El sonido potente de un trueno la hizo despertar y el relámpago iluminó fugazmente la habitación de la joven. Abrió sus ojos, sus rojizos pelos desparramados en su sudoroso rostro daban la atinada impresión de no haber pasado una grata noche. Esquinó la vista a la ventana, eran tempranas horas, debería retozar el sol, pero la tormenta ensombrecía el campo a lo lejos.

Más allá, tras las montañas, apenas se divisaban los restos de millares de edificios, todos ennegrecidos, propios de una ciudad carcomida en cenizas. Aurora se levantaba cansada, sumida en una remerilla beige que denotaba aquel acaramelado ombligo, aunque bien poco insinuantes senos, y un pantaloncillo blanco, en el que no solo daba la vista a sus casi perfectos y lechosos muslos juveniles, sino un sugerente monte de venus que relucía en su caminar por los pasillos de aquella mansión en donde vivía aislada con su padre.
Cercada del cruento y violento mundo que existía afuera, lleno de guerras, violencia y movilizaciones. Sanguinario mundo que una vez fue tal, hasta que el agua ocupó un lugar más importante que el petróleo, que el oro… y que la vida misma. Cercada, de un mundo que ya no reconocía fronteras, sumido en seudo dictaduras militares hostiles.
Sus pasos resonaban en el lujoso pasaje, una fuerte lluvia se evidenciaba por las tantas gigantescas ventanas dispuestas en su recorrer. En su soledoso caminar, miraba la tormenta, y una sensación de melancolía la invadía, quería volver con sus compañeros de universidad, sentir el cariño madre, hablar de nimiedades con sus amigas, todos desaparecieron por la guerra, eran todos recuerdos de su vida que la hostigaban.
Aquellos ataques de ansiedad que la carcomían, solo eran aplacados por un momento de arrebatamiento con… alguien. Un ser, con la que nuestra joven pelirroja, osaba de dar suministro a su libertino, intentando, llenar el vacío que dejaron sus seres queridos en su vida.
Seguía caminando, pasaba de largo las tantas puertas, y se detuvo ante una enmarcada muy especialmente con maderas de aspecto ondulado e histórico. Sabía que el placer y el gozo esperaban por ella tras aquél ínfimo cubículo, una leve sensación se prendió en su estómago, y entró.
Un figura erguida firmemente, ocultada en la oscuridad, se presentaba inmóvil ante ella. Cerró la puerta, apenas cabían dos personas en aquel pequeño y oscuro aposento, se acercó, pegó su cuerpo ante aquella dureza, lo palpó extasiada con sus manos, recorriendo desde aquellos durísimos abdominales hasta los adónicos brazos, lo rodeó por las caderas, y sin pudor palpó lo que parecía una virilidad sin vigor.
Máquinas similares, pululaban en la mansión, pero sólo éste, tenía la propiedad viril de los hombres, vino casi descompuesto desde la metrópoli, tras aquella rebelión de civiles la dejara en ruinas y cenizas como hoy día. Y entre sus piernas, se evidenciaban las funciones que este aparato realizaba en aquella extinta ciudad
Recorría extasiada la muy formada espalda mientras se remojaba sus labios, buscaba una pequeña depresión en su dorso, y presionó lo que pareciera ser un botón. Unos leves sonidos surgieron de aquel cuerpo, la joven retrocedió unos pasos, esperando que el hombre, no tan hombre, despierte.
Y tuvo que esperar que aquel rubio adonis actualizase su sistema por contados minutos, leves movimientos de dedos se prestaron a la vista. Luego los labios comenzaron con tics nerviosos. No tardó en abrir levemente los ojos.
La joven oyó unos pasos en el pasillo, giró la vista y sacó apenas el rostro a divisar si su padre no rondaba. No había nadie, tal vez la potente lluvia haya jugado una mala pasada. Si aquel vejete se enterase que ella jugaba con las máquinas, le reprendería a lo lindo. 

Una firme mano palpó su trasero, recorrió la casi exquisita redondez juvenil, y posó unos dedos en la pequeña cintura, bajando el mínimo pantaloncillo que la joven Aurora tenía, deslizándosela hasta las rodillas. Tras darse media vuelta, cruzó la mirada con aquel personaje, si bien de ojos obviamente trucados, de plásticos y levemente humedecidos para imprimir realidad, inspiró una sensación eléctrica en la joven.

En un movimiento recto y poco natural, el personaje posó su mano bajo el mentón, lo levantó, y clavó un beso en exceso morboso. Aquella invasión labial, que Aurora había programado a sus gustos, recorría con ímpetu su pequeña boca. Y era tal la lubricidad que portaba aquella lengua quimérica, que la joven, en un momento de éxtasis, no dudó en atraparlo con sus tibios labios, y así succionar de la manera más cibernéticamente mundana.
Tras aquel beso, el hombre se rindió de rodillas frente al sexo de la joven, aquellas fuertes y grandes manos sujetaron la pequeña y temblorosa cadera de Aurora, y pegaba maquinalmente el rostro en su cálida intimidad, haciéndola vibrar, arrancándole un mísero gemido. No dio abasto, y se inclinó para sujetarse por la atlética espalda de aquel artefacto, a fin de no perder equilibrio.
Aquella lengua recorría con ahínco y fuerza el pequeño y rosado capullo en el que prosperaban rojizos vellos. Aurora sentía la lengua totalmente dentro y a más no poder, salía y recorría entera la raja, para luego prestarse con todo en sus adentros, sus piernas flaqueaban y no pudo dejar escapar una baba de entre las junturas de sus labios, quería gritar pero no podía arriesgarse a ser escuchada.
Un degenerado y violento bombeo de lengua la hizo casi perder el equilibrio, cerraba sus ojos, arañaba y enterraba sus uñas en la espalda de aquel insensible aparato, se mordía los labios a fin de no chillar por la placentera experiencia, aquel autómata sabía lo que Aurora quería.
Su clítoris se hinchaba y pulsaba cuando se lo rozaba y espoleaba. No tardó en segregar su dulce néctar, divisándoselo correr como riachuelos entre sus muslos, y bajo el mentón del hombre maquinal quien seguía metido en lo suyo, trayendo hacia sí, más y más, aquella beldad adolescente.
Retiró su boca, y sin dar respiro a la joven, se levantó, clavó aquella mirada vacía en los de ella, y la besó con acuoso vigor, momento en que Aurora osó de probar de su propia feminidad impregnada en aquella lengua sintetizada. La tomó de su sudoroso rostro, ladeando su cabeza mientras la invadía con más empeño. Sus brazos cayeron dormidos, sus piernas volvieron a aflojar y su cuerpo quedó rendido ante tanta maestría y potencia propia de aquel mecanismo.
La tomó de las caderas, girándola bruscamente, aprisionándola de espaldas a él, sus senos se comprimieron contra la pared y con un pie, separó las temblantes piernas de la joven. Bajó rápido una mano, y a lentos roces, restregó sus grosos dedos por la raja ya lubricada que ofrecía Aurora. Adentró uno dentro de la húmeda fisura, ella palpitaba y jadeaba boquiabierta, leves haces de saliva volvían a desprendérsele, pero aquello poco le importaba, eran tan expertos los movimientos y fricciones a su ya hinchado botón, que impudorosa gritó.
Para su suerte, afuera un ruidoso relámpago golpeaba, perdiéndose su alarido robóticamente excitante, entre los de aquella tormenta.
Seguía el tan placentero contoneo de los dedos, la joven se friccionaba por la puerta, gimiendo con furia, rogándole entrecortada; que ose de asediarla en su sexo. El hombre meció instintivamente aquella falsa y venosa masculinidad entre sus lubricados labios, y a lento arrebato, lo hizo adentrar en ella.
Mientras lo introducía delicadamente, el robótico amante se inclinaba para besarla el cuello, succionando y apretujando aquella piel lechosa con sus labios artificiales. Los besos seguían del cuello para abajo, entre la espalda, retumbando no sólo los lametones, sino los gemidos de Aurora, al tiempo en que la manoseaba con sus dedos por su cintura, dedos que impulsaban desde las yemas, leves vibraciones e impulsos eléctricos que la hacían retemblar impudorosa.
Eran pausados sus bombeos, le producían gemidos agitados, se contoneaba y arqueaba al ritmo del tremendo placer que sentía electrificarla en sus adentros.
La virilidad erguida a tope, despojaba de la misma, pequeñas descargas que golpeaban y rozaban las paredes internas de Aurora. Aquello atinaba a extasiarla más, pero si bien su rostro estaba estrujado del goce, unas lágrimas la surcaban. Le dolían como nunca los recuerdos, aquel hombre parecía ser su sustancia para olvidarse de las penas.
Los movimientos de caderas, de ser leves, se convirtieron en impulsos rápidos que arrancaban de la joven Aurora, mascullas cadenciosas y arqueos tremendos al ritmo de aquella embestida que la sacudía. El ente la tomaba de la cintura, pareciera tomar tracción, y la atravesaba hasta donde el físico diera, la jovencita chilló como nunca, arañaba la pared por donde era sacudida, sus cabellos se restregaban en su extasiado rostro y su cuerpo pegándose constantemente contra la puerta por las fuertes embestidas.
Sin pérdida de tiempo, el hombre arrancó su miembro de sus entrañas, la giró hacia sí, cara contra cara, y supo interpretar sus casi invisibles gestos corporales.
– ¿Por que lloras? – preguntó mecánicamente mientras seguía bordeando su cuerpo.
– Por nada – se excusó jadeante y sudorosa. Lo besó entre sus pectorales, y con tal dulzura, siguió bajando por las abdominales, hasta llegar, y a besos, a aquel miembro que yacía en su máxima expresión. Con ambas manos, Aurora lo rodeó, lo atrajo hacia sí, haciéndolo adentrar en su boca. Una degenerada succión comenzaba.
La joven empezó una lengüeteada de aquellas, recorriendo en círculos el glande. Succionaba, retirándose luego para lanzar un escupitajo al órgano, y volver al asalto para seguir engrasando y enjuagando su boca con sus propios brebajes impresos allí. En un movimiento fugaz, lo sintió hasta su garganta, y en consecuente, comprimió su rostro, lanzando un sonido retumbante de arcadas, haciendo que haces de salivas caigan desde sus labios hasta sus senos.
El hombre, tras separarse de aquella lasciva boca, no dudó en caer arrodillado frente a la joven, la miraba con los ojos fríos y perdidos, como esperando nuevas órdenes. Al verla sonrojada, pensó y volvió lentamente a mecer una mano en su feminidad, restregando nuevamente los dedos, haciéndola resoplar ruidosamente al ritmo de aquella vibración que realizaba en su lubricado sexo.
– Dime que me amas – susurró sofocada y ruborizada al máximo.
– La amo –dijo con su voz potente y fría, palpando aquel dulce cuerpo que se le entregaba sin pudor. Aurora sabía que esas palabras eran vacías, pero tanto lo necesitaba… ¡Tanto lo anhelaba! No pudo evitar sollozar, de la pena que sintió por ella misma, por haber rogado a un simple robot que se le declarase. Pero su soledad no daba para más, necesitaba escuchar aquellas dulces palabras, huecas… pero dulces.
¿Tanto se rebajó a pedirle a una máquina, un amor? ¿Era una quimera? Pero en su conciencia supo que las máquinas no aman, ni siquiera sienten como ella. El amor de Aurora hacia su madre fallecida, amigas perdidas y separadas, todo ello era verdadero, y pedírselo a aquel robot, era en definitiva tocar fondo. ¿Tan necesitada de amor? ¿Podría acaso un montón de cables corresponderle su pasión?
Ella lo abrazó, sus manos recorrieron su espalda hasta volver a encontrar el botón, lo apretó, y el hombre quedó en su posición de rodillas, inmóvil, inerte… y apagado. Aquel rostro estaba estático, frío, esos ojos quedaron abiertos y daban la impresión de haber muerto.
Retiró un minúsculo material azulino que yacía en el pecho del hombre, y lo cambió por otro en donde la experiencia sexual recientemente vivida, “nunca sucedió”. Se inclinó hacia su inerte rostro, y le echó un dulce pico entre sus falsos labios, musitándole dulcemente;
-Yo también te amo.
Volvió a vestirse con sus pequeñas ropas de dormir, salió del cubículo, y se dirigió nuevamente a los pasillos. La lluvia afuera seguía azotando fuerte, aquello le llamó la atención, fue a una ventana, y miró con melancolía la torrencial tormenta.
– ¿Que haces despierta tan temprano? – era su padre, la sorprendió desde atrás.
– Me despertó el sonido del rayo hace un rato… – e intentó disimular sus lágrimas.
– ¿Por que lloras hija?
– Por nada, son sólo tonterías. Recuerdos de amigos… de mamá, todos en la ciudad.
– Tranquila mi niña – y se prestó a abrazarla con una ternura de aquellas, la joven no pudo evitar sollozar en los pechos del padre.
– ¡Dime que me amas – susurró gimiendo- necesito escucharlo!
El hombre la bordeó por los hombros, la besó en una mejilla, Aurora lo apretaba contra ella con más fuerza, quería sentirlo. Su padre, sin dejarse de besos, bajó la mano hacia una depresión en la espalda de la muchacha, y presionó un botón.
La joven Aurora, quedó inmóvil, estática… y apagada. El hombre, tras levantar levemente la remerilla, retiró de los pechos de la joven, un pequeño material azulado, lleno de los falsos recuerdos, lo guardó e injertó otro nuevo, en donde la vida que la carcomía… “nunca sucedió”
– ¿Es probable que sepan amar? – pensó para sí, nunca la programó para tales fines, ¿Cuando una simulación de una personalidad se transforma en un ente que busca afecto?. Aún la humanidad distaba de encontrar una respuesta, a aquellos segmentos aleatorios que parecieran crear vida y sentimientos en donde no deberían existir.
Y se retiró hacia otros parajes de la mansión, giró su vista y la observó erguida e inerte, con aquella mirada perdida y muerta, se apiadó de ella, musitando un leve;
– Te amo.
Y se alejó mientras las nubes negras seguían empañando y oscureciendo más y más el pasillo. Antes que la negrura corroa el lugar, aún podréis apreciar una lágrima surcar el sonrojado pómulo de la joven Aurora.
Pareciera real, era quimérica.
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

2 comentarios en “Relato erótico: “Quimerica” (POR VIERI32)”

  1. Muy buena selección de fotos, la verdad es que te sales. Y la verdad es que las pelirrojas a mí me matan, ¡uff!

    Este relato lo escribí hace la tira de años. Mucho abuso de adjetivos que ralentizan la lectura. Pero bueno, siempre quise tratar algo de Sci Fi erótico, y salió esto.

    Un abrazo.

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