4

Después de haber tenido la polla del enano entre sus manos, Ana y Cayetana deciden ayudarle para que deje de ser virgen, pero en vez de acostarse con él directamente hablan con una mulata para que sea ella quien lo estrene.

Al día siguiente, mis padres me estaban esperando para desayunar conmigo. Asumí al instante que iba a tener bronca, pero para mi sorpresa tanto mi vieja como mi viejo se abstuvieron de recriminarme nada. Únicamente insistieron que no saliera de casa y me quedara reponiéndome de la paliza.

        Aterrorizado con la idea de enfrentarme con Ana y con Cayetana, accedí de buena gana y por ello, no me enteré hasta mucho después de lo que esa mañana decidieron a mis espaldas y es que sin informar una a la otra que ambas me habían metido mano, decidieron entre ellas buscar alguien que me aliviara las ganas.

―Somos unas desconsideradas con Pedrito― comentó Ana mientras desayunaba con Cayetana: ― Las dos tenemos novio y en cambio, él sigue siendo virgen.

―¿No pensarás en tirártelo?― alucinada replicó la rubia mientras recordaba la sensación de tener ese pollón entre sus dedos.

―No, pero he pensado que podemos conseguir que Altagracia se acueste con él― replicó su íntima amiga.

Asombrada con la idea, Cayetana le pidió que se explayara.

―Ya sabes lo jodida de pasta que siempre anda. Es una guarra que se ha tirado a media clase y creo que por cien euros es posible que ella nos haga ese favor.

―Estás como una cabra si piensas que le voy a llegar y decir que la considero tan puta de pagarla para que se tire a Pedro― respondió asumiendo que le iba a tocar a ella hacerle la oferta.

―Invítala a tu casa esta tarde y yo me ocupo― contestó su compinche sin dar más detalles.

Intrigada por cómo iba a conseguir que ese zorrón accediera a acostarse con un enano como yo, aceptó su parte y al terminar las clases, la buscó entre la gente.

―Altagracia, Ana y yo vamos a merendar en casa. ¿Te apetece acompañarnos?

La chavala recibió la invitación con suspicacia porque no en vano era tanta su fama que apenas tenía amigas, pero no queriendo perder la oportunidad de intimar con las chavalas más populares del curso, asintió y quedaron en verse a las siete.

―Ya he hecho mi parte― le dijo la rubia al volver con Ana: ―Ahora te toca a ti cumplir la tuya.

Sin revelar sus planes, quedaron en verse antes y por eso cuando Altagracia apareció en casa de la pija, la dos socias de encerrona estaban esperándola con la mesa y las bebidas preparadas.

―Tienes una casa preciosa― comentó la latina al entrar.

Su anfitriona comprendió que no estaba acostumbrada a esos lujos y no queriendo hacer leña de la difícil situación económica de su invitada, en vez de contestar, le ofreció una cerveza.

La mulata aceptó de buena gana el botellín que le daba y de un solo trago se lo bebió diciendo que venía sedienta. Deseando que se relajara y que no se percatara de la razón por la que la habían invitado, la imitó para acto seguido sacar otras dos de la nevera.

―Yo también estaba seca― le dijo mientras sustituía el botellín vacío por otro lleno.

Observando los dos globos con los que la naturaleza había dotado a la recién llegada, Ana supo que yo no iba a desaprovechar la oportunidad de chuparlos si se me ponían a tiro y por ello, luciendo la mejor de sus sonrisas, se inventó un supuesto interés que tenía por un estudiante de segundo de derecho.

―El tío está bueno, pero dudo que me haga caso― se quejó simulando una angustia que no sentía: ―Tiene novia.

―Todavía no ha nacido un hombre que le haga ascos a un polvo. Por mucho que tenga pareja, si una mujer se lo propone, se lo tira― replicó Altagracia muy segura.

Tras llevar la conversación a donde ella quería, Ana se bebió su cerveza antes de decir:

―Eso es algo que siempre se ha dicho, pero no estoy segura de que sea cierto. Me considero una mujer guapa y aun así ha habido veces que no he podido seducir al chico que me gustaba.

Altagracia entornó los ojos sin creerla y tras unos segundos, durante los cuales se pensó en si le convenía hacer esa confidencia, respondió:

―No debes haber insistido lo suficiente. Siempre que me ha apetecido una polla, me la he comido… y también alguna que no me apetecía y que al final ha resultado ser mucho mejor que las que teóricamente iban a funcionar.

Soltando una carcajada, Cayetana intervino diciendo:

―En eso estoy de acuerdo. Damos por sentado que un tipo atlético de uno ochenta va a ser bueno en la cama y luego resulta que es un inútil que se corre antes de tiempo.

―Ya te digo― comentó Altagracia: ―El peor amante con el que he compartido caricias fue el capitán de un equipo de futbol. Alto, fuerte y con un cuerpo que me hacía mojarme con solo verlo, al llevármelo al huerto me dejó totalmente insatisfecha. Y lo peor de todo, es que el muy capullo se seguía creyendo una puta máquina.

Esa confesión despertó la curiosidad de mis amigas y poniendo en sus manos otra Mahou, le pidieron que les contara cual había sido el mejor.

Despelotada de risa, la latina contestó:

―Don Alberto, el profesor de Pedagogía.

―¡No me jodas!― exclamó Ana al oírlo porque no en vano era un vejestorio de sesenta años: ―¡Cuéntanos!

Sabiéndose el centro de atención, Altagracia comenzó su relato hablando de las dificultades que tenía con esa asignatura y que como necesitaba aprobarla para pasar de curso, decidió seducir a su maestro por lo que le pidió una tutoría.

―Aunque me había dado cuenta de las miradas que ese cabrón me echaba durante las clases, reconozco que no las tenía todas conmigo. Por eso me puse la minifalda más corta de mi armario y con ella, me fui a verle.

 ―¿Qué pasó?― preguntó Cayetana: ―¿Conseguiste follártelo?

―Sí y no solo una vez, sino que todavía hoy cada vez que me pica el chichi, voy a verlo y salgo con mi coño lleno de su leche.

Que ese anciano resultara ser un semental impresionó a mis dos amigas y con un interés insano, pidieron a la chavala que les aleccionara del modo en cómo lo había seducido por si algún día lo necesitaban.

―Fue fácil. Al llegar a su despacho, le miré a los ojos diciendo que necesitaba pasar de curso y que haría todo lo que fuera necesario para conseguir el aprobado mientras me desabrochaba un botón de mi camisa.

―¿Así directamente? Te podían haber expulsado.

―El éxito pertenece a los audaces― respondió luciendo su mejor sonrisa.

―Y don Alberto, ¿qué hizo? Se te lanzó encima.

―No, el muy cabrón tiene el colmillo retorcido y dejando los papeles sobre su mesa, me pidió pruebas de mi compromiso.

―¿No entiendo? ¿A qué se refería?

A carcajada limpia, su compañera continuó:

―Sin decirlo de viva voz, supe que quería verme desnuda por lo que cerrando la puerta con llave le hice un striptease total.

―Fue entonces cuando te folló…― afirmó Cayetana sorprendida con la imagen.

―No, cuando ya estaba en pelotas, me ordenó que me masturbara para él y como necesitaba salir de ahí con más de un cinco, obedecí sentándome en su mesa.

―¿Conseguiste excitarte? ¡Don Alberto es un viejo! No me imagino poniéndome cachonda frente a él.

Riendo, Altagracia respondió:

―Yo tampoco y por eso al principio me resultó difícil. El profe se dio cuenta y cabreado, me dio la vuelta y me dio un azote que debió oírse hasta la portería del claustro.

―¿En serio te golpeó? ¿Habrás salido corriendo?

―No quise. Os parecerá una locura, pero el sentir la violencia de sus manos sobre mis nalgas me sorprendió y reconozco que me puso como una moto. Volviendo a mi sitio comencé a pajearme como una loca mientras don Alberto me miraba.

Tanto Ana como Cayetana se quedaron pasmadas al comprobar que su nueva amiga se volvía a calentar solo con recordarlo y mantuvieron silencio, mientras la latina les contaba que no tardó en correrse al sentir los ojos del tipo fijos en su sexo.

―¡Fue una pasada sentir que me observaba! Al contrario que con los chavales de clase, el profe no intentó nada hasta que comprendió que mi chocho era un volcán en erupción. Entonces y solo entonces, metió su cara entre mis muslos y me regaló la mejor comida que jamás me habían dado.

―Y después de eso, ¡te follo!― insistió Ana alucinada.

―No. Como os comenté don Alberto es un viejo zorro y tras regalarme un orgasmo de época solo usando la lengua, me obligó a vestirme y mientras me decía que ya tenía asegurado el aprobado, me soltó que si quería más nota debía de ir a verlo a su casa.

Interesada en saber si había accedido, Cayetana la preguntó que había sacado en esa asignatura, a lo que la tetona de piel oscura respondió:

―¡Sobresaliente!

―¡Serás puta!― desternillada de risa, replicó mi amiga: ―Me maté a estudiar y solo saqué un seis.

Siguiendo la guasa, Altagracia contestó:

―Yo y mis tres agujeros nos lo ganamos. No te imaginas la mente tan perversa y las ganas de sexo que tiene el profe.

―¿Nos estás diciendo que te dio por culo?

Sin cortarse un pelo, la latina respondió:

―Hasta entonces podía ser muy guarra, pero era muy tradicional y don Alberto abrió mi mente a todo tipo de sexo.

―¿Qué más te hizo hacer?― intrigada suplicó la rubia.

En vez de responder, se terminó el botellín y mientras hacía una seña a Cayetana para que se lo repusiera, contestó:

―Mejor os cuento… esa tarde llegué a su casa totalmente cachonda, pero sin saber a ciencia cierta que resultaría de todo ello. Seguía pensando que un hombre de su edad no podía ser un buen amante. Por eso, me sorprendió que una mujer vestida como las doncellas de antes fuese la que abriera la puerta y más que llevándome hasta el salón le dijera al profe: ―Amo, su visita ha llegado.

―¡No te creo! ¿Don Alberto tiene una sumisa?

―Así es, tengo entendido que además es la dueña del piso donde vive― replicó la mulata.

No sabiendo hasta qué grado era verdad lo que les estaba contando, mis amigas rogaron a su nueva amiga que les terminara de contar lo sucedido.

―Nada más llegar, me pidió que me sentara junto a él y deseando que me metiera mano, obedecí de inmediato… pero para mi sorpresa el vejestorio me preguntó hasta donde estaba dispuesta a llegar y con una calentura brutal al ver que la criada se arrodillaba ante él, contesté que por un notable a todo.

―¿Y él qué dijo? – Ana preguntó.

―Que si venia solo por la asignatura, ya podía irme. Pero que si me quedaba aprendería en una sesión más sexo que en toda mi vida.

―Alucinante, nunca lo hubiese sospechado― murmuró Cayetana.

―¿Qué contestaste?― llena de curiosidad, le apremió mi amigota.

―Dije que no tenía nada mejor que hacer y que me quedaba.

―¿Entonces que pasó?― azuzada por la curiosidad y bastante acalorada, Ana preguntó.

―Sonriendo, me soltó que esa tarde solo iba a observar y llamando a la muchacha que permanecía arrodillada en el suelo, le dijo que ya sabía qué era lo que esperaba de ella. Os juro que jamás me hubiese imaginado ser testigo de cómo una hembra como aquella se acercaba gateando al profesor y menos que llevando la boca a su bragueta, se la abriera usando solo los dientes.

―¿Seguro que no te lo estás inventado?― en plan suspicaz, comentó la rubia.

―Para nada. Es todo verdad. Tan cierto como que el profe tiene un rabo enorme y que sabe cómo usarlo.

―Sigue contando, yo te creo― con tono bastante alterado, dejó caer Cayetana.

Satisfecha por el interés de su compañera de clase, Altagracia continuó diciendo:

―Imaginaros mi alucine cuando ese putón empieza a restregar su cara en la entrepierna de don Alberto mientras maullando le dice que su gatita tiene sed.     

―¿Y qué le contestó?― ya lanzada la morena interrogó a la latina.

―Nada, ¡Absolutamente nada! Se quedó callado mientras la mujer se afanaba en sacarle la polla del encierro y solo cuando tuvo éxito, mirándome a los ojos, me soltó que observara como se hacía una mamada en condiciones.

―¿Qué hiciste?

―Mirar y aprender― Altagracia respondió: ―No os podéis hacer una idea lo cachonda que me había puesto el ver que sin hacer uso de las manos su sumisa había conseguido liberar el trabuco del profe y más cuando me percaté que a pesar de ser un viejo tenía un aparato enorme.

―¿Lo tiene grande?― preguntó bastante menos tranquila de lo que hubiese deseado Ana con lo que estaba oyendo.

―Grande y gordo, lleno de venas. Era algo tan increíble que os confieso que, si me lo llega a exigir, me hubiese cambiado por ella… desgraciadamente, no me lo pidió y por eso me tuve que conformar con mirar mientras mi coño se humedecía como pocas veces al observar que, abriendo los labios, esa zorra se engullía esa hermosura.

―Joder, debió de ser alucinante― susurró la rubia ya excitada.

―¡Así fue! Su sumisa consiguió embutirse ese aparato en la garganta mientras don Alberto no me perdía ojo viendo mis reacciones. Al observar el color de mis mejillas, el viejo riendo me dio permiso para masturbarme. Como ya lo había hecho ante él, no me dio vergüenza el hacerme un dedo cuando de reojo vi que la doncella se metía en la boca los huevos del profe.

―¿Te pajeaste mientras se la mamaba?

―Sí – reconoció la latina: ―Hubiese deseado comérsela yo, pero no pude y por eso usé mis manos para aliviar mi calentura mientras a mi lado esa zorra ordeñaba al que ya sabía que iba a ser mi primer maduro.

―Putísima madre, no sé si yo hubiese podido contenerme― respondió Cayetana mientras juntaba sus rodillas para contener su creciente excitación.

―Yo tampoco― reconoció mi otra amiga con sus pitones completamente erizados.

Advirtiendo el efecto que sus palabras estaban provocando en sus compañeras, Altagracia continuó:

―Imaginaros entonces, la lujuria que sentí al ver que explotando don Alberto llenaba de semen la cara de su sumisa y que ésta en vez de mostrar desagrado le daba las gracias por el regalo.

La imagen de la doncella con el rostro lleno de lefa exacerbó el interés de mis amigas y ya entregadas a la narración, le rogaron que siguiera con la historia. Altagracia que no era tonta y que sabía que esa invitación escondía un propósito aprovechó la situación para decir que antes de continuar quería saber para qué la habían agasajado con esa merienda.

Cogida en un renuncio, Ana respondió con las mejillas coloradas:

―Habíamos pensado en pedirte que te tiraras a Pedro, nuestro amigo.

―¿Al enano? – escandalizada exclamó la latina.

―Sí, el pobre todavía es virgen y queríamos solucionarlo.

Altagracia se quedó callada, pero tras meditarlo durante unos instantes contestó qué ganaría ella. Totalmente abochornada, Cayetana intervino diciendo:

―Además de hacer una buena obra, estamos dispuestas a darte cien euros.

El silencio que siguió a la oferta hizo a mis amigas dudar que aceptara, pero justo cuando ya se iban a disculpar la tetona contestó:

―Con tres condiciones. Primera, me uniré a vuestra pandilla. Segunda, durante dos semanas, me pagareis además todas las copas que me tome y tercera… como no me fio quiero sacaros una foto mientras os dais un beso con lengua para que no os podáis echar atrás.

 Esa contra propuesta, las pilló con el pie cambiado y ambas se negaron a esto último, pero al ver que Altagracia no cedía fue Ana la que dio su brazo a torcer diciendo:

―Estaríamos en tus manos con esa foto… podríamos aceptar si nos permites sacarte una en pelotas haciéndote un dedo.

―Así me gustan las negociaciones – rugió descojonada la mulata y antes de que pudieran retirar la proposición, se empezó a desnudar frente a ellas.

―¡Lo va a hacer!― mirando a su amiga, exclamó Cayetana.

―Ya veo― contestó Ana impresionada con el striptease de su compañera y sabiendo que habían cruzado una frontera que nunca hubiesen imaginado traspasar, se quedaron observando el cuerpazo de la latina.

«Está buena la cabrona», pensó Ana mientras grababa con su móvil las andanzas de su nueva socia.

Dando por sentado que cumplirían, Altagracia se quitó el sujetador liberando unas tetas grandes y duras que sin lugar a duda disfrutaría el enano en pocos días, y más excitada de lo que debería al contemplar que sus compañeras inmortalizaban la escena con sus teléfonos, se despojó de las bragas.

―¿Creéis que Pedrito será capaz de satisfacerme o será otro acomplejado de pito pequeño?

Descubriendo ante el resto que sabía de primera mano el tamaño que luzco bajo los calzones , Cayetana respondió:

―Por eso no te preocupes, lo tiene enorme.

Ana al escucharlo, se la quedó mirando y sin reconocer que ella también había tenido mi polla entre sus dedos, no dijo nada mientras fotografiaba cómo Altagracia totalmente en pelotas se acostaba en el sofá.

―Al final, puede que resulte divertido― riendo murmuró mientras separaba sus piernas de par en par.

Ambas se dieron cuenta de que no lo llevaba rasurado y viendo la espesura de su chocho, por primera vez temieron que fuese demasiada mujer para su amigo. Ese temor se incrementó exponencialmente cuando con una yema torturando su clítoris, les exigió que se dieran el beso.

Asustadas y temerosas de lo que iban a hacer, se acercaron una a la otra y cediendo a la curiosidad, juntaron sus labios.

―Habéis quedado que iba a ser con lengua― desde el sofá reclamó la latina.

Reconociendo que era así, Cayetana fue la primera en forzar los labios de su amiga de la infancia y para su sorpresa, Ana no solo no la rechazó si no que urgida por saber que sentía respondió con pasión a ese beso mientras a sus oídos llegaba los gemidos de placer de la testigo de su entrega.

―Suponía que erais tan putas como yo, nunca que erais lesbianas― escucharon que les decía muerta de risa: ―Pero os reconozco que me pone bruta veros.

Ajenas a su burla, la dos confidentes desde crías disfrutaron de unas caricias nunca deseadas y para su sorpresa, ambas sintieron que era la consecuencia lógica de su amistad y que, ya que habían compartido desde el kínder todo, era hora de que compartieran algo más. Por ello, siguieron besándose y acariciándose durante unos minutos hasta que los gritos de placer de Altagracia las despertó y totalmente coloradas se retiraron una de la otra, sabiendo que algún día tendrían que profundizar en esas nuevas sensaciones.

Intentando disimular el frenesí que se había instalado en ella, Ana pidió a la mulata que continuara con la historia. Esta soltando una carcajada, comentó:

―No me puedo creer que seáis tan ilusas de tragaros que he estado con ese anciano.

Y levantándose, fue en pelotas a la cocina y trajo tres cervezas mientras en el salón Cayetana y Ana reían desternilladas por el engaño…

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