
Como si todo estuviera planeado para que aquella tarde de verano destrozara mi vida de la manera más deliciosa, como si los cuarenta y cinco grados que marcaban el termómetro de la casa estaban premeditados por la naturaleza. Afuera, en las calles, ardía el verano, yo, adentro, ardía a mil infiernos de calenturas viendo las braguitas de mi hermana menor resaltando en el canasto de ropa sucia del baño. En mi hogar vacío como todas las tardes, ni un alma viva para interrumpirme y nada que hacer… parecía que todo, absolutamente todo estaba planeado. – Estefanía… – mascullé entre dientes […]