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        ― ¿A qué hora me quiere ahí? ― preguntó apenada al despedirme de ella.

        ―No quiero que afecte al negocio tu nueva condición y aunque me apetece que presentarte a la que ejercerá también de tu dueña, es mejor hacerlo una vez hayas cerrado la tienda.

―Mi señor es muy comprensivo con su núli― contestó no demasiado contenta. No en vano había insistido en acompañarme.

―Te estaré esperando― le dije y a modo de despedida, amasé su trasero mientras le dejaba un chupetón en el cuello para que recordara quien era su dueño.

 Tras lo cual, cogiendo un taxi, me fui directo a casa de doña Mercedes donde en esos instantes y a buen seguro la antiguamente arisca profesora debía estar siendo sometida a toda clase de desmanes.

Sin saber que me iba a encontrar, pagué al conductor y mirando el chalé donde esa rubia vivía, llamé al timbre mientras pensaba en lo bien que Mercedes ocultaba el hecho de estar forrada.

Para mi sorpresa, la propietaria de esa mansión fue la que abrió. Llevaba puesto el vestido azul típico de las criadas, pero lo había trasformado. La falda la había recortado hasta convertirla en un cinturón ancho, con la tela que sobraba se había hecho un delantal, había abierto el escote y sobre la cabeza llevaba una cofia.

― ¿Por qué narices vas así vestida? ― pregunté.

―Mi dueña quiere verme así- respondió ― piensa que llevar el uniforme de sirvienta, me hará recordar cuál es mi papel y qué soy.

 La seguridad de su respuesta me hizo sonreír y con voz calmada, le pregunté dónde estaba Irene.

―La señora le espera sentada en el comedor― contestó y caminando delante, me enseñó el camino.

Al llegar, me dirigí hacía una silla y esperé a que doña Mercedes me la acercara. La rubia no comprendió que se esperaba de ella y por ello le solté un primer azote en su trasero mientras le decía:

―Tienes mucho que aprender, zorra. ¡Acércame la silla!

―Perdón, mi señor ― contestó abochornada.

Su cara reflejaba vergüenza, pero yo sabía que estaba disfrutando de su papel de sumisa.

―Recuérdame después que debo darte un escarmiento― comenté y sin dar más importancia al asunto, empecé a charlar con Irene mientras la nueva sirvienta se afanaba en congraciarse con nosotros.

La comida estaba buenísima, había preparado un guiso de carne de ternera que estaba para chuparse los dedos, todo ello bañado con un buen Ribera.

«Debe ser una magnifica cocinera sin con tan poco tiempo se ha conseguido lucir de esta forma», pensé mientras terminaba.

― ¿Qué vas a tomar de postre? ―pregunté a Irene.

Riendo, exigió a Mercedes que trajera una fuente de frutas y nata. Esta, que mientras cenábamos se había arrodillado a mi lado adoptando una posición servil, se levantó como un resorte y corriendo a la cocina, fue por ella.

Ya de vuelta, quiso servirnos, pero entonces con un gesto Irene la paró y le dijo mientras retiraba su plato:

―Desnúdate, voy a usarte para comer directamente sobre ti y no quiero que manches ese bonito uniforme.

Obedeciendo de inmediato, Mercedes agachó la cabeza y se desnudó. He de reconocer que disfruté observando como la rubia se tumbaba a lo largo sobre la mesa. Desde mi asiento, estudié detenidamente a esa mujer y llegué a la conclusión que todo en ella me gustaba. Su cuello, sus pechos pequeños pero firmes, su estómago sin grasa y sus esculturales piernas, pero lo que más me enloquecía era el tono blanquecino de su piel y que a pesar de los años, siguiera oliendo a hembra joven.

Irene debía de estar pensando parecido porque como si estuviera verificando que el plato donde iba a tomar el postre estuviera limpio, recorrió con las manos las rosadas aureolas de su sierva mientras iba colocando estratégicamente uno a uno los trozos de fruta sobre su cuerpo.

Para terminar y a modo de decoración, embutió un fresón en su sexo ya humedecido por la excitación. Satisfecha del resultado, cogió la nata y con un cuchillo fui creando una carretera blanca por su piel mientras la profesora se quedaba quieta no fuera a cortarla.

Asumí que ese juego la estaba afectando al escuchar su respiración agitada y observar que los pezones se le habían puesto como escarpias.

―Se ve deliciosa― dije en voz alta ―solo espero que el recipiente que has elegido no se caliente en exceso y la fruta cambie de sabor al llenarse de flujo.

Irene sonrió al escuchar que le había dejado claro a nuestra esclava que no podía ni debía excitarse y sonriendo, dio inicio a su banquete con una uva que había puesto en la boca de Mercedes.

Tras cogerla de entre sus labios, retiró un poco de nata con la lengua y eso llevó a la madura a creer que le estaba pidiendo un beso.

―Zorra, no te he dado permiso que te muevas. Eres un plato y nada más- le dijo justamente ante de darle un escarmiento en forma de pellizco.

 Mercedes no se esperaba esa reprimenda y cerró los ojos para no llorar. Por mi parte, al pensar que cuando llegara a su sexo, la nata se habría licuado por la temperatura del recipiente, sonreí y colaborando con su futura caída en desgracia, acaricié sus pantorrillas mientras le avisaba de lo que iba a suceder.

– ¿Qué tal está el melón? – Irene me preguntó señalando una pequeña rebanada que estaba incrustada entre los pliegues de nuestra sumisa.

Sonriendo me agaché y metiendo mi cara entre sus piernas me apoderé de ella, permitiéndome el lujo de regalarle un largo lametazo en los excitados labios de su sexo.

-Cojonudo- contesté mientras sobre la mesa Mercedes aguantaba sin moverse nuestro acoso.

Disfrutando de esa indolora tortura, Irene se lanzó sobre las filas de fresones que, naciendo en sus clavículas, se fundían en una a la altura de su escote, aunque para ello tuviera que subiese a la mesa.

 Confieso que ver a mi novia atacando esos rojos frutos mientras Mercedes intentaba soportar estoicamente y sin mover un músculo la embestida, me excitó.

-La bandeja se está poniendo cachonda- comenté al observar que tenía las venas del cuello inflamadas por la tensión.

– ¿Tú crees? – mi perversa novia respondió mientras aprovechaba para mojar un pedazo de banana en el coño de la profesora

He de decir que me gustó comprobar que lejos de intentarse rebelar, Mercedes permaneció completamente inmóvil como si no fuera con ella lo que ocurría entre sus piernas.

La ausencia de reacción por parte de la madura permitió a Irene embadurnar completamente un extremo del plátano y dándole la vuelta hizo lo mismo con el otro lado, pero esta vez bañándolo en su flujo.

-Dime cual te gusta más- dijo mientras lo acercaba a mi boca.

Partiéndolo por la mitad, probé primero el de Mercedes. Tras lo cual, hice lo mismo con el trozo que llevaba impregnado el aroma de mi novia.

-Sin lugar a duda, tu coño es más sabroso.

Mi alabanza elevó su autoestima y olvidándose de la mujer que permanecía prostrada sobre la mesa, me besó con pasión mientras me pedía que la tomara. Todavía hoy me preguntó qué fue lo que me indujo a rechazarla y es que, retirando sus brazos de mi cuello, le pedí que ocupara ella el puesto de Mercedes.

Por extraño que parezca, mi propuesta la puso como una moto y sin necesidad de pedírselo, se desnudó completamente y expulsando a su sumisa, se tumbó sobre la mesa.

He de confesar que no me esperaba la expresión de lujuria que había en su rostro al hacerlo y menos que separando las rodillas, no tuviera reparo en pedirme que se lo comiera.

-Para eso tenemos a esta puta- contesté y embadurnando su sexo de nata, cogí a la madura de su melena y le ordené que comenzara.

La voracidad con la que Mercedes hundió su cara entre los muslos de mi novia me recordó lo mucho que había oído gritar a Irene la noche que habían pasado ellas dos solas y en plan celoso, le pregunté a quién de los dos prefería como amante.

-A ti. Esta puta solo es un pasatiempo divertido -respondió sin avergonzarse de que en ese preciso instante y con sus manos estuviera obligando a la profesora a profundizar en su mamada.

-Nunca sospeché que fueras tan zorra- comenté muerto de risa mientras le regalaba un dulce pellizco sobre una de sus areolas.

-Eres tú quien me induce a serlo- riendo replicó al notar que esa caricia le había puesto la piel de gallina.

Con mi pene completamente erecto, dudé si lanzarme sobre ella, pero recordando que tenía todo el fin de semana para disfrutar de ella, obligué a nuestra sumisa a acelerar la velocidad con la que su lengua se hundía dentro del coño de mi compañera.

-Cabrón, necesito que me folles- rugió al sentir ese húmedo apéndice entrando y saliendo de su interior.

Aunque me apetecía complacerla, supe que era una carrera de obstáculos y que debía de demoler sus defensas antes de perderme en las profundidades de su cueva y por ello, concentrándome en sus pechos, me entretuve en mordisquear pacientemente sus pezones, mientras a dos palmos de mi boca, nuestra profesora se daba un banquete entre sus piernas.

-No seas malo y fóllame- me pidió mientras intentaba retrasar el inevitable orgasmo que se iba acumulando dentro de ella.

 Al ver que se mordía los labios en un fútil intento de bloquear el placer que se avecinaba, decidí dar un paso más y acercando mis yemas a su sexo, colaboré con Mercedes en su perdición. Irene al experimentar ese ataque coordinado, no pudo aguantar y dando un impresionante aullido, se corrió sobre la mesa.

Decidí que había llegado “mi” momento y cogiendo mi polla, de un certero golpe se la incrusté hasta el fondo. Mi querida novia gritó al sentir que ese asalto prolongaba y profundizaba el placer que estaba sacudiendo su cuerpo.

 – ¡Dios! No pares, ¡te lo ruego! – sollozó

        En su desesperación, Irene no se percató que se daba la vuelta y que involuntariamente ponía su ano a mi disposición. Al verlo, sonreí y mediante gestos, pedí a la rubia que se ocupara de él. La susodicha no le hizo ascos a mi sugerencia y separando las nalgas de su dueña con las manos, se puso a embadurnar con su saliva esa inexplorada entrada.

        – ¿Qué haces? ¡Zorra! – protestó al sentir la lengua de su sumisa recorriendo los pliegues de su ano.

        Asustada, Mercedes paró su ataque por lo que no me quedó más remedio que sustituirla y usando mis propias yemas, comencé a juguetear en su camino trasero.

-No seas así- suspiró al notar que me apoderaba del conducto que ella suponía de uso exclusivo para evacuar los desechos que producía su cuerpo.

Sin importarme su miedo ni el sufrimiento que suponía que iba a soportar, seguí relajando su esfínter mientras mi verga no dejaba de descansar a su otra entrada.

– ¡Por favor! – chilló descompuesta al no poder controlar el placer que estaba sintiendo.

De no saber que era todavía virgen por ese agujero, la hubiese empalado de inmediato, pero temiendo desgarrar ese precioso trasero introduje un dedo en su interior. Irene al sentir esa intromisión se quedó callada y eso me permitió ir alternando con mi polla y con mi dedo en sus entradas. Ese ataque sistematizado la puso como loca y moviendo sus caderas de una forma que hasta ese momento no había visto, me imploró que no continuara.

-Cariño, lo siento, pero tu culo va a ser mío- respondí para a continuación untar con nata tanto su ano como mi pene.

No sé si se dejó debido a la calentura que para entonces la tenía poseída pero lo cierto es que no intentó escapar cuando jugando con mi glande en su abertura, me introduje un par de centímetro en su intestino. Mercedes que hasta entonces se había mantenido a la expectativa, atacó los pechos de mi novia con su boca mientras me aconsejaba que penetrara alternativamente por ambas entradas.

Haciéndole caso, fui acelerando mis maniobras y mientras la vagina y el culo de Irene recibían mis crueles atenciones, la madura se dedicó a lamer y a mordisquear los pechos y pezones de su dueña. Esta al experimentar que acuchillaba tanto su vagina como su esfínter, comenzó a chillar de dolor.

-No pare, mi ama está a punto de sucumbir- me rogó Mercedes al tiempo que consolaba a mi víctima.

Tal y como me anticipo esa rubia, no tardé en escuchar sus primeros gemidos de placer y apurando hasta el límite la cadencia de mis movimientos, seguí disfrutando únicamente de su culo. Para entonces la resistencia de Irene se iba desmoronando y mientras sus suspiros se sucedían sin pausa, exigí a nuestra profesora que colaborara en el emputecimiento de mi novia y comenzara a masturbarla.

Extralimitándose a lo que le había pedido, la madura usó sus yemas para atrapar el clítoris de mi novia y sin saber cómo iba a reaccionar, se lo retorció con crueldad. Irene nunca se esperó eso y al experimentar esa inesperada tortura, dando un grito de angustia se vació ante mis ojos.  No supe que decir al ser testigo del impresionante geiser que brotó de entre sus piernas y solo reaccioné al escucharla gritar:

-Sigue y no pares hasta correrte en mi culo.

Esas palabras eran la confirmación de su entrega y complaciendo sus deseos, me dejé llevar y exploté en el interior de su trasero. Mi amada compañera y novia se sintió en el cielo al notar sus intestinos llenos de mi semen, pero no por ello se olvidó de su sumisa y mientras quedaba vencida sobre la mesa, le prometió venganza.

Esa amenaza lejos de causar pavor en la rubia, la excitó y tras dejar descansar a su dueña, la preguntó entornando los ojos:

– ¿Cómo me va a castigar?

Como única respuesta, Irene sonrió…

 

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