A la mañana siguiente comenzaron a presenciarse los primeros inconvenientes de viajar, tantas mujeres, en una relativamente pequeña embarcación. Una de las desventajas era la escasez del agua que solo permitía un baño no muy riguroso y las tareas de higiene más básicas. Esto no fue una buena noticia para las jovencitas, acostumbradas a los baños en tinas. Otro de los inconvenientes era el calor que, durante el día, se generalizaba en ambas embarcaciones.
Para Kimberly, Gina, Tiffany, Susan y Kayla no había mucho problema pues sus prendas, pantalones y camisas cortas, eran mucho más frescas que los brumosos y elegantes vestidos del resto de las tripulantes. Sin mayor opción, las chicas decidieron utilizar, durante las horas de calor, vestidos muy ligeros, pantalones de telas delgadas o simplemente batas para dormir. Al inició fue un tanto difícil perder el glamour pero el hecho de que solo hubiese mujeres durante aquel viaje volvió relativamente sencillo llevarlo a cabo.
Paula y Sandy, las hijas de la norteamericana millonaria, Miss Jennifer, habían pasado toda la noche en vela platicando de mil temas con las hindues: Mary y Lucy, como se les había nombrado en lugar de sus, algo complejos, nombres indios. Mary y Jenny eran gemelas, tenían tan solo dieciocho años pero se comportaban con la rigurosa educación de las mujeres de la alta sociedad inglesa. No obstante, habían vivido en la India durante sus primeros catorce años de vida y, por lo tanto, no olvidaban sus tradiciones y su cultura natal. Paula y Sandy, por otro lado, eran dos jovencitas impregnadas con el mismo espíritu aventurero de su madre y la oportunidad de conocer a dos hermosas chicas indias les pareció digna del mayor de los intereses.
Las cuatro chicas habían estado despiertas hasta altas horas de la noche, habían hablado de todo pero el principal tema terminó siendo la manera en que los hindúes veían al erotismo; las gemelas contestaron que había varias interpretaciones, la más común estaba tan llena de tabúes como la cultura occidental pero había otras formas de vida entre la vasta cultura india entre las que destacaba el kamasutra. Las norteamericanas, ávidas lectoras, no desconocían lo que significaba aquello pero les pareció tan interesante que preguntaron por los detalles. “Quienes practican el sexo libre – comentó Lucy – saben de la enorme libertad y placer que un hombre puede provocarle a una mujer, o a otro hombre; o como dos mujeres pueden llegarse a darse todo el placer”. La conversación pareció bloquearse al tocarse el prohibidísimo tema del lesbianismo, al punto que las gemelas notaron la incomodidad de las occidentales y prefirieron marcharse a su recamara con la explicación de que tenían mucho sueño. No obstante, a pesar de que se habían ido, las norteamericanas quedaron pasmadas con aquella idea del sexo entre mujeres, especialmente la menor, Paula, que no lograba, ni con todos sus conocimientos de anatomía, como aquello podía ser posible.
De modo que la curiosidad hizo presa de la mente de las occidentales que a la mañana siguiente lo primero que les vino a la mente fue aquello. Las chicas indias habían terminado de almorzar y escuchaban algunas indicaciones de su patrona, la Baronesa Michelle, y al terminar sus tareas fueron a platicar con normalidad con sus amigas estadounidenses. La plática comenzó con temas irrelevantes hasta que fue Paula quien se armó de valor para preguntar sobre aquello que la tenía tan interesada: ¿cómo es el sexo entre mujeres? Sin embargo, las norteamericanas se llevaron una decepcionante y hueca respuesta: “con besos y caricias – respondió Lucy sin mucho afán – es algo que viene en algunas versiones del kamasutra”. Las norteamericanas no se atrevieron a indagar más en el asunto y se quedaron con las mismas o más dudas.
Dos horas después había comenzado una comida y reunión sobre el yate grande y las tripulantes del yate de provisiones abordaron el yate mayor para participar en el convivio. Ambos yates se anclaron aprovechando el oleaje tranquilo. Las cuatro tripulantes del Little Girl llegaron en una pequeña barcaza y se unieron al convivio, Kimberly estaba encantada con aquella extraña combinación de la aventura y la elegancia. Apenas llegaron al barco, las dos parejas de hermanas subieron a la barcaza.
– Señorita Tiffany – exclamó Sandy – por favor, déjenos usar un momento su barcaza.
Tiffany aceptó, estaba de muy buen humor aquella mañana, las cuatro chicas subieron a la barcaza y comenzaron a remar; las gemelas propusieron el reto de llegar al Little Girl y de inmediato las cuatro comenzaron a remar con todas sus fuerzas. Tardaron casi cinco minutos en llegar y, bastante agotadas, subieron y cayeron rendidas sobre la popa del yate. Caminaron a la proa, donde había más sombra, y se sentaron a descansar. Volvieron a platicar, pero esta vez sobre cómo eran los Estados Unidos. Sandy, la mayor, dominó la conversación y felizmente comenzó a explayar todo lo que sabía sobre su país.
A Paula le aburría todo aquello y mejor se puso a recorrer el yate, seguida de Lucy. Mientras Sandy y Mary conversaban, las otras dos subían a la cabina de mando, revisaban los almacenes y entraron a la recamara del yate. Adentro era muy diferente al Women, que era mucho más amplio y elegante. Tenía solo tres camastros y tenia aire de buque pesquero. Paula revisaba todo con curiosidad mientras Lucy la miraba.
– Paula – dijo Lucy de pronto – perdón por el atrevimiento, pero, ¿les molestó la conversación sobre lo del…kamasutra?
– No, para nada – respondió un tanto consternada Paula – es solo que, jama habíamos escuchado sobre eso, al menos no de la manera en que lo describiste.
– Entiendo.
– Aun me quedó la duda sobre, tú sabes, el sexo entre mujeres.
Lucy soltó una risa, le parecía un tanto divertido la inocencia y el escándalo de la estadounidense, Paula estaba un tanto tensa pero la dulzura de Lucy le tranquilizó.
– ¿Con que duda te quedaste? – pregunto Lucy, acercándose lentamente a su amiga.
– No muchas, quizás solo la manera en que se consigue el placer por ese medio, supongo que de alguna forma debe incluir el kamasutra.
– ¡Oh si!, lo incluye. ¿No te gustaría saber cómo es en la práctica?
Paula se ruborizó inmediatamente, pensó en salir ofendida de ahí pero algo le indicaba que lo mejor era quedarse inmóvil. Quiso sentirse ofendida pero no podía lograr enojarse dada su propia curiosidad. Volteó hacia todos lados y se pregunto por qué Lucy le había dicho aquello. Quedo tan consternada que ni siquiera se dio cuenta cuando la chica hindú se apoderó de sus tiernos pechos y con una sospechosa habilidad los sobó y acarició de tal manera que Paula no pudo más que sucumbir a un placer que la dejó indefensa aun cuando una de las manos de Lucy comenzaban a desabrochar los botones de su vestido; dejando entrar un aire frio sobre la espalda de la joven rubia, más grande fue su inquietud cuando sintió la mano de la hindú sobre su espalda bajando hasta llegar a sus nalgas cubiertas por la bombacha hasta las rodillas que en aquella época era usada como ropa interior. Paula comenzó a sentirse perturbadoramente incomoda y esto lo comprendió Lucy, de modo que decidió acelerar aquello; abrazó fuertemente a la rubia y le estampó un beso en la boca a una Paula que, o no pudo o no quiso, no puso más resistencia.
Fue un beso suave, dulce, pero firme; que Paula interpretó como algo indebido pero tan atractivo, tan distinto, que admitió su derrota y se entregó por completo a todos los placeres que Lucy pudiera enseñarle. Los besos de la hindú guiaban a los torpes labios de la rubia; sus manos apretujaban las nalgas de Paula mientras esta misma se retiraba su vestido y comenzaba a deshacerse también del de su nueva amante. A los diez minutos ambas estaban en bombachas, también las manos de Paula habían aprendido a recorrer a través del místico cuerpo de su acompañante. Separó sus labios de Lucy por un momento y preguntó, casi sin aliento:
– ¿Es así? ¿Así se hace el amor entre mujeres?
– No – respondió sonriente Lucy – apenas vamos como a la mitad.
Paula no supo que pensar y sus labios se estamparon en los de Lucy de manera automática. Sus manos acariciaban el cuerpo de la hindú con una pasión y una fuerza que parecía haberse acumulado por años. Disfrutaba como los dedos de Lucy tocaban y estrujaban sus nalgas; de pronto su mente se detuvo en un pensamiento que le llego de golpe: su entrepierna se había humedecido; estaba excitada.
Su curiosidad despertó y una pregunta le pasó dando vueltas por la cabeza: ¿estaba excitada Lucy también? No quería preguntarle pero tampoco quería quedarse con la duda así que, cegada o impulsada por el contexto de morbo del que era presa en ese momento, dirigió su mano al vientre de la hindú y, atravesando fácilmente la barrera de tela de la bombacha, llevo sus dedos hasta el coño de aquella chica y magreó apasionadamente la vulva de Lucy que agradeció gimiendo. Sí, la respuesta era sí: Lucy también estaba excitada.