Ni siquiera desayuné en el chalet y tras coger las llaves, desaparecí rumbo a la oficina. Desde que cerré la verja, sentí que un todoterreno me seguía y creyendo que eran imaginaciones mías, enfilé hacia la autopista. No fue hasta llegar a la Castellana cuando reparé en que ese vehículo continuaba tras de mí y supe que no podía ser casualidad y que alguien observaba mis pasos. Recordando mi encuentro con la militar americana, comprendí que si no era su gente debía ser alguno de los secuaces del hermano de Lidia e indignado, aparqué el coche con la firme intención de que la próxima vez no les sería tan fácil el seguirme. Mi cabreo creció a pasos agigantados cuando Perico, mi socio, me informó que nos había caído un inspector de Hacienda pidiendo ver una serie de operaciones que habíamos hecho con el gobierno húngaro. Que entre todos nuestros contratos se centraran en los que habíamos ejecutado bajo ese gobierno populista de derecha tampoco podía ser fruto del azar y por eso asumí que los mismos que me estaban siguiendo eran los que habían propiciado esa auditoría.

Aún sin conocer mi pasado, el nerviosismo de mi socio estaba justificado ya que por nuestra actividad estábamos obligados a tener una hoja de servicios impoluta y cualquier sospecha de congeniar con posiciones radicales o de compras de voluntades podía provocar nuestra quiebra. Por eso, tomé el toro por los cuernos y me dirigí a la sala de juntas en la que ese inspector aguardaba que le diéramos la información. En cuanto abrí la puerta mis temores se hicieron realidad al ver a la pelirroja de la noche anterior sentada junto al funcionario. Que tuviese el descaro de presentarse ahí, demostrando hasta donde llegaba el poder de su agencia, me terminó de indignar y he de confesar que tuve que hacer acopio de la poca tranquilidad que me quedaba para no saltarla al cuello.

            -Soy Alberto Morales, el consejero de la empresa. Ustedes dirán en qué les puedo servir- alcancé a decir cordialmente mientras en mi interior crecía el instinto asesino.

            Sé que no le pasó inadvertido que hubiera omitido que la conocía y por eso mientras José Toribio, el hombre de hacienda, se presentaba, la tal Elizabeth se mantuvo callada con una hipócrita sonrisa en la cara. Tras esa rutinaria presentación, entró en materia y nuevamente me pidió la información sobre todo lo referente a nuestra actividad en Hungría. Como por norma interna teníamos todo al día, no me preocupó y dejando caer que dichos contratos no habían sido firmados por el gobierno actual sino por el anterior de signo contrario, le ofrecí compartir todos esos documentos con ellos subiéndolos a la nube.

Nuestra disposición a colaborar alegró al funcionario y rápidamente quedamos en abrir un Dropbox para ello mientras la mujer intentaba que no se le notara su decepción al enterarse del error que habían cometido al fijar su atención en esas licitaciones cuando las habíamos ganado bajo el gobierno de un partido socialdemócrata. Supe que no iba a ceder tan fácilmente cuando excusándose se levantó y saliendo de la sala, hizo una llamada. Aunque no pude escuchar lo que decía al haber una puerta de cristal entre nosotros por el tono y sus gestos al hablar se notaba que estaba cabreada. Solo se tranquilizó cuando tomando un bolígrafo comenzó a anotar unos datos en un folio, folio que al volver a la sala entregó a Toribio.

            El español un tanto cortado me informó que sus jefes habían decidido ampliar la petición de información y dándome el papel con una serie de contratos en él, me rogó que también subiera los documentos que los soportaban a la nube. Nada más echar una ojeada, comprendí que me estaban pidiendo algo que me era imposible dar, al ser material que había sido declarado clasificado por el estado español. Con la mejor de mis sonrisas, cogí mi móvil y llamé a Manuel Espina, mi contacto en el CNI, el centro nacional de inteligencia. Al contestar y tras avisar que ponía el altavoz, le comenté que tenía frente a mí a José Toribio de la Agencia Tributaria y que me estaba pidiendo datos sobre unos expedientes que obraban en su poder.

-Que coja el teléfono, quiero hablar con él en privado.

El inspector desconocía con quien se iba a enfrentar cuando tomó el móvil entre sus manos. Por ello, tanto Elizabeth como yo, fuimos testigos de su cambio de actitud y como su prepotencia inicial se fue transformando en turbación a lo largo de la conversación hasta que totalmente pálido colgó y me informó que con la información inicial le bastaba. Esa súbita bajada de pantalones despertó la ira de la pelirroja y sin siquiera despedirse, se fue de la oficina dando un portazo. Su falta de educación y mal perder me hicieron gracia y festejando esa pequeña victoria, tomé mis bártulos y me fui a mi despacho. Apenas había aposentado el trasero cuando la secretaria llegó con un folder en sus manos preguntando si era mío. Al levantar la mirada, lo reconocí de inmediato y sabiendo que era de la americana, pedí que me lo dejara diciendo que yo se lo haría llegar a su dueño.

Nada más tenerlo en mi poder, lo abrí por lo extraño que me resultaba que se lo hubiese olvidado. No tardé en comprobar que no había sido un lapsus, sino que se lo había dejado a propósito al ver que consistía en un informe completo sobre María. Que la DIA hubiera elaborado un dossier sobre ella me intrigó y a pesar de saber que era ilegal no pude dejar de leerlo. El alma se me cayó a los pies al darme cuenta que nuestro encuentro tras tan tantos años no tenía nada de casual y que había sido algo planeado cuando en el resumen biográfico de mi compañera descubrí que, según esa agencia de inteligencia, Lidia y la cincuentona eran pareja.

«Serán putas», exclamé para mí y sintiéndome usado, dediqué casi media hora a estudiar lo que los americanos sabían de ella.

Así conocí que al menos no me había engañado al decirme que había dedicado dos décadas a trabajar para Save The Children, una de las organizaciones humanitarias más importantes con presencia en más de cien países y cuya labor era unánimemente aplaudida por todos. Pero también que había obviado decirme que durante su estancia en Iberoamérica había entrado en contacto con Lidia y que ya como su compañera había dejado esa organización para convertirse en su mano derecha en la cruzada que la morena había emprendido contra las mafias políticas de su país. Pensando en ello comprendí que había sido María la que le había hecho llegar mis postulados juveniles y que por tanto era falso que su hermanastro fuese el que la había informado de mi existencia.

«Por poco que indagara entre nuestras amistades, esa zorra se hubiese enterado de dónde vivía y de cómo llegar a mí», sentencié mientras observaba una serie de fotos en las que ambas aparecían juntas, pero fue al ver una que les habían tomado en la cama cuando la certeza de que ese par compartían desde antaño caricias y sábanas, al tiempo que la misma lucha política, quedó patente.

Como no pudo dejar de ser, mi primer impulso fue volver a casa y ponerlas en la calle, pero entonces recordé que había otros actores en escena y que si lo hacía tendría que atenerme a las consecuencias. Sabiendo que si las echaba podría afectar los intereses tanto de los yanquis como de la facción comandada por el hermanastro de la morena, comprendí que no era prudente y que mientras descubría como zafarme de ellas, debía hacer como si no supiera nada y mantener una cierta normalidad. Es más, tras analizar detenidamente la situación, no me quedó duda alguna que el supuesto olvido de esos papeles era una muestra fehaciente de que los estadounidenses deseaban que conociera esa relación por algún motivo. Sabiendo que esos cabrones no daban un paso a lo loco, comprendí que me estaban mandando un mensaje:

«Comprendido», me dije sabiéndome en sus manos y que, de enfrentarme a ellos, sería mi ruina personal y económica.

Aun así, me resultó extremadamente difícil disimular mi enfado e involuntariamente descargué mi frustración en mis colaboradores, los cuales achacaron mi mal humor al expediente fiscal que nos habían abierto y no al problema que había caído sobre mis hombros al aceptar que esa arpía se quedara en mi hogar.

-Alberto, Patricia no tiene la culpa de que estés cabreado- me recriminó mi socio cuando me vio echando una descomunal bronca a una administrativa de la empresa cuando tardó unos minutos más de lo que consideré necesario en traerme unos papeles.  

Admitiendo que tenía razón y dada la hora que era, decidí salir de la oficina e irme a comer. Mi intención fue intentarme tranquilizar, pero lejos de conseguirlo mi enfado creció a ritmo agigantado al observar desde el hall del edificio aparcado el coche que me había seguido hasta ahí.  Estuve tentado de acercarme y presentarme, pero cuando ya me dirigía hacia ese vehículo de cristales polarizados cambié de opinión y aprovechando que en frente había una entrada de metro, me metí en ella. No pude evitar sonreír cuando de reojo observé que dos de sus ocupantes salían de su interior y corrían por la acera, intentando no perderme de vista.

«Hoy les va tocar hacer ejercicio», pensé mientras en el cajero de suburbano compraba el billete y los sujetos intentaban disimular.

Tras pasar los tornos de entrada, en vez de coger las escaleras automáticas, aproveché que se abría el ascensor para discapacitados. Entrando, me los quedé mirando muerto de risa al comprobar que tras unos segundos de indecisión salían a toda prisa por los pasillos intentando no perderme.

«Por mucho que corran tardarán al menos un minuto en llegar al andén», me dije al abrir la puerta y reparar que el convoy acababa de hacer la entrada en la estación.

Con tiempo de pensar, comprendí que era imposible que supieran en qué vagón me iba a meter por los que no les quedaría más remedio que subirse en el primero que estuviera a mano. Por eso en vez de salir, permanecí dentro sin asomarme. Tal y como preví, al llegar mis perseguidores entraron con la esperanza de volver a contactar conmigo cuando me bajara.

«Adiós, mes amours», mentalmente les despedí cuando el maquinista cerró las puertas y salió.

Tras lo cual, cambié de dirección y cogí el siguiente. Con la tranquilidad de saberme solo, me di cuenta de lo infantil de mi actuación ya que eso solo me daría un momentáneo alivio y que en cuanto volviera a la oficina, esos hombres estarían ahí. Aun así, me alegró el haber vencido esa primera escaramuza y disfrutando de mi victoria, decidí ir a un restaurante mexicano que conocía en el centro.

Acababa de pedir la comanda cuando escuché mi móvil y en la pantalla, vi que era Pablo quien me llamaba. Fue entonces cuando recordé que le había concertado una cita con Lidia para que valorara su estado mental.  A pesar de saber que todo era una pantomima y que esa arpía estaba cuerda, me interesó conocer si era tan buena actriz como suponía y si había sido capaz de engañar a un reputado psiquiatra como mi amigo. Por eso, contestando a su llamada, esperé a que me comentara su opinión sobre ella.

            -Chaval, a no ser que me equivoque, tienes un problema- me soltó a bocajarro tras los típicos saludos.

Como no pudo ser de otra forma, esa entrada me descolocó y directamente le pedí que me aclarara a qué se refería:

-Sinceramente no tengo un diagnóstico que darte. Mira que en mi profesión he visto de todo, pero no sé catalogar a la cría que me mandaste. Recuerdas que te hablé de un stress postraumático, pues olvídate. Esa monada no muestra ningún tipo de síntoma de ello. La seguridad que ha demostrado en mi consulta no es propia de alguien afectado por un trauma.

– ¿Entonces qué crees que le ocurre?

-Nada, absolutamente nada. Esa chavala tiene una de las mentes más ordenadas que me he encontrado en mis años de experiencia y por eso te advierto que tengas cuidado. No sé si debería contártelo ya que en teoría es mi paciente, pero si me atengo a sus palabras, Lidia está colada por ti.

-Eso dice, pero no la creo- molesto respondí.

-Yo tampoco. Es demasiado inteligente para demostrar ese súbito enamoramiento y pienso que sus actos están motivados por el interés. Quiere algo y no va a parar hasta conseguirlo. ¿Qué desea? ¡No lo sé! Pero lo que tengo claro es que te tiene enfilado y va a usar todas las artes de las que disponga para que bebas de su mano. Lo más prudente es que al volver a casa, hables con ella y le busques otro sitio donde vivir- traspasando los límites de su profesión afirmó preocupado.

Que mi amigo hubiese obviado la privacidad de la joven por nuestra amistad, me preocupó y al mismo tiempo me alegró, al darme cuenta que a pesar de su capacidad no había podido engañar a Pablo y despidiéndome de él, me puse a comer la estupenda sopa azteca que el camarero me había puesto enfrente.

«Al menos, esa zorrita de pelo largo nunca optara a un Óscar», sentencié satisfecho mientras meditaba sobre cómo librarme de ella, pero ante todo averiguar los motivos que le habían llevado hasta mi puerta.  Pensando en ello, me puse a repasar lo que sabía de ella buscando una explicación a su interés por mí. Desgraciadamente, por mucho que lo intenté no hallé nada que me dijera que utilidad podía tener yo para ella.

«No puede ser mi dinero, es rica de nacimiento. Tampoco puede ser sexo, ya que es lesbiana», me dije mientras pedía otra cerveza.

Tras elaborar una larga serie de hipótesis, a la única conclusión que llegué fue que tenía que seguir disimulando y aguardar a que algún error de su parte me revelara sus planes para ya conociéndolos actuar en consecuencia. Acababa de decidirlo cuando vi que uno de los tipos que me seguían entraba en el local y que, tras cerciorarse de mi presencia, volvía a salir a la calle.

«Vuelvo a tener compañía», rugí enfadado al percatarme de que la única forma que habían tenido para hallarme era que hubiesen triangulado la llamada y sabiendo que eso solo estaba al alcance de algún organismo oficial, supe que había un nuevo actor en plaza y que este podía ser mi propio gobierno.

Temblando de ira, llamé al camarero y pagué la cuenta, para acto seguido coger un taxi y volver a la oficina. Ni siquiera intenté comprobar si me seguían al darlo por hecho y por eso al llegar, tomé mi coche y retorné a casa mientras intentaba recuperar el sosiego. De poco me sirvió porque nada más entrar me encontré a esas dos putas departiendo animadamente con la pelirroja al borde de la piscina.

«Esto sí que no me lo esperaba», me dije cuándo, colgándose de mi cintura, María me presentó a Elizabeth diciendo que era la vecina que se acababa de mudar al chalet de al lado.

-Encantado- murmuré sin revelar que la conocía y aprovechando el calor que hacía, pregunté si no les apetecía darse un chapuzón.

-Yo, ya me iba- contestó la pelirroja recogiendo el bolso que había traído consigo.

-Por favor, quédate- comentó Lidia: -He preparado un guiso de mi patria y tenemos de sobra.

Rechazando la invitación, la norteamericana respondió que no podía porque tenía todavía cosas que desembalar. La morena aceptando la excusa no insistió y extendió la misma para el día siguiente, a lo que Elizabeth no se atrevió a rehusar y quedó en acompañarnos. Mientras la hispana la acompañaba a la puerta, María se acercó a mí y restregando su cuerpo contra el mío, me preguntó cómo me había ido el día.

-Nada importante que reseñar- respondí preocupado al sentir que mis hormonas reaccionaban a su arrumaco y que, bajo mi pantalón, crecía mi apetito.  

Mi erección no le pasó inadvertida y recreándose con sus dedos en mi entrepierna, la muy zorra musitó que ella también me había echado de menos y antes de darme tiempo de rechazar su ataque, se arrodilló ante mí liberando a la traidora.

– ¡Dios! ¡Cómo me pones! – exclamó al ver mi verga totalmente inhiesta y tomándola entre sus manos, la premió con un largo lametazo.

No quise ni pude dejar de caer en la tentación de sus labios y cuando abriendo los labios, se la metió en la boca decidí que no había nada malo en disfrutar de ese homenaje y sentándome en una silla, le pedí que se desnudara. La castaña no necesitó que se lo repitiera y dejando caer los tirantes de su vestido, lució su madura belleza ante mí. Juro que me sorprendió descubrir que tenía los pezones erizados, ya que eso era algo que no se podía controlar. Tras admitir que su excitación no era fingida y que por tanto era bisexual, separé las rodillas. Juro que pensé que al darle entrada iba a reiniciar la mamada, pero revelando la lujuria que la consumía, aprovechó para subirse a horcajadas sobre mí y empalarse.

-Llevo todo el día pensando en este momento- sollozó mientras notaba los pliegues de su vulva abriéndose para recoger en su interior la totalidad de mi tallo.

La humedad de su coño y la facilidad con la que le entró volvió a ratificar su calentura y clamando a los cuatro vientos lo mucho que deseaba ser usada, me rogó que le diese caña. Y vaya que se la di, levantándola en volandas, la coloqué sobre la mesa y actuando como un energúmeno, comencé a martillear su interior mientras exprimía sus voluminosos pechos. La madura no solo no se quejó del trato, sino que me azuzó a continuar mis embestidas comentando que tenía que castigarla porque había sido mala y que, aprovechando mi ausencia, se había acostado con mi princesa.

-No sabía que te gustaban tanto las mujeres- sin pizca de celos, respondí acelerando mis embestidas.  

Sin dejar de berrear y moviendo su pandero al ritmo en que la tomaba, replicó fuera de sí que nunca había estado con otra que no fuera ella. Algo en su tono, me hizo saber que no mentía y no queriendo descubrir que sabía la relación que mantenían, añadí que mientras me recibiera de esa forma al llegar a casa no me importaba compartirla con la hispana. Mi respuesta la volvió loca y sin pensar en otra cosa que disfrutar del momento, me imploró estar presente esa noche cuando la desvirgara.

-Lo único que voy a desvirgar será tu culo-murmuré molesto al escuchar que daba por sentado que haría mía a su amante.

Mi amenaza terminó de derrumbar sus defensas y pegando un alarido se corrió sobre la mesa. La profundidad y rapidez de su orgasmo me pilló desprevenido e impresionado seguí machacando su interior con mi estoque sin advertir que teníamos compañía.

-Si usted quiere, puedo preparar el ojete de su concubina para que no se lo desgarre- escuché a Lidia decir con voz excitada.

Al girarme hacia ella, descubrí que lejos de molestarle ver a su amante siendo tomada, estaba cachonda y que presa de su insana lujuria se estaba masturbando. Por un breve instante pensé en revelar lo que sabía, pero tras meditarlo decidí que no debía hacerlo porque con ello no ganaba nada y era más productivo mantener las apariencias.

-Lo pensaré, pero ahora vete a preparar la cena- rechazando su nada velada insinuación de querer participar, ordené.

El reproche que leí en su mirada me hizo reír y olvidándome de ella, busqué mi propio placer incrementando la velocidad y la profundidad de mis ataques consiguiendo con ello que María se viera inmersa de una serie de gozosos clímax que llegaron a su cima cuando mi verga explotó en su vagina.

-Te amo- la oí exclamar:  -y siempre lo haré.

Su hipocresía me indignó al saber que mentía y que realmente era la hispana de quien estaba enamorada. Pensando que la única forma de hacer que cometiera un desliz era confrontarla con la verdadera dueña de su corazón, decidí que a la primera oportunidad que tuviese iba a provocar que hicieran el amor conmigo de testigo y simulando unos sentimientos que no albergaba al sentirme traicionado por ella, susurré en su oído que yo también la amaba. Al oírme decirlo, algo se nubló en su mente y de improviso se echó a llorar.

– ¿Qué te ocurre? – alcancé a preguntar al ver que salía corriendo hacia la casa.

Sin saber dónde ir, María buscó a Lidia y junto a ella, salieron al jardín. Confieso que me quedé helado al escuchar sus sollozos y es que sin reparar en que podía oírlas a través de la ventana, le preguntó si estaban haciendo bien.

-Sí, mi amor. Ya falta menos- oí que Lidia le respondía.

Tuve que hacer un esfuerzo para no ir y exigir que me explicaran qué coño esperaban y sobre todo qué tenía que ver yo en sus planes, pero asumiendo que para saber la verdad tenía que aprovechar la debilidad que mostraba por mí la cincuentona, preferí echarme a la piscina con la esperanza que el agua fría me calmara. Desafortunadamente, de poco sirvió y tras media hora dando largos, lo único que conseguí fue cansarme y totalmente agotado, me fui a cambiar para la cena…

9

Ya vestido, al bajar al comedor, me topé con la novedad de verlas llevando sendos camisones, cuyo parecido no podía ser casualidad y recreando mi mirada en las curvas que dejaban entrever, pedí que me dieran de cenar. Actuando en sincronía, trajeron la comida y se sentaron una a mi izquierda y la otra a mi derecha, dejando de manifiesto que para ambas ellas eran iguales y que querían que las compartiera. Si de por sí eso era algo evidente, la hispana no tardó en ratificar mis sospechas cuando llenando mi copa de vino comentó que habían pensado que, a partir de esa noche, debíamos dormir los tres en la misma cama. Sin mostrar ninguna suspicacia, pregunté qué les había llevado a esa conclusión.

-Cariño- respondió María tomando la iniciativa: -Tu princesa se siente desplazada al no descansar con nosotros y aunque ya sé que no quieres hacerla tuya, he creído que no te importaría que, para que seamos felices, ella comparta con nosotros también esos momentos.

Sé que esperaban una negativa y por ello, respondí que me parecía bien, pero que en ese instante tenía hambre y solo podía pensar en comer.

-En serio… ¿me vas a dejar hacerlo? – descolocada preguntó la joven sin llegárselo a creer.

Acariciando su rostro con una de mis yemas, repliqué:

-Princesa, ya te expliqué que jamás te dejaría en la estacada y si para que estés contenta quieres dormir con dos viejos, no pondré ningún impedimento siempre que te comportes y no intentes sobrepasarte conmigo.

Sin asimilar la felicidad que intuí en sus ojos, lo que realmente me dejó anonadado fue observar que se le habían erizado las areolas bajo el tul del picardías y por ello, no me quedó otra que vaciar la copa de un solo trago al saber lo difícil que me sería vencer las ganas de desvirgarla esa noche.

-Prometo que solo lo abrazaré- replicó alternando la mirada con su amante mientras rellenaba mi vino.

No me extrañó que la que más contenta fuera la madura ya que, pegando a las dos aceras, para ella era un sueño tener a ambos a su disposición esa noche, pero he de reconocer que jamás preví que lanzándose a mis brazos buscara mis besos dándome las gracias por ser tan comprensivo con ellas.

-Tengo hambre- rehuí su contacto mientras recapacitaba si había hecho lo correcto al ceder tan fácilmente.

 Temiendo haber metido la pata, me dediqué a mojar bien el estupendo guiso que la hispana había preparado. De forma que al terminar de cenar había dado buena cuenta de al menos dos botellas y más borracho de lo que me hubiese gustado estar, comenté que las esperaría en el cuarto viendo una película. Ninguna de ellas puso objeción alguna y mientras se ocupaban de recoger la cena, subí a la habitación. Tal como les había anticipado, tras intentar infructuosamente ponerme el pijama, desistí y desnudo, busqué en la televisión algo que ver. La cantidad de vino que había ingerido en la velada provocó que me quedara dormido antes de que llegaran y entre sueños sentí que se acomodaban a mi lado. Supe que no llevaban ropa al sentir los pechos de ambas contra mi piel, pero estaba tan borracho y cansado que seguí durmiendo mientras notaba que comenzaban a acariciarme.

-Qué razón tenías cuando me hablabas de lo hombre que era- en voz baja murmuró la morena mientras recorría mi pecho con sus yemas.

-Ya te lo dije. A pesar de los años que pasaron, nunca conseguí olvidar sus besos- contestó con una ternura no exenta de sensualidad la que era su amante.

Inerme por el alcohol que había llevaba encima, no pude más que suspirar al notar que entre mis piernas mi sexo se levantaba e indefenso sentí que contrariando la palabra que me había dado, Lidia lo tomaba entre sus manos diciendo:

-Qué ganas tengo de sentir que se hunde en mí esta belleza y que tú estés a mi lado viéndolo.

-Pues imagínate yo, que antes de conocerte mi mayor deseo era que volver a ser suya- sonrojada reconoció María mientras colaboraba en mi violación acercando su boca a mi tallo.

La suavidad de sus labios elevó mi erección y muerta de risa, le comentó si no deseaba probar qué se sentía. La hispana no se lo pensó y sustituyendo a su amante, tímidamente comenzó a tantear con hacerme una mamada.

-Usa tu lengua y embadúrnala bien antes de metértela- ejerciendo de tutora, le aconsejó.

-Se dará cuenta de qué no eres tú- temerosa le arguyó mientras me daba un breve lametazo.

-Está demasiado borracho para percatarse del cambio y si por desgracia se percata, lo único que habrás hecho será anticipar lo que queremos.

Con los ojos cerrado, pero consciente de lo que ocurría entre mis piernas, estaba tan caliente que no me quejé cuando Lidia usó su lengua para recorrer mi glande siguiendo las indicaciones de su amante.

-No me puedo creer que lo estemos haciendo y menos que esté tan arrecha- sin alzar la voz musitó al tiempo que incrementaba su acoso introduciéndose unos centímetros la virilidad que mi sedienta garganta había puesto a su disposición antes de tiempo.

Cediendo a la invitación que llevaban inherentes sus palabras, María se levantó de la cama y mientras la morena iba tomando mayor confianza metiendo mi verga en su boca, le separó las rodillas y cayendo postrada entre sus piernas, comenzó a recorrer los pliegues de su amada.

-Vas a hacer que me corra- protestó esta al sentir los dientes de la madura apropiándose del botón de su sexo.

-Es lo que quiero, zorrita mía- sin dejar de mordisquearla musitó.

Impulsada por su propia calentura, sus dudas desaparecieron y abriendo los labios de par en par hundió mi estoque hasta el fondo de la garganta para acto seguido comenzar a follarme con su boca. Si no hubiese escuchado que era la primera vez que hacía una mamada, hubiese jurado que tenía experiencia cuando sin preocuparla ya que me despertara, se dedicó a masajear mis huevos mientras su amante incrementaba su lujuria mimando sus pliegues.

– ¡Por dios! ¡Me encanta! – suspiró al sentir que el placer se acumulaba entre sus piernas: – ¡Necesito sentirla dentro de mí y que me haga disfrutar como a ti!

– ¡Todavía no puedes! – exclamó María al ver que intentaba empalarse y tirándola de la cama con un empujón, fue ella la que en plan obseso se clavó mi verga.

La violencia de su asalto no me permitió seguir durmiendo y no queriendo descubrir que había sido consciente de todo lo sucedido, sonreí, Tras lo cual, aproveché que la hispana estaba todavía levantándose del suelo para decir si no le daba vergüenza ser tan puta teniendo de testigo a mi princesa.

– ¡Qué se joda! ¡Me tienes bruta y quiero que me folles! – replicó lanzándose al galope mientras Lidia la miraba llena de envidia.

Girándome hacia la joven, le recordé que tenía prohibido sobrepasarse conmigo y mordiendo los pezones de la cincuentona, le urgí a que me diera placer. Sintiendo a salvo su secreto, Maria no tuvo reparo alguno en soltar una carcajada y llena de alegría, usando mi polla como ariete, se dedicó a recochinearse de su amante diciendo que era ella la responsable de satisfacerme sexualmente y no mi princesa.

Con un cabreo de narices, por unos segundos, Lidia se quedó sin saber qué hacer. Pero entonces, recordando lo sucedido en la piscina, llegó hasta mí y acercando su boca a mi oído, me pidió permiso para preparar el culo de mi concubina.

-Todo tuyo – respondí ante la incredulidad y pasmo de mi ex compañera.

Con una sonrisa, la muchacha se agachó tras María y descargando un sonoro mandoble sobre las ancas de la mujer, le separó las nalgas y sin mayor dilación metió una de sus falanges en ese inmaculado hoyuelo. El berrido que pegó la madura al verse atacada por ambas entradas la hizo reír y contagiada de sus gritos comenzó a restregarse a su espalda mientras introducía otro segundo dedo en su interior. 

            – ¡Alberto! Dile algo, me va a romper- protestó María al sentir esa nueva invasión.

            Desternillado de risa, contesté:

            -Tienes razón- y dirigiéndome a la hispana, ordené que sumara otra yema.

-Mi señor, será un placer complacer sus deseos- rugió encantada la puñetera muchacha y sin hacer caso a los chillidos de su adorada, obedeció.

María se derrumbó sobre mí de dolor, pero eso no me amilanó y mientras Lidia seguía forzando el ano de la madura, aumenté aún más si cabe la velocidad de mis caderas haciendo que nuestra víctima se corriera sin remedio. Carcajeándose de ella, la cruel muchacha le recriminó su poca entereza e informándome que ya tenía el culo listo, me rogó que se lo rompiera diciendo:

-Ya que no quiere usted desvirgarme, que sea el trasero de su otra concubina.

No tengo empacho en decir que le hice caso y poniendo a María a cuatro patas sobre las sábanas, tomé posesión de su trasero con un doloroso arreón.

– ¡Cabrones! ¡Sois un par de cabrones! –aulló esta al sentir mi verga solazándose en sus intestinos, llena de sufrimiento, pero sin apartarse.

Su entrega me permitió comenzar a acuchillarla con rapidez y subyugado por la presión que este ejercía en mi miembro cada vez que la penetraba, no dije nada cuando abrazándome por detrás, Lidia me rogó que las amara. Sus duros y juveniles pechos clavándose en mi espalda me azuzaron a continuar y tomando la melena castaña de la madura, la usé como riendas a las que aferrarme mientras la montaba.

-Maldito, me estás matando, pero ¡me gusta! – exclamó la yegua que se había convertido a su jinete moviendo sus caderas al compás que este la marcaba.

Su exabrupto me dio alas y estrujando sus pechos, le reclamé si había hecho algo sobre la condición que le había puesto para venirse a vivir a casa.

-No sé qué me dices- aulló descompuesta al notar que todo su ser iba a colapsar y que no tardaría en correrse.

-Te recuerdo que quedaste en ir a un médico para quedarte embarazada- grité mientras descargaba otro azote sobre uno de sus cachetes.

 Todavía hoy en día no sé cuál fue la gota que derramó su placer, si esa ruda caricia o que insistiera en mi deseo de preñarla, pero lo cierto es que, colapsando entre mis piernas, María se vio imbuida en un orgasmo sin paragón y cayendo sobre el colchón, comenzó a retorcerse mientras me juraba que al día pediría cita en una clínica. Al hacerlo, mi pene se desprendió de ella y de pronto me vi insatisfecho. Sin otro coño a mi disposición que no fuera el de Lidia y como este me estaba vedado, me giré hacia ella con el arma en ristre comencé a masturbarme frente a su cara.

-Mi señor, ¿qué quiere que haga? – preguntó la joven al verme pajeando a escasos centímetros de su boca.

Soltando una carcajada, respondí:

-Abre tus labios y bébete la semilla que andas buscando que germine en ti, pero que nunca obtendrás.

 Confieso que mi intención había sido humillarla y que jamás pensé que aceptara, pero entonces con un extraño brillo en sus ojos se agachó y acercando su rostro a mi polla, esperó la explosión que se avecinaba con la boca totalmente abierta. El deseo que intuí en ella fue el acicate que me faltaba para dejarme llevar y no tardé más que unos momentos en llenar su garganta con mi semen. Ante mi sorpresa, la joven no empezó a tragar hasta que descargué toda mi producción láctea en ella y solo cuando intuyó que no iba a lanzar otra nueva andanada en ella, cerró sus labios y sus ojos para a continuación comenzar a deglutir lentamente mi esencia con una expresión casi beatifica en su rostro.

«¿A esta qué le ocurre?», me pregunté al ver que con los pitones erizados disfrutaba lo que en teoría había hecho para castigarla.

            Por eso me cogió con el pie cambiado cuando tras terminar de saborear mi regalo, Lidia me preguntó si eso significaba que a partir de ese momento pensaba premiarla de esa forma cuando cumpliera mis órdenes.

            -Eso depende de cómo esté de ánimo- repliqué al sentir que había fallado y que, en cierta manera, esa chavala se había salido con la suya.

Esa sensación se incrementó cuando sonriendo me soltó que por ahora eso le bastaba y que no dudara en usarla así, cada vez que quisiera.

-Esta noche cuando en mis sueños recuerde que mi dueño dio de beber a su princesa… ¡seré feliz!

Sabiendo que no tenía remedio, me tumbé en la cama y por primera vez dormí en compañía de esas dos lamentando a cada instante haberme dejado llevar por la lujuria.

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