándola y amagando arrastrarla hacia al agua conmigo.
—Esto… ¿qué piensas hacer? ¿Al agua? No-no-no…
—¿Que qué? ¿Entrar al agua no es tu estilo o qué, Mari?
—Dije que no, que te mato, ¡suéltame!
—¡Venga! —la traje de un tirón y caímos ambos al agua, ella pegó sus brazos a mi espalda y con sus uñas la arañó con fuerza mientras lanzaba un chillido. Supongo que el agua fría la tomó por sorpresa. Nos levantamos juntos, ambos sonriendo y con nuestros cuerpos entrando hasta un poco más que la mitad del agua. Miré sus ojos miel y fue cuando sentí la imperiosa necesidad de besarla, sin trámites ni rodeos. Aparté un mechón rebelde y con fuerza pegué mis labios.
Al instante mi lengua se hizo lugar entre sus labios para recorrerla entera y sentir el salado del mar en nuestras bocas mientras mi mano por fin tocaba aquel trasero de los dioses.
Todo parecía de lo más romántico, pero la muchacha se apartó rápidamente de mí y me prendió una bofetada sonora que me hizo resbalar y caer completamente al agua, devolviéndome al mundo.
—¿¡Pero estás loco!?
—Mariola, por dios… –dije reponiéndome apenas— Creí que…
—¿Creíste qué? ¿Acaso no se puede pasarla bien con un chico sin que ande buscando más de lo mismo? ¡Baboso de mierda!
—Lo siento, pero es que… Dios, realmente no me salen las palabras.
—¡Soy tu prima! Como se entere tu madre.
—Eh, ¡perdón, perdón! ¿No puedes tenerlo callado? –soy así de hijo de puta— Es que no pude evitarlo, con lo buena que estás.
—Como vuelvas a repetir que estoy buena te vas a arrepentir –dijo saliendo del agua y retomando dirección hacia el lejano lugar donde “acampaban” nuestros padres. Sé que no era buen momento para mirar cómo su trasero se movía al irse, pero lo hice y quedé más antojado que nunca. Mi sexo, erecto bajo el agua, así me lo confirmaba.
 

El resto del día fue un auténtico infierno en la tierra. En el almuerzo, estando todos en la mesa, no podía dejar de echarle un vistazo fugaz. Si coincidían nuestras miradas, ella disimulaba y orbitaba sus ojos. La tarde fue peor, la muchacha hacía hasta lo imposible para evadirme. Quería disculparme y resarcirme, pero sobre todo quería evitar que se le antojara revelar a mis padres que la besé.

Y en los días siguientes no hubo ni siquiera saludos entre nosotros. No podía tranquilizarme, así que simplemente decidí despejarme la cabeza. ¿Y qué mejor manera que yendo a aquel paraíso terrenal de Río de Janeiro donde pululaban mujeres macizorras para todos los gustos?
Lastimosamente había dos barreras para mí que no me permitía ligar una sola mujer. El idioma que no lo manejaba tan bien… y el hecho de que yo distaba de ser aquellos top models que se paseaban tal Casablancas por la cala y arrancaban las miradas de todas las veraneantes.
Y así pasaron dos días más en lo que supuestamente era un paraíso terrenal pero que yo al menos lo vivía como un puro averno.
Aunque durante una noche los dioses se apiadaron de mí. Con el fin de destensarme de tanto encabronamiento, subí a la azotea del edificio donde nos hospedábamos. Hacia el borde del edificio vi a una joven fumándose un cigarro en la soledad… me acerqué más y me di cuenta que la joven no era sino Mariola… y que el cigarro no era sino un porro de marihuana. El olor que emanaba se enterró en mi memoria, era el mismo que el de aquella ocasión en la que yo y un par de compañeros compartimos por primera y última vez.
—¿Mariola?
—¿Q-qué? Esto… yo… mira… –balbuceaba conforme miraba alternativamente su cigarro y mi rostro sonriente.
—Ah, vaya, “como se entere tu madre” –le sonreí.
—Si le cuentas te mato, nene.
—No te creo, Mariola. Verás, ¿qué me impide no ir a decirle que estabas fumándote un porro? Sabes que es ilegal y que podría ocasionarnos problemas.
—Se lo dices y les cuento del beso que me diste en la playa, chico bizarro.
—Vaya –dije tocándome la barbilla– pues como que lo tuyo es mucho peor, ¿no? Bueno, mejor me bajo nuevamente.
—¿A dónde crees que vas?
—¿El porro te volvió sorda o qué? Dije que voy a-b-a-j-o.
—Odioso… ¡Espérate! Escucha… Haré lo que quieras pero ni se te ocurra abrir esa bocota.
—Anda, ¿lo que yo quiera? Pues, ¿qué decirte, prima? Tantas brasileras me han dejado caliente a más no poder. Juro que me corto las pelotas si no ligo esta noche.
—¿Estás oyendo lo que me pides? ¡Somos primos! Pide otra cosa.
—Déjame terminar. Primero no entiendo cómo es que hace unos días me habías dicho que te habías morreado con una amiga en el colegio y ahora me vienes diciendo que no harás guarrerías conmigo. Santa no eres –le guiñé.
— No voy a acostarme contigo ni en sueños.
— No quiero acostarme contigo, Mariola, ¿por qué piensas eso? Solo quiero una chupada para aliviarme de tanta calentura. Y quién mejor que tú para ello.
Pensé que se negaría rotundamente. Miró el cigarro que aún se encerraba entre sus dedos y murmuró algo así como “Podía haber sido peor.”
—Está bien –dijo ella— ven a mi cuarto esta noche.
—¿Y tu madre? ¿No compartes el cuarto con ella?
—Veo que la marihuana te ha afectado más bien a ti, nene. Recuerda que esta noche salen a bailar… a bailar esa música asquerosa que no sé cómo se llama. Hasta a tu hermanita le gusta y se irá con ellos.
—Ah, ¿la Samba? ¿No te gusta?
—Prefiero el rock –dijo ella llevando el porro en su boca y mirando nuevamente la ciudad— ¿Acaso no es obvio, primito?
. . . . .
—Pst… Aquí estoy… ¿Mariola? –dije lo más bajo posible, tocando levemente la puerta del cuarto.
—¿¡Pero por qué susurras!?
—Vaya, es que como que vamos a hacer algo obsceno…
—Pues deja de actuar como estúpido. No está nadie.
—Entonces… ¿Puedo pasar?
Ella volvió a orbitar los ojos, abriendo la puerta y sentándose en su cama, esperándome. Con el corazón reventando a latidos en mi garganta, me encaminé para sentarme a su lado. Volví a estacar mis ojos en los de Mariola, tan hermosos los de ella. Me acerqué lenta y pausadamente para besarla pero la muy cabrona volvió a estrellar su mano en mi mejilla.
—Diossss, ¿y ahora qué hice?
—Prometí una chupada a ese pitito anhelante que tienes ahí –dijo con una media sonrisa– y eso es todo lo que vas a obtener esta noche.
—Pedazo zorra mojigata…
—¿¡Qué dijiste!?
—Esto, nada, nada… pondré algo de música para aligerar el ambiente.
—Pon el disco de rock que traje, está en la cajita de la cómoda.
—¿Este disco? No sé, como que el rock no me pone, Mari. Necesito algo más ligero.
—Vamos, que te va a gustar –dijo levantándose y poniéndolo ella misma en el pequeño equipo de sonido. Le dio al play y sonó la música que marcó mis vacaciones en aquel paraíso brasileño, la canción de los Soda Stereo se hincó en mi alma:
“Ella durmió, al calor de las masas / Y yo desperté, queriendo soñarla.”
 
Lenta se acercó a mí, no se quitó su camisilla pero estaba con un pantaloncillo blanco que le marcaban aquel trasero de mis amores. Cuando se arrodilló y se inclinó hacia mí, el contorno de sus nalgas quedó perfectamente dibujado tras las telas de su mencionado pantaloncillo. Cómo me puso, mis manos querían magrearlo, mi mejilla adolorida quería evitarlo.
Bajó mi jean y ropa interior hasta la mitad de mis muslos y contempló con su mirada mi sexo casi erecto. Lo tomó con su mano izquierda –la que tenía la muñequera con tachuelas– y empezó a subir y bajar por mi sexo a lento ritmo mientras sus ojos miel escrutaban mi mirada.
—¿Y qué pasó con la muchacha con quien estabas de novio? –Preguntó ella–, ¿acaso piensas en ella ahora mismo o en mí?
—Mbufff.
—¿Te gusta lo que te hago, eh?
—Joder, de la puta madre…
Imprevistamente paró la felación y me susurró: —Chico bizarro, aún no puedo creer que te excites mientras tu prima te la pajea. Pues nada, te voy a dar una sorpresa –e instantáneamente volvió a su tarea. Bajé mi vista y vi el preciso instante en que ella abría levemente su boca para devorar lo mío.
“De aquel amor/ De Música Ligera/ Nada nos libra/ Nada más queda.”
Cuando sentí el contacto de su tibia boca que recorría con lentitud el largor de mi sexo sentí que iba a estallar. El helado… recordé cómo se había chupado el helado días atrás. Mi sexo desaparecía lentamente de su boca como aquel helado y volvía a mi vista repleto de los jugos de la boquita de mi prima, haciendo largos hilos de saliva y líquido preseminal entre sus labios.
Su lengua empezó a jugar con la punta y fue cuando lo sentí, sentí su sorpresa. Mariola tenía injertado en la lengua un piercing en la lengua que me hizo volar en las nubes cuando el tibio metal recorría la punta del glande.
Con mis manos sujeté su cabeza para que aumentara la profundidad de su chupada y la fuerza de su lengua. En el preciso instante en que mi aparato tocó las profundidades, ahí en su garganta, ella lanzó unos sonidos de arcadas que al instante se ahogaron cuando deposité toda mi excitación en su boca.
Mariola hizo un leve forcejeo, lanzó un mascullo y se apartó de mí, saliendo apresurada de la habitación para ir al baño, seguramente para escupir todo el semen que cayó en su boca. Ya no me importaba, caí de espaldas sobre la cama y creí que estaba en el Edén.
“No le enviaré cenizas de rosas / Ni pienso evitar un roce secreto.”
Minutos después ella regresó para reprenderme, pues según Mariola, largarme en su boca “No estaba en el contrato”. Me reí de ella y le susurré un cariñoso “Te jodes”. Aunque antes de retirarme de su habitación le dije que se tranquilizara, que lo sucedido en la terraza no lo sabría nadie.
A la mañana siguiente noté que ella ya no parecía estar tan encabronada conmigo. Cuando la familia completa nos dirigíamos nuevamente hacia la playa, ya no esquivaba mi mirada como antes.
Más tarde se acercó para hablar conmigo. No habló sobre la noche anterior, sino sobre las vacaciones aquí, que no parecían ser tan malas como había pensado. Que la clave era evitar a nuestros familiares, que solo hablaban de la noche que pasaron en el bailable y demás temas que a ella no le interesaban mucho.
Cuando todos extendieron sus toallas y se hacían de algunas bebidas, Mariola se acercó a mí para susurrarme que quería ir nuevamente a aquella cala apartada donde habíamos ido la primera mañana. Sí, el mismo lugar donde me dio una cruenta bofetada tras mi infructuoso beso. Acepté como todo perro faldero, por cierto.
Fuimos al lugar y nos sentamos con los pies tocando el agua. Pensé que charlaríamos sobre la noche anterior –que aún la tenía hirviendo en mi memoria– pero Mariola entró al agua y me invitó a seguirla. La miré con extrañeza, ya no parecía ser la chica cabrona de hacía días, pero no iba a negar su invitación.
Nuevamente quedamos con nuestros cuerpos sumidos al agua hasta la mitad. Se acercó a mí, mordiéndose el labio inferior y recogiendo el mechón que rebelde se resbalaba por su frente:
—Lo de anoche me ha gustado. ¡Pero no creas que me agrada esta situación entre parientes! Sigo pensando que es bizarro. Pero… como que tuvo mucho morbo, ¿no crees?
—Lo creo –afirmé rotundamente– y qué ganas te tengo, Mari.
—Calla –dijo poniendo un dedo entre mis labios— ¿Quieres que te haga lo mismo que anoche?
 

Nunca en mi vida estuve tan seguro de algo. Afirmé rotundamente.

—Ah, bueno, pero hoy quiero que me… devuelvas el favor. ¿Entiendes?
—Te entiendo –mentí—. ¿Nos vamos?
—¿Ir dónde? Fíjate que no hay nadie mirando, podríamos ir hacia esas rocas…
—Ah, ya veo Mari, tiene más morbo así, ¿no?
—Veo que el olor del porro de ayer ya no te está afectando – dijo irónica mientras se inclinaba para besarme. Y le correspondí, vaya que sí, toda la calentura acumulada en estos días de vacaciones se descargaron en aquel beso con lengua de lo más morboso, mis manos bajaron y por fin volvieron a reencontrarse con aquel pedazo de trasero. Pegué mi cuerpo contra el suyo y mi erección bajo el agua se hacía evidentemente palpable, pues se restregaba contra su vientre. Ella soltó un leve suspiro cuando sintió mi sexo y, mordiéndome sorpresivamente el cuello, bajó su mano para buscar lo mío y magrearlo. Yo sólo llevaba una ligera playera que poco impidió para que su mano llegara a tocarme con fuerza, posesiva, tan animal.
Me susurró que quería ir ya tras las rocas, donde nadie nos viera, así que tomé de su mano y salimos de las aguas para dirigirnos allí. Mariola se tumbó sobre la arena blanca y con el potente sol iluminando su cuerpo moreno, boca arriba –ya desnuda—. Me acosté sobre ella, con mis manos apoyándose en el suelo y lentamente fui bajando a besos, desde sus labios, sus senos, ombligo y por fin hasta su entrepierna donde una fina mata de pelos ocultaba sus labios.
Enterré mi lengua entre sus pliegues secretos y le arranqué un suspiro. Su sabor era extraño, el salado del mar se mezclaba con sus jugos y el olor de su entrepierna era indescriptible, un perfume como de rosas veraniegas.
—Sigue, sigue maldito… –susurraba ella ahogadamente, enroscando sus dedos entre mi pelo e impulsándome más y más hacia ella. Me aparté un momento, contemplando su rostro vicioso.
—Vaya Mari, tremenda guarra estás hecha.
—Deja de hablar cabronazo y sigue comiéndome… –ordenó roñosa, impulsando su cadera hacia adelante, queriéndome más y más dentro de ella. A los cinco minutos se acabó en mi boca. El cielo cayó sobre mí cuando sentí sus jugos rezumar entre mis labios. La samba sonaba apenas de fondo como testigo de nuestro acto, pero definitivamente no era lo mismo que la música que ella prefería. No, no era lo mismo comerle la entrepierna salada del mar con samba de fondo que con el rock. Cosas mías, supongo.
Más tarde volvimos al hotel –dejando a nuestras familias en la playa– para continuar nuestra locura en la cama de su habitación. ¿Y qué más queda por decir? Aún faltaba un par de días para que nuestras vacaciones terminaran y nos separásemos, pero lo íbamos a disfrutar como si el puto mundo se acabara. La miré arrodillarse nuevamente frente a mí mientras tomaba de mi sexo con su mano y, al sonreírme con su carita de vicio, noté brillando apenas aquel piercing de su lengua que tan loco me había vuelto la noche anterior.
Mi sexo desaparecía en su boca como aquel helado y su trasero relucía cuando se inclinaba para chupármela. Se me escapó un “qué culito más dulce tienes… dan unas ganas.”
Ella detuvo su felación para mirarme con descaro, orbitando sus ojos, como diciendo “¿Por qué no?”. De fondo empezaba a sonar la misma música siempre, el mismo rock de toda la vida.
Playa, sexo, vicio y rock en las tierras de la samba. Apenas comenzaba, ¿qué más pedir? Gracias… totales.
“De aquel amor / De Música Ligera / Nada nos libra / Nada nos queda”
 
 
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com
 

 

3 comentarios en “Relato erótico: De Música Ligera (POR VIERI32)”

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