Capitulo uno. Conozco a Claudia y a Gloria.
La primera vez que tuve constancia de su existencia, fue al recibir un email en mi cuenta de correo. El mensaje era de una admiradora de mis relatos. Corto pero claro:
“Hola soy Claudia.
Tus relatos me han encantado.
Leyéndolos, he disfrutado soñando que era, yo, tu protagonista.
Te he agregado a mi MSN, por favor, me gustaría que un día que me veas en línea, me digas algo cachondo, que me haga creer que tengo alguna oportunidad de ser tuya”.
Estuve a punto de borrarlo, su nick me decía que tenía sólo veinte años, y en esos días estaba cansado de enseñar a crías, me apetecía más disfrutar de los besos y halagos de un treintañera incluso tampoco me desagradaba la idea de explorar una relación con una mujer de cuatro décadas. Pero algo me hizo responderle, quizás el final de su correo fue lo que me indujo a jugar escribiéndole una pocas letras.
“Si quieres ser mía, mándame una foto” .
Nada más enviarle la contestación me olvidé del asunto. No creía que fuera tan insensata de contestarme. Ese día estuve completamente liado en la oficina, por lo que ni siquiera abrí mi Hotmail, pero la mañana siguiente nada más llegar a mi despacho y encender mi ordenador, vi que me había respondido.
Su mensaje traía una foto aneja. En internet es muy común que la gente envié imágenes de otros para simular que es la suya, pero en este caso y contra toda lógica, no era así. La niña se había fotografiado de una manera imposible de falsificar, de medio cuerpo, con una copia de mi respuesta, tapándole los pechos.
Claudia resultaba ser una guapa mujer que no aparentaba los años que decía, sino que incluso parecía más joven. Sus negros ojos parecían pedir cariño, aunque sus palabras hablaban de sumisión. Temiendo meter la pata y encontrarme tonteando con una menor de edad, le pedí que me enviara copia de su DNI, recordando los problemas de José, que había estado a punto de ir a la cárcel al ligar con una de quince años.
No habían pasado cinco minutos, cuando escuché el sonido de su contestación. Y esta vez, verdaderamente intrigado con ella, abrí su correo. Sosteniendo su DNI entre sus manos me sonreía con cara pícara. Agrandé la imagen, para descubrir que me había mentido, no tenía aún los veinte, ya que los iba a cumplir en cinco días.
El interés morboso me hizo responderla. Una sola línea, con tres escuetas preguntas, en las que le pedía una explicación.
-Claudia: ¿quién eres?, ¿qué quieres? Y ¿por qué yo?-.
La frialdad de mis palabras era patente, no quería darle falsas esperanzas, ni iniciar un coqueteo absurdo que terminara cuando todavía no había hecho nada más que empezar. Sabiendo que quizás eso, iba a hacerla desistir, me senté a esperar su respuesta.
Esta tardó en llegar más de media hora, tiempo que dediqué para firmar unos presupuestos de mi empresa. Estaba atendiendo a mi secretaria cuando oí la campanilla que me avisaba que me había llegado un correo nuevo a mi messenger. Ni siquiera esperé a que se fuera María para abrir el mensaje.
No me podía creer su contenido, tuve que releerlo varias veces para estar seguro de que era eso lo que me estaba diciendo. Claudia me explicaba que era una estudiante de ingeniería de diecinueve años, que había leído todos mis relatos y que le encantaban. Hasta ahí todo normal. Lo que se salía de la norma era su confesión, la cual os transcribo por lo complicado que es resumirla.
“Amo:
Espero que no le moleste que le llame así.
Desde que la adolescencia llegó a mi cuerpo, haciéndome mujer, siempre me había considerado asexuada. No me atraían ni mis amigos ni mis amigas. Para mí el sexo era algo extraño, por mucho que intentaba ser normal, no lo conseguía. Mis compañeras me hablaban de lo que sentían al ver a los chicos que les gustaban, lo que experimentaban cuando les tocaban e incluso las más liberadas me hablaban del placer que les embriagaba al hacer el amor. Pero para mí, era terreno vedado. Nunca me había gustado nadie. En alguna ocasión, me había enrollado con un muchacho tratando de notar algo cuando me acariciaba los pechos, pero siempre me resultó frustrante, al no sentir nada.
Pero hace una semana, la novia de un conocido me habló de usted, de un autor de internet llamado GOLFO, de lo excitante de sus relatos, y de la calentura de las situaciones en que incurrían sus protagonistas. Interesada y sin nada que perder, le pedí su dirección, y tras dejarlos tomando unas cervezas me fui a casa a leer que es lo que tenía de diferente.
En ese momento, no tenía claro lo que me iba a encontrar. Pensando que era imposible que un relato me excitara, me hice un té mientras encendía el ordenador y los múltiples programas que tengo se abrían en el windows.
Casi sin esperanzas, entré en su pagina http://www.todorelatos.com/perfil/39902/, suponiendo que no me iba a servir de nada, que lo mío no tenía remedio. Mis propias amigas me llamaban la monja soldado, por mi completa ausencia de deseo.
Contra todo pronostico, desde el primer momento, su prosa me cautivó, y las horas pasaron sin darme cuenta, devorando línea tras línea, relato tras relato. Con las mejillas coloradas, por tanta pasión cerré el ordenador a las dos de la mañana, pensando que me había encantado la forma en que los personajes se entregaban sin freno a la lujuria. Lo que no me esperaba que al irme a la cama, no pudiera dejar de pensar en como sería sentir eso, y que sin darme cuenta mis manos empezaran a recorrer mi cuerpo soñando que eran las suyas la que lo hacían. Me vi siendo Meaza, la criada negra, disfrutando de su castigo y participando en el de su amiga. Luego fui protagonista de la tara de su familia, estuve en su finca de caza, soñé que era Isabel, Xiu, Lucía y cuando recordaba lo sucedido con María, me corrí.
Fue la primera vez en mi vida, en la que mi cuerpo experimentó lo que era un orgasmo. No me podía creer que el placer empapara mi sexo, soñando con usted, pero esa noche, como una obsesa, torturé mi clítoris y obtuve múltiples y placenteros episodios de lujuria en los que mi adorado autor me poseía.
Desde entonces, mañana tarde y noche, releo sus palabras, me masturbo, y sobre todo, me corro, creyéndome una heroína en sus manos.
GOLFO, soy virgen, pero jamás encontrará usted en una mujer, materia más dispuesta para que la modele a su antojo. Quiero ser suya, que sea su sexo el que rompa mis tabúes, que su lengua recorra mis pliegues, pero ante todo quiero sentir sus grilletes cerrándose en mis muñecas.
GOLFO, sé que usted podría ser mi padre, pero le necesito. Ningún joven de mi edad había conseguido despertar la hembra que estaba dormida. En cambio, usted, como en su relato, ha sacado la puta que había en mi, y ahora esa mujer no quiere volver a esconderse.”
La crudeza de sus letras, me turbó. No me acordaba cuando había sido la ultima ocasión que había estado con una mujer cuya virginidad siguiera intacta. Puede que hubieran pasado más de veinte años desde que rompí el último himen y la responsabilidad de hacerlo, con mis cuarenta y dos, me aterrorizó.
Lo sensato, hubiera sido borrar el mensaje y olvidarme de su contenido, pero no pude hacerlo, la imagen de Claudia con su sonrisa casi adolescente me torturaba. La propia rutina del trabajo de oficina que tantas veces me había calmado, fue incapaz de hacerme olvidar sus palabras. Una y otra vez, me venía a la mente, su entrega y la belleza de sus ojos. Cabreado conmigo mismo, decidí irme de copas esa misma noche, y cerrando la puerta de mi despacho, salí en busca de diversión.
La música de las terrazas de la Castellana nunca me había fallado, y seguro que esa noche no lo haría, me senté en una mesa y pedí un primer whisky, al que siguieron otros muchos. Fue una pesadilla, todas y cada una de las jóvenes que compartían la acera, me recordaban a Claudia. Sus risas y sus coqueteos inexpertos perpetuaban mi agonía, al hacerme rememorar, en una tortura sin fin, su rostro. Por lo que dos horas después y con una alcoholemia, más que punible, me volví a poner al volante de mi coche.
Afortunadamente, llegué a casa sano y salvo, no me había parado ningún policía y por eso debía de estar contento, pero no lo estaba, Claudia se había vuelto mi obsesión. Nada más entrar en mi apartamento, abrí mi portátil, esperando que algún amigo o amiga de mi edad estuviera en el chat. La suerte fue que Miguel, un compañero de juergas, estaba al otro lado de la línea, y que debido a mi borrachera, no me diera vergüenza el narrarle mi problema.
Mi amigo, que era informático, sin llegarse a creer mi historia, me abrió los ojos haciéndome ver las ventajas que existían hoy en día con la tecnología, explicándome que había programas por los cuales podría enseñar a Claudia a distancia sin comprometerme.
-No te entiendo-, le escribí en el teclado de mi ordenador.
Su respuesta fue una carcajada virtual, tras la cual me anexó una serie de direcciones.
-Fernando, aquí encontrarás algunos ejemplos de lo que te hablo. Si la jovencita y tú, los instaláis, crearías una línea punto apunto, con la cual podrías ver a todas horas sus movimientos y ordenarla que haga lo que a ti se te antoje-.
-Coño, Miguel, para eso puedo usar la videoconferencia del Messenger-.
-Si, pero en ese caso, es de ida y vuelta. Claudia también te vería en su pantalla-.
Era verdad, y no me apetecía ser objeto de su escrutinio permanente. En cambio, el poderla observar mientras estudiaba, mientras dormía, y obviamente, mientras se cambiaba, me daba un morbo especial. Agradeciéndole su ayuda, me puse manos a la obra y al cabo de menos de medía hora, ya había elegido e instalado el programa que más se adecuaba a lo que yo requería, uno que incluso poniendo en reposo el ordenador seguía funcionando, de manera que todo lo que pasase en su habitación iba a estar a mi disposición.
La verdadera prueba venía a continuación, debía de convencer a la muchacha que hiciera lo propio en su CPU, por lo que tuve que meditar mucho, lo que iba a contarle. Varias veces tuve que rehacer mi correo, no quería parecer ansioso pero debía ser claro respecto a mis intenciones, que no se engañara, ni que pensara que era otro mi propósito.
Clarificando mis ideas al final escribí:
“Claudia:
Tu mensaje, casi me ha convencido, pero antes de conocerte, tengo que estar seguro de tu entrega. Te adjunto un programa, que debes de instalar en tu ordenador, por medio de él, podré observarte siempre que yo quiera. No lo podrás apagar nunca, si eso te causa problemas en tu casa, ponlo en reposo, de esa forma yo seguiré teniendo acceso. Es una especie de espía, pero interactivo, por medio de la herramienta que lleva incorporada podré mandarte mensajes y tú contestarme.
No tienes por qué hacerlo, pero si al final decides no ponerlo, esta será la última vez que te escriba.
Tu amo.”
Y dándole a SEND, lo envié, cruzando mi Rubicón, y al modo de Julio Cesar, me dije que la suerte estaba echada. Si la muchacha lo hacía, iba a tener en mi propia Webcam, una hembra que educar, si no me obedecía, nada se había perdido.
Satisfecho, me fui a la cama. No podía hacer nada hasta que ella actuara. Toda la noche me la pasé soñando que respondía afirmativamente y visualizando miles de formas de educarla, por lo que a las diez, cuando me levanté, casi no había dormido. Menos mal que era sábado, pensé sabiendo que después de comer podría echarme una siesta.
Todavía medio zombi, me metí en la ducha. El chorro del agua me espabiló lo suficiente, para recordar que tenía que comprobar si la muchacha me había contestado y si me había hecho caso instalando el programa. A partir de ese momento, todo me resultó insulso, el placer de sentir como el agua me templaba, desapareció. Sólo la urgencia de verificar si me había respondido ocupaba mi mente, por eso casi totalmente empapado, sin secarme apenas, fui a ver si tenía correo.
Parecía un niño que se había levantado una mañana de reyes y corría nervioso a comprobar que le habían traído, mis manos temblaban al encender el ordenador de la repisa. Incapaz de soportar los segundos que tardaba en abrir, me fui por un café que me calmara.
Desde la cocina, oí la llamada que me avisaba que me había llegado un mensaje nuevo. Tuve que hacer un esfuerzo consciente para no correr a ver si era de ella. No era propio de mí el comportarme como un crío, por lo que reteniéndome las ganas, me terminé de poner la leche en el café y andando lentamente volví al dormitorio.
Mi corazón empezó a latir con fuerza al contrastar que era de Claudia, y más aún al leer que ya lo había instalado, que sólo esperaba que le dijera que es lo que quería que hiciera. Ya totalmente excitado con la idea de verla, clickeé en el icono que abría su imagen.
La muchacha ajena a que la estaba observando, estudiaba concentrada enfrente de su webcam. Lo desaliñado de su aspecto, despeinada y sin pintar la hacía parecer todavía más joven. Era una cría, me dije al mirar su rostro. Nunca me habían gustado de tan tierna edad, pero ahora no podía dejar de contemplarla. No sé el tiempo que pasé viendo casi la escena fija, pero cuando estaba a punto de decirle que estaba ahí, vi como cogía el teclado y escribía.
¿Me estará escribiendo a mí?, pensé justo cuando oí que lo había recibido. Abriendo su correo leí que me decía que me esperaba.
Fue el banderazo de salida, sin apenas respirar le respondí que ya la estaba mirando y que me complacía lo que veía.
“¿Qué quiere que haga?, ¿quiere que me desnude?-, me contestó.
Estuve a punto de contestarle que si, pero en vez de ello, le ordené que siguiera estudiando pero que retirara la cámara para poderla ver de cuerpo entero. Sonriendo vi que la apartaba de modo que por fin la veía entera. Aluciné al percatarme que sólo estaba vestida con un top y un pequeño tanga rojo, y que sus piernas perfectamente contorneadas, no paraban de moverse.
-¿Qué te ocurre?, ¿por qué te mueves tanto?-, le escribí.
-Amo, es que me excita el que usted me mire-.
Su respuesta me calentó de sobremanera, pero aunque me volvieron las ganas de decirle que se despojara de todo, decidí que todavía no. Completamente bruto, observé a la muchacha cada vez más nerviosa. Me encantaba la idea de que se erotizara sólo con sentirse observada. Claudia era un olla sobre el fuego, poco a poco, su presión fue subiendo hasta que sin pedirme permiso, bajando su mano, abrió sus piernas, comenzándose a masturbar. Desde mi puesto de observación sólo pude ver como introducía sus dedos bajo el tanga, y cómo por efecto de sus caricias sus pezones se empezaban a poner duros, realzándose bajo su top.
No tardó en notar que el placer la embriagaba y gritando su deseo, se corrió bajo mi atenta mirada.
–Tu primer orgasmo conmigo-, le dije pero tecleándole mi disgusto proseguí diciendo, –Un orgasmo robado, no te he dado permiso para masturbarte, y menos para correrte-.
–Lo sé, mi amo. No he podido resistirlo, ¿cuál va a ser mi castigo-. Su mirada estaba apenada por haberme fallado.
-Hoy no te mereces que te mire, vístete y sal a dar un paseo-.
Casi lloró cuando leyó mi mensaje, y con un gesto triste, se empezó a vestir tal y como le había ordenado, pero al hacerlo y quitarse el top, para ponerse una blusa, vi la perfección de sus pechos y la dureza de su vientre. Al otro lado de la línea, mi miembro se alborotó irguiéndose a su plenitud, pidiéndome que lo usara. No le complací pero tuve que reconocer que tenía razón y que Claudia no estaba buena, sino buenísima.
Totalmente cachondo, salí a dar también yo una vuelta. Tenía el Retiro a la vuelta de mi casa y pensando que me iba a distraer, entré al parque. Como era fin de semana, estaba repleto de familias disfrutando de un día al aire libre. Ver a los niños jugando y a las mamás preocupadas por que no se hicieran daño, cambió mi humor, y disfrutando como un imberbe me reí mientras los observaba. Era todo un reto educarlos bien, pude darme cuenta que había progenitoras que pasaban de sus hijos y que estos no eran más que unos cafres y otras que se pasaban de sobreprotección, convirtiéndoles en unos viejos bajitos.
Tan enfrascado estaba, que no me di cuenta que una mujer ,que debía acabar de cumplir los cuarenta, se había sentado a mi lado.
–Son preciosos, ¿verdad?-, me dijo sacándome de mi ensimismamiento, –la pena es que crecen-.
Había un rastro de amargura en su voz, como si lo dijera por experiencia propia. Extrañado que hablara a un desconocido, la miré de reojo antes de contestarle. Aunque era cuarentona sus piernas seguían conservando la elasticidad y el tono de la juventud.
-Si-, le respondí, –cuando tengo problemas vengo aquí a observarlos y sólo el hecho de verlos tan despreocupados hace que se me olviden-.
Mi contestación le hizo gracia y riéndose me confesó que a ella le ocurría lo mismo. Su risa era clara y contagiosa de modo que en breves momentos me uní a ella. La gente que pasaba a nuestro lado, se daba la vuelta atónita al ver a dos cuarentones a carcajada limpia. Parecíamos dos amantes que se destornillaban recordando algún pecado.
Me costó parar, y cuando lo hice ella, fijándose que había unas lágrimas en mi mejilla, producto de la risa, sacó un pañuelo, secándomelas. Ese gesto tan normal, me resultó tierno pero excitante, y carraspeando un poco me presenté:
–Fernando Gazteiz, y ¿Usted?-.
–Gloria Fierro, encantada-.
Habíamos hecho nuestras presentaciones con una formalidad tan seria que al darnos cuenta, nos provocó otro risotada. Al no soportar más el ridículo que estábamos haciendo, le pregunté:
-¿Me aceptas un café?-.
Entornando los ojos, en plan coqueta me respondió que sí, y cogiéndola del brazo, salimos del parque con dirección a Independencia, un pub que está en la puerta de Alcalá. Lo primero que me sorprendió no fue su espléndido cuerpo sino su altura. Mido un metro noventa y ella me llegaba a los ojos, por lo que calculé que con tacones pasaba del metro ochenta. Pero una vez me hube acostumbrado a su tamaño, aprecié su belleza, tras ese traje de chaqueta, había una mujer de bandera, con grandes pechos y cintura de avispa, todo ello decorado con una cara perfecta. Morena de ojos negros, con unos labios pintados de rojo que no dejaban de sonreír.
Cortésmente le separé la silla para que se sentase, lo que me dio oportunidad de oler su perfume al hacerlo. Supe al instante cual usaba, y poniendo cara de pillo, le dije:
–Chanel número cinco-.
La cogí desprevenida, pero rehaciéndose rápidamente, y ladeando su cabeza de forma que movió todo su pelo, me contestó:
–Fernando, eres una caja de sorpresas-.
Ese fue el inicio de una conversación muy agradable, durante la cual me contó que era divorciada, que vivía muy cerca de donde yo tenía la casa. Y aunque no me lo dijera, lo que descubrí fue a una mujer divertida y encantadora, de esas que valdría la pena tener una relación con ellas.
–Mañana, tendrás problemas y te podré ver en el mismo sitio, ¿verdad?-, me dijo al despedirse.
–Si, pero con dos condiciones, que te pueda invitar a comer…-, me quedé callado al no saber como pedírselo.
-¿Y?-.
-Que me des un beso-.
Lejos de indignarle mi proposición, se mostró encantada y acercando sus labios a los míos, me besó tiernamente. Gracias a la cercanía de nuestros cuerpo, noté sus pezones endurecidos sobre mi pecho, y saltándome las normas, la abracé prolongando nuestra unión.
-¡Para!-, me dijo riendo,-deja algo para mañana-.
Cogiendo su bolso de la silla, se marchó moviendo sus caderas, pero justo cuando ya iba a traspasar la puerta me gritó:
-No me falles-
Tendría que estar loco, para no ir al día siguiente, pensé, mientras me pedía otro café. Gloria era una mujer que no iba a dejar escapar. Bella y con clase, con esa pizca de sensualidad que tienen determinadas hembras y que vuelve locos a los hombres. Sentado con mi bebida sobre la mesa, medité sobre mi suerte. Acababa de conocer a un sueño, y encima tenía otro al alcance de mi mano, pero este además de joven y guapa tenía un morbo singular.
Aprovechando que ya eran las dos, me fui a comer al restaurante gallego que hay justo debajo de mi casa. Como buen soltero, comí sólo. Algo tan normal en mí, de repente me pareció insoportable. No dejaba de pensar en como sería compartir mi vida, con una mujer, mejor dicho, como sería compartir mi vida con ella. Esa mujer me había impresionado, todavía me parecía sentir la tersura de sus labios en mi boca. Cabreado, enfadado, pagué la cuenta, y salí del local directo a casa.
Lo primero que hice al llegar, fue ir a ver si Claudia había vuelto a su habitación, pero el monitor me mostró el cuarto vacío de una jovencita, con sus póster de sus cantantes favoritos y los típicos peluches tirados sobre la cama. Gasté unos minutos en observarlo cuidadosamente, tratando de analizar a través de sus bártulos la personalidad de su dueña. El color predominante es el rosa, pensé con disgusto, ya que me hablaba de una chica recién salida de la adolescencia, pero al fijarme en los libros que había sobre la mesa, me di cuenta que ninguna cría lee a Hans Küng, y menos a Heidegger, por lo que al menos era una muchacha inteligente y con inquietudes.
Estaba tan absorto, que no caí que Miguel estaba en línea, preguntándome como había ido. Medio en broma, medio en serio, me pedía que le informara si “mi conquista” se había instalado el programa. Estuve a un tris de mandarle a la mierda, pero en vez de hacerlo le contesté que si. Su tono cambió, y verdaderamente interesado me preguntó que como era.
–Guapísima, con un cuerpo de locura-, le contesté.
-Cabrón, me estás tomando el pelo-.
-Para nada-, y picando su curiosidad le escribí,- No te imaginas lo cachonda que es, esta mañana se ha masturbado enfrente de la Webcam-.
-No jodas-.
-Es verdad, aunque todavía no he jodido-.
-¿Pero con gritos y todo?-.
-Me imagino, por lo menos movía la boca al correrse-.
-No me puedo creer que eres tan bestia de no usar la herramienta de sonido. ¡Pedazo de bruto!, ¡Fíjate en el icono de la derecha!. Si le das habilitas la comunicación oral.
Ahora si me había pillado, realmente desconocía esa función. No sólo podía verla, sino oírla. Eso daba una nueva variante a la situación, quería probarlo, pero entonces recordé que la había echado de su cuarto por lo que tendría que esperar que volviera. Cambiando de tema le pregunté a mi amigo:
-¿Y tú por que lo sabes?, ¿Es así como espías a tus alumnas?-.
Debí dar en el clavo, por que vi como cortaba la comunicación. Me dio igual, gracias a él, el morbo por la muchacha había vuelto, haciéndome olvidar a Gloría. Decidí llevarme el portátil al salón para esperarla mientras veía la televisión. Afortunadamente, la espera no fue larga, y al cabo de medía hora la vi entrar.
La vi entrar con la cabeza gacha, su tristeza era patente. No comprendía como un castigo tan tonto, había podido afectarle tanto, pero entonces recordé que para ella debió resultar un infierno, el ver pasar los años sin notar ninguna atracción por el sexo, y de pronto que la persona que le había despertado el deseo, la regañara. Estaba todavía pensando en ella, cuando la observé sentándose en su mesa, y nada más acomodarse en su silla, echarse a llorar.
Tanta indefensión, hizo que me apiadara de ella.
-¿Por qué lloras?, princesa-, oyó a través de los altavoces de su ordenador.
Con lágrimas en los ojos, levantó su cara, tratando de adivinar quien le hablaba. Se veía preciosa, débil y sola.
-¿Es usted, amo?-, preguntó al aire.
–Si, y no me gusta que llores-.
-Pensaba que estaba enfadado conmigo-.
-Ya, no-, una sonrisa iluminó su cara al oírme, -¿Dónde has ido?-.
-Fui a pensar a Colón, y luego a comer con mi familia a Alkalde –.
Acababa de enterarme que la niña, vivía en Madrid, ya que ambos lugares estaban en el barrio de Salamanca, lo que me permitiría verla sin tenerme que desplazar de ciudad ni de barrio. Su voz era seductora, grave sin perder la feminidad. Poco a poco, su rostro fue perdiendo su angustia, adquiriendo una expresión de alegría con unas gotas de picardía.
-¿Te gusta oírme?-, le pregunté, sabiendo de antemano su respuesta.
-Si-, hizo una pausa antes de continuar, -me excita-.
Solté una carcajada, la muchacha había tardado en descubrir su sexualidad pero ahora no había quien la parase. Su pezones adquirieron un tamaño considerable bajo su blusa.
-Desabróchate los botones de tu camisa-
El monitor me devolvió su imagen colorada, encantada, la muchacha fue quitándoselos de uno en uno, mientras se mordía el labio. Pocas veces había asistido a algo tan sensual. Ver como me iba mostrando poco a poco su piel, hizo que me empezara a calentar. Su pecho encorsetado por el sujetador, era impresionante. Un profundo canalillo dividía su dos senos.
–Enséñamelos-, le dije.
Sin ningún atisbo de vergüenza, sonrió, retirando el delicado sujetador de encaje. Por fin veía sus pezones. Rosados con unas grandes aureolas eran el acabado perfecto para sus pechos. Para aquel entonces mi pene ya pedía que lo liberara de su encierro.
–Ponte de pie-.
No tuve que decírselo dos veces, levantándose de la silla, me enseñó la perfección de su cuerpo.
-Desnúdate totalmente-.
Su falda y su tanga cayeron al suelo, mientras podía oír como la respiración de la mujer se estaba acelerando. Ya desnuda por completo, se dedicó a exhibirse ante mí, dándose la vuelta, y saltando sobre la alfombra. Tenía un culo de comérselo, respingón sin ninguna celulitis.
–Ahora quiero que coloques la cámara frente a la cama, y que te tumbes en ella-.
Claudia estaba tan nerviosa, que tropezó al hacerlo, pero venciendo las dificultades puso la Webcam, en el tocador de modo que me daba una perfecta visión del colchón, y tirándose sobre la colcha, esperó mis órdenes. Estas tardaron en llegar, debido a que durante casi un minuto estuve mirándola, valorando su belleza.
Era guapísima. Saliéndose de lo normal a su edad, era perfecta, incluso su pies, con sus uñas pulcramente pintadas de rojo, eran sensuales. Sus piernas largas y delgadas, el vientre plano, y su pubis delicadamente depilado.
–Imagínate que estoy a tu lado, y que son mis manos las que te acarician-, le dije sabiendo que se iba a esforzar a complacerme.
Joven e inexperta, empezó a acariciarse el clítoris.
–Despacio-, le ordené,- comienza por tu pecho, quiero que dejes tu pubis para el final-.
Obedeciéndome, se concentró en sus pezones, pellizcándolos. La manera tan estimulante con la que lo hizo, me calentó de sobre manera, y bajándome la bragueta, saqué mi miembro del interior de mis pantalones. No me podía creer que fuera tan dócil, me impresionaba su entrega, y me excitaba su sumisión. Aun antes de que mi mano se apoderara de mi extensión ya sabía que debía poseerla.
-Mi mano esta bajando por tu estomago-, le ordené mientras trataba que en mi voz no se notara mi lujuria. En el monitor, la jovencita me obedecía recorriendo su cuerpo y quedándose a centímetros de su sexo.
-Acércate a la cámara y separa tus labios que quiero verlo-.
Claudia no puso ningún reparo, y colocando su pubis a unos cuantos palmos del objetivo, me mostró su cueva abierta. El brillo de su sexo, y sus gemidos me narraban su calentura.
-Piensa que es mi lengua la que recorre tu clítoris y mi pene el que se introduce dentro de ti-, le ordené mientras mi mano empezaba a estimular mi miembro.
La muchacha se tumbó sobre la cama, y con ayuda de sus dedos, se imagino que era yo quien la poseía. No tardé en observar que la pasión la dominaba, torturando su botón, se penetraba con dos dedos y temblando por el deseo, comenzó a retorcerse al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.
Para aquel entonces, yo mismo me estaba masturbando con pasión. Sus gritos y gemidos eran la dosis que me faltaba para conducirme hacía el placer.
-Dime lo que sientes-, le exigí.
-Amo-, me respondió con la voz entrecortada,-¡estoy mojada!, casi no puedo hablar…-.
Con las piernas abiertas, y el flujo recorriendo su sexo, mientras yo la miraba, se corrió dando grandes gritos. Me impresionó ver como se estremecía su cuerpo al desbordarse, y uniéndome a ella, exploté manchando el sofá con mi simiente.
Tardamos unos momentos en recuperarnos, ambos habíamos hecho el amor aunque fuera a distancia, nada fue virtual sino real. Su orgasmo y el mío habían existido, y la mejor muestra era el sudor que recorría sus pechos. Estaba todavía reponiéndome cuando la oí llorar.
-Ahora, ¿qué te pasa?-
-Le deseo, este ha sido el mayor placer que he sentido nunca, pero quiero que sea usted quien me desvirgue-, me dijo con la voz quebrada.
Debería haberme negado, pero no lo hice, no me negué a ser el primero, sino que tranquilizándola le dije:
-¿Cuándo es tu cumpleaños?-
-El martes-, me respondió ilusionada.
–Entonces ese día nos veremos, mañana te diré como y donde-.
Con una sonrisa de oreja a oreja me dio las gracias, diciéndome que no me iba a arrepentir, que iba a superar mis expectativas…
Ya me había arrepentido, me daba terror ser yo ,el que no colmara sus aspiraciones, por eso cerré enfadado conmigo mismo el ordenador, dirigiéndome al servibar a ponerme una copa.
Capitulo dos. Gloria.
Me desperté con una resaca tan espantosa que tardé al menos media hora en abrir las persianas. Todo me dolía, debía de haber sido terrible la borrachera de la noche anterior porque al mirarme al espejo, mis ojos estaban completamente rojos.
–Nunca aprenderé-, pensé al echarme el colirio,-bebo demasiado-.
Sabía cual era la causa, al contrario de mis amigos con pareja, no había nadie que me parara, que me dijera hasta aquí, y por eso cuando empezaba a beber, no paraba hasta que dejaba seca Escocia. Siempre me ocurría igual, al servirme la primera copa decía “ésta nada más”, pero antes de terminarla, ya estaba pidiendo la segunda.
Medio repuesto, abrí el grifo de la bañera y mientras se llenaba, me fui a la cocina a ponerme un café doble. Debí de pensar que una buena inyección de cafeína me vendría estupendamente. Cuando ya volvía con la taza en la mano, vi el portátil en el salón.
-¿Qué estará haciendo?-, me pregunté mientras lo cogía.
Antes de sumergirme en el agua, encendí el ordenador, dejándolo sobre el bidé, de forma que podía ver la pantalla desde la tina. Como siempre tuve que esperar, primero aparecía el logo de windows, tras lo cual y durante un par de minutos se iban actualizando y abriendo los diferentes programas y antivirus. Cada día se me hacía más pesada la espera.
Había colocado el programa espía en el menú de inicio, de manera que no tuve que tocar nada para que automáticamente apareciera la habitación de Claudia. Me estaba enjabonando las piernas cuando vi como la pantalla temblaba y aparecía durmiendo. La muchacha, únicamente vestida con unas braguitas, dormía a pierna suelta, ajena a que la estaba observando. Su belleza y juventud se realzaban con el sueño. Hacía calor en Madrid, y ella para refrescarse había retirado las sábanas, dejándome estudiar sus curvas sin ningún impedimento.
–Mira que estás buena-, dije en alto sin darme cuenta.
Desperezándose del otro lado, se incorporó diciendo:
–Buenos días, amo, me fascina gustarle-.
-No sabía que estabas despierta-, le contesté medio cortado.
Riéndose me dijo que llevaba un rato, pero que por pereza, no se había levantado. Su risa era franca, Claudia se reía sin turbarse, con la boca abierta y enseñando los dientes, no como normalmente hacen las niñas bien, ladeando la cabeza y tapándose los labios, pensando que es eso lo que nos gusta a los hombres.
-¿Dónde está?, oigo ruido de agua-.
–Dándome un baño-.
Poniendo cara picara y haciendo como que corría a acompañarme me dijo:
-¿Me invita?, prometo frotarle dulcemente la espalda-.
Solté una carcajada, está niña tenía algo que me volvía loco. Y siguiendo con su broma, le dije:
-Pon la bañera y llévate ahí la cámara-.
Frunció el ceño al oírme, y pidiéndome perdón, me contestó que no podía que el cable era muy corto y no llegaba. Se le notaba apenada por no poder seguir con el juego, y tratando de contentarme, me preguntó si me podía complacer con otra cosa.
Tardé unos momentos en responderle, me apetecía verla bañándose, imaginado que estaba allí conmigo, y tras pensarlo mejor, le dije:
–No, vístete y sal a comprar una webcam con conexión bluetooth, asi no me podrás poner la excusa que no te llega. Para esta tarde quiero que la tengas-.
-Se lo prometo-, me contestó levantándose y vistiéndose en el acto.
Desilusionado por habérmelo perdido, me desentendí de ella, al recordar que en menos de dos horas había quedado con Gloría. Tenía tiempo suficiente, pero como quería estar como un pincel, me di prisa en terminar.
Siempre me ha gustado dar una buena impresión y por eso tras afeitarme, me acicalé con cuidado. Es mentira, eso de que los hombres no son coquetos, yo lo soy, y no me da vergüenza reconocerlo. Detenidamente elegí mi vestuario, la mujer con la que me iba a encontrar era toda una señora, por lo que debía ir elegante, pero sin parecer que iba de boda. Por eso me incliné por una chaqueta sport beige, y unos pantalones claros.
Al terminar, me miré al espejo.
-Estoy buenísimo-.
Y con el ánimo insuflado de nuevos bríos, salí a la calle. Hacía un día soleado, todo me sonría, y canturreando recorrí el trayecto hasta el parque. El Retiro estaba abarrotado, parecía como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo en ir a pasear por él, esa mañana. Los caminos estaban repletos de gente, parecía Gran Vía a las siete de la tarde. Con disgusto observé que el banco, donde había conocido a Gloria, estaba ocupado.
Preocupado por que no quería que ella pensara que había faltado a la cita, permanecí dando vueltas cerca de allí.
Estaba viendo a unos saltimbanquis actuar, cuando alguien me tapó los ojos. Supe que era ella, su olor era inconfundible.
-Hola, preciosa-, le dije.
-¿Cómo sabías que era yo?-.
-¿Cómo sabías que me refería a ti?, con lo de preciosa, le contesté muerto de risa.
Haciéndose la indignada, hizo un puchero, y entornando los ojos me respondió:
-Pensaba que yo era la única-.
Su actitud falsamente dolida volvió a hacerme reír, y agarrándola del brazo, le pregunté que quería hacer.
–Eso es una proposición indecente-.
-¿Por qué?-, no sabía a lo que se refería.
Sonriendo me contestó:
–A una dama no se le puede hacer una pregunta, cuya única respuesta sea algo indecoroso-.
Me maravilló la inteligencia de su contestación, usando el doble sentido y sin decirlo claramente, me abría las puertas. Más seguro de mi mismo, me fijé en ella.
Gloria venía de manera informal, con un vestido con tirantes, bastante veraniego que le quedaba estupendamente. Lo ligero de su tela, hacía que se le pegase al cuerpo, realzando sus formas, pero sobretodo haciendo que mi mirada se concentrase en sus pechos. Su escote sin ser exagerado, dejaba entrever un profundo canal que dividía unos senos grandes y firmes, que no necesitaban de un sujetador para mantenerse en su sitio. Definitivamente, estaba muy buena. Las sandalias que llevaba con su gran tacón, dotaban a sus piernas de una belleza espectacular, que concordaban perfectamente con el moreno de su piel.
Me estaba excitando sólo con mirarla. Creo que ella se dio cuenta, porque un poco avergonzada me preguntó que quería comer. Solté una carcajada, y abrazándola de la cintura, le respondí:
-No deberías hacer a un caballero una pregunta cuya única respuesta sea ¡a ti!-
Ese fue el detonante, el inicio de una larga sesión de bromas e insinuaciones, que continuaron durante la comida y que nos fue preparando para lo que ambos sabíamos que iba a ocurrir. Nadie que no estuviera en la conversación se hubiera podido dar cuenta que tras las indirectas, se iba caldeando el ambiente. A veces un roce de nuestras manos sobre el mantel, en otras su pierna rozando la mía como si fuera por error, me decían que estaba dispuesta, pero como esa mujer me gustaba, no sabía como plantearle que la deseaba. Por eso, no me decidía y tuvo que ser ella quien, cuando le pregunté si quería un café, me respondió:
-Sí, pero en tu casa-.
Afortunadamente, y previendo terminar en mi apartamento, la había llevado a un restaurante en Serrano, que estaba a la vuelta de mi casa, de tal forma que no tardamos ni cinco minutos en entrar por el portal. Con los nervios a flor de piel, abrí la puerta del ascensor, cediéndole el paso. Al entrar en el estrecho cubículo y quedar nuestros cuerpos a menos de dos palmos de distancia, sonriendo me susurró al oído:
-¿Qué esperas para besarme?-
Sin importarme que algún vecino se escandalizara de pillarnos como dos adolescentes metiéndonos mano, la agarré de la cintura y pegándola a mi cuerpo, empecé a besarla. La mujer dejándose llevar por el deseo, me recibió ansiosa, restregando su pubis contra mi sexo, mientras me desabrochaba la camisa.
Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola en volandas, abrir mi apartamento y depositarla en mi cama. Con sus manos consiguió quitarme la camisa, antes incluso de que yo terminara de bajarme los pantalones. Poseídos por un deseo irrefrenable, nos desnudamos sin darnos tiempo a pensar que es lo que estábamos haciendo.
Sus enormes pechos eran una tentación demasiado fuerte para que no los estrujara con mis dedos mientras mi lengua recorría sus pezones, por eso lanzándome encima de ella, estaba mordiéndolos cuando sentí que Gloria agarrando mi sexo, se lo colocaba en la entrada de su cueva. No nos hicieron falta preparativos, llevábamos horas tonteando y calentándonos por lo que sin contemplaciones la penetré al sentir sus piernas abrazándome. Gritó sintiéndose llena, sus uñas se clavaron en mi espalda, y moviendo sus caderas, me pidió que la amara.
Lo que en un principio había sido brutal, de repente se convirtió en algo tierno, y disminuyendo el ritmo de mis embestidas, comencé a acariciarla y besarla. Estábamos hechos el uno para el otro, mi pene se acomodaba en su cueva como una mano en un guante, y nuestros cuerpos parecían fusionarse sobre las sábanas, mientras ella iba siendo poseída por el placer. Gloria resultó ser una mujer muy ardiente. La podía sentir licuándose entre mis piernas cada vez que mi extensión se introducía rellenando su vagina. Poco a poco, fui incrementando tanto el compás como la profundidad de mis estocadas, hasta convertirlo en vertiginoso.
Entonces y sin previo aviso, se aferró a los barrotes de mi cama, y gritando se corrió. La violencia de su orgasmo, y el modo en que vi retorcerse a su cuerpo, me excitó aún más, y cogiendo sus pechos entre mis manos, me enganché a ellos y sin dejar de penetrarla, le exigí que siguiera.
Mis palabras surtieron el efecto deseado y reptando por el colchón, consiguió cerrar sus piernas teniéndome a mi dentro. La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y sus jadeos rogándome que me viniera, era algo nuevo para mí, y sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Todavía seguía derramándome cuando noté que se me unía y que con sus dientes mordía mi cuello al hacerlo. El dolor y el placer se sumaron y desplomado caí sobre ella, mientras le decía que la adoraba y Gloria conseguía su segundo clímax de la tarde.
-¿No veníamos a por un café?-, le dije en son de guasa mientras mis dedos se perdían en su cabellera.
Mirándome sin levantar su cara de mi pecho, me respondió:
-Bobo, no sabes como necesitaba sentirme querida-.
No, no lo sabía, pero también ella desconocía la propia necesidad que yo tenía de cariño. Esa mujer tenía todo lo que me resultaba enloquecedor. No era su cuerpo, ni su belleza, ni su simpatía, era todo y nada. Su olor, su piel, la manera tan sensual con la que andaba, todo me gustaba.
Estaba todavía pensando en eso, cuando noté como desprendiéndose de mi abrazo, se incorporaba y separando mis brazos, me decía:
–No te muevas, déjame-.
Con los brazos en cruz, la vi bajar por mi cuerpo, mientras sus dedos jugaban con mis pelos. Sabía lo que iba a pasar, y mi sexo anticipándose a su llegada, se desperezó irguiéndose sobre mi estómago. Delicadamente cogió mi extensión con su mano, y descubriendo mi glande, recorrió con su lengua todos sus pliegues antes de metérselo en la boca. Lo hizo de un modo tan lento y tan profundamente que pude advertir la tersura de sus labios deslizándose sobre mi piel, hasta que su garganta se abrió para recibirme en su interior.
Sus maniobras, desde mi puesto de observación, parecían a cámara lenta. Podía ver como sacaba mi sexo para volvérselo a embutir hasta el fondo, mientras mantenía los ojos fijos en mí. Era como si esa mamada fuera lo más importante de su vida, como si su futuro dependiera del resultado de sus caricias y no quisiese fallar. Totalmente concentrada, y mientras me regalaba el fuego de su boca, sus manos se dedicaron a masajear mis testículos, quizás deseando que cuando expulsara mi simiente, no quedara resto dentro de ellos.
Fue como si unas descargas eléctricas que naciendo en mis pies, recorrieran todo mi cuerpo alcanzando mi cerebro, para terminar bajando y aglutinándose en mi entrepierna. Ello lo notó incluso antes que pasara y forzando su garganta como si de su sexo se tratara, metió hasta el fondo mi pene, justo cuando empecé a esparcir mi simiente. Lejos de retirarse, disfrutó cada una de mis oleadas, bebiéndoselas con fruición mientras cerraba sus labios para evitar que parte se desperdiciara. Insaciable, jaló de mi sexo, ordeñándome, hasta que, dejándolo limpio, se convenció que había sacado todo lo que era posible de su interior, entonces y sólo entonces paró y sonriendo me preguntó si me había gustado.
-Mucho-, le respondí, debía haber sido más elocuente, explicarle que me había llevado a una cotas de placer inexploradas por mí, pero cuando quise decírselo, ella poniendo un dedo en mis labios, me calló diciendo.
-Me divorcié hace cinco años, y eres mi primer hombre desde entonces, no hables, sólo abrázame-.
Saciados momentáneamente, nos quedamos tumbados un rato sin decir nada, sólo nuestras pieles fundidas hablaban. Me sentía rejuvenecido, vital, contento de forma que reaccionando a sus caricias el deseo volvió a mi mente, pero entonces sonó su movil, y el encanto se rompió.
Gloria se apresuró a contestar, y tras discutir con la persona que había al otro lado, puso un gesto compungido y me explicó que tenía que irse.
-No puedes dejarme así-, protesté.
Acercándose a la cama, mientras se vestía me dio un beso, diciendo:
-¿A que hora llegas a casa?-.
-¿Mañana?, a las ocho-.
-Aquí estaré-.
Viendo que no valía la pena discutir, la acompañé a la puerta, sin poder creer la mala suerte, pero ilusionado por saber que mañana la iba a volver a ver. Nos besamos al despedirnos, y viendo como cogía el ascensor, cerré la puerta. Todavía desnudo, fui la nevera a por una cerveza, y apesadumbrado, con el ánimo por los suelos, volví a mi habitación a ponerme algo de ropa.
Estaba poniéndome un pantalón, cuando de pronto escuché a través de los altavoces del ordenador a Claudia diciendo:
-Amo, ¿por qué me ha hecho escuchar eso?-.
Entonces me di cuenta que no lo había apagado y que la muchacha nos había oído mientras hacíamos el amor. No lo había hecho a propósito, al contrario no me podía creer el fallo tan enorme que había tenido. ¿Cómo era posible que hubiese sido tan bruto?, ¡ahora la muchacha sabía que tenía una mujer con la que compartía la cama!. Tardé unos momentos en contestarle, debía de buscar una excusa convincente, o si no todo se podía ir al traste.
-Quería que supieras que no eres la única-, le respondí esperando que se lo creyera.
Llorando me respondió que podía haberla avisado, por que había sufrido pensando que su amo se había olvidado de su promesa de hacerla mujer, pero que al final se había excitado con los gritos de placer de la mujer. Su sinceridad y entrega junto con la calentura que me había dejado Gloria al irse tan apresuradamente, me hizo decirla, quizás pensando que era mejor tenerla cuanto antes, que viniera a mi casa al día siguiente.
–Pero… Amo, ¡Mañana ha quedado con esa guarra!-, me contestó medio mosqueada.
-No es ninguna guarra-, protesté, aunque tenía razón en lo del lunes, por lo que improvisando le expliqué, –te estaba queriendo decir que quiero verte a las dos, y así tendremos tiempo suficiente antes que la otra llegue-.
Nada más terminar supe que había metido la pata, lo del trabajo no era problema, era fácil buscarme un motivo para ausentarme, pero era muy peligroso el acostarme con dos mujeres con tan poco tiempo entre medias y más si lo iba a hacer en la misma cama. “Estoy gilipollas”, pensé, pero aun así le di mi dirección, antes de enojado cerrar el puto ordenador.
Capitulo tres. Claudia.
Casi no pude dormir esa noche, estuve dando vueltas a la cama sin poder conciliar el sueño, por lo que iba a pasar al día al día siguiente. En mi mente se mezclaba la excitación de lo desconocido, iba a conocer a Claudia en persona, con el miedo a perder a Gloria, si se enteraba. Era como si atado a dos caballos, cada uno de ellos tirara en dirección contraria, despedazándome al hacerlo.
Al terminarme de bañar y mientras me afeitaba, me miré al espejo. Debajo de los ojos, dos oscuras ojeras delataban mi cansancio. “Estoy hecho una pena”, pensé al enjuagarme la cara, “será mejor que me apuré”.
Desde el propio coche, llamé a Clara, mi asistenta, una mujer de pueblo, gorda y fea, pero encantadora que llevaba más de diez años trabajando para mí. Le expliqué que tenía visita, y que necesitaba que me dejara comida tanto para la comida como la cena.
-Jefe, se le acumula la faena-, fue su escueta respuesta, la señora me había pillado al vuelo, no en vano me conocía como nadie y era ella quien siempre arreglaba mis desaguisados. No sería la primera vez, que al limpiar el apartamento se encontrara unas bragas o las sábanas manchadas tras una velada de pasión.
Tenía que planificar cuidadosamente mi jornada, por lo que nada más llegar a mi despacho, informé a mi secretaria que cancelara todas mis citas posteriores a las doce, por que no iba a poder ir trabajar esa tarde. Por la forma en que me miró, adiviné que ella también me había cazado.
“Joder, ¡que mala fama!”, dije para mis adentros, mientras salía la mujer de la habitación.
Estaba molesto, me jodía que todo el mundo pensara que era un golfo sin remedio. Sabía que la culpa la tenía yo, no en vano nunca había ocultado mis conquistas, e incluso había hecho alarde de ellas, obligándolas a recogerme a la salida del trabajo. Como solterón era una forma de espantar los chismes y bulos en los que se dudaba de mi sexualidad, no es que tuviera nada contra los homosexuales, pero prefería que nadie se confundiera y pensaran que perdía aceite, tras esa fachada de hombretón.
La mañana transcurrió como cualquier otra, pura rutina. Presupuestos que revisar, facturas que autorizar, cheques que firmar. Y, yo, mientras tanto mirando que el reloj no paraba de avisarme que quedaba menos para conocer a la muchacha. Dando carpetazo a todos mis asuntos, decidí irme a las doce y medía, quería estar listo cuando Claudia apareciera.
Afortunadamente no había tráfico, y era poco más de la una cuando abrí mi piso. El aroma a comida recién hecha inundaba el apartamento, por lo que lo primero que hice fue airear, no me gustaba llegar a un sitio y que se me impregnara los olores en la ropa. Luego revisé que todo estaba en su sitio, la mesa puesta, la cama hecha, pero ante todo que mis juguetes estuvieran al alcance de mi mano, por si los necesitaba.
La media hora restante me la pasé pensando en como tenía que tratarla, no podía olvidar que era virgen y que aunque lo que la motivaba era el aspecto brutal de mis relatos, debía al menos la primera vez intentar no ser excesivamente duro. La primera experiencia es importante y marca de por vida.
Todos mis planes se fueron al traste en cuanto le abrí la puerta. Al hacerla pasar, me encontré con que la muchacha no sólo venía peinada al estilo afro, con múltiples trenzas, sino que o bien había tomado rayos uva o se había maquillado con un color muy oscuro. Si tenía sospechas de que es lo que ocurría , no tuve ya ninguna duda, cuando se quitó la gabardina, al ver que venía disfrazada de Meaza, la criada negra de mis relatos.
Vestida únicamente con la túnica etíope que había descrito en ese relato, pasó al salón sin hablar, lo que me hizo saber que quería actuar como la protagonista. Realmente estaba preciosa, con sus pechos al descubierto y ese aire de inocencia que había sabido adoptar. La poca tela que la cubría me dejaba ver todas sus piernas e incluso el inicio de sus nalgas.
Por gestos, le hice saber que me iba a duchar. No es que lo necesitara, sino que si íbamos a ser fieles a la historia, ahí es donde debía comenzar nuestro idilio. Bastante excitado, me metí en la bañera, sabiendo que en cuanto saliera ahí iba a estar mi sumisa. El duchazo fue rápido, era un juego, por lo que tras mojarme un poco, salí a encontrarme con ella.
Me esperaba arrodillada en el suelo , a esperando.
-Sécame-
Sus ojos me dijeron que necesitaba servirme, y por eso alzando mis brazos esperé que se levantara, y que con la toalla corriera por mi cuerpo secándome. Con sus ojos cabizbajos, incapaz de sostener mi mirada , fue recorriendo mi cuerpo con sus manos. No me contestó con palabras, su respuesta fue física, olvidándose de sus prejuicios, bebió de las gotas que poblaban mi piel, antes de secar cuidadosamente toda mi piel. Sin que ella hablara ni yo le dijera mis deseos, fue traspasando los tabúes normales, pegando su cuerpo a mis pies.
Pude notar como se derretía al verme desnudo, y como sin que yo se lo pidiera empezó a besarme en los pies, deseando complacerme. La humedad de su lengua, recorriendo mis piernas fue suficiente para excitarme, de manera que al llegar a mis muslos, mi pene ya se alzaba orgulloso de su caricias. Nada le importaba y dejándose llevar por la lujuria, se saltó el guión que tenía preparado, acercando su boca a mi sexo con la intención de devorarlo. No le prohibí hacerlo. Sus labios se abrieron besándome la circunferencia de mi glande, antes de introducírselo. De pié en mitad del baño, vi como paulatinamente mi miembro desaparecía en su interior.
Claudia se creía Meaza, suspiraba como había relatado que hacía mi criada cuando me practicaba el sexo oral. Pero entonces recordé que en mi cuento, yo me sentaba y ella se empalaba al malinterpretar mis intenciones. Me apetecía penetrarla pero debía de tener más cuidado al saber que tenía su himen intacto, por eso levantándole del suelo la llevé a la cama.
Tumbándola sobre el colchón, saqué una crema hidratante y empecé a untarla por su piel. Ella no opuso resistencia. Por vez primera le acaricié lo pechos. Eran enormes en comparación con su delgadez, sus rosadas aureolas se erizaron en cuanto sintieron mis yemas acercándose. Cogiéndolos con mis dos manos sopesé su tamaño, apretándolos un poco conseguí sacar el primer gemido de su garganta. Entusiasmado por su calentura, procedí a pellizcarlos, esta vez sus jadeos se prolongaron haciéndose más profundos.
Estaba dispuesta, recorriendo con mi lengua los bordes de sus senos, bajé por su cuerpo para encontrarme un pubis depilado, no me sorprendió que se hubiese dejado un pequeño triangulo y separando sus labios, me apoderé de su botón. Mientras mordisqueaba su clítoris aproveché para meterle un dedo en su vagina, encontrándomela totalmente empapada, y moviéndolo con cuidado para no romper su virginidad, empecé a masturbarla.
Su placer no se hizo esperar y reptando por las sabanas, la muchacha intentaba profundizar en su orgasmo, mientras yo bebía el flujo que manaba de su interior. Sus piernas temblaban y su cuerpo se retorcía al experimentar como mi lengua la penetraba, y licuándose en demasía, comenzó a gritar en un idioma inteligible.
Fue entonces cuando la vi preparada y colocando mi sexo en su entrada, jugueteé unos instantes antes de introducirme unos centímetros dentro de ella. Sus ojos me pedían que continuara, que la hiciera mujer de una vez, pero haciendo caso omiso a sus ruegos, proseguí tonteando en sus labios. Tal y como me esperaba, se corrió gritando, momento que aproveche para de una sólo golpe meterme por completo en su interior. Gimió desesperada al sentirse desgarrada. Su himen roto sangró un poco, y su dueña derramó unas lagrimas, sintiéndose llena. Esperé a que se tranquilizara, y iniciando un lento movimiento fui sacando y metiendo mi falo en su cueva. Claudia estaba como poseída, clavando sus uñas en mi espalda, me abrazaba con sus piernas, intentando que acelerara mis incursiones, pero reteniéndome seguí al mismo ritmo.
-¿Te gusta Meaza?-, le pregunté siguiendo el juego,-para ser una virgen inexperta te mueves excelentemente-.
Se la veía desesperada, quería recuperar el tiempo perdido y agarrándose a los barrotes de mi cama, se retorcía llorando de placer. Mi propia excitación me dominó, y poniendo sus piernas en mis hombros forcé su entrada con mi pene, chocando mi glande contra la pared de su vagina. La oí gritar al sentir que mis huevos rebotaban contra su cuerpo, pero no me importó, y viendo que se acercaba mi orgasmo, me agarré a su cuello, apretando. La falta de aire, la asustó y tratando se zafarse, buscó escaparse pero de un sonoro bofetón paré sus intentos. Indefensa, mirándome con los ojos abiertos, me pedía piedad, pero cuando Claudia creía que no iba a soportar el castigo, su cuerpo respondió, agitándose sobre la cama. Fue increíble, rebotando sobre el colchón se deshizo en un brutal orgasmo, que coincidió con el mío, de forma que su flujo y mi simiente se mezclaron en su interior mientras ella se desmayaba.
Al principio creí que seguía actuando pero al ver que no se recuperaba, me empecé a preocupar. La muchacha permanecía con la mirada ausente, mientras su pecho jadeando trataba de respirar. Fue entonces cuando me di cuenta de que le ocurría. Lo había escuchado de boca de algún amigo, pero nunca había estado con una mujer cuyo clímax se prolongara durante minutos. Claudia no estaba desmayada sino que su orgasmo continuaba, dejándola incapacitada para nada más. Abriéndole las piernas vi como seguía manando su placer, manchando las sábanas, y sabiendo que no podía hacer nada para que parase, la dejé tumbada mientras iba a limpiarme los restos de sangre que manchaban mis piernas.
Desde el baño, escuché un grito desgarrador que en otros casos me hubiera aterrado, pero en cambio sonreí al saber que era el final de su tortura, y volviendo al cuarto mientras me secaba las manos, le pregunté:
-¿Tienes hambre? -, la entonación de mis palabras, medio en broma medio en serio la hizo sonreír, e incorporándose en la cama me respondió:
–Amo, si se refiere al sexo por ahora estoy servida, pero ahora mismo le preparo la comida-.
Su voz sonaba satisfecha. Alegremente se levantó y colocándose el vestido corrió a la cocina. Se notaba que había disfrutado de su primera vez. Mi ego de hombre se infló al observar su alegría y se lo hice saber dándole un azote en el trasero al pasar.
La muchacha había preparado sólo un sitio en la mesa, quería seguir jugando, pero se había equivocado al ponerse la ropa. El vestido seguía anudado a su cuello, y ahora al pertenecerme, según las costumbres etíopes, debía de estar sujeto solamente a las caderas.
-Meaza-, le grité jalándole del brazo,- Eres mía y sólo las putas una vez que tienen dueño, siguen comportándose como solteras-.
Cayó rápidamente en su error, y acomodándose correctamente su ropa, se arrodilló pidiéndome perdón.
–Levántate el vestido-, le ordené.
Supo que iba a castigarla, pero aún así adoptando la postura de sumisa se arremangó la tela dejándome ver su trasero desnudo. En silencio, me acomodé detrás de ella, y abriéndole las nalgas, comprobé que no me había mentido y que también era virgen analmente. Su entrada trasera estaba totalmente cerrada, su color rosado y lo estrecho de su conducto estuvo a un tris de obligarme a tomarla allí mismo, pero decidí que no era el momento y dándole un azoté le pregunté:
-¿Sabes el porqué?-.
-Si, amo-, me respondió casi llorando, pero sin hacer ningún ademán de evitarlo.
Mis manos cayeron repetidamente sobre su piel. Claudia me había pedido ser mi sumisa y yo la había aceptado, por eso no se quejó al recibir la reprimenda sino que lo consintió como parte de su adiestramiento. Sólo paré al percibir que su piel tomaba el color rojizo que me desvelaba que era suficiente. En cuanto terminé, la oí decirme llorando:
-No volveré a fallarle-.
Apiadándome de ella, la levanté del suelo y poniéndola en mis rodillas, la besé. Al sentir sus labios en los míos, me di cuenta que era la primera vez que la besaba. Lo que en un inicio fue un beso dulce, se tornó posesivo al percatarme de su total entrega, pegando su pubis a mi sexo, buscó calentarse frotándolo sin parar. Mi pene que hasta ese momento se mantuvo en letargo, se despertó con sus maniobras y bajándome los pantalones, separé su piernas, dejando que se empalara.
Sufrió al forzar su entrada, la falta de costumbre y lo brutal de su primera experiencia le habían rozado por completo, pero ella olvidándose del dolor que sentía, se acomodó encima mío, introduciéndose lentamente toda mi extensión. Gimió al notar como mi grosor separaba sus labios, destrozándola, pero sintiéndose deseada comenzó a moverse suavemente. Era preciosa, sus ojos negros me miraban con lujuria como exigiéndome que fuera suyo, mientras sus pechos rebotaban contra el mío, al compás de sus embistes. Me encantaba sentir sus pezones clavándose contra mí, y su cuerpo temblando por mis caricias. Poco a poco su resistencia fue desapareciendo y su sexo aceptaba mi intrusión con mayor facilidad.
-¡Amo!-, me susurró al percibir los primeros signos de placer recorriendo su columna. ¡Dios mio!, gritó al notar que su sexo se licuaba. ¡Me corro!,gimió desesperada cuando recibió las primeras descargas. ¡Le necesito!, dijo al sentir que era mía.
Todo su ser se estremeció admitiendo mi dominio, no sólo era su sexo, su vida, su mente y su alma se fundieron en un ardiente magma que desbordando su propia epidermis se alzó grandiosa mostrando su sumisión.
Su sexo envolvía el mío con una inhumana calidez, y mientras se derretía gimiendo, mi virilidad golpeaba las paredes de su gozo, consiguiendo que su clímax alcanzara cotas impensables. No pude soportarlo más, y cogiendo sus dos pechos y usándolos como ancla los mordí buscando mi propia excitación. Convertida en un volcán, explotó vertiendo su entrega en un erupción sin par. El sudor que recorría su cuerpo era una leve expresión de la caldera que quemaba su interior, y chillando a los cuatro vientos se fundió entre jadeos y gemidos de placer.
Claudia no pudo reprimir su orgasmo y clavando su uñas en mi espalda, se desplomó exhausta sobre mis rodillas. Su peso muerto en mis piernas, se cerró presionando mi sexo. Tanto estímulo desbordó mi apetito y usando sus pezones como biberón, me corrí reclamando a mi hembra.
–Eres una maquina-, le dije cuando conseguí reponerme.
Claudia se abrazó a mí, gimoteando.
-Amo, gracias,- todo su cuerpo siguió temblando durante una eternidad, tras lo cual me expresó su gratitud diciendo: –No sabe lo que he soñado este momento-.
La ternura de su entrega casi me hizo olvidar el tiempo, pero al levantarnos de la silla, y entrar en la cocina, vi el reloj.
La cinco de la tarde…., habían pasado tres horas sin darnos cuenta mientras nuestros cuerpos disfrutaban pero ahora la realidad me recordaba que no había comido y que se acercaba nuestra despedida. Con mi casa hecha un desastre, y mi estómago rugiendo del hambre, tenía poco tiempo para organizar la llegada de mi segunda invitada.
-¿Comemos?-, le pregunté mientras me levantaba.
Claudia se dio cuenta del problema y soltando unas lágrimas, me contestó:
-¡Viene la guarra!-.
Estuve a punto de abofetearla, pero lo genuino de nuestra experiencia me lo impidió y abrazándola le dije:
-Si, pero no te preocupes, tu eres especial y nadie puede cambiarlo-.
Dolida, lloró , y mirando a su alrededor, incapaz de protestar, se vistió en silencio. La había llevado al cielo y bruscamente le había lanzado de bruces a la tierra. No me dijo nada, aunque sabía a la perfección de su dolor.
Usada y despreciada, deseada y desdeñada en cuestión de minutos, sabía cual era su papel y poniéndose la gabardina me pidió:
-Quiero volverle a ver-.
Era tanta su angustia , que me vi obligado a decirle que no te tenía que dudar que la necesitaba y que mi agenda era suya, de manera que era ella quien tenía que decirme cuando quería verme.
Mis palabras consiguieron reanimarla y levantando su mirada me respondió mientras cerraba la puerta:
-¿Mañana?-
Sonriendo le respondí:
-Si, pero al las diez. ¡Tengo que trabajar!-.
Capítulo cuatro. De las dudas al paraíso.
Tres horas parece mucho pero apenas tuve tiempo de comer un poco, ducharme y quitar todos los rastros de la presencia de Claudia antes de que llegara Gloria. Lo principal era mi cuarto. Tras hacer la cama y darle una pasada al baño, me concentré en revisar que nada pudiera delatarme. Cuando ya salía convencido que tenía todo bajo control, se me ocurrió mirar bajo la cama, y tirado en la alfombra, había un pendiente. No recordaba habérselo visto a la muchacha puesto, es más estaba casi convencido que no llevaba, pero cuidando no dejar ninguna prueba, lo guardé en un cajón.
El salón no tenía problema, casi no habíamos pasado por allí, por lo que tras airearlo un poco, decidí que ya estaba bien y que podía sentarme a esperar.
Gloria llegó con media hora de adelanto, venía enfadada, por lo visto había tenido bronca en casa, y había preferido irse a seguir discutiendo.
–Tranquila-, le dije mientras le daba un beso de bienvenida,-Te sirvo una copa y me cuentas-.
Sentándose en el sofá, me empezó a explicar cual había sido la razón de su cabreo, por lo visto al llegar a su casa, se había encontrado con las camas deshechas y la ropa tirada, ni su madre ni su hija se habían dignado a hacerlo antes de salir esa mañana. Me pareció una nimiedad, una tontería pero no se lo dije. Lo malo ser madre es que tienes que luchar a diario con lo trivial, y eso termina cansando. Por eso preferí cambiar de tema:
-Tu madre, ¿vive contigo?-
–Si, desde que se quedó viuda-, me respondió, no sabía que se le había muerto el viejo. Por lo visto, su padre había sido un alto directivo del banco popular, al que la presión y el estrés le habían jodido el corazón y tras varias intervenciones se había quedado en el quirófano.
–Lo siento-
-No te preocupes pasó hace cinco años-.
Recordar su muerte, le había puesto triste. Y tratando de rehacerse, levantó la copa, brindando conmigo, con tan mala suerte que se le cayó encima, empapando su blusa.
-Lo has hecho a propósito-, le dije riendo.
-¿Por qué lo dices?-, me preguntó.
-Porqué así no te queda más remedio que quitártela para secarla-.
Soltó una carcajada, y poniéndose de pie me soltó que era yo, quien tenia que desabrochársela. Verla insinuarse de esa forma, me confirmó lo que pensé al tomarme un viagra hacía un rato, iba a tener faena y dos mujeres en una sola tarde era mucho para un cuarentón como yo. Botón a botón, fui descubriendo su piel. Gloria no pudo reprimir un jadeo, al sentir que le quitaba el último.
–Tengo que hablar con Alberto Ruiz Gallardón-.
Lo absurdo de mi frase, la mosqueó.
-¿Para qué?-, me preguntó, sin saber a que venía lo de hablar con el alcalde de la ciudad.
–Porque no es lógico que tus pechos no sean un monumento de Madrid, y que no aparezcan en todas las guías turísticas-.
–Eres tonto-, me contestó encantada por el piropo. Ninguna mujer es inmune a una alabanza y más cuando se hace con inteligencia, – Pues aunque no te lo creas, ligo poquísimo-.
-Tienes razón, no me lo creo-.
Ese fue el final de nuestra conversación . Cerrando su boca con un beso, la abracé. Como la primera vez, Gloria no pudo aguantar el tipo, al notar a mi mano recorriendo su trasero, se lanzó como una loba contra mí, despojándome de mi camisa con urgencia. Bajo esa fachada de señora bien y tradicional, se escondía una mujer ardiente. No me hice de rogar y tumbándola en el sofá, le quité el tanga negro, descubriendo que se había depilado totalmente.
–¿Te gusta?, ¡lo hice por ti!-, me susurró al ver mi desconcierto.
-Me encanta-, podía haber hecho un discurso, pero en vez de eternizarme con loas y cumplidos, me interné entre sus piernas a probar su sabor.
Mi lengua recorrió todos su pliegues, antes de llegar a tocar su clítoris. La lentitud, con la que me fui acercando y alejando de mi meta, hizo que al apoderarme de su erecto botón, su sexo ya estuviera empapado. Sabía que le gustaba el sexo duro, no en vano conservaba la señal de sus uñas en mi espalda, pero jamás se me hubiese ocurrido pensar que al mordisquearle allí abajo, se pusiera como loca, y me pidiera que fuera más brutal. Sus palabra exactas fueron:
–Muérdeme con fuerza-.
Apretando con mis dientes, le hice retórcerse de dolor, pero antes de que dejara de gritar ya se había corrido, mojando la tapicería. Ya totalmente excitado, le metí dos dedos dentro de su vagina, mientras seguía torturando su sexo con mi boca. Esta vez no se quejó sino que usando sus manos, separó sus piernas dándome vía libre a hacer con ella lo que quisiera. Viendo que le gustaba no dude en introducir un tercer y hasta un cuarto, no obteniendo de ella más que gemidos de placer, por lo que envalentonado forcé su ya dolorida cueva con los cinco dedos a la vez. En esta ocasión el grito fue brutal, con lágrimas en los ojos, me pidió que esperara.
-¿Quieres que te los saqué?-, pregunté pensando que me había pasado.
-No, pero déjame que me acostumbre -.
Paulatinamente, su vagina se fue dilatando, hasta que la resistencia a mi avance cedió y me encontré con toda mi mano en su interior. Su reacción fue inmediata, gimiendo de gozo, me rogó que continuara, que nunca se lo habían hecho. Envalentonado, cerré mi puño dentro de ella, y tal y como se hace en la películas porno, hice el intento de sacarlo. La brutalidad de mi acto, la enervó y sin darse cuenta llevó sus propias manos a sus pezones, torturándolos. Toda la seriedad y decencia que le enseñaron desde niña, se evaporó al ritmo de su orgasmo y gritando como posesa, me pidió mientras se corría por segunda vez, que la tomara.
Mi sexo totalmente empalmado me pedía acción, pero tuvo que esperar a que la mujer se recuperara porque aunque me pedía que continuara al sacar mi mano, me di cuenta que era imposible por lo dilatado de su sexo. Mientras volvía a su estado natural, me dediqué a recorrer su cuerpo con mis manos, ella sobrexcitada no dejaba de gemir y de jadear cada vez que mis yemas, se acercaban o acariciaban uno de sus puntos sensibles. Si ya me había dejado gratamente sorprendido su calentura, al pasar distraídamente mis dedos cerca de su entrada trasera, me alucinó. Suspirando y con la voz entrecortada por la lujuria que la dominaba, me musitó:
-Quiero dártelo pero me da miedo-.
Un poco asustado por la responsabilidad, pero entusiasmado por ser quien hoyara por primera vez su esfínter, la besé:
-Tu me dices cuando paro-.
Tenía que hacérselo con cuidado, si para ello tenía que usar toda la noche, lo haría, pensé mientras abría el cajón de la mesita de noche, de donde saqué un bote de crema. Gloria me encantaba y no quería joder nuestra relación con un mal polvo, por eso abrazándola por detrás, acaricié sus pechos tranquilizándola. Su reacción fue pegarse a mí, de forma que mi pene entró en contacto con su hoyuelo.
-Túmbate boca abajo-, le pedí al darme cuenta de su urgencia.
Obediente, se tumbó dándome la espalda. Y poniéndome a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado, comencé a darle un masaje. Fue entonces, cuando realmente percibí hasta donde llegaba su calentura. Parecía por sus gritos, que mis manos la quemaran. No dejó de suspirar implorando que siguiera mientras mi lengua recorría su espalda. Todo en ella era deseo. El sudor que surcaba su espalda, no era nada en comparación con el flujo que manaba de su sexo. Totalmente anegada, me pidió que la desvirgara cuando mis manos separaron sus dos cachetes.
Ya había visto lo inmaculado de su esfínter con anterioridad, pero de pasada, nunca me había puesto a observarlo con detenimiento. Totalmente cerrado y de un color rosa virginal, me resultó una tentación irresistible y acercándome a él, comencé a transitar por sus rugosidades.
–Por favor-, me dijo agarrándose a los barrotes de la cama.
Su ruego me excitó, y perdiendo el control, forcé su entrada con mi lengua. Incapaz de soportar su calentura, bajó su mano masturbándose. Su completa entrega me permitió que cogiendo un poco de crema entre mis dedos, pulsase su disposición untándola por los alrededores. No encontré resistencia a mis caricias, al contrario ya que la propia Gloria separando sus nalgas facilitó mi avance. Cuidadosamente unté todo su esfínter antes de introducir un primer dedo en su interior.
Jadeó al sentir como forzaba sus músculos pero no se quejó, lo que me dio pie a irlo moviendo en un intento de relajarlos. Poco a poco, la presión fue cediendo y su excitación incrementando hasta que chillando me pidió que la penetrara.
–Tranquila-, le dije sabiendo que si le hacía caso, la iba a desgarrar.
Sin decirle que iba a hacer, le introduje un segundo, mientras que con mi mano libre le acariciaba su sexo. La reacción de la mujer a mi incursión no se hizo esperar y levantando el trasero, gimió desesperada. En esta ocasión encontré menos oposición señal de que iba por el buen camino. Si continuaba relajándola, iba a sufrir menos, por lo que me mantuve firme haciendo oídos sordos a sus ruegos, metiendo y sacando mis dedos. Tanta excitación tuvo sus consecuencias y retorciéndose sobre las sabanas se corrió. Ese fue el momento que aproveché para ponerla a cuatro patas y con delicadeza jugar con mi pene sin meterlo en su interior.
Era increíble como su cuerpo reaccionaba a mis caricias. Completamente en celo, movía sus caderas buscando que la penetrara, pero en vez de ello sólo consiguió calentarse aún más. De manera que apiadándome de ella, le exigí que dejara de moverse y poniendo mi sexo en su esfínter, le introduje lentamente la cabeza. Gloria mordió sus labios intentando no gritar, pero fue en vano, el dolor era tan insoportable que chilló pidiéndome una pausa.
Aunque lo había previsto, no por ello dejó de sorprenderme que en vez de apartarse, la mujer decidiera pasar el mal trago rápidamente, presionando mi incursión al echarse hacia atrás. Su maniobra provocó que mi pene entrara por entero en su interior desgarrándola cruelmente. Gritando me exigió que la sacara, diciéndome que no podía aguantar esa tortura, pero supe que si le obedecía jamás iba a poder volver a hacer con ella el sexo anal, por lo que agarrándome de sus pechos, evité que consiguiera zafarse de mí.
Esperé a que se desahogara insultándome, tras lo cual le dije que se relajara. Paulatinamente me hizo caso, de forma que su dolor se fue diluyendo al acostumbrarse a tenerme dentro de ella. Cuando supuse que estaba lista, empecé a moverme lentamente. Sus protestas desaparecieron cuando dándole un azote le pedí que se masturbara. Al igual que antes la violencia le excitó y un poco cortada me rogó que continuara. Creyendo que se refería al sexo anal, aceleré mis penetraciones y entonces ella gritando me aclaró que quería más azotes. Eso fue el detonante de la locura, marcándole el ritmo con mis golpes sobre su trasero, fuimos alcanzando un velocidad brutal mientras ella no dejaba de gritar su calentura.
La fiereza de nuestros actos no tuvieron comparación con los efectos de su orgasmo, porque cayendo de bruces sobre el colchón, Gloria empezó a temblar al sentir que mi extensión se clavaba en su interior mientras ella de derramaba en un clímax bestial. Fue alucinante escuchar su pasión y sentir como se corría bajo mis piernas, coincidiendo con mi propia culminación.
Mi cuerpo dominado por la lujuria, se electrizó al percatarme que la mujer estaba disfrutando y sin poder retener más mi explosión, regué con mi simiente sus intestinos mientras ella se desplomaba sobre la cama. La nueva postura me dio más bríos, y aumentando mis envites conseguí vaciarme por entero, llenando de semen el, hasta esa noche, casto conducto.
Derrumbados por el esfuerzo permanecimos abrazados mientras nos recuperábamos. Tiempo que aproveché para pensar en que esa mujer me volvía loco, y en la suerte que había tenido al encontrármela.
–Eres un cabrón-, me dijo.
Asustado, pensé que se había enfadado por la forma en que la forcé.
–Lo siento-, alcancé a responderle.
Levantándose, me miró diciendo:
-Me has violado, te pedí que pararas y no lo hiciste-, y cuando ya pensaba que me estaba mandando a la mierda, la oí decir, –ahora, no podré dejar de pensar…. en cuando volverás a hacerlo-.
Estaba insultantemente feliz, me había tomado el pelo. Sin llegármelo a creer, la abracé besándola . Ella me respondió acurrucándose entre mis brazos, mientras me susurraba que la dejase descansar por que luego se vengaría. Y con esa promesa, nos quedamos dormidos.
Esa noche, Gloria se quedó conmigo. Fue un acuerdo tácito, ni yo la invité ni ella me lo pidió, sino que salió natural, ambos estábamos tan a gusto que ninguno dudo en hacerlo. Fueron largas horas de pasión mezcladas con ternura y risas. Era como si nos conociéramos de toda la vida. Nadie que hubiese visto como nos compenetrábamos, hubiera creído que nos conocíamos sólo desde hace cuarenta y ocho horas antes. La noche salió perfecta, por eso en la mañana cuando nos despedimos me dio pena mentirle al decirle que no podía quedar con ella ese día. Como no podía decirle que había quedado con otra mujer, me inventé que tenía una cena de amigotes.
-No bebas mucho-, fue lo único que me dijo. No era un reproche, parecía como si realmente le importase.
Tuve que retenerme para no decirle que volviera esa tarde, pero el miedo a no poder localizar a Claudia y que se me juntaran las dos, me hizo recapacitar y decirle solamente que no se preocupara que iba a ser niño bueno.
Su sonrisa al decirme adiós, me torturó toda la mañana. No pude dejar de pensar que era la primera vez que alguien me importaba y que le había pagado con una infidelidad. Hasta a mi mismo me sorprendió el usar esa palabra. Infidelidad. Y con un sabor agridulce me di cuenta que estaba colado por esa mujer. Me resultó imposible el concentrarme, mientras el cuerpo me pedía llamarla, el cerebro me decía que no fuera insensato, ya que esa era la mejor forma que me descubriera. Por eso las horas fueron pasando con una lentitud exasperante, mientras se me acumulaba el trabajo.
Al mediodía, recordé que era el cumpleaños de Claudia, y pensando que era una buena forma de distraerme, me fui a un gran almacén a comprarle su regalo. No tardé en encontrar lo que quería. Una vez pagado y con él en la bolsa, estaba convencido que esa misma noche iba a hacer uso del sensual body de raso negro que le compré. La suavidad de su tejido, hizo que me imaginación volara y ya con la mente ocupada me olvidé de Gloria, de mis sentimientos de culpabilidad, quedando sólo la imagen de la muchacha vestida con ese atuendo.
En la oficina todo se complicó, no vi el modo de escaparme por lo que tuve que esperar hasta casi las nueve de la noche para liberarme, de modo que al salir de mi despacho me di cuenta que casi no me quedaba tiempo para llegar a casa antes de que la muchacha llegara. Conduciendo como un loco, llegué con apenas un cuarto de hora de adelanto, por lo que cuando escuché el timbre, apenas me había dado tiempo a cambiarme.
Al abrir la puerta, me encontré a Claudia totalmente empapada y llena de barro. Tardé unos segundos en darme cuenta que venía disfrazada de Carmen la protagonista de otro de mis cuentos. Hacía más de seis meses que había escrito “Descubrí a mi secretaria…”, pero recordaba a la perfección la trama de la historia. En ese relato, los ladridos de mi perro me sacaban de casa para descubrir a mi asistente en estado de shock y por mucho que intenté que reaccionara fui incapaz.
Sabiendo de antemano mi papel la metí dentro, no me apetecía que mis vecinos pensaran que le había hecho algo. Directamente, la llevé a la ducha mientras no dejaba de pensar en las variantes que le podía dar a la historia. Como actriz era excelente, con la mirada ausente y tiritando realmente uno podía creer que estaba ida.
El agua caliente al caer sobre su pelo, empezó a arrastrar el barro que la cubría. De nada me iba a servir hablarla, esa noche no iba a tener mucha conversación. Por lo que sentándola en la bañera, fui a buscar un poco de ropa seca para después. Al volver seguía en la misma posición que le había dejado, con el chorro cayendo sobre su cabeza y las pierna cruzadas.
-Tengo que hacerte entrar en calor-, le dije en voz alta mientras la ponía de pie.
Realmente estaba preciosa sin maquillaje, pensé al verla con el pelo mojado. Claudia se había puesto para la ocasión un espléndido traje, que le daba el aspecto de una yuppie de una multinacional. La blusa de encaje al mojarse, trasparentaba por completo, dejándome observar la rotundidad de sus pechos. Sus pezones reaccionaron cuando le quité la chaqueta, poniéndose duros y erguidos.
–Me estás poniendo bruto– le susurré.
En la historia, la desnudaba fuera de la ducha, pero decidí alterar el guión y hacerlo bajo el agua. Como no quería echar a perder mi ropa, me desnudé antes de entrar con ella, dejándome sólo los boxer a cuadros que me había puesto. Uno a uno fui desabrochando los botones de su camisa. Era una gozada verla inmovil mientras hacía aflorar su canalillo.
-Mi secretaria es una putita indefensa-.
Mi pene ya se alzaba orgulloso, cuando le quité la blusa por completo. Desnuda de cintura hacía arriba seguía ausente.
-Que preciosidad-, le dije sopesando sus senos con mis manos.
Sin poderme aguantar, pasé mi lengua por sus bordes esperando que la muchacha reaccionara. Pero no pude sacar ni un gemido de su garganta. Eso me dio la idea, ya que era un juego, resolví jugar, iba a conseguir que Claudia dejara de actuar. Teniéndolo clarísimo, le bajé la falda, descubriendo que el tanga de esa noche, además de minúsculo era de color rojo como el de la protagonista.
–Has pensado en todo-, le dije mientras se lo quitaba.
Teóricamente debería de secarla y llevarla a mi cuarto pero en vez de ello, le puse las manos sujetándose a la pared y me arrodillé bajo la ducha. Improvisando separé su labios, y acercando mi boca a su sexo, empecé a mordisquear su clítoris mientras acariciaba su trasero. Su sabor consiguió enervarme, y sin darle tiempo a reaccionar, la puse a cuatro patas, penetrándola. La calidez de su cueva al presionar mi miembro, contrastaba con el mutismo de su dueña, por mucho que aceleré mis movimientos fue imposible oír nada.
-¡Con que eso quieres!-, grité mientras salía de la ducha. Bastante picado, totalmente excitado y sin haberme podido correr, resolví que esa niña no me iba a ganar. Quisiera o no, iba a hacerla hablar. Dejándola sola, empapada y desnuda me fui a poner una copa.
Eso me dio tiempo de pensar en mi siguiente paso. Carmen sólo se desenmascaró a la mañana siguiente, mientras yo desayunaba. Si Claudia conseguía mantenerse en su papel hasta esa hora me había ganado, por lo que debía de idear algo que le hiciera fracasar. Mi imaginación nunca me había fallado, y esa no iba a ser la primera vez, por lo que al volver a su lado ya había ideado más de cinco perversas formas de vencerla.
Nuevamente entré con ella en la bañera, La muchacha seguía agachada por lo que sólo tuve que abrirle la boca, para empezar mi venganza. Cogiendo mi pene entre mis manos, se lo incrusté en su garganta. Sonreí al ver que no reaccionaba, debía de pensar que quería que me hiciera una mamada, pero no era ese mi plan. Sin avisarle, empecé a orinar en su interior. Claudia, sin alterarse, comenzó a bebérselo, tragándose todo mi orin sin emitir ni una sola queja.
Por primera vez, la duda de un posible triunfo de ella y mi consiguiente derrota afloró en mi mente. Echo una furia la saqué del baño y la llevé a mi habitación pero en vez de ponerle una película, la tumbé en la cama, atándola a sus barrotes.
–Uno a cero-, pensé mientras aferraba sus tobillos.
Cogiendo mi teléfono hice una llamada. Una niña no me iba a vencer, y menos con ayuda. Mi segundo plan requería tiempo, por lo que mientras llegaba decidí aprovechar la espera, pasando al siguiente. Claudia me dijo al conocerme que quería ser mi sumisa, que deseaba que lo la moldeara, pues iba a tener la oportunidad de demostrarlo.
Lo primero que hice fue fijar bien los grilletes. Ya con la seguridad que no se iba a poder escapar, pasé mis manos por su sexo, encontrándomelo completamente anegado.
–La muy perra está disfrutando-, me dije mientras le separaba los labios e introducía un enorme consolador en su interior.
No esperaba ninguna reacción, por lo que no me sorprendí al percatarme que seguía impertérrita. Especulé con meterle otro por su entrada trasera, pero el recordar que era virgen disipó mis dudas, iba a ser mi miembro quien hoyara por primera vez su rosado agujero. En vez de ello, cogí unas pinzas de la ropa con las que torturé sus pechos, colocándoselas en los pezones. Creí escuchar un gemido, pero al voltear a mirarla, sus cara no reflejaba el mínimo disgusto.
–Tranquila, hay mucho tiempo-, le musité al oído, mientras le mordía el lóbulo.
Por experiencia sabía que era cuestión de minutos, el que el dolor y el placer le hiciera reaccionar, por lo que yendo a mi bar, me rellené la copa. Tenía que reconocer que era un adversario formidable, tras esa fachada de niña buena se escondía una mente al menos tan sucia como la mía. Cogiendo el cubo de los hielos y una vela, volví a su lado.
-¿Sabes para que es esto?-, le pregunté mientras encendía la mecha.
No me contestó. Su gallardía me llenó de orgullo, pero no era momento para sentimentalismos, era una guerra y en la guerras no hay cuartel. Acercando la vela a su cuerpo, derramé unas gotas sobre su estómago. Dio un respingo al sentir su quemazón, pero soportó admirablemente el castigo. Pasando el hielo, por la quemaduras conseguía un doble efecto, por una parte estas no dejaban marca y encima el contraste de temperatura debía ser insoportable. Estuve más de cinco minutos torturándola y cuando ya creía que no le afectaba, percibí como se corría en silencio, sin moverse pero empapando las sábanas con su flujo.
-Esto no sirve-, y recapacitando le saqué el consolador de su sexo. Al hacerlo fue como una catarata que se precipitó por el colchón, dejando a su paso un húmedo rastro.
“Tendré que esperar”, me dije a mi mismo, y buscando que no se enfriara empecé a meterle y sacarle el dildo, mientras le retiraba las pinzas. Fue entonces cuando escuché que mi ayuda tocaba la puerta. Tranquilamente, salí del cuarto a abrir a los refuerzos.
-¡Cuánto tiempo!-, me soltó Patricia al entrar con Nicolás al piso, –explícame que es eso tan importante que no me podía perder-.
Paty era una amiga de la infancia, bisexual, con la que había tenido algo más que escarceos. A sus cuarenta años, seguía conservando una figura envidiable producto de largas horas de gimnasio, y unos pechos perfectos que se los debía a la generosidad de su último marido. Nicolás era su actual pareja, según ella la lengua más maravillosa de la creación.
-Cariño deja que antes te dé un beso-, le dije abrazándola y masajeando su duro culo.-Te tengo una sorpresa, estoy adiestrando a una sumisa, y su lección de hoy es mantenerse imperturbable mientras una mujer la posee-.
Una sonrisa apareció en su cara, y tras pensárselo unos momentos me preguntó:
-Y ¿Nicolás?-.
-Por si fallas-.
Sin más demora, la llevé a mi cuarto, dejando a su pareja en el salón. Sabía que Claudia nunca había estado con una mujer, y menos con una tan experta como mi conocida, por lo que esperaba o que se negara o que reaccionara a sus caricias. Mi amiga al ver como le había preparado a la muchacha, al percatarse que debido a las ataduras la tenía a su entera disposición, se dio la vuelta diciéndome:
-No fallaré y ¡Gracias!-.
Ahora sólo tenía que esperar, y en plan mirón, acerqué el sillón a la cama y me senté a observar. Era algo nuevo, el estar de convidado de piedra mientras Patricia se desnudaba. “Se nota que acababa de llegar de la playa”, pensé al ver el dorado de su piel. Bailando en frente de su víctima se fue despojando de su ropa y lo hizo con una sensualidad tan pasmosa, de forma que antes que acabara, yo al menos, estaba excitado. Claudia, en cambio, si lo estaba no lo demostró.
–Está bien educada, lo vas a tener difícil-, le grité a la mujer, picándole el amor propio.
-Nunca te he defraudado-, me respondió mientras acercaba su lengua a los pechos de la muchacha.
Estos se erizaron al contacto, poniéndose duros. La reacción de Claudia la envalentonó y sin ningún recato se apoderó de ellos mamando mientras le acariciaba el resto del cuerpo. “Es una maestra”, tuve que reconocer al fijarme de la manera tan experta que tomaba los indefensos pezones de la niña entre sus dientes, y como su boca succionaba hambrienta. Con el deseo de lo prohibido, su mano completamente ensortijada recorrió su estómago acercándose al depilado sexo. La muchacha no hacía ningún ademán. Vi como cambiándose de posición, Paty le separó los labios probando del néctar que ya manaba de su cueva.
-¡Está riquísimo!-, le alcancé a escuchar antes de que, usando su lengua como si fuera un micro pene, la penetrara.
Desde mi sillón, la perspectiva no podía ser más excitante. Veía el culo moreno de mi amiga meneándose al compás de una masturbación mientras se lo comía por entero. Era alucinante, el estudiar la maestría con la que recorría sus pliegues, teniendo en primer plano un exquisito trasero, que me llamaba para que lo tomara a la vez. Poco a poco, el sudor fue recorriendo el pecho de Claudia, y su cueva anegándose bajo el atento dominio de Patricia, y ésta sabedora de los efectos que sus caricias estaban provocando, decidió dar un paso más introduciéndole un dedo en su ano.
-Con cuidado-, le grité informándole que eso era mío.
-Sólo te lo estoy preparando-, me contestó riéndose pero sin dejar de masajearlo.
A estas alturas, nuestra víctima ya se derretía. Sus piernas temblaban al ritmo de su orgasmo, pero de su garganta no salía ningún ruido.
-Es dura, pero yo más– me dijo mi amiga al percatarse que se corría sin moverse.
La velocidad con la que mamaba su coño se incrementó a la par que su calentura, y cogiendo el consolador de la sabanas, me pidió que lo usara en ella, para motivarla aún más. Haciéndole caso me senté al lado de las dos mujeres, y cogiendo el aparato le separé las nalgas de la cuarentona forzando su entrada trasera. Su esfínter estaba educado, por lo que entró hasta el final sin esfuerzo.
–Ya sabes lo que me gusta-, exclamó mientras se separaba el trasero.
Claro que lo sabía, no en vano había disfrutado de ese culo muchas veces. Metiendo y sacando con rapidez el consolador empecé a azotarle. Cada vez que mi mano golpeaba sus cachetes, su lengua se introducía en la vagina de Claudia, consiguiendo que los gritos de mi amiga se mezclaran con los de mi azotes.
La temperatura de nuestros tres cuerpos llegó a su punto máximo cuando soltando el pene artificial, y asiendo el mío con las manos le pedí que se aproximara al borde de la cama que ya no aguantaba más y que iba a poseerla.
Fue entonces cuando vencí, porque con la voz entrecortada por el orgasmo que la consumía oí decir a mi sumisa:
-A ella no, amo, ¡a mí!-.
Fue su fracaso, incapaz de ver que tomaba a otra, prefirió perder a sufrir siendo ella una mera observadora.
-Suéltala y prepárame su culo– , le exigí a Paty alzando la voz.
Como si ella fuera la verdadera sumisa, me obedeció poniendo de rodillas sobre el colchón a Claudia con los brazos hacía delante de manera que su trasero quedaba a mi alcance.
-¡He dicho que me lo prepares!-.
Mirándome entendió lo que quería y separándole las nalgas forzó su entrada con la lengua.
-¡Que gusto!-, gritó Claudia a sentir hoyado su agujero. Al no tener que refrenarse, no dejó de jadear y gemir de gusto mientras Patricia se lo relajaba. Mi amiga, muy alborotada, no se límitó a su esfínter sino que apropiándose de su coño, usó su mano para penetrarlo también.
Colocándome a su lado, estaba a punto de desvirgarla analmente cuando escuché a mi amiga decir:
-Te importa que pase Nicolás, ¡es que estoy muy bruta!-.
Solté una carcajada dándole permiso pero advirtiéndole que se lo montara sobre la alfombra. Levantándose de la cama, abrió la puerta. No tardamos en escuchar como entraba. Su presencia asustó a Claudia, que alucinada por su tamaño me preguntó:
-¿Que hace aquí?-
-Era mi plan alternativo-, le contesté mientras acariciaba la cabeza del fiel sabueso, explicándole que era el verdadero amante de Patricia que cansada de tanto fracaso sentimental había hallado la felicidad en las caricias caninas del animal. Aprovechando su desconcierto forcé su entrada con mi pene, introduciéndolo de un sólo arreón.
-¡Que cabrón!-, me dijo mientras sentía como se desgarraba su trasero.
Capítulo cinco. Todo se complica. La espada de Damocles.
Ese fue el inicio de una noche memorable. Patricia, tras aliviarse con su fiel “amigo”, se dio cuenta que sobraba, y sin despedirse nos dejo que continuáramos con nuestra pasión. Hicimos el amor, jodimos, follamos, nos reímos , incluso elucubramos sobre mis siguientes relatos, sobre que papel o que actitud le gustaría a Claudia representar. Fue realmente una velada inolvidable, en la que ya no éramos amo y sumisa sino dos amantes que se entregaban sin límite a la pasión. Agotados, nos quedamos dormidos, abrazados, sin darnos cuenta.
El sonido estridente del despertador nos devolvió a la tierra y de que forma. Claudia, al abrir los ojos, sonriendo me pidió un beso. Se la veía preciosa con el pelo despeinado y unas ojeras que me recordaban lo poco que la había dejado dormir.
-¿Cómo está mi querido amo?-, me dijo todavía medio dormida.
-Muy bien, mi querida esclava-.
Era un juego, interpretando unos papeles que habíamos traspasado, nos besamos y acariciamos mientras nos despejábamos. Creyéndose caballo ganador, quiso aprovechar su ventaja diciéndome:
-Amo, ¿verdad que prefieres pasar la noche con tu sierva?-.
Si me hubiese callado no hubiera pasado nada, pero mi ego me hizo preguntarle, esperando que su respuesta fuera un piropo o algo parecido.
-¿A qué te refieres?-
-Ya sabes, ayer dormiste con la guarra. ¿Quién es mejor?-, mi cara de sorpresa la malinterpretó, y tratando de aclararlo, prosiguió diciendo, –Ella salió de aquí a las siete, y en cambio ahora son las ocho, ¿eso debe de significar algo? o ¿no?-.
Mi reacción fue brutal, agarrándola del brazo, la zarandeé gritando que quien se creía para espiarme, que la que ella llamaba “guarra” era una dama, y que la verdadera puta era ella, que como hembra en celo se me había ofrecido. Claudia se dio cuenta que había metido la pata. Trató de justificarse diciendo que lo sabía porque me había vuelto a dejar el ordenador encendido.
-Eso es mentira, búscate otra excusa por que fue lo primero que apagué cuando te fuiste-, le respondí indignado, -¡Vístete! Y ¡vete!, no te quiero volver a ver-.
Con lágrimas en los ojos, se levantó, se sabía culpable, y sin hablar se vistió con la cabeza gacha. Sólo al salir por la puerta de mi apartamento se volvió diciéndome:
–Fernando, eres mío y yo soy tuya. Eso no lo puedes cambiar. Verás como tarde o temprano nos volveremos a ver y entonces sabrás que no podrás evitar que vuelva–
-¡Jamás!-, le contesté, cerrándole la puerta en las narices.
La desfachatez de la chica profetizando que volvería arrastrándome como un perrito en su busca terminó de cabrearme. Nunca me había gustado que me controlaran y menos una muchachita recién salida de la adolescencia. Hecho una furia me metí bajo una ducha de agua fría, tratando de calmarme pero fue en vano, nada ni nadie podía evitar que mi sangre hirviera al recordarlo.
La mañana fue un suplicio. No dejaba de mortificarme, diciéndome que la culpa la tenía yo por liarme con una niña. Lo que realmente me molestaba era que antes de enrollarme con ella, ya sabía que eso no podía salir bien. Mi estupidez era total, había creído que podía compatibilizar dos relaciones tan distintas, asumiendo que Claudia poseía una madurez que jamás podría tener una joven de su edad.
Sólo me calmé sobre la una, cuando recibí la llamada de Gloria, preguntando como me había ido mi noche loca.
-Muy bien-, le respondí tratando que no se notara mi enfado, –lo clásico en una cena de amigotes, alcohol, charlas y chistes sobre mujeres-.
-¿Me has echado de menos?-
-Mucho-, y tratando de cambiar de tema le pregunté: ¿Comes conmigo?-
Me contestó que si, pero que le resultaba imposible antes de las tres.
-No hay problema-.
Tras lo cual quedamos en vernos en Amparo, un restaurante muy conocido de Madrid que está en la calle Jorge Juan. Su llamada cambió mi humor al darme cuenta que no todo estaba perdido y que me había quedado con la mejor, una mujer de mi edad, que además de estar buenísima, era un encanto y con la cual podía compartir algo más que sexo.
Mirando el reloj, calculé que tenía una hora y media, por lo que me lancé en picado a resolver los problemas de la oficina, y por primera vez desde que había llegado, realmente rendí en el trabajo. Con todo los asuntos encauzados, salí de mi despacho alegre por irla a ver, pero al llegar a la calle, me surgió una duda:
-¿Me estará espiando?-.
Observando hacia ambos lados traté de descubrir si Claudia, estaba por los alrededores, no me apetecía que al llegar al restaurante, me montara un espectáculo. Afortunadamente no estaba y ya más tranquilo pero sin dejar de estar alerta, me dirigí adonde habíamos quedado.
Gloria entró al local hablando por teléfono. Se la veía contenta, vestida de manera informal, estaba guapísima. Divertido vi como todos los ejecutivos, que poblaban el lugar, se daban la vuelta para observarla al pasar. Eso alivió mi maltrecho ego, y recibiéndola con un beso, le solté un merecido piropo.
Con una risa franca y ojos coquetos, me agradeció el halago. De esa forma, empezó el mejor rato que he pasado en mucho tiempo. Bromas y carantoñas, con una mezcla de picardía, se sucedieron durante dos horas, tiempo durante el cual no recordé a Claudia. Sólo al pagar, temí que al salir nos encontráramos con ella, por lo que adelantándome a la mujer que estaba conmigo, revisé que no estuviera plantada fuera del local, lista para reclamarme. Nuevamente no la encontré, y pensando que estaba paranoico, me calmé.
“Tranquilo”, me dije deseando que tuviese razón y que la Niña se hubiese olvidado de mí.
Aduciendo que tenía prisa, me despedí de Gloria, quedando para el día siguiente. Le extrañó mis prisas, pero poniendo una mueca, me dijo en plan de broma, que se pasaría toda la noche llorando mi ausencia. Estuve a punto de mandar todo a la mierda y pedirle que nos viéramos esa misma noche, pero recapacitando que era no mejor el arriesgarse, le solté:
-Yo en cambio, sentiré tu cuerpo al lado mío, mientras duermo-
Menos mal que no cedí, porque al llegar a mi oficina, tenía un email de Claudia en el que me preguntaba como me había ido comiendo con la “guarra”. Fuera de mí, abrí el programa espía que me permitía ver y hablar con ella en su cuarto, quería cantarle las cuarenta y exigirle que dejara de seguirme. No pude, no estaba en su casa pero asustado leí el mensaje que me había dejado garabateado en un papel:
–Amo, ¡vuelva!, ¡le extraño!-
Realmente la chavala esta loca, se había obsesionado conmigo y me iba a resultar imposible librarme de ella, sólo ignorándola. Debía de pensar como convencerla que me olvidara y que se enrollara con un chico de su edad, porque sino lo conseguía iba a mandar al traste mi relación con Gloria. Analizando detenidamente el asunto, creí encontrar la solución, ella me había encontrado y encaprichado por mis relatos, por lo que debía ser por esa vía por medio de la cual iba a escaparme de esa pesadilla.
Esa noche, nada más llegar a casa puse manos a la obra. Debía de ser mi mejor relato, mi mejor historia. Muchas veces empecé y muchas tuve que borrar lo que había escrito, nada me convencía. Pero como a las doce me llegó la inspiración, me había emperrado en pensar en un jovencito como mi sustituto, pero a Claudia lo que realmente le gustaban eran los maduros como yo, y que mejor que la figura de un catedrático para reemplazarme. Un profesor que le estuviera dando clase, esa era la clave. Alguien con poder, que estuviera a su alcance y por el que tuviera respeto, sólo así podría librarme de ella.
Entusiasmado por la idea, me dediqué por entero a la faena. No debía de personalizar ni describir a mi recambio, para que fuera ella misma la que le pusiera nombre y cara.Más o menos a las tres terminé y tras releerlo quedé convencido que era mi mejor escrito.
El argumento era sencillo. En la universidad, Claudia estaba asistiendo a una clase, cuando se da cuenta que su maestro la mira con deseo. Nunca se había fijado que ese tipo no dejaba de recorrer con sus ojos su cuerpo, y excitada decidió conquistarle. Por eso aprovechando la hora de tutoría se plantaba en su despacho.
Iba preparada, en el baño se había despojado del tanga y antes de entrar había desabrochado su blusa. El resto era lo típico. El profesor se percataba de la forma que ella se le insinuaba e indignado le había llamado al orden, pero en vez de echarle para atrás, su rechazo le había espoleado, desnudándose por completo. En mi relato, Claudia amenazo al docto catedrático con acusarle de haberla violado sino la tomaba en ese mismo instante. El pobre tipo, incapaz de negarse por miedo al escándalo, se la tiró sobre su mesa, no una sino muchas veces, consiguiendo que la muchacha se corriera y gracias al placer obtenido se olvidara del viejo que la había desvirgado.
Encantado por el resultado, lo publiqué en todorelatos. Después de eso, dormí como un niño seguro de que había acertado. A la mañana siguiente revisé mi email, y al no haber recibido ningún otro mensaje de ella, pensé que quizás había acertado. Durante todo el día no tuve noticias de ella, ni siquiera tuve la sensación de que me espiaban pero aún así al recoger a Gloria en el portal de su casa, en vez de llevarla a mi apartamento, alquilé una habitación en el Ritz .
-¿Y eso?-, me pregunto al ver que entrábamos al establecimiento.
-Es mi fantasía, llevar a la mujer que adoro al mejor hotel de Madrid-
Mi respuesta le satisfizo, y besándome en la boca, mientras cerrábamos la puerta de la habitación, me dijo que era un romántico empedernido. Sólo os puedo contar que durante esa velada, terminé de enamorarme de Gloria. No sólo fue pasión, fue aventura ternura y mucho, pero mucho, sexo. Al desayunar, tumbados en la cama, se lo dije. Ella al oír que la amaba, se echó a llorar diciendo que la había hecho la mujer más feliz del mundo porque ella sentía lo mismo por mí.
Sólo la tenue amenaza de Claudia, evitó que yo también fuera el hombre más feliz de la tierra, pero algo me decía que al igual que Damocles, tenía sobre mi cabeza una espada sujeta por un sólo hilo, y que en cualquier momento se iba a romper, destrozando a su paso mi felicidad.
Jodido por la angustia, volví a mi oficina sin pasar por casa. Con el traje y la camisa del día anterior, me pasé todo el día revisando cada cinco minutos mi Outlook, esperando una mensaje que no quería recibir. Al no llegarme ninguno, creo que llegué a creerme que había tenido éxito, pero al llegar a casa y abrir mi portátil, ahí estaba. Cinco escuetas líneas que me hundieron en la depresión.
-Gracias, Amo. He hecho lo que usted me ha pedido. Me he tirado a mi maestro de termodinámica, el pobre viejo ha disfrutado como un perro, tenía que haber visto como aullaba al correrse en mi coño. Estoy esperando el siguiente relato, prometo cumplir lo que me ordene. Postdata: ME HA PUESTO MATRÍCULA, pero aún así, sigo odiando a la Guarra –
La muy lunática había malinterpretado mi historia. Había supuesto que era parte del juego, una forma de congraciarse conmigo, sin olvidar el rencor que sentía por Gloria. Sin saber que hacer, me serví la primera copa de muchas, y no cejé hasta, que totalmente borracho, caí desplomado sobre la cama.
Al despertar, la cabeza me estallaba. El alcohol de la noche anterior me estaba pasando factura, mientras no dejaba de pensar en como podía afrontar el problema. Tras mucho pensar y recapacitar no hallé otra salida que decir a Gloria una parte de la verdad. Por eso nada más llegar a mi trabajo la llamé, pidiéndole que se tomara la tarde libre porque quería hablar con ella de un tema importante.
Iba a echar un órdago y por eso la cité en mi casa. Después de hablar conmigo era irrelevante si Claudia nos sorprendía, por que iba a confesarle todo. Previendo que era una puesta arriesgada, ya que de salirme mal perdería a una mujer que me volvía loco, pero que si me iba bien significaría que el asedio al que estaba sometido no tendría importancia, decidí reforzar mi posición comprándole un regalo. No sé si mi estado de nervios influyó en mi decisión pero salí de mi oficina directo a una joyería.
Comiéndome la uñas histérico perdido, esperé su llegada. Debía suponerse algo, porque en contra de lo usual en ella, no me besó al entrar. Sin atreverme a entrar directamente al tema, le puse un vermut, sentándola en el salón.
-¿Qué es eso de lo que querías hablarme?-, me preguntó nada más acomodarse en el sillón.
-Dos cosas-, le respondí muy nervioso,- primero y antes que nada confesarte algo, y segundo si me perdonas pedirte otra cosa-.
Mi cara debía ser un poema porque poniéndose muy sería esperó que empezara en silencio. Sabiendo que ya no me quedaba otra, entré directamente al trapo contándole una media verdad, que antes de conocerla a ella, había entablado amistad con una mujer muy joven con la que había tenido un romance y que tras dejarla no dejaba de acosarme.
-¿Acosarte?-
–Si, no puedo moverme sin que sepa mis pasos-
-Entonces sabe que estamos juntos-, me dijo enfadada.
–Si y he querido avisarte, porque está loca y cualquier día nos monta un espectáculo-.
La perspectiva de ser abochornada en público la molestó, y levantándose de su asiento recorrió el salón sin decirme nada. Estaba tratando de asimilar las novedades y debía de hacerlo sola, por eso esperé a que ella diera el siguiente paso.
-Dime-, me ordenó más que preguntarme, -¡Aclárame!, ¿Fue antes de conocerme y ya la has dejado?-
-Si-, no le informé que me seguía acostando con la loca cuando ya lo hacia con ella.
Tras meditarlo unos instantes, mirándome a los ojos, respondió:
–Pues entonces que se vaya a la mierda-, estaba tan enfadada que no le importó ser vulgar, y sin dejar su tono, me preguntó: –Y ¿que coño quieres pedirme?-.
Sacando de mi bolsillo un estuche, me arrodillé a su lado.
-¿Quieres casarte conmigo? -.
Esta vez si que la sorprendí. Abriendo el paquete, sacó el anillo y poniéndoselo en su dedo índice, vi que le caían unas lágrimas.
–Estás trastornado, apenas nos conocemos– me contestó y cuando ya creía que se iba a negar me dijo: -Debes de atraer a toda las chifladas, porque si quiero. ¡Si quiero casarme contigo!-.
-¿Estás segura?-, no creía en mi suerte.
-Si, tonto-, me respondió lanzándose a mis brazos.
Con cuarenta y dos años, nueve meses y tres días me até por vez primera una soga alrededor del cuello, pero eso sí, una cuerda que al posar sus pechos contra mi cuerpo hizo que mi virilidad reaccionara al contacto, y cogiéndola en volandas, la llevé a la cama.
La urgencia con la que le desnudé fue brutal, sin importarme que se desgarrara su ropa. Ella estaba igual, ni siquiera me dejó terminarme de bajar los pantalones cuando su boca ya se había apoderado de mi sexo. Parecía como si mi oferta la hubiese poseído, porque sino no se entiende que sin haberla tocado, su cueva estuviera ya empapada de flujo, ni que sin preliminares se incrustara mi pene en su interior. Gritó al sentir como mi extensión chocaba contra la pared de su vagina y arañándome en la espalda, me chilló que era mía.
Su entrega me excitó y asiéndome a sus pechos, comencé a cabalgarla. Mis penetraciones no podían ser más profundas, al notar que mi estomago chocaba contra su pubis y que mis huevos golpeaban sus nalgas. Sus jadeos fueron convirtiéndose en berridos a la par que su calentura subía de nivel, hasta que sintiendo que se le acercaba el orgasmo, aulló tan alto que creí que se iban a enterar los vecinos.
Sin dejarla descansar, la seguí apuñalando consiguiendo alargar su éxtasis, mientras buscaba mi propio placer. Este tardó en llegar pero al arribar fue una explosión que me absorbió por completo, nublando mi mente mientras anegaba su estrecha abertura con mi simiente.
Tumbados en la cama, estábamos descansando cuando me preguntó:
-¿Cómo la conociste?-
-¿A quien?-, le respondí.
–A la loca-
Un poco asustado, decidí decirle la verdad, que en mis ratos libres era escritor erótico y que “la loca” era una de mis admiradoras. Lejos de enfadarle le interesó esa faceta, e indagando más en ella, me pidió que le dejara leer mis relatos. En un principio me negué, ya que al escribir dejaba volar mi imaginación y describía verdaderas salvajadas, pero fue tanta su insistencia, que tuve que ir a por el portátil, y mostrarle mi historias.
Sentada en la cama, en silencio se pasó más de media hora leyendo relato tras relato, hasta que dejando a un lado el ordenador, me miró diciendo:
-No me extraña que tengas admiradoras, es de lo más caliente que he leído nunca-.
Su piropo me halagó, pero no quedó allí, por que me rogó que quería que le escribiera una historia para ella. Quería decirle que no, porque me daba miedo repetir el mismo error, pero me dio corte, no fuera a pensar que había otro motivo, y por eso le dije que en dos semanas tendría su historia. Se me erizaron los pelos de todo mi cuerpo al oír su respuesta:
-Y si te parece cuando ya la tengas , podemos jugar a que soy tu protagonista-.
Me quedé mudo, y asintiendo con la cabeza, me juré a mis mismo que jamás tendría su relato.
Afortunadamente, cambiando de tema me dijo que tenía hambre, por lo que aproveché para decirla que la invitaba a cenar en un restaurante. La atmósfera de mi piso se había vuelto agobiante. La idea le atrajo pero al vestirnos se dio cuenta que le había desgarrado la blusa por lo que le tuve que prestar una camisa. Aunque ella es alta, yo soy enorme, y por lo tanto al ponerse mi ropa le quedaba gigantesca.
-Mejor me voy a casa-, me contestó apenada.
–Si quieres nos quedamos aquí-.
-No, tengo que pensar como le voy a contar a mi familia lo nuestro. Aunque ya hace cinco años que me divorcié y mi ex es un perfecto cretino, no quiero hacerles daño-.
Tenía un motivo de peso, y sabiendo que no la podía hacer cambiar de opinión, ni siquiera lo intenté. Me daba pena pero no podía hacer nada por evitarlo, por lo que aún sintiéndolo mucho, la acompañé hasta la puerta. No había terminado de cerrarla, cuando escuché el sonido de entrada de un correo, y sabiendo quien era, fui a abrirlo.
Cabreado lo leí:
-¿Otra vez con la guarra?-
Era el colmo, y fuera de mis casillas le contesté, lo más hiriente que pude, diciendo:
–Claudia, no volveré contigo, entérate. Te aconsejo que en vez de seguirme te compres un enorme consolador y cada vez que te apetezca espiarme, te lo metas en el coño o en el culo y te másturbes hasta que se te pasen las ganas-.
Y dándole al send, esperé su contestación. No tardó nada en llegar, me había escrito:
-Lo haré frente a mi cámara web para que mi amo disfrute viendo como se corre su sierva-.
Era imposible dialogar con ella, pensé mientras cerraba el portátil apenado. La pobre muchacha estaba perturbada, y parte de la culpa era mía al despertar con mis relatos la bestia que tenía dentro. Lo bueno era que al ya saber Gloria de su existencia, realmente era poco lo que podía hacer para joderme. Un chantaje es efectivo sólo cuando el motivo de la coacción permanece en secreto. A un homosexual se le puede chantajear si no ha salido del armario, pero difícilmente le puedes presionar si ya es vox populi su tendencia. Por eso, la actitud de Claudia que antes me producía una gran desazón, lo único que esta vez me provocó fue un sentimiento de frustración por no haber podido convencerla.
Y pasando página, decidí salir a cenar, ya que no tenía nada en casa. Como nunca me ha gustado estar sólo llamé a un amigo, de manera que al cabo de tres horas, llegué a casa bien comido y mejor bebido, ya que tras la cena fuimos directamente a un pub, a seguir con la juerga. Eso me sirvió para olvidarme de todo, y con un alto grado de alcoholemia dormir como un bebé.
Al día siguiente estaba en plena forma. Completamente soleado, sin una nube en el cielo, parecía una copia exacta de mi ánimo, alegre y satisfecho. La vida me sonreía. Nada más llegar a mi oficina, me enfrasqué en el trabajo, rindiendo por vez primera en una semana. La larga lista de asuntos pendientes fue desvaneciéndose a la par que trascurría la mañana. Hasta mi propia secretaria se quedó extrañada de mi recién recuperada diligencia.
-¿Qué te ocurre?-, me preguntó viendo que no paraba de resolver problema tras problema, -¿te has dopado?-.
No le podía contar la verdad, y en vez de ello, la abracé diciéndola que la veía estupenda.
-Tú te has tomado algo-, me dijo mientras cerraba la puerta de mi despacho.
Ya metido en la rutina, ni siquiera salí a comer, y como a las seis de la tarde al no quedarme nada que resolver, recordé que no había llamado a Gloria en todo el día. Tardó en contestarme , pero cuando lo hizo su voz sonaba a felicidad.
-¿Cómo te fue con tu familia?-.
-Mejor imposible, todos en casa habían notado que salía con alguien y recibieron la noticia con agrado. Hasta mi madre me dijo que ya era hora que rehiciera mi vida-.
-Me alegro cariño, ¿te parece que cenemos para celebrarlo?-.
-Claro, ¿dónde vas a invitar a esta dama?-
No lo había pensado, pero improvisando recordé que había un restaurante típico en Cava Baja, que me encantaba.
-¿Te gusta Lucio?-.
-Si-, me respondió,- nos vemos ahí-.
El resto de la conversación fue acerca de cómo le había ido, y lo mucho que sentía haberme dejado sólo la noche anterior, comprometiéndose a resarcirme por ello. Tuve que cortar la llamada por que me pasaron un mensaje del gran jefe, que decía que quería verme para discutir unos proyectos, de manera que estuve ocupado hasta las ocho y media.
Saliendo de la oficina, el tráfico era caótico por lo que decidí ir directamente al lugar donde habíamos quedado al no darme tiempo de pasar por mi casa.
Como siempre, el dueño estaba en la entrada recibiendo a los comensales. Lucio es quizás uno de los hombres más entrañables que conozco, atlético de corazón y salido de las clases más bajas, se afanaba por hacer agradable la estancia de la gente en su local. Normalmente, me dan una mesa en la planta baja pero ese día estaba lleno, y sintiéndolo mucho me dijo que sólo me podía ofrecer una en el primer piso.
-No hay problema-, le contesté mientras ordenaba a un camarero que me llevara a mi lugar.
Lo que en un principio no era más que una tasca, se había convertido a lo largo de los años en un lugar de culto de la noche madrileña. No era raro ver cenando entre sus cuatro paredes a políticos de todo signo o a artistas famosos. Por eso no me extrañó, reconocer a varios personajes de la farándula disfrutando de los tradicionales huevos rotos, que tanta fama le habían otorgado al restaurante.
Acababa de sentarme, cuando espantado vi aparecer subiendo la escalera a Claudia. Y esperando que fuera casualidad nuestro encuentro traté de disimular, creyendo que a lo mejor no me veía. Pero el alma se me cayó al suelo cuando como si fuera ella, la persona con la que había quedado, tuvo la caradura de acomodarse en mi mesa.
-¿Qué coño haces aquí?-, le pregunté enfadado.
-Amo, vengo a cenar con usted-, me respondió sonriendo malévolamente. La seguridad de su respuesta me espantó, y alzando la voz, le dije que hiciera el favor de levantarse, que ella y yo ya no teníamos nada en común.
-Se equivoca otra vez, ¿Recuerda que me hizo escuchar como le hacía el amor a la guarra?-.
-Fue un error, Claudia, lo admito, pero por favor, no montes un drama y vete-.
-No voy a montar ninguna drama, esa noche reconocí a mi oponente-.
Confuso, le pregunté:
-¿La conoces?-.
Soltó una carcajada antes de responderme:
-Claro, ¿como no voy a reconocer la voz de mi madre?-, su cara reflejaba su completo dominio de la situación y tras soltarme esa bomba, me dijo riendo: – Mañana, terminaremos de hablar en su casa mientras me posee, ¿No querrá que la Guarra se entere que se anda tirando a su hija?-.
Me quedé helado, me tenía en sus manos y tratando de que entrara en razón, apelé a su cordura diciéndole:
–Pero, ¿No te das cuenta que le he pedido a tu madre que se case conmigo?-.
-Si y me encanta. Así le tendré a usted más cerca-.
En ese momento, vimos llegar a Gloria, por lo que ambos cambiamos de conversación. Mi novia nos vio sentados conversando y sin saber de lo que hablábamos me dijo al darme un beso:
-Disculpa la encerrona, pero mi hija insistió en conocerte-
-Mama-, soltó la muchacha, –Ahora comprendo por que te gusta tanto. ¡Está buenísimo!-.
La risa cómplice de las mujeres no me hizo gracia. Estaba enamorado de una de ellas, pero la que realmente me tenía cogido por los huevos era la otra. Tener a dos bellas hembras a su entera disposición era el deseo de todo hombre, pero en este caso no era agradable saber que en cualquier momento una palabra de la menor, podía mandar al traste toda mi felicidad. Y hecho polvo, vi que no tenía escapatoria y menos al sentir que un pie desnudo, que sabía que no era el de Gloria, me estaba acariciando la entrepierna y para colmo, contra todo pronóstico, que me estaba excitando.
-Vamos a ser muy felices-, dijo Claudia y mirándome a los ojos, recalcó, –cuando Fernando sea el hombre de nuestra casa-.
Posdata:
Tengo que hacer mención y agradecer a tres personas:
A Claudia por mandarme el email que me dio la idea.
A Moonlight por picarme con sus comentarios
Y a LunaAzul de grupobuho.com , por ser ella mi musa. La mujer en la que me inspiré para describir a Gloria.
largo,con un final inesperado pero muy bueno.
gracias