
Tenía una edad impublicable cuando fui por primera vez a Río. Con el coche entrando en el balneario se podía apreciar el montón de bronceados cuerpos femeninos que relucían bajo el sol. La samba sonaba fuerte desde el equipo de sonido de algún automóvil estacionado más al fondo, e incluso se sentía aquel aire de fiesta que contagiaba. Miré a todas esas mujeres y, yo y mis hormonas pensamos que esto podía ser el cielo. Giré mi vista hacia los ocupantes del coche con el que nos adentrábamos: padre, madre, hermana, prima y tía… y pensé… pensé que también […]