La noche en el bar Rennes se había convertido en madrugada, y con ella se fueron mis esperanzas de encontrarme con Anastasia. El gentío que bailaba hacía unas horas, apretados en el calor infernal de la pista, e inmersos en la música fuerte de turno, se había convertido en tres, cuatro… cinco borrachos riendo en la mesa del fondo, escuchando el jazz suave que ponían cuando casi no había alma viviente. Nina Simone… nunca el jazz sonó tan bien con la voz de una mujer.

Iba a levantarme de la butaca, despegar mis brazos de la barra que me sirvió de apoyo por más de dos horas para nunca más volver, y con una idea fija recorriendo los rincones de mi cabeza; nunca más intercambiar mails con la hija de puta de Anastasia. ¿Cómo podía haber confiado en una extraña que me prometió la noche de mi vida? Pero sus palabras, las fotos que enviaba para mostrarme cómo era ella… sólo un cretino creería el paraíso que me ofreció. Sólo yo.
Fue cuando eché una ojeada alrededor del bar; entre el humo y el cabrilleo de las luces la vi mirarme con sugestión en el otro extremo de la barra; unos ojos pardos ocultos tras las ondulaciones que describía su pelo negro hasta sus pechos, ocultos tras un elegante vestido negro, tenía una copa entre manos con los vestigios de algún Martini.
Jugaba con una aceituna entre sus dedos, la hacía recorrer por los bordes de dicha copa. ¿Anastasia?, pensé. Tomó la puntita de aquella aceituna y lo llevó hasta la altura de su boca. Esos ojos gatunos, esos labios carnosos que fueron humedecidos por su lengua… ¡Anastasia!
La aceituna desapareció en su boca y ella me devolvió la mirada. Felina, erótica. Se levantó de su butaca y fue acercándose a mi lugar mientras un cosquilleo me recorría la garganta. ¿El blue margarita que me había bebido estaba haciendo efecto? ¿O era por el hecho de que aquella diosa de curvas peligrosas se acercaba inminente hacia mí?
– Rubén. – sonrió posando una mano en la barra, a centímetros de la mía. – no me fue difícil reconocerte.
– Anastasia – respondí con una mirada seria – ¿un poco tarde, no?
– Y sin embargo sigues aquí.
– Sigo aquí. Cabreado, eso sí.
– ¿Por qué no te fuiste?
– ¿Por qué? Pues… por el dinero – respondí tomando el último sorbo de mi copa.
En un desvío de mi mirada observé sus manos reposando en el bar, y lo vi… vi mis sospechas incrustadas en su dedo, brillando, un anillo de matrimonio brillando promesas rotas de quilates.
– Pensé que te ibas a divorciar.
– He decidido darle una segunda oportunidad
– ¿En serio? Estaba seguro que tus mails lloraban rabia cuando te referías a tu marido.
– ¿Puedo cambiar de opinión, no?

Antes de responderle, se inclinó levemente hacia mi rostro – porque yo seguía sentado en la butaca – y dejando su boca a centímetros de la mía, restregó su lengua por mis labios, inferior a superior, rematando con un susurro crispante;

– Arriba, piso once, habitación 809. Estaremos esperando. – dijo alejándose.
Quedé estático en mi asiento. Entre el humo y el jazz me pregunté en qué situación me estaba metiendo; era mi primera incursión en el sexo bisex… sí, a mis veintinueve podía parecer un poco tarde, y sumado al hecho de no conocer del todo a quienes pagaban por estar conmigo, le agregaba un toque de inseguridad… y morbo. Riesgos de entablar contactos vía Internet.
Pedí la cuenta al barman y me encaminé hacia el salón.
– Disculpe – interrumpió el hombre – la copa que se está llevando… eso pertenece al bar.
– La copa – la observé, con los vestigios del Blue Margarita recorriendo los rincones del vidrio. Fue mi única compañía durante dos horas, casi profeta de una noche patética. ¿Quién querría la copa? ¿Quién querría tener los recuerdos de mis soledades, de dos horas sentado en un bar con un pedacito de vidrio escarchado en sal, repleto de tequila y limón? Sólo yo.
– Me la llevo – respondí- ¿Cuánto cuesta?
El maldito barman me miró como si estuviera loco de remate. No lo culpé.
. . . . .
Dos golpes a la puerta 809. Tres golpes insistentes. Oí murmurar a dos personas, voces provenientes de la habitación. Silencio. Luego el pomo giró y la voz susurra de Anastasia me indicó que pasara. Entré en el lugar, apenas iluminado con lamparitas barrocas, posicionadas en lugares estratégicos para darle un colorido naranja, crepuscular.
– ¿Y esa copa que tienes ahí? – preguntó Anastasia.
– Es del bar. Me lo regalaron.
– Sería bueno que lo llenes con algo, ¿no? Allí hay una heladerilla…
-Ya habrá un momento para eso – dije reposando la copa sobre una mesa cercana.
– Bien… Ahora, fíjate en la cama, Rubén.
Giré mi vista hacia el lugar indicado. Otro hombre, trajeado elegantemente, sentado en el borde de dicha cama, con la boquita describiendo cierta sonrisa, de facciones fuertes, de brazos poderosos y con los ojos fuertemente estacados en mí.
– Es bonito. – dije mirando a Anastasia.
– Igualmente. – sonrió el hombre.
– Es mi esposo.
– ¿¡Su esposo!? – no pude evitar poner un rostro sorprendido al ver que mi primera experiencia sería con un matrimonio. Menudo matrimonio.
– Vaya, ¿te pagamos para hacer preguntas? – ironizó el hombre.
– No me vengas con rostros hipócritas. – dijo ella al ver mi cara. – Ahora, ¿te gusta algo de música de fondo? – preguntó acercándose a un equipo de sonido.
– Nina Simone – respondí.
– ¿Y quién es ella?
– Ella… es ésta. – dije retirando un CD de mi bolsillo, para dárselo. – Me gusta follar con jazz de fondo.
La mujer tomó el disco, mirándome extrañada, no conocía nada de mi querida Nina. Tenía ganas de decirle “puta arpía sin cultura musical” pero temí perder el dineral que me había prometido.
Ni bien sonó su melodiosa voz, Anastasia se acercó a mí para retirarme el abrigo, el cinturón, la camisa… restregó su mano por mi pecho, clavó sus uñas en mí, y bajó dolorosamente rumbo a mi entrepierna. Miré a su esposo, el idiota sentado y observando con una sonrisa oscura.

Se oyó mi bragueta bajar y bajar mientras el cornudo revelaba una erección terrible bajo su pantalón. Ella se arrodilló, lista para comer mi sexo con sus carnosos labios. Se oyó un gemido femenino cuando tragó mi hombría en aquella boca de vivo fuego, sus ojos gatunos brillaban bajo las luces de las lámparas y entre sus pelos ondulados, contemplándome, escrutando mi rostro mientras yo me sentía en el puto paraíso al sentir cómo crecía dentro de su boca.

Se levantó para besarme mientras su mano empezaba a pajearme a fin de tener la erección a pleno.
– Cobras caro – dijo entre los besos con lengua – pero desde que vi tu anuncio en la web… desde que vi esa carita que tienes, mi amor… – la mujer volvió a meter el fuego de su lengua en lo más profundo de mi boca, para luego proseguir – eres un sueño, ¿lo sabías?
– ¿Cobrar? Recuerda que el dinero me lo ofrecieron ustedes– sonreí.
– Es que nosotros no fuimos la única propuesta que recibiste, ¿no? – preguntó el marido.
– Recibí otras propuestas. –respondí tocando el culo de su amada, atrayendo su cuerpo contra mi erecto sexo. – Pero pocas ofrecieron dinero… y sólo ustedes ofrecieron mucho dinero. Ahora, si me permiten, iré por una Margarita en la heladerilla.
– Hazlo… – dijo el hombre – y luego te vienes para aquí.
Me dirigí para abrir la heladera, volví mi vista hacia la cama. Anastasia estaba desnudando a su marido con la misma estrategia que utilizó conmigo. Le hizo una deliciosa chupada mientras yo cargaba la bebida en mi copa… la misma copa del bar que me había hecho compañía. Y mientras mi querida Nina Simone cantaba “Sinnerman” en la radio – un guiño cruel hacia mí- vi cómo la mujer empezó a guiarlo hasta la cabecera de la cama, para atar sus brazos y pies a sendas extremidades. El hombre quedó boca abajo, con aquel culito respingón al aire, más aún, cuando la mujer llevó un par de almohadas bajo su panza para levantar su trasero.
La mujer se sentó sobre la espalda de él, mirándome a mí;
– Acércate, Rubén. – dijo llevando sus manos en las nalgas de su marido, haciéndole escapar un ligero gemido de sorpresa. Su cuerpo se tensaba conforme ella iba separándolas hasta mostrarme el pequeño agujerito. – ¿O prefieres beberte la tequila primero?
– Blue Margarita.
– ¿Qué?
– No es sólo tequila… es Blue Margarita. – dije al beberme otro pequeño sorbo, acercándome hacia ellos. “Menudo matrimonio” volví a pensar.
Me arrodillé frente a aquel trasero separado al máximo gracias a las manos sádicas de su esposa. Un temblor me volvió a recorrer el cuerpo, era mi primera experiencia, ganas me sobraban, información también. Cayó mi querida copa sobre el alfombrado mientras mi rostro se inclinaba para lamer aquel trasero. De arriba para abajo, una y otra y otra vez.
La mujer empezó a meter los primeros dedos en el humedecido trasero de su esposo, sorteando posiciones con mi hábil lengua, el muy cabrón empezaba a gemir bajo las almohadas y yo estaba encendiéndome a mil por hora rumbo a un muro.
Me subí en la cama, de rodillas frente al trasero. La mujer tomó de mi sexo, lo escupió y llevó el glande hasta la entrada del ano de su marido. Me miró a mí, sus ojos gatunos, sus bellos ojos gatunos y sádicos me imploraron un beso.
Penetré al tío, lloró como niña mientras yo besaba con exceso morbo a su querida esposa sentada sobre él. Mis movimientos iban adquiriendo vigor, Anastasia gruñía groserías entre besos, palabras inmundas dirigidas a su hombre, como “¿te gusta cómo te folla, puta?”, “¿Acaso te duele, cariño? ¡Quiero que digas que eres una putita niña llorona!”, “Ya te irás acostumbrando a que te follen tíos, para que tú aprendas a hacerlo, cabrón”
Yo era el tercero, si no fuera por mi verga, sobraría. Sólo estaba para darle y darle al pobre diablo, mis embestidas eran terribles, un leve halo de sangre empezó a correr del ano, le estaba rompiendo el esfínter y a su esposa no le importaba.
Limón, tequila y una copa escarchada en sal. Jazz de fondo, mi primera experiencia… la primera experiencia del pobre marido. Más delicioso, imposible.
Ella se levantó y me dejó hacerle, se dirigió hacia la heladera, aunque extrañamente no la abrió, sino que se limitó a mirar cómo un hombre hacía llorar a su esposo. Aquella montada sádica duró su tiempo, mi “leche” terminó dentro de él, y caí vencido sobre el desnudo cuerpo del hombre.
La mujer interrumpió mi breve descanso con una voz autoritaria;
“Ahora fóllame” ordenó, “hazme gritar como puta, lo quiero volver loco a mi marido.”
Pensé que íbamos a hacerlo en la cama, sobre su marido, o a su lado, pero ella me hizo una seña para sentarme en el sillón. Y así lo hice, me senté en el lugar, la mujer se acercó para inclinar su dulce culito hacia mí, agarré su cintura para poder llevar el glande entre sus labios vaginales. Se sentó sobre mí y la cabalgué a lo bestia, casi hasta con ganas de destrozarla con la montada. La noche más rara y esperada de mi vida.
Anastasia sabía gritar groserías, su pobre marido estaba atado en la cama, muriendo de dolor y escuchando chillar como cerda a su querida Anastasia. Yo sobraba, el juego era entre ella, su esposo y mi sexo. Miré la alfombra, mi copa seguía ahí, brillando crepúsculos, mi única compañera en toda la noche, reflejando el cuerpo de aquella mujer siendo embestida por mí… no, no por mí, embestida por mi verga. Yo sobraba. Sólo yo.
. . . . .
El pobre diablo fue desatado mientras yo estaba sentado en el sillón, fumándome un cigarrillo y viendo cómo la esposa acariciaba a su hombre, lo besaba, lo confortaba con palabras tiernas, viendo cómo su anillo matrimonial brillaba infidelidades de quilates.
Se vistieron, el hombre no llegó ni a mirarme. Fue el primer culo masculino que saboreé y penetré… y ni siquiera se atrevió a devolverme la mirada. Anastasia se acercó a mí, y me lanzó un fajo de euros. Mi premio prometido. Pero no vi el dinero, ni me fijé, sólo observaba los ojos felinos de la mujer. “Gracias” – me susurró.
– ¿Lo haremos otra vez? – pregunté escrutando su mirada, permaneciendo indiferente ante el peso del dinero en mi pierna derecha.
– Desde luego – interrumpió el hombre, de espaldas a mí, a punto de salir de la habitación.
– Ya lo oíste – sonrió Anastasia.
Aquellos ojos felinos se retiraron con una risita, contemplándome por última vez antes de salir de la habitación, tomada de la mano con su maldito esposo.
Me recosté en el sillón mullido, mi hermosa Nina dejó de cantar hacía ratos. En el suelo seguía mi copa, sinuosa con sus curvas, brillando atardeceres bajo la luz de las lámparas. Me ardía la cabeza, ¿acaso era la bebida?, ¿acaso era un efecto natural tras mi primera experiencia?
Lo peor de todo, es que mi única compañía de aquella noche terminó siendo la copa escarchada de sal, con los vestigios de tequila y limón. Mi profeta de una noche patética, de ojos felinos que no me pertenecerán, de mis soledades con sabor a Jazz y de doscientos euros haciendo peso en mi pierna izquierda.
Entre los fajos de los billetes relucía un papelito, y en éste, se inscribía en letra apenas legible; “Si deseas quinientos euros, dirígete hacia la heladera y retira la cámara que ha estado enfocando la cama. Estuvo grabando cómo te has montado a mi marido. Por obvios motivos, no puedo llevarlo ahora mismo conmigo. Ésa será la prueba de infidelidad con el que le pediré divorcio. Avísame por mail. Un beso, Anastasia.”
Sonreí, entendí el porqué de su decisión de no follar en la cama… ella no quería salir en la filmación. ¿Qué más daba? El mundo nunca sabe a rosas, aunque tampoco es una caja llena de tragedias y sinsabores… y aquella noche de anillos brillando infidelidades de quilates, de sonrisas oscuras y de trampas mortales… aquella noche, el mundo me supo a Blue Margarita. Sólo yo.
– Blue Margarita –
 
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