―No espero a nadie― comentó la profesora cuando Irene la miró.

        ―No la mires a ella, es una sorpresa que traigo para ti― contesté muerto de risa.

        Mi compañera y novia no esperó una explicación y saliendo como dios la trajo al mundo, fue a ver en qué consistía, pero justo cuando iba a abrir la puerta se percató de que andaba desnuda y por eso tuve que ser yo quien lo abriera.

Ni que decir tiene que Irene creyó que la preciosa chinita que estaba plantada esperando que la dejásemos entrar le traía el regalo y no que ella misma era la sorpresa.  Por eso no supo qué decir cuando Xiu arrodillándose ante mí me rogó que le presentara a la que iba a ser su dueña. Haciéndola pasar, la tomé de la cintura y acercando mi boca a la suya, mordí sus labios mientras con las manos le quitaba el abrigo que llevaba.

― ¡Viene desnuda! ―  exclamó mi novia al verlo caer.

Riendo, contesté:

―No es cierto, fíjate bien. Lleva una gargantilla un tanto especial.

Cogiendo a la oriental del collar, la llevé a donde permanecía Irene completamente alucinada y una vez ahí, le pedí que leyera la inscripción que había grabado en él. La sumisión y servidumbre que demostró la recién llegada debió hacerle sospechar lo que se iba a encontrar, pero no por ello al leer el mensaje que llevaba en el cuello, dejó de exclamar impresionada que esa monada fuese mi esclava.

―No podía ser menos que tú, amorcito. Pero no te preocupes, ya le he dicho que a partir del momento en que te la presenté ella también será tuya.

Tal y como había previsto, saber que podría usar a su antojo ese precioso ejemplar de mujer la alegró y mas cuando sin preguntar su opinión, de una de las bolsas que acababa de traer la chinita saqué unas esposas y con ellas, la até a una columna.

Impresionada por que se dejara colocar en esa postura, se aproximó a ella y tomándola de la melena, le preguntó:

― ¡Puta! Según mi novio, estás dispuesta a entregarte a mí. ¿Es eso verdad?

Xiu con una extraña alegría en su rostro, no dudó en contestar:

―Lo que mi amo decide para su núli es ley.

Al escuchar su respuesta, se puso a observarla y sin importarle que ella estuviera presente, me preguntó si podía examinarla. Al decirle que sí, con un fulgor en sus ojos, se acercó a ella y me comentó que la muchacha era una perra muy bien enseñada.

―Lo sé ― respondí llevando una de sus manos hasta la entrepierna de la cautiva, le pedí que me dijera que le parecía nuestra nueva posesión.

Con un extraño fulgor, usó sus dedos para jugar en el coño de la indefensa criatura, tras lo cual me cuestionó sobre Xiu y sobre si tenía permiso para estar excitada.

«¡Tengo que comportarme como su dueño!», sentencié antes de contestar y sabiendo que no podía defraudar a ninguna de las dos, respondí:

―Desde que la até a la columna, está a prueba. Como no soy yo quien la tiene que valorar, si eso la ha puesto bruta, no es mi responsabilidad sino la tuya.

Consciente de que la prueba era para ambas, Irene sonrió y obligó a la oriental a mirarla a los ojos. Xiu creyó erróneamente que quería besarla y por eso abrió sus labios para que recibir un beso.  Pero se quedó con las ganas y en vez de sus caricias, escuchó que me decía:

― Aunque un poco sosa, es una puta muy atractiva.

Ese insulto en vez de contrariarla entusiasmó a la joven atada y olvidándose que nadie le había permitido hablar, le dio las gracias diciendo:

―Ama, le agradezco que me encuentre guapa.

Como única respuesta, recibió un sonoro azote en su trasero y sabiendo que no debía cometer nuevamente, se quedó callada al ver que la mi compañera quería proseguir con su inspección.

 Desde una silla observé a Irene, deslizando su mano por el cuello de la extranjera, se ponía a masajearle los hombros y ésta, sabedora de que no debía reaccionar, apenas dio un suspiró cuando sosteniendo sus pechos en las palmas, mi novia me preguntó si sabía cuánto pesaban.

―Tres cuartos de kilo cada una― respondí con una perversa sonrisa al suponer lo que iba a pasar.

Tal y como preví, no tardé en escuchar el grito de Xiu al experimentar la ruda caricia de mi amada y es que, sin cortarse en lo más mínimo, dando un duro pellizco en cada uno de los pezones de la oriental, se puso a su textura.

― No tiene malas tetas, aunque las he visto mejores― dijo sin dejar de torturarla.

Era evidente que mentía ya que los pechos de Xiu eran lo más perfectos que nunca había tenido a mi alcance, pero no dije nada y menos contesté que estaba mintiendo. La dueña del sex-shop me miró preocupada por la falta de entusiasmo que mostraba su futura dueña, pero supo que todo era un paripé al sentir que le daba un doloroso azote en sus ancas y que sin esperar a que se le pasara, mi compañera seguía auscultándola.

Bajando por su cuerpo, Irene llegó a su estómago. Allí se tomó su tiempo y recorriendo con sus dedos lentamente la distancia entre los senos y el ombligo de la muchacha me dijo emocionada al comprobar el tacto de su piel que era suave y cálido como el de la seda.

Sonreí al comprobar que ese inesperado elogio y el resto de sus maniobras, habían comenzado a afectar a la chinita y que para entonces su respiración se había acelerado al ritmo en el que Irene la acariciaba. Justo entonces, recordé a la profesora y buscándola con la mirada, la encontré escondida tras el sofá, masturbándose.

― Perdón, Amo, ¡No pude evitarlo! ― dijo la rubia al sentirse descubierta.

― ¡Cállate! ―  mostrando un enfado que no sentía, le pregunté que quién se creía para tocarse sin permiso y sin preguntar a Irene lo que opinaba, decidí castigarla con una serie de duros mandobles sobre su culo.

Mi novia únicamente se quedó mirando, pero entonces señalando a nuestra nueva sierva me soltó:

―Aunque no comprendo el porqué, resulta que se ha puesto como una moto al ver como tratas a Mercedes.

Girándome hacia ella, comprobé que los pezones se le habían puestos como escarpias, síntoma inequívoco de que estaba bruta y llevando dos dedos hasta los pitones de la oriental, se los retorcí cruelmente mientras le decía a Irene qué opinaba de mi regalo.

―Todavía no lo sé― contestó mientras retomaba el repaso exhaustivo a su anatomía.

Al sentir que la lengua de su dueña iba recorriendo su cuerpo rumbo a su sexo, Xiu decidió facilitar la tarea y sin que nadie se lo tuviese que ordenar, abrió sus piernas de par en par. A Irene le encantó ver que mi sumisa llevaba su sexo depilado y tras comentármelo, jugueteó con los dedos en la vulva de la oriental.

Al separarle los labios, pudo comprobar que estaban hinchados por la pasión que empezaba a dominar a la oriental y desde ese momento, los toqueteos de mi novia se centraron en el clítoris de la cautiva sin saber que sorpresivamente este iba a estallar derramando y llenando de flujo sus dedos.

Viendo que estaba en buenas manos, decidí concentrarme en la otra y asiendo de la cintura a Mercedes, le pregunté cómo prefería que la tomara.

―Me da lo mismo siempre que sea a lo bestia― replicó al mismo tiempo que usando mi verga se empalaba.

Me hizo gracia su actitud y premiando su entrega, me puse a castigar las duras nalgas de la madura. En un principio suavemente, pero asumiendo que no se quejaba, fui incrementando tanto el ritmo como la intensidad de mis azotes hasta convertir cada una de esas nalgadas en rudas reprimendas.

Tengo que confesar que cuando Xiu empezó a gemir siguiendo el compás de los golpes que descargaba sobre Mercedes, me costó interpretar lo que la ocurría y solo cuando llorando rogó a Irene que me imitara, comprendí que sentía envidia del castigo al que estaba sometiendo a la rubia.

―Irene, ¡debes demostrar a nuestra putilla que eres merecedora de ser su dueña! ― susurré en el oído de mi novia.

Cazando al instante mi sugerencia, cogió un arnés y colocándoselo en su cintura, lo usó para empalar cruelmente contra la columna a la oriental. Ésta incapaz de repeler el ataque, se dejó llevar y a pesar de que sus sollozos eran una mezcla de dolor y de placer, supe lo mucho que estaba disfrutando al escuchar que la pedía que siguiera castigándola.

«Joder con la chinita», pensé y sin darme cuenta hasta donde eso me excitaba, me dediqué a disfrutar de la rubia mientras le decía a Irene que su cachorrita estaba a punto de alcanzar otro orgasmo.

― No tienes permitido el correrte, ¡esclava! ― ordenó haciendo énfasis en esta última palabra.

Mordiéndose los labios, Xiu reprimió su calentura. Curiosamente mi novia al ver que estaba agotada, la dejó descansar. Sin nuevos azotes, nuestra nueva adquisición consiguió irse relajando progresivamente mientras su dueña se ponía a verificar los daños.

―Tienes el culo amoratado, pero nada que no se cure en un par de días― riendo comentó mientras proseguía con el examen que había interrumpido con el inminente orgasmo de la joven.

―Señora, si lo tengo morado no se debe a sus golpes sino a los que esta tarde mi amo me dio mientras me hacía suya por primera vez.

Mi novia había supuesto erradamente que la relación mía con la oriental venía de lejos. Por ello le sorprendió escuchar de sus labios que solo llevaba unas horas siendo de mi propiedad.

― ¿Hoy es vuestra primera vez? ¿No me estará mintiendo? ― preguntó mirándome a los ojos.

Al explicarla que nunca la había visto hasta entrar a ese sex-shop a comprar los juguetes que me pidió, sonrió. Ya sin ningún rastro de celos, usó los dedos para separar los duros y tersos cachetes que formaban su trasero.

― ¡No puede ser! ― exclamó al aparecer ante sus ojos un esfínter rosado, que, tras examinarlo, confirmó que era virgen y que ningún pene había hollado su interior: ― ¿Nunca has practicado el sexo anal? ¿Verdad zorra?

Avergonzada, bajó sus ojos y respondió temiendo la reacción de la morena:

―Se lo daría a usted, pero ya se lo he ofrecido a mi dueño.

Irene, aprovechando que seguía atada a la columna, la besó mordiendo sus labios y le comentó que quería estar presente cuando su querido amo la estrenara.

―No soy yo quien puede decidir eso― asustada Xiu replicó.

No me costó comprender que siendo ella también virgen por su entrada trasera, quería ser testigo de su estreno para así decidir si daba ella ese paso o lo dejaba para más tarde. Fijándome en su cara supe que Irene estaba asustada y por ellos después de pensarlo unos segundos, intervine diciendo a Mercedes:

― Desátala y llévala hasta una cama.

Nerviosa, la madura miró a su dueña pidiendo que le diera instrucciones. Ésta, entusiasmada por la perspectiva de ver como estrenaba a la oriental, contestó:

― ¿Qué esperas? ¿No has oído que te ha ordenado llevarla a una cama?

Bajando su cara y con ganas de llorar por el tono que había usado con ella, Mercedes preguntó a cuál de los cuartos tenía que llevarla.

―Al que usaremos tu dueño y yo mientras vivamos aquí, ¡zorra!

Sin nada que hacer ahí, fui a mi baño y cogiendo una crema hidratante hecha a base de aceite, pedí a mi novia que me llevara a la habitación que había elegido. Irene muy nerviosa me llevó a un enorme cuarto del segundo piso donde al entrar observé sobre la cama, que habían vuelto a atar a mi sumisa con las manos a su espalda.

 Me intrigó saber quién había decidido colocarla así pero no por ello me extraño cuando pregunté quien había tomado esa decisión, oír que había sido la propia sumisa quien se lo había pedido a Mercedes. No sé si fue la cara de deseo de la profesora o el morbo que me daba hacer y ver algo diferente en materia sexual, pero lo cierto es que en ese momento se me ocurrió que, aprovechando que seguía con el arnés puesto, Irene pudiese saber que se sentía al sodomizar a alguien antes de que yo le rompiera el culo.

―Túmbate al lado de la otra putita― pedí a Mercedes y sacando de la bolsa, otras esposas, le até las manos a la espalda.

La sonrisa de la rubia contrastó con el nerviosismo que mostró mi novia cuando teniendo a las dos sumisas atadas de la misma forma sobre el colchón, le ordené que debía imitar todo lo que yo hiciera.

En silencio, cogí dos botes de crema y le di uno a ella, tras lo cual, poniéndome detrás de Xiu, extraje una buena cantidad de lubricante y lo coloqué sobre su intacto hoyo.

―Haz tú lo mismo – ordené.

Me agradó confirmar que no ponía reparo en imitarme al ver que extendía la crema por las rugosidades del ano de nuestra profesora mientras yo hacía lo propio.

―Es importante lubricar bien un ojete antes de intentar siquiera manipularlo― señalé recorriendo el esfínter de mi nueva sumisa con mis yemas.

Siguiendo mis instrucciones embadurnó a conciencia el ano de la profesora antes de atreverse a introducir un dedo en su interior.

―No seas tan cuidadosa, el culo de tu puta hace mucho que dejó de ser virgen― comenté muerto de risa.

Al oírme, Irene no solo metió uno, sino que excediéndose a lo que la prudencia pedía, usó tres de sus dedos para sodomizarla. Curiosamente, Mercedes reaccionó bien y riendo le dijo a su dueña que estaba lista para ser tomada.

 ― ¿Qué hago? ― me preguntó.

Dudé qué contestar al saber que el trasero Xiu todavía no estaba preparada para recibir mi verga, pero viendo que de nada servía que la profesora se enfriara, respondí:

―Rómpele el culo. ¡Lo está deseando!

Obedeciendo mi orden, colocó la punta del pollón de plástico que llevaba adosado en la entrada trasera de la rubia y ejerciendo una lenta presión con sus caderas, consiguió hundirlo unos centímetros en el culo de Mercedes, la cual, insatisfecha por la lentitud con la que la tomaba, se echó hacia atrás con violencia, acuchillando su trasero al hacerlo.

―No tenga miedo. Tengo un culo resistente― gritó dejando claro que deseaba ser enculada en plan salvaje.

Mi novia comprendió cual debía ser su papel y sin que yo se lo tuviese que explicar, cogió a su sumisa de la melena y usándola a modo de riendas, comenzó a cabalgarla mientras con las manos la azuzaba que se moviera con duros azotes.

―Así se hace― comenté.

Al contrario de lo que sucedía a mi lado, decidí que al ser la primera vez de la oriental debía de ser cuidadoso y por ello, delicadamente introduje un dedo dentro de ella mientras la acariciaba.

        Xiu se puso tensa al sentir que mis yemas recorriendo su esfínter y por ello, le susurré en el oído que estuviera tranquila porque no pensaba romperle el culo hasta que supiera que estaba lista.

―Gracias, mi señor― contestó.

Tal y como había previsto, los músculos de esa monada se contrajeron al experimentar la acción de una de mis yemas entrando. Cualquier otro se hubiese asustado viendo su dolor, pero no fue mi caso y sin sacarla con movimientos circulares fui relajando ese virginal hoyuelo.

No tarde en ver que iba cediendo la presión que ejercía su ano sobre mi dedo y aumentaba el placer que sentía. Entonces al percibir que estaba preparada, metí otro más en su interior mientras que, con la otra mano, le pellizcaba su pezón izquierdo.

― ¡Me gusta! ― gritó.

«Está disfrutando», pensé al escucharla y sustituyendo mis dedos, coloqué la punta de mi glande en su abertura.

―Dime cuando quieres que empiece.

―Su núli desea sentir a su amo― contestó.

Por lo quedando un pequeño empujón, embutí mi capullo en su interior.

― ¡Dios! ― gimió al experimentar el primer dolor.

No sé como pude ser capaz de oírla, tomando en cuenta que, en ese preciso instante, los gritos de placer de Mercedes y el ruido de los azotes que estaba recibiendo eran ensordecedores.

―Fóllate a tu puta de una vez o tendré que hacerlo yo― comentó a mi lado Irene.

El fulgor de sus ojos me confirmó que esa amenaza iba en serio y no queriendo que me sustituyera, puse mis manos en las caderas de la pequeña oriental y tirando de ellas hacía mí, se lo clavé por entero.

―Mi señor― sollozó la morenita al sentir que su trasero había absorbido por completo mi miembro― ¡me duele!

― ¡Tranquila! ―  ordené temeroso que intentara librarse de mi ataque― ¡Estate quieta mientras te acostumbras! ¡Pronto se te pasará!

Con lágrimas en los ojos, señal del sufrimiento que mi pene le causaba al romperle el esfínter, me obedeció y permaneció inmóvil, sin quejarse. Por mi parte esperé a que su culo se adaptara a esa invasión antes de con cuidado empezar a sacárselo lentamente.

 Al hacerlo así, pude notar sobre toda la extensión de mi sexo cada una de las rugosidades de su anillo y sin haber terminado, volví a metérselo centímetro a centímetro.

― ¡Me gusta! ¡Mi señor! ― recalcó alegremente cuando repitiendo esta operación, aceleré el ritmo paulatinamente.

Para entonces Mercedes estaba desbocada y chillando pedía a su dueña que incrementara la violencia de su cabalgar al comprobar que mi compañera estaba más atenta a lo que ocurría con la chinita. Al percatarme de ello y sin dejar de sodomizar a mi sumisa, la dije muy enfadado que, debía domar a su montura, no fuera a ser que se le volteara las tornas.

Haciéndome caso, con renovado ímpetu, azotó las nalgas de Mercedes mientras la sodomizaba. Viendo que las cosas volvían a su lugar, pude concentrarme en Xiu y me gustó comprobar que el dolor casi había desaparecido y con cada envite, era mayor el placer de la oriental.

― Mi núlí tiene un culo estupendo― susurré en su oído y deseando hacerle saber que su destino era mío, le dije que si el negocio le iba mal bien podía venderlo en el sex-shop y así pagar el alquiler.

― Gracias, amo. Pero es usted el único que decide sobre mi cuerpo y si cree que debo venderme como vulgar puta, dígamelo, pero ahora, ¡mónteme más rápido! ¡Por favor!

Solté una carcajada al escuchar su descaro y acelerando mi trote, lo convertí en un galope desenfrenado mientras Xiu ya no se quejaba de dolor y si algo salía de su garganta eran gemidos de placer al sentir que mis huevos rebotaban contra sus nalgas.

―Para no haberlo practicado nunca, te gusta una barbaridad ― descojonado comenté al tiempo que, con intención de profundizar mis cuchilladas, me agarraba a sus pechos para usarlos como anclaje de mis ataques.

El cambio de posición resultó que era mejor ya que en esa postura mi pene entraba más profundamente. Fue entonces cuando la cueva de la chinita explotó, encharcando todo a su alrededor.

Al sentir Irene el flujo de Xiu salpicándola, se olvidó de lo que hacía y saliendo del culo de Mercedes, se lanzó en tromba sobre el sexo de la oriental mientras la rubia gritaba insatisfecha. Comprendiendo que nada podía hacer por ayudarla, le ordené que le comiera los pechos a mi sumisa.

Supe que había hecho lo correcto al ver que mi profesora se ponía a mordisquear a Xiu sus pezones y que esta al experimentar ese triple ataque coordinado contra ella, con su cara brillando de alegría, me soltó:

― ¡Amo! ¡Gracias por permitirme ser suya! ―  tras lo cual cayendo desplomada sobre el colchón se puso a convulsionar de placer.

Observando su estado y recordando lo sucedido entre Irene y la profesora, decidí que debía poner orden y sin preguntar a mi novia, la coloqué sobre mis rodillas y dejé caer sobre sus ancas una serie de duros azotes mientras le decía que no se podía dejar a una sumisa a medias.

Para mi sorpresa, no solo no se quejó, sino que, girándose hacia mí, contestó:

―Yo también quiero que me trates como tu puta.

Viendo lo poco que le importaba mi opinión, decidí hacerla caso y dirigiéndome a Mercedes, le ordené que me preparara a la nueva sumisa. La profesora sonrió y cogiendo del pelo a la que había sido su dueña, respondió:

―Usted descanse mientras preparo el segundo culo que esta noche ha de desflorar.

-Espera un momento, antes necesito que hagas otra cosa- dije a la mujer y señalando mi verga todavía tiesa, le ordené que me la comiera porque no era lógico que teniendo a tres putas a mi disposición todavía no me hubiese corrido.

-Será un placer, ordeñarle. Querido amo….

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