
Llevábamos todo el día recorriendo el Parque de Peñalara y os tengo que reconocer que estaba hasta los huevos, porque Doña Mercedes olvidándose de que ya éramos amantes, se había dedicado a estudiar conmigo todas las formaciones rocosas que salían a su paso. A mí lo que me apetecía era ir al refugio donde íbamos a pasar la noche y allí dar rienda a nuestra pasión. Tenerla tan cerca y no poderla tumbar en mitad de un prado para follármela, era un suplicio difícil de aguantar. Desde que había descubierto que la rubia era una máquina en la cama, no […]