11

Esa noche no solo desfloré el trasero de Irene, sino que también me sirvió para comprobar lo ardiente que podía llegar a ser esa morena. Y es que no solo buscó su placer sino también el mío y el de las dos putitas que el destino había puesto en nuestro camino.

«Uno podía acostumbrarse a esto», me dije mientras observaba a las tres mujeres desnudas que dormían a mi lado sobre el colchón.

Las tres eran totalmente diferentes, pero mirándolas dormidas tuve que admitir que las tres eran unas bellezas. Si Mercedes con su espléndida madurez era preciosa, Irene con su juventud y descaro no le iba a la saga. Pero la que realmente me tenía impresionado era Xiu, mi pequeña y dulce oriental.

«Es perfecta», pensé totalmente embelesado.

Y es que además de ser una mujer guapísima, tenía un cuerpo que inducía a pecar. Con unas tetas desproporcionadas para su diminuto tamaño, parecía diseñada para el deleite de todo hombre que se cruzara por su camino.

«Dios, ¡qué buena está!», murmuré para mí, todavía sin creerme que era mía.

En ese momento, Xiu abrió ojos y vio que estaba observándola. La expresión de deseo que descubrió en mí, la alegró y con una sonrisa en su boca, me dio los buenos días diciendo:

―Ojalá sea una premonición de mi futuro y a partir de hoy, pueda despertarme con mi amo a mi lado.

La dulzura y entrega de su voz me sobrecogió y atrayéndola hacia mí la besé. La chinita se desmoronó al sentir mi lengua abriéndose camino a través de sus labios y pegando su cuerpo al mío, sollozó diciendo:

― ¿Puedo suponer que sigo siendo su núli?

Desnuda y abrazada a mí, esa pregunta era al menos extraña y eso me llevó a suponer que esa muñequita necesitaba sentirse deseada y por ello sin dejar de acariciarla, acerqué mi boca a su oído y dije:

―No podría nunca deprenderme de ti. Me gustas demasiado.

Al escucharme, dio un prolongado suspiro y retorciéndose sobre las sábanas insistió en si me gustaba como mujer.

― Sí, y lo sabes. Me gusta verte desnuda y disfrutar del tesoro que escondes entre tus piernas.

El sollozo de deseo que salió de su garganta me informó que iba por buen camino y que lo que realmente buscaba esa mujercita era que estimulara su ego. Meditando sobre ello, comprendí que a pesar de ser una mujer hecha a sí misma y dueña de un negocio, seguía siento una niña necesitada de cariño y que quizás realmente no buscara tanto un dueño como una pareja que le ayudara a realizarse anímicamente.

Queriendo comprobar ese extremo, le dije en voz baja que era una zorra ninfómana que veía en mí a su macho. Al escucharme, se puso a restregar con mayor fuerza su coño contra mi pierna y antes que pudiese hacer algo por evitarlo, su flujo recorrió mi muslo dejando un gran charco sobre el colchón.

―Eres todavía más puta de lo que pensaba― le dije al tiempo que, llevando una mano hasta sus pechos, retorcía una de sus aureolas.

 Mi enésimo insulto la terminó de excitar y sin importarle la presencia de las otras dos mujeres, me rogó que la tomara otra vez.  Haciendo caso a su deseo, la besé metiendo mi lengua hasta el fondo de su boca mientras le estrujaba su culo con mis manos. La pasión con la que Xiu reaccionó, me hizo saber que le excitaba mi violencia y viendo que cogiendo mi pene entre sus dedos lo intentaba que llevar hasta su coño, le comenté que no me apetecía follármela.

Con lágrimas en los ojos, la chinita se separó de mí y con una expresión de dolor en sus ojos, me preguntó qué era lo que había hecho mal y porqué la castigaba de ese modo.

Sacando la lengua, lamí la humedad de sus mejillas, mientras le pedía que me dijera porque consideraba que la estaba castigando:

―Mi señor, soy su puta y las putas son folladas por su macho.

Su gritó fue una llamada de auxilio que me dirigió a mí pero que curiosamente fue escuchada por las dos mujeres que descansaban a nuestro lado e Irene, saliendo de su dormitar, me rogó que me apiadara de la oriental y que la hiciera mía.

― ¿No te importa?― pregunté a mi compañera mientras cediendo a sus pretensiones, hundía mi verga entre los pliegues de Xiu.

En vez de responder, la morena se lanzó sobre los pechos de mi sumisa y viendo que se plegaba a lo evidente, comencé a mover mi pene lentamente mientras extendiendo mi mano, me ponía a acariciar a la que en teoría era mi novia.

Xiu al sentir que mi pene jugando en el interior de su vagina mientras sus pezones eran mordisqueados por su dueña, creyó que no tardaría en correrse y aullando descompuesta, pidió a Irene que la marcara.

Mi compañera me miró sin saber que hacer y comprendiendo que no había entendido los deseos de la chinita, soltando una carcajada, se lo aclaré:

―La muy puta quiere que dejes la marca de tus dientes en sus tetas.

No tuve que repetírselo otra vez. Haciendo gala de una buena dentadura, le regaló a la oriental un par de duros mordiscos que me dolieron hasta mí pero que contra toda lógica lo que hicieron fue azuzar la lujuria tanto de la víctima como de la agresora y por ello fui testigo del modo con el que las dos mujeres se buscaron la boca mutuamente.

        La pasión con la que se comieron los azuzó el morbo que sentía por estar tirándome la muñequita asiática frente a mi novia y viendo que Mercedes nos miraba desde la esquina de la cama sin atreverse a participar, le pedí que se acercara. Al hacerlo, observé que la rubia estaba excitada y sabiendo que no podía negarse la exigí que me pusiera las tetas en la boca.

        ―Son todas suyas― dijo con alegría.

Y demostrando por enésima vez su entrega, me rogó que las mordiera y le hiciera un chupetón.

«Este zorrón está excitado», pensé mientras intentaba dar cauce a su excitación mamando de sus pechos, eso sí, sin dejar de someter a la acción de mi verga el interior de su vagina.

 Mi novia demostró nuevamente que la pasión la tenía totalmente abrumada cuando dando un chillido y sacando la lengua, se puso a lamer la cara y las mejillas de la oriental mientras me rogaba que le diera caña:

―Sigue follándotela. Me pone bruta ver cómo te la tiras.

Sus palabras despertaron mi lado perverso y deleitándome en su confesión, la obligué a acercar su sexo a mi boca. Al hacerlo, me apoderé de su clítoris con mis dientes y comencé a mordisquearlo.

Disfrutando de esa comida de coño, mi novia ordenó a Mercedes que la sustituyera con la chinita mientras me pedía que nunca la dejara porque sabía que juntó a mí podría buscar sus límites en el sexo y poniéndose de rodillas frente a mí, me sorprendió diciendo que al igual que la oriental quería ser marcada.

Al escuchar su deseo, solté una carcajada y le dije que tendría que esperar a que terminara de follarme a Xiu. Demostrando una vez más lo guarra que era, sonrió y girándose hacia la oriental, le metió un dedo en el culo mientras le decía que se diera prisa en ordeñarme porque le urgía que la tomara.

Confirmé lo mucho que iba a gozar viviendo con ellas tres, cuando Xiu, lejos de indignarse por el trato de Irene, me pidió si podía cederle el puesto a mi “novia”, ya que la pobre necesitaba que me la follara.

Desde un inicio sospeché que esa petición tenía gato encerrado y por ello no me extrañó que, al darle permiso, la chinita dejara claras sus intenciones al obligar a Irene a ponerse a cuatro patas sobre la cama.

Como no podía ser de otra forma, en cuanto la vi en esa posición, la tomé de la cintura con ánimo de penetrarla, pero entonces mi dulce oriental, sentándose frente a ella con las piernas abiertas, la ordenó que comenzara a lamerle el coño.

― ¿Y yo que hago?― riendo pregunté.

Con picardía y mientras presionaba la cabeza de la morena contra su sexo, respondió:

―Una esclava no tiene opinión, pero si fuera una mujer libre le diría que le rompiera el culo mientras ella me come el chumino.

Solo he de decir que entre esas cuatro paredes no tardó en oírse el desgarrador chillido de mi novia al ser tomada por mí…

12

Totalmente agotado, me quedé dormido tras hacerles el amor. Fue más allá de las diez cuando Mercedes me informó que el desayuno estaba listo y que su dueña me esperaba. La adoración con la que se refería a Irene me sorprendió, pero preferí no comentar nada y siguiendo sus indicaciones, la acompañé al comedor.

        Allí encontré a mi novia charlando amigablemente con la oriental y por ello no me extrañó que nada mas sentarme a su lado, me comentara que le parecía alucinante lo que tuvo que pasar Xiu al llegar a España.

        ―No tengo ni idea de lo que hablas― contesté recordándole que a pesar de las apariencias apenas la conocía.

        ―Siempre me olvido― musitó con una sonrisa.

        No tuve que ser muy avispado para percatarme que me había hecho ese comentario con la intención de descubrir si la había mentido sobre cómo me había hecho con los servicios de esa monada.

Acudiendo en mi ayuda, Xiu me explicó que al llegar a Madrid se había pasado un año sin salir del taller de la gente que la había traído y que solo cuando consiguió pagar la deuda con su trabajo, pudo pisar la calle por primera vez.

―La tenían esclavizada― señaló colérica.

Juro que me hizo gracia su rabia porque no en vano en ese momento, nuestra profesora, su sierva, la mujer que le había jurado obediencia, permanecía desnuda y arrodillada a sus pies.

―No era para tanto― quitando hierro al asunto replicó mi asiática: ― gastaron un dinero en traerme y era lógico que me exigieran su devolución.

Reconozco que, en ese preciso instante, lo que menos me importaba eran los padecimientos que había soportado esa morenita, lo que me tenía acojonado fue reconocer en sus ojos el mismo tipo de adoración que había descubierto en los de Mercedes al observar a Irene.

Constaté nuevamente que esa mujer bebía los vientos por mí cuando al ir a servirme un café, me paró en seco y me pidió que me sentara. Tras lo cual, trayendo la jarra en sus manos, con una sonrisa señaló que estando ella su dueño no tenía que moverse.  

―Tienes enamorada a la chinita. ¿Debo ponerme celosa?

Estaba pensando una respuesta cuando, adelantándose, Xiu la contestó:

― ¿Debe mi señor estar preocupado por el amor que siente por usted la perra que permanece arrodillada a sus pies?… Al igual que Mercedes no puede evitar amarla por encima de su propia vida, sé que mi dueño es todo para mí.

Las palabras de la oriental causaron un shock en Irene porque jamás se había puesto a pensar en que sentía su sumisa por ella:

― ¿Me estás diciendo que estáis enamoradas de nosotros?

Bajando la mirada, la bella asiática contestó:

―Señora, la devoción que siente una esclava por su amo es mucho más profundo que el amor y no espera el ser correspondida. Nos basta poder servir al dueño de nuestra existencia y que él nos regale unas migajas de su cariño.

Mitad escandalizada, mitad orgullosa, mi novia preguntó a Mercedes si eso era cierto. La madura se tomó unos instantes para analizar sus sentimientos:

―Desde que me hizo suya, me he dejado llevar y nunca me había puesto a meditar sobre lo que siento ―con lágrimas en los ojos replicó: ―solo sé que moriría por usted.

Irene sintió que los cimientos se le movían al escuchar de labios de la profesora la total dependencia que sentía:

«No puede ser que piense realmente así», se dijo experimentando por primera vez la responsabilidad que involuntariamente había echado sobre sus hombros y llamándola, la sentó en sus rodillas.

Mercedes no opuso resistencia al sentir que Irene usaba sus manos para recorrer sus pechos desnudos mientras le exigía que le explicara sus sentimientos al ser acariciada por ella. Con sus areolas totalmente erizadas, contestó:

―Dichosa. Me siento feliz.

Cogiendo los hinchados senos de la rubia en sus manos, mi compañera sopesó su tamaño y como si quisiera comprobar su consistencia, los empezó a magrear sin recato. Al escuchar el primer gemido que salió de la garganta de su sumisa, dio un paso más y aprovechando su calentura, los pellizcó.

Esta vez los jadeos de la madura se prolongaron haciéndose más profundos.

―La tienes totalmente verraca― comenté mientras imitando a Irene, sentaba a Xiu sobre mí.

―Lo sé― respondió y olvidándose de que tenía compañía, la obligó a sentarse mirando hacia ella con las piernas abiertas sobre la mesa.

No dije nada al ver que lo concentrada que estaba al recorrer con la lengua los muslos de Mercedes al saber que era el momento de ellas dos. Mi chinita debió de pensar los mismo porque susurrando me pidió que las dejáramos solas.

Supe que tenía razón y por ello, tomándola de la mano, nos fuimos a la cocina donde le pedí otro café. La expresión de dicha de esa monada mientras lo servía me hizo recordar lo poco que sabía de ella.

―Quiero conocerte, cuéntame: ¿Dónde y con quién vives?

―Vivo sola en un piso encima de la tienda, mi señor―contestó: ―Llevo ahí tres años.

Por un momento, intenté calcular su edad. Cuando la conocí supuse que debía ser más o menos como yo, pero tenía mis dudas.

― ¿Cuántos años llevas en España?― pregunté.

―Seis en Valencia y cuatro en Madrid― me dijo.

― ¿Qué edad tienes?― con la mosca detrás de la oreja repliqué. Si llevaba una década fuera de su país, no podía tener mis años a no ser que saliera de China siendo una niña.

―Su putita es ya mayor― contestó con tono avergonzado: ―Tiene veinticuatro años.

Juro que me impactó que me llevara tantos años, porque jamás lo hubiese supuesto ya que le había echado como mucho veintidós.

Xiu malinterpretó mi sorpresa y creyó que estaba enfadado:

―Si mi señor me considera demasiado vieja para él, lo comprendería.

Me impresionó la tristeza que destilaba y atrayéndola hacia mí, la besé mientras le decía que era todo lo que un hombre podía desear. No tardé en comprobar que mis palabras habían conseguido su objetivo y que, en combinación con mis caricias, hacían que la pequeña asiática se sintiera feliz.

Su impresionante cuerpo y saber que era mío, despertó mi lujuria.  y se lo hice saber llevando mis manos hasta su trasero. Me reí al comprobar que los pezones de Xiu se endurecía con ese magreo y disfrutando de mi poder, susurré en su oído que tenía un trasero que era una tentación irresistible.

―Mi señor…― musitó mientras separaba sus rodillas para facilitar que mis dedos recorrieran la abertura de su sexo.

Tal y como preveía, me encontré su sexo mojado, y apoderándome de su clítoris, la empecé a masturbar:

―Lo que voy a disfrutar teniéndote de sumisa.

Las piernas de la oriental temblaron al sentir mis caricias, pero por miedo a defraudarme se mantuvo firme mientras me rogaba en voz suave que la hiciera mía. El morbo de tenerla así, de pie a mi lado mientras me tomaba un café provocó que mi pene empezara a endurecerse.

―Me excitas, pequeñaja mía― dije llevando una de sus manos a mi entrepierna.

 Se estremeció al sentir en su palma mi extensión totalmente erecta y mordiéndose los labios, no pudo evitar que un gemido de deseo la delatara.

―No te parece que es una pena que esté tan sola― dije señalándola.

Xiu comprendió mis deseos y agachándose frente a la silla donde estaba sentado, me bajó la bragueta con la intención de hacerme una mamada, pero   se lo impedí y agarrándola de la cintura, le obligué a encaramarse sobre mí.

―Dios― gimió al sentir que mi falo entraba en su sexo lentamente y disfrutando del modo en que la iba empalando, se empezó a mover en busca de mi placer.

― ¡Quieta! ¡Es mi turno! ― le grité.

Me gustó observar en sus ojos una cierta desilusión porque dada su excitación era evidente que lo que realmente deseaba en ese instante era menear su trasero teniendo mi polla en su interior. A pesar de ello, se quedó inmóvil y premiando su obediencia, le regalé un pellizco en su pezón mientras le decía que si se portaba bien quizás me apiadara de ella y la dejara correrse.

Esa promesa elevó hasta niveles insospechados su lujuria y de improviso su sexo se convirtió en una especie de geiser expulsando un chorro de flujo sobre mis muslos.

―Mi putita esta bruta― susurré mientras incrementaba mi acoso, separando sus nalgas con mis dos manos, e introduciendo un dedo en su interior.

La chinita, al sentir que su dueño estaba haciendo uso de sus dos agujeros no pudo reprimir un jadeo e involuntariamente empezó a retorcerse mientras trataba de evitar sentirse dominada por el placer. Desgraciadamente la táctica que usó no fue la correcta ya que, para postergar su orgasmo, presionó con su pubis sobre mi verga y con ello solo consiguió que se acelerara su clímax.

― ¡No quiero fallar a mi amo! ― sollozó al darse cuenta de su error.

 Quizás fue entonces cuando realmente me percaté de lo mucho que me gustaba que esa monada fuera mi sumisa y totalmente dominado por la pasión, tomando sus nalgas con mis manos, incrementé la profundidad de mi embiste mientras Xiu se deshacía de placer.

Sé que ese polvo no pasará a los anales de la historia porque la excitación acumulada me hizo correrme anticipadamente y aunque mi adorada oriental no paró de gritar lo mucho que le gustaba sentir que la regaba con mi miente, supe que estaba exagerando con la intención de alagarme.

Por ello, tras descansar durante unos segundos, señalé la silla que tenía al lado y le pedí que se sentara porque teníamos que hablar. Asustada por mi tono, Xiu tomó asiento y se quedó esperando a que le comentara qué era lo que me pasaba. No tuve que esforzarme mucho para observar la inquietud con la que aguardaba mis palabras.

―Mercedes nos ha ofrecido esta casa para que Irene y yo vivamos con ella. Como vivo en una residencia de estudiantes, lo lógico sería aceptar… pero en mi caso tengo mis dudas y quiero hacerte una propuesta.

―Usted me dirá― sonrió al ver que sus temores se desvanecían.

―Como, al fin y al cabo, esa rubia es la guarrilla de Irene, no quiero depender del humor con el que se levante y por ello, me gustaría contar con tu casa en el caso que esas dos se enfaden y nos echen de aquí.

―No entiendo, ¿me está pidiendo que viva aquí con usted pero que no deje el piso donde vivo por si lo necesitamos?

―Así es― repliqué.

Abriendo los ojos de par en par, respondió llena de alegría:

―No hay cosa que desee más que poder demostrar a mi señor que puedo ser su esclava veinticuatro horas al día.

Preocupado por la vaguedad de su respuesta, le pedí que respondiera claramente a mi pregunta.

Agachando su mirada, Xiu contestó:

―Me encantaría vivir a su lado. Donde y con quién me da igual, solo me importa el poder servirle.

Solté una carcajada al escuchar su entrega y respondí:

―Vamos a probar vivir con Irene y su putita. Si no nos gusta o no nos sentimos cómodos, cogemos nuestras cosas y nos vamos a tu casa. ¿Te parece bien?

 ―Sí, mi señor― contestó y con una sonrisa de oreja a oreja, prosiguió: ― desde ahora le prometo que todas las noches, al volver de la universidad, me tendrá lista y caliente para lo que necesite.

Supe que la idea de vivir junto a mí entusiasmaba a la chinita al observar cómo se alborotaba su cuerpo y cómo sus pezones se erizaban bajo la blusa con solo saber que sería mía…


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