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El señor Hart estaba disfrutando como siempre de su puro y su coñac vespertinos cuando Patrick entró en el salón con su rifle aún humeante. Lo apoyó abierto y descargado sobre uno de los sofás orejeros y se sirvió una copa.

-Es usted afortunado –dijo el Señor Hart con una sonrisa–la Sra. Bowen ha ido al mercado y eso le libra de una buena reprimenda.

-Sabía que esa vieja bruja no estaba, por eso lo he hecho y haz el favor de tutearme así podré hacer yo lo mismo.

-¿Ha habido suerte hoy?

-Desde luego Philip, mañana habrá estofado de facóquero para comer. –respondió Patrick.

-Estupendo, me muero por algo parecido a unas chuletas de cerdo. –dijo el funcionario abriendo un ejemplar del London Times que sólo había llegado con nueve días de retraso.

-Tengo entendido que conoces a todo el mundo aquí en Kampala –intervino de nuevo Patrick antes de que el hombre se enfrascara en la lectura de la crónica política de la capital.

-Tarde o temprano todos los habitantes de este lugar dejado de la mano de dios necesitan pasar por mi oficina para pagar los impuestos o pedir alguna ayuda gubernamental. ¿Hay algo que desees saber?

-Mi pistero me ha contado una entretenida historia sobre hechizos y brujos y ha despertado mi curiosidad. Me gustaría averiguar un poco más. Este lugar es bastante aburrido y no voy a estar constantemente de caza.

-La verdad es que es un tema fascinante. La religión de esta zona, antes de que viniéramos a enseñarles lo equivocados que estaban, –dijo el funcionario mitad en serio mitad en broma – era una mezcla de animismo e islamismo. Es sorprendente la capacidad que tiene esta gente para asimilar cultos nuevos y adaptarlos a sus creencias.

-Ya lo creo Philip, el caso es que me gustaría tener datos de primera mano. Quizás pueda escribir algo sobre ello cuando vuelva a Londres. ¿Conoces a algún brujo que viva por aquí?

-Tienes suerte, no la conozco personalmente pero el dueño de una plantación me habló de ella. La encontró por medio de uno de sus criados y la contrató para encontrar agua y en dos días tenía tres pozos manando agua a menos de dos metros de profundidad. –dijo Hart apartando el periódico.

-¿Una mujer? –preguntó Patrick extrañado.

-Joven y preciosa, por lo que dijo el hombre. Y con un gran poder según el criado del hacendado.

-¿Sabes algo más de ella?

-Algo sé. –Dijo Philip sacándose las lentes y limpiándolas con un pañuelo no muy limpio -Sé que nació en Etiopia, que escapó de allí cuando era adolescente para evitar la ceremonia de la ablación. Vago por la sabana medio muerta de hambre y sed, pero sobrevivió y llegó a una aldea al norte de Uganda. El viejo hechicero de la tribu reconoció inmediatamente su poder, las bestias y la sabana la habían respetado, así que la acogió bajo su tutela. En pocos años se convirtió en la hechicera más importante de Uganda. Hace un par de años se instaló en Kampala y aprendió el inglés. Sirve tanto a los negros como a nosotros, solo que a nosotros nos cobra diez veces más por sus servicios.

-¿Sabes dónde puedo encontrarla?

-Los negros la adoran y la temen a la vez. Acuden a ella siempre que tienen un problema pero no se acercan a ella ni entablan relación ninguna más allá de la profesional. –continuó Philip. Vive en una pequeña cabaña a unos seiscientos metros de la ciudad en el camino de Nairobi. Allí realiza sus ritos sin que nadie la interrumpa.

-¡Vaya yo que creía que la única mujer temida de Kampala era la señora Bowen! –replicó Patrick dejando la copa vacía y recogiendo el rifle al oír entrar a la dueña del hotel en el edificio…

La cabaña estaba justo donde le había dicho el funcionario. Era más amplia y sólida que las habituales chozas de las afueras de Kampala, estaba hecha a la manera tradicional con arcilla y estiércol pero el tejado era sólido y tenía un par de amplias ventanas cosa inusitada en la vivienda de un nativo.

Antes de que Patrick llamase a la puerta una voz femenina le invitó a entrar en la casa.

-Bienvenido –dijo una mujer con la piel del color del ébano y una belleza felina.

Patrick esperaba que fuese joven, pero no tanto. No podía creer que esa chica de apenas diecinueve años fuese la hechicera más poderosa de los alrededores. Ella notó la duda del hombre en sus ojos e hizo un mohín pero no dijo nada.

El interior de la choza era amplio, tenía dos estancias, la más grande hacía de cocina salón y oficina y estaba separada por lo que debía ser el dormitorio por una cortina de vivos colores. Tenía un hogar con una especie de trébede donde estaba cocinando algo a fuego lento, una mesa con cuatro sillas y un par de cómodos canapés. Los muebles eran cómodos y vistosos, nada que ver con las toscas sillas de madera y los jergones de paja habituales.

Subumba era casi tan alta como el, vestía una túnica y un turbante color índigo que resaltaba sus cuerpo esbelto y grácil. Sus ojos oscuros, almendrados y un poco separados, junto con su nariz pequeña y ancha, sus pómulos salientes y sus labios gruesos y oscuros le daban el aspecto de una pantera esquiva y enigmática.

Sin decir palabra se dio la vuelta , con movimientos elásticos e insinuantes se reclinó sobre el canapé y quitándose las sandalias subió los pies al tapizado mientras invitaba a Patrick a sentarse.

-En que puedo ayudarte –dijo ella en un inglés casi perfecto.

-Dicen que eres una bruja poderosa, -dijo él yendo al grano -¿Es eso cierto?

-Dicen que el Dios del hombre blanco es poderoso, sin embargo, cuando estáis en problemas no recurrís a él, me llamáis a mí. –dijo ella desdeñosa. –El poder es relativo. Dime lo que quieres de mí y te diré si puedo complacerte. –sentenció la joven moviéndose en el canapé haciendo que Patrick se fijase en sus pechos firmes, que se movían libremente sin la prisión de un corsé o un sujetador.

-Quiero domesticar una hiena –dijo él sin tapujos.

La hechicera se le quedo mirándole, un ligerísimo rubor se adivinaba en su suave piel color café. Sin decir nada se le quedó mirando con intensidad unos momentos valorando la situación hasta que finalmente habló.

-Puedo hacerlo, pero no es tan sencillo. Una Hiena no se domestica, se forja una alianza con ella. Tú la modificas a ella, pero ella también te modifica a ti. Ya no serás el mismo, serás un hombre hiena. Se necesita un temple especial para lograrlo, no todo el mundo es capaz. –dijo ella acercando la mano y cogiendo la barbilla perfectamente rasurada del hombre con sus dedos largos y suaves para escrutar su rostro.

-Veo que eres un hombre con el corazón roto… -dijo ella con una voz extraña –Eso está bien. La ausencia de vínculos emocionales hará más fácil la transición.

-¿En qué voy a cambiar? –dijo él sintiéndose desnudo ante aquella mirada.

-No temas, no es nada físico. Ella se llevara la peor parte, la tendrás totalmente dominada y estará bajo tus órdenes. Tus cambios, sin embargo serán más sutiles, pero no dejan de entrañar cierto peligro. Tu olfato y tu vista nocturna mejoraran en incluso si te concentras podrás ver lo que vea tu acólita, pero también reaccionaras de forma más brutal e instintiva a los estímulos que te exciten o te irriten. Si no te controlas puedes cometer actos salvajes, impropios de un ser incivilizado.

-Entiendo los riesgos pero quiero seguir delante de todas formas. –Dijo él sin apenas intimidarse por las palabras de la mujer.- ¿Qué tengo que hacer?

-Lo primero que debes hacer es capturar una hiena. –Dijo ella –una hembra preferiblemente, son más grandes y más seguras de sí mismas, además la atracción entre sexos opuestos ayudará en el proceso.

-De acuerdo, mañana mismo volveré con una.

-¡No! –dijo ella levantando la voz. –Es importante que la captures de la forma adecuada. Las hienas van a comer a los basureros todas las noches. Debes ir allí y ofrecerles comida hasta que te ganes su confianza y logres establecer un vínculo con ella. Una vez lo hayas conseguido impregnarás la comida con una droga que voy a preparar y me la traerás para realizar el resto del ritual.

-De acuerdo, vendré mañana por la poción. –Dijo él echando la mano al bolsillo -¿Una guinea será suficiente por tus servicios?

-De momento bastará –dijo ella acercándose con una sonrisa enigmática para recoger la moneda de las manos del inglés. El aroma de Subumba, una mezcla de sándalo y sudor despertó por un momento en él deseos aletargados desde la desaparición de Jane. Patrick rompió el contacto apresuradamente y salió de la cabaña sacudiendo la cabeza intentando concentrarse en su nuevo objetivo.

Le encantaba moverse por la selva, atravesar la espesura y jugar con los monos. En pocas semanas había conseguido establecer una relación de confianza con los chimpancés. La relación que mantenía con ellos no era tan íntima como la que tenían con Tarzán pero casi. Con los gorilas era diferente. Su tamaño le intimidaba y aunque no temía que la atacasen prefería mantener las distancias.

Una tarde Tarzán desapareció y volvió con pedazos de piel curtida que según le contó había “recogido” en una aldea de pigmeos cercana. Con ayuda de un cuchillo que siempre llevaba consigo el salvaje, Jane recortó una banda alargada de unos veinte centímetros de ancho y otra en forma de reloj de arena.

Aprovechando una ausencia del salvaje, se quitó la ropa sucia y ajada y se colocó la banda en torno a los pechos para sujetarlos y protegerlos de golpes y arañazos y luego se puso la otra pieza en las ingles cerrándola con dos lazos en ambas caderas. El uniforme era escueto pero mucho más práctico y la suave piel evitaba que se le produjesen escoceduras o erupciones.

Al fin las tormentas les dieron una tregua y los chimpancés lo celebraron con una ininterrumpida serie de juegos y gritos. Aquel día incluso Jane se atrevió a participar tímidamente en los juegos. Ahora ya se movía con bastante soltura y no necesitaba la constante ayuda de Tarzán para avanzar aunque aún no podía seguir el ritmo de los más jóvenes. Era ya casi de noche cuando un ligero chasquido puso a toda la tribu en alerta. En dos minutos todos salieron disparados en dirección contraria al origen del ruido y desaparecieron. Jane más curiosa que atemorizada se quedó intentando escudriñar entre la espesura.

En ese momento apareció un gatazo grande y oscuro moviéndose en total silencio. Cuando la detectó, fijo su mirada en la joven y con un rugido se lanzó sobre ella. Jane pegó un grito de pánico y salió corriendo. Atravesaba la espesura con la rapidez que le proporcionaba el miedo, pero la pantera, segura de que iba a cobrar su presa, recortaba la distancia que la separaba poco a poco. Finalmente llegó a un claro y con la fuerza que le daba la desesperación pegó un salto asiéndose a una liana que estaba a más de tres metros de distancia. Esta vez se sujetó sin problemas y aprovechando el impulso aterrizó en la seguridad de los brazos de Tarzán que le esperaba al otro lado del claro.

-Nunca quedar sola en la oscuridad –le dijo Tarzán – la noche ser el reino de Blesa.

-¿Temes a la pantera? –preguntó ella aún temblando en los brazos de él.

-No, Blesa temer a Tarzán –dijo antes de dar un fuerte alarido y golpearse el torso con sus puños como lo hacían habitualmente los gorilas.

La pantera había bajado al claro con la evidente intención de continuar la persecución pero al oír el grito y ver a Tarzán, soltó un rugido de frustración y agachando las orejas huyó internándose en la espesura.

Jane suspiró y se apoyó en el torso del salvaje, el efecto de la adrenalina había pasado y se sentía exhausta. Tarzán la cogió en brazos y ella se dejó llevar apoyando su cabeza, agradecida, en el pecho del hombre .

Cuando llegaron al claro, Tarzán hizo rápidamente un nido y le trajo a Jane un poco de fruta. Jane mordió el jugoso fruto y poco de jugo rezumó escurriendo por su barbilla y su pecho. Tarzán la miró a los ojos, acerco su mano y con su dedo índice recogió varias perlas del dulce líquido de su pecho y se lo llevó a la boca. El suave vello de la joven se erizó inmediatamente.

Jane suspiró quedamente y le devolvió la caricia excitada.

-A Tarzán gustar Jane. –dijo el hombre con una mirada en la que se mezclaba la excitación y la inocencia.

Jane sonrió y metió la mano en el taparrabos de Tarzán acariciando suavemente su polla. El miembro reaccionó instantáneamente y se puso duro entre sus dedos como una piedra.

A partir de ese momento Jane no tuvo ningún control sobre la situación.

De un tirón Tarzán le arrancó la banda que sujetaba, sus pechos. Estos libres rebotaron excitando aún más al salvaje que los magreó con dureza. Jane notó como sus pezones se endurecían y todo su cuerpo se enardecía ante la brusquedad con la que el hombre le estaba tratando.

Con un aullido ronco levantó a Jane en vilo y la tumbó de cara al suelo del nido. Con dos tirones le arrancó el taparrabos y poniéndole el culo en pompa la penetró sin contemplaciones.

Jane gritó y notó como su cuerpo reaccionaba con lujuria ante el maltrato. Sin darle tiempo a colocarse, Tarzán la agarró de las caderas y comenzó a penetrarla con tal fuerza que con cada empujón todo su cuerpo, estremecido de placer, se separaba unos centímetros de la superficie del nido. Los movimientos del hombre se hicieron más rápidos y sus gemidos roncos enmascaraban los más débiles de Jane. En pocos segundos con un último empujón brutal, dejó su polla incrustada en lo más profundo de la vagina eyaculando con fuerza e inundando su coño mientras erguía su torso pegaba un ensordecedor alarido y se golpeaba satisfecho el pecho con los puños.

Antes de que pudiese darse cuenta Tarzán se separó de ella y empezó a correr y a dar saltos desapareciendo en la espesura dando alaridos de satisfacción, mientras ella se quedaba allí tumbada con el sexo rebosante de semen y frustrada por no haber sido capaz de retener al hombre hasta que le llevase al clímax.

Jane se acarició la vulva aún excitada por la salvaje cabalgada de Tarzán. Cerró los ojos y sin cambiar de postura introdujo sus dedos en su coño rebosante con la leche del salvaje. Saco sus dedos y saboreó el semen de Tarzán mientras seguía masturbándose con la otra mano libre. Un sabor intenso a fruta invadió su boca haciendo que se corriese. Jane se acurrucó con una mano en la boca y la otra en su coño mientras todo su cuerpo se agarrotaba con las sucesivas oleadas de placer que la recorrieron.

Cuando abrió los ojos, Idrís la observaba desde una rama unos dos metros por encima de ella y se acariciaba imitando los movimientos de Jane. Tras ella el viejo macho, Shuma, apareció, se acercó y comenzó a copular con ella. En unos pocos minutos Jane se vio rodeada de dos docenas de monos envueltos en una orgía desenfrenada.

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