Mis ensoñaciones se cortaron de cuajo cuando al aparcar el coche la descubrí llorando y mientras Lidia desaparecía hacia la casa, me quedé tratando de consolar a mi excompañera. Durante cerca de cinco minutos, no dejó de sollozar tapándose la cara con sus manos haciéndome temer por el resultado de esa noche. Sospechando que me iba a quedar a dos velas, le pedí que se tranquilizara al ver su angustia por si podía reconducir la velada y finalmente llevármela al huerto.

            -Yo no soy así- murmuró avergonzada al darse cuenta de su comportamiento y con tono angustiado, me rogó que la llevara de vuelta a la fiesta.

            Por su bien no podía llevarla en ese estado y por ello, le prometí acercarla cuando se hubiese sosegado. Al escuchar mi oferta, consiguió tranquilizarse y tomando su bolso, me preguntó si seguía en pie la copa. Saliendo del coche, abrí su puerta y con ella a mi lado pasé adentro donde la morena nos esperaba con el uniforme de criada puesto. A María se le desencajó la mandíbula al toparse con la joven vestida así y más cuando, directamente, nos comentó que había dejado en el salón una botella de cava para que los señores la abriésemos.

            -Muchas gracias, princesa- contesté usando el apelativo que tanto gustaba a esa extraña criatura y tomando de la cintura a mi amiga, la llevé hasta esa habitación.

            Lidia nos siguió y mientras me ocupaba de descorchar el espumoso, preparó el ambiente poniendo música, para a continuación postrarse de rodillas junto al sofá donde la mujer se había sentado. Esa actuación despertó las suspicacias de la cincuentona y escandalizada, preguntó a la hispana que tipo de relación tenía conmigo.

            -Soy la princesa de mi señor, una cachorrita que desinteresadamente mima y cuida- replicó sin mirarla.

            Con esa respuesta no se quedó satisfecha y girándose hacía mí, dio por sentado que la joven compartía mis sábanas:

            – ¿Desde cuándo te acuestas con ella?

            -Mi señor todavía no me ha concedido ese honor y por eso sigo siendo virgen- anticipándose, la aludida respondió por mí.

            Confieso que me quedé petrificado al oír que jamás había estado con nadie y preferí mantenerme callado mientras analizaba esa información. María en cambio no la creyó y se lo hizo saber a la muchacha.

            -No he mentido y puedo demostrárselo – contestó ésta y como si fuera su obligación hacerlo, tumbándose en el suelo, se abrió de piernas mientras con las manos separaba los pliegues de su vulva: -Fíjese, mantengo el virgo intacto.

            María no supo que decir al comprobar que no solo no llevaba bragas, sino que, haciendo gala de su inmaculado coño, le mostraba la tenue telilla de la que hablaba. Esa exhibición causó un terremoto en la cincuentona y con los pitones en punta, quiso conocer de primera mano los motivos por los que no me había acostado todavía con ella cuando era evidente la disposición de Lidia. Nuevamente no me dejó contestar y poniendo un puchero, la endiablada hispana replicó mientras se empezaba a despojar del uniforme:

            -Aunque usted no lo crea, su amigo considera que soy una niña y no me ve como mujer.

            Nada pude hacer para evitar que se desnudara y dejando caer su vestido, preguntó a mi conocida si ella pensaba también que era una cría. La belleza de su menudo cuerpo apabulló a María e instintivamente alargó la mano para tocar los diminutos pero inhiestos pechos de la criatura.

            -Eres preciosa- balbuceó impresionada mientras con las yemas los recorría.

Los pezones de la muchacha se erizaron ante esa caricia, pero no contenta con ello girándose puso a disposición de la cincuentona el trasero pidiendo su opinión sobre si le faltaba más chicha.

-Para nada, ojalá yo tuviese un culo tan perfecto- alcanzó a suspirar mientras lo devoraba con la mirada.

Por lógica ese piropo debía haber complacida a la hispana, pero echándose a llorar le pidió que no la mintiera porque su señor le había dicho en la fiesta que el mejor que había contemplado era el suyo.

-Niña, no es para tanto- protestó María mientras involuntariamente sus propias areolas se erizaban bajo su vestido.

– ¡Sí que lo es! – contesté mientras servía tres copas: -Siempre fuiste un sueño.

Mis palabras hicieron sonreír a la cincuentona y por eso Lidia la pilló con las defensas bajas cuando acercándose a ella, la rogó que se desnudara porque ella también quería ser testigo de su hermosura y antes de que pudiese hacerse la remolona, le bajó los tirantes dejando al aire sus voluminosos pechos.

-Alberto, tu princesa es muy traviesa- sorprendentemente, María rio en vez de enfadarse ya con el torso desnudo.

-Debe ser su naturaleza – respondí mientras le acercaba el cava y poniéndoselo en las manos, aproveché para dar un primer tiento a sus cantaros diciendo: -Sigues teniendo unas tetas cojonudas.

-Son maravillosas- añadió la jovencita mientras acercaba la boca a uno de sus botones.

Incapaz de rechazar esos labios, mi antiguo amor se quedó paralizada al sentir que la muchacha se ponía a mamar de ella como si fuera una bebé y totalmente colorada, acarició su melena mientras se quejaba de que nunca habían podido alimentar a un hijo:

-A mi señor no le importaría embarazarla, ya que él tampoco ha tenido descendencia- respondió la puñetera hispana mientras cambiaba de objetivo tomando el otro.

-Ya es tarde para ser madre- sollozó María al sentir los dientes de la cría torturando dulcemente su areola.

-No se preocupe. Si se queda a vivir en esta casa, cuando mi señor preñe a su princesa, el niño que engendre también será suyo- murmuró mientras la terminaba de despojar del vestido.

Ante tal oferta, no le importó su desnudez y mirándome a los ojos, me preguntó qué debía hacer para permanecer con nosotros. Por un momento, no supe que decir y tras comprobar que los años apenas habían hecho mella en ella y que su cuerpo seguía siendo el mismo que décadas atrás, conseguí mascullar que lo único que tenía que hacer era pedirlo.

María malinterpretó mis palabras y fijándose en el uniforme de Lidia, asumió que en el sexo me comportaba como un ser dominante, cayendo de rodillas ante mí:

-Señor, deseo que me admita como su sierva.

Aunque jamás había practicado ese rol, confieso que me excitó ver a mi antigua compañera desnuda y postrada sometiéndose a mis deseos. Mi propia calentura me hizo acercarme a ella y tomándola en brazos, la llevé hasta mi cuarto mientras Lidia recogía la botella y las copas y nos las llevaba. De haber pedido quedarse, sé que no me hubiera negado, pero sorprendiendo por enésima vez, tras rellenar las copas, la joven se despidió de nosotros deseándonos las buenas noches. Viéndola partir desde la cama, María extendió sus brazos pidiendo que me tumbara, pero entonces recordando el papel que me había adjudicado le exigí al contrario que fuese ella quién se levantara y me desnudara. Sus pezones reaccionaron a mi orden erizándose y temblando de deseo, se acercó y comenzó a desabrochar uno a uno los botones de mi camisa mientras me recreaba acariciando esas estupendas nalgas que el tiempo había respetado. 

-Perdone, si no sé cómo me debo comportar. Nunca he practicado la sumisión- susurró casi temblando al desnudar mi dorso.

No quise ni pude reconocer que mi caso era peor ya que además de ser también nuevo para mí, llevaba dos años sin estar con una mujer. Por eso, mantuve un mutismo al sentir sus prisas por despojarme del pantalón y solo cuando consiguió desembarazarse de él, la azucé a que se diera prisa en quitarme el calzón. Mi orden fue un obús bajo su línea de flotación y temblando como una quinceañera, delicadamente me lo bajó liberando mi pene de su encierro. No recuerdo una erección así y es que, al ver su cara de deseo, mi oxidado miembro recuperó las fuerzas de antaño adquiriendo un tamaño y una dureza inusitados.

-Es más grande de lo que recordaba- musitó impresionada al observarlo.

Su halago me puso la piel de gallina y no queriendo quedar mal en nuestro reencuentro, la tomé de la mano y la llevé de vuelta al colchón. Colchón donde rechacé sus labios y tumbándola sobre las sábanas, ordené que se quedara quieta al rememorar la fijación de esa mujer por llevar la voz cantante. Poco acostumbrada a recibir órdenes, María se sintió indefensa y su reacción fue intentar taparse, pero entonces endureciendo el tono de mi voz la insté a no moverse.

– ¿No sé si seré capaz si mi dueño no me ata? –  masculló mientras se abría de par en par para mí.

Asumiendo que su petición se debía a que deseaba explorar ese tipo de sexualidad, decidí complacerla y sacando del armario cuatro de mis corbatas, la inmovilicé anudándolas a sus muñecas y a sus tobillos. La curiosidad incrementó su deseo y sintiéndose ya cautiva en mis manos, se atrevió a reconocer lo bruta que le había puesto en el festejó ver las bragas de mi acompañante en el bolsillo de mi chaqueta.

Al recordarme a Lidia, decidí matar dos pájaros de un tiro y en vez de abalanzarme sobre ella, la dejé sola y fui al cuarto de la hispana. Allí, me encontré que le había dado tiempo de ponerse un camisón y sin decirle nada, la cogí de la melena y la llevé a rastras de vuelta al cuarto, haciendo oídos sordos de sus protestas. Ya en mi habitación exigí a ella, que era la causante de que María estuviera en la casa, que se sentara en una silla frente a la cama y observara lo que nunca tendría. Su sonrisa fue reveladora y dando por bueno el papel que le había asignado, me rogó que le enseñara lo zorra podía llegar a ser una española.

Desde la cama, la cincuentona incrementó la presión que para entonces sentía, respondiéndola que sería lo puta y dispuesta que su amo deseara. Cayendo en la responsabilidad que voluntariamente había puesto sobre mis hombros y que de mi desempeño en las siguientes horas dependía no solo satisfacer a la atractiva hembra que permanecía a mi merced, sino también mi prestigio ante una chiquilla que me veía como su mentor, decidí tomármelo con calma y sentándome en la cama, comencé a valorar en voz alta a mi cautiva:

-Para haber cumplido ya medio siglo, tengo que reconocer que apenas tienes arrugas y que te conservar bien- dejé caer acariciando sus mejillas.

Al sentir mis yemas recorriendo su cara, María suspiró y por instinto, separó más si cabe sus rodillas. Riendo en el interior de mi cerebro, deslicé los dedos por su cuello recreándome en sus hombros antes de atacar los suculentos atributos que había visto disfrutar a la latina. Ya cerca de sus pechos, observé que los pezones de la cincuentona esperaban ansiosos mis caricias y mientras me apoderaba de ellos con la boca, se me ocurrió amenazarla con que si quería formar parte de mi futuro debía de someterse a un tratamiento de fertilidad. Mi exigencia la hizo sollozar y mientras su cuerpo entraba en ebullición, la alerté de que lo mucho que deseaba probar leche que manara de sus pechos, mientras introducía el primero de ellos entre mis labios.

   – ¡Me encantaría tener un hijo que se criara junto al de su princesa! – todavía de usted, exclamó mientras se retorcía sobre la cama.

Lidia, que hasta entonces se había mantenido muda, contestó que a ella también le gustaría. Al ir a recriminárselo, me percaté de su calentura al observar a través de su camisón el desmesurado tamaño que habían adquirido sus pezones y preso del personaje que estaba representando, la exigí que se tocara para nosotros. Supe que eso era algo que deseaba cuando ese ángel del infierno no dudó en complacerme y separando los muslos, sonrió. Extrañamente satisfecho, esperé a que metiera los dedos dentro de su ropa interior, para tomando de la melena a mi cautiva hacerle ver que la joven no solo estaba siendo testigo de su entrega, sino que estaba disfrutando.

Con la cabeza levantada por mí, María gimió al ver que la hispana se pellizcaba los pechos mientras hundía un dedo en el interior de su vulva y entonces demostrando que interiormente deseaba satisfacer todos mis deseos, recriminó a la morena que fuera tan insensata ya que, si no tenía cuidado, podía involuntariamente desgarrar su preciada telilla.

-Debe ser nuestro amo quien te desvirgue- chilló descompuesta demostrando así, no solo que se sentía mía, sino que velaba por mis intereses al no querer que la hispana me despojara del derecho a que fuera mi pene el que mandara al olvido su virginidad. Avergonzada la joven sacó la yema de su interior, pero lejos de mantenerse inmóvil, comenzó a torturar con fiereza el botón que escondía entre las piernas mientras, sobre la cama, premiaba la dedicación de la cincuentona mordiendo sus labios.

El gemido que surgió de su garganta al experimentar ese rudo cariño por mi parte me hizo continuar y deslizándome por su cuerpo, me quedé a las puertas de su poblado tesoro.

-Me encanta que no hayas caído en la moda de rasurártelo, pero mañana deberás recortarlo y solo dejarte un pequeño mechón- comenté mientas separaba parte de los vellos que lo ocultaban ante mis ojos.

-Necesito que me folles, llevo años sin sentir esto- aulló al notar que con la lengua le daba un primer lametazo.

Escuchar que mi compañera compartía mi situación, me tranquilizó y ya sintiéndome su dueño, decidí presionar la lujuria que la embargaba pidiendo a Lidia que fuera al baño y me trajera crema de afeitar y una cuchilla. De inmediato, la chavala se levantó y fue por ellos. Al volver quiso dármelos, pero entonces exigí que fuera ella quien se lo afeitara, haciéndole hincapié en que salvara de la quema una pequeña porción de esa selva.

– ¿Le parece bien que lo recorte dejando en el coño de su zorrita una flecha que le señale el camino cuando decida hacer uso de ella? – con una pecaminosa sonrisa en el rostro, preguntó la chiquilla.

-Me parece perfecto- repliqué y cediéndole el lugar, tomé asiento en la silla que había dejado libre.

He de confesar que nunca esperé que María se corriera al sentir que la hispana extendía la crema por su sexo y menos que la susodicha la castigara con sendos pellizcos en sus areolas mientras le gritaba que no se moviera, no fuera a cortarla.  Ese castigo aceleró su entrega y bramando como la hembra en celo que se había convertido, sus caderas siguieron moviéndose al ritmo que le marcaba el placer.

-Mi señor, su concubina no para de moverse- protestó Lidia temerosa de dañar mi preciada posesión.

Riendo aconsejé que, antes de seguir, la liberara de la presión que sentía. Entendiendo mis deseos, Lidia usó la crema para masturbarla pensando que con ello mi cautiva se calmaría. Lo que nunca previmos ni ella ni yo fue que producto de esos renovados mimos el coño de María se convirtiera en un géiser y que con una fuerza que nunca había observado en una mujer, brotara un chorro de flujo que impactó contra la morena. Muerta de risa, al sentir esa calidez cayendo por su cara, Lidia preguntó qué hacer:

-Déjale que disfrute de tus dedos antes de continuar- contesté obnubilado viendo el manantial en que se había convertido la vulva de mi ex compañera.

Obedeciendo mi orden, durante cinco minutos, torturó la femineidad de nuestra cautiva hasta que después de innumerables orgasmos, la cincuentona cayó en una especie de trance quedando como ausente. Trance que la hispana aprovechó para rasurarla. Tras lo cual, mirándome a los ojos, me preguntó si estaba contento con su desempeño.

-Mucho, princesa- repliqué y mostrándole el camino hacia su cuarto, le deseé las buenas noches con la intención de hacerle ver que entre ella y yo nunca habría nada.

Curiosamente, la joven no mostró enfado alguno al ser echada de la habitación tan bruscamente y mostrando una extraña alegría, me informó que a la hora acostumbrada volvería a prepararme el baño. Viendo el reloj y la mujer que descansaba sobre mi cama, la informé que al día siguiente me tomaría la mañana libre y que por tanto no me bañaría hasta las diez. Que por primera vez no rechazara de antemano esa rutina la hizo feliz y despidiéndose desde la puerta, me dejó solo con María. Para entonces, mi compañera se había recuperado del placer que Lidia le había infringido y con una mirada expectante, me preguntó si por fin iba a poseerla y cómo. La expresión de sus ojos y la timidez que mostraba cuando minutos antes había permitido que fuera testigo de su desliz lésbico me perturbó y no sabiendo qué decir ni lo que hacer, lo primero fue liberarla de sus ataduras.

-Debes de pensar que soy una zorra, pero te juro que nunca pensé que esta noche terminaría así- murmuró con las mejillas coloradas al sentir que desataba sus muñecas.

El tono asustado de su voz me alertó y en vez de lanzarme sobre ella, preferí tumbarme a su lado y abrazarla mientras le pedía que me explicara que había sido de su vida en los años que no nos habíamos visto.

-Nunca me casé- musitó desconsolada al sentir mis manos acariciándola.

Que contestara eso en vez de comentar a qué se dedicaba, me hizo extremar mis precauciones y sin dejar que se apartara de mí, recorrí su trasero mientras le susurraba al oído que no comprendía que siendo tan bella nunca hubiese conocido un hombre con el que formar un hogar.

-Nunca fue esa mi prioridad. Preferí dedicar mis energías a cumplir otros sueños- contestó mientras inconscientemente restregaba su vulva contra uno de mis muslos.

La tristeza de su tono me alertó de que esa mujer necesitaba desahogarse antes que un polvo. Tomando las copas que Lidia había dejado en la mesilla, le di la suya mientras pedía que me contara a qué sueños se refería. Jamás supuse que, tomando entre las manos, mi ex compañera me informara que durante veinticinco años había estado trabajando en una ONG y menos que llorando, me dijera que sentía qué había perdido la vida por una causa perdida.

-Nunca he considerado que trabajar para los demás sea una pérdida de tiempo- comenté recorriendo su mejilla con mis dedos: -Es más, eso es algo de lo que deberías estar orgullosa.

-Eso me dicen, pero ya no me llena. A mi edad, deseo una familia que nunca podré tener, un hogar en el que vivir que no dispongo y una pareja que me quiera que no conozco- incrementando su llanto contestó.

El dolor que la corroía me azuzó a consolarla y cerrando su boca con la mía, le susurré que descansara y que al día siguiente podría explicarme lo que le había sucedido mientras desayunábamos.

– ¿No me vas a hacer el amor? – preguntó preocupada al sentir un rechazo que no existía.

-Eso es exactamente lo que te estoy haciendo- respondí riendo mientras con mis brazos la atraía hacia mí: -Necesitas un pecho donde dormir y no un combate cuerpo a cuerpo.

Levantando su mirada, asintió y mientras me deseaba buenas noches, observé en su cara una rara pero elocuente alegría…

7

La sensación de tener una mujer desnuda junto a mí era algo al que no estaba habituado y por ello, tardé en conciliar el sueño mientras recapacitaba sobre los acontecimientos que la habían llevado hasta ahí. Aunque por una parte me sentía eufórico al notar su piel contra mi pecho, no podía dejar de pensar en lo raro que era que tras décadas sin verla María terminara en mi cama tras haber protagonizado un duelo de caricias con la joven que había acogido y que tanto me preocupaba. El recuerdo de sus gemidos al disfrutar las caricias de Lidia hizo más difícil todavía que descansara y varias veces pensé en despertarla para recuperar el tiempo perdido. Solo la placidez de su rostro durmiendo me impidió hacerlo y poco a poco me quedé dormido.

            La calentura que me embargaba provocó que en mi sueño la viera tomando mi pene entre sus manos y que, sin pedirme opinión, lentamente soñara que esa mujer se ponía a pajearme mientras me susurraba lo mucho que me deseaba. En mi mente, sus yemas se acomodaron a mi extensión y una vez la tenía bien asida, comenzó a subir y bajar su mano mientras ponía sus pechos en mi boca. Juro que estaba tan dormido que tardé en reconocer que los pezones que mordía eran reales y que los gemidos que poblaban mi cerebro eran suyos y no producto de mi imaginación. Ya parcialmente despierto, la visión de esos senos grandes y bien formados, en los que la gravedad no había desgraciado, me terminó de excitar y preocupado pregunté si estaba segura de lo que estaba haciendo mientras recreaba la mirada en la dureza y tamaño de sus pechos.  

Sonriendo, se dejó caer apuñalando su intimidad con mi erección. La lentitud con la que se la embutió me permitió disfrutar del modo en que sus pliegues se ensanchaban para darla cobijo. Tras haber conseguido que mi miembro desapareciera en su interior, contestó:

-Quiero y deseo ser tuya.

La seguridad de su voz despejó mis dudas y llevando mis manos a su trasero, la icé brevemente para acto seguido dejarla caer. Su propia excitación hizo el resto y comprendí lo necesitaba que estaba esa dama, cuando mi pene resbaló con facilidad clavándose contra la pared de su vagina.

– ¡Por dios! – suspiró emocionada al sentir su interior invadido y sin que se lo tuviera que pedir, comenzó a cabalgarme mientras chillaba de placer.

No me importó que fuera ella quien llevara el ritmo ya que, tras tanta sequía, mi cuerpo estaba disfrutando de ese loco galope y quizás también por ello, me sorprendió que de improviso María se corriera cuando apenas habíamos empezado.

-Más rápido- gritó embebida de pasión al experimentar el placer tanto tiempo olvidado.

Impulsado por su entrega, vi necesario tratar de calmarla y con un duro azote en su trasero, quise hacerla ver que ella no era la que mandaba. Como no me hizo caso, a esa nalgada le siguió otra, pero lejos de apaciguar su deseo lo fustigó y aullando como una loba, me rogó que no parara. Al darme cuenta que la excitaba ser usada de esa forma, me volví loco y levantándola en volandas, la coloqué a cuatro patas sobre la cama, para a continuación volver a hundir mi estoque en ella.

-Mi señor- chilló alborozada al notar mis embates y con lágrimas de felicidad en sus ojos, nuevamente me pidió que la hiciera mía.

Con la respiración entrecortada, le respondí que ya era mía y tomándola de la cintura, seguí empalándola con un ritmo frenético que la hizo bramar de gozo. Mi prudencia despareció para no volver en cuanto sentí como se deshacía entre mis piernas y colocando mis manos en sus hombros, forzando sus caderas, empecé a apuñalarla con mi pene. Al percatarse quizá que, por primera vez en su vida, no mandaba entre las sábanas y que ella era la víctima, intentó protestar, pero no le di opción al marcarle un compás casi infernal.  Y tras quejarse de la virulencia de mis embestidas, gimió desesperada al percibir que bajo mi mando su cuerpo se retorcía de placer, pidiéndome más.

Tomando sus pechos entre mis manos, se los estrujé acelerando más si cabe la velocidad de mis ataques hasta que, totalmente subyugada por mí, me imploró que me derramara en ella. Que intentara retomar el mando, me cabreó y mientras pellizcaba sus pezones, susurré en su oído que al terminar volvería a atarla para que por la mañana Lidia la violara. Mi amenaza no cumplió su objetivo al darme cuenta que cuanto más bestial me comportaba, María más incrementaba su calentura.

Entregado a mi papel, recordé lo que había leído sobre la anoxia y que en esa práctica la ausencia de oxigeno acentuaba el placer. Como mi ex nunca me había permitido probar su efecto no le dije lo que iba a hacer cuando cerré las manos alrededor de su cuello. Como no podía ser de otra forma, María intentó zafarse de mi acoso. Sabiendo que una vez había empezado debía de terminar, no le permití huir y manteniendo el ritmo de mis caderas, comprobé que su tez se estaba amoratando por la ausencia de aire.

Ya totalmente aterrada, buscó liberarse y cuando ya preveía que iba a morir estrangulada, notó como su cuerpo reaccionaba y que el placer reptaba por su piel, consumiéndola. Su espalda, totalmente encorvada, se retorcía buscando profundizar en el abismo que la dominaba mientras de su cueva emergía como un riachuelo el resultado de su deseo. Al desplomarse sobre la cama, la solté dejándola respirar y fue entonces cuando el aire al entrar en sus pulmones, lejos de calmarla, maximizó su orgasmo y girándose se abrazó a mí con sus piernas mientras lloraba pidiéndome perdón.

– ¿Por qué te tengo que perdonar? – respondí mientras regaba con mi simiente su interior.

Sus ojos repletos de lágrimas me hicieron saber que sabía que a partir de entonces iba a ser adicta a mis caricias y premiándola con un beso, susurré en su oído que al día siguiente debía mudarse a mi casa.

– ¿Me lo dices en serio? ¿No me engañas? – musitó llena de esperanza.

Soltando una larga carcajada, respondí:

-Según recuerdo, hace unas horas me dijiste que deseabas un hogar en el que vivir y una pareja a la que cuidar.

Para mi sorpresa, la castaña malinterpretó mis palabras y acurrucándose a mi lado, me prometió que cuidaría tanto de mí como de Lidia. Al darme cuenta que había tomado al pie de la letra lo de “pareja”, sonreí y volviendo a posar la cabeza en la almohada, repliqué:

-No era a lo que me refería, pero si deseas atender también de ella no pondré ningún impedimento.

  Sonrojada al percatarse de su error, me reconoció que la hispana la atraía y que, si a mí no me importaba, ella se ocuparía de satisfacer las necesidades de mi princesa mientras yo no lo hiciera. Muerto de risa, cerré los ojos y seguí durmiendo con el convencimiento de que teniéndola a ella tanto las penurias de la joven como las mías eran ya parte del pasado.

 -Nunca debí dejar que Raquel te separara de mí- escuché que me decía al abrazarme.

Eran cerca de las diez cuando desperté y descubrí que estaba solo. Reconozco que asumí que su ausencia se debía a que había decidido empezar el día entre los brazos de la hispana, me levanté de la cama un tanto molesto para beber un vaso de agua. Antes de entrar a la cocina, las escuché hablar y en vez de hacer notar mi presencia, me quedé escuchando su conversación. Así me enteré que María le estaba contando con detalle el placer que había sentido y mi propuesta de que se viniera a vivir a la casa. Lo que confieso que me sorprendió fue que la cincuentona le estuviera pidiendo permiso y que reconociera que, si la muchacha no la aceptaba ahí, rehusaría a trasladar sus cosas a pesar de lo mucho que le apetecía.

            -Sé que tú eres su princesa y que sin tu ayuda nunca hubiera podido despertar entre sus sábanas. Sé cuál es mi lugar y que debías ser tú quién hubiera disfrutado de sus caricias y no yo – comentó al ver que la cría no respondía, temiendo quizás que ella la rechazara.  

            Con la ternura de las mujeres de su país, contestó:

– Llegará un día en que dormiré en su cama y cuando lo haga quiero que tú también estés en ella. Por ahora, el único placer que Alberto me da es permitir que le bañe y no debo hacerle esperar.

Al oírla, retrocedí y volví a la habitación para que ninguna de las dos supiera que les había escuchado. Por eso cuando a los cinco minutos, oí el jacuzzi llenándose hice como si todavía estuviera dormido y tuvo que llegar a teóricamente despertarme. Abriendo los ojos, observé que María estaba a su lado. Me sorprendió el amor que desprendían sus miradas y con el corazón encogido, reparé que en mi interior yo albergaba unos sentimientos por ambas. No sabiendo exactamente en qué consistían, si era cariño o solo encoñamiento, dejé que entre las dos me llevaran al baño y que me metieran en la bañera. La devoción con la que compartieron ese momento y la ausencia de celos entre ellas, incrementó mi rubor cuando Lidia comenzó a enjabonarme ante la cincuentona.

-Mi señor, la zorra de su concubina debió sacar sus garras anoche. Tiene la espalda llena de arañazos- musitó feliz la chavala mientras mi ex compañera de estudios se ponía colorada.

Desternillado de risa, miré a María y haciendo participe a Lidia del compromiso que ésta había adquirido conmigo, respondí:

-Princesa, no es mi concubina sino la nuestra. Esa que llamas mi zorra me ha prometido velar de que no te falte nada sexualmente mientras encuentras un hombre que te mime.

En vez de congratularse con esa promesa, la hispana rugió molesta:

-Yo ya tengo un hombre que me cuida y es usted.

-Entonces, ¿la rechazas? – pregunté sonriendo.

-No, mi señor. Aceptaré sus caricias mientras usted no se decide a hacerme suya- replicó pasando delicadamente la esponja por mi entrepierna.

Como no podía ser de otro modo, mi corazón se puso a bombear sangre hacia mi verga al sentir sus mimos mientras la diablesa sonreía. Decidido a darle un motivo de quejarse, llamé a María y metiéndola vestida en la tina, pedí a la joven que también la bañara.

-Putita, ¿te puedes desnudar o deseas que tu dueña sea quien lo haga? – llevando las manos a los tirantes del vestido de la cincuentona preguntó la cría.

Su descaro al ejercer de dominante cuando conmigo era sumisa me hizo reír y colaborando con ella, empeloté a la castaña. María no sabía dónde meterse al notar el tamaño que habían adquirido sus pezones al decir que también era suya y por eso tímidamente intentó tapárselos con las manos. Esa maniobra resultó funesta ya que, al tener ambas palmas ocupadas, la castaña nada pudo hacer cuando Lidia comenzó a restregar la esponja entre sus pliegues diciendo:

-Zorra, se nota que mi señor dio buen uso de tu coño. Lo tienes rojo de tanto roce.

El gemido que salió de la garganta de la cincuentona me impulsó a ser más osado y dejándola caer sobre mi trabuco, la empalé.

-No te he dicho que pares de enjabonarla- exigí a la hispana.

Bajo su uniforme de criado sus pitones crecieron exponencialmente al oír mi orden y más excitada de lo que le hubiese gustado reconocer pellizcó los pechos de su competidora mientras maldecía entre dientes su suerte.

-Desde ahí te resultara imposible, desnúdate y metete en la bañera.

La alegría que demostró al escuchar mi deseo no le impidió obedecer y con la esperanza tiñendo su rostro, comenzó a desabotonar su uniforme mientras, comprendiendo su calentura, tanto la castaña como yo disfrutábamos de su inesperado striptease. La belleza de sus juveniles atributos exacerbó nuestros sentidos y mientras por mi parte volvía a ensartarla con rapidez, María babeó deseando apropiarse de ellos.

– ¿Qué esperas para mamar de mis pechos? – protestó enérgicamente la puñetera cría al ver que la cincuentona no se lanzaba sobre ellos.

-Lo siento, señora. ¡No sé en qué estaba pensando! – se disculpó la mujer mientras acercaba su boca.

Que nuevamente ejerciera de dominante, me excitó y por ello no objeté nada cuando restregándose contra ella, Lidia se subió sobre mis muslos diciendo:

-Mi señor, fóllese a su concubina mientras disfruto de ella.

Me quedó claro que la verdadera intención de la hispana era sentir que la amaba, aunque fuera a través de la cincuentona y como en teoría con ello no rompía la promesa de no poseerla, accedí a que María comenzara a cabalgar sobre mí con la cría montada en su espalda. El morbo que experimenté al hacer uso de ella mientras eran los gemidos de la morena los que llegaban a mis oídos me resultó, además de novedoso, sublime y por ello no dije nada cuando vi que juntaban sus labios y se besaban con pasión.

«Menudo par de putas», exclamé para mí al notar la entrega con la que se comían los morros y descojonado seguí poseyendo a mi compañera mientras seguía firme en mi decisión de hacer ver a la joven que nunca tomaría posesión de ella.

Lo que jamás preví fue que la primera en correrse fuera la susodicha y menos que con una felicidad desbordante comenzara a pronunciar mi nombre mientras lo hacía. Comprendiendo que había cometido un fallo del que no tardaría en arrepentirme seguí amándola a través de María al ser incapaz de parar. Por eso fui partícipe y testigo de la brutalidad de su orgasmo sin haberla siquiera tocado y aterrorizado asumí lo mucho que me apetecía hundirme en ella.

Afortunadamente, esas sensaciones nunca sentidas la desarbolaron por completo y haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedaban, Lidia se separó de nosotros dándome las gracias.

– ¿Gracias? ¿Por qué? Yo no he hecho nada- protesté.

-No, mi señor. Por su puesto que lo ha hecho. Me ha regalado un anticipo del cariño que disfrutaré a su lado- contestó y saliendo de la bañera, me lanzó un beso desde la puerta.

La cincuentona esperó a que desapareciera del baño para intervenir y todavía con mi verga en su interior, me rogó que no fuera tan duro con ella cuando el único pecado que había cometido la chiquilla era enamorarse de mí.

-Yo no tengo la culpa de que esté loca- me quejé y sin ganas de seguir con ese escarceo, salí del jacuzzi enfurruñado.

Insatisfecha pero contenta, María me siguió a la habitación y tumbándose en la cama, observó cómo me vestía. Al ver mis dificultades con la corbata, se levantó y acercándose a mí lado, me la anudó ella mientras preguntaba si seguía vigente la oferta de irse a vivir con nosotros.

-Por supuesto- respondí dejándola sola en el cuarto, añadí: -Eres el único parapeto que tengo para que esa perturbada no se meta en mi cama…

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