Si una profesión es propensa a las
sorpresas esa es la mía. Un prostituto tiene que estar preparado para todo tipo de situaciones raras y lo que es todavía más difícil, debe de saber salir airoso sin perder el prestigio entre sus clientas. Eso fue lo que me ocurrió una noche que Johana, mi madame, me había concertado una cita con un señora bien entrada en los cuarenta. Lo que en teoría iba a ser un trabajo fácil, se complicó de una manera tan extraña que si no llega a ser por mi experiencia acumulada, hubiera terminado metido en un embrollo familiar del que me sería complicado salir.
Había quedado con mi clienta en su casa. Según me había explicado mi jefa, íbamos a estar solos ya que el marido estaba de viaje por Europa y la hija estudiaba en Boston. Por eso cuando toqué el timbre de ese chalet, estaba convencido que iba a ser pura rutina. Unas copas, toqueteo y para terminar un par de polvos.  Tal y como había previsto, Samantha me abrió la puerta vestida únicamente con un atrevido picardías de encaje negro que dejaba poco espacio a la imaginación. Bajo la tela, esa mujer me mostraba impúdicamente los negros pezones que decoraban un buen par de tetas.
“No está mal” pensé al verla. Aunque entrada en años, mi clienta se mantenía en forma por lo que no me preocupó el hecho de excitarme. Sin ser la dama de mis sueños, en peores plazas había toreado y había salido victorioso.
Tras las típicas presentaciones, me hizo pasar al salón y allí, poniendo música, me preguntó si quería algo de beber.
-Lo que tú tomes está bien- contesté.
Sam, sonrió al escucharme y acercándose al bar, cogió dos vasos y sacando una botella de whisky, sirvió  un par de copas. Mientras mi anfitriona estaba ocupada con las bebidas, me puse a observarla. Era una mujer alta con dos buenos melones y aunque en su cintura se le notaban los años, no dejaba de tener un culo apetecible. Se percibía a simple vista que esa cuarentona hacía ejercicio, su cuerpo mantenía gran parte de la lozanía de su juventud, siendo sus piernas las mejores partes de su anatomía. Viéndola desenvolverse, estaba convencido que en la cama sería sencilla de satisfacer y por eso al llegar a mi lado, la cogí de la cintura y la saqué a bailar.
Siguiendo el guion que me había imaginado,  esa morena pegó su pubis a mi entrepierna y frotando su sexo contra el mío, ella sola se fue calentando al ritmo de la canción. Llevábamos abrazados menos de dos minutos, cuando noté que ya estaba lista para ser atacada y por eso deslizando los tirantes por sus hombros,  dejé al aire sus dos senos. Sam no pudo reprimir un gemido al sentir que bajando por su cuello, mi lengua se acercaba a sus pezones. Sé que hubiera podido comerme ese par de peras rápidamente y provocar que esa mujer me rogara que la tomara pero, como tenía una fama que conservar, decidí ir despacio. Si esa mujer confesaba a sus amigas que había pasado la mejor noche de su vida conmigo, eso incrementaría mi crédito entre las hembras pudientes de Nueva York.
Tomándome todo el tiempo del mundo, acaricié su trasero, alabando mientras tanto con dulces piropos alababa su belleza. La mezcla de mimos y lisonjas fueron incrementando su deseo, de forma que no tardé en percibir que, completamente mojada, Sam esperaba mi siguiente paso. Fue entonces cuando mordiendo suavemente sus pezones, empecé a mamar de las ubres con las que la naturaleza había dotado a mi clienta.
-¡Qué maravilla!- suspiró entregada por completo.
Forzando su lujuria a base de besos y lengüetazos, llevé a esa mujer a un estado de efervescencia que me permitió deslizar mi mano por su cuerpo y concentrándome en su entrepierna, empezar a masturbarla sin que pusiera ninguna objeción. Al comprobar que lo llevaba afeitado, sonreí pensando que con seguridad su marido debía de estar encantado con esas ingles desnudas, sin saber que a lo que su esposa se dedicaba cuando él estaba de viaje. Al separar sus labios y toquetear con mis dedos su clítoris, mi clienta se vio desbordada y sentándose en un sillón, separó sus rodillas y mostrándo su sexo, me pidió que se lo comiera.
No tuvo que insistir, despojándome de la camisa, me arrodillé a sus pies y cogiendo una  de sus piernas, comencé a besarla por el tobillo. Embebida por sus sensaciones, Sam posó su cabeza en el respaldo y cerrando sus ojos, se concentró en el lento trayecto de mi lengua. Poco a poco fui subiendo por su pantorrilla mientras con mis manos no dejaba de acariciar sus tetas. La lentitud de mis maniobras la fue conduciendo irremediablemente al orgasmo, de manera que todavía iba por mitad de su muslo cuando llegaron a mis oídos los primeros síntomas de su claudicación.
-Ahh- 
Sus gemidos iníciales se vieron incrementados  en volumen y frecuencia cuando llegando a mi meta, me apoderé del botón erecto de su sexo. Satisfecho al corroborar mis buenas maneras, mi lengua siguió jugando con su clítoris, a la vez que apretando con mis dedos uno de sus pezones, daba inicio a su anhelada rendición.
-¡Me encanta!- chilló al sentir la dulce tortura a la que la tenía sometida y llevando sus manos a mi pelo, forzó el contacto de mi boca presionando mi cabeza contra su pubis.
Acostumbrado a tener que lidiar con ese tipo de hembra, juzgué necesario subir otro peldaño y metiendo un dedo en su interior, volví a acrecentar su temperatura. Sam al advertir mis falanges violando su sexo, no pudo aguantarse más y convulsionando sobre el sofá se corrió sonoramente. Era tanto el placer que la dominaba que la cuarentona proclamó a voz en grito su orgasmo mientras un manantial de flujo manaba de su pubis. Yo por mi parte, que me había mantenido bastante tranquilo hasta entonces, al saborear en mi boca el néctar de esa morena no pude más que verme contagiado de su lujuria y absorbiendo como poseso el líquido de su sexo, prolongué su clímax hasta que totalmente agotada, me pidió que le diera tregua.
-Lo siento pero no puedo- le dije tomando un respiro –eres demasiado bella-
Mi enésimo piropo junto con la continuación de mi mamada, le hizo sollozar de gozo y con una sensualidad que solo una mujer experimentada es capaz de dotar a su voz, me dijo:
-Vamos a mi habitación-
Con ella semidesnuda y yo todavía casi completamente vestido, la acompañé por su mansión y subiendo por las escaleras, me llevó a una enorme estancia decorada con gran profusión.
“Menuda horterada”  pensé al ver que en mitad del cuarto había una cama King-size con dosel dorado.
Todavía estaba contemplando el mal gusto de esa mujer, cuando ella llamándome a su lado, empezó a desabrocharme la bragueta.  Sin darme tiempo a opinar, liberó mi miembro de su encierro y abriendo sus labios, se lo metió en la boca. Centímetro a centímetro, Sam fue embutiéndoselo en su interior hasta que con gran esfuerzo, lo hizo desaparecer en el fondo de su garganta.
“¡Qué bien mama la vieja” sentencié mentalmente al distinguir que había conseguido introducirse toda mi extensión y que sus labios envolvían la base de mi pene.
Excitado, disfruté de cómo esa morena metía y sacaba mi falo de su interior mientras con la lengua presionaba sobre mi piel. Era tal su maestría que logró que pareciera que en vez de su boca fuera su sexo en el que se lo encajaba.
-Eres una putita mamadora- le dije acariciando su melena.
Mis palabras le sirvieron de acicate y cómo si su vida dependiera del resultado, aceleró su ritmo de forma tal que mis huevos empezaron a rebotar contra su barbilla. No contenta con ello, llevó la mano a su entrepierna y sin ningún tipo de recato, se masturbó ante mi atenta mirada.
-¡Qué guarra eres!- le espeté al comprobar que metiéndose tres dedos, esa mujer buscaba correrse antes que yo.
No me explico todavía el porqué pero obviando que ella era la cliente y yo su puto, la cogí de la cabeza y forzando su garganta, la empecé a usar sin contemplaciones llevando mis penetraciones hasta el límite. Sé que debía de haber tenido más cuidado pero actuando como un perturbado, follé su boca salvajemente hasta que explotando dentro de ella, me corrí. Por lógica Sam debería de haberse indignado por el trato pero mi brutalidad le encantó y acompañándome en mi orgasmo, se dejó llevar por su pasión mientras se bebía con auténtica ansia la simiente que había liberado dentro de su faringe. Parcialmente arrepentido, la levanté del suelo y llevándola hasta la cama, la tumbé.
Queriendo arreglar el desaguisado, me desnudé y mientras lo hacía, al mirarla, me di cuenta que contra toda razón, esa mujer me miraba hambrienta desde las sábanas.
-¡Qué bello eres!- me soltó al verme desnudo y poniéndose a cuatro patas sobre el colchón, me pidió: -¡Fóllame!-
Ni que decir tiene que acercándome hasta ella, puse mi glande en su entrada y tras jugar durante unos segundos con sus labios, de un solo empujón se lo metí hasta el fondo. Sam, al sentir su interior hoyado por mi herramienta, gimió de placer y sujetándose a una columna del dosel, me pidió que la tomara sin piedad. Su entrega me volvió a ratificar que esa mujer gozaba con el sexo duro y por eso, usando su melena como rienda, la cabalgué con fiereza. Mi pene la empaló una y otra vez llevándola al borde del abismo pero ella, lejos de quejarse, bramaba como una yegua al ser cubierta por un semental.
-¿Te gusta?- pregunté dejando caer un sonoro azote en sus glúteos.
-¡Sí!- chilló y alzando todavía más su trasero, soltó: -¡Soy una vieja puta que necesita que se la follen!-
Al conocerla, no se me había pasado por mi mente que esa cuarentona de buen ver fuera tan zorra y por eso dándola gusto, incrementé aún más e mis embiste siguiendo el compás de los azotes. Nalgada tras nalgada, fui asolando sus defensas hasta que con su trasero enrojecido Sam se dejó caer sobre la cama mientras aullaba de placer.
-¡No pares!- gritó al sentir que había bajado el ritmo -¡Quiero más!-
Azuzado por su orden, la cogí de sus pechos y despachándome a gusto, la seguí acuchillando con mi pene. Era tal el flujo que salía de su sexo que cada vez que la penetraba, salpicaba en todas direcciones de forma que no tardé en tener mis piernas totalmente empapadas. Queriendo maximizar su experiencia, decidí que ya era hora de desvirgarle el culo:
-¿Te apetece probar por aquí?- dije untando su ojete con parte de su humedad-
Samantha dando su permiso, aulló:
-¡Date prisa!
Justo cuando ya iba a tomar posesión de su entrada trasera, escuché tras de mí que alguien decía:
-¡Mama! ¡Qué haces!-
Al girarnos, pudimos ver que en la puerta de la habitación y con los ojos desencajados por la escena que le estábamos dando, una jovencita estaba hecha una furia. Deshaciéndose de mí, asustada, mi clienta le dijo:
-Hija, ¡No es lo que tú crees!-
Me quedé de piedra al saber que era su niña, la chavala que nos había pillado y sin saber qué hacer, empecé a vestirme mientras Sam salía huyendo tras los pasos de su retoño. Os podréis imaginar los gritos que se oyeron en esa casa. Jenny, así se llamaba la cría, le recriminó a su madre su traición mientras esta se trataba de disculpar diciendo que era la primera vez y que yo lejos de ser su amante era un prostituto que había contratado. Durante un rato ambas mujeres siguieron discutiendo hasta que haciéndose el silencio creí que habían terminado.
Estaba a punto de marcharme, cuando vi que mi clienta entraba por la puerta. Con el rímel de sus ojos corrido, señal de lo mal que lo estaba pasando, se acercó a mí y cuando ya creía que me iba a despachar, me dijo hecha un mar de lágrimas:
-Alonso, tengo que pedirte un favor-
-No te preocupes, lo comprendo: Me voy- le contesté tratando de hacerle más llevadero el mal trago.
-No puedes irte- me suplicó llorando- mi hija me ha exigido que quiere conocerte y nos espera en el salón.
Comprendí que no podía dejarla tirada y por eso sabiendo que me esperaba una desagradable escenita, la seguí por las escaleras. Mi clienta al borde del ataque de nervios, me dejó en la entrada y huyendo de allí, desapareció sin despedirse.
“Mierda” pensé al tener que enfrentarme yo solo a la hija pero entendiendo que no podía evitarlo, entré en el salón dispuesto a recibir al menos un gigantesco rapapolvo.  Sentada en el mismo sofá en el que antes se había corrido su madre, Jenny me esperaba. Al verme entrar, con gesto de desprecio me dijo:
-Así que tú eres el puto que se tira mi madre-
Sus palabras no eran más que el rechazo que sentía por la actitud de su progenitora y comprendiendo que yo hubiera actuado igual, dejé que liberara su furia sobre mí. De pie en mitad del salón tuve que soportar que la muchacha me acusara de haber seducido a su madre, de tener el descaro de manchar con mi presencia el hogar en el que había crecido y demás lindezas que no viene a cuento reseñar. Lo único que os diré que cuando ya creía que había acabado y que era el momento de tomar las de Villadiego, oí su orden:
-Ponme una copa-
Extrañado por su pedido, solo pude preguntarle que quería:
-Ron con hielo- respondió mirándome a los ojos.
Como un autómata, le serví la copa y se la acerqué. Ella al recogerla de mis manos, me preguntó qué cuanto le había cobrado a su madre. Cómo no sabía si Sam se lo había dicho con anterioridad, consideré que lo mejor era ser sincero. Jenny al oír el pastizal que había pagado, se escandalizó y bebiendo de su vaso, se quedó pensando unos segundos antes de soltarme:
-Me imagino que, por esa barbaridad, la zorra se habrá asegurado que pasaras toda la noche con ella-
Sin saber realmente a donde quería llegar, le contesté afirmativamente. La muchacha sonrió perversamente y con gesto serio, tomó un sorbo de su cubata. Al cabo de unos momentos,  me soltó:
-Como no querrás que te denuncie, ¡Me vas a ayudar a castigar a mi madre!-Casi me caigo del susto al comprender que ¡esa pequeña arpía me estaba chantajeando!
Alucinado por la mala leche que se reconcentraba en ese metro sesenta, no supe que contestar y cuando estaba meditando seriamente cruzarle la cara con un guantazo, escuché que su madre entraba en la habitación. Inexplicablemente, Sam  traía entre sus manos una bandeja con comida y tras posarla sobre la mesa, se arrodilló en el suelo adoptando una postura de sumisa. Personalmente no comprendía nada, esa mujer no solo parecía tranquila sino que ni siquiera se había cambiado y seguía medio desnuda.  Fue entonces cuando alegremente Jenny me reveló el acuerdo que había llegado con mi clienta:
-La puta que me parió ha decidido que es mejor obedecer a que le vaya con el cuento a mi padre-
“¡Joder con la niña!” pensé al enterarme de su pacto pero al no estar seguro de los límites, le contesté:
-¿Qué quieres?-
-Para empezar- dijo dirigiéndose a su madre- quiero que me cuentes que es lo que habéis hecho desde que Alonso llegó a esta casa y con todo lujo de detalles-
Sam, poniendo cara de circunstancia, le contó que me recibió vestida con el picardías negro y que tras ponerme una copa, nos pusimos a bailar.
-¡Serás guarra! ¡Recibir a un desconocido casi en pelotas!- soltó con sorna su hija.
Mi clienta muerta de vergüenza prosiguió explicándole que mientras bailábamos, habíamos empezado a tocarnos y que tras unos minutos, le había comido el coño en el sofá.
-¿Te corriste en su boca?- preguntó la rubia con el único objeto de humillar a su progenitora.
Mirando al suelo, le respondió que sí y tratando de pasar lo más rápido sobre el asunto, Sam le contó que en ese momento había decidido proseguir en su habitación.
-¿Y qué más?- le gritó enfadada.
Mi pobre clienta se quería morir y por eso sacando su último resto de fuerza, se la encaró diciendo:
-¡Me folló como nunca me ha follado tu padre!-
Aunque resulte difícil de creer, en ese momento, Jenny soltó una carcajada mientras le decía que no le extrañaba, que su padre era un soso y que hasta el jardinero seguro que sabía satisfacer mejor a una mujer. Para aquel entonces, yo solo era un convidado de piedra de la lucha entre esas dos mujeres y por eso mientras ellas se enzarzaban, me puse a observar a la cría. Sus pechos pequeños  iban en consonancia con su altura pero aún así tuve que reconocer que la rubia tenía un buen culo y que en total era una mujer muy apetecible. Estaba tan ensimismado mirándola que me perdí parte de su conversación y cuando de pronto, la hija soltó un tortazo a su madre, salí de mi inopia y me puse a escuchar que era lo que discutían.
-¡Te he dicho que me cuentes que te estaba haciendo cuando entré!-
Sam, casi llorando, no tuvo más remedio que explicarle con detalle que en ese instante le estaba untando su ojete porque iba a tomarla vía anal. Al mirar la reacción de la chavala, me quedé alucinado al percatarme que bajo su blusa se le notaban los pezones duros, señal inequívoca de que esa zorra se estaba calentando. Lo que no me esperaba fue que chillando le dijera a mi clienta:
-¡Quiero verlo!-
-¿El qué?- preguntó horrorizada la mayor de las dos.
-Quiero ver cómo te da por culo- contestó con firmeza la muchacha mientras hacía el ademán de coger el teléfono.
La cara de su madre, al entender la amenaza implícita que llevaba ese gesto, fue de absoluto desamparo. Si no la complacía, la perversa criatura llamaría a su marido y podía darse por jodida: su tren de vida se iría a la mierda. Confieso que el trato con el que esa pigmeo trataba a quien le había dado la vida me indignó y tratando de ayudar a Sam, señalé:
-Jenny, ¿Tendré algo que decir?…-
Mi clienta no me dejó terminar, con lágrimas en los ojos y mientras me empezaba a desabrochar mi camisa, me imploró:
-Por favor, ¡mi marido no debe enterarse!-
La puta chantajista de su hija sonrió al ver la sumisión de su madre y reforzando su dominio, le soltó:
-Date prisa, llevas veintidós años jodiéndome y tengo ganas de ver como alguien te jode-
Comprendí, muy a mi pesar, que esa zorra nos tenía en sus manos y como por otra parte, si al día siguiente no volvía a saber nada de ellas, al final yo no habría hecho otra cosa que cumplir con mi trabajo. Me habían contratado para follar y hasta ese momento, no me habían pedido otra cosa que cumplir con mi cometido. Por eso, ayudando a Sam, me terminé de desnudar.
-¡Está bueno el puto!- exclamó la chavala y con el ánimo de fastidiar al verme en pelotas, le dijo a su progenitora: -Mamá, si no le chupas la verga, a este no se le levanta-
Me imagino que debí taladrarle con mi mirada pero esa zorra haciendo caso omiso a mi cabreo y a la vergüenza de su madre, se levantó del sofá y cogiendo a Sam de la melena, puso su boca a escasos centímetros de mi pene. La pobre mujer, completamente destrozada, abrió sus labios y sin quejarse se fue introduciendo mi extensión mientras de sus ojos no paraban de brotar lágrimas.
“¡Será hija de puta!” pensé al ver que la niña estaba disfrutando y que metiéndose la mano en la entrepierna, se empezaba a masturbar.
Me cuesta reconocer que el morbo de estar con la madre mientras la hija se toqueteaba mirándonos,  pudo más que mi cabreo, de manera que en poco tiempo, la calidez de la boca de Sam y la atenta mirada de esa pervertida cumplieron su objetivo y provocaron una dura erección entre mis piernas. Ambas mujeres se alegraron al ver mi firmeza pero por motivos bien distintos. La mayor de las dos queriendo que el mal trago pasase cuanto antes y la menor al saber que iba a hacer realidad su castigo.
Mi clienta asumiendo lo inevitable, se quitó las bragas y poniéndose a cuatro patas sobre la alfombra, me pidió que la tomara. Al separar sus nalgas y ver que todavía su ojete seguía dilatado, me alegré porque no quería hacerle más daño de lo necesario.
-Tócate- le pedí previendo que de esa forma sería más liviano el trance.
La cabrona de su criatura, impelida por su peculiar lujuria, le exigió que me hiciera caso y por eso, Sam llevó la mano a su sexo y sin ninguna gana, empezó a torturar su alicaído clítoris. Jenny al comprobar la completa sumisión de su madre, ya sin disimulo separó los labios de su pubis y pegando un gemido, siguió dando rienda suelta a su sadismo. Asumiendo mi papel, puse la cabeza de mi pene en su entrada trasera y con una pequeña presión de mis caderas, introduje el glande en su interior.
-Ahh- aulló la pobre al sentir sus músculos maltratados pero aunque le había hecho daño, no se zafó.
“Mierda” pensé al percatarme que había evaluado mal la relajación de su esfínter. Su sufrimiento me hizo mella y buscando ejercer el menor sufrimiento, fui lentamente introduciendo el resto de mi falo en su interior mientras se incrementaba mi resentimiento contra la zorra  de su niña. Examinando la situación, me dije que a la menor oportunidad iba a devolvérsela con creces.
No acababa de terminar de empalar a mi clienta, cuando ambos escuchamos que Jenny nos urgía a darnos prisa. No hice caso a su sugerencia y cuidadosamente esperé a que se acostumbrara a tenerlo embutido para iniciar la cabalgada. Viendo que ya estaba lista, emprendí un suave trote usando sus pechos como sujeción. Mi cuidado al tomarla se vió recompensado y al cabo de unos momentos, reparé en que mi miembro entraba y salía con mayor facilidad de sus intestinos y por eso, paulatinamente, incrementé la velocidad de mis embestidas.  
-¿Te gusta? ¿Verdad? ¡Puta!- soltó la jodida cría al percibir que iba desapareciendo la angustia de los ojos de su progenitora y que se iba transformando en gozo. Queriendo seguir humillándola, no se le ocurrió mejor forma que poniéndose frente de ella, tumbarse y ordenarla que le comiera su coño.
-Jenny, ¡Soy tu madre!- contestó escandalizada su víctima.
-¡Habértelo pensado mejor antes de ponerle los cuernos a papá!-
Aceptando su destino, Sam acercó su boca al sexo de su retoño y venciendo su repugnancia, sacó su lengua y se puso a lamerlo. La muchacha al sentir las caricias en su clítoris, forzó el contacto, presionando con sus manos sobre la cabeza de mi clienta.
-¡Cómo me gusta!- soltó la muy perra separando sus piernas mientras me decía que le diera caña a la mujer que tenía ensartada.
Admito que la escena me había excitado y contagiado por su deseo, aceleré el ritmo de mis penetraciones gustosamente. Curiosamente, Sam no solo aceptó su destino sino que moviendo sus caderas, colaboró conmigo en mi asalto. Poco a poco, golpe a golpe de mi pene, se fue contaminando de nuestra lujuria y pegando un grito, me pidió que no parara. Al oir que mi clienta estaba disfrutando, me liberé y dándole un azote en su trasero, me lancé en una salvaje persecución de mi propio placer.
-Me corro- escuché decir a Jenny, la cual, derramándose sobre la boca de Sam, llegó al éxtasis.
No sé si su madre creyó ver en ese flujo su liberación o por el contrario, abducida por el deseo no pudo evitarlo, pero la realidad es que comportándose como una autentica lesbiana, obvió que ese coño era el de su hija y metiendo dos dedos en su interior prolongó el placer de la muchacha.
-¡Dios!- gritó la rubia al regodearse mordiéndose sus labios del gozo que estaba dominándola y convulsionando sobre la alfombra, vio amplificado su orgasmo.
Sus gritos y sobre todo el aroma a sexo que poblaba el ambiente, me llevó a mí también al límite y sabiendo que mi clienta no vería mal que me corriera cuanto antes, exploté en su interior. Sam al advertir mi eyaculación, buscó moviendo su trasero, ordeñar mi miembro. Sus maniobras terminaron de excitarla y uniéndose a mí, sintió como su cuerpo se revelaba y dando gemidos, se liberó calladamente.
Agotado  y satisfecho, me salí de ella y sentándome en el sofá, esperé a ver si la maldita enana estaba complacida o por el contrario, deseaba seguir sometiendo a su progenitora. No tardé en salir de dudas, Jenny una vez recuperada, le espetó a Sam:
-Ves como no ha sido tan difícil- y cogiéndome de la mano, me llevó escaleras arriba hasta el cuarto de su madre.
Al girarme vi que con la cabeza gacha, mi clienta nos seguía pero también advertí que algo había cambiado, la angustia y la desesperación habían desaparecido de su rostro e incluso me pareció vislumbrar un cierto anhelo de lo que con seguridad iba a ocurrir entre las paredes de su dormitorio. Nada más entrar en el cuarto, su hija la obligó a terminarla de desnudar tras lo cual tumbándose sobre la cama, me ordenó tomarla.
Hasta entonces no me había percatado del estupendo tipo que tenía la muchacha. Siendo pequeña, su cuerpo estaba perfectamente proporcionado. De pechos pequeños y duros, esa cría tenía un culo estupendo y por eso, encantado con la idea me puse encima y de un solo golpe,  rellené su sexo con mi pene.
-Sigue- me pidió gimiendo la rubita- ¡Vamos a enseñarle a la zorra de mi madre cómo se folla!- chilló encantada.
Su entrega hizo que el rencor acumulado aflorara y cogiendo entre mis dedos sus pezones, se los retorcí cruelmente. Ella, al sentir la tortura, aulló dando gritos pero no hizo ningún intento de huir. Al contrario, vio incrementado su deseo y sollozando me pidió que no tuviera compasión. Os juro que no la tuve, usando mi pene como si fuera un cuchillo, machaqué su vagina con fieras cuchilladas. Fue alucinante, esa mujercita, recién salida de la adolescencia, berreó y gimió al ritmo de mis embistes mientras me pedía que la siguiera follando.
-¡Disfrutas del sexo duro! ¿Verdad?, ¡Zorrita!- le solté mientras le daba un cachete en su rostro.
-¡Sí!- bufó retorciéndose sobre las sábanas.
Sabiendo que era el momento de mi venganza, le di la vuelta y sin más preparación, la tomé por detrás sin importarme sus protestas. La rubia al sentir la violencia de mis actos, trató de escapar  de mi ira pero reteniéndola con una mano, usé la otra para azotar su trasero. Su madre al ver los sollozos de su niña, trató de intervenir en su defensa pero no solo me negué a pararme sino que en voz alta, le ordené que pusiera su coño a disposición de su hija.
Sam no supo cómo actuar hasta que Jenny, histérica, le gritó:
-¡Haz lo que dice! o le digo a Alonso que te suelte un guantazo-
No os podéis imaginar el modo tan brutal con el que esa cría se apoderó del sexo de Sam. Como poseída, se lanzó sobre él y usando tanto su lengua como sus dedos, buscó masturbarla mientras no dejaba de gritar por el placer que estaba sintiendo al ser horadado su esfínter. Marcando mi ritmo con sonoras y dolorosas nalgadas, cabalgue a placer sobre su diminuto cuerpo mientras ella devolvía a su madre el placer robado. Contra toda lógica, fue mi clienta la primera en correrse y llenando con su flujo la cara de la rubia, se retorció de gozo sobre el colchón.  Jenny al saborear el fruto del coño de su madre, se desplomó exhausta mientras seguía siendo ensartada por mí brutalmente.
Al ver su cansancio, no tuve piedad y cogiéndola de la melena, usé su pelo como riendas mientras le decía:
-¡Muévete puta!-
Mi orden hizo que sacando fuerzas de su flaqueza, la muchacha se incorporara y sumisamente, se dejara cabalgar. Si al descubrirnos esa cría se había comportado como una arpía, al comprobar mi dominio, se dejó llevar y en pocos minutos, bramó de placer al experimentar nuevamente un orgasmo. Su entrega me hizo comprender que mi trabajo había terminado e inundando su conducto trasero con mi esperma, me corrí copiosamente.
Después de descansar durante unos minutos, pregunté a mi clienta si iban a seguir necesitando mis servicios y al responderme que no, me levanté y me vestí. Mientras lo hacía, no pude dejar de disfrutar de la visión de esa pequeña despatarrada y con el culo dilatado, llorando en brazos de su madre. Al irme a despedir, le pedí a Sam que me acompañara.
Nada más salir de la habitación, acercándome a ella, le susurré al oído:
-Revisa tu móvil-
-¿Y eso?- me preguntó.
-Verás, al entrar en tu dormitorio, lo vi encima de la mesilla y percatándome que tu hija estaba despistada, lo encendí. Ha grabado todo lo ocurrido-
Completamente sorprendida, me preguntó que quería que hiciera con él. Soltando una carcajada se lo aclaré:
-Si esa putita trata de chantajearte, enséñaselo. Cualquiera que lo visione, vera a tu hija y a su novio forzándote a tener sexo con ellos. ¡La tienes en tus manos!-
Su cara se iluminó al darse cuenta que tenía razón y con una sonrisa en sus labios, me contestó:
-Lo usaré si mi hija no cumple su amenaza de usarme como su esclava. Te parecerá imposible pero esta ha sido la mejor noche de mi vida-
Sabiendo que sobraba, me despedí de ella con un beso y saliendo de su chalet, cogí mi coche con el orgullo de un trabajo bien hecho.

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