
Cuando tenía dieciocho sufrí una de las depresiones más fuertes de mi vida, y algo así cuando los estudios de la secundaria están finalizando puede ser fatal para las aspiraciones académicas. La razón era mi padre; cada vez que me cruzaba con él en la casa terminábamos enzarzados en una violenta discusión, y no ayudaba que el segundo aniversario del fallecimiento de mi mamá estuviera al caer. Era como un extraño reloj biológico que nos volvía los peores enemigos. Que nada de lo que yo hacía estaba bien, que al ser yo la única chica de la casa me quería cargar […]