13
Tras horas sin ver a mi novia, pregunté a Xiu por ella y la chinita, muerta de risa, contestó que debía seguir jugando con su putita. He de reconocer que no me extrañó su respuesta, pero aun así decidí volver a la habitación donde las había dejado a comprobar que hacían y si era verdad que Irene seguía dando rienda suelta a su papel de dominante.
Supe que era así al descubrir a la rubia sirviendo de almohada mientras mi compañera veía la tele desde la cama:
― ¿Vas a quedarte todo el día aquí?― un tanto molesto, pregunté.
Sin levantar su cabeza de la espalda desnuda de Mercedes, Irene sonrió y llamándome a su lado, me pidió que le prestara a mi sumisa.
― ¿No has tenido suficiente con la tuya?― respondí mientras me apoderaba de uno de sus pechos.
Al sentir mis dedos recorriendo su areola, suspiró totalmente excitada:
― No sé que me ocurre. No consigo dejar de pensar en usarlas y en follar con ellas. Siento que su obligación es satisfacerme sexualmente.
Jugando con su pezón, me puse a pensar en lo mucho que había cambiado Irene y sin darme cuenta le regalé un breve pero duro pellizco. Su reacción me dejó completamente anonadado y es que, pegando un aullido, me rogó que continuara.
― Por favor, me ha encantado― poniendo el otro seno a mi disposición, suplicó.
Tardé unos segundos en comprender que me estaba pidiendo y solo caí que me deseaba sentir mis yemas torturando sus tetas cuando desde la puerta Xiu me preguntó si me ayudaba.
― Tú misma― respondí.
La chinita no se hizo de rogar. Acercándose a la cama, llevó sus manos a los pechos de Irene y sin preguntar a su dueña, les regaló unas caricias tan dolorosas como deseadas. La expresión de gozo que leí en Irene fue lo suficientemente elocuente para comprender el placer que estaba sintiendo, pero realmente lo que me dejó impactado fue descubrir el caudal del torrente que brotando de su coño discurría por sus piernas.
«Joder, ¿qué le pasa?», musité para mí al comprobar que lejos de intentar zafarse del castigo, la morena miraba embobada a su agresora mientras ésta metía uno de sus dedos en el interior de su coño.
Por un momento pensé que Irene reaccionaría a esa invasión con violencia, pero no fue así. Para mi sorpresa, me miró diciendo:
― Dile a tu puta que siga.
No tuve que pedírselo porque para entonces la oriental había decidido forzar aun más el coño de la morena añadiendo un segundo dedo. Los músculos de Irene se contrajeron al experimentar esa renovada invasión mientras Xiu se dedicaba a torturarla con movimientos circulares.
Desde mi posición observé que la agonía de mi novia daba paso al placer, demostrando que no le hacía ascos a ser usada. Mi sumisa se percató que Irene estaba disfrutando y deseando complacerla, usando su mano libre, le pellizcó el pezón izquierdo.
«¡Está totalmente cachonda!», pensé al escuchar los gemidos con los que su cuerpo respondía a la tortura.
Aceptando que hasta que no se corriera dificilmente podía hablar con ella, ordené a Mercedes que ayudara a la chinita. La catedrática no puso objeción alguna y separando las piernas de su dueña se lanzó en picado sobre su sexo.
― ¡Cómo me ponen estas putas! ― gritó fuera de sí Irene al ser objeto de ese doble ataque.
Sin pensar en las consecuencias, Irene se dejó llevar por su aspecto dominante y comenzó a exigirlas despóticamente que le dieran placer. Sus órdenes mezcladas con insultos provocaron que tanto Xiu como la rubia buscaran con más denuedo su gozo.
― Tu muñequita amarilla no le está poniendo ganas. Dile a la muy zorra que se esmere o tendré que castigarla.
Comprendí lo injusto de esa crítica y por ello no dije nada al ver la cara de cabreo con la que Xiu recibió ese reproche. Es más, cuando se giró pidiendo mi protección, supe que debía defender a mi sumisa. Por ello, acercándome a la cama, sustituí a Mercedes entre sus piernas y sacando mi miembro de su encierro, de un certero golpe lo incrusté hasta el fondo de Irene.
― ¡Dios! ― gimió al experimentar mi intrusión.
Olvidando sus quejas, decidí incrementar mi ataque y dándole la vuelta, puse mis manos en sus caderas, para acto seguido tirando de ellas, clavarlo por entero en su trasero.
― ¡Me duele! ¡Salvaje! ― gritó al sentir que la estaba partiendo.
Con mis testículos restregándose contra sus nalgas, le ordené que se quedara quieta mientras se lo embutía por completo. Irene permaneció inmóvil, doliéndole todo su cuerpo, pero sin quejarse. A los pocos segundos empecé a sacárselo lentamente, notando cada una de las rugosidades de su anillo al ser forzado y sin haber terminado de sacárselo, volví a metérselo centímetro a centímetro.
El grito que pegó a ver violado nuevamente su esfínter no me hizo dar marcha a atrás y repitiendo la misma operación, aceleré el ritmo con el que la sodomizaba.
― ¡Por favor!― sollozó mientras su cuerpo se bamboleaba como el badajo de una campana con cada penetración.
Poco a poco, mi suave trote se convirtió en un galope desenfrenado, mientras sobre las sabanas, mi novia ya no se quejaba de dolor. Si algo salía de su garganta eran gemidos de placer al sentir mis huevos rebotando contra sus nalgas.
Decidido a darle una lección, me agarré a sus pechos para usarlos como apoyo de mis ataques. La nueva posición la volvió loca al notar que mi pene entraba más profundamente. Llorando de placer, me rogó que cambiara de objetivo y que me derramara en el interior de su coño mientras su cueva explotaba encharcando de flujo tanto sus piernas como las sabanas.
Los chillidos ensordecedores de la morena me hicieron dudar y tuvo que ser mi chinita la que me sacara del trance recordando los deseos de mi novia. Aceptando, cambié su esfínter por su coño y de un solo empujón, introduje la totalidad de mi miembro en su interior.
― Amo, ¡dele duro! Que sepa que usted es su dueño― me susurró Xiu al oído.
Recordando lo caliente que ponían a Irene los azotes, con una sonora palmada en uno de sus cachetes, la ordené que se moviera. Ella al sentir el escozor de esa nalgada se giró y regalándome una sonrisa, se hizo la ofendida. Supe que era una fachada y que no estaba molesta sino encantada con ese trato.
― Muévete zorra― ordené marcando sus movimientos con sonoros azotes sobre sus nalgas.
Lo que no me esperaba es que producto de ello, mi novia volviera a correrse de inmediato y menos que sin dejar de mover sus caderas, Irene me pidiera que regara con mi semen su fértil útero.
― ¿No querrás quedarte embarazada? ― pregunté escandalizado al escucharla.
― No estoy segura pero no me desagrada la idea ― sollozó mientras todo su cuerpo convulsionaba de gozo.
Sentí sus palabras como una amenaza y sacando mi verga de su interior en silencio me vestí mientras sobre la cama las mujeres me miraban sin saber qué me pasaba.
-¡Estáis como unas putas cabras!- chillé mientras huía.
Saliendo por la puerta del jardín, deambulé sin rumbo intentando encontrar un sentido a la actitud de esas tres pero sobre todo a la de mi novia. Pensando en ello me podía parecer hasta lógico que Mercedes con su edad buscara en nosotros que le proporcionáramos placer y compañía o que acostumbrada a una vida de penurias mi pequeña oriental me viera como el hombre en quien apoyarse, pero por mucho que intentaba encontrar un sentido, no comprendía que Irene se plantease siquiera el ser madre si todavía no había terminado la carrera.
«Es una locura», sentencié totalmente confundido.
Llevaba al menos un cuarto de hora fuera de casa cuando vi que Xiu acudía en mi busca.
― Amo, hemos estado hablando entre nosotras y queremos explicarle lo que hemos decidido – me soltó al llegar a mi lado.
La determinación que leí en su rostro me dejó helado y sin ser capaz de negarme, fui con ella a reunirme con las otras dos. Mis temores se incrementaron exponencialmente al entrar en el salón y comprobar que tanto Irene como Mercedes habían llorado.
«¿A estas qué les ocurre?», me pregunté mientras a petición de la chinita tomaba asiento en el sofá.
La seriedad de sus rostros no anticipaba nada bueno y por ello, acojonado al no saber que se me avecinaba, asentí con la cabeza y me quedé callado tratando de anticipar lo que esas tres querían decirme.
-Vosotras diréis- comenté al ver la formalidad del momento.
Irene rompió el silencio diciendo que al irme se habían dado cuenta de lo mucho que me querían y me necesitaban. Apoyando sus palabras, Xiu comentó que a pesar de saber que no me podían exigir nada, querían hacerme saber lo importante que era para ellas el estar conmigo.
-Usted es mi destino y deseo servirle de por vida.
Juro que me impactó más el tono que las palabras de la oriental porque en cierta forma ya conocía su postura. Lo que no me esperaba fue que, en ese momento, Mercedes me dijera:
-Queremos formar una familia y que usted sea el único hombre de nuestras vidas.
No contenta con lanzarme esa bomba, acercándose a mí, la rubia casi llorando continuó:
-Al ser la mayor, hemos pensado que debo ser yo la primera en embarazarse.
Alucinado con la naturaleza de lo que me estaban proponiendo, quise zafarme del tema diciendo que era muy joven para ser padre. Pero entonces la que se suponía que era mi novia y en cierta forma matriarca de las otras dos, me soltó:
-Lo sabemos, pero debemos pensar que Irene tiene ya cuarenta años y que le queda poco tiempo de ser fértil.
Defendiéndome como gato panza arriba, me escudé en que no podía mantener económicamente una familia y que sería una irresponsabilidad de mi parte. Interviniendo, mi pequeña y preciosa asiática comentó:
-Mercedes tiene dinero suficiente y si eso no bastara, mi negocio va viento en popa. Entre ella y yo podemos sostener perfectamente todos los hijos que usted nos dé.
La sangre se me congeló al enterarme que ella también quería darme descendencia y ya totalmente aterrorizado miré a Irene en busca de apoyo.
Para mi desgracia en vez de ayudarme, la morena me soltó:
-¿Te imaginas lo felices que seríamos con ellas como nuestras concubinas? Siempre he soñado con tener una docena de hijos y con ellas sé que los tendré.
-¿No lo estarás diciendo en serio?- dije pensando que me estaba tomando el pelo.
Sin percatarse de mi error, contestó:
-Claro que sí, ¡es una solución ideal! Con nuestras putitas como conejas, para ser madre, no tendría que quedarme preñada.
Su respuesta me indignó. Pero en vez de exteriorizar mi cabreo, hice como si daba mi brazo a torcer mientras en mi interior decidía que debía hacer todo lo posible para que Irene fuera la primera en darme un hijo, ¡aunque para ello tuviera que aliarme con las otras dos!
Curiosamente la única que se percató de mi decisión fue Xiu que, acercándose a mí, me susurró al oído:
-Amo, cuente conmigo. Sé que en cuanto lo piense bien querrá que este par de bobas se queden embarazadas mientras usted disfruta de su fiel y amorosa chinita…
FIN—————————-