Cuando amanecí, estaba solo en la cama y debo confesar que fue una liberación, ya que lo último que me apetecía es que cualquiera de las dos me llegara en buscas de caricias. Me sentía hundido, jodido y arrepentido al ser consciente de lo mucho que había disfrutado al pajearme sobre la cara de Lidia. Y es que por mucho que lo negara, verla devorando mi lefa fue algo que me resultó la mar de morboso y en mi interior supe que no tardaría en repetirlo, aunque eso supusiera una victoria más de ese putón de tez morena. Haciendo examen de lo sucedido, comprendí que a buen seguro se habían tomado lo ocurrido como un paso más que les acercaría a sus metas. A pesar de seguir firme en mi decisión de no poseerla, máxime cuando la estancia de ese par de zorras no era casual y que buscaban algo de mí, pensé en si me convenía seguir simulando. Por ello, cuando escuché el jacuzzi llenar, dudé si levantarme. Cómo finalmente tenía que ir a trabajar, decidí hacerlo y sin ponerme nada, acudí a esa cita matinal rogando que no se me notara la turbación que sentía.

            Ya en el baño y como se estaba convirtiendo en una costumbre, la hispana me esperaba arrodillada lista para bañarme. Tras, saludarla y como siempre hacía, me dirigí al wáter y me puse a mear. Al estar todavía medio dormido, cometí el típico error de enchufar mal y salpicar unas gotas fuera. Esa fue la excusa que ese engendro del demonio usó para extender la mano y cogiendo mi pene entre sus dedos, soltarme con su típica desfachatez que, si no sabía siquiera mear en un tiesto, mi princesa debía ayudarme. Sin esperar mi aprobación y ante mi pasmo, con él en la mano, me rogó que siguiera meando mientras ella se ocupaba de apuntar.

            -Mi señor, piense que seré yo quien deba limpiar el escusado- dijo con malicia al ver mi enfado. Enfado que realmente no era con ella, sino conmigo al notar cómo mi trabuco se despertaba al sentir sus yemas rodeándolo.

            Molesto, no dije nada y me metí a bañar mientras soportaba la humillación de verla sonreír amorosamente mientras comenzaba a enjabonarme. La satisfacción que reflejaba en su rostro fue una muestra más de que se sabía victoriosa y por unos instantes pensé en castigarla, pero al recordar lo mal que me había salido la última vez que intenté darle una reprimenda decidí no hacerlo. Mi desamparo al saber que mi vida había cambiado sin remedio se intensificó cuando llegó María con el periódico y sentándose en un taburete, comenzó a leerme los titulares extendiéndose solamente en las noticias que consideraba importantes, leyendo su contenido. Ese idílico momento para la mayoría de los mortales, a mí, me resultó un suplicio al saber que todo era una pantomima y que su supuesto interés por mi bienestar escondía un fin que desconocía.

            Fue así cuando me enteré que los yanquis habían abandonado Afganistán, dejando ese país en manos de los radicales islámicos y, pero también conocí otra faceta de la ideología de esas dos, ya que mientras la cincuentona echó la culpa a los americanos, la hispana se la adjudicó a los europeos y en particular a España por haber sido la que menos tropas había mandado a la zona.

            -No teníamos nadar que ver en esa guerra- defendiendo la actuación del gobierno, protestó mi compatriota.

            -Esa actitud es de una hipocresía típicamente europea. Os quejáis de la indefensión en que han quedado las mujeres en ese país, pero no habéis hecho nada para remediarlo. Es muy cómodo que otros pongan la sangre y el dinero mientras os dais golpe de pecho hablando de los derechos humanos.

            De haber pedido mi opinión, hubiese estado de acuerdo con la muchacha ya que a mi parecer la comunidad europea en su completo debería haber aportado su granito de arena en ese tema. Pero como no me la pidieron, me quedé callado mientras ellas seguían tratando de imponer sus posiciones.

            -La opinión pública española no estaba de acuerdo con arriesgar las vidas de nuestros militares – insistió María sin demasiados argumentos.

Su amante y momentánea contendiente, se echó a reír y volviendo a hacer hincapié en que para ella era una desfachatez que María exigiera a los gringos el arriesgarlas y encima ahora se lamentara cuando los españoles no habían hecho nada por remediarlo. Es más, apoyó la actuación de los diferentes presidentes americanos que habían mantenido la guerra, diciendo:

-Cuando se quiere resolver un problema, no bastan las palabras. ¡Hay que arremangarse y actuar!  Como decís aquí: ¡quien quiera peces que se moje el culo! Es como lo que ocurre en mi patria, donde los europeos se quejan de la corrupción existente y las diferencias sociales, pero siguen apoyando a su régimen porque económicamente les resulta rentable.

– ¿Y qué quieres que hagan? ¿Qué manden una fuerza expedicionaria y lo invadan? – tuve que intervenir.

 -Si con eso consiguieran poner orden, sí. Pero no creo que sirviera de nada. Lo importante es que dejen de financiar a esos corruptos y apoyen un nuevo orden. No es algo que pienso yo, sino gran parte de mis paisanos. Sé que hay una gran parte del ejército que está esperando que aparezca un líder con arrestos para sumarse a sus filas.

Reconozco que se me erizó hasta el último pelo de la cabeza al comprender que esa diminuta cría se veía a sí misma como la solución a los males ancestrales de su país y que si pudiera no dudaría en dar un golpe de estado. Aterrorizado porque siquiera se lo planteara, ya que al vivir conmigo un pronunciamiento por su parte me llevaría entre las patas, quise saber si no conocía alguien capaz de llevarlo a cabo que no fuera ella.

-Al único que creo lo suficiente honesto es al capullo de mi hermano mayor. Pero ese cabrón vive muy bien y no quiere perder su estatus. Por eso no me hablo con él. Le he pedido en multitud de ocasiones que encabece la oposición, pero siempre he recibido la misma respuesta: ¡Está demasiado ocupado dirigiendo los negocios de la familia!

Respiré al escuchar sus palabras, ya que al exteriorizar la razón de su enfrentamiento también me hizo saber que podía colaborar con él sin que eso supusiera un peligro momentáneo para mis intereses. Por eso y mientras salía del jacuzzi, decidí que intentaría ponerme en contacto con el tal Joaquín para ofrecerle mi ayuda, tomándolo como mal menor.

El destino lo hizo innecesario ya que al llegar a la oficina y abrir mi ordenador, me encontré con un mensaje de email cuyo emisor no me quedó duda que era él nada más leerlo al hacerse llamar “némesis” y en el que me pedía que hiciera llegar a Lidia el expediente que me mandaba. Leyendo el contenido, supe que era una bomba ya que demostraba los nexos del actual ministro de defensa de su patria con los narcos. Pensando en ello, comprendí que ese potentado quería usar el exilio de su hermanastra para que ella, a través de las redes sociales, le fuera apartando de su camino a posibles competidores. Aunque personalmente no me apetecía involucrarme en política, imprimiendo los documentos, llamé a un mensajero y se los mandé a casa, tras lo cual me olvidé del tema.

Una hora más tarde, recibí la llamada de la chavala en la que, tras mostrar su alegría de que la ayudara en su lucha, me pidió saber cómo habían llegado a mi poder y si mi fuente era fiable.

-Lo es, pero no puedo decirte quién me lo ha dado. Si alguien te pregunta, te llegó anónimamente.

Por raro que parezca, la joven aceptó mi respuesta y sin cortarse un pelo, preguntó cómo quería que mi princesa se lo agradeciera. Pude decirle que, yéndose de casa, pero contesté que me daba por pagado con que no se metiera en problemas.

-Lo siento, mi señor. Eso es algo que no le puedo prometer, pero si lo desea esta noche pondré mi trasero a su disposición para que me dé una tunda.

Aunque su descaro provocó que soltara una carcajada, la realidad es que me dejó preocupado y por enésima vez desde que la conocía, asumí que mis dificultades no habían hecho más que empezar. La prueba incontestable de que iba a ser así, me llegó en compañía de Perico. Estábamos en el restaurant de siempre cuando mirando la tele entre plato y plato, descubrí que esa arpía había usado mi hogar para dar una rueda de prensa en la que informaba al mundo que, según los documentos que obraban en su poder, la mano derecha de su presidente estaba en la nómina de un cártel.

– ¡No puede ser tan insensata! – exclamé.

Mi socio que no había prestado atención a la noticia levantó la mirada y rápidamente se percató de la razón de mi cabreo al reconocer mi salón:

– ¿Quién coño es esa cría y qué hace en tu casa?  

Como hasta entonces había mantenido en secreto que desde antes de divorciarme vivía conmigo, no supe cómo contestar y menos aun cuando en la pantalla apareció la cincuentona a su lado.

– ¿Esa no es María Castellano? – insistió: ¡Nuestra antigua compañera de estudios!

Sin otra salida que confesar parcialmente, reconocí que llevaba liado con ella un tiempo y que la chavala era una amiga suya que se alojaba con nosotros. Curiosamente, el chisme pudo más que la noticia de carácter global y muerto de risa quiso que le contara cuando había retomado el contacto con ella, si antes o después del divorcio. Falseando la realidad, le respondí que después y que, tras toparme con ella, en una fiesta nos habíamos convertido en pareja.

– ¡Serás cabrón! ¿Y cuándo pensabas comentármelo? – replicó y antes de que le contestara, mirando la televisión comentó que la castaña seguía teniendo unas buenas tetas.

Asumiendo que lo que quería era chicha con la que reírse, contesté:

-Pues ni te imaginas su culo. Nadie diría que es el de una cincuentona.

Como sabía que Raquel me había dejado, me felicitó por haber rehecho la vida tan rápidamente para acto seguido auto invitarse esa noche a casa porque quería saludarla.

-No temas, no es mi tipo. A mí me gustan más jóvenes- añadió desternillado al ver mi embarazo.

Fue entonces cuando caí que habíamos quedado con Elizabeth. Como se suponía que no la había visto en la oficina y ya que le había dado la palabra de que cenaría con nosotros, decidí que me echara una mano y por ello le mandé un órdago que ese mujeriego sería incapaz de rechazar:

-Me vienes de puta madre. Porque casualmente viene a cenar una pelirroja de enormes pechos que se acaba de mudar al chalet de al lado.  

– ¿Soltera?

-Creo que sí. Y por la forma en que mueve el pandero, debe estar necesitada de macho. Me vendría bien tu ayuda para que María no se ponga celosa.

Tal y como había previsto, la bragueta de Perico le hizo prometer que intentaría quitármela de encima y que, si al final le echaba un polvo, lo festejaríamos con una buena juerga. No fui capaz de decirle que en cuestión de sexo estaba colmado y pagando la cuenta, volvimos a la oficina. Desde que llegué al despacho, intenté contactar con ese par de locas para recriminarles el poco sentido común que habían mostrado al hacer la conferencia de prensa desde la casa, pero me fue imposible al no contestar.

«¿A cuál de las dos se le habrá ocurrido tan genial idea? Ahora, todo dios que quiera sabrá dónde viven. Ni siquiera le hará falta contratar un detective. Le bastará con marcar a cualquier periódico y preguntarlo».

Mi preocupación se fue incrementando a lo largo de la tarde al ir leyendo las diferentes reacciones que se iban provocando la bomba que esa zumbada había lanzado y es que mientras la oposición de su país pedía la cabeza del ministro, sus partidarios hablaban de una conspiración mientras propagaban que Lidia estaba a sueldo del imperio. No pasé por alto que, en vez de defenderse negando que fuera cierto, atacaban al mensajero.

«Están dando credibilidad a la noticia sin darse cuenta», pensé esperando a cada momento que me involucraran en los medios.

Al leer que ese político iba a dar su versión y que para ello había citado a los medios a las once de la mañana, las seis de la tarde en España, supe que estaba contra las cuerdas y que moriría, matando. Mi nerviosismo se maximizó cuando en internet se abrió un encarnecido debate sobre el exilio de Lidia y sus opositores comenzaron a lanzar una serie de bulos e infundios sobre su vida privada en los que le achacaban estar viviendo a expensas de los gringos con un futbolista que jugaba en uno de los equipos de la capital. Que sus detractores se inventaran ese supuesto affaire me hizo gracia y hasta me alegró, al desviar el foco mediático de mi persona. Por eso me encabronó tanto cuando en un tweet aparecí abrazado a esa joven con la siguiente leyenda:

“El verdadero novio de Lidia Esparza es este”.

Gran parte de sus seguidores pusieron en duda esa afirmación aludiendo que parecía su padre, que era demasiado viejo para ella o que esa lideresa nunca elegiría para sí un descendiente de los que habían esclavizado su patria. Esa última afirmación creó gran polémica, ya que sus detractores la usaron para señalar sus genes mayoritariamente europeos mientras los suyos hacían hincapié en que Lidia nunca lo había negado y que, además, para su heroína las razas no existían ya que sin distinción de color o credo que todos ellos eran compatriotas.

Afortunadamente, la discusión volvió a su origen centrándose en el ministro y en sus nexos con el narcotráfico. Gracias a ello, respiré un poco más tranquilo mientras esperaba la conferencia de prensa en la que el supuesto corrupto iba a dar explicaciones de sus actos. Como apenas faltaba un cuarto de hora para las seis, preferí esperar a que diera inicio en vez de comenzar a estudiar un asunto y dejarlo a la mitad. Por ello estaba atento cuando con cinco minutos de anticipación apareció ese hombre ante los periodistas ahí acreditados. A pesar de sus sonrisas, la expresión de su rostro era la de alguien derrotado y por eso no me extrañó su tono afectado al empezar a hablar:

-Compatriotas: En las últimas horas se han vertido muchas calumnias y muchas medias verdades que han provocado que la opinión pública tenga una idea equivocada de mí. ¡No soy un corrupto! Sino un fiel servidor del presidente ¡Jamás me he lucrado con dinero poco claro! No niego que haya pasado a mis manos, pero no se ha quedado en mis bolsillos. Mi único error ha sido el haber aceptado recaudar los fondos con los que nuestro partido financió su llegada al poder. 

– ¿Quién o quiénes le pidieron hacerlo? – deseando carnaza para sus lectores, preguntó uno de los reporteros.

El ministro estaba a punto de responder cuando el tronido de un tiro resonó en la sala y sus sesos se esparcieron por la sala. Los gritos de la gente intensificaron la dureza de la escena y reconozco que contemplé alucinado esa muerte en directo y más al contemplar el caos, el terror y el miedo, las carreras que ese disparo provocó en los presentes.

-Señoras y señores, todos ustedes han sido testigos de lo sucedido- parcialmente repuesto el responsable de la transmisión comentó sin aparecer en la pantalla: -Todo apunta que Juan De la Llave ha sido silenciado cuando iba a revelar los nombres de aquellos que, según él, le obligaron a reunir dinero del narcotráfico.

Apesadumbrado comprendí que era parcialmente responsable de ese asesinato y pensando en ello, temí por Lidia. Y no solo por su equilibrio mental, del que dudaba, sino también por si sus enemigos buscaban terminar con su vida. Por eso, dejé todo y decidí volver a casa. En el parking me encontré de bruces con los hombres que me habían seguido esa mañana al lado de mi coche, por lo que rehaciendo mis pasos intenté tomar nuevamente el ascensor para huir de ellos.

-Señor Morales, debemos hablar con usted- escuché en mi espalda.

Temblando de la cabeza a los pies, me di la vuelta temiendo que me despacharan un tiro. Por fortuna, no fue así y sacando una placa, el mismo tipo al que burlé en el metro me informó que era del CNI y que su jefe les habían mandado a protegerme.

-No entiendo- alcancé a mascullar un tanto más tranquilo al saber que pertenecían a ese organismo.

-Sus últimos pasos lo han convertido en objetivo de un cártel y al ser colaborador nuestro, don Manuel ha visto prudente ponerles protección tanto a usted como a la señorita Esparza- tras lo cual, me pidió las llaves de mi automóvil.

Antes de dárselas, llamé a mi conocido. Espina me confirmó que eran su gente y me pidió que colaborara con ellos, echándome la bronca:

-Alberto, la amenaza es real.  Según las informaciones de las que dispongo, han mandado un equipo a silenciaros. No entiendo como alguien de tu experiencia se ha metido en este embolado. ¿En qué coño pensabas cuando acogiste a esa mujer?

Eso mismo me preguntaba yo y por eso, aguanté el chaparrón en silencio:

-Tenéis a medio mundo, siguiendo vuestros pasos y no solo hablo de los narcos. A nuestro gobierno le preocupa que las revelaciones de esa joven y su lucha política provoquen un altercado internacional que le salpique. Hasta los putos yanquis están involucrados y han preguntado por tus actividades.

-Lo sé- reconocí y sin nada que perder, le hice saber que esa noche cenaba con uno de sus emisarios.

-Me apunto, ¿a qué hora y dónde habéis quedado? – señaló cabreado, sintiendo quizás que los americanos estaban invadiendo sus competencias.

Tras exponerle que la cena en cuestión tendría lugar a las nueve en mi casa, me pidió que le dijera quien eran los invitados.

-Contigo seremos seis. Además de tú y yo y de la capitana Elizabeth Burns de la DIA, estarán también Lidia Esparza, María Castellano, mi novia, y Perico Martínez, mi socio.  Pero de antemano debes saber que solo yo conozco la profesión de esa militar, para el resto, es una vecina que se acaba de mudar al lado.

-Conozco a ese bombón de oídas y por su fama deduzco que sus jefes están preocupados.

– ¿De qué fama hablas? – pregunté tratando de mantener la cordura.

-Solo mandan a esa mujer a los casos difíciles y siento decirte, que se ha hecho un nombre por lo drástica que es. Si ve un problema para los intereses de su país, no duda en usar la violencia.

 Como no podía ser de otra forma, esas noticias lejos de tranquilizar me aterrorizaron y por ello, le imploré que me ayudara a seguir vivo. Meditando durante unos segundos, me aconsejó que, a pesar de tener pareja, siguiera la corriente a la pelirroja.

-Me he perdido- confesé.

-Elizabeth Burns va de femme fatale y suele usar su belleza para conseguir sus fines.

– ¿Estás insinuando que piensa seducirme? – tartamudeando, pregunté.

-Si lo ve necesario, no se cortará en acostarse contigo y con todos los que te rodean. Le da igual la edad, la raza o el sexo. De considerarlo oportuno, es capaz de buscar respuestas entre las piernas de tu novia. ¡No sería la primera vez, ni la última! – replicó con un deje de admiración en su tono.

La posibilidad de retozar con esa diosa junto con María me pareció absurda además de imposible y despidiéndome de Manuel, dejé que sus subalternos me escoltaran hasta casa. Al llegar al chalet, me recibió mi antigua compañera y preguntando por Lidia, la castaña me comentó que estaba preparando la cena, pero que me necesitaba. Intrigado, directamente, me dirigí a la cocina para avisar que íbamos a ser seis y no cuatro. Nunca esperé, hallarla llorando.

– ¿Qué te pasa? – pregunté viendo su estado.

La joven, corriendo hacia mí, se echó en mis brazos berreando:

-Aunque no fue mi intención, he matado a ese hombre.

-No has sido tú- susurré en su oído mientras intentaba calmarla: -Fueron sus actos los que provocaron su muerte.

-No es cierto. Si no hubiese publicado sus manejos, ¡seguiría vivo!

Como su sentimiento era compartido por mí, seguí abrazándola:

-Si hay alguien responsable soy yo. Podía haberme quedado con esa información y no habértela dado o haberla dado a conocer yo mismo. En tu caso, solo has sido la herramienta que usó el comandante Omega para revelar un latrocinio- respondí usando para ello mi antiguo nombre de guerra.

Que me adjudicara la autoría descargando sus culpas, consiguió que dejara de llorar y levantando su mirada, susurró si eso significaba que me había unido a su lucha.

-Por ahora, lo único que me interesa es qué todo esté listo para esta noche- cortando de cuajo el rumbo de la conversación, repliqué y separándome de ella, comenté que finalmente cenaríamos seis para a continuación decirle que me iba a duchar.

-Dele cinco minutos y su princesa irá a ayudarle- musitó preocupada.

Aprovechando la presencia de María le hice saber que no necesitaría su ayuda y pegando un sonoro azote a la cincuentona, le pedí que fuera ella quien lo hiciera. Curiosamente, ésta sonrió al recibir la nalgada y despidiéndonos de la chavala, me acompañó al cuarto. Una vez allí, no esperó y mientras el jacuzzi se llenaba, me empezó a desnudar. La excitación que leí en su rostro no podía ser fingida y eso hizo que mi hombría se alzara bajo el pantalón.

– ¡Qué ganas tenía de volver a verla! – exclamó al despojarme del calzón y comprobar que sus manejos habían inducido mi erección.

No tuve que comentar que me apetecía una de sus mamadas, ya que al verla se arrodilló y aproximando la cara, me regaló un largo lametazo.

– ¡Menuda zorra estás hecha! – exclamé al comprobar que María repetía e incrementaba sus mimos.

Mi exabrupto la hizo reír y levantándose del suelo, me rogó que la tomara. No tuvo que repetírmelo, levantándole la falda, desgarré sus bragas y sin mayor prolegómeno, la empotré contra la mesa. La humedad de su almeja permitió que se la clavara hasta el mango y sin preocuparme el hacerle daño, comencé a cabalgarla con decisión. Sus gritos resonaron en el chalet mientras afianzaba el asalto tomando sus pechos entre mis manos.

– ¡Dios! ¡Cómo me gusta ser vuestra puta! – chilló revelando inconscientemente que se sentía tanto mía como de Lidia.

Eso me hizo recordar su traición y acelerando la velocidad de mis caderas, seguí machacando su interior lleno de ira. La violencia de mis actos azuzó su lujuria y aullando de placer, me rogó que nunca me separara de ella porque me amaba. Sus palabras me indignaron aún más y decidido a castigarla, saqué mi pene de ella y apuntando el culo que ya había desvirgado, se lo incrusté hasta el fondo.

– ¡Mi señor! – sollozó con lágrimas en los ojos sin hacer nada por rechazarme.

La suave presión de su ojete me informó de que de alguna forma había previsto que la enculara y mientras retomaba el ataque, pregunté cómo era posible.

-Lidia creyó oportuno que me pasara todo el día con un dilatador puesto por si su dueño quería usar mi trasero- reconoció entre gritos.

Aunque debería estar contento, me jodió esa precaución al haber hecho inviable el castigo y cambiando por segunda vez de objetivo, le di la vuelta y tirando de su melena, usé los labios de la mujer como si fueran su coño. Lo normal hubiese sido que protestara, pero al sentir que le follaba la boca cayó en brazos del orgasmo licuándose ante mis ojos. Que se estuviese corriendo cuando apenas podía respirar, me hizo saber la inutilidad de mis actos y fuera de mí, saqué mi verga de su garganta y le ordené que me esperara metida en la bañera. María iba a repelar cuando desde la puerta escuchó a la latina que se fuera, mientras ella la sustituía. Nada pude hacer cuando sin pedir mi permiso ese engendro del demonio comenzó a pajearme pidiendo que usara su cara para dejarme llevar. El deseo que destilaban sus negros ojos fueron el empujón que necesitaba y explotando sobre sus mejillas, las teñí de blanco mientras la morena se afanaba en que no se desperdiciara ni una gota.

-Mi amado comandante sabe cómo premiar a su princesa- suspiró con mi semen recorriendo sus mofletes.

 No tuve que esforzarme en comprender que esa morena veía en mi leche el pago por haber publicado las andanzas del fallecido y mientras la veía beberse el producto de mi lujuria, me quedé pensando sobre lo que me había dicho mi amigo del CNI sobre la tal Elizabeth. Soñando que se hiciera realidad y que la espía intentara seducirme, di un salto al vacío, diciendo:

-Durante la cena, tu función será ocuparte de la vecina y que se sienta a gusto.

– ¿Acaso quiere que se la meta en la cama? – preguntó entre risas.

-No, princesa. Quiero ver si acepta la famosa hospitalidad de tus compatriotas y duerme contigo.

-Mi comandante, eso es lo mismo. Mi lugar está entre sus sábanas y si pasa la noche en mi compañía, también la pasará en la de usted- respondió recordándome que le había dado permiso a dormir conmigo.

Soltando una carcajada la dejé en el suelo y pasando al interior del baño, acudí donde mi antigua compañera de estudios esperaba para bañarme. Al entrar en la bañera y mientras comenzaba a enjabonarme, María me hizo saber que nos había escuchado:

-Si ella no puede sola, yo le ayudaré a cumplir el deseo de mi señor.

11

La certeza de que esa noche la militar americana iba a ser atacada por dos flancos me puso de buen humor, al saber que fueran los que fuesen sus planes para la velada, nunca podría llevarlos a cabo. Todo lo que hubiese planeado iría a la basura, al no esperarse que un seductor como Perico intentara llevársela al huerto mientras mis niñas buscaban lo mismo usando las artes que solo las mujeres poseían.  

«A ver cómo se libra de ésta», medité imaginando la cara que pondría al verse acosada por todos lados en presencia de su colega español. «No tardará en salir corriendo con el rabo entre las piernas rumbo a su casa», sentencié desternillado mientras me anudaba la corbata.

Estaba sirviéndome un copazo cuando la indumentaria que eligieron Lidia y María confirmó que se tomaban en serio mi petición. Y es que ambas se esmeraron en lucir fabulosas.

«Hasta a mí me apetece echarlas un polvo», comenté para mí al verlas salir ataviadas con sendos vestidos de fiesta que dejaban poco a la imaginación.

La morenita leyó mis pensamientos en la mirada que les eché a sus escotes y acercándose a mí, susurró encantada en mi oído que fuera preparando la recompensa que le daría cuando consiguiera embaucar a nuestra vecina.

– ¿Qué quieres en pago? – ingenuamente pregunté mientras acariciaba uno de sus pezones.

Con una sonrisa de oreja a oreja, contestó tomando de la mano a la cincuentona:

-Que mi señor me preñe. Nada me haría más ilusión que llevar su hijo en mis entrañas.

Afortunadamente, estaba preparado y soltando una carcajada, repliqué:

-Ya prometí embarazar a María, pero inseminarte a ti, es otra cosa. Pídeme algo que esté a mi alcance.

Haciendo un puchero, esa bella arpía me soltó:

-Si entre las dos conseguimos que se folle a esa putilla, al menos deberá dejar que su princesa le haga una mamada.

Como ya me había corrido dos veces en su cara y encima no creía que lo lograran, no vi nada malo en aceptar esa pretensión:

-De acuerdo, si Elizabeth pasa la noche con nosotros, mañana permitiré que sacies tu hambre de esa manera.

 El tamaño que adquirieron sus pezones me hizo ver que realmente creía que iba a tener éxito y por eso seguía lamentando haber cedido, cuando sonó el timbre de la puerta. Pensando que podía ser ella, María corrió a abrir sin saber que era mi socio el que tocaba. Al reconocerlo, lo abrazó:

-Perico, ¡cuánto tiempo sin verte!

Desde el salón observé el repaso que ese capullo dio a mi teórica novia mientras la saludaba con dos besos. Conociendo el éxito de mi amigo con las damas, afloraron mis celos cuando comenzó a piropearla y la castaña en plan coqueta, se puso a lucirle el modelito que llevaba puesto.

-Alberto ya me había avisado que estabas preciosa, pero se quedó corto: ¡Estás divina! – babeó el muy cretino mirándola de arriba abajo.

– ¿No me vas a presentar a tu amigo? – acercándose comentó la morenita.

En su tono descubrí que no le hacía gracia el coqueteo de la cincuentona y recordando que eran pareja, comprendí que lo veía como un rival de temer. Ajeno a ello, mi socio miró a la joven que se aproximaba y nuevamente se quedó embelesado con lo que veían sus ojos. Tras darle otros dos besos y dirigiéndose a mí, comentó:

-Eres un cabrón avaricioso, ¡qué callado te tenías que además de María vivías con otro monumento!

La latina vio necesario hacerle ver que las dos estaban fuera de su alcance:

-Así es. Alberto tiene mucha suerte al disfrutar de los mimos de su novia y de su princesa.

Como eso era algo que no se esperaba, Perico me interrogó con la mirada y fue nuestra amiga de antaño la que le confirmó el dato diciendo:

-Las afortunadas somos nosotras al tener un hombre guapo y amoroso del que cuidar.

Sin creérselo todavía, se echó a reír:

-Como broma, está bien. Pero lo conozco y sé que está chapado a la antigua.

 Que dudara de sus palabras, provocó la ira de la hispana y deseando dejar claro que no mentía, llevó mis manos a sus pechos mientras le decía:

-No debes conocerlo tan bien. Desde que Alberto nos dio su amor, ambas prometimos ser suyas por siempre.

La tersura de esos juveniles senos me dejó paralizado y lleno de vergüenza, tampoco pude evitar que uniéndose a nosotros María confirmara lo que ya era evidente.

-Te podrá escandalizar el enterarte así, pero Lidia y yo lo amamos y compartimos su cariño- dijo besando mis labios mientras introducía la mano por el escote de la morena.

Ese imprevisto arrumaco a tres bandas lejos de molestarle, lo excitó y con voz cargada de envidia, nos felicitó riendo:

-Parad, o tendré que irme al baño a desaguar… ¡necesito una copa!

Lidia comprendió que había captado el mensaje y dando un beso en los morros a María, se fue a servir un ron a nuestro invitado. Como nuestra antigua compañera la ayudó, Perico aprovechó para decirme cómo, a nuestra edad, podía satisfacer a las dos a la vez:

-Cuando estoy cansado, se consuelan entre ellas.

– ¡Qué hijo de puta! – exclamó y cogiendo el vaso que le ofrecían se lo bebió de un trago.

En ese preciso instante, sonó el timbre y mientras la hispana iba a abrir, pedí a mi socio que no dijera nada de lo que acababa de contemplar.

-Aunque estoy orgullosa, es mejor que esto quede entre nosotros, ya que Lidia es alguien importante en su país- añadió, cogida a mi cintura, María.

-Ya me conoces… ¡soy una tumba! – contestó viendo que Manuel era el segundo invitado.

Como se conocían al ser nuestro contacto. Perico comenzó a charlar animadamente con él intentando que no se percatara de lo que me unía a esas mujeres. Aunque por su profesión, debía saber lo nuestro, se las presenté como mi novia y una amiga. El funcionario no puso en duda mi afirmación y tras saludarlas, se sentó junto a mi socio.

La última en llegar fue la americana y cuando lo hizo su entrada fue triunfal:

– ¡Pedazo piba! – oí exclamar a mi amigo cuando la pelirroja pasó adentro embutida en un traje que realzaba el tamaño y la belleza de sus ubres.

Nadie puso objeción alguna e hipnotizados contemplamos el andar felino de esa rojiza pantera. Hasta la hispana se quedó sin habla cuando la recién llegada le plantó un beso acercándose más de lo que la etiqueta requería. Mientras me acercaba a saludarla, caí en el anómalo crecimiento de los pezones de la activista y recordando que en realidad sus inclinaciones sexuales eran las lésbicas, supe que no tardaría en intentar seducir a esa diosa. Pero nada me preparó a lo que experimenté cuando los labios de Elizabeth se posaron cerca de mi boca mientras disimuladamente me magreaba el trasero:

-Vecino, estás guapísimo.

Su halago me puso en alerta y recordando que, según Espina, esa mujer solía usar su atractivo para seducir a sus objetivos, devolviendo esa misma caricia en sus nalgas, respondí en voz baja:

-Si no llegas a ser una espía, te empotraba aquí mismo.

La americana no se esperaba semejante burrada y totalmente colorada, buscó si alguien aparte de ella la había escuchado. Al percatarse que no, se repuso de inmediato y susurró en mi oído:

-Para ser casi un anciano, apuntas alto. Pero, si insistes, ya sabes donde vivo.

Que no negara esa posibilidad, a pesar del menosprecio a mi edad, me divirtió y pasando mi mano por sus caderas, se la presenté al resto del grupo. Realmente lo que me interesaba era saber si conocía al del CNI, pero por su reacción sospeché que no.

-Encantado de conocerla- extendiendo la mano su colega de profesión la saludó.

En cambio, mi socio fue mucho más expeditivo y tras darle un buen achuchón, comenzó a hablar con ella como si fuera un amigo de toda la vida. Desde mi posición, comprobé que no solo era inmune a las atenciones de Perico, sino que sus ojos se centraban en las posaderas de María. Fue tan descarada su actuación que Manuel no dudó en recordarme las artimañas que esa hembra solía usar.

-Como te dije, esta tía es una víbora y ha visto en tu novia, el medio para llegar a ti.

No pude ni quise reconocer a ese hombre que el coqueteo de la cincuentona venía propiciado por mí y por eso cada vez más preocupado, me señaló el peligro que corríamos.

-No sé qué busca ni lo que le podéis ofrecer, pero ándate con cuidado.

-Tranquilo, tengo todo controlado- no muy seguro respondí mientras observaba a la hispana entablando con ella una conversación.

Y es que tal y como se había comprometido, esa demoníaca criatura comenzó su acoso alabando a nuestra invitada mientras se la comía con los ojos. Como testigo sin voz ni voto, reparé en que achacando a una arruga que no existía en el vestido de la pelirroja, Lidia posó la mano en su trasero y tanteando el terreno, aprovechó para acariciárselo sin importarle que María la viese hacerlo.

Ese meneo no le pasó inadvertido a mi buen Perico que, acudiendo a mí, me rogó que hablara con la morena para que le dejara a él disfrutar de esa monada.

-Date prisa y haz algo o esta noche tendré que lidiar con tres- respondí y haciéndole ver que estaba de su parte, prometí que lo sentaría junto a ella en la mesa.

Tras ese breve refrigerio, pasamos a cenar y aunque conseguí que sentarla a la derecha de mi socio, nada pude hacer para evitar que María repartiera el resto de las sillas, colocándome también a su lado. Juro que no comprendí ese reparto ya que en teoría eso dificultaría la labor que les había encomendado que no era otra que seducirla. Molesto quise cambiarme de sitio, pero lanzándome una mirada asesina, mi supuesta novia me ordenó que me sentara y mientras Lidia se ocupaba de servir la cena, preguntó a la pelirroja cuanto tiempo pensaba quedarse en España y en qué trabajaba.

-Mis jefes me han pedido que dirija la sucursal de Madrid y no creo que me muevan en un par de años.

Desde su asiento, Manuel insistió en que trabajaba y fue entonces cuando enseñando su blanca dentadura, ésta sonrió:

-Me imagino que sabes la respuesta, no en vano por lo que veo en tu tarjeta, tu empresa y la mía son competencia. Soy la encargada de Pfizier para Europa.

El agente comprendió que de nada valía seguir simulando y soltando una carcajada, replicó:

-Tienes razón y por eso mi presencia aquí esta noche, no quiero ni puedo dejar que me robes a uno de mis mejores proveedores.

Perico que conocía de sobra que el trabajo en la farmacéutica de Espina era solo una fachada y que su verdadera ocupación era en el CNI, creyó necesario intervenir pensando que si se ponían a hablar de la industria la pelirroja no tardaría en descubrir que realmente no trabajaba ahí. Por eso, en plan de guasa, pidió a la mujer que me hiciera llegar una buena dotación de viagra para no defraudar a María.

-Alberto, no necesita de ayuda química- protestó Lidia sin pensar. Al ver la cara de la americana, se percató de la metedura de pata y rápidamente añadió: -O al menos eso dice su amada.

Tomando la palabra, María siguió la broma diciendo:

-No le hagas caso, toda ayuda es bienvenida y más de alguien tan bella como tú.

De improviso, vi que Elizabeth enrojecía y qué, sin contestar, simulaba colocarse la servilleta en las piernas.  Al estar pegado a ella, no tardé en hallar la causa del color de sus mejillas al ver de reojo un pie alojado entre sus piernas. Por el color de las uñas, supe que era el de la castaña y entonces caí en la razón por la que había elegido sentarse frente a ella. Echándole un cable para evitar que se zafara del acoso, cogí la mano de la americana mientras le preguntaba si podía darnos una cita para presentarle nuestra compañía. Mi socio, ajeno a que mi intención era otra, vio en mi pregunta un medio de entrada y desconociendo que Elizabeth estaba siendo masturbada por mi novia, se ofreció a visitarla cuando ella quisiera. La espía apenas podía hablar al sentir el dedo gordo de María hurgando entre sus pliegues y todavía conservando algo de cordura, murmuró mirándolo que estaría encantada de recibirle. Perico malinterpretó el brillo de sus ojos y más cuando bajó la mirada y descubrió que tenía erizados los pezones. Asumiendo que eran por sus encantos, disimuladamente bajó la mano y por debajo del mantel, comenzó a acariciarla. El gemido que intuyó en su honor lo azuzó a continuar coqueteando con ella y mientras sus yemas recorrían los muslos de la pelirroja, el pulgar de María comenzó a follársela.

Hasta pena me dio la mujer cuando al verse sobrepasada por los acontecimientos se levantó y preguntando por el baño, corrió a tranquilizarse.

-Macho, la tengo en el bote- susurró encantado Perico asumiendo para sí la excitación de la que había huido: -Poco ha faltado para que se corriera.

 Mirando a mi supuesta novia, sonreí y seguí comiendo el espléndido guiso que con tanto celo la hispana nos había preparado. La pelirroja llevaba unos minutos sin volver cuando María comentó que iba a ver qué le pasaba.

-Deja, voy yo- guiñándome un ojo, respondió Lidia: -Tú ocúpate de los señores.

No tuve duda alguna de lo que iba a buscar y desviando la atención del resto, informé a Espina que María había estudiado la universidad con nosotros y que solo hacía unos meses que habíamos reanudado nuestra amistad. Como buen profesional de inteligencia, Manuel la sometió a un riguroso interrogatorio tan cordial como invasivo y por eso al cabo de un cuarto de hora, sabía tanto de su vida como yo mismo.

-Es raro que os hayáis encontrado tras tantos años justo cuando Alberto se divorciaba- dejó caer el funcionario del CNI.

El rubor de mi pareja fue evidente y si sus sospechas no fueron a más no se debió a falta de interés sino a la llegada de las dos ausentes. A todos nos quedó claro que algo había ocurrido, pero yo fui el único que reparó en que la hispana llevaba una pulsera de tela que al irse no llevaba. Fijándome, descubrí que se la había hecho con el tanga negro que hasta media hora antes resguardaba el coño de la pelirroja.

A Elizabeth se la notaba meditabunda y por ello, a nadie le extrañó, adujera su tristeza al recuerdo de un antiguo pretendiente y tras la cena, optara por retirarse a casa. Perico, viendo que se le escurría entre las manos la posibilidad de tirársela, nos informó que estaba cansado y que iba a aprovechar para acompañarla hasta su puerta. No queriendo ser el último en retirarse, Manuel aprovechó la excusa para irse. De forma que me quedé solo bebiendo el whisky que me quedaba mientras las mujeres de mi hogar despedían a los invitados.

Al volver y en total sintonía, esas dos arpías me llevaron casi a rastras a la piscina, donde entre risas Lidia me comenzó a relatar que la americana se había olvidado de poner el pestillo y que por eso la había sorprendido pajeándose en el baño.

– ¿En serio? – pregunté.

-Sí, la zorra de tu concubina la había puesto a tope y por eso, aunque intentó negarse, finalmente accedió a que mi boca fuese quien la hiciera disfrutar.

Imaginármela entre los muslos de la pecosa, me excitó. Atrayéndola hacia mí, la puse sobre mis rodillas y mientras pedía a María que me rellenara la copa, le rogué que se extendiera en su explicación. La pecaminosa muchacha comenzó describiendo el rojizo coño de la espía para a continuación intentar explicarme su sabor.

-Esa guarra tiene un chumino dulce y penetrante que, en cuanto le pegué un par de lametazos, entró en ebullición.

-Sigue contando- la urgí con el pene ya duro.

Al notar la presión de mi trabuco entre sus piernas, no lo dudó y sacándolo de su encierro, comenzó a restregarse con él mientras seguía narrando que la tal Elizabeth, además de puta, era multiorgásmica y que en el corto espacio que la había tenido a su merced, se había corrido al menos tres veces. Fue tan brillante su exposición que mi calentura llegó al máximo y de no haber llevado bragas, a buen seguro me la hubiese tirado sin levantarme de la silla. Sabiendo mi estado, la cría se ofreció a hacerme una mamada aduciendo que se había ganado ese derecho.

-Te equivocas princesa, el pacto era permitírtelo si conseguías meterla en nuestra cama y no lo has hecho.

-Todavía no ha terminado la noche, mi señor- frotando su vulva encharcada comentó. Juro que pensé que estaba mintiendo cuando lo dijo, pero no por ello me negué a que siguiera lijando sus húmedos pliegues contra mi verga.

Su insistencia en usarme como montura me llevó al límite y al notar que estaba a punto de explotar, la chavala se bajó y de rodillas esperó su premio. Al igual que las dos veces anteriores, eyaculé en su cara mientras esa pérfida criatura se reía, pero en esta ocasión tras degustar el semen de sus mejillas, acercando la lengua comenzó a limpiar con auténtica necesidad los blanquecinos restos que habían quedado en mi glande. Su esmero provocó algo inaudito en mi edad y es que por extraño que parezca mi verga recuperó su dureza al sentir que se la introducía en la boca.

-Alberto, van a tener razón tus señoras cuando dicen que no te hace falta viagra para satisfacerlas- escuché a mi espalda.

Al girarme, observé a Elizabeth hablándome desde su jardín.

– ¿No te apetece un baño? – comentó Lidia al verla tras el seto.

Con una agilidad impresionante, de un salto, libró esa muralla vegetal cayendo con gracia en mi césped. No me había repuesto de la habilidad con la que había aterrizado cuando, dejando caer su vestido, se tiró desnuda al agua.

-Mi señor debe confiar más en su princesa y si esta le dice que esta noche se follara a la vecina, es porqué así será- con una sonrisa en los labios, se levantó e imitando a la recién llegada, se zambulló en la piscina.

La pelirroja esperó a que llegara a su lado para besarla y hundiéndole la cabeza, salió nadando muerta de risa. Lidia en cuanto se recuperó quiso vengarse y braceando fue por ella. María que traía en sus manos una botella de champagne, sonrió al ver la escena y sirviendo dos copas, se sentó junto a mi diciendo:

-Dejemos que esas niñas se cansen, tu y yo no estamos en edad de seguirles el juego.

Viendo que, en una esquina, la diminuta morena intentaba hacer una aguadilla a su rival, no pude estar más de acuerdo al ver la facilidad con la que la militar la alzaba y la volvía a hundir.

-Con tal que no termine necesitando reanimación, a nuestra zorrita le viene cojonudo un rapapolvo- respondí dando por sentada su inferioridad física.

-Todavía esto no ha terminado, yo apuesto por ella- comentó la cincuentona.

Los hechos le dieron la razón porque al salir a tomar aire, la hispana cambió de objetivo y buscando uno de los pecosos pechos de la capitana, tomó el pezón y se lo mordió mientras le introducía un par de yemas en trasero. Elizabeth aulló al sentir la invasión y cogiéndola en brazos, la sacó del agua.

-Vas a aprender que, si juegas con fuego, puedes quemarte- la dijo cayendo sobre ella inmovilizándola.

A pesar de casi no poder moverse, la chavalita no estaba indefensa y reptando bajo ella, llegó a su sexo y comenzó a mordisqueárselo.

-No pares o tendré que castigarte- chilló descompuesta por el placer que le estaba dando su supuesta víctima.

– ¡Elizabeth! Alberto es el único con poder de castigar aquí- defendiendo a su amante, pero sin moverse, recalcó María: -Recuérdalo si quieres quedarte a pasar la noche.

Girándose hacia la cincuentona, la pelirroja asintió y usando la fuerza bruta consiguió dar la vuelta a la situación, poniendo el imberbe coño de su oponente a la altura de sus labios.

Nuevamente, la cincuentona intervino:

-Esa putilla sigue siendo virgen. Alberto debe quien la desflore y ¡no tú!

 -No se preocupe, no dañaré lo que es propiedad de otro- gritó mientras hundía la cara entre los muslos de Lidia.

Sonriendo, mi amiga de tantos años comentó que debíamos dejarlas solas para que se desfogaran y que mientras tanto, podíamos ir calentando las sábanas. Impresionado por la rapidez con la que habían conseguido que se aviniera a participar en una orgía, comprendí que lo único que habíamos hecho era facilitar su labor y molesto conmigo mismo, tomé mi vaso, la botella y junto a María, marché hacia mi cuarto…

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