Asalto a la casa de verano (5)

Todas las muchachas fueron atadas en sus respectivos lugares. Lucas y Benjamín bajaron a comer; tanto follar les había abierto el apetito y los dos hot dogs que había comido habían resultado insuficientes.

Terminando de comer, recordaron que quienes debían estar muriendo de hambre eran Sonia y Leonor. Subieron al cuarto donde ellas seguían atadas; estaban dormidas, pero despertaron apenas se abrió la puerta.

Leonor se había orinado, y sus miados hacia rato que se había evaporado. Sólo quedaba el olor acre. La desataron; le esposaron las manos a la espalda y le ataron los pies para que no tuvieran mucha maniobra de movimiento. Benjamín la llevó al baño, donde la hizo entrar a la regadera. La puso de rodillas, y él mismo se encargó de tallarle el cuerpo con el estropajo. Tuvo cierto interés en que sus partes íntimas quedaran bien limpias, y no dudó en meterle algunos dedos enjabonados por el culo.

Leonor soportó aquello con paciencia; pues ya era un alivió poder salir de aquel cuarto y aquella incomoda situación en la que se hallaba junto a su hija. Estaba preocupada por Mireya, pero no la veía por ningún lado.

Tampoco había visto a Azucena, sólo a su prima, a quién vio con desconsuelo atada al barandal, con las nalgas abiertas recién folladas apuntando hacia arriba. La vio rápidamente, antes de entrar al baño, y le pareció tan pequeña e indefensa que se preguntó lo que podría ser de su propia hija. Había escuchado los gritos desgarradores de Sofía, cuando le habían roto el culo atada en el pasillo.

En el cuarto; Lucas preparaba a Sonia. La tenía en el suelo, pisoteándola, mientras realizaba unos complicados amarres. La había puesto primero en una posición tipo yoga; y después amarró sus tobillos juntos, como un par de troncos. Pasó las manos de Sonia hacia atrás de su espalda, y las ató. Hecho esto, sin darse cuenta se había acercado a una posición estilo lotus tie.

Amarrada como la tenía, le pateó la espalda haciéndola caer hacia adelante. Con aquellas ataduras y el rostro pegado al suelo, Sonia se veía obligada a abrirse de culo y ofrecer su la entrada de su ano.

No podía incorporarse; y el peso de sus propios brazos esposados por detrás le hacía imposible lograr incorporarse. Estaba completamente desnuda, obligada a ofrecer su culo a aquel sujeto.

Pronto sintió cómo él se acomodaba tras ella; intentaba alejarse de su alcance, pero una sola manos sobre ella era capaz de contener cualquiera de sus esfuerzos. Se hallaba indefensa e inmovilizada.

Sintió las manos de Lucas masajeándole las nalgas y acariciándole con los dedos en las áreas ubicadas en medio de su culo. Sintió el roce de aquella mano acariciándole su gordo coño, que formaba una natural hinchazón rodeada de vellos de reciente crecimiento. Los dedos, humedecidos con sus propios jugos, comenzaron a palparle la zona alrededor del anillo de su esfínter.

Era un culito apretado, y virgen. Tenía unas hermosas arrugas alineadas en circunferencia, y formaban un punto rosado en medio de su culo moreno. Sentía asco y vergüenza de pensar que aquella zona tan intima estuviera siendo manoseada por aquel desconocido. Pero la situación se volvió más tormentosa cuando sintió dos manos sosteniéndole el culo y de pronto unos húmedos besos sobre sus nalgas.

Aquellos labios recorrieron parte del área de sus voluminosas nalgas, pero no tardaron mucho en llegar a su objetivo y, en segundos, Sonia comenzó a sentir con impotencia cómo Lucas escarbaba su ano con su lengua. Los roces humedecían con saliva su culo, y el sujeto comenzó pronto a intentar meter sus dedos en aquel orificio.

Sonia le pedía con la voz entrecortada que parara, pero parecía no ser escuchada por Lucas, que no se detenía ni un segundo. Pronto uno de los índices de Lucas comenzó a abrirse paso entre su estrecho culo.

– Deberías sentirte afortunada – interrumpió la voz de Benjamín, que llegaba de regreso con Leonor puesta de rodillas a su lado, asomados bajo el umbral de la puerta – Hace unos minutos, a dos más jovencitas que tú, les he roto el culo de un solo golpe. Me preguntó cómo gritaras tú cuando te lo haga.

Leonor escuchaba aquella sentencia, de rodillas al lado de su captor, mientras tenía que ver cómo el otro sujeto metía sus asquerosas manos en el orificio trasero de su hija. Tenía ganas de ofrecer su culo en lugar del de su hija, pero sabía que sólo lograría ganarse una bofetada y apresurar las cosas. Su silencio era la única defensa que le quedaba.

– Esa posición se ve muy bien – comentó Benjamín

– Si – respondió Lucas sonriente, con su dedo índice metido completamente en el culo de Sonia – De esta forma se mantienen inmovilizadas y con las piernas muy abiertas.

– Ya veo

– Mira – continuó Lucas, sacando el dedo de Sonia y palpando las partes que quería mostrar – Su coño, su ano y las nalgas siempre hacia arriba; no tiene opción, sólo puede mantenerse así.

– Me gusta – asintió Benjamín – Hagamos lo mismo con esta zorrita – dijo, señalando a Leonor – quiero ver cómo lo haces.

Lucas se puso de pie y trajo cuerdas; no se requirió forzar nada. Leonor tomó el papel de una muñeca de trapo y no hizo más que dejarse llevar por lo que aquellos hombres le hacían a sus extremidades. Pronto se halló en la misma posición que su hija, con el rostro sobre el suelo, las manos esposadas por detrás y su culo ofreciéndose al cielo. Era un posición más incomoda que la anterior, y la tendría que soportar.

El problema era moverlas; Lucas y Benjamín las tuvieron que bajar a la sala una por una. Tenían que cargarlas entre los dos, como si se trataran de alguna especie de mueble. Hicieron un espacio en el centro de la sala, y ahí colocaron a las dos mujeres.

Subieron donde se encontraba Azucena, a quien obligaron a llamarle por teléfono a sus padres y decirles que todo estaba bien. Con la voz más tranquila que pudo, Azucena habló con su madre y le contó una serie de mentiras para que esta no se preocupara.

– Estamos bien, ya sólo cenamos y nos vamos a dormir.

– …

– Si, ella está bien también.

– …

– Si, en la alberca. Si, fue divertido.

– …

– Nos vemos, también te quiero.

Apenas colgó, los sujetos la apresaron entre los dos, y comenzaron a realizarle unas ataduras. La niña trataba de quedar cómoda, pero finalmente sólo se hizo conforme a lo que aquellos sujetos demandaban.

Mientras pasaban los minutos, Sonia y Leonor fueron comprendiendo el macabro juego que aquellos sujetos estaban tramando. Primero vieron cómo Azucena fue llevada abajo, con las mismas ataduras y puesta sobre el suelo, al igual que ellas. Lo mismo pasó después con Sofía, que parecía un animalito acurrucado.

Las iban colocando en círculo; con las cabezas al centro y los culos por el exterior. La ultima en cerrar el círculo fue Mireya, a quien trajeron y colocaron en su posición unos minutos después.

Formaban una estrella de cinco picos, donde el centro eran sus cabezas y los picos sus respectivos traseros apuntando al cielo. Sonia, Azucena y Sofía lloraban a gota suelta, Mireya y Leonor sólo se limitaban a guardar silencio y esperar su destino.

Escuchaban sus llantos, sus respiraciones y sus ruegos con claridad, pues sus cabezas estaban pegadas una junto a la otra. Aquello sólo hacía que la situación fuera aún más estresante.

Repentinamente el llanto y los alaridos de Sonia aumentaron; Leonor alcanzó a asomarse desde su incómoda posición y vio el cuerpo de Benjamín posicionándose tras su hija mayor.

La chica de diecinueve años comenzó a rogarle a aquel sujeto que la dejara; pero lo único que conseguía era que Benjamín le metiera los dedos dentro de su culo para untarle crema a las paredes de su ano. Cuando estuvo lista; él tranquilamente se desvistió hasta quedar tras ella desnudo y con la verga endurecida.

Otro grito de terror fue soltado por Azucena, cuando Lucas se sentó en el suelo tras ella. Sus manos palparon ligeramente el redondo traserito de la chica, pero no pasaron muchos minutos cuando inició el recorrido con sus labios y su lengua, saboreando el sudor que escapaba de las nalgas de la muchachita.

Sonia, por su parte, comenzaba a gritar ante las dolorosas sensaciones que le provoca la verga de Benjamín, abriéndose paso a través de su virgen ano. Apenas iba la mitad de aquella verga, y Sonia ya sentía que él la terminaría por partir a la mitad.

Él descansó un poco, disfrutando la sensación de su verga apretujada entre las paredes del ano de Sonia. Pronto, comenzó a empujar de nuevo, dilatando más y más el culo de la chica hasta llegar a su recto.

Entre gritos de dolor, lágrimas en las mejillas y respiraciones aceleradas, Sonia fue penetrada por los veinte centímetros de verga que aquel salvaje le había terminado de clavar.

Después sintió, sin que el dolor fuera menos, el falo de Benjamín retirándose. Cuando creyó que aquello acabaría, volvió a sentir una nueva penetración que de nuevo llegó hasta el fondo. Había comenzado a bombearla.

– Tranquila – le susurró su madre, a unos quince centímetros de ella – No te desesperes, Sonia – le recomendó

Pero es que el dolor era tremendo; además de larga, era considerablemente gruesa. Escuchando el dolor de Sonia, que tenía aquellas anchas caderas y el culo grande, Leonor se preguntó qué sería de las otras niñas. Ella misma había escuchado los alaridos desgarradores de Azucena, y no le sorprendió cuando la vio dormida y agotada en el pasillo del piso superior.

“Pobrecitas”, pensó Leonor, “estas pobres chicas tendrán que soportar todo esto, y más. Estos dos son tan salvajes que violarían hasta a sus propias hijas”. Ella siguió pensando en todas, especialmente en Mireya, “la pobrecita, tan chiquita; espero que al menos a ella la perdonen”.

Los gritos de Azucena comenzaron a iniciar, Leonor giró el cuello para ver qué sucedía. Era Lucas, que comenzaba a penetrar por el culo a la chica. La sangre de Leonor se congeló con aquella escena; estaba tan molesta que tenía ganas de insultar a aquellos crueles, pero decidió girar la vista al suelo y callar, mientras escuchaba los ruegos y alaridos combinados de Sonia y Azucena.

Benjamín, por su parte, iba aumentando el ritmo de las penetraciones. Había colocado más crema en el culo, facilitando el desliz de su verga dentro de Sonia. Los gritos de dolor de Sonia habían menguado, y comenzaban a ser sustituidos por gemidos y respiraciones aceleradas.

Al lado de Lucas, Benjamín parecía un caballero, el muchacho ya había acelerado las embestidas importándole poco los gritos y súplicas de la pobre mulata. Azucena apretaba los dientes y los ojos para soportar los arrebatos de aquel sujeto dentro de su ano; el muchacho parecía tener la intención de romperle los intestinos, pues clavaba su verga hasta el fondo y se movía con una velocidad tal que parecía taladrar con furia el culo de la chica.

Azucena se había cansado de gritar, y lanzaba unos gemidos secos con cada embate de Lucas; a Leonor sólo le bastaba mirar los ojos de la chica, casi en blanco, volteados hacia arriba y con la boca abierta, jadeando por el ajetreo que le provocaba aquel remolino de sensaciones surgidas desde su recto.

Parecía una muñequita con su esbelto cuerpo siendo maltratado por aquel muchacho bruto y desconsiderado. Pero Lucas parecía pequeño al lado de Benjamín; quien con su tremendo cuerpo y su bestial verga representaba lo peor que le podía pasar a cualquier chica de ahí. Y en ese momento le pasaba a su hija, Sonia, quien resoplaba de placer y ramalazo con cada arremetida de aquel gorilón.

Leonor alzó la mirada para verlo, y se amilanó cuando se encontró frente a la pesada mirada de aquel sujeto, sonriéndole sin dejar de embestir a su hija, pasándole sus sucias manos por la espalda, jaloneándole el cabello, lanzándole nalgadas e inclinándose para pellizcarle las tetas.

– ¿Te gusta cómo me follo a tu hija?

– Eres un asqueroso – le espetó Leonor

– Y tú una puta.

Aceleró las embestidas para cortar aquella conversación, a costa de los alaridos de Sonia, que comenzó a resollar con tanta fuerza que su madre lamentó haberle dirigido la palabra a Benjamín.

– Por favor, por favor, por favor… – repetía Sonia, como si estuviese rezando

Su madre la miraba con tristeza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Vio cómo los ojos de Sonia parecieron voltearse, y cuando se pusieron en blanco comenzó a chorrear de sus entrepiernas un líquido abundante que comenzó a gotear sobre el suelo. El sexo anal le había terminado por provocar un orgasmo, tan grande, que su coño había escupido todos aquellos fluidos.

– ¡Vaya! ¡Vaya! – comenzó Benjamín – Se ha chorreado. ¿Lo ves Leonor? A tus hijas les encanta la verga; deberías ir poniendo una sonrisa en esa cara. Mira, mira nada más – dijo, al tiempo que le mostraba lentamente cómo penetraba el ano de su hija – Le gusta, la muy puta se ha chorreado de placer.

Leonor sólo lo miró con despreció, y estaba a punto de decirle algo cuando un sonido interrumpió. Era una especie de alarma.

Vio cómo Benjamín sacaba su verga completa de Sonia, desde abajo, aquel falo parecía enorme, aún más grande; no entendía cómo aquello podía caberles en el culo. Lo vio darle una última nalgada, como si se estuviese despidiendo de Sonia.

Miró hacía en frente, y se encontró con la mirada perdida de su hija Mireya. Se vieron frente a frente, pero Mireya parecía ausente del mundo. Leonor, estúpidamente, trató de sonreírle.

Sintió de pronto cómo Benjamín rozaba sus nalgas con sus dedos, y una especie de electricidad recorrió su piel. Supuso que ahora era el turno de ella. El silencio hubiese sido total sin los gemidos de Azucena, quien seguía con la verga de Lucas atorada en su recto.

No obstante, sintió y luego confirmó con un vistazo, que Benjamín se alejaba de ella. Y entonces, con su verga erecta y manchada ligeramente de restos de excremento de Sonia, lo vio colocarse tras Mireya. Su piel se heló.

– Por favor – dijo, inmediatamente – A ella no por favor; Benjamín…te lo ruego. Hazme a mí lo que quie…

– ¡Cállate! – le espetó el hombre

– Sólo – insistió Leonor – Solamente es una niña…

– La más bonita; además, le hice una promesa. ¿No es así? – preguntó, dirigiéndose a Mireya

Pero la chica no respondió, porque parecía que estaba desconectada del mundo.

– ¡Yuju! – expresó Benjamín entonces, metiéndole juguetonamente un dedo en su coño – Te estoy haciendo una pregunta putita, ¿qué te dije hace rato?

– ¿Sobre qué? – respondió rebeldemente la chica

– Sobre lo que iba a pasar contigo a las siete de la tarde – dijo Benjamín, con un tono más serio

– No me acuerdo – dijo la niña

– ¡Parece que tenemos una rebelde! – expresó Benjamín, alzando las cejas – Leonor, debiste educar mejor a tus niñas; no es recomendable ser tan grosera cuando están a punto de romperle el culo. ¡En fin!

Leonor no supo qué más decir; miró a su hija de nuevo, pero esta inmediatamente viró la vista hacia el suelo. Parecía dispuesta a soportar lo que fuera.

– Por favor… – insistió Leonor, mientras miraba cómo Benjamín, con una mano, sostenía las caderas de Mireya, mientras con la otra apuntaba su verga hacia el ano de su hija menor.

Pero nada pudo hacer; nadie de ahí. Con su verga cubierta con algo de mierda como única lubricación, Benjamín comenzó a pujar contra el apretado esfínter de Mireya. Esta trató de mantenerse fuerte pero, apenas el grueso glande de aquel sujeto se abrió paso para comenzar a entrar, su boca se abrió lastimosamente para después lanzar un grito agudo que conmovió a su madre.

Los gritos fueron haciéndose más constantes, al tiempo que, centímetro a centímetro, la gruesa verga de Benjamín iba entrando sin misericordia al ducto trasero de Mireya. La pobre chica sentía sus entrañas expandirse para dar paso a aquel pedazo de carne extraño y endurecido.

Lucas ya había terminado con Azucena, a quien le había rellenado el recto con su semen, Y sólo miraba impresionado, con su verga aun dentro de la mulata, la forma en que Benjamín penetraba sin lubricación a Mireya.

Las lágrimas de la chica se exprimían cuando apretaba los ojos para soportar el dolor. Sus dientes parecían salírsele de tanto que abría la boca para gritar. Pareció eterno, pero llevó alrededor de un minuto y medio penetrarla por completo. Finalmente, sonriendo cómo quien conquista la luna, Benjamín se detuvo unos segundos con la verga clavada en lo más profundo de Mireya.

– A ver si con esto, putita, aprendes a obedecer. Te voy a follar una y otra, y otra vez, hasta que termines pidiéndomelo. Sólo entonces te dejaré en paz.

Mireya intentó decirle algo; pero tenía que terminar de respirar. Cuando recuperó el aliento, y aun con la verga de Benjamín incrustada en su ano, se atrevió a responderle.

– Entonces follame, cabrón – le espetó – ¡Te pido que me folles y me dejes en paz!

Benjamín pareció intimidarse con aquella respuesta; era todo menos lo que él hubiese esperado, especialmente de alguien tan jovencita como Mireya. Por un momento no supo que hacer, de alguna forma se sintió idiota. El mismo Lucas sacó su verga de Azucena, y se fue a sentar a un sofá, como si alguien lo hubiese castigado.

Benjamín deslizó su pene hacia afuera, y lo sacó. Se mantuvo tras la chica, en silencio. A los tantos segundos, tomó el bote de crema, untó un poco de él sobre el culo de Mireya, y volvió entonces a apuntar su verga para penetrarla.

La penetró de nuevo hasta el fondo, pero con una suavidad inaudita. Comenzó a embestirla, suavemente. Podía sentir los pliegues y texturas, así como el calor entre las entrañas de la chica. Ella gemía, porque aquello era tan suave que el dolor no duró mucho. Sentía placer, de cierta forma, pero intentaba, a veces sin lograrlo, ocultar cualquier seña de su excitación.

Benjamín seguía así, con unas embestidas lentas y concienzudas, que parecían más destinadas a satisfacer a la chica que a sí mismo. Continuó por minutos, porque aquello era tan lento que realmente se hallaba más lejos él de la eyaculación que ella del orgasmo.

Habían pasado alrededor de siete minutos cuando las primeras contracciones en el vientre de Mireya se hicieron presentes. Benjamín no dejó de embestirle el culo mientras él mismo sentía cómo el interior de la chica vibraba.

Habrían de pasar catorce minutos más y dos orgasmos de Mireya para que, al fin, la leche de Benjamín inundará su interior. La niña tuvo que admitir para sí misma, por más que le avergonzara, que aquella calidez extraña en ese viscoso liquido se sentía sorprendentemente bien dentro de su recto.

Sólo tuvo que esperar a que la erección de Benjamín disminuyera en su interior para que su culo fuera liberado de aquel grueso pedazo de carne. Él no dijo ninguna palabra; tomó sus cosas y subió a lavarse la verga al baño; dejando a Mireya en aquella posición, con la leche comenzando a brotar lentamente de su esfínter.

Como intentando romper el silencio, Lucas se volvió a poner de pie y se colocó tras Sofía. Le colocó crema en la entrada de su ano, y la penetró. Sus gritos fueron iguales a todas las demás, pero se habían acostumbrado a aquello que en su caso parecieron perder importancia.

Fue una follada rápida; y con un culito tan apretado como aquel, Lucas no tardo en embutirle el ano con sus mecos. Sacó su verga, acarició las nalgas de Sofía, que aun sollozaba, y se puso de pie para dirigirse al baño también.

Pronto bajó Benjamín; parecía ser el mismo de antes. Avanzó autoritario al grupo de chicas y, para la mala suerte de Sofía, se colocó tras ella con la verga nuevamente erecta.

A aquel sujeto no le pareció importar que el semen de Lucas estuviese emergiendo de aquel ano, pues colocó su verga sobre él y lo penetró por completo de un solo golpe. La chica hubiera doblado de dolor su espalda, de haber podido, pero tuvo que conformarse con lanzar un grito desgarrador que volvió a hacer el ambiente pesado.

A ella sí que la embistió con furia; sin el menor de los cuidados. Parecía que con ella desquitaba el mal sabor de boca que le había dejado la actitud de Mireya.

– Po…porrr…f…ffa…vooorr… – intentaba decir Sofía mientras su culo era castigado sin misericordia.

Pero Benjamín no parecía escucharla; sólo se dedicaba a castigar aquel apretado hoyo. Como si el ano de Sofía fuera el culpable de todos sus problemas.

Cuando él se vino, por fin, el esperma combinado con el de Lucas comenzó a brotar alrededor del tronco de su verga. La chica estaba tan llena de semen que este ni siquiera tuvo que esperar a que Benjamín sacara su verga de ella para comenzar a brotar.

Benjamín sacó su verga y limpió el exceso de fluidos y mierda sobre las nalgas de Sofía. Está sólo se limitó a llorar, con el rostro sobre el suelo, mientras de su culo seguían brotando borbotones de leche de dos hombres diferentes.

Eran suficientes eyaculaciones por el momento, y ambos hombres debían descansar. Subieron a Azucena y Sofía al baño, y cada uno limpió el culo de cada una de ellas. Lo hacían cómo dos mecánicos limpiarían el escape de un automóvil; les metían el dedo en los culos y les tallaban las nalgas como si se trataran de objetos.

Fue difícil limpiarlas, especialmente a Sofía, cuyo culo no dejaba de derramar fluidos.

Las volvieron a bajar y las sentaron sobre el sofá; era lo más cómodo que ellas se habían sentido en lo que iba del día.

Después subieron a Sonia y a Mireya al baño, y tras ellas subieron a su madre.

Sus hijas estaban en el piso de la regadera; con el rostro sobre el suelo y sus culos al aire, tal y como habían estado antes. Supuso que a ella también la colocarían así, pero se sorprendió cuando Benjamín le quitó las esposas y le desamarró las piernas. La colocaron de rodillas frente a sus hijas, y le entregaron un jabón y un estropajo.

– Límpiales el culo a tus hijas – le dijo Benjamín – Se útil en algo.

Ella no supo cómo reaccionar. Miró los traseros de sus hijas; el de Sonia parecía bastante estropeado, mientras que el de Mireya parecía sorprendentemente intacto, y los únicos rastros del sexo anal era los hilos de leche, secos ya a lo largo de sus piernas.

Tomó el tallador, les enjabonó las nalgas a sus hijas, y comenzó a tallarles, limpiándolas. En el fondo, sabía que sólo las preparaba para las siguientes agresiones.

– Cantales – dijo Benjamín, con un tono de voz extraño – Lo que les cantaras cuando eran niñas; cantales.

Aquella petición le pareció extraña, por no decir estúpida, a Leonor. Pero no estaba en condiciones de querer desobedecer sus ocurrencias. Pensó un poco e hizo memoria, y cuando el nudo de su garganta se lo permitió, comenzó a cantar mientras sus dedos trataban de extraerle los restos de semen a Mireya.

– Arrorró mi niña, – entonó – arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón.

Benjamín escuchaba atento, como si aquello fuera relevante. Su verga volvió a endurecerse, aunque con cierto dolor. Se agachó tras Leonor, y apuntó su verga hasta penetrarla en el coño.

– Esta niño linda, ya quiere dormir; háganle la cuna de rosa y jazmín. – continuó cantando Leonor, tallándole el culo a Mireya y recibiendo las embestidas de Benjamín – Arrorró mi niña, arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón…

CONTINUARÁ…

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